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Las configuraciones provinciales del peronismo

Introducción

Oscar H. AELO
La poderosa imagen de un movimiento político articulado en la relación
directa entre líder carismático y masas populares dominó durante un largo perío-
do las interpretaciones sobre el peronismo. Partidarios o adversarios, ensayistas o
científicos sociales compartían un tipo de mirada que, independientemente de
sus motivaciones, subrayaba el lazo directo que la retórica del liderazgo nacional
peronista había exaltado como el origen y razón de ser del movimiento. Hasta
mediados de los años setenta, y en rigor hasta bien entrados los años ochenta –en
función del paréntesis que supuso para la producción científica en nuestro país la
última dictadura militar- las principales líneas de investigación sobre el tema se
concentraron en asuntos que, de un modo u otro, abonaban aquella mirada: la
cuestión de los “orígenes” del peronismo, las características o actitudes de las cla-
ses populares urbanas –básicamente la clase obrera- que las llevaron a integrarse
al nuevo movimiento. Los resultados de esas indagaciones fueron ambivalentes:
junto a considerables aportes para la comprensión del peronismo, notorios va-
cíos y evidentes simplificaciones. La complejidad socio-política de la Argentina
quedaba reducida a una limitada contraposición litoral/interior; para peor, el co-
nocimiento sobre este último se reducía al recuento de anécdotas pintorescas de
sabor local. Los dilemas de la organización peronista quedaban subsumidos en
la capacidad o voluntad de un líder omnímodo. Las instituciones políticas o “el
régimen” peronista encontraba en la palabra o la acción de Perón su explicación
última y primera.
En las últimas dos décadas el panorama ha venido cambiando. Probable-
mente en consonancia con un cierto “enfriamiento” de las pasiones que el pero-
nismo supo despertar (enfriamiento por demás relativo, como cualquier argen-
tino puede apreciar al leer un diario o asistir a la televisión) una nueva “camada”
de investigadores se ha aproximado al tema; camada en la que destacan, o acaso
predominan, los historiadores –cuyo aporte en las décadas previas había sido más
bien escaso. La injerencia de los historiadores en el análisis del tema no se en-
cuentra desligada de ciertos cambios ocurridos en las instituciones universitarias,
vinculados con una mayor estabilidad del trabajo académico y a la existencia de
“incentivos” y subsidios para grupos o investigadores. En todo caso, la contra-

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prestación necesaria ha sido la aparición de una avalancha de trabajos, bien sea


publicados en revistas científicas de la especialidad (ellas mismas expandiéndose
notoriamente desde los años noventa), bien sea presentados como ponencias en
diversos congresos, jornadas o encuentros (ellos mismos, también, cada vez más
multitudinarios).
Para cualquier investigador se ha tornado cada vez más difícil apreciar,
evaluar, integrar a una interpretación general del peronismo esa abigarrada co-
lección de estudios. La ausencia de una línea de investigación predominante,
la variedad de temas, problemas, enfoques, la diversa escala (nacional, regional,
provincial, local) que preside los trabajos conspira contra aquella pretensión,
supongo que inclusive para el lector más atento y paciente. Sin embargo, y si es
que no estoy demasiado desactualizado, el aspecto, plano o “nivel” en que la ex-
periencia del primer peronismo ha concitado un mayor interés de los investiga-
dores es el constituido por la política. En este sentido me gustaría destacar tres
aportes que, cada uno a su manera, nos han “obligado” a pensar el peronismo
“político”, o la política en los años peronistas, de otro modo. Moira Mackinnon
ha salido al cruce de las melancólicas letanías en torno al Partido Peronista –las
que rezaban que nunca había sido un “verdadero” partido- ofreciendo una reno-
vadora interpretación de los cruciales años formativos de aquella organización,
desplazando el análisis de la acción o el “carisma” de Perón hacia la actividad
de los militantes y dirigentes del partido. Raanan Rein cuestionó abiertamente
la tesis del “lazo directo” subrayando la imprescindible indagación en torno a
la “segunda línea” del liderazgo peronista y a sus probables aportes a la mode-
lación y prácticas del movimiento. César Tcach incursionó pioneramente en la
conformación y características de un peronismo “periférico”, del interior, que
no podía pensarse como la contracara política del proceso de industrialización,
socavando la pretensión “nacional” de las interpretaciones al uso sobre la nueva
o vieja o ambas clases obreras1.
De estos tres aportes, que se han convertido en lecturas obligatorias para
todo aquel que pretenda sumergirse en la indagación del “fenómeno” peronista,

1 Moira Mackinnon, Los años formativos del Partido Peronista, Buenos Aires, Siglo XXI/Instituto Di
Tella, 2002. Raanan Rein, Peronismo, populismo y política: Argentina, 1943-1955, Buenos Aires, Ed.
de Belgrano, 1998. César Tcach, Sabattinismo y peronismo. Partidos políticos en Córdoba 1943-1955,
Buenos Aires, Sudamericana, 1991.

