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JEAN-MARIE ÉLIE SETBON

DE LA KIPÁ A LA
CRUZ
EL VIAJE DE UN JUDÍO
AL CATOLICISMO

Con la colaboración de Astrid de Larminat

EDICIONES RIALP S.A.


MADRID
Jean-Marie Élie Setbon DE LA KIPÁ A LA CRUZ

Título original: De la Kippa a la Croix


© 2013 by ÉDITIONS SALVATOR, PARIS. Yves Briend Éditeur S.
A. © 2014 de la versión española, realizada por MIGUEL MARTíN,
by EDICIONES RIALP, S.A.
Alcalá 290 - 28027 Madrid
www.rialp.com
ISBN: 978-84-321-4396-0 Depósito legal: M-10.317-2014

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Jean-Marie Élie Setbon DE LA KIPÁ A LA CRUZ

Me llamo jean-Marie Elie Setbon. Soy judío, convertido


a Cristo.
He sido bautizado en la Iglesia católica el 14 de septiembre de
2008.
Soy viudo, casado en segundas nupcias, padre de ocho hijos.
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Jean-Marie Élie Setbon DE LA KIPÁ A LA CRUZ

A la memoria de todos mis hermanos y hermanas judíos


que han dado el salto
a Cristo y más en particular al cardenal Lustiger, el rabino
David Drach,
Francois Libermann y Hermann Cohen.
A la memoria de mi madre.
A la memoria de mi primera mujer, Martine.
A mi mujer, Petronille.
A mis ocho hijos, Rachel, Déborah, Rébecca, Myriam,
Raphael; Gabriel,
Louis y Nathanael.

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Jean-Marie Élie Setbon DE LA KIPÁ A LA CRUZ

PRÓLOGO
San Pablo, mi querido compañero de viaje, fue
convertido por Cristo en tres días de camino a Damasco. A mí,
Jesús me ha trabajado a fondo durante más de treinta años.
Desde que era niño, cuando aún no conocía nada de Dios ni de
la religión, pues mi familia no practicaba, Él me atrajo. Al fin,
hace ahora cinco años, me dio el golpe de gracia que me ha
permitido dar el gran salto de la Torá al Evangelio. Eso es lo
que vaya contar en este libro, la historia de mi vida con Dios.
Al releerla, me digo que es una historia de locos. «Lo que hay
de loco en el mundo es lo que Dios ha escogido»; algo así dice
san Pablo. ¿Acaso Dios no se comporta de modo
completamente loco en el Antiguo y el Nuevo Testamento, por
ejemplo, cuando le pide a su profeta Oseas que se case con una
prostituta? «Lo que es locura a los ojos de los hombres es
sabiduría a los ojos de Dios», escribe el mismo san Pablo.
Desde que puedo recordar, me he sentido atraído siempre
por Jesús, hasta tal punto que en la adolescencia quise
convertirme al cristianismo. Sin embargo, sabía que eso sería
un escándalo entre los míos, porque cuando un judío se
convierte, su familia, aunque no sea religiosa, lo vive como una
traición.
Los caminos de Dios son misteriosos: quería ser
cristiano, pero me convertí en judío ultraortodoxo y luego en
judío hasid. Mi corazón me llevaba hacia Jesús, pero mi cabeza
se resistía y mi identidad judía pesaba más. Un día, por fin,
después de un largo camino, Dios retiró el velo de mis ojos.
Luego, todo se ha iluminado, me ha dado una inteligencia
«nueva» y he visto las cosas bajo una luz diferente. Este libro
cuenta una conversión, pero sobre todo la historia de un
hombre que ha luchado un tiempo muy largo contra el Dios de
Jesús, que le esperaba y le hada señas.

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Jean-Marie Élie Setbon DE LA KIPÁ A LA CRUZ

Muchas personas a las que he contado mi historia me han


animado a escribir este libro. De cualquier modo, como dijeron
los apóstoles Pedro y Juan a los sacerdotes que les detuvieron y
querían prohibirles pronunciar el Nombre de Jesús, me es
imposible no hablar de lo que he visto y oído. Me quema el
deseo de compartir este descubrimiento del Dios de Jesús que
ha cambiado mi vida, de compartirlo ampliamente, no
solamente con las personas que asisten a las conferencias que
doy sobre las Escrituras. Hace ya cinco años que me convertí a
Cristo; ha llegado el momento de dar testimonio abiertamente,
sin miedo. Me siento interiormente impulsado a hacerlo.
Dirijo este testimonio a todos mis hermanos. Primero a
los que se dicen no creyentes, pero sienten que en el fondo de
ellos mismos están buscando a Dios sin conocerle. Pienso en
algunos que dudan en interesarse por la religión porque creen
que eso les separaría de su ambiente familiar o intelectual, o
porque tienen miedo de la Iglesia católica, ya sea porque tienen
una mala imagen adquirida a través de lo que dicen los medios
de comunicación, sea porque sus parientes católicos les han
transmitido una visión deformada y falsa del Evangelio, o
porque imaginan que la Iglesia quiere encerrarlos, impedirles
ser plenamente humanos, mientras es todo lo contrario. Pienso
también en los que reprochan a los cristianos el mal que otros
cristianos cometieron a lo largo de la historia, volveré sobre
eso.
Dirijo también este libro a mis hermanos judíos, que me
han expulsado de la comunidad judía al saber que me había
convertido, sin intentar comprender cómo había podido dar ese
paso, y cometer esa transgresión, inimaginable en un judío
ultraortodoxo hasid como yo era, al que se le había enseñado a
detestar a Jesús. Han pensado que yo estaba enfurecido contra
el Dios de los judíos a causa de la pruebas que había sufrido:
pues no. Mi caso no es excepcional. Muchos judíos se han
convertido, comenzando por los primeros apóstoles. Espero

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Jean-Marie Élie Setbon DE LA KIPÁ A LA CRUZ

que mis hermanos judíos según la carne tengan la curiosidad o


me hagan el favor de leerme para intentar comprender, pues es
desgarrador oír decir o pretender que yo haya traicionado la fe
de mi pueblo, mientras amo al judaísmo en todos sus
componentes y con todo rm ser.
El libro lo escribí también para mis hermanos cristianos.
Espero que reavivará su fe haciéndoles tocar con las
manos la fortuna que tienen de saber que Dios les ama, que les
ama tal como son, ese Dios que se deja acercar y amar, en una
relación personal, y no solamente por la observancia de las
leyes, aunque estas tengan su importancia. Porque eso es por
cierto el corazón del cristianismo, lo que Jesús ha revelado,
esta relación de amor entre Dios y cada uno de nosotros que
cambia nuestro modo de vivir con los demás. De todo eso
quiero dar testimonio. No lo puedo silenciar.

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Jean-Marie Élie Setbon DE LA KIPÁ A LA CRUZ

Nací el 10 de junio de 1964 en el hospital Lariboisiere,


en París. Mis padres me pusieron de nombre Jean Mare. Jean
como mi abuelo materno, y Marc porque mi madre pensó que
Jean sin más quedaba un poco anticuado ... Sin saberlo, mis
padres me dieron el nombre de dos evangelistas. Veo en eso un
guiño de la Providencia. Por otra parte, ¿es mera casualidad
que, al estar enfermo, no me circuncidaran al octavo día, como
manda la ley judía? Me circuncidaron a la edad de un año. Lo
hizo mi abuelo Jean, que es mi padrino. No sé qué nombre
hebreo me dieron en esa ocasión, si es que me dieron alguno.
Es quizá difícil de creer, pero durante varios años,
ignoraba totalmente que yo fuera judío. Y llegué a saberlo de
un modo bastante inesperado. Un día, en la escuela, me dirigí a
uno de mis compañeros llamándolo «sucio judío». La maestra
me castigó muy severamente. Me pareció un poco desmesurada
su reacción, no podía entender que se hubiera enfadado tanto.
Para mí, se trataba de un insulto como cualquier otro. Al llegar
a mi casa, le conté a mi madre lo que había pasado. Ella me
miró y me contestó sencillamente: «Jean Marc, tú eres judío».
Punto final.
¿ Yo soy judío? Pero ¿qué significa «judío»?
De hecho, pertenezco a una familia judía asimilada,
como suele decirse. Mi madre no celebra nunca las fiestas
judías y nos da de comer jamón y patés, como se le da a
cualquier francesito. En casa no hay ningún libro ni objeto
judío. Claro que mi padre mantiene algunas tradiciones, pero
no nos explica lo que significan, así que durante un largo
tiempo no llegué a saber que tuvieran nada que ver con la
religión. Es el caso, por ejemplo, de la Mezuzá que cuelga en el
dintel de nuestra puerta de entrada. Nunca me pregunté de qué
se trataba. No fue sino mucho más tarde, cuando empecé a
practicar, cuando me enteré de que la Mezuzá es un pequeño
pergamino, encerrado en una cajita, en el que están escritos

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Jean-Marie Élie Setbon DE LA KIPÁ A LA CRUZ

unos versículos de la Torá. Los judíos la colocan en el lado


derecho de la puerta de entrada a la casa como señal de
protección. Recuerda la última plaga de Egipto, cuando Moisés
ordenó al pueblo hebreo marcar con sangre de cordero el dintel
y el montante de las puertas, para que el ángel exterminador,
que debía matar a todos los primogénitos, pasase de largo por
sus casas.
El viernes por la tarde, al comienzo del shabat, mi padre
recita la plegaria del kidush, pero un kidush un poco
simplificado a decir verdad. Él se pone la kipá y dice una
oración que dura cinco o diez minutos, pero no sé qué
significa. Para nosotros, los niños, es un momento solemne y
nada más. Nos damos cuenta solo de que no es el momento de
alborotar. Más tarde, bastante más tarde, yo recitaré el kidush,
que es la oración de santificación del día de shabat. Los judíos
practicantes la rezan el viernes por la tarde al volver a casa.
Cuando el padre de familia vuelve de la sinagoga, la madre lo
recibe encendiendo las velas. Toda la familia canta los cantos
de shabat, el «Shalom Aleichem» sobre todo. Se lee a
continuación el pasaje de los Proverbios del rey Salomón,
capítulo 31, 10: «¿Quién puede encontrar una mujer virtuosa?
Tiene más valor que las perlas. El corazón de su marido confía
en ella ... ». Se recita entonces la oración del kidush
propiamente dicha -una palabra que viene de kaddosh, que
significa ser santo, ser separado-o Se santifica así el shabat que
testimonia el día en que Dios finalizó la creación. Luego se
reza sobre el vino (y sobre el mosto para los niños), se procede
a las abluciones lavándose las manos con el keli, y se bendice
el pan. Es el jalá, un pan dulce elaborado especialmente para el
shabar'. Pero en mi casa no se sigue todo ese ritual. Tampoco
se puede decir que mi padre viva realmente el shabat, porque
suele ir el sábado a París utilizando el transporte público.
Nunca acude a la sinagoga. De hecho, creo que la religión no le
interesa.

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Jean-Marie Élie Setbon DE LA KIPÁ A LA CRUZ

Cuando yo tenía siete años, mi hermano mayor comenzó


a preparar su bar mitzvá. Va a clases de Talmud Torá, pero no
habla de eso en casa, y mis padres no le preguntan nunca sobre
lo que aprende. El día de la ceremonia nos levantamos muy
temprano, a las 6 de la mañana, y nos vestimos con nuestra
mejor ropa. Me doy cuenta de que se trata de un
acontecimiento importante. Vamos a la sinagoga y mi hermano
lee en hebreo los rollos de la Torá. Luego volvemos a casa,
donde mis padres han organizado una fiesta. Yo no acabo de
entender todo lo que eso significa. Será dos años más tarde
cuando tome conciencia de quién soy yo realmente, al ver la
cara de angustia de mi madre ante lo que ve en televisión. Está
viendo las noticias. Puedo leer el miedo en su mirada. Los
tanques árabes avanzan por el desierto, y entran en Israel: es la
guerra de Kippur de 1973. Yo tenía entonces nueve años y por
primera vez siento que pertenezco al pueblo judío. Un
sentimiento que está teñido de inquietud, la de ver desaparecer
el Estado de Israel.
Un día, dos años más tarde, tengo una conversación con
mi madre: «Uno de mis compañeros de clase ha recibido en su
casa a un amigo alemán; ¿puedo invitar a los dos a veni.r a
casa?».
1 Este pan recuerda los panes llamados de la
«proposición», los doce panes que se ofrecían en nombre de las
doce tribus de Israel cada shabat por el sacerdote, quien podía
comerlos el sábado siguiente. El rey David, un día que tuvo
hambre, no respetó esa prohibición. Jesús recordó este episodio
a los rabinos que reprochaban a sus discípulos el haber
arrancado y comido espigas de trigo en shabat (Me 2,23-38).
Enseguida me responde, con un tono muy seco: «No, es
un boche». ¿Qué es un boche? Tendré que esperar al año
siguiente para saberlo.
Puede parecer curioso, pero hasta que entré en quinto

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Jean-Marie Élie Setbon DE LA KIPÁ A LA CRUZ

curso no había oído hablar nunca de los campos de exterminio.


Mi madre nunca nos contó nada sobre las cosas que había
vivido de pequeña. Sin embargo, sin palabras, nos transmitió el
miedo, el miedo del pueblo judío, obligado desde siempre a
luchar para sobrevivir. ¡Qué misterio el de este pequeño
pueblo, que después de tanto exterminio y persecuciones como
ha vivido en países cristianos y musulmanes, e incluso mucho
antes, sigue vivo, mientras que grandes imperios que han
dominado el mundo, como Grecia, Egipto o Roma, han sido
absorbidos!
Poco a poco, al ir creciendo, descubro mis orígenes
familiares. Soy asquenazí por mi madre y sefardí por mi padre.
Mi abuelo materno vino de Rumanía y encontró refugio en
Francia a principios del siglo xx. Combatió en el ejército
francés en la primera guerra mundial, de modo que a su
muerte, en 1966, lo enterraron en el cementerio militar de
Bagneux. Mi abuela materna era de origen polaco. En 1939, mi
madre tenía siete años. Su familia vivió en París durante toda la
segunda guerra mundial. Mi abuelo fue detenido muchas veces,
pero le soltaron milagrosamente otras tantas. Cuando se
preparaba una redada, el comisario del barrio le avisaba para
que pudiera esconderse con sus seis hijos (cuatro hijas y dos
varones). En su casa, ningún vecino les denunció nunca.
Imagino que por lo vivido durante esos años, mi madre, sin ser
practicante en absoluto, reivindica fuertemente su identidad
judía, al contrario que mi padre.
No tuve mucho trato con mi abuelo materno. Murió
cuando yo tenía dos años. Íbamos regularmente a visitar a mi
abuela a su casa, en la Rue Alfonse Carr de París. Mi madre y
ella tenían largas discusiones en yiddish. Para mí, se trataba de
conversaciones de personas mayores. Pero pienso que si
hablaban en yiddish era para que no las entendiéramos, y me
pregunto qué querrían ocultarnos. Después de la guerra, mis
abuelos maternos abandonaron un poco las tradiciones que

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habían conservado al llegar a Francia. No he recibido por tanto


herencia religiosa alguna de su parte. La única tradición que mi
madre guardó de sus padres es culinaria: de vez en cuando nos
prepara col rellena.
Mi padre nació en 1929 en Túnez. A finales de los años
1940, con dieciocho años de edad, vino a pasar unas
vacaciones a Francia y se quedó aquí. Sus padres se le unieron
después. Vamos con frecuencia a almorzar a casa de mis
abuelos paternos; viven cerca del metro Ledru-Rollin. Mi
abuelo es muy cariñoso. Al abrirnos la puerta siempre nos
recibe con una gran sonrisa en la cara. Juega con frecuencia a
las cartas con nosotros. Mi abuela, en cambio, es más
reservada, pero nos cocina unos buenos platos mediterráneos:
potajes de garbanzos en invierno, ensaladas de nabos y
zanahorias, y por supuesto, el couscous, que mi madre ha
aprendido a preparar con ella. Quiero mucho a mis abuelos,
pero no sé gran cosa de ellos. No hablan jamás de Túnez. Por
otra parte, nunca se me ha ocurrido preguntarle a mi padre por
su juventud: en mi familia apenas se habla de uno mismo. Mis
abuelos comen kosher, pero no me daré cuenta de ello hasta
mucho más tarde. Transmitir las tradiciones judías que ellos
perpetúan no parece tampoco estar entre sus prioridades.

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Jean-Marie Élie Setbon DE LA KIPÁ A LA CRUZ

Durante mis primeros años de vida viví con mis padres,


mi hermano y mi hermana mayores en un pequeño apartamento
de la Rue du Faubourg Poisonniere de París. Una escalera
estrecha conducía a nuestro piso. Los retretes y la ducha, que
compartíamos con los vecinos, se encontraban en el entresuelo.
Luego, poco a poco, mi madre convenció a mi padre para que
nos mudáramos. No fue fácil, pero ella es tenaz. Es ella quien
se ocupa de la casa y toma la iniciativa en los asuntos que se
refieren a la familia. Se dirigió, pues, al ayuntamiento para
pedir otro alojamiento.
y es así como algún tiempo más tarde, después de que
naciera mi hermano pequeño, me llevó a visitar nuestro nuevo
apartamento de estreno. Está situado en la Courneuve, en un
reciente bloque de la Ciudad de los 4000. Al llegar a la ciudad,
quedo fascinado por la impresión de amplitud que produce. En
efecto, todo me parece inmenso, comparado con el viejo barrio
parisino en que vivimos hasta ahora. Está también muy limpio.
Esta ciudad de la Courneuve pertenece a las HLM (Habitation
a Loyer Moderé). de París, y está muy bien cuidada. No
podemos siquiera pisar el césped. Nos cruzamos con guardas
que se pasean con su perro. Al visitar nuestro nuevo
apartamento quedo maravillado: es amplio y luminoso. A mis
ojos es un verdadero palacio. Un último detalle que será
determinante en mi vida: desde la ventana de mi habitación se
ve la basílica del Sacré-Coeur de Montmartre.
Aquí nacerá mi hermana pequeña. Quince años después,
estos bloques donde yo voy a crecer serán de los primeros en
demolerse para ser sustituidos por unos inmuebles más
pequeños, un suceso que aparecerá en los medios. Soy feliz
aquí, donde voy a pasar mi infancia y mi adolescencia.
Ciertamente, la población cambia con el paso de los años. Pero
nunca siento ninguna especie de racismo o de antisemitismo, ni
rivalidades entre comunidades. Organizamos partidos de fútbol

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en que se enfrentan equipos de judíos y musulmanes, pero todo


se desarrolla en un ambiente de franca camaradería. A veces
mezclamos las comunidades y formamos equipos por edificios.
En la Courneuve todo el mundo sabe que somos judíos, y
además mi madre no lo oculta. Sin embargo, no mantenemos
relaciones con las demás familias judías de la ciudad. En
cambio, tenemos amigos musulmanes. Una tarde, mi hermano
se clavó una espina de pescado en la garganta. Fuimos
rápidamente a llamar a la puerta de nuestro vecino, un médico
judío, para pedirle ayuda. Acudió enseguida y le salvó la vida.
Pero, a pesar de este episodio, no tenemos particular amistad
con él.
Mi madre es quien se ocupa de nosotros y quien toma las
decisiones que nos conciernen. Cuida también a otros niños de
la casa para ganar algún dinero. No es una madre afectuosa,
pero me da tranquilidad. Es una mujer entregada que no se
queja nunca. El sábado va a la compra al mercado de
Aubervilliers, que está a dos kilómetros de casa. Suelo ir a su
encuentro para ayudarla a llevar las bolsas. Es ella quien
programa nuestras vacaciones, gestiona las agencias, vigila
nuestra
escolaridad y cumplimenta los papeles administrativos.
Mi padre, por su parte, sale pronto por la mañana y vuelve
tarde por la tarde. Es peletero y trabaja para la gran empresa de
cuero Pourchet, en la Rue du Faubourg du Temple. No habla
mucho con nosotros. Un día me llevó al cine con mi hermano
para ver Duelo de titanes, con Burt Lancaster y Kirk Douglas,
pero eso era excepcional.

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Jean-Marie Élie Setbon DE LA KIPÁ A LA CRUZ

Soy muy introvertido. Por entonces, nunca he oído hablar


de Dios y, sin embargo, le hablo. Le llamo «mi Dios», sé que
está ahí, y puedo hablarle dentro de mí. Me gusta estar solo. En
vacaciones, prefiero pasear solo, mirar el mar, el horizonte, allí
donde no hay nada, salvo el silencio. El infinito me atrae, sobre
todo a través de los paisajes. De noche, contemplo la luna,
largamente, en silencio, y medito sobre lo que hay detrás. Al
principio, buscaba a Dios en el cielo. Mi madre se burla
amablemente de mí: «¿Qué buscas en el cielo? Jean Marc,
¡estás embobado!». Ella dice que esa atracción por el cielo se
debe a mi signo del Zodiaco, Géminis, los gemelos que vuelan.
Con frecuencia, por las tardes, miro el Sacré-Coeur desde la
ventana de mi cuarto. Sueño con vivir en un pueblecito de
montaña, con su iglesia y su cura, como en la serie Heidi que
me gusta tanto. Para mí, ese es un lugar ideal. Es raro, no es
precisamente la imagen que se hacen los judíos del paraíso
terrestre. Tengo el pelo largo, como muchos chicos de los años
70. Soy alegre y me río mucho. Vivo en mi pequeño mundo, un
poco aparte, pero eso no me impide tener amigos. El mejor, Y,
que está también en mi clase, vive en el piso quince de nuestra
casa. Es musulmán. Nuestra amistad es muy fuerte. Su familia
sabe que yo soy judío, pero siempre soy muy bien recibido en
su casa. Su madre es practicante y lleva el velo. Hace la
oración cinco veces al día y observa el Ramadán. Pero Y y yo
no hablamos de religión. Nos damos cuenta de que somos
diferentes y no nos gustaría enfadarnos. Durante la guerra de
Kippur, no hablamos de Israel. Lo pasamos muy bien los dos.
Él es muy fuerte en judo y yo estoy inscrito en el club de
balonmano. Por supuesto, jugamos al fútbol y hablamos de
fútbol. Por las tardes entrenamos los dos, con una botella de
Coca-cola en la mano.
En muchos aspectos, soy un niño como los demás. Me
gustan los westerns, las películas policíacas y las canciones de
moda de la radio. Colecciono sellos. Pero la única .cosa que me

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Jean-Marie Élie Setbon DE LA KIPÁ A LA CRUZ

apasiona, aparte de Dios, es el fútbol. Juego y veo, a veces


solo, los partidos por televisión. Conozco de memoria todos los
equipos. Me gustan Larqué, Rocheteau, Curkovic. Sigo la copa
del mundo y la copa de Europa. En agosto, cuando estamos de
vacaciones en la Vendée, comienza el campeonato. Espero con
impaciencia los partidos de los miércoles.
En la escuela, no voy tan bien, yeso vuelve
absolutamente loca a mi madre. Me gustan los recreos y tengo
muchos amigos, pero las notas son malas. No me gusta la
manera en que está organizada la escuela, ese modo tan
metódico de proceder, eso de que haga falta trabajar para
obtener buenas notas ... Todo eso no me parece esencial. De
hecho, no estudio más que lo que me interesa: leo los libros de
matemáticas y de física. En francés, por el contrario, soy una
nulidad.
Un día, la maestra llama a mi madre y le dice: «[ean
Marc se ríe de mí. Es inteligente pero pone cara de no entender.
Hoy ha sacado mala nota en el control de matemáticas. Le
saqué a la pizarra para la corrección, y me ha contestado bien a
todo sin vacilar». Veo que mi madre está fuera de sí. ¿Qué está
pasando con mi cabeza? Yo creo que no tenía ningún interés en
ese examen: prefería mirar por la ventana.
Al parecer, soy disléxico. Entonces, mi madre me lleva a
un ortofonista. Allí hago juegos. Es divertido, pero no creo que
me ayude mucho. Mi madre se preocupa por mí y me atiende
más que a los demás. Por eso, mis hermanos y hermanas
piensan que yo soy su preferido.

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Jean-Marie Élie Setbon DE LA KIPÁ A LA CRUZ

Lo que, por encima de todo, me gusta más de la escuela


es la fiesta de Navidad. La nieve, el abeto en la clase. Este
ambiente me parece maravilloso. Me gustaría de veras tener un
árbol en mi casa. Incluso de adulto, Navidad será siempre mi
fiesta preferida. ¿No dijo Jesús que había que hacerse niño para
entrar en su reino? Eso es lo que expresa para mí la fiesta de
Navidad. Me recuerda la importancia de la Encarnación. Dios
se ha hecho hombre, de carne y hueso, con un corazón de
hombre que llora, que sufre, que ama, que se alegra. ¿Es que no
me doy cuenta de que la Navidad es una fiesta religiosa
cristiana? Sí, claro que sí. Nos han explicado en la escuela que
los cristianos conmemoran el nacimiento de Jesús. Es así como
supe más o menos quién era Jesús.
Curiosamente, mi madre, que no celebra ninguna fiesta
judía, como ya he dicho, reúne a todos sus hermanos y
hermanas la tarde de Navidad. Es su modo de ser francesa. Se
levanta de noche para colocar nuestros regalos en el salón. En
cambio, no hay manera de poner un árbol en casa. Es
impensable: para ella, el abeto es un símbolo cristiano. Estas
reuniones de familia son siempre muy calurosas. Vienen dos
hermanos de mi madre con sus hijos, mis primos, a los que
además vemos de vez en cuando. Me traen regalos. Estoy muy
encariñado con una de mis tías, la mujer del hermano de mi
madre. Siento que me quiere, no sé por qué. Siempre me tendrá
cariño: más tarde, me apoyará cuando yo quiera partir para
Israel contra el parecer de mis padres. Mi madre tiene también
una hermana, Marie, pero no está invitada. Vive en los Estados
Unidos.
He comprendido, por algunas conversaciones de los
mayores, que se ha hecho católica y que mi madre ha renegado
de ella. Pero es un tema tabú. Todo eso me deja perplejo: ¿por
qué se celebra entonces esta fiesta cristiana y no se puede

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Jean-Marie Élie Setbon DE LA KIPÁ A LA CRUZ

pronunciar el nombre de mi tía porque se ha hecho católica?


Una tarde de Navidad, mi madre me manda a comprar el
pan a la panadería. Veo la ocasión de dar una vuelta por donde
está la iglesia. Voy tranquilamente tratando de mantener un
aire despreocupado para que nadie me pregunte qué hago.
Cuando llego ante la puerta, echo una mirada discreta al
interior. Los latidos de mi corazón se aceleran: ¡tengo tantas
ganas de entrar!
Fue en Bretaña, durante las vacaciones de verano, donde
tuvo lugar mi primer encuentro con Jesús. Tengo ocho años y,
en mi habitación, hay un crucifijo colgado en la pared. Y allí,
es inexplicable, me siento atraído por Cristo. Sin embargo, yo
no sé siquiera quién es. Por supuesto, reconozco la cruz que se
ve sobre el campanario de las iglesias, el lugar donde se reúnen
los cristianos, pero ahí no lo veo con precisión. Estoy
completamente obsesionado por este crucifijo que me atrae
como un imán. Durante el día, vuelvo a menudo a mi cuarto y
me quedo allí contemplándolo. Evidentemente, voy cuando
estoy solo, para no ser sorprendido por los demás. Sé que mi
familia no es cristiana y tengo la vaga impresión de estar
transgrediendo algo. Pero es más fuerte que yo: ante el
crucifijo me encuentro tan bien que podría quedarme allí
durante horas.
El verano siguiente, nos vamos de vacaciones a
Sablesd'Olonne. Por las carreteras de la Vendée, veo en cada
cruce inmensos calvarios, muy imponentes. Estoy subyugado.
Luego, a escondidas, después del almuerzo, mientras los demás
se echan la siesta, me voy a pasear para encontrarme con el
hombre de la cruz. Al llegar a un calvario, me paro y se hace
un vacío a mi alrededor. Me quedo plantado allí, mirando al
Cristo. Estoy completamente bajo su encanto. Le admiro, le
contemplo, le amo. A veces le hablo, pero no siempre. Luego
cuando vuelvo a la casa en que estamos, me acuesto sobre el

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Jean-Marie Élie Setbon DE LA KIPÁ A LA CRUZ

ancho muro que rodea la terraza y, con los brazos en cruz,


pienso en Jesús.
Ya en esta época, siento que Jesús me llama. Y yo le
busco.
Cuando estoy en mi casa en la Courneuve, por la noche,
espero a que todos se duerman y allí, en el silencio que tanto
me gusta, al pie de mi cama, hago la señal de la cruz,
lentamente. Me encanta hacer la señal de la cruz. Todo el día
estoy esperando esta cita. Estoy como enamorado de Cristo en
la cruz, esa cruz que se convertirá, sin embargo, en escándalo a
mis ojos cuando yo sea un judío ortodoxo. De pequeño, esta
atracción, que viene de lo más profundo de mi corazón o de mi
alma, no acierto a explicármela. No estoy en contacto con
ningún cristiano que pueda explicarme lo que significa la cruz.
Pero no me planteo preguntas aún. Me contento con vivirlo.
Me puedo pasar horas mirando un crucifijo. Lo que vivo en
presencia de Jesús en la cruz es excepcional. En ningún
momento asocio la cruz con el sufrimiento o la sangre (aunque,
objetivamente, Jesús sufre). No veo tampoco lo que la cruz
representa: lo que experimento es de otro orden. Tengo
verdaderamente la impresión de estar en contacto con una
persona. Se trata de una presencia divina, muy potente, que
perdona, que reconcilia, que da paz y que me aporta un
bienestar interior profundo. Es como si estuviera ante la puerta
del Cielo. Pero todo esto queda en secreto, guardado en mi
corazón de niño.
Guardé este secreto durante treinta años. Con el paso del
tiempo, me pregunto:«¿Por qué, Señor, me enamoré de algo
que repugna a mi pueblo, por qué?». Esa pregunta se me
planteará durante mucho tiempo. «La gracia hace fuego de
cualquier madera», dicen. Un día en que le contaba mi vida,
una amiga me citó esta réplica de Audiard: «Bienaventurados
los locos, porque dejan pasar la luz». Si es eso lo que muchos

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Jean-Marie Élie Setbon DE LA KIPÁ A LA CRUZ

piensan, a mí no me inquieta. San Pablo ha dicho: «Dios


escogió la necedad del mundo para confundir a los sabios, y
Dios escogió la flaqueza del mundo para confundir a los
fuertes» (1 Cor 1,27). Lo maravilloso es que nunca se podrá
explicar todo: habrá siempre este misterio entre nosotros y
Dios. Porque Dios es insondable, y todo lo que la inteligencia
humana puede decir de Él no es más que una gota de agua
comparada con su inmensidad. Al recordar esos momentos de
mi infancia con Cristo, comprendo mejor lo que Jesús ha
dicho: «Si no os hacéis como niños, no podréis entrar en el
reino de Dios». El niño es sencillo, sin doblez, se fía de su voz
interior. El orgullo, la ira, la razón no han apagado aún ese hilo
de voz pura.
Poco a poco, vuelvo a soñar con entrar en una iglesia.
Durante el curso vamos con la clase a la nieve, a Méaudre,
cerca de Grenoble, diez días. Me siento muy bien en ese
pueblo, con su iglesia, en las montañas. El domingo la maestra
propone ir a misa a los alumnos que lo deseen. Ardo de ganas
de ir, pero no me atrevo a levantar la mano.
Poco después, con mi familia, vamos a Estepona, cerca
de Málaga, para visitar al hermano de mi padre que vive allí.
Está casado con una católica. Es en esta ocasión, a la edad de
once años, cuando entro por primera vez en una iglesia, con mi
prima. Estoy maravillado: está llena de magníficos crucifijos.
Tengo ganas de quedarme allí sentado para admirarlo todo,
hasta los menores detalles, pero me aguanto: no quiero que
noten mi atracción. No nos quedamos más que cinco minutos.
Esto me mueve a repensarlo todo. Es tan fuerte, puro,
evidente. No es más que amor.

