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Alberto Flores Galindo

Movimientos campesinos en
el Perú:
Balance y esquema

Fuente del Texto: Alberto Flores Galindo, Movimientos campesinos


en el Perú: Balance y esquema. "Cuaderno Rural" núm. 18; Taller de
Investigación Rural, Programa de Ciencias Sociales, Pontificia
Universidad Católica del Perú: Lima, s.f. [1977?].
Esta Edición: Marxists Internet Archive, agosto de 2012.

Podemos partir en esta comunicación de dos evidencias: a) el


campesinado, a pesar de la explotación terrateniente, ha tenido un papel
activo en la historia peruana, expresión del cual son las diferentes formas de
protesta social rurales: bandolerismo, motines, sublevaciones, invasiones,
sindicalismo...; b) la historia de las luchas campesinas no es una historia
reciente, más bien se trata de una prolongada y larga lucha, que se remonta a
los inicios de la conquista y la invasión europea[1].

Sobre estos acontecimientos y sobre esta larga historia se ha venido


sumando una bibliografía abundante en los últimos años. Intentaremos hacer
un breve recuento de esta producción intelectual. Para ello tomaremos como
base una cierta periodificación de las luchas campesinas, rescatando las
contribuciones e interpretaciones más importantes. Quede claro entonces que
1
no se trata de un simple catálogo, ni de una enumeración imparcial.
Forzosamente nuestros juicios estarán mezclados con las contribuciones de
los diversos autores que se han ocupado del tema.

En una segunda parte de la exposición haremos algunas anotaciones


metodológicas para el estudio de los movimientos campesinos.

Finalmente la tercera parte estará compuesta por una bibliografía


seleccionada de los estudios recientes sobre movimientos campesinos en el
Perú.[*]

I.

LOS MOVIMIENTOS CAMPESINOS

En la historia peruana podemos distinguir tres grandes ciclos de luchas


campesinas: el siglo XVI, en los inicios de la conquista española,
especialmente el decenio 1560-70; el siglo XVIII, a partir de 1720 cuando se
generan una serie de movimientos que culminan en el sur andino y en 1780
con la revolución frustrada de Túpac Amaru; finalmente el siglo XX, al
interior del cual podríamos distinguir tres fases: en los inicios de este siglo,
rebeliones generadas contra la expansión del sistema de haciendas,
principalmente en los departamentos de Cuzco y Puno; luego entre 1945 y
1965, en la sierra sur y en la sierra central emergen las invasiones campesinas
y el fenómeno nuevo del sindicalismo agrario; por último debemos
mencionar a los movimientos campesinos que comienzan a formularse en el
nuevo contexto definido por la aplicación de la actual ley de Reforma
Agraria[2]. Estos últimos movimientos han sido escasamente estudiados.
Entre los pocos estudios podemos mencionar el trabajo conjunto de Julio
Alfaro y Teresa Oré, la tesis de Juan Granda y los estudios de Aracelio
Castillo y Rodrigo Sánchez. En nuestra exposición nos limitaremos, por esta
escasez de estudios, al período anterior a la Reforma Agraria (1969).

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1. En los inicios: siglo XVI

Sabemos bastante bien como la conquista no fue un acontecimiento tan


relampagueante ni efectivo como lo presentaba la historia tradicional, sino
que por el contrario fue seguido por una prolongada lucha imperial, de la cual
un testimonio es resistencia incaica en Vilcabamba.

Pero un fenómeno más importante tal vez sea la resistencia popular andina
a la invasión. Cuando la conquista aparecía consolidada se produce un
movimiento de carácter nativista, de salvación y redención, de resistencia y
rebeldía ante los efectos desestructurantes de la invasión europea, transcurre
en el decenio de 1560-70; tiene como centro, al parecer, a Huamanga pero se
extiende hasta Lima, el Cuzco y La Paz. El movimiento encuentra su sustento
ideológico en la invocación a las divinidades populares, no así en el culto
oficial del imperio: se habla de la resurrección de las “huacas” (divinidades
locales). Paralelamente se produce en los participantes un rechazo total de
todo lo hispánico: “sus ropas, sus caballos, sus hombres y, naturalmente, su
religión”, como señala Luís Millones.