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Las configuraciones provinciales del peronismo

la línea de investigación abierta por Tcach se ha multiplicado exponencialmente,


en particular en la última década. Nuevamente, este otro “fenómeno” no está
desligado de la creciente formación de historiadores en las universidades del in-
terior argentino, ni de las también crecientes posibilidades de financiar proyectos
de investigación que atiendan a las realidades regionales. En cualquier caso, lo
que resulta evidente para quienes solemos incursionar en jornadas o congresos
de historia es la expandida presencia de trabajos que analizan al peronismo desde
una escala provincial. Y hemos pensado, justamente en función de esta escalada
de los estudios de escala provincial, que sería un buen momento para ofrecer, en
una obra colectiva, una mirada de conjunto sobre las diversas configuraciones
políticas del primer peronismo en las provincias y territorios del país.
Ciertamente, el libro que aquí se presenta pretende colocarse en una línea
de continuidad con dos obras previas que reconocían propósitos semejantes, aun-
que ampliando el espectro hacia casos, temas y objetos poco integrados, o no inte-
grados, anteriormente2. Bajo el propósito general de observar las conformaciones
políticas del peronismo en el interior del país durante el período 1945-1955, me
interesaba priorizar en el conocimiento de los actores y prácticas políticas desa-
rrolladas al nivel de cada unidad política tratada. Podría decir que los “objetos”
principales a partir de los cuales invité a los investigadores aquí reunidos estarían
constituidos por el partido y el “movimiento” peronista, y los actores políticos en
las estructuras gubernamentales. Desde luego, el énfasis sobre una u otra de estas
instituciones u organizaciones quedó a criterio del investigador, en función tanto
de sus opciones metodológicas y/o sus intereses o elaboraciones previas, como de
los conocimientos historiográficos acumulados sobre el “caso” específico.
Los aportes empíricos o interpretativos de los trabajos aquí reunidos que-
dan, desde ahora, sujetos a la mirada crítica del lector. En conjunto, entiendo que
ellos nos ofrecen una base sólida para repensar la experiencia del primer pero-
nismo “nacional”, en tanto y cuanto los “peronismos” provinciales nunca fueron
meros reflejos de impulsos provenientes de otro nivel. El libro se llama “confi-
guraciones provinciales” aún cuando integra al análisis dos casos de territorios
nacionales (Santa Cruz y La Pampa), no por ignorar las diferencias existentes,

2 Darío Macor y César Tcach (eds.), La invención del peronismo en el interior del país, Santa Fe,
UNL, 2003. Aixa Bona/Juan Vilaboa (coords.), Las formas de la política en la Patagonia. El primer
peronismo en los territorios nacionales, Buenos Aires, Biblos, 2007.

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sino intentando llamar la atención sobre los “aires de familia” en las formas de la
acción política en ambas realidades (y recordando que los territorios nombrados
constituyeron los contornos de dos nuevas provincias en el período). En la sec-
ción siguiente no intentaré sintetizar que dice cada artículo –apartándome de lo
que parece ser la “norma” para introducciones de libros de estas características-,
sino apuntar algunos temas y problemas emergentes en torno a la política en los
años peronistas; temas y problemas que no necesariamente articulan las investi-
gaciones recientes, sino, más sobriamente, los que me han llevado a concentrar
mi práctica historiadora sobre este “enigma” de la política argentina. Pero antes
de pasar a ese desarrollo, quiero dejar consignado mi agradecimiento a todas y
todos los autores cuyos trabajos aquí se publican, por su receptividad, por su
entusiasmo, por su voluntad por participar de esta empresa inacabada que con-
siste en conocer al peronismo: Adriana Kindgard, Aixa Bona, Azucena del Valle
Michel, Fabio Alonso, Florencia Gutiérrez, Gustavo Rubinstein, Javier Tobares,
José Ariza, Juan Vilaboa, María Cecilia Erbetta, Mariana Garzón Rogé y Merce-
des Prol. Y, también, para Claudio Panella, editor de este libro, por confiarme la
responsabilidad de la compilación.

Modelo para armar

En la vasta bibliografía que ha intentado comprender –o, a veces, simple-


mente atacar o defender- el “fenómeno” peronista, las modalidades carismáticas
de ejercicio del poder político nacional y los procesos de formación o alianza entre
las clases fundamentales de la sociedad argentina concentraron buena parte de las
interpretaciones. En rigor, dos asuntos distintos, aunque íntimamente vincula-
dos, han concitado una atención claramente despareja: por un lado, la cuestión
de los “orígenes” del peronismo, y por otro, el despliegue efectivo del peronismo
gobernante.
El primer tópico generó un debate que ha devenido “clásico”. Los trabajos
liminares de G. Germani abonaban una explicación del peronismo como emer-
gente de una situación de transición entre la sociedad tradicional y la moderna,
enfatizando en la formación de una “nueva clase obrera” formada por migrantes
del interior del país, sin experiencia sindical o política, configurando el sustrato
social de un movimiento nacional-popular cuyas características lo alejaban del