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Jean-Marie Élie Setbon DE LA KIPÁ A LA CRUZ

A la edad de doce años, como todo muchacho judío,


comienzo a preparar mi bar mitzvá. Es la ceremonia por la cual
un muchacho se convierte en adulto desde el punto de vista
religioso. Cuando uno ha hecho la bar mitzvá, es responsable
de cumplir los mandamientos de la Torá. Voy pues todos los
miércoles y domingos al Talmud Torá, con mi libro de hebreo
y un cuaderno. Cada clase dura cuatro horas pero, en contraste
con la escuela, eso no se me hace pesado. Allí aprendo a
descifrar el alfabeto hebreo (el alefato) y luego a leer textos de
la Biblia. Tenemos enseñanzas sobre el Génesis y los patriarcas
(Abrahán, Isaac, Jacob), sobre el Éxodo y Moisés así como
sobre la historia judía (Josué, David, la deportación a Babilonia
... ). Tenemos que conocer también el sentido de las fiestas
judías, las oraciones y la Ley.
Estas clases me interesan enormemente. Me gusta
estudiar la Biblia. En este momento de mi vida estoy colmado
por el judaísmo, no tengo necesidad de otra cosa. Cuando se
relee la historia de la conversión de san Pablo, se ve que era un
judío convencido y un fariseo feliz. Mi caso es parecido. Estas
enseñanzas suscitan también en mí muchas preguntas sobre mi
familia: ¿por qué mi madre no come kosher? ¿Por qué no
seguimos las costumbres judías? Y puesto que somos tan poco
judíos, ¿por qué no se puede pronunciar el nombre de Jesús en
nuestra casa?
En todo caso, este descubrimiento del judaísmo no
interfiere en nada con mi atracción por Cristo. Conservo en lo
más profundo de mí el deseo de empujar la puerta de una
iglesia y encontrarme dentro. Como Alicia, que pasa al otro
lado del espejo, sueño con entrar en esta otra dimensión. Poco
a poco, decido pasar a la acción. Pero eso no es cosa de poca
monta: soy consciente del riesgo que corro si me pillan. En
efecto, si mis padres descubren que me atrae Jesús, sé que
entrarán en cólera negra. No querrán escuchar ni intentar

21
Jean-Marie Élie Setbon DE LA KIPÁ A LA CRUZ

comprenderme, no percibirán absolutamente nada de la


intensidad ni de la belleza de lo que estoy viviendo. Por el
contrario, harán todo lo posible por alejarme de esta fuente de
vida que se me entrega. Mi secreto será desvelado y
ridiculizado. Será una catástrofe.
Sin embargo, estoy dispuesto a correr el riesgo y
comienzo a elaborar un plan. No es cuestión de entrar en la
iglesia que se encuentra cerca de casa. Alguien podría verme y
decírselo a mis . padres. Decido por tanto ir al Sacré-Coeur, un
domingo después de mediodía. Está suficientemente lejos de
mi casa y es lo bastante grande como para mezclarme con la
gente y pasar inadvertido.
En un domingo soleado, pues, pongo mi plan en
ejecución.
Tomo el tren en la Courneuve hasta la Gare du Nord.
Todo da vueltas en mi cabeza. Me angustia encontrarme con
alguien que me conozca y que me pregunte a dónde voy. Y al
mismo tiempo, me siento existir al fin. Estoy más contento que
nunca y consciente de estar a punto de cometer un acto capital.
Bajo en la estación de metro Barbes y pregunto a uno qué
dirección tomar para ir al Sacré-Coeur, Ya está, ya llegué.
Subo lentamente las escaleras, lleno de emoción. He esperado
tanto tiempo este momento que quiero saborearlo. Por eso, me
tomo mi tiempo, miro. Estoy más tranquilo porque hay mucha
gente. Sigo a los demás, como un turista.
Al entrar en la basílica, me sorprende en primer lugar la
oscuridad reinante. El interior me parece sombrío comparado
con el de las sinagogas. Tanto mejor, así no hay peligro de ser
visto. Me siento bien, el miedo ha desaparecido. No pienso
particularmente en Dios. Soy como un niño pequeño que
descubre, maravillado e infinitamente contento, las luces de
Navidad. Miro por todos lados, busco un crucifijo. De pronto,
tengo una rara sensación. Me siento tan bien en esta iglesia que

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Jean-Marie Élie Setbon DE LA KIPÁ A LA CRUZ

estoy como en mi casa. Sin embargo, es en la sinagoga donde


debería sentirme bien. Poco importa. Quisiera que este
momento no acabase nunca. Doy varias vueltas a la basílica.
Noto como un olor de perfume. Me gusta este olor. Soy feliz.
¡Estoy en casa, al fin en casa!
En el lado izquierdo, a lo largo de la nave, a la derecha,
descubro una Virgen con el niño. Me siento atraído. Ignoro
quién es ella exactamente, pero sé que tiene relación con Jesús.
Luego, voy a sentarme y le miro a Él, en la cúpula, en la cruz.
Ya no pienso más en nada, quiero solamente estar en su
compañía. Yo no le conozco, pero Él me conoce. No quiero
irme. Finalmente, debo decidirme a dejar el Sacré-Coeur, pero
lo vivo como un desgarro. Le pregunto a Dios: «¿Por qué
tantos desgarramientos?». Pero al mismo tiempo, estoy lleno de
una alegría interior profunda. «Busco una sola cosa, habitar en
la casa del Señor», como dice el salmo. Antes de salir, doy una
vuelta por la tienda, miro las revistas y sobre todo los
crucifijos. Me gustaría mucho comprar uno para llevarlo al
cuello, pero no tengo dinero.
Al dirigirme a mi casa, tomo la decisión de volver
regularmente al Sacré- Coeur. Así, a lo largo de toda la
semana, en la escuela, pienso en mi cita del domingo.
Esperando ese momento, cada noche, cuando toda la casa está
dormida, me levanto y me pongo de rodillas al pie de mi cama.
Hago la señal de la cruz, me imagino a Cristo y le digo que le
amo. Es sin duda el mejor momento del día. Cada vez más,
siento la necesidad de hablar de todo esto con alguien.
Entonces decido escribir a una chica de mi clase, porque sé que
es católica. Su madre tiene la librería donde voy a comprar los
periódicos para mi padre, al lado de la iglesia. Garabateo estas
palabras en un papel: «Amo a Cristo, Jesús. ¿Puedes
ayudarme?», y lo deposito en su buzón de correo. Algunos días
más tarde, como ella no me ha contestado, voy a verla en el
patio de la escuela.

23
Jean-Marie Élie Setbon DE LA KIPÁ A LA CRUZ

-¿Has recibido lo que te escribí?


-Sí.
-¿Por qué no me has contestado?
-Porque no veo qué puedo hacer para ayudarte ...
En adelante, vuelvo al Sacré-Coeur una vez al mes. Me
paseo, me siento, miro con toda mi alma. Cada vez, la misma
sensación de bienestar me invade. Un día, me acerco a una
religiosa para hablarle. Pero en el último momento, renuncio,
no me atrevo. Otra vez, hago el Via Crucis de rodillas. En cada
estación, miro las imágenes, cautivado.
Estamos en diciembre y pronto cumpliré doce años. En
pocos meses haré la bar mitzvá. Es domingo, y una vez más,
llego a la basílica del Sacré-Coeur, Me siento, en las primeras
filas, como es mi costumbre. De repente, el órgano comienza a
sonar. No me atrevo a moverme. Oigo campanillas: es que
comienza la misa. No sé bien qué va a pasar, pero sigo allí.
Oigo las lecturas que me son familiares: el Antiguo
Testamento, el salmo. En cierto momento, la gente que me
rodea, hombres y mujeres de todas las edades, niños, se
levantan y se acercan al altar, y se ponen de rodillas a lo largo
de la balaustrada que les separa del sacerdote. Luego reciben
de sus manos en la boca algo; yo ignoro lo que es.
Y ahí, me siento interiormente empujado a levantarme y
a ponerme en la fila para ir yo también a recibir este alimento
del que desconozco totalmente su naturaleza y su sentido. Sin
embargo, me inquieto un poco porque no sé cómo hacerlo.
Tengo miedo de que el sacerdote me descubra si cometo algún
error. Veo que la gente murmura algo antes de recibir la
sagrada hostia en la boca, pero no llego a oír qué dicen.
Entonces, me coloco al final de la fila, a la derecha, y escucho
lo que dicen. Cuando me doy cuenta de que dicen «amén», me
siento aliviado. «¡Uf, no es nada complicado, es una palabra de

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Jean-Marie Élie Setbon DE LA KIPÁ A LA CRUZ

las nuestras!».
Así es como, por increíble que parezca, comulgo por
primera vez, sin saberlo, el cuerpo de Cristo. Yeso, algunos
meses antes a comprometerme en la obediencia al Dios de la
Torá y sin ningún problema de conciencia. Después de recibir
la hostia, me siento colmado de una gran alegría. Dejo la
basílica verdaderamente feliz. Sin embargo, en apariencia, no
ha pasado nada extraordinario ni milagroso. Pero ya siento en
mí el deseo de recomenzar. A partir de este momento, la
eucaristía se convierte para mí en una especie de droga. Aquí
veo una locura más de Dios. Me empuja a comulgar, cuando la
Iglesia no lo permite normalmente hasta que uno ya se ha
bautizado. ¡Qué desconcertantes son los caminos del Señor!
Por supuesto, será necesario que un día dedique tiempo para
intentar comprender por qué el Señor me llevó por este camino
y permitió que comulgara en este momento de mi vida.
Los meses pasan, en el curso de los cuales me acerco a
recibir la eucaristía regularmente. En junio, según lo previsto,
hago mi bar mitzvá. En fin, para decirlo todo, la hago sin
hacerla. En efecto, como mi padre no tiene suficiente dinero
para pagar a un rabino que vaya a la sinagoga, lea la Torá y se
haga una gran fiesta como en el caso de mi hermano, me lleva
a una sinagoga parisiense donde él conoce al rabino, y hacemos
el estricto mínimo: me pongo el chal que el hombre judío usa
para la oración de la mañana, digo la bendición sobre las
filacterias yel chal, recito la Shemá Israel: «Escucha Israel, el
Eterno es nuestro Dios, el Eterno es único», y se acabó. No
digo nada, pero no dejo de pensar que he tenido una bar mitzvá
de rebajas. Felizmente, mis padres han invitado a la familia a
casa y recibo algunos regalos: mi tío, el hermano de mi madre,
me regala un buró (que será más tarde el de mi hija Déborah) y
mi padre me regala un reloj. También recibo una máquina de
fotos y dinero. Me miman, pero me siento frustrado por la
manera en que se ha desarrollado la gran ceremonia.

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Jean-Marie Élie Setbon DE LA KIPÁ A LA CRUZ

He recibido en total ciento cincuenta francos. Pienso


inmediatamente en la tienda del Sacré-Coeur, ¡Al fin podré
comprarme un crucifijo! Me espanta pensar qué sucedería si mi
padre, mi madre, mis hermanos o mis hermanas lo
descubriesen, y sin embargo estoy decidido. No sé de dónde
me viene esta fuerza. ¿Será que soy un irresponsable? Puede
ser, ¡y qué! Bueno, pues me compré un crucifijo dorado de
cuatro centímetros. Lo llevo escondido, colgado al cuello, bajo
la camisa y lo toco durante todo el día. No me lo acabo de
creer: ¡es increíble, llevo un crucifijo! Por la noche lo disimulo
bajo la almohada. Me siento muy feliz de tener siempre a Jesús
conmigo. Pero, al mismo tiempo, vivo continuamente con el
miedo a ser descubierto. Por la mañana, al despertar, temo que
haya caído al suelo, temo olvidarlo bajo la almohada y que mi
madre lo descubra al hacer la cama.
Y lo que debía pasar pasó. Durante las vacaciones de
verano, en Vendée, me despierto una mañana y el crucifijo ha
desaparecido. Asustado, lo busco por todas partes, debajo de la
cama, debajo del colchón: nada que hacer, no lo encuentro.
Estoy aterrado. Poco después, mi hermano lo descubre y lo
lleva a mi madre. Mi corazón se dispara a cien por hora.
Presiento que el escándalo va a estallar. Escucho de lejos la
conversación:
-¡Mamá, he encontrado esto debajo de la cama de Jean
Marc!
-Déjame ver. .. Debe ser de los que estuvieron aquí antes.
¡ Uf, menos mal! En el cajón del buró que me regaló mi
tío, hay una especie de doble fondo. Escondo allí postales en
que se ve una iglesia coronada con la cruz. Más tarde, cuando
me vaya a Israel, me las llevaré conmigo para que no acaben
descubriéndolas, y allí las tiraré.
Cuando voy a misa al Sacré-Coeur, oigo la lectura del

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Jean-Marie Élie Setbon DE LA KIPÁ A LA CRUZ

Evangelio. Enseguida comprendo que se trata de un libro que


habla de la vida de Jesús. Ávido de conocer mejor a Cristo,
decido comprarme el Nuevo Testamento. Elijo un ejemplar de
bolsillo, de cubierta blanda en la que se ven unas montañas
azules y anaranjadas. Estoy contento de llevarlo conmigo.
¡Tengo la impresión de poseer un tesoro! Cuando puedo, es
decir, en el metro al ir a la escuela, me sumerjo con avidez en
los textos, como si leyera un libro de cuentos. Mi preferido es
el evangelio de san Juan. Empiezo a sabérmelo de memoria.
Tengo una lectura contemplativa: al leer, me uno a la persona
de Jesús. Pero, por el momento, no me planteo la cuestión de
poner en práctica su palabra.
A partir de quinto curso, me escolarizan en un colegio
judío que está lejos de casa. Es en este colegio donde, en
paralelo con mi descubrimiento de Jesús, aprendo a conocer
mejor el judaísmo y me apasiono por ese universo. Así es como
comienzo a rezar y a practicar la Ley judía.
¿JUDÍO O CRISTIANO?
Si mi madre me ha llevado a este colegio privado judío,
es porque mis padres temen que me convierta en un tarambana.
Tomaron esa decisión el día en que la policía llamó a nuestra
puerta. Con los compañeros de mi banda, había tirado piedras y
roto los cristales de la ventana de una casa. Fue la gota que
hizo rebosar el vaso. Mi padre me dio una buena tunda.
En este nuevo colegio, estoy contento y trabajo mejor
que antes. De hecho, paradójicamente, la atracción por el
cristianismo me lleva a interesarme más por la religión de mis
padres. Estudio la historia judía, la Biblia, el hebreo. Es todo
un mundo que se abre ante mí. Por primera vez oigo hablar de
la Shoá yeso despierta en mí un fuerte nacionalismo. Comienzo
a sentir un gran amor por Israel. Descubro mi identidad y mi
pertenencia al pueblo judío, es mi pueblo. Sé que Francia, en
gran parte, colaboró en el arresto de judíos. ¿Por qué entonces

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Jean-Marie Élie Setbon DE LA KIPÁ A LA CRUZ

se quedó mi madre en Francia? Desde entonces, a causa de la


historia de los judíos, empiezo a mirar a los no judíos como
potenciales enemigos. Así fue como acabé adhiriéndome al
sionismo religioso.
Es difícil de entender, pero la presencia divina que
percibo en el Sacré-Coeur no tiene nada que ver con el Dios
que aprendo a conocer en el colegio. Aquí invoco a Dios con
las oraciones judías. Por la noche, solo en mi cuarto, cuando
me arrodillo al pie de mi cama y hago la señal de la cruz, es
bastante más que una simple «oración»: es una relación, una
cita con alguien. El viernes y el sábado por la mañana voy a la
sinagoga. El domingo, al Sacré-Coeur. Al principio, no lo veo
como un conflicto, pero poco a poco, sí. Esta doble vida se
hace insoportable. Siento que Cristo y la Torá son
incompatibles. Entonces, a la edad de quince años, decido
manifestarlo todo y montar un escándalo.
Así es como, después de madura reflexión, voy al Sacré-
Coeur, bien decidido a abrir mi corazón a un sacerdote. Me
siento angustiado y trastornado. Pero no me volveré atrás. Al
entrar en la basílica, tengo miedo. Mi corazón late acelerado.
Tengo conciencia de haber tomado una decisión capital,
irreversible. Pero es algo más fuerte que yo, quiero convertirme
y ser sacerdote. Mido la amplitud del escándalo que va a
desencadenar esta elección y lo asumo. No tengo más que un
deseo: ser cristiano. Me siento en la nave, Le miro y Le hablo.
Luego, me armo de valor y me levanto rápido para no cambiar
de pensamiento, y me arrodillo ante un confesonario. Mi
corazón late a cien por hora. Hago la señal de la cruz y espero.
Puedo sentir los golpes de mi corazón en el pecho. Al fin, el
sacerdote se dirige a mí:
-Te escucho, hijo mío.
-Yo soy judío y quiero ser cristiano.

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Jean-Marie Élie Setbon DE LA KIPÁ A LA CRUZ

-¿¡Qu ... Qué!?


Repito con mayor firmeza, con mayor confianza: «Soy
judío y querría convertirme». Eso es, ya lo he dicho. Durante
unos segundos me siento muy feliz. Una gran paz me invade.
Pero este estado de beatitud no dura. Parece que el Señor ha
decidido que no es el momento aún de convertirme. En efecto,
el sacerdote sale del confesonario como un diablo de su caja.
Me mira con aire asustado y me dice: «[No te muevas,
espérame. Vuelvo enseguida!».
Se va hacia la derecha, en dirección a la sacristía,
dejándome plantado allí, solo. ¡Es horrible! Una viva inquietud
se apodera de mí. ¿Por qué no me ha cogido de la mano y me
ha llevado con él a la sacristía? ¿No ha comprendido el
esfuerzo sobrehumano que acabo de hacer para venir a
hablarle? La espera me parece interminable y empiezo a
pensar. Mi razón se me adelanta, y me dice que estoy a punto
de hacer una tontería enorme, que no puedo traicionar mi
identidad judía. De repente, no aguanto más: me levanto y me
voy, perturbado. ¿Habrá regresado el sacerdote? Nunca lo
sabré.
Estoy desolado. Pero a pesar de todo, continúo acudiendo
cada domingo al Sacré-Coeur, Asisto regularmente a la misa y
comulgo con el cuerpo de Cristo. En esos momentos, no pienso
en nada, me siento bien. Sigo teniendo el fuerte deseo de
convertirme, pero me digo que, para llegar a eso, será necesario
que pase muy rápido y que yo no tenga tiempo de reflexionar.
Esta doble vida va a durar hasta mis dieciocho años.

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Jean-Marie Élie Setbon DE LA KIPÁ A LA CRUZ

Entre los quince y los dieciocho años, me voy haciendo


poco a poco judío practicante. Al aplicar la Ley judía,
introduzco en mi vida cotidiana a ese Dios que siempre ha
estado en el centro de mis pensamientos. En adelante, vivo en
un universo dividido en dos partes: de un lado están los
paganos y de otro los judíos. Progresivamente, eso me lleva a
separarme del mundo. En efecto, suelo comer kosher, por
ejemplo, y no puedo comer en casa de los no-judíos. Del
mismo modo, dejo el balonmano porque los partidos son los
sábados.
En casa, estos cambios vuelven eléctrico el ambiente.
Llevo la kipá y como aparte. Tengo mi propia vajilla kosher.
Preparo por mi cuenta mi comida de shabat a base de
charcutería y patatas fritas y, el sábado, cuando mi madre
enciende la televisión, dejo la habitación y me voy a mi cuarto.
El martes y el viernes, me voy solo a la sinagoga. A mis padres
todo esto les parece mal. Un día, mi padre pega un puñetazo en
la mesa gritando: «¡No habrá un rabino en esta casa!». Mi
madre se opone también con firmeza a que me convierta en
religioso. Es fuerte para ellos. De hecho, practicando la Ley
que ellos no viven, les muestro implícitamente cómo deberían
comportarse ellos. En cierta manera, eso invierte la relación
normal, según la cual se supone que son los padres los que
tienen que enseñar a los hijos lo que conviene hacer. Además, a
menudo discuto violentamente con mi hermana mayor. Ella
sale con un «goy», un no judío. Yo la reprendo. Hablamos de
política. Ella es de extrema izquierda, hace teatro y se acerca
ideológicamente a los movimientos pro palestinos. Eso me
vuelve loco. No acepto que vaya contra el pueblo judío.
Imagine el lector el ambiente.
Poco a poco he ido poniendo también distancia con mis
compañeros, incluso con y, mi mejor amigo. El verano de mis
quince años, cuando aún no llevaba la kipá ni comía kosher,

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Jean-Marie Élie Setbon DE LA KIPÁ A LA CRUZ

fuimos juntos de vacaciones a Argelia. Tomamos el tren hasta


Marsella, y luego el barco. Nos acogió su hermana mayor, que
vive en Argelia. Un día, viendo la televisión en su casa, caímos
por azar en un programa sobre el islam. Un francés explicaba
por qué se había hecho musulmán. Ese testimonio me afectó
mucho. Tanto que acabé leyendo el Corán, de la A a la Z,
mucho antes de leer toda la Biblia, de la que por entonces solo
conocía pasajes. Al verano siguiente, estuvimos también juntos
en Ibiza, acompañados por nuestros hermanos mayores. Pero a
pesar de todo, nos fuimos alejando. Yo he comenzado a llevar
la kipá, a no salir los viernes por la tarde ni el sábado porque
hacía shabat, a no comer en su casa porque comía kosher. La
Ley judía me ha separado de él. Pero también a él le sentó mal
que me convirtiera en judío religioso. Lo comprendo, es
natural: tenemos la tendencia a relacionarnos con las personas
que comparten nuestros mismos valores. En el colegio judío,
hice nuevos amigos que tienen los mismos intereses que yo.
Sin embargo, pensándolo bien, me digo que tendríamos que
aprender a querer a cada uno tal como es, y no como nos
gustaría que fuese. En todo caso, eso es lo que nos pide Jesús.
Nos enseña a querer a todos, incluso a los que no comparten
nuestras ideas. Nos pide incluso ir más lejos y amar a nuestros
enemigos. San Pablo dirá: «Bendecid a los que os persiguen»
(Ro 12, 14).
Me siento en todas partes como un pelo en la sopa. Vivo
como en un monasterio interior en medio de los demás. No es
que no me gusten ya las relaciones humanas, pero percibo que
no tengo los mismos centros de interés que los demás. Mis
antiguos compañeros me hacen reproches: «[Ya no se puede
hablar de fútbol contigo!». En efecto, me gusta el fútbol, pero
no es ya mi primera pasión. Lo que me interesa es la Biblia,
Israel, mi relación con Dios. No es algo que yo haya decidido,
ha surgido así sin más. Yo solamente he dicho sí a mi pasión
por Jesús. Mi sueño es estar con Cristo. Es exactamente como

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Jean-Marie Élie Setbon DE LA KIPÁ A LA CRUZ

en una gran historia de amor. No se piensa más que en la


persona de la que se está enamorado y se olvida a los amigos y
a la familia. Y si la familia se opone a este amor y se debe
elegir, se elije a quien se ama. Lo único que le digo a Jesús es
que le amo. Es una relación exclusiva de un amante con su
amado. Como en el Cantar de los cantares. De pronto, no me
tienta ir a una sala de fiestas a flirtear con las chicas, como
hacen mis compañeros y mi hermano. Las chicas ... eso ya
vendrá más tarde.
¿Soy quizá un místico precoz? No lo sé. Descubro que
Dios me ama y que yo le amo. Por el momento es una relación
bilateral. Más tarde comprenderé que Dios me ama también a
través de los demás. Cuando Dios se dirige a Saulo, le
pregunta: «¿Por qué me persigues?». Sin embargo, Saulo no
perseguía a Jesús directamente, perseguía a los cristianos. Pero
cuando se persigue a un hijo de Dios, es a Dios a quien se
ataca. Dios ha querido necesitarnos para expresar su amor. Lo
que haces a cada uno, es a mí a quien lo haces, dice. Pero en
esta época, no había entendido aún eso.
De un lado está Jesús, y del otro, Israel. En el colegio,
participo en un concurso bíblico. El primer premio es un viaje a
Israel. Estoy tan motivado que gano. Sin embargo, mis padres
se niegan a que vaya. Mi madre pone como pretexto que allí
hay guerra y es demasiado peligroso. No comprendo que ella
me impida realizar este sueño. Estoy triste.
A los dieciocho años, se termina mi escolaridad. Lo he
pensado bien: si estoy hasta ese punto atraído por Dios, más
vale buscarlo en mi propia religión. No quiero seguir una
formación rabínica en Francia. Quiero ir a la misma fuente, a
Tierra Santa. Decido marchar a Israel. Al principio, mi madre
no aprueba en absoluto mi plan. Sin embargo, contra lo que
cabría esperar, acaba por aceptar: ¿ha entendido quizá la
llamada sionista? Quizá está aliviada porque me voy de casa,

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Jean-Marie Élie Setbon DE LA KIPÁ A LA CRUZ

donde mi compromiso religioso genera tantas complicaciones.