Este movimiento es conocido con el nombre de Taki Onqoy. No se tiene


en claro el significado de esta denominación. Se debate todavía sobre el
caracter mismo del movimiento. Tom Zuidema plantea la existencia de un
milenarismo andino. Recientemente Nathan Wachtel ofrece una
interpretación similar al afirmar que el Taki Onqoy es “una revolución
fundada sobre una representación cíclica de los tiempos”. Pero uno de los
historiadores que más ha contribuido a conocer documentalmente el
fenómeno (Millones) se limita a calificarlo de “revitalista mágico” y observa
esa especial combinación entre el uso de algunos nombres de santos y “la
tensión mesiánica perceptible al más somero examen”. Franklin Pease, por
su parte, cuestiona que se pueda hablar de milenarismo, en la medida en que
la concepción del milenio no está probada que existiese en el mundo
andino.[3]

Milenarista o mesianico, el Taki Onqoy fue un movimiento definidamente


popular. Cuestiona de hecho la supuesta rápida aculturación de las masas
indígenas. Conviene también señalar que como lo han observado Jorge
Basadre y Pablo Macera en sus Conversaciones, la conquista traerá consigo,
por oposición a los españoles: “Una identificación étnica de los indios entre
sí, una de cuyas primeras expresiones sería el Taki Onqoy. De entonces en

3
adelante, de muchas maneras la sociedad colonial aparecerá claramente
dividida en dos Repúblicas, como decían los hombres de la época, la de
indios y la de españoles. Un problema importante, siguiendo estas
reflexiones, sería tratar de esclarecer qué elementos de continuidad y
permanencia hay entre este movimiento y los que se producirán
posteriormente en los Andes.

De hecho, parece que los efectos de Taqui Onqoy se prolongan en el siglo


siguiente, los españoles se esforzaron por “extirpar las idolatrías” sin mucho
éxito.[4]

2. La gran rebelión: el siglo XVIII

En el siglo XVIII, después de la caída de la población indígena durante el


S. XVI y la estagnación del siglo XVII, se inicia un prolongado proceso de
recuperación del campesinado-indígena. La crisis del sistema de haciendas,
las reformas en la administración colonial (nuevas cargas tributarias), el
crecimiento de la población, los malestares cíclicos de las economías
agrarias, todo un conjunto de fenómenos que expresan y agudizan
contradicciones en el orden colonial, generarán una prolongada serie de
rebeliones campesinas.

El caso más estudiado es el de Túpac Amaru. Pero, para los historiadores


tradicionales se trata de un personaje excepcional y de un movimiento que
perseguía simplemente reformas en el orden colonial. No es exactamente así.
Tenemos ya en claro que antes de Túpac Amaru se producen, a lo largo de
todo el Virreinato peruano, un con junto de levantamientos. Valcárcel había
señalado algunos en un estudio bastante antiguo sobre las Rebeliones
Indígenas. Las investigaciones de Waldemar Espinoza sobre Cajamarca,
Karen Spalding, sobre Huarochirí, Lorenzo Huertas sobre Ayacucho,
añadieron más evidencias.

Recientemente Scarlett O’Phelan ha logrado determinar y estudiar más de


cien movimientos entre 1720 y 1790. A los mencionados debemos añadir los
estudios de Kapsoli sobre los levantamientos de esclavos en las haciendas
San José y San Jacinto, la tesis iniciada por Victoria Espinoza sobre
palenques de negros en la costa central.