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fascismo europeo3. Frente a este tipo de explicación –luego denominada “orto-


doxa”- se paraban las “revisionistas”, asociadas inicialmente con los nombres de
M. Murmis y J. C. Portantiero, quienes sustentaron que durante los años treinta
se produjo en el país una acelerada industrialización que no fue acompañada
por redistribución del ingreso hacia los trabajadores. La común experiencia de
sufrir la explotación capitalista unificó como clase obrera a migrantes recientes y
residentes urbanos establecidos. Los autores apuntaban que la aproximación del
movimiento sindical a Perón fue impulsada especialmente por los líderes de las
organizaciones más antiguas, asentadas y poderosas4. Estas hipótesis darían lugar
a un amplio debate sobre las características y/o la importancia de la clase obrera
en la formación inicial del peronismo, y serían continuadas luego por diversos
trabajos acerca de la conformación del movimiento sindical antes y durante los
orígenes del peronismo5.
Los rasgos principales de este debate enfatizaban en los contornos sociales
del nuevo movimiento, pero dejaban en un cono de sombra su transcripción
política. En otros términos, no hubo mayor preocupación por indagar en los orí-
genes “políticos” del peronismo: de donde provenían sus cuadros, que influencia
tuvieron –si la tuvieron-, como contribuyeron a la definición de los caracteres
principales del movimiento. Además, dado que se tendía a suponer que los diri-
gentes peronistas no eran en rigor tales, sino apenas títeres en las manos del gran
prestidigitador, no parecía relevante mayor profundización sobre el asunto. Por

3 Véase Gino Germani, “Clases populares y democracia representativa en América Latina”, Desarro-
llo Económico, Vol. II, Nº2, 1962, pp. 23-43; o “El surgimiento del peronismo: el rol de los obreros
y de los migrantes internos” [1973], en Torcuato Di Tella, Sociedad y Estado en América Latina,
Buenos Aires, Eudeba, 1985; un trabajo previo del autor aún veía al peronismo como un peculiar
fascismo: “La integración de las masas a la vida política y el totalitarismo”, Cursos y Conferencias,
Año XXV, Nº 273, 1956, pp. 153-176. Autores simpatizantes con el peronismo también susten-
taban la importancia decisiva de una “nueva clase obrera”, a la que entendían como depositaria de
tradiciones nacional-populares incontaminadas por el cosmopolitismo urbano. Ver, por ejemplo,
Jorge Abelardo Ramos, La era del peronismo 1946-1976, Buenos Aires, Ed. del Mar Dulce, 1982; o
Juan José Hernández Arregui, La formación de la conciencia nacional, Buenos Aires, Plus Ultra, 3ª
ed. 1973 [1ª 1960].
4 Miguel Murmis y Juan Carlos Portantiero, Estudios sobre los orígenes del peronismo, Buenos Aires,
Siglo XXI, 1972.
5 Hugo del Campo, Sindicalismo y peronismo, Buenos Aires, CLACSO, 1983; Elena Susana Pont,
Partido Laborista: Estado y sindicatos, Buenos Aires, CEAL, 1984; Hiroshi Matsushita, Movimiento
obrero argentino 1930-1945, Buenos Aires, Hyspamérica, 1986; Juan Carlos Torre, La vieja guardia
sindical y Perón, Buenos Aires, Sudamericana, 1990.

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ello, raramente o nunca se había afirmado que los dirigentes del viejo Partido
Conservador hubieran tenido alguna importancia en la configuración del nuevo
movimiento6. Podía suponerse que el peronismo había tenido una elite dirigente;
pero bastaba con una aproximación genérica, sin mayor precisión, como ésta de
Germani: “La elite política peronista era más amplia que la dirigencia sindical e
incluía no solo un grupo desprendido del radicalismo, sino también fascistas, na-
cionalistas de extrema derecha, católicos, falangistas, viejos comunistas trotskistas
y otros marxistas […]”7.
Sin embargo, a partir de finales de los setenta, trabajos provenientes de la
sociología política se encaminaron a proponer una nueva hipótesis, siendo, un
tanto sorprendentemente, la provincia de Buenos Aires el foco inicial del análisis.
Observadores contemporáneos de la política bonaerense hacia mediados de los
cuarenta habían supuesto que una parte del antiguo caudal electoral conservador
se había “transferido” al peronismo, y sospechaban que algunos dirigentes con-
servadores no habían sido ajenos a ese resultado, “aconsejando” a sus seguidores
el voto por Perón8. Estas impresiones fueron transformadas en hipótesis científica
por I. Llorente, quien propuso la existencia de una “alianza conservadora-laboris-
ta” en la provincia, interpretando que los dirigentes conservadores –que suelen ser
denominados “caudillos”- habían mantenido incólumes las relaciones de patro-
nazgo establecidas con las clases populares en los años treinta y, en la efervescente
campaña electoral de 1946, no sólo habían “indicado” el voto a sus clientes sino