Como quiera que sea, es ella la que me regala el billete de
avión y arregla los gastos del primer año de mi estancia allí.
Es así como sacrifico por Israel el amor de Cristo.
Permaneceré allí ocho años. Al terminar el primero, solicito la
nacionalidad israelí. Rechazo Francia. Israel es el país de
nosotros, los judíos. Estoy en plena búsqueda de mi identidad.
Decididamente, no comprendo cómo mi madre se ha quedado
en Francia después de la guerra de 1940-45. Para mí, los
franceses eran colaboracionistas. Será mucho más tarde cuando
descubra que muchos cristianos y sacerdotes franceses salvaron
a judíos, y también franceses y francesas, sin ser cristianos.
ISRAELÍ Y RABINO
Ya estoy en el avión rumbo a Israel. Corre el año 1982, y
he cumplido ya dieciocho. Parto con un programa sionista,
Bnei-Akiva, que comprende tres años: un primer año en un
kibbutz, un segundo en una yeshiva y el tercero en el ejército.
Somos toda una banda de amigos y amigas del colegio y nos
unimos a chicos y chicas judíos que vienen de Marsella, de
Lyon y de Bélgica. A nuestra llegada, pasamos un mes en el
Ulpán, en un pueblo que se llama Hadera, en el distrito de
Haifa. El Ulpán es un programa del Ministerio de Educación,
que funciona desde la fundación del Estado de Israel, y que se
destina a los nuevos inmigrantes, e incluso a los turistas judíos.
Aprendemos rudimentos de hebreo, rezamos nuestras
oraciones. Se nos pasea por todo Israel para que conozcamos el
país. En el curso del primer mes, me hago con nuevos amigos
que vienen de todos los países y flirteo con una judía inglesa.
Sí, también en Israel son muy apreciadas las inglesitas.
Luego partimos para el kibbutz. El nuestro está en pleno
campo, cerca de la frontera jordana. Tampoco está lejos del
Jordán, donde Jesús fue bautizado, pero eso, por supuesto, yo
no lo sé todavía. A lo lejos se ven las montañas de Moab,

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Jean-Marie Élie Setbon DE LA KIPÁ A LA CRUZ

descritas en la Biblia. Somos una treintena de jóvenes, quince


chicos y catorce chicas, y compartimos la vida de las familias.
Llevamos una vida bastante espartana, pero muy libre, alegre y
divertida. Nos coordinan dos monitores, un hombre y una
mujer, encargados de nuestras actividades y nuestra formación.
Las mañanas se dedican al estudio del hebreo, de la filosofía
judía, de la Biblia y del Talmud. Rezamos nuestras oraciones.
A veces salimos de excursión. El resto del tiempo trabajo la
tierra, y allí, en los campos, se vuelve a despertar mi lado
solitario y contemplativo. Debemos instalar gruesas tuberías de
riego a lo largo de los sembrados de zanahorias. Me gusta este
trabajo al aire libre porque me permite contemplar a Dios en
estos paisajes increíbles. A veces me detengo en medio del
trabajo, sobre el tractor, y respiro a pleno pulmón mirando a mi
alrededor. Soy feliz como un niño. Regularmente, los demás
me interpelan: «Élie, Élie, ¿qué haces?». Sí, Élie, porque al
llegar a Israel, he elegido un nombre judío. He terminado con
jean Marc. Al atardecer, continúa nuestra formación. Nos
hacen leer o ver en la televisión las noticias israelíes, aunque en
los primeros tiempos no entendemos nada. El objetivo es
justamente familiarizarnos con la lengua, y efectivamente
aprendo hebreo muy rápidamente. Después charlamos de temas
religiosos o políticos. No estamos siempre de acuerdo. Por
ejemplo, algunos piensan que tendríamos que devolver los
territorios, y otros que no. Entre nosotros hay jóvenes de
izquierda y de derecha, una buena mezcla. En lo que me
concierne, me identifico con el partido sionista de derecha, el
Mav Dal.
En e! seno de! kibbutz, tenemos cada uno una familia
adoptiva a la que podemos dirigirnos si necesitamos algo. La
mujer de la pareja que me acoge es de origen francés; e!
hombre viene de Rumanía. Voy de vez en cuando a tomar café
con ellos, o a compartir su comida en el comedor. Para la fiesta
de Purim, muy movida, que conmemora la salvación milagrosa

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Jean-Marie Élie Setbon DE LA KIPÁ A LA CRUZ

de los judíos cuando estaban deportados en Persia, episodio


narrado en el libro de Esther, me disfrazo y bebo con e!
marido. Pero es con mis compañeros con quienes paso la
mayor parte del tiempo. Nos unen lazos de amistad fraternal.
En el trabajo y durante las horas de estudio, chicos y chicas
están juntos. Aunque nos alojamos en edificios separados, por
la noche, hacemos batallas de agua con las chicas o
embadurnamos su dormitorio de dentífrico. El ambiente es
propio de colegiales. Disponemos de grandes espacios y de
tiempo libre. Tengo una amiguita, D, con la que me querría
casar. Compartimos las mismas ideas políticas y nos gustamos.
¿Yqué pasa con Cristo, piensas en Él? Estando rodeado
de judíos, no pienso en eso. Pero, como una pasión amorosa
que se pretende olvidar y que se despierta a la vuelta de la
esquina, en cuanto algo la evoca de cerca o de lejos, vuelvo a
pensar en Jesús cuando vamos en peregrinación a Jerusalén. Mi
atracción por Él permanece intacta. Estoy como imantado pero
trato de resistir. Es una sensación curiosa. Durante este año en
el kibbutz, nos paseamos mucho por el norte de Israel y, cada
vez tengo más ganas de entrar en los pueblos árabes de Galilea,
porque sé que allí encontraré cristianos.
Soy tan feliz en e! kibbutz que planeo incluso pasar allí el
resto de mi vida. Me gusta esta vida comunitaria que me libera
de toda preocupación material. Sin embargo, mi objetivo es
aprender mucho y dedicarme a enseñar. Por eso voy a ir a una
yeshiva, un centro de estudios de la Torá y de! Talmud,
mientras que algunos de mis amigos van a participar en
trabajos de interés público en ciudades de desarrollo.
Así es como, al cabo de un año, vuelvo a hacer el
equipaje para instalarme esta vez en las afueras de Hebrón, en
Cisjordania, donde se encuentra la yeshiva sionista religiosa de
Kiryat Arba.
Uno de los primeros días, decido salir solo del yichuv, el

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Jean-Marie Élie Setbon DE LA KIPÁ A LA CRUZ

asentamiento judío, para ir a la tumba de los patriarcas,


Abrahán, Isaac y Jacob, que se encuentra en la ciudad de
Hebrón. Disfruto de este paseo. A mi vuelta, para mi gran
sorpresa, me llaman seriamente al orden. Me hacen
comprender que he corrido un gran peligro por ir solo, con mi
kipá, a la ciudad de Hebrón atestada de árabes. Fui con total
inocencia, no tenía la menor idea del peligro. En lo sucesivo,
cuando vamos a Hebrón, lo hacemos siempre acompañados por
hombres armados. Veo a los musulmanes en las calles, pero no
tengo ningún contacto con ellos. Los Palestinos, para mí son
solo una noción. Durante este primer año en la yeshiva, oigo
los aviones que nos sobrevuelan, oigo también hablar de la
guerra del Líbano, pero no me intereso verdaderamente. El
estudio de la Torá me absorbe completamente. En todo caso,
no he roto con mi amiga D, seguimos estando «juntos», como
suele decirse. Nos vemos cuando podemos, nos llamamos por
teléfono.
El ambiente en la yeshiva no es en absoluto el del
kibbutz. En efecto, la relación con los demás estudiantes,
jóvenes y menos jóvenes, pasa únicamente por el estudio de la
Torá. La atmósfera es, a pesar de todo, muy afectuosa. El
responsable de la yeshiva, de origen americano, es muy
acogedor. Regularmente, vamos a comer con familias israelíes
del asentamiento y me impresiona la ayuda mutua que reina
entre ellas. El espíritu de solidaridad es fuerte. Francia me
parece ya muy lejana. Con mis compañeros, no suelo hablar de
eso. Implícitamente, todos hemos optado por instalarnos en
Israel.
EN LA ESCUELA DE LOS PARACAS
Como ya dije, al terminar mi estancia en el kibbutz,
solicité la nacionalidad israelí. Después de un año en la
yeshiva, es el momento de cumplir con mis obligaciones
cívicas. Vaya hacer el servicio militar, en los paracaidistas,

36
Jean-Marie Élie Setbon DE LA KIPÁ A LA CRUZ

como soldado raso. y allí, perdonadme la expresión, es como


estar en galeras. Me doy cuenta de que hasta aquí he vivido en
un capullo de seda.
Comenzamos por seis meses de instrucción. Se nos
enfrenta a todo tipo de situaciones, más comprometidas unas
que otras. Se duerme por la noche en el suelo bajo la lluvia. Se
marcha sin detenerse desde las seis de la tarde a las seis de la
mañana. Nos despiertan en plena noche para salir a correr y, a
la vuelta, nos duchamos a oscuras. Se aprende a correr por la
arena cargados con el equipo. Los oficiales corren con
nosotros, incluso van por delante, y nos enseñan a desarrollar
una voluntad increíble. Gracias a ellos, descubro los recursos
psicológicos insospechados que soy capaz de desplegar, hasta
tal punto que, durante largos meses, ni una sola vez temo no
estar a la altura. De hecho, lo único de lo que tengo miedo es
de no comprender las órdenes, porque los oficiales hablan a
toda velocidad y el hebreo no es mi lengua nativa. Este
entrenamiento forja la voluntad y consolida las amistades. Por
primera vez, conozco a israelíes no religiosos. Ante las
dificultades, somos un solo cuerpo.
Al terminar la instrucción, en el mes de diciembre, nos
envían a Belén para vigilar la misa de medianoche. En esta
época, Belén está bajo la autoridad de Israel que debe, en
consecuencia, garantizar la seguridad. Llegamos tres días antes
para registrar el zoco. Detenemos algunos árabes. No es
precisamente el ambiente de Navidad que he conocido en mi
infancia. Pero al ver Belén, con sus adornos navideños, me
quedo maravillado, en éxtasis, y empiezo a sentir de nuevo el
deseo de ser cristiano. Durante la misa, estamos apostados en
los tejados, con los uniformes de combate del Tsahal, con las
armas a punto. Y yo, en el corazón de la noche, observo allá
abajo la basílica donde se celebra la misa de Navidad. Me
cuesta mucho concentrarme en mi misión. Solo tengo un deseo:
dejar el fusil y encontrarme con todos estos cristianos, vivir

37
Jean-Marie Élie Setbon DE LA KIPÁ A LA CRUZ

con ellos la misa de Navidad. Soy consciente de que este deseo


no es nada razonable, ¡pero es tan fuerte y tan difícil de vencer!
Al día siguiente por la tarde, al volver a la base, estoy
aún trastornado por las fuertes emociones que me han asaltado
en Belén. Sin embargo, el contexto es aquí muy diferente y me
pongo rápidamente a pensar en otra cosa. Ahora que ha
terminado la instrucción, las relaciones con los oficiales
comienzan a cambiar. ¡Nos pisan mucho menos los pies! De
hecho, su autoridad se hace casi paternal y se establecen
verdaderas relaciones humanas. Por otra parte, discutiendo con
mi sargento, he sabido que es hermano de la joven inglesa con
la que salí en el Ulpán, hace dos años. ¡Qué coincidencia!
Nos queda ahora seguir tres meses de entrenamiento
intensivo para prepararnos a la guerra. Estamos en 1984, el
Líbano nos espera. Nos entrenamos bajo fuego real en un
escenario de guerra simulado, con frecuencia en plena noche,
para mayor dificultad. Soldados israelíes están desplegados por
todas partes, delante y detrás. Los maniquíes que representan al
enemigo y sobre los que tenemos que disparar quedan en
medio. Se pone interés en comprender bien las órdenes del jefe
para no matar a un compañero. Un entrenamiento
particularmente riguroso va a marcarme durante largo tiempo.
Pasamos toda una noche en la meseta del Golán, al norte de
Israel, en la frontera siria, esperando la orden de atacar. Hiela,
y nos turnamos para dormir. Finalmente, el ejercicio militar no
comenzará hasta la mañana siguiente.
En el curso de estos largos meses pasados en el ejército,
llevo siempre la kipá debajo del casco. El ejército nos deja
tiempo para rezar y, en general, se nos da permiso para el
shabat. Cuando estamos de guardia ese día, no tenemos
entrenamiento. En cambio, debemos llevar las armas, aunque el
día de shabat no se deba transportar nada. Tenemos también
una comida especial de shabat. En Israel, es un día aparte,

38
Jean-Marie Élie Setbon DE LA KIPÁ A LA CRUZ

incluso para los que no son religiosos.


Llega la primavera. Según lo previsto, partimos en
camión militar para el norte de Israel, la región de la Galilea
histórica, muy cerca de las fronteras libanesa y siria (que es aún
hoy el objetivo normal de los cohetes de Hezbolá). Otro
camión nos lleva a un campamento situado en la frontera.
Cuanto más nos acercamos, más siento cómo crece y me
invade la angustia. No me siento bien. Estoy tomando
realmente conciencia de que voy a la guerra, que quizá voy a
matar hombres o a morir. Imágenes de mi familia vienen a mi
memoria. ¿Es que lamento algo? No, verdaderamente nada. Ni
siquiera rezo. Siento de pronto en mí una gran determinación.
Hay que ir, y voy.
Estaré dos meses en el Líbano. Dos meses que
transcurren finalmente bastante bien. Buscamos terroristas y
tomamos al asalto casas de pastores en los campos. Gracias a
Dios, no hemos necesitado disparar. Por lo demás, al llegar a
los pueblos del sur del Líbano, somos recibidos como héroes.
La población nos aplaude. Como estamos buscando armas
escondidas en las casas, entramos en viviendas de familias
cristianas que nos ofrecen té. Y allí, es increíble, ver sus iconos
me golpea. Tengo unas ganas enormes de hablar con los
habitantes para compartir con ellos mi atracción por Cristo.
Pero es imposible, porque no tengo derecho a abrir la boca.
Solo habla el coronel.
El 10 de junio de 1985, el día de mi cumpleaños, dejamos
el Líbano. Pero, mientras estamos acuartelados en el norte, la
situación se crispa. Han penetrado terroristas en Israel.
Partimos para tenderles una emboscada. En el camión al que
subimos la radio está encendida y podemos oír el bombardeo
de los tanques. Esta vez me pongo a rezar. Nunca me he
sentido tan cerca de la muerte. Me vienen recuerdos de la
infancia y rezo con todas mis fuerzas. Cuando bajamos del

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Jean-Marie Élie Setbon DE LA KIPÁ A LA CRUZ

camión, al ver al coronel marchar delante de nosotros, ya no


pienso en nada, le sigo. Ya no tengo miedo. Ver a un oficial
abrir la marcha da confianza, da alas. Tendemos la emboscada
durante la noche. Por turnos, con gemelos de infrarrojos,
barremos el terreno con la mirada intentando descubrir a los
terroristas. Esa misma noche serán capturados por un grupo
distinto del nuestro.
Al terminar el año de mi servicio militar, mis oficiales
me proponen firmar para hacerme profesional y ascender.
Nunca había pensado mi porvenir de esta forma, pero no digo
que no enseguida. Me tomo un tiempo de reflexión y repaso los
momentos intensos vividos en el ejército. Nunca olvidaré estos
meses, sobre todo por las relaciones tan fuertes que anudé. He
aprendido aquí que, en las circunstancias extremas, ya no hay
conflictos religiosos o políticos. Todo lo que separa a los seres
humanos desaparece. Cada persona es importante. Nos
sostenemos unos a otros. No olvidaré jamás lo que pasó en un
campo minado en el Líbano. Un soldado de mi escuadrón que
marchaba delante pisó una mina. Enseguida el médico se metió
en el campo para socorrerle, sin pensar ni un segundo en el
peligro al que se exponía. Me quedé estupefacto. Un hombre se
precipita para salvar a otro despreciando completamente su
propia vida. El ser humano es capaz también de eso. Me lo
enseñaron estos meses de guerra.
Antes de volver a la yeshiva decidí tomar unas semanas
de vacaciones. Pero no tengo ningunas ganas de volver a
Francia. Conforme pasa el tiempo, me parece que ya no tengo
nada que hacer allí. Mi hermano pequeño acaba de venir a
visitarme. ¡Qué alegría verle después de todo este tiempo!
Viajamos desde Tiberiades hasta Eilat. Luego, como no tengo
casa ni familia, me vuelvo al kibbutz con él. Trabajamos allí
algún tiempo y luego nos vamos a la costa, a Tel-Aviv. Es de
veras agradable, después de un año en el ejército, volver a
vestirse con un short y una camiseta.

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Jean-Marie Élie Setbon DE LA KIPÁ A LA CRUZ

Durante todo este año, mi amiga D ha vivido en Jerusalén


para aprender el japonés. Cuando se fue mi hermano, nos
hemos vuelto a ver. Poco después decidió irse a vivir en «los
territorios» porque los alquileres allí son más baratos.
Seguiremos en contacto telefónico durante un año. Pero en el
momento en que voy a entrar en el mundo religioso
ultraortodoxo, nuestra historia se acaba.

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Jean-Marie Élie Setbon DE LA KIPÁ A LA CRUZ

JUDÍO ULTRAORTODOXO
Al terminar mi servicio militar, finaliza el programa de
tres años. Tengo que elegir entre volver o no a Francia. A decir
verdad, mi decisión hace ya tiempo que está tomada. Me quedo
en Israel. En un primer momento, vuelvo a mi yeshiva de
sionistas religiosos, en Kiryat Arbat. Pero bien pronto me doy
cuenta que mi sitio ya no está allí. En efecto, quiero algo más
espiritual, quiero acercarme más a Dios.
Al año siguiente, en 1986, vuelvo a Francia para pasar
allí el verano. En París conozco a un dentista que se convierte
rápidamente en un amigo. Es un judío ultraortodoxo.
Charlamos mucho, y me hace descubrir esta espiritualidad. Me
lleva incluso a seguir las clases de un rabino. Estoy
verdaderamente interesado por esta nueva vía. Hasta el punto
de que, al volver a mi yeshiva, ya no estoy de acuerdo con las
ideas que allí se sostienen. Comienzo a poner en cuestión el
ideal sionista. Por otra parte, ya no hablo de Israel sino de
Heretz, que quiere decir la Tierra o la Tierra Santa, Heretz
Akodesh. Mi apariencia también cambia: ya no me visto con
vaqueros y camisas, sino con pantalón negro, camisa blanca,
chaqueta y sombrero. Llevando estas ropas diferentes, intento
marcar una ruptura para entrar en un modo de vida más
radicalmente centrado en Dios.
Sin hablar del asunto a nadie, me pongo a buscar un
kibburz o un moshav ultraortodoxo. Para eso, viajo por el país
en cuanto tengo ocasión. Mi obstinación da resultado: en el
mes de diciembre, durante las fiestas de Hanucá, acabo por
encontrar un moshav. Se trata de una colectividad donde cada
uno tiene una casa y trabaja, ya sea allí mismo -en la
agricultura, la viña o la ganadería- o en el exterior. El dinero
ganado se distribuye entre las familias según su necesidades.
Voy y hablo con el responsable. Por desgracia, me explica que
es invierno y que no hay trabajo para mí, Mi decepción no va a

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Jean-Marie Élie Setbon DE LA KIPÁ A LA CRUZ

durar, porque me indica una yeshiva ultraortodoxa en Israel, en


Bnei Brak. Me instalo allí desde principios de 1987.
Algunas precisiones sobre la diferencia entre los sionistas
religiosos y los ultraortodoxos. El movimiento sionista
religioso, fundado por Rav Kook, que venía de Rusia, quería
crear un Estado judío religioso en Israel. Los ultraortodoxos no
eran partidarios de un Estado judío ni de la reconquista de
Israel por la fuerza. Pensaban que Dios había puesto al pueblo
judío en el exilio a causa de sus pecados, y que les devolvería a
la Tierra Santa con el Mesías. Se oponían a utilizar la violencia
para conquistar los territorios. En su origen, no deseaban
implicarse en la sociedad, ni en la vida política, ni en el
ejército. Hoy, sin embargo, tienen dos partidos en la Knesset -
«La bandera de la Torá», para los ultraortodoxos asquenazíes y
el «Shass», para los ultraortodoxos sefardíes- no tanto para
mezclarse en los asuntos del Estado como para defender su
especificidad. Tienen, en efecto, un estatuto aparte y viven en
autarquía. Su modo de vida es bastante radical: no se dedican
más que a Dios. No tienen televisión.
En Bnei Brak, vivimos como monjes. Soy interno y
estudio toda la jornada. Entre los judíos el estudio es un fin en
sí mismo. Se estudia para estudiar, porque estudiando se
santifica y se protege al pueblo hebreo, y a través de él, se
salva y se protege el mundo. La jornada comienza a las siete
con las oraciones. Luego, empezamos a estudiar hasta la tarde.
Por la mañana, el estudio se divide en tres tiempos. Primero
nos ponemos de dos en dos, uno frente a otro, y se estudia un
tema a través de un texto del Talmud. A continuación el rabino
da su clase. Es una clase magistral, pero si uno de nosotros no
está de acuerdo, puede contradecirle, interrumpirle en plena
conferencia y provocar una discusión (algo impensable en la
mentalidad francesa). A este propósito, hay un adagio judío
que dice: «He aprendido de mis maestros, mucho de mis
amigos, y todavía más de mis alumnos». Al final, volvemos a

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Jean-Marie Élie Setbon DE LA KIPÁ A LA CRUZ

sentarnos de dos en dos y examinamos de nuevo el texto


confrontándolo con lo que ha dicho el rabino. De esta manera,
lo revisamos y nos lo aprendemos. La primera hora de la tarde
es más relajada: leemos el Talmud, solos o de dos en dos,
rápidamente. Al atardecer, finalmente, estudiamos el libro de
un gran autor, como Maimónides o Nahmanides.
Aquí, profundizando en el Talmud, voy a hacer un
descubrimiento espantoso que va a torturarme interiormente
durante años, incluso después de mi bautismo. Me doy cuenta
de que en varios pasajes del Talmud, se trata de Jesús. Cada
vez, mi corazón se pone a latir más fuerte y mi atención se
crispa. Y allí, es asombroso: Jesús, mi Amado, a quien me
dirijo en secreto desde mi infancia, a ese Jesús ... le llama
blasfemo. Peor aún, descubro que está prohibido pronunciar su
nombre. El Talmud es la enseñanza de los sabios de Israel, y
los sabios de Israel tienen una autoridad absoluta; ¿cómo puedo
poner en duda lo que está escrito? ¡No tengo ese derecho!
Imaginad la violencia del combate interior que se opera en mí.
Y la cosa no para ahí: veo que la historia de Jesús y de María,
tal como la presenta el Talmud, no tiene nada que ver con la
historia contada en los Evangelios y que yo he leído en la
adolescencia. y no se trata solo de una divergencia de puntos de
vista. Es claro que uno de los dos miente en su modo de contar
los hechos.
Desde la yeshiva, veo la iglesia de Jaffa, que está
coronada por un crucifijo. Y en cuanto veo una cruz, no hay
nada que hacer, eso recomienza. Estoy literalmente cautivado.
Y sin embargo, lucho. Trato de resistir con todas mis fuerzas,
de razonar. Me repito que este deseo es impuro y que 10
suscita el demonio para hacerme caer. Pero esta atracción por
la cruz es más fuerte que yo. Sufro, estoy atormentado por la
culpa y los remordimientos.
Para los judíos religiosos, Jesús es el «diablo». Por eso

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Jean-Marie Élie Setbon DE LA KIPÁ A LA CRUZ

soy bastante escéptico en cuanto a la sinceridad del diálogo


judeocristiano tal como se practica (aunque en el fondo pueda
ser bastante rico). En todo caso, puedo decir que en esta época
en que soy judío ortodoxo, perdonadme la expresión, no tengo
nada que hablar con los cristianos. Es cierto que es mejor
dialogar que pegarse. Pero si se habla sin mencionar 10 que
enfada, eso no sirve para nada. En el diálogo cada uno,
cristiano o judío, debe asumir 10 que cree y no disimularlo para
complacer al otro. Si los cristianos tienen miedo de hablar de
Jesús, no hay diálogo. Cada parte debe respetar a la otra tal
como es y lo que cree, pero sin avergonzarse de hablar de lo
que vive. Pero ya hablaré de eso en otro libro.
Aunque entré en los ultraortodoxos para acercarme más a
Dios, en realidad estábamos tan absortos en el estudio que
perdí la relación espontánea que mantenía con Él. Solo cuando
salgo a la calle me pongo a hablarle. El estudio es bueno, pero
hay que considerarlo como lo hacía santo Tomás de Aquino:
cada vez que tropezaba con un problema teológico, se iba a
visitar al Santísimo Sacramento, dejaba de pensar, se ponía en
la presencia real de Dios y le pedía que le explicase 10 que no
comprendía. Al final de su vida, santo Tomás vivió una fuerte
experiencia mística en la que Jesús le dijo: «Has hablado bien
de mí, Tomás». Pero santo Tomás decía luego que, comparado
con esta experiencia directa que había tenido de Dios, todo lo
que había escrito, su Suma teológica, no era más que paja. Los
estudios no tienen otro fin que conducirnos a Dios, a conocerle
mejor para amarle mejor y amar mejor a sus criaturas.
Por otra parte, las oraciones judías están tan codificadas
que no hay lugar para la oración espontánea -salvo intercalada
en las diecinueve bendiciones, la oración central de la liturgia
judía-o Aunque las Escrituras judías rebosan de textos que
hablan de meditación, en realidad se practica muy poco. De
todos modos, la meditación no es por sí misma oración, no es
diálogo interior con Dios. En la oración, nuestra alma se dirige

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Jean-Marie Élie Setbon DE LA KIPÁ A LA CRUZ

a Él libremente y Él nos habla (aunque no siempre de modo


explícito). Lo que se llama oración en el mundo católico no
existe en el mundo judío. No hay relación filial, nada de
corazón a corazón con Dios. Un judío no podría decir lo que un
campesino al Cura de Ars a propósito de su oración: «Yo le
miro y él me mira». Conozco una excepción, los judíos
Breslev, que salen al bosque a media noche para hablar con
Dios. Pero los Breslev están marginados, aunque su fundador,
el rabino Nahman (1772-1810), es apreciado.
A la edad de 23 años, al acercarse el final de mis
estudios, comienzo a sentir el deseo de fundar una familia. Hay
que saber que, en el judaísmo, el hombre no puede santificarse
sin el matrimonio. Es la única vocación religiosa posible. El
matrimonio, fundado sobre la Ley dada por Dios a Moisés, está
regulado en sus detalles. En un primer momento, el rabino
organiza un sidur para poner en relación a dos jóvenes que
quieran casarse (antes ellos le han dado algunos criterios de
preselección). El encuentro tiene sus reglas: no se tiene derecho
a encontrarse a solas ni a tocarse, ni siquiera un apretón de
manos. Así, uno de los rabinos de mi yeshiva, con quien me
entiendo, toma contacto con el director de un seminario de
muchachas ultraortodoxas y, poco tiempo después, me invitan
a un apartamento de un matrimonio de Jerusalén, donde me
espera la chica. Nos sentamos en el salón para charlar, mientras
la pareja está en la habitación de al lado. Hablamos de nuestros
estudios, de nuestros proyectos de familia, de nuestras
motivaciones. Todo eso es muy interesante, pero ella no me
atrae. Es demasiado pequeña, un poco regordeta, en fin, ¡no es
mi tipo! Nos decimos hasta la vista y hago un informe a mi
rabino. Él se pone a buscar otra muchacha y organiza un
segundo encuentro. Desgraciadamente, esta vez soy yo el que
no gusta a la chica.
Durante los dos años -o casi- que he pasado en la yeshiva
ultraortodoxa, he conseguido escapar al mes anual de servicio

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Jean-Marie Élie Setbon DE LA KIPÁ A LA CRUZ

militar obligatorio en Israel, el miluim. Sin embargo, eso no ha


durado, las autoridades militares acabaron por descubrirme. Es
una de las razones por las que mi rabino decidió enviarme a
Francia. En efecto, los ultraortodoxos no quieren servir en el
ejército. Consideran que el estudio de la Torá, al que dedican
su vida, protege a los militares. Es el principio del reparto de
tareas. En 1948 hubo un acuerdo a este respecto entre el gran
rabino ultraortodoxo, Hazon Ich, y el primer ministro Ben
Gurión, que vuelve a discutirse en nuestros días.
Estamos en 1989. He terminado cinco años de formación
a tiempo completo, sin contar la de mi año en el kibbutz. Está
previsto que continúe mi formación rabínica en Francia,
durante un año aún, en Aix-les-Bains, Al salir de Israel, no
tengo ningún diploma universitario (pues la yeshiva no es una
universidad) pero llevo un certificado firmado por tres rabinos.
En el judaísmo, la autoridad de un tribunal se reconoce cuando
está formado por tres personas. Un diploma otorgado por tres
rabinos ultraortodoxos es en consecuencia jurídicamente
válido. Este certificado me permite ser rabino. En efecto, en
Francia, para ejercer esta función es necesario un diploma del
Consistorio y el Estado francés, o una certificación obtenida de
los ultraortodoxos o los lubavitchs, cuya enseñanza se
considera porque es muy rigurosa y profunda. Puedo
igualmente enseñar en los centros del Consistorio, así como en
las comunidades ultraortodoxas y lubavitchs. Los judíos
reformistas, los liberales y los mizrahi tienen otros centros.
DE VUELTA EN FRANCIA CON BARBA Y
SOMBRERO
¡Qué decepción! Proyectaba pasar toda la vida en Israel,
y aquí estoy embarcado a mi pesar en un avión con destino a
París. Con todo, intento ver el lado bueno de las cosas. Estoy
contento de tener en el bolsillo este certificado que valida la
primera parte de mi formación rabínica. Gracias a él, voy por

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Jean-Marie Élie Setbon DE LA KIPÁ A LA CRUZ

fin a poder enseñar, yeso es lo que cuenta.