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A grandes rasgos podemos distinguir tres grandes tipos sucesivos de
movimientos:

a) Los motines: protesta sumamente espontánea de muy corta


permanencia, de escasa organización, localizada, como señala Scarlett
0’Phelan, en algún centro laboral (obraje, mina, hacienda), sumamente
violenta, dirigida contra los símbolos de la explotación colonial como en los
cases de los atentados contra los corregidores o los asaltos a las
aduanas(Arequipa, 1780.)

b) Sublevaciones: esta forma de protesta social implica un rechazo


consciente y total al ordenamiento colonial, con un fuerte contenido
tradicional. El caso más claro es Juan Santos Atahualpa y los indígenas que
se retiran al Gran Pajonal; otro caso está dado por los negros rebeldes que se
retiran a lugares apartados e inaccesibles donde forman especies de
“repúblicas independientes”, que se conocían con el nombre de palenques.
Un ejemplo sería el de Huachipa. Se pueden añadir las sublevaciones de
Huarochirí en 1750 y 1783.

c) Revoluciones: el único caso de movimiento revolucionario es el iniciado


en el Cuzco por Túpac Amaru, continuado en Puno por Cristóbal Túpac
Amaru y culminado en el Alto Perú por Túpac Catari. Un movimiento
organizado que originalmente pretendía agrupar a indios, criollos, mestizos
y negros en contra del orden colonial y que posteriormente se transformó en
una acción decidida contra los mecanismos de explotación del campesinado,
es decir, a la postre también contra los criollos e incluso los indios ricos.
Empezando cono un intento de revolucion politica dirigida contra los
“chapetones”, terminó como una revolución social contra el sistema
tributario, el sistema de haciendas, la minería y los obrajes, y encabezada por
los indios y los campesinos del sur del Perú. Algunos hombres de ese
entonces, los criollos y españoles, acertaron cuando, no sin cierto temor, la
llamaron la “gran rebelión”.

La revolución de Túpac Amaru aparece como un movimiento sumamente


complejo: de un lado la culminación de todo un ciclo de rebeliones
campesinas y de otro lado el primer intento por formar un ejército campesino
en el Perú.

5
Por eso es importante intentar rescatar el contenido popular de este
acontecimiento y de la figura de Túpac Amaru. Es dentro de esta perspectiva
que se ubica el trabajo pionero de John Rowe sobre el “nacionalismo inka”
y, aunque con discrepancias, los trabajos recientes emprendidos por Jan
Szeminki y por quien escribe estas líneas.

De hecho, la revolución de Túpac Amaru aparece claramente diferente de


la independencia criolla. Más que ayudar a la independencia, terminó
generando temor a las masas indígenas entre los criollos, como lo ha señalado
Pablo Macera y después Heraclio Bonilla. Ambos han retomado
planteamientos de José Carlos Mariátegui.

La República significará una nueva acometida contra el mundo indígena.


Los motines se producen reiteradamente en los Andes, especularmente a
mediados de siglo,

Posteriormente, con la Guerra del Pacífico y detrás de la resistencia de


Cáceres en la sierra, la rebelión campesina se generalizará en la Sierra
Central, como lo ha mostrado recientemente Henry Favre y antes Julio C.
Guerrero.

3. Los nuevos movimientos campesinos: siglo XX[5]

Los movimientos campesinos contemporáneos se van a dar en un contexto


definido por los inicios del desarrollo del capitalismo en el campo. Primero
va a ser la expansión del sistema de haciendas entre fines del siglo XIX y
principios del actual y después va a ser la crisis del sistema de haciendas
tradicional.

a) Sublevaciones y bandolerismo (1910-1925)

La expansión del sistema de haciendas tradicional se produce


especialmente en el sur peruano, en los departamentos de Puno y Cuzco. La
expansión de las haciendas se realiza a costa de las comunidades y los
pequeños propietarios campesinos: despojo, endeudamiento, procesos

6
“legales”. Estamos ante el inicio del capitalismo agrario. La respuesta
campesina es el levantamiento.

