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Esteban Vidal
A través de las elecciones la sociedad vota a sus representantes que, por arte de magia,
logran que el Estado obre en provecho de la población. Este planteamiento, que es el
fundamento justificador del parlamentarismo, plantea de esta forma que el poder es
ejercido en beneficio de los gobernados. Pero lo cierto es que no es así. En primer lugar
por una razón lógica derivada del hecho de que la autoridad constituye en sí misma una
capacidad exclusiva de quien la detenta, y que permite la adopción de decisiones que
son vinculantes para quienes no detentan dicha autoridad, pues su fundamento último es
el monopolio de la fuerza. Esto hace que la autoridad sea ejercida en provecho de quien
la ostenta y no de quienes son gobernados, pues al fin y al cabo el poder va de arriba
hacia abajo. Y en segundo lugar hay que destacar que las decisiones importantes no son
tomadas por la clase política, sino precisamente por aquellos elementos no elegidos por
la sociedad y que conforman el poder constituido. Nos referimos concretamente a los
altos funcionarios de los ministerios, pero especialmente a los mandos policiales,
militares, a los jefes de los servicios secretos, magistrados, miembros del cuerpo
diplomático, etc. Las elecciones únicamente sirven para confirmar la estructura de poder
que sostiene a dicha élite dirigente, y de la que la clase política depende en todo lo
sustancial debido a lo grandes y complejas que son las instituciones establecidas.
En un plano tanto social como económico las condiciones objetivas son, asimismo, cada
vez más favorables para una iniciativa revolucionaria. Esto se debe a que en la esfera
doméstica el Estado español se enfrenta a un conjunto de desequilibrios que van a
aumentar la conflictividad social de un modo u otro. Su difícil resolución de una forma
favorable para las élites, debido sobre todo a la inoperancia de un sistema
excesivamente complejo y fosilizado, servirá para crear una ventana de oportunidad
política con la que poder asestar golpes decisivos sobre las estructuras del poder
establecido si para entonces existe un movimiento popular revolucionario. Nos
referimos concretamente a dos circunstancias interrelacionadas, pero que en un futuro
no muy lejano es probable que converjan y originen un contexto sociopolítico
crecientemente inestable. Por un lado está la situación, cada vez peor, de la economía
española debido a su creciente dependencia del exterior y decreciente productividad. Y
por otro lado la grave crisis fiscal que deberá afrontar el Estado a causa del
envejecimiento acelerado de la población.
Sobre la economía hay que decir que requeriría mucho espacio explicar las
complejidades que han conducido hasta la situación actual, y que han servido para
establecer una dinámica que previsiblemente va a agravarse en un futuro no cercano. De
manera escueta podemos decir que la economía española se ha argentinizado debido a
que en todo lo fundamental es dependiente del crédito exterior. Esto se ve claramente en
su balanza comercial de pagos negativa, lo que ha generado una deuda que equivale a
aproximadamente el 165% del PIB. Todo ello pese a que en los últimos años la
economía española se hizo exportadora y consiguió anualmente superávits gracias a la
venta en el exterior de diferentes manufacturas, especialmente bienes de equipo. Sin
embargo, dicha tendencia exportadora no ha servido de mucho, especialmente en el
último año en el que se produjo un notable deterioro con un déficit comercial de 8.700
millones de euros. Por tanto, España vive de prestado en la medida en que el valor de lo
que importa es mayor que lo que exporta, lo que ha generado una inmensa deuda con el
exterior. Pero esto no es todo, a la deuda comercial hay que sumarle, también, la deuda
del Estado que ha alcanzado el 95% del PIB. Si bien es cierto que se calcula que en
torno al 44% de esta deuda está en manos extranjeras, no por ello deja de ser
preocupante en la medida en que toda deuda exige ser financiada, algo que en el caso
del Estado, llegado a ciertos límites, se traduce en una espiral de subidas de impuestos y
de recortes en partidas presupuestarias de carácter social, especialmente en lo tocante a
servicios percibidos por la población.
Por otro lado está el inexorable envejecimiento de la población del Estado español, lo
que de seguir así, como todo apunta, va a producir una grave y galopante crisis fiscal de
consecuencias imprevisibles. No puede pasarse por alto el hecho, estadísticamente
confirmado y cada vez más reconocido públicamente, de que el número de nacimientos
es inferior al de defunciones, y que la tendencia demográfica no sólo es un
envejecimiento de la población local sino su misma extinción física. Esto ofrece unas
proyecciones demográficas como mínimo preocupantes, cuando no alarmantes, debido a
las consecuencias catastróficas que esto entraña desde multitud de puntos de vista. Basta
con señalar que la Autoridad Independiente de Responsabilidad Fiscal (AIReF) ha
indicado que, para paliar tal conmoción demográfica, el Estado español necesita al
menos una entrada anual de 270.000 inmigrantes en los próximos 50 años (lo que
equivale a 13,5 millones de personas). La realidad es que probablemente harían falta
más inmigrantes que los señalados por esta agencia, pero lo cierto es que dichos
inmigrantes no existen debido a múltiples razones: España es un lugar de paso y cada
vez menos de destino para inmigrantes; la denominada bomba demográfica de África es
cada vez más un espejismo, y todo apunta a que las tasas de natalidad en la región
subsahariana de este continente van a declinar como lo hicieron en el resto del mundo;
no sólo España necesita inmigrantes, sino que también están en una situación parecida
muchos otros países del norte, con lo que las posibilidades de retener población
inmigrante son todavía menores; las tasas de natalidad de los inmigrantes se desploman
en cuanto se asientan en Europa, lo que es debido a su elevado grado de movilidad
geográfica, su asentamiento en ciudades, el entorno de un país y una cultura que no
conocen bien y que no entienden, la falta de lazos con el país receptor y
consecuentemente de apoyos, etc.; en no pocas ocasiones el retorno de los inmigrantes a
sus países de origen; las condiciones laborales a las que se enfrentan los inmigrantes una
vez llegados a Europa o Norteamérica, lo que les destruye como mano de obra útil e
impide al mismo tiempo su reproducción.