Al llegar a París, voy en primer lugar a casa de mis
padres. Y allí, ¡es el choque de las culturas! Imaginad: me fui
de casa vestido como un adolescente y vuelvo con sombrero,
barba, traje oscuro y camisa blanca. Si en Israel eso no llama la
atención de la gente, en la Courneuve en cambio no pasa
inadvertido. Me niego a besar a mis hermanas. En efecto, los
ultraortodoxos no besan a las mujeres, salvo a su esposa, y no
en público. Tengo la impresión de ser un extraterrestre. Explico
a mis padres que quiero ir a Aix-les-Bains, a una escuela
rabínica de fama, con el fin de proseguir mis estudios. Si ya
estaban reticentes con la idea de que fuese rabino, y rabino
ultraortodoxo además, esto cae como un mazazo. Mi hermano
mayor está alucinado. No me siento a gusto y no me quedo más
que unos días. Con el tiempo, veo que hay una forma de
integrismo laico en Francia. El laico no acepta que alguien
pueda tener otras motivaciones en su vida que las suyas. Es
verdad que tampoco yo respetaré la elección de mi hermana
cuando se case con un armenio, y ella me lo reprochará mucho,
y la comprendo. No soportaré que se case con un no judío. Mi
madre tampoco, y para justificar su oposición a este
matrimonio recordará que su suegra (la madre de mi padre) se
opuso también al matrimonio de su hijo (el tío al que fuimos a
visitar cuando yo era niño) con una católica española, antes de
aceptarlo mucho más tarde.
Al llegar a casa de mis padres, no encontré mi habitación
con vistas al Sacré- Coeur, En efecto, el bloque de
apartamentos en que viví fue demolido mientras me encontraba
en Israel, y mi familia cambió de casa. Al día siguiente, yendo
a París para dar una clase, lo veo de lejos al llegar a la Gare du
Nord. Pero lo miro como quien ve una postal. Hay una barrera
entre nosotros.
Según lo previsto, acudo a la yeshiva de Aix-les-Bains,

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Jean-Marie Élie Setbon DE LA KIPÁ A LA CRUZ

una de las principales academias talmúdicas de Francia. Allí,


vivo en un ghetto. Una vez, hacia medianoche, en la sala de
estudio, cuando estoy leyendo un texto de un rabino lubavitch,
lectura reprobada por los ultraortodoxos, uno de los
responsables que ha visto luz entra y me mira con
desconfianza:
-¿ Tú eres lubavitch?
-No ... Pero ¡se puede leer un comentario escrito por un
rabino lubavitch sin ser lubavitch! -Mmm ...
Eso no parece gustarle. A decir verdad, esta teología
científica mística, incluso esta filosofía, me interesa cada vez
más. Ya cuando estaba en Bnei Brak, en Israel, leí a escondidas
el Tanya, un tratado místico cuya lectura está categóricamente
prohibida por los ultraortodoxos. No me siento libre en la
yeshiva de Aixles-Bains. Me dan a entender que si sigo por
este camino, no podré continuar mis estudios ni encontrar
mujer. Un día, me encuentro con un rabino que dejó esa
yeshiva para crear un centro de estudios lubavitch en la región
de París. Me aconseja que me case y que vaya a verle.
JUDÍO LUBAVITCH
Es así como, siguiendo sus consejos, dejo la yeshiva de
AixIes-Bains, después de unos meses, para instalarme en
Grenoble. Allí enseño en una escuela en la que el director y la
directora son lubavitchs. Por la tarde doy conferencias para
adultos. También ayudo al rabino titular de la sinagoga -algo
así como un sacerdote coadjutor ayuda al párroco titular-. En
efecto, gracias a mi función rabínica y al certificado de mi
yeshiva, puedo suplirle en la liturgia, la lectura de la Torá, etc.
Soy consciente de que ser rabino no es más que una función, y
no corresponde forzosamente a una llamada de Dios. No es lo
mismo que en el sacerdocio católico. Esta toma de conciencia
tendrá su importancia en la decisión que tomaré más tarde de

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Jean-Marie Élie Setbon DE LA KIPÁ A LA CRUZ

instalarme en los suburbios parisienses y no en la provincia, a


fin de ser rabino en una sinagoga. En esta época, me lanzo al
estudio asiduo de la mística judía. Sin duda, Dios prepara el
terreno para que renazca mi relación íntima con Jesús.
Un día me invitan a la entronización del rabino
consistorial de Grenoble por parte del gran rabino de Francia
de la época. Todas las personalidades religiosas de la ciudad
están convidadas, incluido el pastor y un cura. Durante la
ceremonia, intento fijar la atención sobre lo que dice el rabino,
pero no lo consigo. Estoy completamente obnubilado por el
cura que lleva cuello romano. No veo a nadie más que a él y
solo tengo una obsesión: hablar con él. Evidentemente, con mi
larga barba y mi sombrero, no me atrevo a ir a su encuentro.
Una vez más vivo un verdadero desgarro, una lucha entre el
deseo profundo de mi corazón, que no controlo, y mi razón que
se esfuerza por imponerse. Salgo de esta ceremonia
enormemente frustrado. Tengo el sentimiento de vivir una
tragedia peor que la de Romeo y Julieta. Mientras que se
supone que debo detestar a Cristo, que es un objeto de
escándalo para mi pueblo, no puedo evitar amarle.
Me entiendo bien con el director y su mujer. Pasamos
juntos muy buenos ratos. Para la fiesta de la Hanucá, en el mes
de diciembre, me envían a las estaciones de esquí para
«evangelizar» a los judíos. El método es el siguiente:
marchamos de dos en dos intentando descubrir a los judíos.
Luego, les abordamos preguntándoles si han encendido ya las
velas de la Hanucá. Si su respuesta es negativa, se les entregan.
Somos verdaderamente bien acogidos por la gente y vivimos
momentos magníficos. Sin embargo, una vez más, los adornos
de Navidad de estos pueblecitos de montaña no me dejan
indiferente. Despiertan cada vez más mi atracción por Jesús y
mi culpabilidad.
Por lo demás, cada vez que me paseo por la ciudad de

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Jean-Marie Élie Setbon DE LA KIPÁ A LA CRUZ

Grenoble, con sus calles peatonales y sus iglesias, me siento


invadido de amor por Cristo. Un deseo irrefrenable de entrar en
una iglesia se apodera de mí, como en mi infancia. En el
momento no tengo mala conciencia. Pero antes y después, lo
que estoy viviendo interiormente es terrible. Finalmente, nunca
paso al acto, no a causa de la gran culpabilidad que siento, sino
porque tengo mucho miedo de ser visto por mis
correligionarios. En efecto, si un cristiano entra en una
sinagoga, ningún otro cristiano se lo reprochará. En cambio,
según la ley judía, está formalmente prohibido entrar en una
iglesia.
ENCUENTRO A MI MUJER
Como ya he explicado, en la comunidad judía, la santidad
pasa por el matrimonio. En consecuencia, cuando ven a
jóvenes que no están casados, los judíos organizan encuentros:
es el famoso sidur. Preguntan antes a los jóvenes por el perfil
que les interesa, también en lo que respecta al físico: ¡es muy
pragmático! Luego consultan su fichero y ponen en relación a
las personas que coinciden en sus demandas. ¡Atención, eso no
compromete a nada! No hay matrimonios forzados. Incluso las
chicas pueden continuar sus estudios, si lo prefieren, antes de
casarse. Como los dos sidurs que han organizado para mí en
Israel no me han permitido encontrar la que sea mi mujer,
persisto y pido esta vez al director de la escuela donde enseño
en Grenoble que se ocupe de encontrarme una esposa.
La joven que ha seleccionado para mí es lubavitch,
originaria de una familia sefardí de Lyon. Trabajaba antes
como institutriz de educación infantil en esta escuela de
Grenoble, pero cuando yo llegué, ella había ido a estudiar en
un seminario para mujeres en la región de París. Nuestra
primera toma de contacto se hizo por teléfono, luego nos
llamamos una vez por semana. Después, como la corriente
circula bien entre nosotros, decidimos encontrarnos durante las

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Jean-Marie Élie Setbon DE LA KIPÁ A LA CRUZ

vacaciones escolares. Y es así como comenzamos a quedar


regularmente en un café, siempre en público. En el curso de
estos encuentros, hablamos de nuestros proyectos. Eso va a
durar así todo un año, y en ese tiempo podemos reflexionar. En
fin, decidimos casarnos.
La feliz elegida se llama Martine. Me gusta mucho y
compartimos las mismas ideas. Tenemos los dos la misma
pasión por los textos místicos del pensamiento hasídico.
Además, ella está de acuerdo en que continúe estudiando,
como yo deseaba. Y sobre todo, los dos tenemos ganas de
fundar una gran familia. Siempre he querido tener hijos. Y las
familias israelíes tan cordiales que he conocido durante mis
estudios en Israel han reforzado en mí ese deseo. Me han
dejado entrever también una manera de vivir en familia muy
diferente de la que conocí siendo niño. En efecto, entre los
ultraortodoxos y los lubavitchs, que no tienen televisión, la
familia está centrada en la vida con Dios. El padre pregunta a
sus hijos: «¿Has entendido esta palabra de Dios? ¿Qué tal esta
semana con tus amigos?». En la mesa, se habla sobre el modo
en que se vive la religión, el día a día, y sobre las cosas de la
vida cotidiana. Eso no tiene nada que ver con lo que yo he
conocido en casa de mis padres. No se hablaba más que de
temas exteriores, de política, de guerras, de fútbol.
Para celebrar nuestro noviazgo, el director de la escuela
de Martine querría organizar una fiesta con sus compañeros y
los alumnos. Pero, la costumbre es que el compromiso se
celebre en casa del novio, por eso mi madre se empeña
decididamente en organizar la recepción en su casa. Como está
un poco contrariada, Martine le pregunta si puede invitar a
compañeros y amigos. Mi madre le responde: «No, prefiero
que no: puede resultar muy ruidoso ... ». A mí me parece que
sencillamente no quiere un desembarco de lubavitchs en su
casa. Al final, nuestros esponsales tienen lugar en dos tiempos,
a primera hora de la tarde en casa de mis padres con la familia

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y algunos amigos íntimos, y al atardecer en la escuela de mi


mujer.
Creo que en el fondo mi madre me reprocha. No ha
aceptado que me fuese a Israel contra su voluntad. Por otra
parte, mis padres nunca fueron a verme cuando estaba allí,
diciendo que no tenían dinero para el viaje. Sin embargo,
fueron a visitar a mi hermano a las Canarias. Más tarde, mis
hermanos y hermanas me reprocharán el haberme apartado de
la familia y haberme mostrado desagradecido con mi madre,
después de todo lo que hizo por mí cuando era niño. Quizá mi
madre no fuera tierna, pero era posesiva. Es triste, pero mis
relaciones con ella estaban lejos de ser serenas. Sea como
fuere, como yo estaba ya fuera de su influencia desde el día en
que tomé la decisión de hacerme religioso e instalarme en
Israel, su desacuerdo con mi mujer no incidirá en nuestro
matrimonio, como suele suceder a veces.
Llega el día de nuestra boda. Estamos en el mes de julio
de 1990, tengo 26 años. Para la fiesta, hemos alquilado el hall
de una escuela. En efecto, como me gusta mucho bailar, hemos
contratado una orquesta yeso requiere una gran sala. La
ceremonia tiene lugar en el patio. Nuestras familias y nuestros
amigos están todos reunidos allí. Según la tradición, mientras
el rabino pronuncia las siete bendiciones rituales, Martine y yo
estamos bajo la hupa, el palio nupcial. Después comienza la
fiesta. Un gran paño separa la sala en dos partes, pues hombres
y mujeres no deben mezclarse, por razones de pudor. La
orquesta toca exclusivamente música judía religiosa, oriental o
hasídica, y bailamos hasta las dos de la madrugada. Es una
fiesta muy alegre. Mi padre y mis hermanos, mis primos y mis
tíos, que nunca han visto una boda como esta, parecen
encantados.
Unas palabras sobre la música. En el universo judío, no
hay un espacio y un tiempo para las cosas profanas y otro para

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Dios. Cada instante se vive con Dios. Por eso, cuando me hice
ortodoxo, ya no escuché más que música religiosa. Felizmente,
hay música judía para todos los gustos, para todos los estados
de humor y para todos los momentos de la vida.
El director de mi yeshiva ultraortodoxa de Bnei Brak
acudió a nuestra boda. ¡Desde Israel! Sin embargo, no ve con
buenos ojos que me case con una lubavitch. Un par de palabras
sobre lo que distingue y separa a los ultraortodoxos de los
lubavitchs. Estos últimos pertenecen a una corriente del
judaismo surgida de la escuela filosófica hasídica. El fundador
de esta corriente, nacido en Rusia a mediados del siglo XVIII,
Baal Chem Tov, quería hacer accesible a todo el mundo,
incluso a los más modestos, la mística judía reservada hasta
entonces a los iniciados. Él y sus discípulos pusieron al alcance
de la razón las nociones desarrolladas por la Kábala en el
Zohar, la gran obra de exegesis mística de la Torá -la verdadera
mística judía, no la de New Age que se nos despacha ahora-o
En lo que concierne a la práctica de la Ley, ultraortodoxos y
lubavitchs tienen la misma doctrina. Pero los ultraortodoxos
están más centrados en la moral. Destacan los textos en que se
dice lo que hay que hacer o no hacer, donde se insiste en el
peligro del mal, en el temor de Dios. Según ellos, nadie debe
interesarse por la mística antes de los 40 años. Los textos
hasídicos intentan pensar el misterio de Dios a través de su
creación, el ser humano y las Escrituras. Están centrados sobre
el asombro ante la grandeza de Dios que ha creado el mundo de
la nada. Se meditan frases de las Escrituras como esta: «La
palabra de Dios está constantemente en los cielos». ¿Qué
significa eso? Esta pregunta suscita un estado meditativo pero
no es aún el diálogo con Dios de la oración cristiana, como ya
subrayé antes. En realidad, los lubavitchs que he conocido no
eran especialmente místicos. Pero en aquel momento yo
descubría un mundo intelectual fascinante.

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EN GALILEA
Durante los dos primeros años de nuestro matrimonio,
según lo acordado con Martine, vuelvo a los estudios rabínicos
en una yeshiva lubavitch que se encuentra en Essonne. Más
tarde, como deseo profundizar aún más en mi conocimiento de
la mística judía, decidimos regresar a Israel-más bien, soy yo el
que regresa a Israel, pues mi mujer nunca ha vivido allí antes-o
Nos instalamos en Safed, el gran centro de estudios en la
tradición kabalista acerca de los textos de los primeros siglos
de nuestra era. Es una ciudad situada en las montañas, al norte
del país, en Galilea. Alquilamos un pabellón que da sobre el
lago de Tiberiades. ¡Es magnífico! Estudio en un Kollel, una
escuela rabínica para casados. Mi mujer está inscrita en el
programa Ulpán para aprender hebreo y descubrir el país. Con
frecuencia vamos los dos a Haifa, para bañarnos en una playa
salvaje desconocida por los turistas.
Todo va muy bien hasta el día en que el ejército me
encuentra. Es el lado KGB de Israel. Un día, recibo un
requerimiento para cumplir el famoso miluim, del que escapé
al marcharme a Francia hace cuatro años. Esta vez acudo a la
cita, y allí me embarcan directamente, incluso sin dejar que
avise a Martine de que no voy a volver a casa. Así son las
cosas allí: no se andan con chiquitas. Dos días después, puedo
por fin telefonearle. Evidentemente, está muy inquieta. Me han
llevado a una prisión, situada en los territorios, y mi misión es
vigilar a los presos. Al cabo de una semana, tengo derecho a un
permiso. A la una de la madrugada llamo a la puerta de casa,
en uniforme militar, sin haber podido avisar a mi mujer de que
volvía. Ella está muy agitada. Estos incidentes han acabado con
su paciencia. Me dice que no se encuentra bien en Safed y que
quiere volver a Francia.
Comprendo muy bien su reacción. Es una mujer
occidental, está sola en Safed, sin familia, y no habla el idioma.

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Jean-Marie Élie Setbon DE LA KIPÁ A LA CRUZ

Pero a mí, en el fondo, no me fastidia tanto el haber sido


alistado sin tambor ni trompeta por el ejército. Incluso paso allí
buenos momentos. En efecto, con el paso de unas semanas, en
el grupo en que he caído empiezo a encontrar la calidad de
relaciones humanas que tanto aprecié en el ejército. Un día de
shabat me pongo a cantar cantos religiosos desde lo alto de la
torre en que estoy montando guardia. Cuando bajo, los demás
soldados, de los que ninguno es religioso, me preguntan. ¡Me
han escuchado! Les enseño entonces los cantos de shabat y nos
ponemos a cantar todos juntos. Ese es mi pequeño lado
misionero que no tiene miedo a nada. Después de este episodio,
el general, un judío iraquí que no practica en absoluto, me
convoca y me llama al orden: ¡está prohibido hacer
proselitismo en las filas del ejército! Sin embargo, a
continuación, me felicita por haber dado ánimos al equipo.
¡Está muy contento!
Es curioso, pero el servicio militar tiene muchas virtudes.
Después de haber vivido momentos peligrosos, se aprecia
más la vida. Cuando se vuelve a la vida civil, se disfruta de
tener buena salud, se aprecian las cosas pequeñas, se siente
todo con más agudeza. El ejército proporciona también una
disciplina que robustece la voluntad. Durante el servicio se
deben realizar tareas de las que no se tiene ningunas ganas.
Pues bien, debo reconocer que eso es muy formativo, sobre
todo en nuestros días, pues cuando uno es joven se tiene la
tendencia a no hacer más que lo que a uno le apetece.
Como decía, mi mujer no apreció en absoluto este
paréntesis militar. Hasta el punto de que, al cabo de dieciocho
meses en Safed, decidimos volver a Francia. Eso es para mí un
sacrificio. Pero amo a mi mujer y quiero que sea feliz. Dos días
antes de nuestra partida, a escondidas, me pongo a llorar en un
rincón. Estoy visceralmente unido a Tierra Santa. Me siento en
mi elemento en el seno de esta sociedad israelí mediterránea.

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En este pequeño país, se pasa de un paisaje y un clima a otro en


menos de una hora, hace calor y la calidad de vida es bastante
mejor.
Así que una vez más vuelvo a Francia a contrapelo. Pero,
con el pasar del tiempo, estoy convencido de que ha sido la
divina Providencia la que ha querido que fuera así, porque aquí
es donde regresará con fuerza mi deseo por Jesús, a pesar de mi
barba, mi sombrero y mi estricta ortodoxia judía.
Aquí estamos, pues, de vuelta en Francia. Nos
instalamos en la región parisiense. Enseño a media jornada en
una escuela judía, y prosigo con mis estudios rabínicos la otra
mitad del día en un Kollel de París. Y sí, sigo estudiando
siempre. Eso puede parecer sorprendente, pero de hecho no es
nada excepcional. En efecto, en el judaísmo, el estudio de la
Torá es tan vital que la comunidad paga a los hombres para
que, aun teniendo una actividad profesional absorbente,
continúen perfeccionándose en el conocimiento de la Torá.
Todos los judíos practicantes reciben formación para transmitir
la Torá. Un judío puede muy bien trabajar en una empresa y ser
al tiempo rabino. El rabino dirige la sinagoga, la oración,
predica sermones, pero puede también delegar esas tareas en
algunos fieles.
Mi mujer, por su parte, vuelve a su trabajo de institutriz
en una escuela judía. Conforme pasa el tiempo, le inquieta que
tarden tanto en llegar los hijos. En el judaísmo, como se puede
ver en la Biblia, esperar un hijo es una señal de bendición y por
tanto un modo de ser reconocido por la comunidad. En
consecuencia, cuando los hijos tardan en llegar, el asunto no es
solamente afectivo. Ella decide ir al médico. Los resultados son
tranquilizadores: todo va bien. En efecto, los hijos llegan en su
momento.
Nacen muy rápido, uno tras otro: Rachel en 1994,
Deborah en 1995, Rivka en 1996, Myriam en 1997, Yossef en

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1999, Menahem en 2001 y Chneor en 2003. ¡Qué alegría! Mi


mujer quería una gran familia y yo también. Sin embargo,
después de nacer Myriam, sugiero a mi mujer que nos
concedamos una pausa. Tengo muchas ganas de tener un chico,
pero me parece que por el bien de nuestro matrimonio y de
nuestras cuatro hijas, vale más que esperemos un poco. ¡Pero
ella no es de esta opinión!
Cuando nació Rachel, mi mujer dejó de trabajar fuera de
casa. Desde entonces, yo empiezo a trabajar a jornada completa
para atender las necesidades de la familia y además doy clases
para adultos. A pesar de todo, estoy presente y muy cercano
para mis hijos. Su desarrollo y educación son muy importantes
para mí, Tengo una relación particular con cada uno. Me
encanta jugar con ellos, llevarlos al parque, a la Courneuve,
enseñarles a montar en bicicleta. Mi mujer se ocupa de la
educación cotidiana y de los deberes. Después de atender a los
niños, como es previsible, apenas nos queda tiempo para estar
solos los dos. Felizmente no tenemos televisión ni Internet. Y
por mi parte, en cuanto encuentro un rato libre, continúo
estudiando teología mística judía sobre la palabra de Dios.
Participo en la vida del hogar en la medida en que puedo.
Me encargo del aprovisionamiento, y debo decir que es un
verdadero rompecabezas. En efecto, hay que hacer algunas
compras en tiendas judías, y otras en tiendas no judías. El
domingo por la mañana, después de la oración en la sinagoga,
Voy en autobús a las tiendas kosher de París con el caddie y
compro toda la comida kosher que una familia ortodoxa judía
debe tomar: la carne, el queso y todos los lacticinios, las
galletas, el vino y licor, el mosto ... y evidentemente, todo ello
en gran cantidad. A la vuelta, voy cargado como un camello.
Todo lo demás –los productos de limpieza, pañales, agua,
jabón, etc.- lo compro entre semana por la tarde en un
hipermercado. Me ocupo también de comprar la ropa de los
niños, a veces solo o con mi mujer.

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Jean-Marie Élie Setbon DE LA KIPÁ A LA CRUZ

Hay pocos temas en los que mi mujer y yo estemos en


desacuerdo. Sin embargo, ella es más escrupulosa en la
aplicación de la Ley. Por ejemplo, puesto que durante tres
veranos no hemos ido de vacaciones, llevo a los niños a la
playa. Vamos y venimos en el mismo día a Trouville. Mi mujer
no lo aprueba en absoluto. En efecto, para los judíos ortodoxos,
la playa es un lugar impuro porque la gente va desvestida.
Además, este asunto va a crear incluso un mini escándalo. Un
día, algunas personas de la comunidad lubavitch vienen a
verme:
-¿No tienes ningún escrúpulo de ir a la playa, y además
con tus hijos? Sorprendido, respondo:
-Como sabéis, en París hay mujeres vestidas con la ropa
tan ceñida que atraen las miradas más que una mujer en traje de
baño.
-En París es diferente: se tiene la cabeza ocupada por lo
que se debe hacer, las clases o las compras.
_¿Y creéis que no estoy ocupado en la playa con todos
mis hijos? ¿Pensáis que tengo tiempo realmente de tontear con
las chicas?
Sus argumentos no me parecen válidos. Cuando tengo
una idea en la cabeza y no veo verdaderamente nada malo, no
permito que me digan cómo he de hacer las cosas. Pienso sobre
todo en el bienestar de mis hijos. Están muy contentos de ir a la
playa y tomar el aire, y yo también. Pero mi mujer no viene
jamás. Ella respeta la Ley cueste lo que cueste.
No estamos tampoco de acuerdo a propósito de la
televisión. He comprado una para que los niños puedan ver
dibujos animados en video. Pero ella se queja y desaprueba los
dibujos animados en que aparecen animales impuros.
Selecciono para no molestarla, aunque no me parece un crimen
ver los «Tres cerditos».

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En cambio, cuando se trata de ir todos de vacaciones a la


montaña, hay unanimidad. ¡La montaña es kosher Más aún
porque la comunidad lubavitch organiza cada año un gran
seminario en los Alpes, y trae una tienda kosher, lo que nos
simplifica bastante la vida. Me encantan las vacaciones de
verano con mi familia. Es la ocasión de mostrar a mis hijos la
belleza de la naturaleza que Dios ha creado. Les digo que
presten atención a los animales, a los árboles. Jugamos, reímos,
miramos el cielo, las estrellas. ¡Es maravilloso!
UNA DOBLE VIDA
Volvamos un poco atrás, a la época en que regresamos a
Francia, antes del nacimiento de los hijos. Como ya he
señalado, en aquel momento, mi «síndrome erístico» vuelve
con fuerza. Y de golpe, mi lucha interior también. La atribuyo
a que Francia es una tierra impura y por eso todos los
sentimientos me asaltan de nuevo. ¡Habría preferido tanto
quedarme en Safed y vivir en la montaña! ¡Era todo tan
sencillo para mí! Allí estaba sumergido en los hasidim, la
teología mística judía. He descubierto en esta tradición un
universo distinto y he pasado mucho tiempo meditando. Pero a
mi vuelta a Francia, es irresistible, es más fuerte que yo: vuelvo
a la iglesia y recomienzo a comulgar. Hacía ya mucho tiempo
que no había entrado en una iglesia. Es ahora, con mi barba de
rabino, cuando vuelvo al Sacré-Coeur. Imaginad la escena.
Compro un crucifijo y lo llevo escondido. Recomienzo también
a leer el Evangelio de san Juan y a aprenderlo de memoria. Es
más seguro: al menos, en mi cabeza, nadie lo podrá encontrar.
Esta doble vida religiosa puede parecer sorprendente. Es
verdad, llevo en mí dos identidades. Pero es más algo propio de
una lucha espiritual que de una traición o duplicidad. ¿Cómo es
posible vivir las dos a la vez? No lo sé. Pero vivo con eso, y
curiosamente no me culpabilizo. Hasta que nacen nuestros
hijos, tengo tiempo para eclipsarme de vez en cuando en un

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Jean-Marie Élie Setbon DE LA KIPÁ A LA CRUZ

lugar aislado para contemplar mi crucifijo, sobre todo durante


nuestras vacaciones en el campo. Salgo a dar un paseo, me
escondo en el bosque o a la vuelta de un camino, clavo mi cruz
en un árbol, y la contemplo. No me planteo preguntas. Además,
más vale así. Rezo a Jesús que es Dios. En cambio, me cuesta
mucho decir el Padrenuestro porque me invade un sentimiento
de traición al Dios de la Torá.
De este combate que llevo dentro no le hablo a mi mujer.
Ella no sospecha absolutamente nada. No es que quiera
ocultarle mi historia con Jesús, pero sé que no podría
comprenderla. Cuando los judíos supieron que el rabino Saulo,
perseguidor de los cristianos, se había convertido a Cristo, no
intentaron saber por qué. Ni siquiera le pidieron que se
explicara. Quisieron matarle enseguida porque había
traicionado: bien porque se había hecho un peligroso blasfemo,
bien porque se había vuelto loco. Para los judíos ortodoxos, los
cristianos son impuros. Por eso es impensable que yo le hable a
mi mujer. Pero guardar este secreto para mí estaba lejos de ser
fácil, creedme. ¡Imaginad mi caso de conciencia!
Por supuesto, me aliviaría poder confiarme a alguien.
Pero a quién, ¿a un rabino? Ni hablar, ya sé lo que me diría. ¿A
un sacerdote, entonces? Un día, mientras estábamos de
vacaciones con la familia de mi mujer en la región lyonesa, me
levanté temprano una mañana y marché a Lyon. Entro en una
iglesia y asisto a misa. Al terminar, busco al sacerdote. Es un
dominico. Comenzamos a hablar y le vacío mi saco. Le cuento
todo: mi vida de judío ortodoxo, mi atracción por Cristo. Me
escucha y me propone ir a verle cuando vuelva a París, donde
también vive él. Al regresar de las vacaciones, vaya su casa.
Luego es él quien viene a mi casa una vez por semana, el
miércoles por la tarde, mientras mi mujer asiste a su clase de
religión. Habla- mas de Dios. Me pide que le encuentre la
traducción de un midrash y me entrega uno de sus libros sobre

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Jean-Marie Élie Setbon DE LA KIPÁ A LA CRUZ

Noé. Se va siempre antes de que vuelva mi mujer. Lo


encuentro muy simpático. Pero estas citas clandestinas no van a
durar mucho. En efecto, algún tiempo después, nuestro
apartamento es desvalijado. El robo ha tenido lugar durante el
día. Al volver por la tarde, mi mujer lo encuentra todo revuelto.
Y allí en medio del desorden, descubre el libro del padre
dominico, mi crucifijo y los Evangelios. Cuando vuelvo, está
loca furiosa. Grita: «[Te has vuelto loco! ¡Tíralo todo, son
cosas impuras'».
Puede parecer sorprendente que no haya intentado saber
más.
Pero nosotros, los judíos ortodoxos estamos educados
para no querer entender ese fenómeno de la conversión al
cristianismo y reaccionar violentamente. Conviene saber que
un judío convertido pasa ante un tribunal que le declara
renegado. En nuestra oración cotidiana, la que estructura
nuestras jornadas, se pronuncia una maldición sobre los judíos
renegados. Además, Maimónides, el gran rabino andaluz del
siglo XII, una de las figuras más importantes del judaísmo y de
las más estimadas por los no judíos -santo Tomás de Aquino le
llamaba el Águila de la sinagoga- compuso un credo judío que
se acaba con este comentario: «Quien cree todos estos puntos
fundamentales pertenece a la comunión de Israel; y es un
precepto amarle, tener caridad con él, y observar respecto a él
todo lo que Dios ha prescrito entre el hombre y su prójimo,
aunque la fuerza de las pasiones le arrastre a cometer pecados.
Pero si alguien es bastante perverso para negar uno de estos
artículos de fe, está fuera de la comunión de Israel, y es un
precepto detestarlo y exterminarlo» .
Tras este descubrimiento mi mujer me empuja a ir a ver a
un rabino. Cree que he perdido la cabeza. En su lugar, yo
hubiera pensado sin duda lo mismo. De todos modos, no puedo
explicárselo. La mentalidad judía de hoy no ha cambiado desde

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Jean-Marie Élie Setbon DE LA KIPÁ A LA CRUZ

san Pablo. Lo único que le puedo decir es que todo eso es


totalmente
independiente de mi voluntad, y que empezó en mi
juventud. En el acto, le propongo el divorcio. Siento que este
amor por Jesús es tan fuerte que no se me quitará, y no quiero
hacerla sufrir. Pero ella se niega, me ama. No creo que le haya
hablado del asunto a nadie. ¿Piensa quizá que se me pasará?
Recuerdo una frase de un tratado talmúdico: «Dios está
dispuesto a rasgar su Nombre en dos para establecer la paz en
la pareja». Entonces, juntos, decidimos tirarlo todo: los
Evangelios, la cruz, el libro sobre Noé. Y no vuelvo a tomar
contacto con el padre dominico.
Rachel nace apenas un año después de este episodio, en
mayo de 1994. Nos mudamos entonces a un apartamento más
grande en la misma ciudad. Una tarde, al volver del trabajo,
cansado, siento la necesidad de relajarme. Enciendo la radio y
ahí aparece radio Notre-Dame. Esa emisora me gusta mucho y
me pongo a escucharla cuando tengo ocasión, a escondidas. Sin
embargo, a medida que pasan los días, estoy harto de
esconderme. Entonces, continúo escuchando abiertamente esta
emisión católica. Mi mujer considera que está mal. Me repite
que es impuro, pero me deja hacer. En lo sucesivo, vuelvo al
Sacré-Coeur y me procuro una foto del corazón de Jesús.
Regularmente, la saco a escondidas en el comedor, me
arrodillo y me pongo en presencia de Cristo.
PADRE DE UN HOGAR KOSHER
En julio de 2002, muere mi madre sin que estemos
verdaderamente reconciliados, aunque en estos últimos años
nos veíamos regularmente y ella se mostraba cariñosa con
nuestros hijos. Es para mí una prueba difícil de superar. Ignoro
entonces que se acerca un acontecimiento que me afectará aún
más. En el mes de diciembre del mismo año, cuando aún no ha
terminado el duelo por mi madre, mi mujer -que está encinta de

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Jean-Marie Élie Setbon DE LA KIPÁ A LA CRUZ

nuestro séptimo hijo- se entera de que está enferma.