Se trata de movimientos localizados, que no abarcan una región en su


conjunto, ni a todos los campesinos de esa región, protagonizados por
comuneros y dirigidos contra los hacendados, los comerciantes o las
autoridades locales. No se plantean “a escala nacional”. No consiguen apoyo
efectivo de otros sectores sociales, aunque estas rebeliones estarán en el
trasfondo del movimiento intelectual de provincias conocido con el nombre
de indigenismo. Un ejemplo es Tocroyoc en 1921 estudiado por Jean Piel;
otro caso son los conflictos en Lauramarca estudiados por Wilson Reátegui
o los movimientos que ocurren durante el oncenio, objeto de una tesis escrita
por Wilfredo Kapsoli y el mismo Reátegui. En la Universidad de San
Marcos, Flores Marín y Rolando Pachas han publicado una cronología
nacional de estos conflictos que comprende desde 1900 hasta 1920.

Tal vez el punto culminante –pero en cierta manera excepcional- de estas


sublevaciones esté dado por Rumi-Maqui, nombre empleado por un mayor
del ejército, Teodomiro Gutiérrez C., quien intentó formar un ejército
campesino en Azángaro. Rumi Maqui, según informaciones proporcionadas
por Manuel Vassallo, llegó a convocar a indios de Puno, Cuzco, Abancay e
incluso Ayacucho. Al parecer también tenía contactos en Bolivia.
Testimonios de sus propósitos podrían estar dados por algunos símbolos quo
llegó a emplear: un sello, una bandera... Formó un “estado mayor”. A
diferencia de las otras sublevaciones fue un movimiento organizado. De
Rumi-Maqui se han ocupado Mauro Paredes y Agustín Barcelli, entre otros
autores.[6]

E1 caso de Rumi-Maqui servirá de apoyo a quienes posteriormente


comenzaron a pensar en “nacionalidades quechua y aymara”, como el grupo
Resurgimiento del Cuzco, los indigenistas en el estilo de Luis E. Valcárcel
de Tempestad en los Andes y sobre todo, los comunistas peruanos en la
década del 30, cuando lanzan a la presidencia del Perú, en las elecciones de
1931, al campesino puneño Quispe Quispe.

Junto con las sublevaciones renace un fenómeno tradicional en los Andes:


el bandolerismo. El bandolerismo se encuentra presente desde los tiempos de
la independencia a través de las “montoneras”. Se prolonga con la

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inestabilidad política y los levantamientos de la República. Es una de las
formas más primitivas de protesta y social.

El bandolerismo social, es decir, el bandido que ataca al rico en defensa


del pobre, se generaliza en la sierra peruana. En el período que nos interesa
se da especialmente en la sierra norte, en Cajamarca. En el sur, el fenómeno
específicamente debe denominarse abigeato, y fue uno de los problemas
mayores que tuvieron que enfrentar los hacendados.
Este bandolerismo social ha sido poco estudiado. Eric Hobsbawm se ocupa
reiteradamente del Perú en su libro Bandits. Anibal Quijano, en una
tipificación de los movimientos campesinos llamó la atención sobre el
fenómeno. En la literatura, Ciro Alegría inmortalizó el “tipo ideal” a través
de la figura del “fiero Vásquez”.

Pero, para evitar el romanticismo, al lado del bandolero social es preciso


mencionar a la violencia indiscriminada, contra ricos y pobres, ejercida por
algunos bandidos y abigeos, y también a los gamonales que movilizaban a
sus indios contra otro gamonal, contra los mismos indios o contra las
autoridades, como un hacendado de Cajamarca que en la época de Leguía se
levantó contra el intento de hacer una carretera en su localidad.

Bandolerismo y sublevaciones, estas formas de protesta social no


cuestionaban, conviene reiterarlo, al sistema en su conjunto. Geográfica y
socialmente estaban aisladas. Se trató de protestas primitivas, testimonios de
la vida y la rebeldía popular, pero de muy limitada efectividad. Eran
expresiones pre-políticas, empleando un concepto de Eric Hobsbawm.

