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El Salmo de Jonás

Ed. Ramírez Suaza, P.ThM

Somos muchas las personas a las que nos gusta que nos cuenten historias, sobretodo, “casos de la vida
real”. Recuerdo una vez a mi mamá contándonos que en su pueblo natal, Fredonia, llegaron a sepultar
personas que las creyeron muertas, pero en realidad estaban vivas.
Nos contó de un caso especial, falleció no sé quien. La familia hizo el velorio, que para aquellos días
se hacía en casa del difunto de un día para otro. Luego llevaron el difunto a misa para la respectiva
ceremonia religiosa. Después al cementerio. Lo sepultaron, y hasta ese momento la persona que iba
dentro del ataúd estaba muerta.
Tres años más tarde, la familia fue a sacar los restos de su difunto, y vaya sorpresa, lo encontraron
boca abajo, la tapa del ataúd arañada, la ropa rasgada. ¡Dios mío! Las evidencias permitieron concluir
que esa persona estaba viva. Que despertó cuando ya estaba sepultada. Con desespero intentó pedir
auxilio, salir de la sepultura; pero no lo logró.
Yo escuchaba esa historia en la voz de mi madre y pensaba, ¿qué se sentirá despertar y darse cuenta
que la familia lo sepultó?

En las Escrituras hay un testimonio hermoso de un hombre que “despertó” dentro de una sepultura
peculiar: el vientre de un gran pez. Su desesperación lo llevó a, imagino, querer salir de ahí hasta darse
cuenta que no estaba dentro de una tumba; estaba dentro del estómago de un gran pez.
Uno no sabe qué es peor, si salir o quedarse ahí.
Pero recordó que tenía un recurso invaluable para salir de ahí, ¡la oración!
Les estoy empezando a hablar de Jonás.
Sepultado en vida, el hombre elevó una oración al Dios celestial desde lo más profundo de su ser.
Su oración la encontramos en el fascinante libro de Jonás cap. 2.

Para desempacar la oración de Jonás hay que contar un poco su historia.


Aconteció que la Palabra del Señor vino sobre Jonás.
Esta fue una experiencia misteriosa, exclusiva de los antiguos profetas en Israel, a ellos “vino Palabra
de Dios”.
¿Esto qué significa?
No soy capaz de describir a plenitud la experiencia de los profetas cuando a ellos “vino Palabra de
Dios”, lo que alcanzo intuir al escudriñar y pensar en las honduras de estos testimonios bíblicos, es
que Dios aturdió sus corazones con un mensaje al que intentaron hacer resistencia, pero el mensaje
anidando con mayores fuerzas en sus interiores les derrotaba, les persuadía tenazmente que ese
mensaje, esa voz en sus conciencias era, indiscutiblemente, voz de Dios. No la podían contener. No la
podían callar. No fueron capaces. Esa Palabra los derrotaba; finalmente tenían que hablar. Les parecía
como tener un león dentro de sí que ferozmente exigía libertad. Les parecía un incendio dentro de sí,
que sólo se apaciguaba si hablaban. Entonces hablaron.
Pero Jonás aparece como un caso especial. El autor de este fascinante libro escribió con mucho humor
teológico la experiencia de este hombre particular.

La Palabra de Dios vino a Jonás, pero Jonás huyó de ella.

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El Salmo de Jonás
Ed. Ramírez Suaza, P.ThM
La Palabra de Dios le dijo que viajara a Nínive para predicar contra ella, pero Jonás huyó a una ciudad
diametralmente opuesta a la dirección de Dios: Tarsis.
Así quiso escapar Jonás de Dios. Repasemos del cap. 1 los vv. 3, 10 y 12.