La enfermedad avanza y ella no deja de echarse la culpa.
«Tendría que haberte escuchado -dice-, y haber
espaciado más los nacimientos». Trato de consolarla: «¡Tu
enfermedad no tiene nada que ver con los niños’». Cuando
Chneor nace prematuramente lo llevan a la incubadora ya mi
mujer la tratan en otra parte del hospital. Yo corro de uno a
otro, tratando de ocuparme lo mejor posible de los otros seis
hijos. Logro repartirlos entre varias familias de la comunidad
judía que se han ofrecido a cuidarlos.
Mi mujer muere el 11de marzo de 2004. El médico me
avisó de que era inminente. La he velado toda la noche, del
miércoles por la tarde al jueves por la mañana. Luego, he
tenido que volver a casa para ver a los niños. Cuando he
regresado al hospital, ella ya se había ido. Creo que no es
necesario explicar el dolor que siento en ese momento. No se lo
deseo a nadie. Lloro mucho. Pero no pienso, como dicen los
judíos en esos casos, «Dios la ha dado, Dios la ha quitado», no,
de verdad que no. No estoy enfrentado con Dios, no, nunca me
he rebelado contra Dios. Tengo confianza en Él. No tengo
espacio para dedicarme a mi dolor. Tengo, en lo sucesivo, la
responsabilidad de siete hijos que consolar, alimentar y cuidar.
Rache! no tiene más que diez años y Chneor, uno.
Dos meses antes del deceso, he confiado a nuestro último
hijo, Chneor, a mi cuñada. Pero mi mujer me ha pedido
explícitamente que mantuviera a los niños conmigo cuando ella
hubiese desaparecido. Confiaba en mí para su educación. Hoy
estoy orgulloso de que todos ellos estén bien educados, gracias
a Dios. Ella no quería que fuesen a vivir con su familia, donde
algunos han pasado temporadas durante su enfermedad. Ahora
que se ha ido, me gustaría que Chneor viniese a vivir con
nosotros. Pero viéndome solo con todos estos hijos pequeños,
la hermana de mi mujer me propone quedarse con él un tiempo,

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Jean-Marie Élie Setbon DE LA KIPÁ A LA CRUZ

y acepto. Esta decisión me cuesta enormemente, pero soy


consciente de que no podría ocuparme bien de todos mis niños
al mismo tiempo.
Y, mi amigo musulmán, me telefonea. Se ha enterado de
la muerte de mi mujer. Su llamada me conmueve y me conforta
el corazón. Me dice: «¡Acuérdate, éramos amigos! Esta
amistad no ha desaparecido aunque nos hayamos separado.
Aunque hayamos cortado los lazos, están ahí en lo invisible.
¡Ven a verme a Canarias!». Desgraciadamente, aunque tengo
muchas ganas de volver a verle, no puedo responder a su
invitación porque soy ultraortodoxo.
Aquí estoy, padre a tiempo completo, con la gracia de
Dios, por supuesto. El entrenamiento militar que seguí en Israel
me es de gran ayuda, estoy seguro. Despliego una voluntad y
unas habilidades que no hubiera sospechado nunca para sacar
adelante una casa. Comprendo pronto que es impensable volver
al trabajo. Ser padre de familia kosher no es ningún chollo.
Debo aprender a cocinar lo de todos los días, los pasteles del
shabat, el pan. Dicho esto, descubro que es para mí un placer
hacerlo. La vida cotidiana, práctica, concreta, tiene algo
mágico para mí, mientras que antes no me gustaban los
trabajos manuales. Sin embargo, la comida kosher requiere
toda una organización. Está prohibido mezclar carne y leche.
Hay que tener dos vajillas, una para la carne y otra para la
leche, y las dos vajillas no pueden estar en contacto, ni lavarse
al mismo tiempo. Se necesitan dos cacerolas, dos manteles, dos
fregaderos. No se puede lavar una comida de carne en el
fregadero donde está la vajilla de leche. El viernes, paso toda la
jornada en la cocina para preparar las comidas del shabat. En
resumen, no es cosa sencilla. Antes participaba en la vida de la
casa pero, de repente, debo ocuparme de todo y hacen falta
cuatro manos. Hay que seguir la escolaridad de los niños,
llevarles al foniatra, al psicólogo, al dentista, fregar la vajilla
(no tenemos lavavaj illas), la plancha, llevar kilos de ropa a

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Jean-Marie Élie Setbon DE LA KIPÁ A LA CRUZ

lavar, ser ordenado en todo lo administrativo, hacer la compra,


llevar a los niños en coche a la escuela judía e ir a recogerlos a
la salida y, sobre todo, estar disponible para ellos. Guardo
siempre un ratito para leer, estudiar y rezar. No me desanimo
jamás. No me permito caer enfermo ni física ni psíquicamente.
Sin embargo, tendría motivos para hundirme. No sé cómo
aguanto. En todo caso, no con mis simples fuerzas humanas.
Permitidme un breve paréntesis sobre mi decisión de
dejar de trabajar. Sé que esta elección y su consecuencia, la de
vivir únicamente de los subsidios familiares y del subsidio de
solidaridad específica, no ha sido comprendida por todos. Las
personas que me juzgan ignoran sin duda lo que es atender y
educar uno solo a seis niños todavía pequeños. Es un trabajo a
tiempo completo, las 24 horas del día, todos los días del año,
también durante las vacaciones escolares. Las madres de
familia numerosa saben de qué hablo. Algunos años más tarde,
cuando los niños son un poco mayores, dirijo una demanda al
presidente de la comunidad judía de nuestra ciudad, que ya ha
hecho mucho por nosotros, para que me encuentre un empleo
de oficina. Me responde que eso no es posible. ¿Por qué
entonces, se preguntan algunos, no busco un trabajo cualquiera
que me permita ganar algún dinero? Sencillamente porque si
ejerciera un trabajo inadecuado, sé que no sería bueno ni para
mí ni para mis hijos. En efecto, si por ejemplo me dedicase a
colocar producto en una gran superficie, creo, perdonadme la
expresión, que «se me fundirían los plomos». Los niños ya han
quedado bastante trastornados por la muerte de su madre y
tengo que guardar un cierto equilibrio.
Poco después del fallecimiento de mi mujer, pienso que
nos convendría mudarnos. Tenemos necesidad de cambiar de
aires. Así que nos instalamos en una pequeña casita en el
suburbio sudeste de París. La comunidad judía de este barrio
me ha acogido muy bien y ha procurado ayudarme, y se 10
agradezco muy cordialmente. No hay más que dos habitaciones

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Jean-Marie Élie Setbon DE LA KIPÁ A LA CRUZ

para los seis niños, pero tiene un pequeño jardín y es muy


agradable. Al principio llevo a los niños a la escuela judía; pero
poco después me doy cuenta de que no puedo pagar, a pesar de
los descuentos que tienen a bien concederme. Los escolarizo
entonces en la escuela pública que hay al lado de casa, 10 que
en todo caso es más práctico y menos fatigoso.
Durante este periodo, al comienzo de mi viudedad, tengo
una amiga judía no practicante. Me ayuda enormemente
durante un año. Es ella quien me dio la idea de enviar un mail a
todos los presidentes de comunidad para encontrar un
alojamiento. Me acompañó a ver la casita en que nos hemos
instalado. Nos ayudó en la mudanza, haciendo múltiples viajes
de ida y vuelta entre el norte y el sur de París. Me ayuda a
ocuparme de los niños, que la quieren mucho. Vive un poco
con nosotros y respeta las reglas judías de la familia. Pero los
seis niños y las obligaciones de la Ley son algo pesado para
ella. En cuanto a mí, no llego a encariñarme con ella lo
suficiente. Decidimos dejarlo. ¿Era una relación kosher?, os
preguntaréis. A decir verdad, no, no es de esas cosas normales
en la comunidad judía ortodoxa. Pero en esta época yo soy ya
un poco disidente. Me siento en paz con su conciencia.
A su vez, las personas de la comunidad judía quieren
presentarme mujeres. Me encuentro con una o dos, participo de
ese juego durante un tiempo, pero no funciona. Me he puesto
una coraza. Hay algo en mí que no me permite apegarme a
nadie. De hecho, creo que me he prohibido enamorarme. Si me
engancho en una historia que no funcione, corre el riesgo de
afectarme. Y no puedo estar preocupado por otra cosa que los
niños. De todos modos, no sufro verdaderamente de soledad.
Paradójicamente, durante los tres años posteriores a la
muerte de mi mujer, mientras estoy «libre» de hacer lo que
quiera, no voy nunca a la iglesia ni llevo el crucifijo. No vuelvo
a comprar los Evangelios y no medito. No porque me sienta

67
Jean-Marie Élie Setbon DE LA KIPÁ A LA CRUZ

culpable ante mi mujer, es solo que ya no pienso. Sin embargo,


al pasar ante una iglesia, tengo siempre ganas de entrar. Para
mí, visto ahora, este periodo de latencia es señal de que la
atracción por Jesús no es sentimental. Mi relación con Cristo
no es un modo de paliar una forma de soledad. Si no, me habría
arrojado en sus brazos al desaparecer mi mujer. No, el amor de
Cristo no llena un vacío afectivo. Además, esta relación con
Jesús se enraíza en mi infancia y en mi adolescencia, periodos
de mi vida en que nunca me he visto privado de amor humano.
Paralelamente, me distancio un poco de la comunidad
judía.
Mi fe y mi práctica no han cambiado, pero ya no voy
regularmente a la sinagoga. Estoy cansado. Prefiero estar
tranquilo con los niños, vivir a mi ritmo y no al de las
oraciones impuestas por la sinagoga. Cada vez más, siento la
necesidad de una relación más personal y menos formal con
Dios. La liturgia en la sinagoga, tal como está organizada, no
me permite quedarme en mi interior: todo va muy rápido, no se
para de leer, y leer. Cuando rezo un salmo, a veces una palabra
se me clava y quiero detenerme ahí para meditarla. En la
sinagoga, eso no es posible, hay que seguir. No se tiene un
momento para estar a solas con Dios. Rezamos todos juntos,
todo el tiempo. Entonces, trato a Dios en casa. Voy a mi cuarto,
canto, bailo. Rezo a mi ritmo.
LUSTIGER ME HACE SEÑAS EN LA PLAYA, EN
TROUVILLE
Es claro que los subsidios que cobramos no nos permiten
ya irnos de vacaciones. Entonces, a veces, cuando hace buen
tiempo, vamos de ida y vuelta en tren a Trouville, con el 75%
de reducción que nos permite nuestro carnet de familia
numerosa. Yes ahí, en la playa, mientras no estoy meditando ni
contemplando, cuando el lunes 6 de agosto de 2007, tres años
después del fallecimiento de mi mujer, mi vida empieza a

68
Jean-Marie Élie Setbon DE LA KIPÁ A LA CRUZ

bascular. Los niños están jugando a la orilla del mar. Yo me


alejo un poco, dejando a Rachel, que ya tiene 13 años, al
cuidado de los pequeños. Mientras camino por la arena, mis
ojos se detienen de repente en un gran calvario que se alza en
lo alto de la playa. Y allí, como en el pasado, mientras no me lo
espero en absoluto, algo muy fuerte me zarandea. Me siento de
nuevo atraído por Cristo.
Vuelvo donde están los niños y me siento sobre la arena,
un poco trastornado por lo que acaba de pasarme. Me pongo a
hojear un libro de teología judía, mientras ellos siguen jugando
a mi alrededor. De pronto, mi cuerpo empieza a tiritar, yeso
que hace mucho calor. No sé lo que me pasa. Tampoco sé por
qué digo en ese momento dirigiéndome a los niños: «¡El
cardenal Lustiger está muriendo en el hospiral!». Ignoro
completamente de dónde sale eso.
Volvemos a tomar el tren a las 20 horas y llegamos tarde
a casa. Como de costumbre, al entrar les hago tomar un baño.
Pero esta vez estoy alterado y necesito estar solo. Les pido a
los mayores que se ocupen de los pequeños, que no me
molesten. Y me encierro en mi habitación. Allí, enciendo la
televisión y doy con el canal católico KTO. ¡Cuál es entonces
mi asombro al oír al periodista anunciar que el cardenal
Lustiger ha fallecido la víspera! ¡Es un verdadero shock!
Estamos a lunes 6 de agosto de 2007. La Iglesia celebra en este
día la Transfiguración de Cristo. Conmemora ese momento
extraordinario en que Jesús lleva a tres de sus apóstoles a la
montaña. Allí, se les muestra transfigurado, de una blancura
deslumbrante, acompañado de Moisés y Elías.
Esta vez, la llamada es clara. El cardenal Lustiger ha
venido a mi encuentro. Jean Marie Lustiger, judío converso,
me ha hecho señas. Cristo se ha servido de él. Es así de
sencillo. Ese es el acontecimiento que va a desencadenarlo
todo. En este momento, no es que me diga a mí mismo

69
Jean-Marie Élie Setbon DE LA KIPÁ A LA CRUZ

explícitamente: «Está bien, esta vez vaya convertirme». No.


Me limito a vivir esta experiencia, a seguir lo que pasa, sin
proyectarme en el futuro. Me comprometo a ir a ver a un
sacerdote de la Iglesia católica, en el mes de septiembre,
cuando los niños hayan vuelto a clase y tenga más tiempo.
Me duermo con esta decisión. Pero al final, el Señor se
me va a adelantar. En efecto, en plena noche, mientras duermo
tranquilamente, me despiertan los mismos tiritones que me
vinieron en la playa. Y empiezo a sentir con fuerza la presencia
de Cristo en mi habitación e incluso en mi cuerpo. Eso supera
incluso el simple sentimiento. No le veo, pero le hablo y me
prosterno. Si alguien me viese en este momento, me tomaría
por loco perdido, la verdad.
Es la primera vez que me pasa esto, pero no será la
última. En efecto, en varias ocasiones, hacia las dos de la
madrugada, me despierta en plena noche este escalofrío y esta
presencia. Hasta las siete no consigo conciliar el sueño. Como
no he dormido bien, temo que vaya estar cansado y se va a
resentir la marcha de la casa. Pero con gran sorpresa por mi
parte, no siento el menor cansancio. Nada cambia en el curso
de mi vida ordinaria si no es mi relación con Dios. En efecto,
durante el día, sin estar alterado, vivo momentos increíbles, una
paz, una gran alegría, un amor divino, un cara a cara con Dios,
una relación íntima que nunca antes había conocido. ¿Puede ser
un anticipo de la vida eterna? Muchas otras personas han
tenido esta experiencia de arrebato amoroso, pero no se puede
explicar con palabras. Hay que vivirlo para creerlo.
Viéndolo ahora, me digo que fue acertado no ir a ver a
gentes de Iglesia en ese momento. Hubieran desconfiado yeso
me habría alejado de ellos. Me parece que algunos son
demasiado «del mundo» y poco audaces. En cambio, Benedicto
XVI es prudente pero no timorato. Por supuesto, puedo
comprender que un sacerdote a quien hubiese ido a decir, con

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Jean-Marie Élie Setbon DE LA KIPÁ A LA CRUZ

mi barba y mi sombrero, que me atrae la cruz, que Monseñor


Lustiger me ha hecho señas en la playa de Trouville y que
tengo arrebatos místicos por la noche, se mostrase perplejo. Y
soy plenamente consciente de que hay que tener cuidado con
este género de fenómenos espirituales. Los más grandes santos
místicos lo dicen y lo repiten. Conviene acogerlos y luego
discernir. Pero hay una diferencia entre la virtud de la
prudencia, como explica santo Tomás de Aquino, y la
pusilanimidad espiritual. Algunos católicos parecen tener
miedo de que les tomen por locos, de lo que se pueda pensar de
ellos, les falta seguridad y aplomo en sus convicciones. Por lo
demás, en Francia, un judío está bastante mejor considerado y
respetado que un católico. Enseguida vaya comprobarlo en mi
propia carne.
Quisiera insistir en un punto que me parece fundamental:
lo sobrenatural pasa en nuestras vidas a través de lo natural. No
hay un espacio y un tiempo para Dios, de un lado, y nuestra
vida corriente de otro. Hay una conexión entre los dos.
Además, con la Encarnación, Dios ha asumido todo lo de
nuestra vida. Se nos acerca usando los intermediarios más
anodinos, mediante otras personas. Ved lo que va a hacer
conmigo.
Algún tiempo después, en el mes de septiembre de 2007,
estoy ante la televisión con los niños, «zappeando» de canal en
canal para encontrar una buena emisión, cuando caigo «por
azar» en una película que cuenta la vida de Karol Wojtyla. No
conoda gran cosa de él, aparte de lo que dicen las noticias y,
desde luego, nunca tuve un interés particular por Juan Pablo n.
Sin embargo, por loco que pueda parecer, una escena de ese
telefilm me conmueve y me interpela. Cuando el futuro Juan
Pablo Il es joven y hace teatro, un hombre le da un libro de san
Juan de la Cruz. Más tarde, él lo regala a su vez a uno de sus
amigos judíos. En el momento preciso en que oigo la palabra
«cruz» yel nombre de «Juan», me sobresalto y me digo: «¡Ese

71
Jean-Marie Élie Setbon DE LA KIPÁ A LA CRUZ

libro es para mí, lo necesito!». Enseguida, decido ir a


comprarlo en cuanto sea posible. Así es como el Señor me puso
en camino. Lo que me va a impulsar no es la relación mística
que tengo con Cristo desde los ocho años (aunque en la
adolescencia haya hecho un intento de conversión, que fracasó
al dejarme solo el sacerdote en el confesonario), sino
sencillamente ese telefilm. A partir de ese momento preciso,
todo se encadena como una cascada de dominó. Pues es en las
minúsculas peripecias de nuestra vida ordinaria donde Dios nos
hace señas. Nos habla verdaderamente en los detalles
cotidianos. Su transcendencia se expresa en nuestra
humanidad, en nuestras limitaciones.
Esta escena ante el televisor es en todo caso increíble.
Hay que imaginarse a una familia judía ortodoxa literalmente
pegada ante una película sobre el Papa. Y que se dedica a ver la
continuación en los días siguientes. Viendo la película, me
pongo a llorar mansamente. Es la primera vez que lloro de ese
modo. No es por tristeza, sino una forma de atracción. Cuando
el alma no puede expresar con palabras lo que experimenta, se
muestra mediante las lágrimas. Pero bien pronto, me contengo:
la razón acude a rescatarme. «¡Eh, cálmate -me dice-, nunca
has leído lo que ese Papa ha escrito! ¡No es tu rabino!
¡Además, no es él quien está en la pantalla, sino un actor!». A
pesar de todo, no puedo negar que me sumerge la emoción.
¿Por qué me he puesto a llorar? ¿Por qué tengo esa impresión
tan fuerte de que esta película va conmigo, y de que Alguien se
dirige a mí a través de ella? Extrañamente, los niños también
empiezan a querer a Juan Pablo II, aunque ayer mismo no
conocían ni su nombre.
A partir de ese momento, vuelvo a ir a misa. Cada
domingo, me vaya una iglesia un poco alejada de mi barrio
para no ser descubierto.

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Jean-Marie Élie Setbon DE LA KIPÁ A LA CRUZ

¿DÓNDE ESTÁN LOS CATÓLICOS?


Como os decía, desde que vi ese telefilm, no tengo más
que una idea en la cabeza: conseguir a toda costa el libro de san
Juan de la Cruz que Karol Wojtyla había regalado a su amigo
judío. ¿Dónde encontrarlo? Decido ir en primer lugar a la Fnac,
esa gran librería. Pero, contra las apariencias, ir allí no es cosa
fácil. Una vez más, las madres de familia me comprenderán.
En efecto, el primer obstáculo que se me presenta es encontrar
el momento, pues en mis jornadas todo está cronometrado. Me
pongo en ruta una tarde a primera hora. Vaya la Fnac Saint-L
azare que se encuentra al final de mi línea de metro, la línea 14.
Es una carrera contra reloj que comienza sabiendo que tengo
que estar de vuelta antes de que los niños lleguen del colegio.
Al salir del metro, corro hasta la Fnac y subo las escaleras de
cuatro en cuatro hasta la librería. Me precipito a la sección de
religión. Estoy jadeando. Busco el libro de san Juan de la Cruz
pero no lo encuentro. Me apresuro a buscar a un librero para
informarme. Él me aconseja ir a La Procure. Le contesto que
no conozco esa librería. Me mira con asombro. Se ve que le
parece asombroso que un hombre que desea leer a san Juan de
la Cruz no conozca La Procure. Yo invento entonces una
historia, susurro que no soy de París. Me da la dirección y la
estación de metro en que debo apearme. Sin embargo, es ya
demasiado tarde para poder ir. Vuelvo a mi casa con la
dirección en el bolsillo.
Algunos días más tarde, puedo por fin ir a La Procure. Al
entrar en la librería, tengo la extraña impresión de haber estado
antes allí. Sin embargo, eso no parece posible. Para no perder
el tiempo, me dirijo enseguida a una librera, al azar, y le
pregunto si tiene libros de san Juan de la Cruz. Ella me mira,
sorprendida, como si fuese algo evidente. Estoy confortado,
pero también impaciente. «En la sección de santos», me
responde. Eso no me sirve de mucho. Ella me acompaña. Saco
un libro al azar. Se trata de Llama de amor viva, un libro que

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Jean-Marie Élie Setbon DE LA KIPÁ A LA CRUZ

escribió para una laica. Es su última obra, la que resume todas


las demás. La abro allí mismo y la hojeo. De repente, tengo
como un flash-back, una chispa: me acuerdo de un sueño que
tuve hace unos días y en el que me veía en una librería leyendo
a san Juan de la Cruz. Pues bien, ¡era aquí, reconozco
precisamente el lugar! Decididamente, tengo la impresión de
vivir en una película fantástica.
Ni uno ni dos, decido comprar todos los libros de san
Juan de la Cruz en edición de bolsillo, así como los Evangelios.
No los he abierto desde que los tiré por deseo de mi mujer,
después del robo, hace ya más de diez años. Al salir de la
librería, me digo que no puedo seguir solo, que tengo que
encontrar a alguien con quien hablar de todo esto. Esta vez
debo ir hasta el final. ¿Pero qué hacer?
¿A quién dirigirme?
¿Por qué no acudir a un sacerdote en una iglesia?, me
preguntaréis. Evidentemente, he pensado en eso, pero es más
fácil decirlo que hacerlo. Sobre todo, después de ese encuentro
en falso en el Sacré-Coeur, en mi adolescencia, del que
conservo tan mal recuerdo. El sacerdote, en lugar de tomarme
de la mano y decirme, «Ven, hijo mío, te voy a presentar a
alguien», me dejó solo. Este género de mala experiencia puede
marcar la memoria y poner un serio obstáculo al encuentro con
Cristo.
Me gustaría encontrar a un católico fuera del marco de
una iglesia. Pero no sé cómo. En efecto, la Iglesia católica
nunca ha venido a mi encuentro. Los Testigos de Jehová sí, lo
recuerdo. Pero ningún católico me abordó nunca en la calle.
Tampoco recibí nunca cartas del párroco en mi buzón.
Ciertamente, hay comunidades nuevas en la Iglesia católica
que son muy activas en la evangelización, es decir en el
anuncio de la fe, y que van al encuentro de la gente. Pero es
una gota de agua en el océano. En aquel momento me hice la

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Jean-Marie Élie Setbon DE LA KIPÁ A LA CRUZ

pregunta: ¿dónde están los católicos? Algunos parecen tener


miedo de ser reconocidos como tales. Juan Pablo II ha
clamado: «¡No tengáis miedo!». Yen el evangelio de san Juan,
en el capítulo 15, dice Jesús: «Si el mundo os odia, sabed que
antes que a vosotros me ha odiado a mí». Por supuesto, no se
trata de provocar ni chocar, sino de ser coherente con uno
mismo. ¿Cómo podré dar testimonio de Cristo a través de mi
conducta si la gente que tengo a mi alrededor no sabe que soy
cristiano?
Decidí entonces volver a La Procure para encontrar
católicos.
Pero estoy tan imbuido en mi mentalidad judía que
pienso que un católico debe llevar un distintivo, ¡como un
judío ortodoxo! De momento no veo a nadie. Me dirijo a otra
librera al azar. Le pregunto si ella conoce a católicos
seguidores de san Juan de la Cruz, como un judío sigue a un
rabino.
-Usted busca a los carmelitas -me contesta.
-Sí -digo yo, sin saber de qué me habla.
-¡Tiene usted suerte!
-¿Por qué?
-¡Yo soy oblata carmelita!
-¿Yeso qué es?
Ella parece sorprendida, pero se explica. Los oblatos son
laicos que se unen a una orden religiosa. Me pregunta a
continuación si quiero charlar con un sacerdote y me da el
número de teléfono del padre Y. ¡Es increíble! No me lo puedo
creer: al primer intento doy con una oblata carmelita, en una
librería religiosa, ciertamente, pero todas las libreras de La
Procura no son forzosamente cristianas y, aún menos, cercanas
a la espiritualidad de san Juan de la Cruz.

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Jean-Marie Élie Setbon DE LA KIPÁ A LA CRUZ

Me siento verdaderamente conducido. Eso es la vida


carismática, que no está reservada a una comunidad o corriente
de la Iglesia que se llame así. La vida carismática consiste en
dejarse hacer y guiar por el Espíritu Santo en la vida de todos
los días, en todas las circunstancias. Como si fuésemos un
barco: se va mucho más rápido si se izan las velas para que
sople el viento del Espíritu. Si no, se rema, y se pasa al lado de
las personas que él pone en nuestro camino, y se hace caso de
las señas que él nos hace. Todo cristiano está llamado a vivir
así, con el Espíritu Santo en su vida familiar o laboral, en su
vida social, y no solamente rezándole en momentos dedicados
a la vida espiritual. La vida espiritual es una misma cosa con la
vida natural. Aunque los tiempos dedicados a la oración o a
otras formas de plegaria sean vitales.
Desde ese día, todas las mañanas, leo a san Juan de la
Cruz en el desayuno. Aprecio mucho lo que ha escrito, porque
es algo vivido y experimentado. Lo leo incluso cuando no
tengo ganas. Por fidelidad. Es mi hermano mayor.
ENSAYOS DE DIÁLOGO JUDEO-CRISTIANO
Dejo pasar algunos días. Luego decido por fin llamar al
padre Y. Me presento, le explico que una librera de La Procure
me ha dado su número, que soy judío y estoy interesado por
Cristo. Me escucha y me propone ir a visitarlo a su casa en
Porte d'Auteuil.
Durante ese otoño voy a verle regularmente. En esos
encuentros, hablamos mucho sobre san Juan de la Cruz. Lo que
vivo entonces, es para mí el verdadero diálogo judeo-cristiano.
Cada uno es fiel a lo suyo, ni uno ni otro reniega. Él me explica
a san Juan de la Cruz desde su formación cristiana. Y yo le
cuento cómo lo entiendo a partir de mi cultura judía, filosófica
y mística. El padre Y acoge lo que le digo. Nunca se muestra
perentorio o arrogante conmigo. No me dice: «[Un día lo
entenderás!». Además, siento que no busca influenciarme. Al

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Jean-Marie Élie Setbon DE LA KIPÁ A LA CRUZ

hilo de nuestras charlas, me voy dando cuenta de que las


palabras no tienen forzosamente el mismo significado en todas
las culturas. En consecuencia, no se puede uno entender en
tanto no se tome la precaución de ponerse de acuerdo sobre el
significado de las palabras. Por ejemplo, la palabra carne para
san Pablo o para UIl judío no tiene el mismo significado que
para un griego.
El padre Y es excepcional por su humildad. Cuando se
está enraizado en Dios y en la Iglesia, no se tiene miedo de
escuchar opiniones diferentes, se puede uno enriquecer con
puntos de vista nuevos sin quedar desestabilizado en lo
esencial.
Ya dije antes lo que pienso del diálogo interreligioso
cuando no está fundado en la verdad. Lo que experimento con
el padre Y me prueba que un diálogo teológico fecundo entre
judíos y cristianos es posible. Por otra parte, existen otros
ejemplos, como el de san Bernardo de Claraval que fue a
estudiar con los rabinos de Troyes. Se opuso a los pogromos y
quiso ver por sí mismo cómo estudiaban los exegetas judíos,
que le interesaron mucho. Pero no temía decir que la verdad
estaba en el seno de la Iglesia. Otro ejemplo: en sus Charlas
sobre el Padrenuestro, el cardenal Journet utiliza un concepto
de la teología mística judía, el de la contracción de Dios en el
momento de la Creación. San Juan de la Cruz también
dialogaba con un teólogo místico judío español de su época.
Mis encuentros con la Iglesia y mis tentativas de diálogo
con sus representantes no han sido siempre tan fructíferos. En
efecto, a continuación, me cruzaré con sacerdotes que no
tendrán la capacidad de escucha del padre Y, y que tratarán de
imponerme sus puntos de vista. Mi lectura cristiana del
Antiguo Testamento les da miedo porque imaginan que
perjudica el diálogo judeocristiano, o el Magisterio y la:
Tradición de la Iglesia. Sería tonto tirar piedras contra la

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Jean-Marie Élie Setbon DE LA KIPÁ A LA CRUZ

Iglesia porque algunos sacerdotes u obispos se portasen mal, o


no lo hicieran como deseamos. En efecto, los hay también
formidables.
Después de mi bautismo y cuando comienzo a enseñar,
encontraré algunos con los que tendré verdaderos intercambios
intelectuales y espirituales. Durante un año, al principio, iré a
visitar cada mes al padre Thibault, Hermano de san Juan,
teólogo, con quien hablaré del pensamiento de santo Tomás de
Aquino. Mi obispo, Mons. S antier, que es un verdadero padre
para mí, me proporciona durante dos años una formación en
teología y me da la misión de un apostolado en la Iglesia
católica para todos los públicos en Francia y en el extranjero.
Mi tutor es el decano de teología de los Hermanos de san Juan.
Tenemos charlas sabrosas y en un tono enormemente libre.
También me encuentro regularmente con Mons. Aupetit,
obispo auxiliar de París, y charlamos con gusto. Me ha pedido
que trate a los sacerdotes de París en el marco de su formación
permanente.
Hoy, habiendo recibido el encargo por parte de Mons.
Santier de dar conferencias y predicar retiros en Francia y en el
extranjero, tengo ocasión de descubrir toda la riqueza de la
Iglesia en su variedad, con sus insuficiencias y sus hermosuras.
Al principio, como algunas personas me habían cerrado la
puerta, sobre todo tras mi bautismo, me decía que la Iglesia no
era acogedora. Ahora, mi mirada ha cambiado. He aprendido a
amar a la Iglesia o, mejor, Jesús me ha enseñado a amarla
como Él la ama: ¡hasta la muerte! Cuando muere en la cruz,
sabía muy bien que la Iglesia, la comunidad de los primeros
cristianos, no era perfecta. Y es normal, porque la Iglesia se
compone de sus miembros, de individuos. Así, una dimensión
de la Iglesia es divina y santa porque encuentra su fundamento
en Jesús, y la otra es pecadora. En el plano antropológico, se
trata del mismo conflicto que hay en cada uno entre el hombre

78
Jean-Marie Élie Setbon DE LA KIPÁ A LA CRUZ

nuevo, hijo de Dios, que no peca, y el hombre viejo que


corresponde a nuestra humanidad. Es bueno recordar que la
Iglesia está fundada sobre Pedro, el mismo Pedro que negó a
Jesús la noche de su proceso, que no estuvo presente cuando
fue crucificado y que no creyó a María Magdalena cuando, en
la mañana de la resurrección, vino a anunciarle que Le había
visto. Y sin embargo, después de todo eso, Jesús no le ha dicho
a Pedro: «Como no has estado a la altura, te quito, ya no eres
digno de ser la piedra sobre la que quiero fundar mi Iglesia».
En cambio, le ha preguntado por tres veces: «¿Me amas?» (J n
21).
Subrayo también que a través de los siglos, en su
matrimonio de amor con la Iglesia, a pesar de todas las
infidelidades de unos y otros, Cristo nunca se ha divorciado.
Entonces, sí, es penoso encontrar a quienes nos cierran la
puerta. Pero la Iglesia es hermosa, santa en su unión con Cristo,
e indispensable para darnos a Jesús. Es asombroso, pero poco a
poco he comenzado a ver y a vivir la Iglesia como esposa de
Cristo, y como madre que nos engendra en Dios.
Pero volvamos al padre Y. En el curso de nuestra
conversación, me explica que los Evangelios son el pleno
cumplimiento de las Escrituras. Entonces le pregunto:
-¿Dónde se dice en el Antiguo Testamento que el Mesías
deba nacer de una joven virgen? -Isaías 7, 14.
-Eso no funciona -le digo.
Él me mira perplejo: -¿Por qué?
-Porque lo escrito es «alma» que significa «muchacha
joven». Esta palabra que se ha traducido por virgen designaba a
todas las mujeres no casadas. "Una virgen dará a luz", en
lenguaje bíblico, significa sencillamente: una mujer va a dar a
luz, ni más ni menos, y no que vaya a dar a luz virginalmente.
Además, para que eso corresponda a la profecía de Isaías, el

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Jean-Marie Élie Setbon DE LA KIPÁ A LA CRUZ

ángel Gabriel, en el momento de la anunciación, en el


evangelio de san Lucas, tendría que haber llamado Emmanuel
al hijo de María ...
El padre Y me observa con una mirada de enorme
humildad, que me desarma. En ningún momento trata de
convencerme. Me responde que la virginidad de María es una
cuestión de fe. Pero, no hay nada que hacer, yo no estoy
convencido. Por otra parte, estoy muy cerrado en todas las
cuestiones que giran en torno a la Virgen María, y el padre Y
va a darse cuenta enseguida. Ese día no insiste. Sin embargo, la
cuestión de la Virgen María va a volver muy pronto sobre el
tapete. En efecto, otro día, él se pone a hablarme de eso. Le
respondo:
-¡No quiero tratar de la Virgen María! Él me mira,
interrogante.
-No, no quiero.
-¿Por qué?
Él intenta comprender mi reticencia. Otro habría dicho
«[La Virgen María es una mediadora!». Pero él no lo hizo, sino
que siguió preguntándome:
-¿Por qué dices que rezar a la Virgen María es idolatría?
-Cuando veo en KTO todas esas procesiones en Lourdes,
esas velas y esas reverencias ante imágenes, es como los ídolos
en Asia, en África o en la Biblia.
Él no responde, y continuamos con la lectura de san Juan
de la Cruz. Una vez más no busca persuadirme de nada.