Sin embargo, todas estas manifestaciones campesinas repercutieron en el


desarrollo de las posiciones indigenistas y en el debate sobre el indio de la
década del 20. Se generaron algunos intentos de organización del
campesinado, en los que incluso tiene participación José Carlos Mariátegui.

b) Invasiones y Sindicatos

Entre 1945 y 1965 se intensifica el desarrollo del capitalismo en el campo


y la presencia del imperialismo. El sistema de hacienda tradicional entra en
crisis.

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A diferencia de la fase anterior, la fase que se inicia en 1945 y termina en
1965, se va a caracterizar por su generalización a escala regional y nacional,
su alto nivel organizativo y su repercusión en la política nacional, es decir,
en la crisis del Estado Oligárquico.

Otra diferencia notoria es la definida participación de los colonos de


haciendas. Fenómenos en cierta forma anunciados por José María Arguedas
en su novela Los Rios Profnndos, que adquiere concretización cuando desde
1945 comienzan a aparecer los primeros sindicatos en las haciendas del valle
del Mantaro. La sindicalización campesina se intensifica en la década del 50,
especialmente en el Cuzco, teniendo como centro los valles de La
Convención y Lares.

Junto con los sindicatos comienzan a aparecer otras formas de


organización, como las asambleas campesinas. El momento culminante de
este proceso estará dado por las invasiones de haciendas. Pero el término es
impropio, se trata más bien, como lo dicen los mismos protagonistas,
de recuperaciones. La figura se invierte. La hacienda deja de estar a la
acometida, despojando a los campesinos, como había ocurrido desde el siglo
XVI; ahora son los campesinos los que atacan a la hacienda: los colonos
desde el interior formando sindicatos; los comuneros, como la comunidad de
Rancas en Cerro de Pasco, desde afuera invadiendo. El momento más agudo
del proceso está dado entre agosto de 1963 y agosto de 1964. Es entonces
cuando, siguiendo al informe del CIDA (Comisión Interamericana del
Desarrollo Agrícola), los conflictos se encuentran generalizados a escala
nacional.

La lucha no es solo por la tierra, como han señalado erróneamente muchos


autores. Los campesinos exigen además mejores salarios, cambios en las
relaciones serviles, educación y escuela. Pero, al lado de todo esto, quieren
mantener beneficios del mundo campesino, como lo ejemplifica la defensa
que los pastores hacen de su ganado “huaccha” (Martínez Alier). Hay que
añadir que en los mítines campesinos se recogen reivindicaciones mayores,
como por ejemplo la expulsión de la International Petroleum e incluso la
nacionalización del canal de Panamá. Esto último lo observó Hugo Neira en
ese apasionante reportaje titulado Cuzco: Tierra o muerte. Indica que los
campesinos tienen contactos con obreros del sur (ferroviarios, cervecería),
con los estudiantes y con algunos intelectuales. Pero a pesar de lo anterior, el
movimiento campesino no logra articular cabalmente con el movimiento

9
obrero, que recién comenzaba a liberarse del pesado lastre aprista, ni
tampoco con las nuevas agrupaciones políticas que emergen a conjuro de la
revolución cubana, como el MIR o el ELN.

De esta manera cuando el movimiento guerrillero estalle, el movimiento


campesino habrá iniciado una fase de declive. Tendrá apoyo individual del
campesino, tanto en el centro como en el sur, pero no el apoyo masivo que
necesitaba.

Importa señalar, que a pesar del limitado éxito de las invasiones y del
sindicalismo, estos fenómenos señalan claramente el paso de las luchas pre-
políticas, espontáneas y primitivas, a las luchas políticas. Desde otra
perspectiva el paso de lo indio a lo campesino.

