La escucha en el teatro de la tragedia: una acción esforzada
Ángel Antonio Trejo García
Seminario de investigación y titulación Dra. Norma Lojero Vega “No intentes modificar la energía de la actriz, escúchala en todo momento en vez de imponerte tú; a veces gritas para que ella suba el volumen”. Fue una de las notas más reveladoras que la dramaturgista de Electra me ha dado durante el proceso de ensayos. En un proceso que tiende a la horizontalidad, y que busca rescatar la relación del intérprete y el público (representado en la figura de la dramaturgista) como eje de la creación teatral, la escucha se vuelve fundamental. Lo es en todo montaje, pero las condiciones particulares de éste lo han hecho muy evidente para mí, y también me han revelado las enormes dificultades a las que me enfrenta. A menudo realizamos exploraciones, a partir de las cuales se define la secuencia de movimientos y acciones físicas (el “trazo”), en las cuales la escucha sucede de manera mucho más natural, pero se pierde a menudo cuando buscamos repetir, cuando está definida la estructura y hay que habitarla. ¿Cómo lograr que la escucha no sea un producto del azar o de las circunstancias, como convertirla en un acto de voluntad, en una decisión que no dependa de nuestro estado de ánimo de ese día, de las condiciones del ensayo? ¿Cómo convertir algo que a veces sale, a veces no, en técnica? ¿Qué significa escuchar en escena? Ante todo, me es importante decir que la escucha es con absolutamente todo el cuerpo y que no es un acto pasivo. Escuchar significa una voluntad de entrar en el otro, de escudriñar lo que hay detrás de la mirada de mi compañera actriz, una voluntad de ir más allá de las meras apariencias. De lo cual surge un momento de enorme dificultad, pero muy enriquecedor cuando se logra: el momento de la aceptación de eso que se escucha, lo que implica abrirse a recibirlo, y eso no es un acto pasivo, es como abrir la puerta de mi casa en un día lluvioso, o cuando se avecina un huracán, y dejar que me inunde. Es una decisión difícil de tomar, porque lo que está trabajando mi compañera muchas veces puede contradecir mis expectativas, puede asustarme, puede sobrecogerme… pero estar dispuesto a entregarse a ese devenir, ésa es la escucha, y en ese sentido se parece a la alegría trágica de la que habla Nietzsche como parte del héroe dionisiaco: la aceptación plena y absoluta de todo lo que viene. Escuchar se parece a abrasar y a entregarse. David Hevia solía decir en sus clases que para ser actor hay que ser estúpido. El sentido de esta frase se me reveló cuando, en una sesión de Laboratorio de puesta en escena, el profesor nos dijo: “el actor nunca dice que no, siempre dice sí… por eso es estúpido; el actor cree, confía, se entrega. Es un romántico y un idealista”. Y estas palabras de mi maestro cobran sentido cuando pienso en esos momentos afortunados en el proceso de Electra: los momentos en los que nos estamos escuchando mutuamente en escena. Sólo a partir de ahí se puede accionar con verdad, pero es tremendamente difícil, otra de la razonas por las que ser actor, como ser joven, es esencialmente ser trágico, un héroe de acciones esforzadas. En este caso, la acción esforzada es la escucha, la entrega, la aceptación, pues lo que descubre es que, a fin de cuentas, para poder abrirme al otro, para poder aceptarlo plenamente, primero debo aceptarme a mí, abrirme a lo divino y lo destructivo que hay en mí, escuchar los ecos de la condición humana que el texto me despierta: entonces es posible que ocurra la apertura a mi compañera, y que me entregue al devenir que dé sentido a mis acciones en escena; la alegría trágica, el vértigo, el impulso, la emoción. Escuchar al otro es el primer paso para actuar, y empieza por escuchar a ese otro que soy yo mismo. Quiero buscar, cada vez más, ese instante de apertura en escena, y profundizarlo: escúchame a mí, escuchar a mi compañera y a través de esas cajas de resonancia que son nuestros cuerpos vibrando al unísono, como quien escucha el mar con una caracola en el oído, escuchar al público, escuchar a la humanidad entera, al universo y a los dioses. Ése es el tamaño de la escucha que exige la tragedia, que es el tipo de teatro que yo quiero hacer. Hay un largo camino por recorrer, y profundizar esa escucha será un objetivo primordial en mi proceso.