6 Véase, por ejemplo, Félix Luna, El 45, Buenos Aires, Sudamericana, 1972; en este libro, Perón
le dice a Luna que “en la concentración de fuerzas que se nucleó en 1945 había muchos conserva-
dores” (p. 195), además de afirmar que su origen (de Perón) era conservador; pero no parece que
siquiera Luna le haya prestado mayor atención a los dichos del General. En el mismo sentido, Little
insiste en calificar de “oportunistas” a los dirigentes peronistas que no provenían del laborismo;
pero los conservadores no tienen ningún papel en su argumentación. Walter Little, “Party and State
in Peronist Argentina, 1945-1955”, Hispanic American Historical Review, vol. 53, Nº 4, november
1973, pp. 644-662.
7 Gino Germani, Autoritarismo, fascismo y populismo nacional, Buenos Aires, Temas, 2003, p. 213.
8 Torre, La vieja guardia…, op. cit., pp. 216-217, muestra los editoriales del diario La Prensa dedu-
ciendo implícitamente el traspaso de votos conservadores al peronismo. Los socialistas, observando
los datos electorales de Avellaneda, sostenían que los líderes conservadores del distrito habían indi-
cado el voto en Perón; ver El Trabajo, 27/03/1946. Inclusive dirigentes conservadores sostuvieron
que algunos cuadros estuvieron envueltos en esas maniobras; ver El Trabajo, 15/03/1946.

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que directamente se incorporaron al peronismo9. Otros autores, posteriormente,


han “santificado” esta argumentación10.
Pero en poco tiempo, este tipo de análisis se propondría como paradigma
para explicar el surgimiento del peronismo en el interior del país, con la publi-
cación del compilado de ensayos de M. Mora y Araujo y el autor recién citado.
Las líneas de fuerza del análisis separaban “las dos Argentinas”, remarcando los
clivajes horizontales en las áreas industrializadas –el componente clasista del pe-
ronismo- y los clivajes verticales en el resto del país: en este caso, había resultado
crucial para el peronismo su articulación con componentes “tradicionales”, arrai-
gadas “maquinarias” políticas que se desplazaban hacia su integración al nuevo
movimiento, donde los elementos populares eran de algún modo arrastrados por
sus antiguas elites11. Obsérvese que en esta línea de interpretación, “tradicional”
es un eufemismo por conservador, dado que los radicales no suelen ser incluidos
dentro de aquella etiqueta. Con todo, estudios que específicamente mostraran esa
impronta conservadora en el peronismo escaseaban; pero la aparición del estudio
de C. Tcach a principios de los noventa, pareció de algún modo ofrecer la demos-
tración empírica de los análisis sociológicos, al establecer con datos precisos las
trayectorias políticas de un significativo número de dirigentes peronistas, quienes
provenían del conservadorismo. El círculo parecía cerrado; el propio Tcach pro-
ponía una interpretación que, aunque modestamente reducida al caso cordobés,
podría contener al entero interior del país: “el peso del sector proveniente del
conservadurismo parece haber sido importante, al menos, en tres aspectos: por el
sesgo ideológico que confirió al peronismo de Córdoba, por su aporte a los nive-

9 Ver Ignacio Llorente, “Alianzas políticas en el surgimiento del peronismo: el caso de la provincia
de Buenos Aires”, Desarrollo Económico, Vol. 17, N° 65, abril-junio 1977, pp. 61-88. El autor en-
tiende que los “caudillos” conservadores fueron la base humana sobre la que se articuló el Partido
Laborista: “en las zonas periféricas el laborismo se armó sobre la base del viejo Partido Conserva-
dor”.
10 Por ejemplo, Roberto Azaretto, Historia de las Fuerzas Conservadoras, Buenos Aires, CEAL,
1983. Hugo Gambini, Historia del peronismo. El poder total (1943-1951), Buenos Aires, Planeta,
1999.
11 Manuel Mora y Araujo, “Introducción: la sociología electoral y la comprensión del peronismo”,
en M. Mora y Araujo e I. Llorente (comps.), El voto peronista: ensayos de sociología electoral argentina,
Buenos Aires, Sudamericana, 1980.

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Actores y prácticas políticas, 1945-1955

les de gestión estatal, y por la contribución de sus caudillos departamentales a la


organización del partido”12.
Eppur si muove. A partir de entonces, la miríada de textos publicados en
revistas, así como ponencias en jornadas o encuentros, relativos al surgimiento
del peronismo en diversos contextos provinciales han puesto en cuestión esta
interpretación. No tengo necesidad de extenderme ahora sobre el tema. Como
el lector podrá apreciarlo en varios de los ensayos reunidos en este libro, el caso
cordobés, con la fuerte y probada presencia de elementos conservadores, no es
la regla sino la excepción. En la mayor parte de las provincias y territorios del
país, los elencos políticos del peronismo tuvieron otros orígenes, siendo el más
relevante (cuando de elementos “tradicionales” se habla) el que provenía de la
vieja Unión Cívica Radical. Además, en este caso, y como puede ser fácilmente
comprobable, la vertiente principal de radicales que se integraron al peronismo
provenía de líneas afines con el “personalismo” (yrigoyenismo) de aquel partido,
y no de los segmentos más liberales. Al mismo tiempo, un segmento cuantitati-
vamente relevante del personal político peronista inicial no contaba con antece-
dentes o trayectoria comprobable: eran “gentes nuevas” que se incorporaban a la
lucha política a través del emergente movimiento.
¿Cuál habría sido la influencia de estos actores en la conformación de una
peculiar cultura política peronista? Así como R. Rein ha enfatizado en señalar
la impronta que la “segunda línea” del liderazgo peronista habría tenido en la
conformación inicial del movimiento (refiriéndose, el autor, al plano nacional)
la diversidad de componentes que en cada provincia se incorporaron al naciente
movimiento torna difícil una definición específica. “Tradición de mezcla” la ha
llamado D. Macor13; no estoy en desacuerdo con esta idea; aunque tal vez, afinan-
do el lápiz al analizar el peso específico de cada uno de los componentes mezcla-
dos podríamos avanzar hacia una respuesta menos imprecisa. Al mismo tiempo,
es necesario no “cerrar” este tema en los orígenes: porque el “crisol” peronista no
estuvo definido de una vez para siempre, y porque los actores políticos peronistas
parecen haber redefinido, al vaivén de su actividad práctica, la cultura política que
estaban contribuyendo a conformar.