En función de lo anterior conviene tener en cuenta la aparición y el


desarrollo de organizaciones nacionales como la Central de Campesinos del
Perú (C.C.P.). También hay que mencionar la acción de organizaciones
políticas en el campo, iniciada desde 1930, especialmente entre los
yanaconas da la costa, y sobre la cual pueden dar testimonios las luchas en el
valle de Chancay estudiadas por José Mejía.[7]

Sobre estos hechos que acabamos de reseñar la bibliografía es abundante


y polémica. Abundan las interpretaciones divergentes. Uno de los muchos
temas discutibles es la caracterización del sector campesino que dirigió el
levantamiento. En el caso de la Convención algunos hablan simplemente de
campesinos, otros atribuyen la dirección a los intelectuales troskistas,
finalmente hay quienes piensan en “campesinos ricos” e incluso de “kulaks”.
Pero ¿resultan validas estas distinciones? ¿Se puede hablar efectivamente de
un “campesinado rico” en el valle de La Convención de entonces? ¿Habría
sido tan fuerte el proceso de diferenciación campesina? Como estas
preguntas hay muchas otras pendientes sobre diversos temas.

Carecemos todavía de un estudio de conjunto sobre el período 1945-65: un


estudio que busque insertar a las luchas campesinas con la coyuntura dentro
de la que transcurren. Esto significa proponer una investigación. De ninguna
manera restar méritos a los estudios de Fioravanti, Hobsbawm, Martínez
Alier, Neira, Kapsoli, Villanueva…

En todo caso resulta evidente que estas luchas campesinas contribuyeron


decididamente a la crisis del estado oligárquico y, en contra de una cierta
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“ideología oficial”, muestran que el campesinado ha tenido un papel activo
en la historia peruana.

En la rápida reseña histórica realizada en las páginas precedentes se han


sugerido problemas. De todos ellos quisiéramos rescatar uno, que se ha dado
desde el siglo XVI (desde la invasión española) hasta la actualidad: la
definición de campesino en los Andes.

Hay un largo debate sobre qué es un campesino. Quien se ocupe de los


movimientos campesinos en el Perú debe atender a este debate, pero,
adicionalmente, debe tratar de esclarecer qué es específicamente un
campesino al interior del mundo andino.

En nuestra exposición inicialmente hemos estado refiriéndonos más a los


indios que a campesinos. La conquista creó al indio, al presentar frente a las
diversas etnias que componían el imperio, una presión externa que por
negación terminó unificándolas. Sobre la situación de clase acabó
dominando el aspecto étnico. Los “movimientos campesinos” del S. XVI e
incluso del siglo XVIII aparecen como movimientos de oposición indígena
al orden colonial.

Pero ya en el mismo siglo XVIII se comienza a anunciar el cambio, a través


del movimiento dirigido por Túpac Amaru. En el siglo XX la situación
aparecerá con mayor claridad. Las reivindicaciones campesinas (la tierra, por
ejemplo) serán más fuertes que las reivindicaciones nativas. Los campesinos,
como clase, tendrán relaciones con otras clases o sectores de clase aliados,
expresión de lo cual serán los nuevos medios de lucha, como el sindicato y
las invasiones.

Lo anterior no significa que el elemento indio haya de aparecido. Aunque


ya no como dominante, persiste. Mejor que nosotros lo expresa Hugo Blanco
cuando afirma que:

"el problema del indio es el problema de la tierra, como lo dijo Mariátegui.


Es cierto: porque así lo entendemos, hemos luchado inclusive con las armas
en la mano bajo el lema de 'tierra o muerte'.

Pero no es simplemente económica la opresión. Como consecuencia de la


opresión económica, se nos aplasta en muchas formas a los indios de todos
nuestros países. Se aplasta nuestra cultura, nuestro quechua, nuestro aymara,

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nuestro guaraní, nuestro yaraví, nuestros gustos estéticos. Somos los
escupidos como dice el tayta.”

Del siglo XVI al siglo XX. De las luchas nativistas a las luchas
propiamente campesinas. De las oposiciones étnicas a las oposiciones de
clase. El hilo que unifica este largo recorrido histórico, la continuidad en
estas luchas campesinas, está dada por el paso de lo indio a lo campesino.
Esta es la tesis central que hemos querido desarrollar en las páginas
precedentes, más que desarrollarla, plantearla. Podría ser tal vez un elemento
fructífero en las futuras investigaciones sobre el tema.