De lo anterior se concluye que una merma demográfica conlleva una gran crisis fiscal
para un Estado con aproximadamente 3 millones de funcionarios, agravada por el
incremento del número de pensionistas. Una sociedad compuesta de funcionarios y
pensionistas es inviable, y lo único que produce son facturas que momentáneamente son
pagadas con deuda pero que a largo plazo necesita ser financiada de alguna manera.
Pero debido a la falta de suficiente mano de obra activa es imposible de sufragar dicha
deuda. Juntamente con esto se suma el declive de la economía, lo que aboca
irremediablemente a una regresión con la carestía de multitud de productos y el
encarecimiento de la vida, además del consecuente descenso de la base tributaria que
contribuye a generar un círculo vicioso de aumento de impuestos y recorte de servicios
públicos que abocan al empobrecimiento. El efecto de una espiral así sería el
recrudecimiento del control estatal sobre bienes básicos que comenzarían a escasear
para, de esta forma, profundizar las relaciones de clientelismo y patronazgo mediante el
racionamiento para, así, someter a la población y seguir enriqueciendo a la minoría
mandante. Este tipo de situación guardaría ciertas semejanzas en algunos aspectos con
la que en la actualidad se vive en Venezuela con el régimen de Nicolás Maduro.
Tampoco es descartable que todo esto se combinase con el intervencionismo exterior de
organismos supranacionales como el FMI, el Banco Mundial, el BCE, la UE, e incluso
de otras potencias como Alemania a través de cauces diplomáticos, económicos y
financieros, sin descartar tampoco a EEUU cuya presencia de bases militares es
decisiva.
Las consecuencias más evidentes de una dinámica como la antes descrita sería el
aumento de las tensiones sociales y la conflictividad política, lo que haría que el sistema
de dominación entrase en un ciclo prolongado de inestabilidad propicio para una ruptura
revolucionaria. Pero estas condiciones internas pueden, a su vez, combinarse con otras
de carácter externo que ya están en marcha. En el marco regional europeo nos
encontramos con un futuro inmediato verdaderamente sombrío para la UE por varias
razones. La primera, de carácter económico, refleja que la tendencia es a un descenso de
la porción del PIB mundial que le corresponde a la UE, lo que manifiesta claramente
que las economías europeas se quedan atrás en la competición internacional que
mantienen con otras grandes potencias como China a la que, dicho sea de paso,
consideran ya una amenaza estratégica. Derivado de esto es previsible que de seguir esta
tendencia Europa ocupe ya de un modo definitivo un papel secundario en la arena
internacional.
Unido a lo anterior, y sin dejar la UE, hay que resaltar que dentro de este club de países
europeos existen importantes tensiones entre sus miembros en el plano geopolítico. Los
países de Europa central y oriental dirigen su atención hacia Rusia que constituye su
principal preocupación, mientras que a los países de Europa occidental y meridional les
preocupa África que se ha convertido en el patio trasero de la UE, y en un espacio de
lucha con otras potencias (EEUU, China, Rusia, etc.) para dotarse de una esfera de
influencia propia. Es una lucha no sólo por recursos naturales sino también por su
población en la medida en que los países europeos están sumidos en una grave crisis
demográfica de envejecimiento acelerado, con lo que necesitan desesperadamente mano
de obra barata que sólo pueden captar en el exterior. No por casualidad el
intervencionismo europeo en el África subsahariana se ha agravado en los últimos años
con la presencia de tropas en países como Mali o Níger, que hoy por hoy son los que
tienen los mayores índices de natalidad en el mundo. Sin embargo, los procesos
migratorios que hoy se manifiestan en torno al Mediterráneo, con un rebrote de la
esclavitud en Libia, generan rechazo social en Europa, tanto entre la población nativa
como entre inmigrantes con arraigo. De manera que las llamadas de Jean-Cleaude
Juncker a una política inmigracionista para solucionar el envejecimiento demográfico
europeo son recibidas con rechazo. Tal es así que la UE sufre una crisis de popularidad
creciente.