Pareciera ser que Jonás desconocía o quiso ignorar el Salmo 139, en especial, a partir del vv. 7:
¿Dónde puedo esconderme de tu espíritu? ¿Cómo podría huir de tu presencia? 8 Si subiera yo
a los cielos, allí estás tú; si me tendiera en el sepulcro, también estás allí. 9Si levantara el vuelo
hacia el sol naciente, o si habitara en los confines del mar, 10 aun allí tu mano me sostendría;
¡tu mano derecha no me soltaría! 11 Si quisiera esconderme en las tinieblas, y que se hiciera
noche la luz que me rodea, 12 ¡ni las tinieblas me esconderían de ti, pues para ti la noche es
como el día! ¡Para ti son lo mismo las tinieblas y la luz!

S. Agustín dijo: “En absoluto no hay otro lugar a donde huir. ¿Quieres huir de Él? Huye a Él.”

En su intento de huir, Jonás en lugar de llegar a Tarsis, llegó al vientre de un gran pez. Pues la
embarcación en la que se transportaba sufrió una gran tormenta que los tripulantes del navío
interpretaron como un juicio de los dioses. Entonces comenzaron a rezar, cada quien, a su dios.
Pero Jonás en lugar de orar a Jehová, se acostó a dormir.
El capitán del barco lo encontró durmiendo y le “jaló orejas por eso”. Jonás les contó que sus oraciones
y ninguna otra calmarían la tempestad, a no ser que lo arrojaran al agua.
Los tripulantes del barco le creyeron, y probaron a ver si era cierto arrojándolo al mar.
Yo sospecho que Jonás prefería morir que obedecer, pero Dios lo sorprende: un gran pez se lo tragó y
lo conservó vivo mientras el pez lo intentaba digerir.

Escucha estas palabras de Alessandro Pronzato, memoriza lo más que puedas:


El hombre, llamado efectivamente a la comunión, al diálogo de amor con Dios, rompiendo esta
comunión termina por romper su mismo equilibrio y se condena a un monólogo de soledad y
de muerte. Al interrumpir su relación con Dios, se desintegra a sí mismo. En este sentido el
pecado es una perfecta locura. Por esto al pecador se le define, sin muchos miramientos, con
una palabra: «necio».

En las profundidades del mar, en el vientre de un gran pez, huyendo, Jonás le da un mejor rumbo a sus
esfuerzos por escapar del Creador, huye hacia Dios, y el camino para esta nueva dirección es la oración.
El arrepentimiento bíblico se integra de varios rostros, uno de ellos es este: dar un giro en dirección a
Dios. Estos sublimes giros se hacen en oración.

Huir de Dios sólo trae desgracias a la vida.


Cuando las desgracias hacen su aparición en el escenario existencial, entonces el ser humano ya no
quiere huir de Dios, ahora quiere acudir a él.
Es el caso de Jonás, perdido de sí mismo, aunque jamás logró esconderse de Dios, tuvo que rendirse y
sepultado en vida oró:
«Señor, en mi angustia te invoqué, y tú me oíste. Desde el fondo del abismo clamé a ti, y tú
escuchaste mi voz. 3 Me echaste a las profundidades del mar, y las corrientes me rodearon; ¡todas
tus ondas y tus olas pasaron sobre mí! 4 Entonces dije: “Me has desechado delante de tus ojos,
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El Salmo de Jonás
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pero todavía he de ver tu santo templo.” 5 Las aguas me rodearon hasta el cuello, y el abismo me
envolvió. ¡Las algas se enredaron en mi cabeza! 6 Bajé hasta los cimientos de los montes; la
tierra echó para siempre sus cerrojos sobre mí; pero tú, mi Señor y Dios, rescataste mi vida del
sepulcro. 7 Cuando dentro de mí desfallecía mi alma, me acordé de ti, Señor, Y mi oración llegó
hasta ti, hasta tu santo templo. 8 Los que siguen vanidades ilusorias, abandonan tu misericordia.
9 Pero yo, con voz de alabanza, te ofreceré sacrificios y cumpliré mis promesas. La salvación es
tuya, Señor.»