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Jean-Marie Élie Setbon DE LA KIPÁ A LA CRUZ

Durante este periodo en que me veo regularmente con el


padre Y, me sigo despertando por la noche a causa de los
escalofríos y me encuentro en presencia de Jesús. Mientras que
hasta ahora no le había hablado de eso a nadie, decido
confiarme a mi nuevo amigo. Ese día me escucha, pero no dice
nada de particular. Seguimos hablando de san Juan de la Cruz.
La siguiente vez, en cambio, me plantea una batería de
cuestiones sobre lo que me sucede por la noche. Tengo la
impresión de sufrir un verdadero interrogatorio. En ese
momento, me digo a mí mismo que hubiera hecho mejor en
callarme. Él quiere saberlo todo: a qué hora sucede, en qué
estado de conciencia me encuentro en ese momento, cómo me
siento en la jornada posterior, si me habla una voz interior, etc.
''Al menos -me digo-, se lo ha tomado en serio".
Otro día me pregunta si me sigue sucediendo lo la noche.
Le contesto afirmativamente. Me aconseja rezar un
rosario la próxima vez que comience a sentir esos escalofríos.
-Me parece bien. Pero ¿qué es un rosario?
-Son meditaciones.
-Ya. También meditamos los judíos. Explíqueme un poco
más.
-Se trata de decir un Padrenuestro y diez Avemarías.
-¡Ah, no! Ya le he dicho que no quiero nada de María ...
Pero entonces decido proponerle un trato:
-Puedo decir once Padrenuestros en lugar de las diez
Avemarías.
Él sonríe:
-No, eso no es posible. Te propongo otra cosa: dices
«Dios te salve, María» como si le dijeses «[Buenos días!», sin

81
Jean-Marie Élie Setbon DE LA KIPÁ A LA CRUZ

imagen y sin ponerte de rodillas.


Me entrega entonces un desplegable con los cinco
misterios de luz meditados por Juan Pablo II, y me explica
cómo rezar un misterio en cada decena del rosario. «[Vaya,
otra vez Juan Pablo II!», me digo a mí mismo. Veo un guiño en
eso y acepto. Al despedirme, me pide que le telefonee para
contarle cómo se desarrolla nuestro nuevo método. Más tarde
comprenderé que quería cerciorarse de que esos fenómenos
nocturnos no procedían del demonio. Pues María hace
retroceder al demonio.
A salir de su casa ese día estoy muy excitado, y me
pregunto cómo voy a hacer para aguantar hasta la noche. La
tarde con los niños me parece interminable. Solo tengo una
cosa en la cabeza: lograr que se acuesten para poder
encontrarme solo y leer el desplegable. Al fin llega el momento
en que puedo encerrarme en mi cuarto. Me preparo entonces
con la ayuda del rosario y el desplegable para estar listo para el
momento en que me despierte. Estoy nervioso como si fuese a
pasar un examen. Recito entonces mis cuatro rosarios, los
gozosos, los de luz, los dolorosos y los gloriosos, antes de
acostarme. Enseguida me hundo en el sueño y duermo como un
bebé... hasta la mañana siguiente. Además, después de este
rosario, ya no me despertaré más por la noche. En cambio, al
abrir los ojos al día siguiente, me encuentro con un deseo loco
de arrodillarme a los pies de María y de amarla. Es increíble,
¿no? Jesús me lleva a María, su madre, mientras que de
ordinario es a la inversa: se va a Jesús por María.
Cada vez más, me encuentro dividido interiormente entre
lo que vivo en mi corazón y lo que me dice la razón. ¡No puedo
más! Para encontrar una solución a este dilema interior, decido
conceder tres meses al corazón para que haga sus experiencias,
y dejar la razón a un lado durante este tiempo. Al cabo de esos
tres meses, sacaré mis conclusiones. Para comenzar, vuelvo a

82
Jean-Marie Élie Setbon DE LA KIPÁ A LA CRUZ

La Procure. Me paseo por las secciones y encuentro un libro


que me llama la atención. Se trata de La verdadera devoción a
María de san Luis María Grignion de Montfort. Este autor me
es perfectamente desconocido. Lo compro y empiezo
enseguida la lectura. Este libro me dice que así como Dios pasó
por María para llegar al hombre, así también desea que
pasemos por María para unirnos a Él. ¡Qué misteriosa
delicadeza!
Poco tiempo después, una noche, mientras intento
dormir, recibo como una palabra interior, que me sugiere por
qué María debía ser virgen para recibir al Mesías, y ¡lo hace a
través de la teología mística judía!
Según la tradición, Sara, la mujer de Abrahán, era estéril.
Había que romper la cadena natural desde el pecado de
Eva, de modo que Sara pudiese dar origen a una nación pura.
Era precisa una forma de muerte y renacimiento. Para que
Isaac fuese puro, su receptáculo debía ser puro. Esta noción de
adecuación entre el receptáculo yel contenido es fundamental
en la teología mística judía. Se pone el agua en un vaso y no en
un plato. Se encuentra esta misma idea en el capítulo primero
del Éxodo. En efecto, allí se cuenta que un hombre fue a buscar
una doncella en la tribu de LevÍ. De su unión nacerá Moisés.
Pero se sabe que esta mujer tenía ya dos hijos, Myriam y
Aarón. Entonces, ¿por qué las Escrituras dicen que la madre de
Moisés era una doncella, como si fuese virgen? El Talmud
explica: Dios hizo un milagro devolviendo su virginidad a la
madre de Moisés, porque era preciso que el salvador de Israel
naciera de una madre intacta. Esta «revelación» tuvo tal
impacto en mí que, en aquel momento, María entra totalmente
en mi corazón.
Estamos en noviembre de 2007. Han transcurrido varios
meses desde el día en que Jean Marie Lustiger me hizo señas
en la playa de Trouville. Desde hace algún tiempo, tengo la

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Jean-Marie Élie Setbon DE LA KIPÁ A LA CRUZ

costumbre de acudir a primera hora de la tarde a la iglesia de


Saint-Augustin, mientras los niños están en el colegio. Esta
iglesia es muy grande, circular, y tiene muchas capillas. En una
de ellas, en la que se convirtió Charles de Foucauld, hay un
magnífico crucifijo de tamaño natural. Es aquí donde vengo a
sentarme, siempre en el mismo sitio, frente a Él. Por el
momento, no conozco a Charles de Foucauld y no vengo aquí
por él, pero pasado el tiempo, me digo que este lugar de
conversión es importante y, ¿quién sabe si no habrá intervenido
él desde el cielo para alcanzar mi conversión?
Un día, al llegar a la capilla, veo que una religiosa esta
sentada en «mi» silla. Como ya comienzo a creer que no hay
coincidencias gratuitas, me decido a hablarle. Charlamos un
poco. Me dice que es una hermanita de Belén y que viene de
Fontainebleau. Las hermanitas de Belén son contemplativas de
clausura que no salen nunca de su convento. ¿Nunca?
Entonces, ¿qué hace ella sentada en mi silla, hoy, yen el mismo
momento en que entro en esta iglesia? Me está encaminando a
la Iglesia, eso es cierto. En efecto, ella me sugiere que vaya a
ver a la priora de las Hermanas de Belén, en la plaza Victor
Hugo de París.
Poco tiempo después, me encamino hacia esta dirección.
Entro por la tienda que está alIado y pido ver a una religiosa.
Se me presenta entonces sor Ch, a quien cuento mi historia y
mi atracción por Jesús. Me escucha y me dice que tengo que
ver sin falta a una cierta sor P. Así lo hago. La primera vez
charlamos un rato en el locutorio. Ella me propone volver por
allí a verla, cuando quiera. No me hago de rogar, y vuelvo por
allí siempre que puedo. Así comienza una larga cadena de
horas y horas de conversación.
En el mes de diciembre de 2007, sor P me propone ir a
pasar la Navidad al convento. ¡Qué alegría! He soñado con eso
desde mi infancia: ¡por fin podré celebrar la Navidad en una

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Jean-Marie Élie Setbon DE LA KIPÁ A LA CRUZ

iglesia! Evidentemente, acepto enseguida su invitación. Me


sugiere dormir allí y me promete que podré comer kosher. Por
otra parte, eso no será problema para las hermanas, porque en
una de las calles cercanas al convento hay toda clase de tiendas
judías. Ese día, al volver a casa, estoy muy emocionado. ¡No
me lo puedo creer! Una canción de Enrico Macias, «Noél a
Jérusalern», me baila en la cabeza. Aunque para mí, será más
bien ¡«Noel aBethléem»! Llega el día. Espero que estén
dormidos los niños para desaparecer. Quedan al cuidado de
Rachel, a quien he dejado el número de teléfono por si acaso.
No les he dicho dónde voy. Me da cierto apuro dejarlos solos
por la noche, es la primera vez que sucede. Pero siento que
debo ir. En el camino, rezo para que no les pase nada.
La misa es magnífica. Comulgo con el cuerpo y la sangre
de Cristo. Sor P no vuelve y cuando, más tarde, le diga que yo
comulgué la primera vez a los trece años, quedará estupefacta.
Luego, como las hermanas, tomo mi cena en una celda. En fin,
me acuesto. Dormir en el monasterio es para mí una
experiencia muy emocionante. Estoy impresionado por el
increíble silencio que allí reina. Vivo un gran momento de
recogimiento y paz. Me siento totalmente separado del mundo.
Disfruto de una alegría y una paz interiores que no he conocido
en ninguna otra parte.
En el momento de dejar el convento, a la mañana
siguiente, las hermanas me dan pan y pasteles para los niños.
Al llegar a casa, le doy estos regalitos y les explico que son de
un monasterio en que he pasado la noche. Para mi gran
sorpresa, ellos no hacen ningún comentario. Sor P me ha
regalado también un crucifijo y una imagen de la Virgen de
Lourdes, que me ha hecho elegir en su tienda. Pero eso, en
cambio, no pienso enseñárselo por el momento. Los escondo
cuidadosamente en mi cuarto. En efecto, a pesar de todo lo que
me ha pasado en estos últimos meses, los niños no sospechan
nada y seguimos llevando nuestra vida judía ultraortodoxa

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Jean-Marie Élie Setbon DE LA KIPÁ A LA CRUZ

normal.
Sin embargo, cuanto mejor va todo más siento que esta
vez no vaya cortar. La conversión está próxima:¡voy a pasar al
otro lado! De golpe, me empiezo a plantear seriamente cómo
presentaré las cosas a los niños. ¿Cómo se lo van a tomar?
Temo su reacción. Entonces, intento preparar el terreno poco a
poco. Por ejemplo, mientras que desde Navidad la imagen de
María esta escondida en mi cuarto, y cierro la puerta cuando le
vaya rezar, decido que ahora la pongo más a la vista y dejo la
puerta entreabierta. Un día, la dejo abierta del todo. Llega
Rebeca y me sorprende de rodillas ante la Virgen María. Me
pregunta qué hago. Un judío reza sentado o de pie, pero nunca
de rodillas. Estoy un poco confuso, pero al mismo tiempo
deseaba que llegase este momento. Le explico:
-Es la Virgen María, la madre de Jesús.
-¿Es tu nueva amiguita? -me contesta ella.
Bueno, me había equivocado al inquietarme: no ha sido
más complicado que eso. En adelante, la Virgen María es
aceptada en la casa. Desde este día, cuando encendemos las
velas de shabat, el viernes al atardecer, se canta también el
Avemaría.
Sor P me invita también a pasar la noche de año nuevo en
el monasterio. Esta vez se lo digo a los niños. La víspera
comienza por los oficios. Las hermanitas
de Belén son muy marianas y muchos de sus cantos se
dirigen a la Virgen María, que tiene una fiesta el primero de
enero. Esta misa en honor de la madre de Jesús, que forma
parte de mi vida desde hace poco, tiene para mí una resonancia
muy particular. A la mañana siguiente, me dan de nuevo
pasteles para los niños, y al regresar, ellos me preguntan cómo
ha sido todo. Yo les cuento mi fin de año cristiano.

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Jean-Marie Élie Setbon DE LA KIPÁ A LA CRUZ

Estoy asombrado por su modo de reaccionar. Toman las


cosas tal como vienen, sin extrañarse. Pensaréis que tengo
suerte y que mis niños son tranquilos y abiertos. Pero yo no
creo en la suerte, creo en la Providencia y en la educación: en
la relación de confianza entre padres e hijos. Algunos meses
más tarde, antes de ir a Tierra Santa, pediré a mis hijas que
forren de papel opaco mi libro de san Juan de la Cruz, para no
aparecer como judío renegado. Déborah me responderá:
«¡Papá, haz lo que tú quieras!». Ellas son más libres que yo.
Les hago caso, y no fórro el libro. Y cómo no: en el coche, una
judía me interpelará.
Pienso cada vez más en pedir el bautismo, pero sigo
dividido. El 2 de febrero de 2008 vuelvo al monasterio para
celebrar la Presentación de Jesús en el Templo. Voy al oficio
de la tarde, paso la noche en una celda, y asisto a la misa por la
mañana temprano. Antes de marcharme, hacia las tres de la
tarde, sor P me pregunta qué tal voy: «Muy bien. Además he
decidido pedir el bautismo». Estoy sorprendido por lo que
acabo de decir: en ese instante preciso, Dios sabe por qué, ya
no tengo conflicto interior. Sor P me pregunta por qué quiero
bautizarme. ¡Porque quiero ser cristiano! Ella me explica
entonces que debo hacer el catecumenado.
-¿Qué es eso?
-Es una preparación al bautismo.
-Pero señora, ¿para qué tengo que prepararme?
-¡Para ser cristiano!
-¡Pero si ya estoy preparado! Sé leer la Biblia. Además,
esa preparación que me propone contradice las Escrituras. -
¡Ah, sí! ¿Y por qué?
-En los Hechos de los Apóstoles, cuando el etíope pide el
bautismo a Felipe, se echa a una charca de agua y le bautiza allí

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Jean-Marie Élie Setbon DE LA KIPÁ A LA CRUZ

mismo. Y, en el caso de san Pablo, ¿es que alguien le ha pedido


seguir un catecumenado?
-¡Cálmate!
-Estoy calmado.
-En la Iglesia ya no es así. ..
-Pero yo le hablo de Jesús, no de la Iglesia. No estamos
en la misma longitud de onda.
Se sigue una larga discusión en que la hermana intenta
explicarme que la Iglesia y Jesús son un mismo cuerpo.
Para mí, que soy judío religioso, la referencia absoluta es
la palabra de Dios, y no las ideas de los hombres. Lo que me
molesta en toda esta historia del catecumenado, es que no se
menciona por ninguna parte en los Hechos de los Apóstoles.
Ved lo que le costó al apóstol Pedro suprimir lo que estaba
prescrito en la Torá. Sin embargo, dijo que Jesús era el Mesías,
vio a Jesús resucitado, creyó y afirmó que Jesús era hombre y
Dios, recibió el Espíritu Santo en Pentecostés y salió a
predicar. Pero a pesar de todo eso, seguía convencido de que
había que comer kosher por la sencilla y buena razón de que
eso estaba escrito en la Biblia. Necesitará una visión para
comprender que eso ya no era necesario.
En lo que me concierne, por obediencia y porque mi
deseo
de ser bautizado es lo más fuerte, voy a aceptar
someterme a lo que me pide sor P. En el mes de febrero de
2008 entro en el catecumenado. Será probablemente más fácil
para mí acercarme a los judíos mesiánicos, según me han
sugerido. Sin embargo, yo me siento atraído por el catolicismo.
Ignoro por qué, pero en eso al menos no tengo ni sombra de
duda. Por otra parte, ser judío mesiánico no resolvería mi
problema de conciencia que se refiere principalmente a la

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Jean-Marie Élie Setbon DE LA KIPÁ A LA CRUZ

persona de Jesús, Dios hecho hombre, ya la idea de un Dios en


tres personas.
El cardenal Lustiger, a propósito de los judíos que se
hacían cristianos como él, hablaba de judíos cabales. No quiero
escandalizar a nadie, pero no estoy de acuerdo con él. No me
considero un judío cabal, sino un judío convertido a Cristo: no
se habla de judíos cabales en los Hechos de los Apóstoles, ni
en las Epístolas de san Pablo, ni en toda la santa Biblia. La
gente que escuchaba a san Pedro, el jefe de la Iglesia, le
preguntaba: «¿Qué debemos hacer?». Él respondía:
«Convertíos». No les ha pedido ser judíos cabales
reconociendo a Jesús. Una conversión es un cambio total. De
pronto, se ve, se piensa, se come de otra manera. Se tiene una
relación diferente con los demás y con Dios. Después de su
conversión, los judíos ortodoxos como Pablo, el rabino Drach,
los Liebermann, el gran rabino de Roma Zolli, han cambiado
su mirada sobre la práctica de la Ley.
La conversión, en hebreo «techuva», es una vuelta a
Dios.
En las sagradas Escrituras, Dios pide con frecuencia a los
judíos que se extravían que se conviertan, que vuelvan a Él.
San Pedro ha pedido a los judíos que se conviertan porque,
según él, el pueblo judío se extraviaba al no aceptar a Jesús
como Dios salvador. La conversión permite ser un hombre
nuevo. Convirtiéndome a Cristo, soy otro. A mi parecer, la
mayor parte de los judíos no creyentes o no practicantes que se
han convertido al cristianismo acaban siempre por encontrar
sus raíces judías a través del catolicismo. A menudo, me parece
que no se sienten cómodos con su identidad judía, que no han
vivido plenamente o asumido hasta el final. Tienen una visión
externa del judaísmo, del judaísmo ortodoxo, de la práctica de
la Ley y de los estudios. El gran rabino de Roma que se
convirtió en 1956 -después de haber tratado mucho a Pío XII,

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Jean-Marie Élie Setbon DE LA KIPÁ A LA CRUZ

de quien tomó su nombre de bautismo, Eugenio-, no tenía


problema de fidelidad a sus raíces, porque había vivido y
cumplido plenamente su judaísmo. San Pablo también tenía en
poco su práctica judía. San Juan tampoco hablaba de su
judaísmo.
A propósito del cardenal Lustiger, abro un paréntesis.
Cuando Juan Pablo II se proponía nombrarle arzobispo de
París, sus consejeros en el Vaticano se opusieron, pensando
que al ser judío podía dar lugar a historias. Juan Pablo II no
cambió de parecer. Se fue a rezar. Al volver, dijo a sus
consejeros: es la voluntad de Dios, punto final. El cardenal
Lustiger ha sufrido toda su vida que los judíos no reconozcan a
Jesús, y que muchos católicos no reconozcan que era judío.
Una precisión aún: el cardenal Lustiger, que se hizo bautizar en
plena guerra mundial y contra el parecer de sus padres, que
acabaron por permitírselo pensando que eso le protegería, no se
convirtió por esa supuesta ventaja. Su madre murió deportada y
su padre le pidió anular su bautismo: ¡qué desgarramiento
debió sentir! Imagino fácilmente cómo sufriría su conciencia y
qué sentimiento de traición filial debió padecer. Me parece que
solo los judíos y los musulmanes convertidos pueden
comprender, en sus entrañas, lo que Jesús quiere decir cuando
declara, en el evangelio de Mateo (IO, 34-35): «No penséis que
he venido a traer la paz a la tierra. No he venido a traer la paz
sino la espada. Porque he venido a enfrentar al hombre contra
su padre, a la hija contra su madre y a la nuera contra su
suegra».
Volvamos a mi catecumenado, este largo periodo de
preparación al bautismo que comienza a parecerse a una
carrera de obstáculos. Y, creedme, ese es el caso para muchos
catecúmenos. Pienso sinceramente que habría que acortar este
tiempo de preparación (que dura dos o tres años normalmente)
si se logra discernir en el catecúmeno un deseo real de ser
bautizado. Por lo demás, sería más juicioso seguir al neófito

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Jean-Marie Élie Setbon DE LA KIPÁ A LA CRUZ

después de su bautismo, más aún que antes. En efecto, tras el


bautismo, el nuevo cristiano se encuentra a merced de sí
mismo. Con frecuencia nadie se interesa seriamente por él, y
sucede que los recién bautizados no vuelvan a poner los pies en
una iglesia.
Es un laico de la comunidad de Belén, Francois F, quien
recibe la misión de acompañarme. Esta tarea que le incumbe
está lejos de ser fácil. Llego a él con diez años de formación
rabínica a mis espaldas, con una teología, una filosofía. No soy
un pagano que acaba de convertirse. Él no consigue responder
a todas mis preguntas. Incluso me dice que se siente superado y
puedo comprenderlo. Paralelamente me sigue un sacerdote, el
padre O. También nuestros encuentros son difíciles, tanto para
él como para mí. No paro de preguntarle y sus respuestas no
me convencen. Siempre tengo un argumento para oponerme.
Pero él se muestra bastante cerrado al diálogo. Quiere
imponerme su punto de vista: él es el sacerdote, el «especialista
en san Pablo», como dice. El modo de actuar del padre O choca
realmente con mis hábitos culturales. Recordad que en el
judaísmo, se tiene la costumbre de la disputa, en sentido
medieval, tal como la he practicado en la yeshiva. La
disputatio es parte de los estudios, a la manera en que santo
Tomás de Aquino defendía en su tiempo sus puntos de vista
teológicos. En la yeshiva, se puede no estar de acuerdo con el
maestro. En cambio, en las clases de teología católica y de
exegesis, tal como están organizadas, con frecuencia en
anfiteatro, a nadie se le ocurriría contradecir al profesor. Es una
pena, pues esta práctica permite llegar realmente al final de la
argumentación y aclarar las cosas. De hecho, nadie aquí abajo
tiene toda la verdad. Ninguna de nuestras palabras agotará el
misterio: «Dios no ha dicho más que una Palabra, yes su Hijo».
Varios puntos de vista pueden sumarse para aclarar el misterio
desde perspectivas diferentes. Por otra parte, san Benito en su
regla insiste en el hecho de que el Espíritu Santo habla a

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Jean-Marie Élie Setbon DE LA KIPÁ A LA CRUZ

menudo a través del más pequeño de todos los hermanos de


una comunidad, aquel a quien no se piensa consultar.
Durante todo mi catecumenado, me chocó la manera de
presentarme las afirmaciones de Jesús. Se prescindía
totalmente de que fuera judío. Evidentemente, yo no digo que
haga falta ser judío para comprender a Jesús. Los padres de la
Iglesia, los santos y las santas que no han sido judíos han
transmitido muy bien los Evangelios, y Jesús mismo ha dicho:
«Yo te alabo, Padre [ ... ] porque has ocultado estas cosas a los
sabios y prudentes y las has revelado a los pequeños» (Mt 11,
25). Muchas veces pienso que para poder entrar en lo que
realmente dice Jesús, hay que entrar antes en el pensamiento
judío. En efecto, Jesús se dirige a judíos, con quienes comparte
la misma cultura. El contexto de la cultura rabínica de la época
tiene también su importancia. En lo que me concierne, cuando,
unos años más tarde, emprendo una formación en teología y en
filosofía, y estudio el pensamiento de santo Tomás de Aquino,
necesito saber quién era, en qué lugar y época vivió, entrar en
su lengua y en su cultura. Incluso con años de estudio a mis
espaldas, admitiré que la suya no es mi cultura. Es una actitud
que me parece esencial para acceder al conocimiento de algo.
Por lo demás, nótese que siguiendo al concilio Vaticano Ir y al
diálogo judeo-cristiano, las cosas van evolucionando en este
sentido.
Cuando el padre O me cita esta frase de Cristo en el
Evangelio de Mateo: «No penséis que he venido a abolir la Ley
o los Profetas; no he venido a abolirlos sino a darles su
plenitud» (Mt 5, 17), yo no la comprendo. Para mí eso es falso.
No olvidemos que Jesús se dirige aquí a judíos fariseos. La Ley
para ellos designa el conjunto de las prescripciones de Moisés,
reunidas en los cinco libros que constituyen el Pentateuco, la
Torá. Pues, Cristo viene a abolir los rituales judíos y sobre todo
la comida kosher, cuando dice (Cfr Mt 15, 16-20) que no es lo
que entra por la boca lo que hace impuro al hombre. La comida

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Jean-Marie Élie Setbon DE LA KIPÁ A LA CRUZ

kosher no es una invención de Moisés o de los rabinos: es un


mandamiento dado por Dios a Moisés. No es cosa de poca
monta. Si mañana viniese alguien con las mejores intenciones
del mundo para abolir la Eucaristía, ¿qué diríamos?
Entonces, acoso al padre O con mis preguntas: «¿Qué
quiso decir Cristo? ¿Qué palabra ha utilizado en arameo?
¿Cómo san Jerónimo, que parte de la Biblia de los Setenta y
del hebreo, traduce los verbos abolir y dar plenitudi»,
Además, hay que comprender que Jesús no suprime solo
los rituales judíos sino también el dogma de la fe judía. Nunca
los profetas nos hablaron de un Dios trino que se haría carne.
Ese es otro punto sobre el que interrogo vivamente al padre o:
«¿Dónde se anuncia un Dios trino, Padre, Hijo y Espíritu
Santo, en el Antiguo Testamento? Lo que me muestra no me
convence. Por ejemplo, incluso cuando está escrito en el
profeta Isaías (7, 14) «Mirad, la doncella ("alma") está encinta
y dará a luz un hijo y le pondrá por nombre Enmanuel», puede
tratarse de un mesías humano, pues nada nos dice que la mujer
en cuestión va quedar encinta virginalmente y que es Dios
quien se va a hacer carne. A mis ojos de judío, la Trinidad
supone abolir el mandamiento número uno del judaísmo:
«Escucha Israel, el Señor tu Dios es UNO». Para un judío, un
Dios trino no es compatible con el Dios uno. Ahí también el
padre O hace gala de falta de apertura. No tiene en cuenta mi
punto de vista. No comprende que solo con la razón humana,
nadie en el mundo puede ver que exista un Dios trino, un Dios
que se encarna. En el Evangelio de Mateo (16, 13-19), cuando
Cristo pregunta a sus discípulos: «y vosotros, ¿quién decís que
soy yo?» y san Pedro le responde: «[Tú eres el Cristo, el Hijo
de Dios vivo!», Jesús hace esta declaración: «Bienaventurado
tú, Simón, porque no te ha revelado esto la carne ni la sangre,
sino mi Padre que está en los cielos». Así que, lo que ha dicho
Pedro no lo ha comprendido gracias a su inteligencia, eso le ha
sido revelado de arriba. También Saulo necesitará una

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Jean-Marie Élie Setbon DE LA KIPÁ A LA CRUZ

iluminación para comprender estas cosas.