12 César Tcach, Sabattinismo y..., op. cit., p. 171.


13 Darío Macor, “Las tradiciones políticas en los orígenes del peronismo santafesino”, en Macor y
Tcach, La invención..., op. cit.

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Un segundo problema que deriva de la interpretación socio-política de


finales de los setenta se relaciona con las grupos y clases sociales del interior del
país que se incorporaron al peronismo. En rigor, en tales interpretaciones los gru-
pos populares no se “integraron”, sino más bien fueron “integrados”. La estática
imagen del “control” que los caudillos conservadores habrían tenido sobre sus
clientelas no se apoyaba en ninguna evidencia empírica específica, sino apenas en
una impresión o supuesto acerca de cómo habrían sido las relaciones políticas en
la Argentina interior de mediados de los cuarenta14. Posteriormente, se consideró
que la dominación “tradicional”, en vastas regiones del interior del país, se habría
mantenido sin mella hasta que, un tanto imprevistamente, las clases populares
habrían abandonado la “deferencia” hacia sus principales, una vez el peronismo
hubiera de llegar al poder15. Sin embargo, no parece que estas interpretaciones
puedan superar incólumes la fuerza de los hechos. Como poco a poco se ha veni-
do comprobando, no faltaba en diversas regiones del interior argentino ni conflic-
to social, ni organización popular16. En qué modos, formas, particularidades, el
peronismo se mostró capaz de presentarse como el canalizador de esa no siempre
latente conflictividad social estamos muy lejos de saberlo con precisión; en mi
opinión, esta puede ser una línea inestimable para avanzar en nuestro conoci-
miento del peronismo entendido como emergente de un movimiento de masas,
que no se limitaba al Gran Buenos Aires.
Los años de efectivo ejercicio del poder por el peronismo no han produ-
cido una bibliografía tan frondosa. Una consecuencia no intencional de la con-
centración de análisis sobre los “orígenes” ha sido la tendencia a observar al pero-
nismo como un bloque homogéneo en el tiempo. La historiografía ha avanzado,

14 Ese supuesto no verificado es prístino en el texto de Llorente: “en este tipo de comunidades
bastante inaccesible a las influencias de origen nacional y gobernadas desde adentro, fue crucial para el
peronismo poder contar con los dirigentes conservadores, quienes obraron como correa de transmi-
sión política, posibilitando su triunfo.” Las cursivas son mías.
15 María Moira Mackinnon, “La primavera de los pueblos. La movilización popular en las provin-
cias más tradicionales en los orígenes del peronismo”, Estudios Sociales, Año VI, Nº 10, Santa Fe,
1er. semestre 1996, pp. 87-101.
16 Véase, por ejemplo, Adriana Kindgard, “Procesos sociopolíticos nacionales y conflictividad re-
gional. Una mirada alternativa a las formas de acción colectiva en Jujuy en la transición al pero-
nismo”, Entrepasados, Nº 22, 2002, pp. 67-87; o Adrian Ascolani, “Las organizaciones sindicales
provinciales de Santa Fe, Entre Ríos y Córdoba, y su vinculación con la Confederación General
del Trabajo (1930-1943)”, en Guido Galafassi (comp.), El campo diverso, Bernal, UNQ, 2004, pp.
161-184.