Cuando Dios llama a alguien para una misión y éste huye, lo sorprende con su presencia al final de su
escape. Dios cerca a los que llama y ama. Jamás podrán escapar de él.
Dios acosa a los que llama.
Jonás huyó de Dios, y en tanto emprendía su fuga se encontró con él.
Jonás prefirió morir en lugar de obedecer. Por eso se hizo arrojar al mar.
Si Jonás es obstinado, terco y llevado de su parecer, pues Dios es más obstinado en amarlo. Jonás
quiso morir, pero Dios le envió un pez que lo salvara de la muerte. Sin embargo, le permitió sufrir las
consecuencias de sus decisiones: quedó sepultado en vida.

La experiencia de habitar el vientre de un gran pez debe ser aterradora, traumática. En el vv. 6, el
orante describe su vivencia como una “sepultura”, y no es para menos.
En sus propias fuerzas no puede salir de allí, muere. Si pudiese salir, peor: muere. La presión de las
profundas aguas lo pueden reventar al instante, axfisiar. Lo mejor es quedarse dentro de ese gran hotel
vivo y transportador.
Pero Jonás da un cambio dramático, pasa de ser el fugitivo de Dios a uno desesperado en busca de él.
Esta realidad de Jonás nos dibuja a todos con alta definición, en algunos momentos de la vida somos
los suficientemente necios como para huir del Creador, nos convertimos en fugitivos de su dulce amor;
pero cuando la tragedia de nuestras huidas nos hacen sufrir; cuando nuestras tontas decisiones nos
quebrantan con mucho dolor, entonces ahí sí queremos que Dios aparezca, y ojalá con inmediatez.

Es tan inmenso el amor de Dios, que aún nosotros tan faltos de sinceridad nos oye.
Mira como empieza la oración de Jonás, el fugitivo del amor de Dios: “Señor, en mi angustia te
invoqué, y tú me oíste. Desde el fondo del abismo clamé a ti, y tú escuchaste mi voz.”
Subraye estas dos frases: “y tú me oíste”, la otra es: “y tú escuchaste mi voz”.
Quiero que pienses en esto: ¡Dios sí oye al pecador!
Todos los testimonios que hay en la Biblia de Dios oyendo a un ser humano, todos esos seres humanos
eran pecadores:
Oyó a Adán. Oyó a Ana. Oyó a Isaías.
Oyó a Caín. Oyó a Samuel. Oyó a Zaqueo.
Oyó a Noé. Oyó a David. Éste sí que era Oyó a la Samaritana.
Oyó a Abraham, Isaac y a pecador. Oyó a Nicodemo.
Jacob. Oyó a Salomón. Oyó a Pedro.
Oyó a Moisés. Oyó a Ester. Me oye a mí.
Oyó a Josué. Oyó a Jonás. ¡Qué tal que no!

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El Salmo de Jonás
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Él lo dijo así de hermoso: “Clama a mí y yo te responderé”.

Dios no tiene un lugar favorito desde el cual nos exige que oremos. No hay un lugar sagrado para orar.
Puedo orar desde mi casa, desde el bus o el metro. Puedo orar en la calle y en el templo. Puedo orar
en la oficina o en el aula de clase. ¡En todo tiempo y en todo lugar!
No se trata del lugar, se trata de la persona.
Jonás oró desde el vientre de un pez y Dios lo escuchó.
No tenemos que esperar a caer en la desgracia para orar, podemos y debemos orar -desde cualquier
lugar- con la actitud correcta: !un corazón contrito y humillado!
Jonás fue terriblemente terco en su pecado, pero humillado en el vientre del pez puso en modo humilde
su corazón y contrito elevó su plegaria al cielo. ¡Vaya cosa más hermosa! ¡Dios lo oyó!

Muchas de las desgracias y sufrimientos que soportamos en la vida son una dádiva del cielo para poner
nuestro corazón en modo humildad.
Escucha como lo dice Jonás:
Me echaste a las profundidades del mar… (vv. 3).
Me has desechado delante de tus ojos… (vv. 4).
Dios arrojó a las profundidades del mar a Jonás, lo encapsuló en el vientre de un gran pez.
Fue Dios quien expulsó a Jonás de su santa presencia.