Más tarde, cuando reciba más luz, me bautice y reciba el
Espíritu Santo, comprenderé de otro modo esta afirmación de
Jesús. Cuando dice que no ha venido a abolir sino a dar
cumplimiento, está hablando de lo esencial de la revelación del
Antiguo Testamento. Y lo esencial es que el Verbo se encarna.
Todas las Escrituras no dicen más que eso. Todo el
Antiguo Testamento, toda la Ley, están ahí para anunciar la
Encamación del Verbo que se cumple en Jesús. Todas las
Escrituras tienen como objetivo hacer venir al Mesías. Veamos
un ejemplo que revela el proyecto intrínseco de Dios sobre
Abrahán: un midrash se pregunta por qué Abrahán lleva con él
a su sobrino Lot para ir a la Tierra prometida. El midrash
responde que el Espíritu Santo ha mostrado en visión a
Abrahán que es de la descendencia de Lot de la que vendrá el
Mesías. Veamos: Jesús no viene a abolir el proyecto de Dios
sino a cumplirlo, es decir, a realizarlo, a convertirlo en real.
Jesús no viene a abolir la Ley y los profetas en la medida en
que su objeto era la Encarnación del Verbo de Dios. No abolió
la intención de Dios, que es rescatar al hombre y reconciliarse
con él para hacerlo realmente hijo de Dios: la cumplió.
Desarrollo esta cuestión con más profundidad en otros libros
que estoy escribiendo: cómo el Antiguo Testamento es
preparación para el Nuevo. No en el nivel de las profecías,
pues en el Credo no decimos: «Creo en las profecías». Cómo el
Antiguo Testamento prepara el Credo, que es toda la vida
cristiana. Cómo en el Antiguo Testamento se ve por todas
partes a la Trinidad, al Dios que se va a hacer carne.
Esperando, las correspondencias que intenta mostrarme
el padre O entre el Antiguo y el Nuevo Testamento no me
parecen serias. Juan Bautista señala por ejemplo a Jesús como
«el Cordero que quita los pecados del mundo», pero el cordero
que se ofrece en el Templo en Pascua es un cordero de

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Jean-Marie Élie Setbon DE LA KIPÁ A LA CRUZ

conmemoración, no de expiación. Es en Kippur cuando tiene


lugar el sacrificio de expiación, y no es un cordero lo que se
ofrece sino un macho cabrío. Concluyo que Jesús ha roto con la
antigua alianza y que no hay continuidad, contrariamente a lo
que me repite el padre O.
¡Qué difícil es para un judío aceptar las palabras de
Cristo! Se ve en los Evangelios que cuando Jesús anuncia algo
que supera la razón humana, la gente le abandona. Así en el
Evangelio de Juan (6, 51-58), cuando Jesús dice: «El que come
mi carne y bebe mi sangre tiene la vida eterna», muchos de sus
discípulos se van. Con todo, ellos habían elegido seguirle,
habían renunciado por Él a la seguridad material y espiritual en
la que vivían antes. Pero lo que Jesús afirma aquí está por
encima de todo, eso supera completamente la razón humana.
¡Comer la carne de un hombre y beber su sangre!
Además,¿dónde está escrito en el Antiguo Testamento que los
judíos deban comer la carne y beber la sangre de un ser
humano, de Dios encarnado? No se puede culpabilizar a esta
gente que ha dejado a Cristo en ese momento. Hay que aceptar
que el cristianismo se basa sobre la locura, la locura de la cruz.
Es decir, el fundamento del cristianismo está más allá de la
razón humana, de la percepción humana. No se puede
reprochar a los judíos no haber visto que Jesús es Dios, pues
¿quién lo ve? Se acepta por la fe y la gracia de Dios.
MI CORAZÓN Y MI CABEZA
Sor P me sermonea crudamente. Ella, que se pone a
cuatro patas por mí, tiene miedo de que yo lo haga fracasar
todo. En efecto, a causa de mi actitud, el padre O piensa que no
deseo verdaderamente ser bautizado. Pero eso no es cierto.
Tomo entonces la firme decisión de no hacerle más preguntas.
Pero eso no impide que me las haga a mí mismo. Siempre el
mismo conflicto agotador: mi corazón aspira al bautismo, pero
mi cabeza no le sigue.

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Jean-Marie Élie Setbon DE LA KIPÁ A LA CRUZ

Una noche en que no consigo dormir, hago un trato con


Jesús. Le hablo a corazón abierto: «Tú has puesto un deseo en
mi corazón, pero mi cabeza no cree nada en ti. Ella piensa que
tú eres un blasfemo, un mentiroso, que has desviado al pueblo
judío de la verdadera fe. No creo en el Dios trinitario ni en tu
resurrección. Si tú has resucitado, es obra del demonio, es una
prueba que Dios nos da. Está escrito claramente en el
Deuteronomio: "Os enviaré un falso profeta para poneros a
prueba". ¡Tú eres esa profecía de Dios! He acudido a tu Iglesia:
no tienen respuesta que darme. Entonces, es sencillo: o bien
produces un chispazo en mi cabeza, como has hecho con el
gran rabino de Roma -un día abrió el Arca y vio a Jesús que le
dice: "Ya no te necesito aquí, te necesito en otra parte"- o bien
me fulminas como a san Pablo. O me dejas en paz, porque ¡ya
es bastante complicado sacar adelante a seis hijos! No quiero
volverme loco, no me lo puedo permitir, tengo que atender las
necesidades de mi familia. Los niños ya han sufrido bastante
con la muerte de su madre, no quiero que sufran otra vez
porque su padre se convierte al catolicismo. Haz algo también
con ellos. Y si no, ¡déjame en paz! Amén». No hay respuesta.
Algún tiempo después, sor P me invita a pasar la
Pentecostés en el monasterio, con toda la familia. Ya hemos
pasado allí tres días en Pascua, los siete. Imaginadlo, una
familia judía practicante con seis hijos, que pasa tres días en un
convento de contemplativas, ¡en pleno París! ¡Que sigue toda
la liturgia católica y que come kosher! Para las hermanas
tampoco era cualquier cosa. Yo temía un poco la reacción de
los niños, sobre todo la de las chicas. Ellas nunca habían estado
antes en un monasterio, podrían protestar. Pero todo fue muy
bien. A los niños les ha gustado, sobre todo a las niñas, que han
podido charlar con las hermanas. Me ha sorprendido su
facilidad de adaptación. Por otra parte, desde que comencé a
cantar las oraciones a María en la apertura del shabat, los niños
nunca se ha opuesto a lo que les he ido proponiendo. En sí, ya

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Jean-Marie Élie Setbon DE LA KIPÁ A LA CRUZ

es un milagro, pues las mayores ya entran en la adolescencia y


no se muerden la lengua. Sin embargo, esta vez declino la
invitación de sor P porque los chicos pueden negarse. Sor P me
propone entonces ir a la casa de otras hermanas de Belén que
está en Nemours: tienen un jardín y los niños podrán jugar al
aire libre.
Llegamos pues los siete, el jueves por la tarde. El viernes
por la mañana, por fin, Jesús se me va a desvelar claramente.
¡Todas mis preguntas van a encontrar instantáneamente su
respuesta! Voy a bascular hacia otra dimensión.
Al llegar al monasterio el jueves por la tarde, seamos
francos, no estoy atormentado por mis cuestiones espirituales:
estoy agotado. He preparado los equipajes de los seis niños
para cuatro días, y luego hemos salido de casa los siete hasta la
Gare de Lyon para tomar el tren hasta Nemours. Allí, una
hermana nos esperaba con una furgoneta para conducirnos al
monasterio. O sea, mi conflicto interior ha estado sepultado por
las preocupaciones prosaicas y el cansancio físico. No pienso
en nada. Nos instalamos para pasar la noche. Nos alojan en dos
pequeñas ermitas separadas por un oratorio.
El viernes por la mañana me despierto temprano. Ya es
de día. Como los niños duermen aún, me voy al oratorio. Al
entrar en la capilla, veo al fondo un crucifijo bizantino. A su
derecha hay un gran icono de María y a la izquierda, un cuadro
de la Santa Faz del Santo Sudario, junto a una ventana que da
al cielo. Me acerco y me siento. De pronto, comienzo a sentir
los mismos temblores que me invadieron en la playa y en mi
cuarto. Presiento en mi carne que va a pasar algo. Y de repente,
¡veo abrirse los ojos de la Santa Faz! Me sumerjo entonces en
una felicidad indecible. Luego, después de un cierto tiempo
que me ha parecido muy largo, los ojos de la Santa Faz vuelven
a cerrarse y todo parece quedar en la normalidad. Me
tranquilizo lentamente y miro al cielo. Bruscamente, me doy

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Jean-Marie Élie Setbon DE LA KIPÁ A LA CRUZ

cuenta de lo que acaba de pasar y me da miedo. Me digo que


estoy perdiendo completamente la cabeza. Me inquieto
terriblemente por los niños. A ellos, que han perdido ya a su
madre, ¡solo les faltaba que ingresaran a su padre en un
hospital psiquiátrico! Me pregunto qué me pasa, todo es turbio
en mi cabeza. Me cuesta mucho tiempo bajar a tierra.
Luego miro de nuevo a la Santa Faz. De allí, está
decidido, no me voy a mover. Aunque vengan los niños, no me
voy a mover hasta que tenga una respuesta clara. Estoy
cansado de este Dios que juega al escondite. ¡No puedo más!
¡No soy masoquista! Esta vez, pase lo que pase, quiero acabar
ya. Entonces sus ojos se abren de nuevo. Y en ese momento
preciso, ¡viene la iluminación! Me veo bascular totalmente. ¡Es
un vuelco completo! ¡Por fin! Por increíble que pueda parecer,
en un instante, estoy dispuesto a echar la Ley judía a la
papelera. Ya no quiero comer kosher. ¡Es el golpe de gracia!
Yo, judío ortodoxo, testifico que sin esta Gracia, nunca hubiese
podido abandonar la práctica de la Ley. Comprendo muy bien
lo que san Pablo debió vivir en su carne.
La primera consecuencia de esta iluminación es un
cambio total de coordenadas. Antes deseaba a Cristo. Ahora
tengo una fe que ama a la persona misma de Jesús. Antes, mis
referencias eran la Biblia, el Talmud y los maestros que tuve en
el curso de mi formación rabínica. Intentaba hacer entrar al
Mesías en mis esquemas talmúdicos o en mis referencias
místicas judías, y si no entraba, lo rechazaba. De pronto, Él se
ha convertido en la referencia, el fundamento, la fuente de
todo. Ningún teólogo puede convencer a nadie para que
renuncie a su modo de ver el mundo, a lo que piensa, a sus
valores. Solo la Gracia. El padre O no podía darme lo que solo
Jesús puede dar.
Ahora descubro la Escritura con una nueva luz.
Comprendo el Antiguo Testamento a través de Cristo. El

98
Jean-Marie Élie Setbon DE LA KIPÁ A LA CRUZ

magisterio de
la Iglesia dirá que en todas las Escrituras no hay más que
una sola palabra, es el Verbo. Ahora, cuando leo el Antiguo
Testamento, veo en todo al Verbo, y no solo en los pasajes
proféticos que anuncian la venida de Jesús. En efecto, veo
pasajes o personas que han tenido una relación con la segunda
persona de la Trinidad. Varios pasajes del Nuevo Testamento
dan testimonio de estas relaciones con Jesús. Por ejemplo, en el
Evangelio de Juan (8, 56) Jesús dice a los fariseos: «Abrahán,
vuestro padre, se llenó de alegría porque iba a ver mi día; lo vio
y se alegró». O san Pedro en los Hechos de los Apóstoles (2,
31), dice de David: «Lo vio con anticipación y habló de la
resurrección de Cristo». Me doy cuenta de que toda la Escritura
habla del Dios Trinidad. Sí, el Señor me abrió realmente la
inteligencia a las Escrituras. Como dice san Pablo, un velo
estaba ante mis ojos, y ha caído. ¡Todo se vuelve claro!
En Gálatas 4, Pablo les reprende de que se han
convertido pero quieren someterse de nuevo a la Ley judía. Se
entrega entonces a una lectura alegórica, cristológica, de un
episodio de la Biblia. Compara a Agar, la esclava de Abrahán,
y a su mujer Sara con las dos Alianzas: la antigua, la del Monte
Sinaí, y la nueva, la de Jesús. Agar, la primera alianza, da al
mundo hijos esclavos. Y Sara, la nueva, hijos libres. Un judío,
por supuesto, no puede hacer ni aceptar esta lectura. Por eso
dice Pablo que los judíos tienen un velo en los ojos al leer las
Escrituras. Lo sé por mi propia experiencia. Comprendo ahora
que el Nuevo Testamento está en el Antiguo como un hijo en
su madre. Mientras está en su vientre, no se le ve. Al nacer,
para que pueda vivir y crecer, hay que cortar el cordón para
separarlo de su madre. Sin embargo, sigue siendo su hijo. Va a
aportar algo «nuevo», opera una ruptura y, al mismo tiempo, da
una dimensión distinta a su madre, la renueva. Así, el Nuevo
Testamento nació del Antiguo y aporta algo nuevo, como que
Dios es Trinidad, algo que no se veía claramente como el Dios

99
Jean-Marie Élie Setbon DE LA KIPÁ A LA CRUZ

que se hace carne.


En fin, la última consecuencia de esta iluminación es que
me siento llamado a convertirme en un servidor de la Iglesia.
Cuando salgo del oratorio, solo me interesa una cosa: Él, Jesús,
¡Dios hecho hombre! Pero no digo nada a nadie, ni a los niños
ni a las hermanas. Sigo muy natural y, durante toda la semana,
no cambio nada de nuestro modo de vida. Continúo comiendo
kosher. Es en la tarde del shabat, de regreso a casa, cuando se
produce el milagro. Como todos los viernes por la tarde, pongo
a punto el sistema para que las luces se apaguen a su hora sin
necesidad de accionar los interruptores, pues en la religión
judía no se pueden apagar las luces en shabat. Como de
costumbre, cantamos y comemos nuestra cena de fiesta. Es
entonces cuando me levanto para accionar el interruptor.
Apago la luz. Estoy yo mismo sorprendido de lo que acabo de
hacer, yo que era hasta entonces tan escrupuloso en el respeto
de las leyes judías. La vuelvo a encender. Los niños me miran,
estupefactos. Les digo que se sienten de nuevo, y me explico.
Me explico contándoles mi historia con Jesús desde el
principio.
De un día para otro, ya no hay ni shabat ni kosher en
casa. ¡Se acabó! Los niños, que me han visto siempre vestido
como rabino, me ven ahora vestido como todo el mundo, en
[eans, camisa o camiseta. ¿Pensáis tal vez que deben estar
impresionados por este cambio tan rápido? Pues bien, no, en
absoluto: el modo en que mis hijos han aceptado mi
conversión, sin haber tenido ellos iluminación, es un milagro.
Para mí, eso no ofrece ninguna duda. Incluso, la manera en que
yo mismo vivo las cosas es una gracia. En efecto, mi
conversión hubiese podido constituir un shock para mí
también, podría estar desconectado de la realidad. Pero no,
vuelvo a una vida normal y con los pies en la tierra. Sigo
siendo un hombre equilibrado. Lo sobrenatural no ha venido a
destruir lo natural.

100
Jean-Marie Élie Setbon DE LA KIPÁ A LA CRUZ

NUEVA VIDA
A veces me preguntan qué ha cambiado en mi vida desde
la conversión. Al principio, de hecho, quería ser sacerdote,
pero me explicaron amablemente que con siete hijos eso no era
posible. Como quiera que sea, estoy llamado a servir a la
Iglesia a través del apostolado de la predicación. «Que cada
uno ponga al servicio de los demás el don que ha recibido,
como buenos administradores de la múltiple y variada gracia
de Dios. Si uno toma la palabra, que sea de verdad palabra de
Dios; si uno ejerce un ministerio, hágalo en virtud del poder
que Dios le otorga», escribe san Pedro en su primera carta (4,
10-11). Cada uno, su vocación, Sin embargo, cualquiera que
sea el don recibido, es para ponerlo al servicio de los demás.
Cuando enseño, me esfuerzo siempre para estar al servicio de
los que me escuchan.
Lo que mi conversión ha transformado
fundamentalmente es mi forma de vivir con los demás. Primer
cambio, notable para un judío ortodoxo: soy ahora sensible al
sufrimiento de cualquiera, aunque no sea judío, y rezo por
todos los que se confían a mi oración, aunque no los conozca.
Ya no veo a los demás corno goys (no judíos), o extraños e
indiferentes. Tengo más ternura y atención hacia el otro,
quienquiera que sea. Esto cambia completamente mi actitud
hacia él.
En fin, el conflicto entre mi corazón y mi razón ha
quedado atrás: estoy totalmente preparado para dar el paso.
Fui bautizado el 14 de septiembre de 2008, el día de la
Exaltación de la Santa Cruz, en las Hermanas de Belén, por
inmersión total en una enorme pila. Iba vestido con una gran
alba blanca y fui totalmente sumergido. ¡Por fin! Tengo
entonces 43 años. Mi querido padre O fue quien me bautizó, en
el nombre del Padre, y del Hijo y del Espíritu Santo, dando un
inmenso suspiro de alivio ... ¡O de agotamiento! Que Dios le

101
Jean-Marie Élie Setbon DE LA KIPÁ A LA CRUZ

bendiga.
Mi nombre de bautismo es jean-Marie Élie. He dudado
un tiempo si llamarme Pablo, pero conservé finalmente el
nombre de Jean que me dieron mis padres, el de mi abuelo y de
mi evangelista preferido. ¿Hace falta que explique por qué
elegí María? En cuanto a Elías, es el nombre que me puse
cuando estuve en Tierra Santa. Supe luego que el profeta Elías
era el patrón de los Carmelitas. Por otra parte, varios judíos
convertidos se hicieron carmelitas, como Edith Stein y
Hermann Cohen. La misma Teresa de Jesús procedía por línea
paterna de una familia de judíos conversos. También san Juan
de la Cruz tenía ascendientes judíos.
Algunos meses antes de mi bautismo conocí a Pétronille,
que me fue recomendada para verificar si mi mística judía era
«católicamente kosher». Pétronille me dijo que ella no sabía
nada sobre eso, y hemos ido hablando de otras cosas. El verano
siguiente, buscando un sitio para pasar las vacaciones con los
niños, me sugirieron llevarlos a Paray-le-Monial, pequeña
ciudad de Borgoña donde el Corazón de Jesús se apareció a
santa Margarita María y donde todo el verano hay sesiones
para las familias. ¡Y allí encontramos a Pétronille! Para volver
a París, yo tomo el tren y ella lleva en su coche a algunos de
mis hijos, sobre todo a Gabriel, mi rubito, que se pone a hacer
de celestino.
Le dice a ella: «¡Encárgate de nosotros y de papá!». Y así
fue. Nos casamos un año después. Tres años más tarde tenemos
un hijo. Nathanaél nació en enero de 2012. Pétronille tiene 46
años, yes su primer hijo. Una verdadera historia bíblica ...
¡Gloria a Dios! Querría rendir homenaje a Pétronille, tan alegre
y sonriente. Ha vivido un poco con nosotros antes de casarnos.
Se comprometió con conocimiento de causa ¡y no tuvo miedo!
Después de mi bautismo, he telefoneado a mis hermanos
y hermanas para invitarlos a mi casa. Les he contado mi

102
Jean-Marie Élie Setbon DE LA KIPÁ A LA CRUZ

historia con Jesús desde el principio. Ellos no han cuestionado


mi conversión. Pero están agraviados porque no les había dicho
nada, y me reprochan haberme separado de la familia por mis
decisiones sucesivas. Lamento esta incomprensión y me
gustaría recuperar una verdadera relación con ellos. Nunca he
abordado el tema directamente con mi padre, pero voy
regularmente a La Courneuve a visitarlo con los niños y
Pétronille, que ha sido muy bien recibida. Tengo en mi teléfono
una foto de Nathanaél en las rodillas de su abuelo. Están
sonrientes los dos. ¡Qué gusto me da! Es el único lazo que me
queda, por el momento, con mi familia y la comunidad judía,
que me ha expulsado.
Al pasar el tiempo, me parece que lo que ha sucedido
con mis hijos es el mayor milagro de toda esta historia. Es
claro que las decisiones de los padres tienen influencia sobre
un hijo. Pero en el fondo, es él quien elige. En mi caso, por
ejemplo, yo no he seguido las huellas de mis padres. Pensaba
que la fidelidad de mis hijos a la religión de su madre, por una
parte, y la educación que habían recibido en las escuelas
lubavitchs y la práctica de la Ley que impregnaba su vida
cotidiana, por otra, harían el cambio muy difícil. Pero el Señor
escuchó la petición que le hice aquella famosa noche.
De hecho, cada uno ha seguido su propio camino
espiritual, a su ritmo, como quisiera. Youssef-Raphael y
Menahem fueron los primeros en pedir el bautismo. Se
bautizaron en junio de 2009, un año después que yo, el día de
la Santísima Trinidad. Durante este verano de 2009, todos
fueron a un campamento de vacaciones con LEau Vive, una
colonia católica. Allí, Youssef-Raphaél, que tenía diez años, ha
pedido la confirmación. Yo no estaba al corriente: es él quien
me lo dice por teléfono. Rachel se bautizó en el Jordán, el 31
de julio, día de san Ignacio de Loyola, en una peregrinación a
Tierra Santa de ese mismo verano de 2009. Myriam pidió el
bautismo un año después, en agosto de 2010. Comulgó y

103
Jean-Marie Élie Setbon DE LA KIPÁ A LA CRUZ

recibió la confirmación el mismo día. Menahem recibió el


sacramento de la confirmación durante el verano de 2010.
Déborah y Rivka no deseaban ser bautizadas. Por tanto,
no iban a misa con nosotros. Les había preguntado si querían
celebrar de nuevo las fiestas judías y el shabat, y me
respondieron que no. Déborah estuvo cuatro años en el colegio
de un Foyer de Charité. Cada año, yo le proponía cambiar de
colegio para ir a uno público, pero ella no quería. Se rindió en
la beatificación de Juan Pablo II, en Roma, en mayo de20 11.
Finalmente, en el curso de su último año escolar en el colegio
del Foyer de Courset, en el mes de noviembre de 2011, recibió
una gracia. Dios le ha hecho señas, es lo que ella dice. Se
bautizó, comulgó y fue confirmada en la noche de Pascua de
2012, cuatro años después de mi propio bautismo. Rivka no se
ha bautizado. Siempre estuvo en la escuela pública. Pero lleva
un crucifijo que oculta cuando va al colegio.
Es evidente que mi nueva vida ha tenido influencia sobre
ellos. Es incluso una felicidad, diría yo. Eso significa que mi
transformación ha suscitado su curiosidad y les ha dado
envidia. Sin embargo, también podrían haberme dicho: «Papá,
ese es tu camino, no el nuestro», como Rivka. Ella es libre, y
vivimos eso muy bien en familia. Rivka se acuerda
perfectamente del momento en que comencé a preparar mi
viraje cristiano. Se acuerda de la primera vez que vio la imagen
de la Virgen María en mi cuarto, y dice que no le chocó.
Cuando le propuse ir a las clases de Talmud Torá, rehusó. Cree
en Dios, no en Jesucristo. A veces reza a la Virgen María. Las
apariciones de la Virgen le hacen desear creer, pero pide una
prueba. Dice que si Dios quiere que ella sea cristiana, no tiene
más que hacérselo saber. Mis hijos son muy libres y discutimos
de todo, aunque respetan mi autoridad.
Me he preguntado si no se sentirían culpables frente a su
madre. Con toda honradez, no he querido abordar el

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Jean-Marie Élie Setbon DE LA KIPÁ A LA CRUZ

temadirectamente con ellos. Para su formación personal, no he


deseado que vivan siempre en duelo por su madre, aunque cada
año celebramos su marcha al cielo. El único que ha expresado
un caso de conciencia, es Yossef. Eso le ha preocupado.
«¿Mamá en el cielo estará de acuerdo con esto?», me preguntó
un día. Eso no le impidió ser el primero en pedir el bautismo.
No tenemos oratorio en casa, como tienen algunas
familias católicas. No quiero un rincón reservado a Dios,
porque en realidad no hay ningún rincón sin Dios. En nuestra
casa, y es algo que conservo de la tradición judía, el altar es la
mesa. Ante todo, seamos sencillos, es más práctico, porque allí
al menos todos están reunidos, no hay necesidad de llamarlos a
determinada hora. Decimos las bendiciones y a veces rezamos
algo de rosario. Rezo diez Avemarias con mis intenciones,
luego cada uno reza una por sus propias intenciones. Pero
prefiero que den preferencia a la oración individual, es decir a
su relación personal con Cristo. También tienen un rinconcito
adecuado para la oración en su cuarto, con una imagen, un
crucifijo. Al atardecer les digo: «[No olvidéis hacer vuestra
oración! ¿Le habéis dado gracias a Dios? ¡Rezad algo antes de
dormid». Les motivo, pero sin insistir y por supuesto sin
vigilarlos.
Pregunté a mis hijos si les parecía que mi conversión me
había transformado humanamente. Rivka dice que estoy menos
estresado que antes. También le parece que tengo más fe.
Según ella, antes, mis oraciones eran menos profundas, menos
sinceras. Déborah se sintió muy tocada por el hecho de que,
después de mi conversión, yo pedía perdón y perdonaba. Les
he enseñado a pedir perdón y a perdonarse entre ellos. Antes
hablábamos del perdón el día de Kippur, pero no era lo mismo.
Para Yossef, yo era más exigente cuando era judío religioso: no
dejaba pasar una. Ahora, él me encuentra igual de atento, pero
con cariño. Dice también que soy más abierto. Hacerse
cristiano no quiere decir hacerse perfecto, como pretende un

105
Jean-Marie Élie Setbon DE LA KIPÁ A LA CRUZ

judío ortodoxo. Vivo mis defectos, mis debilidades en Dios.


Soy capaz hoy de mirarme tal como soy. Eso me hace más
comprensivo con los demás.
También yo me siento cambiado. Ahora soy más libre en
Dios, más en paz, más natural con Dios, aunque vivo pruebas
más difíciles que cuando era judío practicante. Estoy más
confiado, y esta confianza es Dios quien me la da. Con las
dificultades que he encontrado y de las que voy a hablar, he
vivido horas atroces. Los niños quedaron asombrados de mi
calma, de mi serenidad. Para ellos, estaba claro que Jesús me
ayudaba. Tengo también que dar las gracias aquí a todas las
personas que han rezado por mí y que me ayudaron de un
modo u otro en esos momentos de prueba. Sobre todo le doy
las gracias a mi mujer, Pétronille, que me ha apoyado sin
desfallecer.
Desde mi conversión, soy también más alegre, con una
alegría interior. Vivo sencillamente en Su presencia, aun
cuando no la sienta. Ahora quiero ayudar a los pobres y soy
sensible a los sufrimientos de todos los pueblos, no solo a los
del pueblo judío. Rezo por todo el mundo, incluso por las
personas con las que no tengo ninguna relación afectiva o
comunitaria. Tengo otro modo de ver el mundo, de ver al «no-
judío»: eso es muy importante para mí. Fijaos en san Pablo
mientras es Saulo, no tiene amigos ni amigas no-judíos.
Cuando se convierte en Pablo, los tiene. Es un cambio radical.
«SEÑOR, PERDÓNALOS PORQUE NO SABEN LO
QUE HACEN»
Mi conversión a Cristo ha causado muchos desastres.
Donde hay gracias, hay cruz. Lo vemos en la vida de Jesús: no
fue aceptado por su propio pueblo, es lo
que dirá san Juan en su prólogo. En el judaismo, ese
rechazo no ha cambiado.