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ciertamente, en el cuestionamiento a esta visión, indicando la existencia de “fases”


o etapas que conducirían –tal vez inexorablemente- de un comienzo democrático
a un final autoritario o totalitario17. Las explicaciones de estos cambios, sin em-
bargo, suelen insistir en el personalismo de Perón, reproduciendo de este modo
la imagen del líder como “centro de todas las cosas”. En lo que sigue, intentaré
colocar al sonriente líder entre paréntesis, y enfocaré sobre los principales compo-
nentes organizativos que el movimiento peronista se dio a sí mismo. Estos fueron,
como es sabido, principalmente tres: el Partido (masculino), el Partido Peronista
Femenino, y la central sindical (CGT). Es preciso previamente disipar un error
común, que consiste en observar estos organismos como “originariamente” cons-
titutivos del peronismo. En el ámbito académico, se considera generalmente que
hacia 1950 una tal organización movimientista estaría, sino consolidada, por lo
menos claramente diseñada18. Esta evaluación no aparece confirmada en el mate-
rial empírico. En rigor, la utilización del término “movimiento” era común entre
los peronistas; pero esa utilización era generalmente ambigua, como ejemplifican
las siguientes palabras de Eva Perón: “Para comprender bien la historia del pero-
nismo, hay que establecer claramente que el peronismo no es un simple movi-
miento político. El Partido Peronista es un movimiento superior y eso lo debemos
grabar en nuestros corazones”19.
La enmarañada referencia, donde el peronismo no es un simple movi-
miento, y el partido es un movimiento, no parece indicativa de una mente des-
ordenada, sino de las propias ambigüedades de la formación movimientista del
peronismo. Otras fuentes atestiguan la misma falta de precisión20. Organizativa-
mente, sólo a partir de 1951/1952 pueden hallarse documentos que especifican

17 Ver, entre otros, Peter Waldmann, “As quatro fases do governo peronista”, en Fanny Tabak (org.),
Ideologias-Populismo, Rio de Janeiro, Eldorado, 1973, pp. 105-122; Ricardo del Barco, El régimen
peronista 1946-1955, Buenos Aires, Ed. de Belgrano, 1983; Félix Luna, Perón y su tiempo. I. La
Argentina era una fiesta 1946-1949, Buenos Aires, Sudamericana, 1984; y los tomos subsiguientes
Perón y su tiempo. II. La comunidad organizada 1950-1952, Buenos Aires, Sudamericana, 1985, y
Perón y su tiempo. III. El régimen exhausto 1953-1955, Buenos Aires, Sudamericana, 1987.
18 Mackinnon considera que hacia 1950 el Partido Peronista adoptó una organización “en ramas”:
ver Los años formativos..., pp. 182-183. Juan C. Torre asegura que tal división fue decidida en 1949;
ver, del autor, “Introducción a los años peronistas”, en Juan C. Torre (dir.), Los años peronistas 1943-
1955, Buenos Aires, Sudamericana, 2002, p. 40.
19 Eva Perón, Historia del peronismo [1951], Buenos Aires, Freeland, 1971, p. 101.
20 Un diario peronista, bien entrado 1951, se refiere a “las dos ramas del partido”, que considera
equivalentes a “ambas ramas del Movimiento”. Ver Democracia, 14/08/1951.

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Las configuraciones provinciales del peronismo

minuciosamente cuales son las “ramas” del movimiento peronista, sus funciones,
organización interna, articulación y agencias directivas21. Pero en todo caso, esta
organización tripartita es un punto de llegada, o si se quiere, un nuevo punto de
partida: no estaba “grabada” en los orígenes y su emergencia no pudo haber esta-
do desvinculada de las fricciones internas del propio peronismo.
Esta conflictividad interna del peronismo viene siendo subrayada por
aquellos trabajos que enfocan el análisis del Partido (masculino). Vale indicar aquí
que, hasta finales de los años ochenta, la suma del conocimiento acumulado sobre
el tema había sido resumida por F. Luna de este modo: “nadie podrá escribir la
historia del Partido Peronista [...] porque no existió; [...] fueron los suyos lustros
burocráticos y administrativos, chatos, sin alma”.22 Hoy consideramos que tal
partido existió y que su historia merece ser escrita, aunque aún subsisten interpre-
taciones claramente disonantes acerca de tal organización. Mackinnon concentró
su análisis en las cambiantes configuraciones de las “coaliciones dominantes” del
Partido Peronista entre 1946/47 y 1950, en el nivel nacional, destacando las ar-
duas disputas entre sus grupos dirigentes por encontrar una fórmula organizativa
adecuada para encuadrar las indisciplinadas fuerzas peronistas23. Una visión dife-
rente nos ofrecen Macor y Tcach, al sostener que el fuerte peso de políticos de rai-
gambre tradicional (conservadores) en la composición de las dirigencias peronis-
tas habría contribuido decisivamente para “una visión meramente instrumental
de la fórmula organizativa partido, poco propensa a la democracia interna [...]”24.
Nuestra propia interpretación del proceso partidario peronista tiende a destacar
una mayor “propensión” al mantenimiento de pautas formalmente democráticas

21 Véase Partido Peronista, Directivas básicas del Consejo Superior, Buenos Aires, 1952. Es probable
que en este documento (público) se pusieran “en blanco”, por así decir, algunas recomendaciones
secretas elaboradas previamente (pero no antes de 1951).
22 Luna, Perón y su tiempo. I…, op. cit, p. 60.
23 Mackinnon, Los años formativos…; sus argumentos principales habían sido adelantados en “So-
bre los orígenes del Partido Peronista. Notas introductorias”, en Waldo Ansaldi, Alfredo Pucciarelli,
José C. Villarruel (eds.), Representaciones inconclusas. Las clases, los actores y los discursos de la memo-
ria, 1912-1946, Buenos Aires, Biblos, 1995, pp. 223-253.
24 La cita es de Macor y Tcach, La invención del…, op. cit., p. 27; aunque la idea fue sostenida
primeramente por Tcach, tanto en Sabattinismo y peronismo…, como en “Una interpretación del
peronismo periférico: el Partido Peronista de Córdoba (1945-1955)”, Documento CEDES/54, Bue-
nos Aires, CEDES, 1990.