A veces Dios nos da un poquito de lo que queremos: Jonás quería estar lejos de Dios, entonces Dios
lo puso lejos de su presencia: lo sepultó en vida.
Dios a veces nos aleja de él para que probemos lo amargo, doloroso e insoportable que es existir sin
su Presencia.
Con razón decía el salmista: “Es mejor pasar un día en tus atrios que vivir mil días fuera de ellos.
¡Prefiero estar a la puerta de tu templo, oh Dios, que vivir en las mansiones de la maldad!” (Salmo
84.10).
Jonás fue “víctima de su propio invento”: estar lejos de Dios. ¡Y lo estuvo!
Paradójicamente, Dios en la distancia queda cerca de una oración genuina, sincera y humilde.

Jonás en su oración reconoce que sus tragedias y sufrires en el vientre del gran pez los tiene bien
merecidos. Uno de nuestros peores orgullos consiste en creer que lo malo que me pasa no lo
merecemos. Consideramos que Dios es injusto cada que el dolor, la tragedia, la enfermedad, la
necesidad nos toca. Somos muy insolentes al pretender culpar a Dios por lo malo que nos pasa.
¡Lo hemos hecho!
En estos días leí una cita del teólogo ya fallecido, Dr. Sproul a quien le preguntaron: ¿por qué a la
gente buena le pasan cosas malas? Y respondió el teólogo: -Eso pasó sólo una vez, y él se ofreció
voluntariamente.-

Jonás lo asume. Sabe que Dios está quebrantando su terquedad, pero no lo culpa por su pecado.
Me echaste a las profundidades del mar, y las corrientes me rodearon; ¡todas tus ondas y tus olas
pasaron sobre mí! 4 Entonces dije: “Me has desechado delante de tus ojos, pero todavía he de
ver tu santo templo.” 5 Las aguas me rodearon hasta el cuello, y el abismo me envolvió. ¡Las
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El Salmo de Jonás
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algas se enredaron en mi cabeza! 6 Bajé hasta los cimientos de los montes; la tierra echó para
siempre sus cerrojos sobre mí...

La humildad reconoce la intervención y soberanía de Dios en medio de la tragedia, como un recurso


expresivo de su amor.
“Si quiero descubrir la grandeza del perdón de Dios, debo aceptar, antes que nada, dejarme echar en
cara, por su palabra, mi pecado. No se puede entender ni gustar el perdón, si no se toma lúcidamente
conciencia de la propia culpa” (A. Pronzato).

Finalmente, Jonás reconoce que la salvación es de Dios. Él decide salvar al hombre pecador y en esa
determinación divina podemos descansar, confiar y orar.

Jesús de Nazaret se identificó con la sepultura de Jonás, quien también estuvo sepultado por tres días.
A diferencia de Jonás, la sepultura de Cristo fue por obediencia, por salir al encuentro de quienes
estamos perdidos en los laberintos existenciales que nos provoca el pecado.
Igual que Jonás, Ud. y yo somos odiados. Nosotros también somos expertos en huir de su amor.
Nosotros también somos fugitivos de su Palabra, a la que evadimos, de la que nos escondemos, de la
que no amamos. Nosotros también dormimos cuando es tiempo de obediencias diligentes. Nosotros
también tenemos que asumir las consecuencias de nuestros pecados.
Dios no tenía la obligación moral con nosotros de seguirnos amando.
Dios no estaba obligado con la humanidad de darnos a su Hijo Cristo.
Jesús vino a salvarnos de nosotros mismos, de nuestra adicción al pecado, de nuestra muerte
en vida. Él venció al pecado y a la muerte con su resurrección, y desde entonces ha empezado
un nuevo génesis de su gloria desde donde nos perdona, nos restaura, nos libera de las prisiones
del pecado y no hace renacer para una vida gloriosa en él.
Como a Jonás, insiste Dios en amarnos. Y no descansará de acosarnos hasta que retornemos a
él.

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