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Introducción

RESUMEN CATECISMOOOOOO!!!!

El Dios de Israel

La imagen más antigua de Dios en el AT es sin duda Señor de la historia, concepción que sobre
todo fue determinante para las tribus de Israel: el Dios de Abraham, de Isaac y de Jacob. Los libros
históricos, aunque también y sobre todo muchos salmos1 hacen de ese Dios de Israel el centro de
sus meditaciones.

Esta imagen del “Señor de la Historia” posibilitó la formación de la representación del Dios creador.
Los grandes salmos creacionistas2 ensalzan con la admiración ante la grandeza del Dios Creador en
conocimiento orante de la dependencia y gratitud de la criatura respecto de su creador.

Pero muchas veces al Santo de Israel, especialmente en Isaías, se lo llama también Dios salvador.
Es salvador sobre todo desde la salida de Egipto. “… el Señor ha salvado a su pueblo, al resto de
Israel” Jer. 31, 7.

El Dios de los cristianos

El NT hunde todas sus raíces en el subsuelo del AT. También sus afirmaciones acerca de Dios los
cristianos no piensan más que en Yahveh, el Dios único de la revelación de Israel. “Después de haber
hablado antiguamente a nuestros padres por medio de los Profetas, en muchas ocasiones y de
diversas maneras, ahora, en este tiempo final, Dios nos habló por medio de su Hijo, a quien
constituyó heredero de todas las cosas y por quien hizo el mundo”3 Cristo, el Hijo de Dios, ha
introducido un rasgo totalmente nuevo a la imagen divina del AT: cuando nombra personalmente
al Dios de Israel le llama simplemente “su Padre” y nos enseña a llamarle “Padre nuestro”. Lo cual
solo quiere decir: no solo la cristiandad sino cada cristiano puede invocar ahora al Yahveh Sebaot,
grande y omnipotente, al Señor de los ejércitos y al Santo de Israel con el tierno título humano de
“Abba”, o sea, “Padre, Padre mío”.

Dios Padre

¿Qué sentido tiene ese nombre de Padre, cuando se aplica a Dios? Conviene reflexionar aquí sobre
la pluralidad de aspectos de ese nombre, para clarificar las diferencias con el nombre de padre de
las Escrituras.

1
Cf. Salmo 77, 14-21; 78, 1-72; 135, 8-21; 136, 10-26
2
Cf. Salmo 8; 19; 89; 104; Dan. 3, 51-90
3
Heb. 1, 13
1) Las comunidades israelitas se entienden desde un patriarca, que como autoridad paterna era
responsable de la educación de los niños4, de la fundación de la nueva familia de los hijos5, de
que en su vida se mantuvieran personas libres y no cayeran en la esclavitud6; era responsable
de la unidad de la familia y de las familias de los hijos, es decir, de toda la comunidad. Ella se
convertía en una gran casa paterna de todos los descendientes7. Cuando la monarquía se
impuso en Israel, el rey se convirtió en el “padre del pueblo”8. Durante la época del templo el
nombre de padre se aplicó también a los sacerdotes9.
2) El fundamento de esa autoridad paterna se veía en el hecho de que el padre era el
engendrador de los hijos y del que, por consiguiente, llegaba la bendición y la maldición como
herencia a sus descendientes. Además, eran tenido en cuenta por las promesas de Dios, y esas
promesas formaban parte de un vasto plan salvífico, que conduce hasta el Mesías, Cristo.
3) En el curso de la historia de Israel el título paterno se “espiritualiza” cada vez más. Así,
Abraham se convirtió en padre de una gran multitud de pueblos10.
4) Esa espiritualización de la idea de paternidad indujo a confesar y adorar a Yahveh como padre
de Israel. Desde los tiempos de David se destacan sobre todo la paternidad de Dios y la filiación
del rey. “Seré un padre para él, y él será para mí un hijo”11 esto debía cumplirse en aquel que
es la consumación de todas las promesas de Dios, en Jesús de Nazaret.