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Jean-Marie Élie Setbon DE LA KIPÁ A LA CRUZ

Las épocas cambian, pero la mentalidad judía sobre este


punto sigue siendo la misma. No lo digo para acusar sino para
testimoniar. Lo digo en paz porque me siento bien, con paz
interior. Sabía que sería incomprendido y violentamente
rechazado. Tal ha sido el caso. He recibido cartas de amenaza,
de chantaje ... Mis mejores amigos me abandonaron de la
noche a la mañana, ¡después de treinta años de amistad! Ya no
existo para ellos. Estoy muerto.
Mi caso no es excepcional. San Pablo, san Pedro y tantos
otros han pasado por esto. Yo conocía la historia del rabino
Drach. Cuando en 1823, Paul Drach, yerno del gran rabino,
espíritu brillante destinado a una buena carrera en el judaísmo,
se convirtió al catolicismo, tuvo serios problemas. Su cuñado
lo expulsó del domicilio conyugal y su mujer desapareció con
sus tres hijos. En todo tiempo, en el seno del pueblo judío, la
conversión de un judío al cristianismo se ha considerado
inaceptable, y ha suscitado reacciones violentas. En este punto
no hay diferencia, a mi parecer, entre judaísmo e islam. No
digo esto para tirar una piedra contra el judaísmo ni para crear
una hostilidad. En todo caso, el odio hacia el judío converso
existe. Lo digo porque eso forma parte de mi testimonio. Lo
que mis hijos y yo hemos vivido -las amenazas, la violencia, la
no-mirada o la mirada violenta- nos ha dolido en lo más
profundo. Somos seres humanos, no somos insensibles.
Pido aquí a toda la comunidad judía de Francia que
respete mi elección y me deje vivir como cristiano. Apelo a
todos los responsables comunitarios y rabinos que están ya al
corriente o que van a estarlo, y pido igualmente que se deje en
paz a mis hijos. Por mi parte, no tengo ningún rencor, ninguna
violencia ni amargura ante mis hermanos judíos según la carne.
Ya decía san Pablo: «Le pediría a Dios ser yo mismo anatema
de Cristo en favor de mis hermanos, los que son de mi mismo
linaje según la carne» (Rom 9,3). Para mí, siguen siendo mis
hermanos. No por ser cristiano olvido lo que soy: un judío

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Jean-Marie Élie Setbon DE LA KIPÁ A LA CRUZ

convertido a Cristo. No reniego de nada de lo que el judaísmo


me ha dado ni de lo que yo le haya podido también aportar.
Sencillamente, vivo ahora de otra manera.
DE LA TORÁ A LA CRUZ
Para concluir, puesto que he vivido en la Antigua Alianza
y ahora en la Nueva, querría mostrar algunas precisiones sobre
las diferencias más notables que existen entre el judaísmo y el
cristianismo. Como ya he dicho, hay una continuidad entre el
Antiguo y el Nuevo Testamento, pero también una ruptura.
La fe y la Ley
A veces me preguntan qué distingue la fe judía de la fe
cristiana. No se habla de fe judía, pues en el judaísmo lo que se
pone en práctica es la Ley. El régimen cristiano es la fe en
Cristo; el régimen judío es la Ley de Moisés. Eso no quiere
decir que no haya fe en los judíos, por supuesto que sí, pero es
mucho menos ostensible, pues lo esencial es la práctica de la
Ley.
Por otra parte, en el judaísmo, Dios no sale al encuentro
de un hombre, sino de un pueblo. Esto puede parecer teórico,
pero es algo que lo cambia todo en la vida cotidiana. El
judaísmo se construye alrededor de la noción de pueblo y no de
persona. Para los judíos, es el pueblo el que es elegido; para los
cristianos, cada hombre y cada mujer. En el monte Sinaí, Dios
se dirige al pueblo hebreo por mediación de Moisés, pero no
viene a hablar a cada uno individualmente. Dios se dirige
personalmente a Abrahán, es verdad. Pero Abrahán no es el
gran hombre del judaísmo, tiene menor importancia que para
los cristianos. Es Moisés, el que ha transmitido la Ley, el
fundador del judaísmo, la referencia absoluta. Cristo va al
encuentro de las personas, una por una. Interpela a cada uno
allí donde está, y según su situación presente en la vida: Simón
Pedro, la Samaritana, María Magdalena, Zaqueo ... tú y yo. En

108
Jean-Marie Élie Setbon DE LA KIPÁ A LA CRUZ

función de estos encuentros surge el deseo de servir a los


demás. En el cristianismo Dios me mira y, con esa mirada, me
da su amor, sus gracias. Esa mirada misericordiosa me
engrandece, me hace mejor. Tengo la experiencia de que no se
puede amar «el nosotros», a los demás, la comunidad humana
universal, más que estando en relación de amor con Dios. Está
escrito en el Talmud que la causa de la destrucción del segundo
Templo y de la expulsión de los judíos de Tierra Santa por los
romanos fue que no había amor entre ellos. Según algunos
rabinos, la construcción de un tercer Templo no se podrá
realizar más que a través del amor gratuito.
Ciertamente, está escrito en la Ley que los judíos están
obligados a amar a Dios con todo el corazón. Se dice, se
escribe, se lee, pero es difícil ponerlo en práctica
concretamente porque lo importante es la Ley. Se tiene el
mandamiento de amar a Dios, pero ¿se puede mandar a alguien
que ame? El amor no resiste una imposición. Se invita a amar
amando. Al tomar conciencia del amor de Dios por mí, en los
acontecimientos de mi vida, quiero serle fiel y amarle. Me
gustaría desarrollar este tema con más profundidad en otros
libros.
La perfección o la gracia
Cuando era un judío religioso, no creía que Dios me
pudiese amar tal como soy. Ahora, lo creo. Aunque el cristiano
debe luchar para ser mejor, no se apoya solo en sus fuerzas
humanas. El esfuerzo del cristiano cuenta con la oración, este
cara a cara con Dios en el que busca entrar en relación con Él.
Pues sabemos que su gracia nos transforma, a condición de que
la dejemos actuar. En el judaísmo, por decirlo así, yo remaba.
Era por mis propias fuerzas y mi mérito, aunque creyese que
Dios me ayudaba, como podía llegar a ser justo. El cristiano
cree que Dios trabaja en él. Su labor es dejarle actuar y dejarse
hacer. Ahora sé que nuestra voluntad es débil; nuestra voluntad

109
Jean-Marie Élie Setbon DE LA KIPÁ A LA CRUZ

se apoya sobre todo en nuestra fe fiel. En el judaísmo, yo


buscaba la perfección. En Cristo, no busco la perfección. Como
dijo Jesús a Pablo, que se quejaba de sus defectos: «Te basta
mi gracia, pues la fuerza se perfecciona en la flaqueza» (2eo
12, 9). No hay que desanimarse por las imperfecciones que uno
pueda tener, sino aceptarlas humildemente sabiendo que Dios
se sirve de ellas. Aceptarse tal como se es, con defectos,
heridas, debilidades que pueden constituir una pesada cruz, y
creer que Jesús se sirve de ellas para acercar a otras almas a Él;
eso no lo aprendí nunca en el judaísmo.
y porque es Jesús quien actúa en nosotros, puede
revelarse a quien quiere, incluso a los más pequeños, como
Margarita María o Marta Robin, que no tenía nada de
extraordinario, que era sencilla y que recibió en la habitación
en que estaba encamada a cientos de miles de personas. Se
acerca también a grandes pecadores, como Agustín, Francisco
de Asís, Ignacio de Loyola, Charles de Foucauld, y los
convierte a Él. En el judaísmo, para que Dios se revele a un
hombre, debe ser puro, sabio, formado en la mística,
escrupuloso en el cumplimiento de las leyes. Acordaos de las
palabras condescendientes de los fariseos sobre Jesús: «¿No es
este el hijo del carpintero?».
Ciertamente, la Biblia cuenta que Dios curó a una viuda
extranjera y a un dignatario persa. Pero los judíos se
escandalizaron de eso. Me repito, pero es esencial en el
judaísmo, no se cree que Dios pueda hablar a cada persona. En
la Iglesia sí, Dios puede hablarme realmente en la oración.
Aunque, por supuesto, lo que me parece entender debe ser
verificado. Los grandes santos como Teresa de Jesús han
tratado de eso. El Papa Benedicto XVI dijo una vez durante el
Adviento: «El Señor nos abraza a todos en su amor, que salva y
consuela». Nunca oí a un gran rabino hablar así. Yeso que no
soy especialmente afectivo, y Benedicto XVI menos aún.

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Jean-Marie Élie Setbon DE LA KIPÁ A LA CRUZ

Por Dios o en Dios


«Ya no os llamo siervos [ ... ], os he llamado amigos» (Jn
15, 15), dice Jesús a sus apóstoles antes de morir. Es una
diferencia de la que tengo experiencia. Jesús nos llama a todos
a la amistad con él. Y hoy, siendo ya cristiano, puedo vivir esta
amistad profunda con Él, aunque yo sea un pecador. Más aún,
como dice Pablo (Cfr Rom 8, 29), Jesús es nuestro hermano
mayor. ¡Dios, nuestro hermano! Eso es impensable en el
judaísmo, según el cual todas las noches somos juzgados
mientras dormimos. Nuestra alma es juzgada por Dios, y si la
balanza se inclina al lado bueno podemos continuar viviendo y
acumular puntos practicando la Ley. No hay relación de
intimidad y amistad con Dios en lo cotidiano cuando se es
judío, salvo para algunos grandes justos de los que nos hablan
los libros santos. Mientras que Jesús nos llama a todos a
participar en su vida divina, a vivir en Él como Él vive en
nosotros, a cambiar mi vida natural en vida sobrenatural, a
divinizarla por mi unión con Dios: ¡es la locura! «Dios se ha
hecho hombre para que el hombre se haga Dios», escribían san
Ireneo en el siglo JI y san Atanasio en el IV. Dios nos invita a
ser «partícipes de la naturaleza divina», como dice san Pedro
en su segunda carta. En el judaísmo es diferente: yo hago cosas
por Dios. Pero no participo realmente en su vida divina. Jesús
ha dicho: «Permaneced en mí y yo en vosotros» (Jn 15,4). Lo
esencial es esta relación con Dios.
El Gran perdón o el perdón cotidiano
Mis hijos me han hecho notar que ahora estoy más
inclinado a perdonar. Es claro que el perdón existe también en
el judaísmo. Pero no se vive completamente más que en Cristo,
que nos pide perdonar setenta veces siete la misma ofensa por
la misma persona. Es decir que debo intentar perdonar
incansablemente a quien me ofende todos los días. Pero no
puedo perdonar por mis propias fuerzas. Algunas cosas son

111
Jean-Marie Élie Setbon DE LA KIPÁ A LA CRUZ

humanamente imperdonables. San Juan nos transmite estas


palabras de Jesús: «Sin mí no podéis hacer nada» (Jn 15, 5).
Esta es, una vez más, una gran diferencia con el judaísmo:
como cristiano, si consigo perdonar, no puedo enorgullecerme;
sé que eso no viene de mí; he puesto mi buena voluntad, pero
es la gracia de Dios la que actúa en mí. Eso nos viene de Jesús
que dice en la cruz: «Padre, perdónales, porque no saben lo que
hacen» (Lc 23, 34). Cuando se experimenta que Dios nos
perdona en la confesión, se comprenden muchas cosas, y se
entra en una lógica de misericordia con los demás.
Una vez al año, los judíos piden perdón en Yom Kippur
para todo el año. Por ejemplo, yo enviaba o recibía una nota de
alguien que me pedía perdón por alguna faena que me hubiese
hecho. Pero durante el año, no había nada que tuviera que ver
con el perdón. Pedir perdón o perdonar una vez al año y nada
más. Jesús nos lleva más lejos. Perdonar es una manera de vivir
cada día. Antes de venir a verme en la misa, puede decirnos
Jesús, si tienes un conflicto con tu hermano, ve a reconciliarte
con él y luego vienes (Cfr Mt 5, 23-24). Jesús nos pide incluso
perdonar y amar a nuestros enemigos. Esta idea es
completamente extraña para el judaísmo. Se odia a los
enemigos. Por supuesto, es humanamente imposible amar a los
enemigos, pero Dios en mí me permite querer su bien,
perdonarles. Lo que no impide que defendamos nuestras
propias ideas y luchemos por realizarlas.
Gracias a Dios, nunca he tenido dificultad en confesarme,
aunque esta práctica era para mí inusitada. El sacerdote no me
condena, me da el perdón de Dios. Jesús nos dice: «No envió
Dios a su Hijo al mundo para juzgar al mundo, sino para que el
mundo se salve por él» (]n 3, 17). Es maravilloso, nos podemos
confesar con cualquier sacerdote, se dice todo y se perdona
todo. Nunca había podido hablar de mi intimidad con un
rabino. La mirada de un rabino y la de un sacerdote son
completamente diferentes. Los judíos no se confían al rabino a

112
Jean-Marie Élie Setbon DE LA KIPÁ A LA CRUZ

corazón abierto por miedo a ser juzgados por la comunidad.


Persecuciones
Sé que muchos cristianos, o personas que llevaban ese
nombre, han hecho daño al pueblo judío, queriendo
convertirlos por la fuerza, amenazándolos de muerte. y la
iniciativa de arrepentimiento de Juan Pablo II ha sido
formidable y ejemplar. Por supuesto, hay gentes de Iglesia que
se han portado mal, pero cuántas también han hecho tanto bien
a los judíos. Basta ir a Jerusalén a Yad Vaschem para verlo. El
comisario de policía que salvó a la familia de mi madre era un
goy (un no judío). ¿ y cómo se portaron los judíos americanos
durante la guerra con sus hermanos judíos europeos? No quiero
entrar en polémica pero es preciso que las relaciones entre
judíos y cristianos se funden sobre la libertad de palabra y la
verdad.
y no puedo tampoco ignorar los sufrimientos de mis
primeros hermanos judíos convertidos a Cristo, que fueron
martirizados por sus propios hermanos judíos. No soy
quien para juzgarlos, yo no soy Dios. Lo mío es perdonar. Pero
mirad, en nuestros días, los judíos israelíes que se convierten a
Cristo se ven obligados a esconderse, y sin embargo Israel es
una sociedad democrática. Como ya dije, aún hoy, los judíos
rezan una décimo novena bendición que se ha unido a la
oración principal de las dieciocho bendiciones. Y esta oración
es de hecho una maldición pronunciada contra los judíos
convertidos a Cristo. En el siglo XXI, los judíos maldicen
todavía tres veces al día a los judíos que se hacen cristianos ¿y
no tendría yo que decirlo? No, no me avergüenzo de mi
conversión. Se me quiere culpabilizar por haber renegado de
mi pueblo, pero yo no reniego de nada ni de nadie. Sé muy
bien, además, que si mañana surgiese otro Hitler tendría que
esconderme, pues, convertido o no, siendo judío sería
perseguido.

113
Jean-Marie Élie Setbon DE LA KIPÁ A LA CRUZ

La comunidad o el mundo
Las «Madre Teresa» no existen en el judaísmo. En el
cristianismo, la noción de servicio es capital. Cada cristiano
debe ser servidor. De ello nos dio ejemplo Jesús, lavando los
pies a sus discípulos, la víspera de su muerte. En el judaísmo
ortodoxo no se encuentran mujeres que vayan a las chabolas a
cuidar a las personas, sin distinción de religión, sencillamente
para darles amor gratuitamente, compasión, consuelo. Porque
el acento está puesto más en la relación con la Ley que en la
relación de persona a persona. A pesar de su nobleza y su
erudición, san Pablo dice que se hizo servidor de todos por
Cristo, cuando hubiese podido beneficiarse de tantos honores
en el judaísmo. Nunca he oído decir a un rabino que debía
hacerme servidor de mi hermano. Eso no quiere decir que entre
los judíos no haya ayuda mutua. Pero Jesús nos pide mucho
más que prestar ayuda al que está con nosotros y le amamos.
Los paganos también se ayudan unos a otros, entre personas de
la misma familia o del mismo clan.
El hombre no puede vivir sin amor. Su vida queda sin
sentido si no recibe la revelación del amor, si no descubre el
amor que Dios le tiene. En el judaísmo ultraortodoxo no tuve la
experiencia de esa mirada de amor. Es verdad que los judíos
tratan de vivir el mandamiento «Amarás al Señor tu Dios».
Pero como el acento no está puesto sobre una relación personal
de amor con Dios, este mandamiento no se puede vivir en la
práctica.
Al hacerme cristiano aprendí a amar al otro: al otro como
tal y no solamente porque sea miembro de mi comunidad. Esto
ha sido una revolución, un nuevo nacimiento interior, que me
ha dado una nueva forma de mirar, un corazón nuevo, unos
sentimientos nuevos. Hoy soy sensible ante lo que sucede en el
mundo, y no solo en el mundo judío, y pido con todo mi
corazón por el mundo. Rezo porque hay seres humanos que

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Jean-Marie Élie Setbon DE LA KIPÁ A LA CRUZ

sufren en todo el mundo. Esta actitud nunca la tuve como


judío. No se me educó así, No sentía necesidad de rezar más
que por el pueblo judío e Israel. Aunque de vez en cuando se
reza por el país en que se vive o sus gobernantes. Pero rezar
espontáneamente en familia por los que sufren no se practica.
Tengo ahora la gracia de amar a todo el mundo, sin excepción.
En el judaísmo se aprende a amar a los judíos, pero también a
considerar que los otros nos quieren mal. Lamento decirlo,
pero es lo que yo he vivido.
¿Qué religión afirma que hay que amar a los enemigos?
¿Qué religión dice que Dios, porque me ama, se entregó por
mí? Cristo me enseña a amar a los pecadores, no así el
judaísmo, aunque es verdad que algunos judíos de hoy intentan
acercar a Dios a sus hermanos judíos descreídos. Para amar a
todo ser humano se necesita la gracia de Dios, si no es del todo
imposible. Mi conversión cambió mi mirada sobre los
hombres. Por decirlo de otro modo, cuando era judío
practicante, Dios era ley y la Ley separa lo puro de lo impuro,
los puros de los impuros. El Dios que se nos revela en Cristo es
Amor, y el amor acoge al otro tal como es.
Para Saulo, Dios no oye más que las oraciones de los
judíos; para Pablo, Dios esta ahí para todos y escucha a todo el
mundo. Una barrera, una forma de proteccionismo, ha caído.
Vivo en esto lo que vivió Pablo. Hay que rezar por los niños
judíos que murieron en los espantosos sucesos de Toulouse en
marzo de 2012, Y rezo por ellos -mis hermanos- y por sus
familias, pero también por las tres muchachas fallecidas en la
autopista ese día, y por las mujeres y los hijos de los militares
que perdieron la vida en los días anteriores. Rezo para que mis
hermanos según la carne abran los ojos ante los sufrimientos
del mundo, y no solamente los padecidos por otros judíos.
Jesús ha derribado el muro del odio entre judíos y paganos, nos
dice Pablo. Los cristianos debemos estar por encima de esas
cosas, porque ya no somos mundanos. Debemos llevar el

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Jean-Marie Élie Setbon DE LA KIPÁ A LA CRUZ

mensaje del amor y rezar por todos sin distinción de raza,


condición o credo.
Oración codificada u oración espontánea
En el cristianismo, cada uno puede vivir el silencio
interior con Dios y en Dios, durante una misa o un retiro, o en
el secreto de su cuarto. En el judaísmo nunca oí hablar de una
relación personal con Dios en el silencio interior. Se nos habla
de Dios a través de la teología, mediante la exegesis de los
textos. Pero se estudia a Dios como un objeto de ciencia.
Algunos cristianos pueden también caer en esto mismo. Para
que la Palabra de Dios nos transforme -y puede transformarnos
realmente=-, hay que relacionarse con ella de un modo menos
intelectual, más vital, amoroso diría yo. Se debe tomar
conciencia de que esta palabra da vida, alimenta en sentido
fuerte, es alimento del alma. Pero eso no puede realizarse sino
dejando que la gracia nos trabaje en el silencio. La oración
judía es diferente de esta oración silenciosa a la que nos invita
Cristo. Ser solamente una gran cabeza en teología no nos hace
crecer en el amor. La teología está al servicio de la
contemplación. El ejemplo de santo Tomás de Aquino en este
asunto es magnífico.
¿Qué es más difícil ser judío o cristiano?
Muchos judíos piensan que he buscado lo fácil al
hacerme cristiano. Piensan que me he roto porque es
demasiado duro criar a seis hijos estando solo, o porque era
psicológicamente débil y tenía necesidad de respirar, de salir
fuera. A causa de las manifestaciones sobrenaturales que he
vivido, dicen que todo eso proviene de mi imaginación. Pero
yo tengo los pies bien asentados en la tierra, no vivo en las
nubes. Sigo sufriendo y viviendo pruebas con una lucha
interior intensa, como le sucede a cada cristiano en relación
con la fe. Francamente, si se miran los inconvenientes que me
ha ocasionado mi conversión, la separación de mi comunidad,

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Jean-Marie Élie Setbon DE LA KIPÁ A LA CRUZ

de mis raíces, y se tiene en cuenta cómo es considerada hoy la


Iglesia en la opinión pública, no se puede decir que haya
escogido la facilidad. Me parece que Pedro, Juan, Esteban o
Pablo no escogieron el camino fácil cuando siguieron a Cristo
después de su muerte.
Aquí debo reconocer que tengo nostalgia de una forma de
vida comunitaria. No del comunitarisrno que encierra y
excluye, sino de la comunidad de vida que calienta, enraíza,
enseña, alimenta y envía a sus miembros al mundo. En las
parroquias que he conocido no he encontrado esta vida
comunitaria. Sé que existe en algunos lugares, pero hay que
buscarlos. Al final de la oración en la sinagoga, por ejemplo, se
ofrece un aperitivo. Un cristiano solo es un cristiano en peligro.
No basta tener una familia. Los adolescentes, sobre todo,
necesitan esa familia ensanchada que es una comunidad
fraternal. Desde fuera, las leyes judías parecen coactivas. Pero
la vida cristiana, si queremos vivirla plenamente, es más
exigente humanamente, pues el amor pide una superación
continua de sí, compromete todo el ser, y eso no lo exige la
práctica de la Ley.
Cuando uno es cristiano y cae en algún pozo desde el
punto de vista humano, se tiene la impresión de estar en el
vacío. No hay nada a lo que agarrarse salvo a Dios. Pero en
esos momentos no se le siente. Un judío se agarra siempre a la
práctica de la Ley, que marca un ritmo en cada hora de su
jornada, como los barrotes de una escala. El cristiano no tiene
escala: no tiene más que los brazos de Jesús que lo levantan
como un ascensor, por tomar la metáfora de santa Teresa del
Niño Jesús. Toda mi relación con Dios pasaba por la práctica
de la Ley. Ahora que soy cristiano, tengo una relación personal
con Dios. Pero cuando por tal o cual razón, esta relación queda
en penumbra, cuando ya no siento la presencia de Dios, no me
queda ya nada sensible a lo que agarrarme, como a esa
minuciosa práctica judía cotidiana. Ser cristiano me ha

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Jean-Marie Élie Setbon DE LA KIPÁ A LA CRUZ

permitido encontrarme conmigo mismo, y verme tal como soy,


bien débil. No estamos más que Él y yo. En el judaísmo se
interpone la Ley. Uno nunca está ante sí mismo, en su
desnudez, en su pobreza. Está ante la Ley. Y si se cumple, se
corre el riesgo de volvernos muy orgullosos por creernos
mejores que los demás.
Toda la relación del cristiano con Dios está fundada en la
ternura y en el amor. Cuando humanamente no siente ese amor
o esa ternura de Dios, y ocurre a menudo -mirad a Madre
Teresa, cincuenta años de noche interior-, no hay nada más que
un acto de la voluntad, que se une en la fe al Dios Amor.
Mientras que el judío se une a la Ley. Es más duro ser cristiano
que judío, porque es más duro amar que seguir una Ley.
Desde que soy cristiano, estoy también más expuesto al
peligro, porque la barrera de la Ley y el gueto de la comunidad
no me protegen ya de las tentaciones. Antes vivía en una
burbuja. El judío también tiene tentaciones, por supuesto, pero
como vive en un gueto, tiene menos. En realidad no se tienen
relaciones de verdadera amistad con los goys, porque se
considera que son impuros. Se guarda uno de eso. Y luego se
está protegido por la comunidad: la mirada de la comunidad
sobre cada uno de sus miembros es muy fuerte. Uno se sabe
vigilado. Como un niño por sus padres. Cuando se es cristiano,
es como si se llegase a la madurez. Ya no hay nadie que nos
diga: haz esto, haz lo otro, no hagas ... ni nadie que nos
condene si lo hacemos mal. Es más duro ser cristiano porque
¡se es libre!
Un judío, interiormente, puede vivir en Francia como un
extranjero. No está implicado en lo que sucede a su alrededor.
No se deja influir ni poner en cuestión por lo que viene de
fuera de su comunidad. La Ley y la comunidad forman un
caparazón invisible en torno a él y le protegen de todo lo que es
impuro. Está mucho menos expuesto a las tentaciones

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Jean-Marie Élie Setbon DE LA KIPÁ A LA CRUZ

exteriores. Pero por eso mismo no se crece en humildad. Quizá


por eso el judío practicante es a veces arrogante. Pero eso
también les sucede a los cristianos que solo se apoyan en sus
propias fuerzas, o a los que han recibido grandes gracias y
olvidan que sus talentos provienen de Dios. Hay católicos que
pueden comportarse como judíos en la aplicación de la ley
moral. Sin embargo, san Pablo nos ha dicho, yo lo repito, que
la fuerza de Dios se manifiesta en nuestra debilidad. Dios se
sirve misteriosamente de nuestras debilidades y defectos.
Dios de Moisés y Dios de Jesús
Se tiene tendencia a creer que el Dios de los judíos es el
mismo que el Dios de los cristianos. Sí, por supuesto, pero no
del todo. Eso depende del punto de vista en que nos situemos.
Un Dios trinitario no es concebible en el judaísmo, ni un Dios
que se una a mí en mi humanidad pecadora, ni un Dios que se
hace hombre y dice que no ha venido a ser servido sino a
servir, ni un Dios que muere por amor a mí, ni un Dios que no
condena sino que salva. «Dios no envió a su Hijo al mundo
para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por él»
(Jn 3, 17): me repito, pero esta frase de Jesús no es concebible
para un judío ortodoxo. Ni un Dios que me ama y me toma tal
como soy, con mis limitaciones, mis tentaciones, mis fallos y
mis recaídas. Ni un Dios que respeta mi elección y no se me
impone.
La idea de un Dios que me ha amado primero, antes de
que yo haya hecho nada por Él no es familiar a los judíos,
aunque se haya revelado en algunos pasajes de la Biblia. En el
judaísmo, para que Dios me ame, debo cumplir a la letra la
Ley, y cuanto más practique la Ley, más amado por Dios seré.
Es un doy para que des. Por otra parte hay también cristianos
que se han quedado en esta misma idea. No han asumido la
buena nueva de Jesús de que Dios nos ama paternalmente. Con
el Dios cristiano he descubierto otro Dios; un Dios que me ama

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Jean-Marie Élie Setbon DE LA KIPÁ A LA CRUZ

por quien soy, lo que no excluye que yo lleve una vida de


acuerdo con la moral, pues la moral es la escuela del amor.
Este es el sentido del «Ama y haz lo que quieras» de san
Agustín. Una vez que se vive en el amor, no se tiene necesidad
de aplicar reglas exteriores, se han asumido. Así, ir a misa no
es ya una obligación sino una necesidad vital que deriva del
amor.
Como san Pablo, me enorgullezco de mis flaquezas pues
sé que Dios actúa en mis imperfecciones. No hace falta que yo
sea perfecto para que Él actúe en mí, me transforme, cuerpo,
alma y espíritu por su amor. Nos cuesta entender esto si hemos
sido educados, incluso en la escuela laica, en el mérito. Insisto
sobre este punto para que se comprenda bien la revolución que
supone Cristo, pero no quiero oponer judaísmo y cristianismo,
pues Jesús no lo hizo nunca. Jesús se opuso al comportamiento
legalista. Como acabo de decir, me parece que el cristianismo
es al judaísmo lo que un hijo para su madre. Siempre será su
hijo y la honrará, pero para poder vivir deben separarse. Solo
entonces el hijo aportará algo nuevo.
Aunque mis hermanos judíos me dicen que me he
desencaminado, prefiero mi vida de ahora a la de antes, que era
más tranquila pero menos verdadera. Desde que fui bautizado,
el Espíritu Santo ha producido en mí sus frutos: amor, alegría,
paz, benignidad, fe, libertad ... He vivido pruebas y viviré
otras. Sé que continuaré pecando, eso forma parte de la
condición humana, pero sé también que nuestro Dios, tan
padre, estará ahí siempre para levantarme, perdonarme y
amarme. Lo esencial es eso. Me gustaría entregaros en
conclusión una oración de mi hermano mayor, san Pablo, él
que fue abrazado por Jesús y que le dijo sí, renunciando a sus
certezas y a su estatus social envidiable. Hago mía esta oración,
que nos invita a creer que Dios puede realizar en nosotros
infinitamente más de lo que podemos imaginar. Él quiere
darnos infinitamente más de lo que le pedimos:

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Jean-Marie Élie Setbon DE LA KIPÁ A LA CRUZ

«Me pongo de rodillas ante el Padre, de quien toma


nombre toda familia en los cielos y en la tierra, para que,
conforme a las riquezas de su gloria, os conceda fortaleceros
firmemente en el hombre interior mediante su Espíritu. Que
Cristo habite en vuestros corazones por la fe, para que
arraigados y fundamentados en la caridad, podáis comprender
con todos los santos cuál es la anchura y la longitud, la altura
y la profundidad; y conocer también el amor de Cristo, que
supera todo conocimiento) para que os llenéis por completo de
toda la plenitud de Dios.
Al que tiene poder sobre todas las cosas para
concedernos infinitamente más de lo que pedimos o pensamos)
gracias a la fuerza que despliega en nosotros) a Él sea dada la
gloria en la Iglesia y en Cristo jesús por todas las
generaciones por los siglos de los siglos. ¡Amén! (Ef3, 14-21).

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Jean-Marie Élie Setbon DE LA KIPÁ A LA CRUZ

10 junio 1964, nacimiento en París. 1969 (5 años),


mudanza a la Coumeuve.
1972 (8 años), atracción por el crucifijo en Bretaña.
Jesús, mi mejor amigo.
1976 (12 años), escapada al Sacré-Coeur de Montmartre
y «primera comunión».
1979 (15 años), tomo la decisión de convertirme. 1982
(18 años), parto hacia Israel, Tierra Santa.
1987 (23 años), Judío ultraortodoxo, formación rabínica.
1989 (25 años), vuelta a Francia.
1990 (26 años), primer matrimonio y vuelta a Tierra
Santa con mi mujer (18 meses).
1994 (30 años), vuelta a Francia. Nace mi primer hijo,
una niña. Julio de 2002, muere mi madre.
Diciembre de 2002, cae enferma mi primera mujer. 11
marzo 2004, muere mi primera mujer.
2007 (43 años), Lustiger me hace señas.
2008 (44 años), golpe de gracia, la iluminación. 14
septiembre 2008, bautismo.
2009 (45 años), matrimonio con Pétronille.
3 enero 2012 (48 años), nacimiento de Nathanaél.

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Jean-Marie Élie Setbon DE LA KIPÁ A LA CRUZ

AGRADECIMIENTOS
Quiero dar las gracias a todas las personas que en la
Iglesia, sacerdotes y laicos, me han apoyado desde el principio
con su oración, sus consejos, fiándose de mí y dándome la
oportunidad de enseñar. Pido desde ahora perdón a los que
haya podido olvidar ... Gracias de todo corazón: al cardenal
Georges Cottier, O.P.; al hermano Y, carmelita; al padre Pierre
Fricot, servidor de la palabra y a sor Claire Pattier; a monseñor
Michel Aupetit; al padre Christian Lancray- Javal; al padre
Patrick Faure; al padre Pierre-Henri Montagne; a monseñor
Albert-Marie de Monléon; al padre Jean-Pierre Gay; al padre
jean-Pierre Billard; al padre Charles Troesch; al padre Michel
Bernard; al padre Marie- Michel (Carmelo de María, Virgen
misionera); al padre Daniel Ange (Jeunesse Lumiere); al padre
Benoit Domergue; al Abbé Chouanard; al padre Emmanuel
Dumont; al padre Vincent Bedon; al padre Aguila y su
fraternidad Juan Pablo II de Fréjus; al padre Alain Bandelier
(Foyer de Charité): al Abbé Loiseau; al hermano Marie- Angel;
al señor profesor André Clément; a las hermanitas de Belén y a
los laicos de Belén; a las hermanitas de la Consolation de
Draguignan; a la hermanitas benedictinas de Argentan; a las
Hermanas de la Annonciade; al hogar de Charité de Courset; a
los hermanos y hermanas de la Communauté de Saint Jean; a
Thierry y Anne Lefer; a Marie- Thérese Huguet; a Catherine y
Francois Fihol; a Dorothée y Claude Ribeyre: a Nathalie y
Arnaud Bouthéon, a Juliette Poulon; a Sylvia Fenech; a Annie
Tardos; a Myriam Fourchard; a la comunidad del Emmanuel y
más particularmente a Agnes y Jean de Chillaz; Inés y Laurent
Mortreuil; Corinne y Gilles de Craecker, y a todos los demás ...
Y por supuesto, a mi muy querido obispo, hermano y
padre, monseñor Michel Santier.

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Jean-Marie Élie Setbon DE LA KIPÁ A LA CRUZ

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