Conviene señalar que es gracias a las investigaciones recientes que hemos


podido proponer esta imagen de conjunto sobre los movimientos
campesinos.

II.

ANOTACIONES METODOLOGICAS

Queremos presentar, en esta segunda parte, algunas anotaciones


metodológicas, que tal vez contribuyan a mejorar nuestros futuros trabajos,
(Estas anotaciones resultan de una experiencia de investigación personal en
torno al levantamiento de Túpac Amaru).

1. El movimiento campesino: Un acontecimiento

El título señala algo evidente: el movimiento campesino es un hecho, una


práctica de clase, un fenómeno de muy corta duración (días, meses,
excepcionalmente años).

Aparentemente frente al acontecimiento sólo queda la descripción, pero


esta descripción puede tener un cierto nivel de análisis si obedece a una guía
o intenta responder a determinadas preguntas.
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Ante un movimiento campesino, lo primero que interesa saber es quienes
lo hacen: la composición social del movimiento. Términos como
"campesinos", "indios", "pueblo", son notoriamente abstractos. Se debe
determinar qué se entiende por ellos y cuál es su contenido específico en el
acontecimiento que se está estudiando. Por ejemplo, preguntarse por la
participación de los comuneros, de los parcelarios, de los colonos o de otros
sectores no campesinos como estudiantes, obreros, mineros. Se trata, como
dice George Rude, de darle rostro a la multitud rebelde.

Luego interesa saber si el movimiento está organizado o no. En el primer


caso, habría que distinguir entre los dirigentes y las masas que los siguen, y
determinar sus relaciones (contradicciones internas).

Al lado de la organización, el otro elemento importante es conocer la


ideología que conscientemente o inconscientemente, explícitamente o no,
sustenta al movimiento o no. Proponemos en otras palabras, saber cuáles son
los objetivos, contra qué y por qué se lucha y conocer también la mentalidad
que cohesiona a los participantes.

Es todo lo anterior lo que nos permitirá saber si estamos ante un


movimiento tradicional, un movimiento prepolítico, o un movimiento
moderno y político.

Pero en el análisis del acontecimiento no se agota el estudio de un


movimiento campesino. Un motín, un levantamiento, una sublevación, son
producto de las contradicciones de un determinado ordenamiento social y
pueden a su vez, ser un signo y un sendero adecuado para el estudio de estas
contradicciones. El acontecimiento, como dice Pierre Vilar, ilumina la
estructura.

2. Estructura y coyuntura

A partir de ese acontecimiento límite que es un levantamiento campesino,


el investigador puede introducirse al estudio de la coyuntura (del momento
en la lucha de clases) que lo ha generado. A su vez, la comprensión de la
estructura (de la formación social) al interior de la cual se ha producido el
acontecimiento.

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Con una sublevación, más aún con una revolución o con un ciclo de
sublevaciones, salen a flote, se muestran a nivel de las apariencias, las
contradicciones y las tensiones de una sociedad. El acontecimiento termina
dando las pistas para el estudio de la estructura.

Pero es preciso tener en cuenta que los movimientos sociales también


actúan sobre las estructuras y las coyunturas, y pueden llegar a constituir una
“…fuerza responsable de todos los cambios políticos y sociales en el orden
establecido…” como afirmó el historiador Boris Porchner. No hay que
olvidar las consecuencias, los efectos de los movimientos campesinos.

No se trata de asimilar los movimientos campesinos andinos a los que han


sucedido en otros contextos y tampoco se trata de hacer rápidas
tipificaciones. Como sugeríamos líneas atrás uno de los problemas capitales
pendientes es saber qué se entiende específicamente por campesino en el
contexto andino y cuáles son los elementos peculiares de sus luchas.

En esta misma dirección ayudará no descuidar los factores ideológicos.


Hemos tratado de resaltarlos en la parte I. Pero no en todos los estudios
realizados se ha hecho lo mismo. Una concepción errada del marxismo lleva
a la omisión de los factores "superestructurales”. Pero ésta no era la
concepción, por ejemplo, de un Federico Engels en ese hermoso libro
titulado Las guerras campesinas en Alemania.

