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María José Piancatelli

Literatura Europea – 2016


Consigna: Ensayo.

De ladrones, burgueses y prisiones

Un niño de orígenes inciertos, arrojado a la crudeza de las calles, confinado en


una institución interesada únicamente en lucrar con él, sucio, mal vestido, con hambre,
explotado por ladrones, perseguido, amenazado, convertido en criminal.
Cualquiera de nosotros podría suponer que esta es la biografía de uno de los tantos
chicos y muchachos que pueblan los andenes de Retiro, de Constitución, la Plaza
Miserere, Flores. Pero no. La oración que abre este texto es una síntesis apretadísima del
legado de Charles Dickens en su obra Oliver Twist.
Dickens fue un hombre talentoso que supo leer la realidad de su época con fina
agudeza, y luego plasmarla en sus novelas. Las ciudades inglesas de la Segunda
Revolución Industrial, las migraciones internas hacia los centros fabriles, la explotación
de los niños -huérfanos, pobres, ilegítimos- en actividades de riesgo y malsanas, las
bandas de delincuentes callejeros, los explotadores transformados en jefes de pequeñas
mafias, se suceden en las páginas de la novela en las que Oliver -tan bello y blanco que
no pertenece a ese fango que lo rodea- sortea dificultades y personajes siniestros en busca
de un hogar. Ciento cuarenta y seis años después de la muerte del autor de Oliver Twist,
las calles -esta vez las porteñas, las bonaerenses- siguen poblándose de niños que huyen
de sus destinos. ¿Cuáles son los mecanismos que continúan accionándose y que generan
situaciones de vulnerabilidad semejantes?
El psicólogo, filósofo y teórico social Michel Foucault desarrolló algunas teorías
interesantes que pueden servirnos como categorías de análisis, en particular en dos de sus
obras: Vigilar y castigar (1975) y La microfísica del poder (1980). Foucault establece un
momento bisagra en la historia del hombre, a partir del cual se construye y perfecciona el
mecanismo perverso de la explotación humana hasta nuestros días: el pasaje del castigo
físico -el suplicio dirá el autor- a la vigilancia.
Este momento bisagra representa un corrimiento del eje desde la pena sobre el
físico -la tortura, el desmembramiento, la ejecución- a la aplicación de esfuerzos y
energías en un mecanismo de vigilancia capaz de encerrar, excluir y controlar. Las
cárceles, las escuelas, los centros de salud mental, fueron construidos bajo esta
concepción: el panóptico, sistema por el cual, con economía de recursos humanos, se
podía ejercer el control de vigilancia sobre un vasto sector del edificio y sus ocupantes.

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María José Piancatelli
Literatura Europea – 2016
Consigna: Ensayo.

El detenido se encuentra en un permanente estado de visibilidad que garantiza el


funcionamiento automático de los mecanismos de control, y que convierte a la situación
de vigilancia en un tipo de laboratorio de técnicas de modificación de la conducta que
alimentan el aparato de poder.
La vigilancia va de la mano del encierro. Así como Oliver es confinado en una
institución que no busca su cuidado sino su explotación, de la misma manera las
instituciones actuales que atienden a menores en situaciones de vulnerabilidad social no
buscan una transformación del sujeto para su inserción plena en el entramado social, sino
por el contrario, perpetúan las diferencias y desigualdades convirtiéndose en fábricas de
delincuentes. “Unos castigos menos inmediatamente físicos, cierta discreción en el arte
de hacer sufrir, un juego de dolores más sutiles, más silenciosos, y despojados de su fasto
visible, ¿merece todo esto que se le conceda una consideración particular, cuando no es,
sin duda, otra cosa que el efecto de reordenaciones más profundas? Y, sin embargo,
tenemos un hecho: en unas cuantas décadas, ha desaparecido el cuerpo supliciado,
descuartizado, amputado, marcado simbólicamente en el rostro o en el hombro, expuesto
vivo o muerto, ofrecido en espectáculo. Ha desaparecido el cuerpo como blanco mayor
de la represión penal.”1, expresa con elocuencia Foucault.
Las instituciones de detención, los asilos, los centros mentales, funcionan -en su
gran mayoría- bajo mecanismos corruptos que fomentan relaciones de explotación, de
violencia, de adicción y de abuso. Los niños y jóvenes que son depositados en estas
instituciones saben que se abren dos caminos ante ellos, o formar parte de estas redes que
buscan perpetuarlos en los círculos de criminalidad, o la huida. Los que optan por la
primera alternativa, conformarán un grupo susceptible de ser utilizado por sectores de
poder en luchas sociales o políticas. Los que optan por la huida también terminarán
quedando presos del sistema perverso, cooptados por “jefes de calle” quienes buscan
engrosar las filas de la mendicidad en la vía pública para convertirla en una pseudo
ocupación. Dice Foucault en La microfísica del poder: “Sí, y la prisión ha sido el gran
instrumento de reclutamiento. A partir del momento en que alguien entraba en la prisión,
se ponía en marcha un mecanismo que le hacía infame; y cuando salía no podía hacer
nada sino recaer en la delincuencia. Entraba necesariamente en el sistema que lo convertía
en un rufián, un policía o un confidente de la policía. La prisión profesionalizaba.”2

1
Foucault, M; Vigilar y Castigar, Siglo veintiuno editores, Argentina, 2002, pág.10
2
Foucault, M.; La microfísica del poder, Las Ediciones de la Piqueta, España, 1979, pág. 91.

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María José Piancatelli
Literatura Europea – 2016
Consigna: Ensayo.

¿Por qué en una sociedad que intenta políticas que la impulsen a un progreso
económico y social se siguen dando estas situaciones? La respuesta es dolorosa, porque
no hay progreso económico que no se construya sobre la base de la explotación de otro
sujeto. Para beneficiar a los estamentos medio-altos y altos, es necesaria una amplia base
de miseria que, movida por la necesidad del sustento diario, de la casa, del abrigo, se
constituya en el apoyo político y de movilización de esos sectores. Surge así otro tipo de
explotado, el que se transforma en carne de cañón de los movimientos políticos o
sindicales del momento.
Frente a esta realidad los debates sobre el origen de la delincuencia siguen
vigentes. ¿Es ésta parte de la naturaleza de los sujetos, o se origina en las necesidades
políticas y económicas? La respuesta a este interrogante ha dado pie a diferentes posturas
ideológicas que sostienen modelos de control/inclusión antitéticos. En este marco
Foucault sostiene que pensar que la delincuencia forma parte del orden natural de las
cosas es el argumento cínico del pensamiento burgués del siglo XIX. Los cambios
sociales dados después de las revoluciones industriales trajeron aparejados el aumento de
la riqueza y con ello el aumento de los delitos contra la propiedad. La burguesía siente
luego la necesidad de un ejercicio más escrupuloso de la justicia, capaz de castigar la
delincuencia con más universalidad, dado que atacar la propiedad pone en riesgo a la
sociedad entera.
La delincuencia no nace con los sujetos. La acumulación de riqueza tiene como
efecto colateral el empobrecimiento de otros. Y es en esta situación de vulnerabilidad en
la que los mecanismos de poder y de control actúan, perpetuando las diferencias,
excluyendo a los jóvenes y niños del ejercicio de los derechos del ciudadano e
iniciándolos en un camino de criminalidad funcional a los sectores de poder.

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