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Actores y prácticas políticas, 1945-1955

para regular la competencia intrapartidaria25. Los datos aportados por los traba-
jos provinciales sobre el partido tienden a apoyar esta línea de indagación, en la
medida que pueden ser observados los diversos procesos eleccionarios internos
que se desarrollaron en sus primeros años. Con todo, nuestro conocimiento del
tema es todavía insuficiente. Aún cuando estamos en un momento diferente en
el análisis historiográfico, y difícilmente se negaría –ahora- la existencia partida-
ria del peronismo, precisamos comprender mejor las características de los actos
eleccionarios internos, los tipos de cargos en disputa, los mecanismos utilizados,
la influencia de los mismos en la composición de los grupos dirigentes. Aún más
necesario es vincular los desarrollos provinciales del partido con su trayectoria
“nacional”. Podemos suponer que, desde 1950 o 1951, el partido nacional se
torna más “independiente” de los grupos, facciones o dirigencias locales, y que
consigue “imponer” sus directivas sobre aquellos. Pero no están nada claras las
formas en que tal imposición se hizo presente –si lo hizo-, ni cuales resistencias
pudieron haberse generado. En cualquier caso, y como los estudios locales sobre
el tema vienen alertando, la conflictividad interna en el peronismo estuvo pre-
sente hasta el mismo final en 195526. Al mismo tiempo, los cambios en la cúpula
partidaria nacional en ese mismo año, los cuales fueron considerados por algunos
observadores contemporáneos como un intento por “oxigenar” la vida interna
peronista, no ha recibido la atención necesaria, ni mucho menos observada su
probable vinculación con los dilemas partidarios peronistas en las diversas pro-
vincias y territorios.
Un comentario breve sobre el PPF. El análisis de esta organización ha reci-
bido menor atención que la “rama” masculina, y hasta el momento no se ha des-
ligado –sino intermitentemente- de la sombra proyectada por la figura política de
Eva Perón. En este sentido, caben pocas dudas actualmente que la trayectoria de
la “abanderada de los humildes” pasó de un lugar secundario a convertirse en una

25 Oscar Aelo y Nicolás Quiroga, “Modelos en conflicto. El Partido Peronista en la provincia de


Buenos Aires, 1947-1955”, Estudios Sociales, Nº 30, primer semestre 2006, pp. 69-96.
26 Por ejemplo, Nicolás Quiroga, La dimensión local del Partido Peronista. Las unidades básicas
durante el primer peronismo, Mar del Plata (1946-1955), Tesis de Doctorado en Historia, Facultad
de Humanidades, UNMDP, 2010. Valeria Bruschi y Paola Gallo, “Génesis y consolidación del
Partido Peronista en Tandil (1946-1955)”, en Julio C. Melon Pirro y Nicolás Quiroga (comps.),
El peronismo bonaerense. Partido y prácticas políticas, 1946-1955, Mar del Plata, Ediciones Suárez,
2006, pp.135-150.

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Las configuraciones provinciales del peronismo

réplica en femenino del liderazgo carismático de Perón, especialmente a partir de


1947/4827. Al compás de una creciente visibilidad pública, en particular tras la
organización de la Fundación Eva Perón, Evita avanzó en su proyección política
fundando el Partido Peronista Femenino en julio de 1949. Subsisten hasta el
momento dudas acerca de las razones para formar una organización semejante
–inédita en la Argentina, antes y después del peronismo. Los estudios existentes
enfatizan en el dominio absoluto de Eva en la estructuración de su partido, sobre
el cual no admitía la menor injerencia de “los hombres” –es decir, los políticos
del partido masculino-. La organización femenina se basó en una amplia red de
unidades básicas distribuidas por todo el país, siendo sus organizadoras -denomi-
nadas “delegadas censistas”- escogidas directamente por la líder. Las tareas sociales
eran, en esas unidades básicas, mucho más importantes que las estrictamente
políticas, y no funcionaban como centros de reclutamiento de dirigentes. De este
modo, de las investigaciones publicadas surge que el PPF era una organización
definitivamente “vertical”, comandada exclusivamente por Eva Perón28. A este
respecto, considero de alta necesidad el avance de los estudios provinciales sobre
el PPF, tanto en vida de Eva Perón como luego de su muerte. Estamos muy lejos
aún de comprender el impacto de esta organización sobre la politización (o “pero-
nización”, si se quiere) de amplios segmentos de la población femenina; sobre las
características de su militancia; de sus grupos dirigentes; o inclusive de las pautas
formales de articulación con los otros componentes del movimiento peronista29.
Similar necesidad se advierte en torno a la comprensión del papel político
del sindicalismo organizado. En este punto, conviene recordar el debate sobre los
orígenes, al que se hizo referencia más arriba, porque hace relativamente poco
tiempo, Torcuato Di Tella publicó un libro donde vuelve sobre el tema, reafir-
mando la interpretación “ortodoxa” (de la cual fuera uno de sus principales sos-
tenedores, junto a Germani). Pero lo interesante es la forma en la cual lo hace.
El autor se pasó un considerable tiempo –veinte años, según dice- recopilando
datos y más datos de dirigentes sindicales, de primera, segunda y tercera línea, que
habían actuado en los años treinta y cuarenta en un amplio conjunto de organi-