3. Las Fuentes

Un plan como el que proponemos exige de estudios sólidamente


documentados. Estamos demasiado acostumbrados al “ensayo”. Pero
comprender cabalmente un movimiento campesino obliga a la consulta de
variados testimonies.

Lo usual ha sido utilizar algunas fuentes impresas: viajeros, informes de


prefectos, periódicos. No se niega la utilidad que puedan tener, pero no son
suficientes.

En cuanto a las fuentes manuscritas lamentablemente se encuentran un


poco dispersas, algunas se han perdido, otras corren ese riesgo. En una
enumeración sumaria podría señalar, por ejemplo, a los testimonios de los

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propios hacendados (sus libros de correspondencia) conservados en
el Archivo del Fuero Agrario; a la documentación judicial guardada en
el Archivo General de la Nación, que ha venido siendo utilizada por
O’Phelan y por la Sra. Wilma Derpich; a los documentos de las comunidades
indígenas ahora dispersas en las reparticiones del SINAMOS; a los
testimonies de algunas instituciones vinculadas al campesinado como, por
ejemplo, el Patronato de la Raza indígena, sobre el cual trabajaron Kapsoli
y Reátegui; de más difícil acceso son los papeles de las prefecturas y
subprefecturas provinciales.

A todo lo anterior se deben sumar los testimonios orales, imprescindibles


para los períodos más recientes. Han sido utilizados muy escasamente. Entre
los pocos autores que han hecho uso de ellos podríamos mencionar a
Aracelio Castillo y a Jean Piel. Los testimonios orales resultan fundamentales
no sólo por la ausencia de otras fuentes, sino además porque gran parte de la
historia campesina ha transcurrido al margen de la escritura (el llamado
problema de "analfabetismo"). En este sentido, como lo ha señalado
reiteradamente Pablo Macera, la historia peruana deberá agenciarse para
encontrar y desarrollar nuevas técnicas de acopio y crítica de los testimonios
orales. Los historiadores tendrán que habituarse en el futuro al trabajo de
campo, a la entrevista, a la observación participante, a toda una serie de
estilos que no son aparentemente propios de su oficio.

Todo lo dicho sobre los testimonios orales se justifica además porque


resulta un camino adecuado para que el investigador intente percibir la
problemática desde la óptica de los propios campesinos. Ellos tienen mucho
que decir sobre la historia que han hecho.

__________________________

[*] La bibliografía ha sido suprimida de esta edición. (Nota de


marxists.org)

15
[1]Está pendiente, como lo ha señalado John Murra, el estudio de las
sublevaciones campesinas en la sociedad incaica.

[2] Hemos señalado los momentos de mayor intensidad en las luchas


campesinas. No son los únicos. Lamentablemente los SS. XVII y XIX son
poco conocidos.

Como criterios centrales en la periodificación hemos atendido a los


propósitos y a la composición del movimiento. Lamentablemente hemos
tenido que dejar a un lado otros aspectos por la brevedad del texto y por el
interés de pensar el tema en términos de una “larga duración”.

[3] Las referencias bibliográficas aparecen en la tercera parte.

[4] Ver por ejemplo el estudio de W. Espinoza sobre el movimiento de


Yanahuanca en 1596: “En el siglo XVII el primer movimiento nativista se
produjo en Songo, entre 1622-1626. Cada treinta años más o menos, se
vinieron repitiendo hasta 1656-1660, el cual ocurrió en el valle de
Huancamayo, hoy Mantaro.”

[5] El profesor Kapsoli plantea una periodificación diferente en un estudio


de próxima publicación.

[6] En la década del 20 se produce un intento similar en Huancané.

[7] Sobre la costa norte, específicamente sobre el Valle de Jequetepeque,


va la comunicación de Manuel Burga. De hecho, estamos dejando a un lado
el comportamiento del proletariado agrícola.

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