Dios, Padre de los hombres, en el mensaje de Jesús

1) A menudo se designa a quienes Dios ama como los pobres. No se trata de pobreza externa,
sino más bien es el sentimiento interior del hombre delante de Dios. Los pobres de Dios son
los hombres que tienen conciencia de su desamparo, su condición pecadora, lo confiesan y así
reconocen “la grandeza de Dios” y “su amor”. “Como un padre se compadece de sus hijos, así
Yahveh se compadecerá de quienes le temen12”, el Señor escucha el anhelo de los pobres. En
el NT el destinatario del mensaje de Jesús son los pobres: “Bienaventurados los pobres de
espíritu, porque de ellos es el Reino de los Cielos”13. Para Jesús los pobres son los pequeños,
los niños, los que dejan su padre y su madre por seguirlo. Él mismo vive pobre en este mundo.
Es preciso contemplar la grandeza, la bondad y el amor de Dios hacia los pobres para entender
rectamente el misterio del nuevo nombre divino.
2) Cuando Cristo comienza con la palabra “Padre” la nueva oración que ha enseñado a sus
discípulos14 está creando el tratamiento básico con que el cristiano ha de dirigirse a su Dios.
No se trata de un simple acto humano cuando llamamos “Padre” a Dios, esta facultad de

4
Cf. Eclo. 30, 1- 13
5
Cf. Gn. 24, 2ss
6
Cf. Ex. 21, 7
7
Cf. Gn. 34, 19
8
Cf. Is. 9, 5
9
Jue 17, 10
10
Cf. Gn. 17, 5
11
2 Sam. 7, 14
12
Salmo 103, 13
13
Mt. 5,3
14
Mt. 6, 9
entenderlo como “nuestro Padre” deriva del Espíritu Santo: “El mismo Espíritu se une a
nuestro espíritu para dar testimonio de que somos hijos de Dios”15.

San Agustín

San Agustín supone la primera síntesis de conjunto que se hace sobre el misterio de la Trinidad.
Organiza su tratado De Trinitate, escrito entre el siglo IV y V. En una primera face de búsqueda de
los datos de la fe y en una segunda, de tipo especulativo, por la que trata llegar a la comprensión
del dogma en la medida en que es posible, pues no hay nadie más consciente que él de la
incomprensibilidad de la trascendencia divina.

La perspectiva que toma es claramente distinta de la oriental. Para los padres capadocios (San
Basilio de Cesarea, San Gregorio de Nacianzo y San Gregorio de Nisa) el Padre es origen Fontal de la
Trinidad. Dios es el Padre que entrega su naturaleza al Hijo y, a través de él, al Espíritu Santo. En
San Agustín, en cambio, Dios es la Trinidad16 y la Trinidad es el único Dios verdadero17, por lo que
domina en él la idea de la unidad absoluta de Dios. Dicho de otra forma, la idea de la esencia única
de Dios. La esencia una de Dios pasa a ser el fundamento de toda la doctrina trinitaria. Esta
consideración de la unidad de esencia es, en Agustín, algo previo a la consideración de las personas.

Una consecuencia evidente de esta preponderancia de la esencia será la afirmación de que toda
las obras ad extra de la Trinidad son comunes. Si sólo hay un ser en la Trinidad

Bibliografía
Auer, Johann. Dios, uno y trino. Vol. II. Barcelona: Herder, 1982.

Conferencia Episcopal Argentina. Catecismo de la Iglesia Católica. Buenos Aires: Oficina del libro,
2005.

San Agustín de Hipona. Tratado sobre la Santísima Trinidad. Vol. V. Madrid: Editorial Católica S.A.,
1956.

Sayés, José Antonio. La Trinidad: Misterio de salvación. Madrid: Palabra, 2000.

15
Rm. 8, 16
16
De Trinitate, San Agustín, 6, 6, 12
17
Ibíd. 1, 6, 10-11

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