Cuando Ti Noel hubo dejado su ladrillo al pie de una muralla era cerca de medi
noche. Sin embargo, se proseguia el trabajo de edificacién a la luz de fogatas y de
hachones. En los caminos quedaban hombres dormidos
sobre grandes bloques de piedra, sobre cafiones rodados, junto a mulas coronadas de
tanto caerse en la subida. Agotado por el cansancio, el viejo se tumbé en un foso, debajo
del puente levadizo. Al alba lo desperté un latigazo. Arriba bramaban los toros que iban a
ser degollados en las primeras luces del dia, Nuevos andamios habian erecido al paso de
las nubes frias, antes de que la montaiia entera se cubriera de relinchos, gritos, toques de
cometa, fustazos, chirriar de cuerdas hinchadas por el rocio. Ti Noel comenzé a
descender hacia Millot, en busca de otro ladrillo. En el camino pudo observar que por
todos los flancos de la montafia, por todos los senderos y atajos, subian apretadas
hileras de mujeres, de nifos, de ancianos, llevando siempre el mismo ladrillo, para
dgjarlo al pic de la fortaleza que sc iba edifeando como comejencra, como casa de termes,
con aquellos granos de barro cocido que ascendian hacia ella, sin tregua, de soles a
Iuvias, de pascuas a pascuas. Pronto supo Ti Noel que esto duraba ya desde hacia mas de
doce aftos y que toda la poblacién del Norte habia sido movilizada por la fuerza para
trabajar en aquella obra inverosimil. Todos los intentos de protesta habjan sido acallados
en sangre. Andando, andando, de arriba abajo y de abajo arriba, el negro comenzé a
pensar que las orquestas de cimara de Sans-Souci, el fausto de los uniformes y las
estatuas de blancas desnudas que se calentaban al sol sobre sus zécalos de almocérabes
centre los bojes tallados de los canteros, se debian a una esclavitud tan abominable como
la que habia conocido en la hacienda Monsicur Lenormand de Mezy. Peor ain, pucsto
que habia una infinita miseria en lo de verse apaleado por un negro, tan
negro como uno, tan belfudo y pelicrespo, tan narizfiato como uno; tan igual, tan mal
nacido, tan marcado a hierro, posiblemente, como uno, Era como si en una misma casa
los hijos pegaran a los padres, el nieto a la abuela, las nueras a la madre que cocinaba.
Ademis, en tiempos pasados los colonos se cuidaban mucho de matar a sus esclavos —
menos de que se les fuera la mano—, por que matar a un esclavo era abrirse una gran
herida en la escarcela. Mientras que aqui la muerte de un negro nada costaba al tesoro
piblico: habiendo negras que parieran - y siempre las habia y siempre las habria—, nunca
faltarian abajadores para llevar ladrillos a la 1 del Goro del Obispo.
El rey Christophe subia a menudo a la Ciudadela, escoltado por sus oficiales a
caballo, para cerciorarse de los progresos de la obra. Chato, muy fuerte, de torax un tanto
abarrilado, la nariz roma y la barba algo undida en el cuello bordado de la casaca, el
monarea recorria las baterias, fraguas y talleres, haciendo sonar las espuelas en lo alto de
interminables escaleras. En su bicornio napolednico se abria el ojo de ave de una
escarapela bicolor. A veces, con un simple gesto de la fusta, ordenaba la muerte de un
perezoso sorprendido en plena holganza, o la ejecucién de peones demasiado tardos en
izar un bloque de canteria a lo largo de una cuesta abrupta. Y siempre terminaba por
hacerse llevar una butaca a la terraza superior que miraba al mar, al borde del abismo que
hacia cerrar los ojos a los mas acostumbrados. Entonces, sin nada que pudiese hacer
sombra ni pesar sobre ¢1, més arriba de todo, erguido sobre su propia sombra, media toda
Ja extensién de su poder. En caso de intento de reconquista de la isla por Francia, él,
Henri Christophe, Dios, mi causa y mi espada, podria resistir ahi, cneima de las nubes,
durante los afios que fuesen necesarios, con toda su corte, su ejército, sus capellanes, sus
miisicos, sus pajes africanos, sus bufones. Quince mil hombres vivirian con él, entre
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