27 Marysa Navarro, Evita. Buenos Aires, Edhasa, 2005.


28 Carolina Barry, Evita Capitana. El Partido Peronista Femenino 1949-1955, Caseros, UNTREF,
2009.
29 Sobre la politización femenina, puede verse el trabajo de Susana Bianchi y Norma Sanchís, El
Partido Peronista Femenino (1949/1955), Buenos Aires, CEAL, 1988.

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Actores y prácticas políticas, 1945-1955

zaciones sindicales. De esa –como se imaginará- enorme cantidad de nombres,


Di Tella encuentra muy pocos entre los dirigentes sindicales peronistas. Dicho de
otra forma: los dirigentes sindicales peronistas eran “nuevos”, porque la inmensa
mayoría de los “viejos” resistió acerbamente integrarse al peronismo, y de hecho,
de acuerdo a sus datos, no lo hizo30. ¿Habremos vuelto a fojas cero? En todo caso,
parece imperioso avanzar en el conocimiento de los grupos dirigentes sindicales
de todo el país, y su íntima vinculación con las dirigencias cegetistas a nivel na-
cional. Al mismo tiempo, resulta imprescindible articular este conocimiento con
las pautas organizativas del movimiento obrero, que hasta donde sabemos era
más centralizado y, aparentemente, menos tensionado por los límites político-
administrativos provinciales (menos “federal”, en este sentido). Sin embargo, la
actividad de las delegaciones provinciales, regionales o locales de la CGT, salvo
contados casos (como Tucumán)31 continúan siendo básicamente desconocidas
por la historiografía. Como se podrá advertir, la falta de integración en la inter-
pretación general que podamos hacer del peronismo relativa a la conflictividad
social –que apuntamos más arriba- claramente se articula con la necesidad de
conocer mejor los rasgos del movimiento obrero en toda la Argentina durante el
período peronista.
También tenemos serios problemas a la hora de interpretar el papel polí-
tico de los sindicatos32. Si bien se puede suponer un aumento de la “burocratiza-
ción” de la dirigencia sindical, y su mayor autonomía con respecto a las demandas
de las bases, ella siempre estuvo tensionada por infinidad de conflictos, huelgas y
movilizaciones de diversa intensidad, como trabajos recientes lo vienen mostran-
do acabadamente33. Pero a su vez, conocemos muy mal como la “columna verte-
bral” se articuló como una rama del movimiento peronista, y por cuales medios

30 Torcuato Di Tella, Perón y los sindicatos, Buenos Aires, Ariel, 2003.


31 Ver Gustavo Rubinstein, Los sindicatos azucareros en los orígenes del peronismo tucumano, Tucu-
mán, Universidad de Tucumán, 2006.
32 Los trabajos más importantes sobre el sindicalismo peronista –que no ha sido objeto de una
atención proporcionalmente acorde, en el período 1946-1955, a su caracterización como “columna
vertebral” del movimiento- son, a mi juicio, Juan Carlos Torre (comp.), La formación del sindicalis-
mo peronista, Buenos Aires, Legasa, 1988; y Louise Doyon, Perón y los trabajadores. Los orígenes del
sindicalismo peronista, 1943-1955, Buenos Aires, Siglo XXI, 2006.
33 Por ejemplo, Gustavo Nicolás Contreras, “En río revuelto ganancia de pescador. El gremio ma-
rítimo y el peronismo. Un estudio de la huelga de 1950”, Revista de Estudios Marítimos y Sociales,
Nº1, Mar del Plata, noviembre 2008, pp. 45-56.

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Las configuraciones provinciales del peronismo

aumentó –o preservó- su inserción en el sistema político formal, incorporando


militantes de su seno como candidatos peronistas a cargos públicos, legislativos o
inclusive ejecutivos.
Un comentario más, en torno a la “naturaleza” del régimen peronista. Las
búsquedas por definirlo, o por clasificarlo dentro de algún concepto particular,
si no han sido vanas, no han llegado a ningún acuerdo fundamental: fascismo,
movimiento de liberación, movimiento nacional-popular, nacionalismo burgués,
bonapartismo, etc. etc.34. Una variante particularmente infructífera de esta bús-
queda la constituye la extensa, y sin embargo creciente, literatura sobre el “po-
pulismo latinoamericano”, que ha tenido en el peronismo una especie de “tipo
ideal”35. Cuando estas literaturas se detienen en el nivel político, no podría decirse
que avanzan mayormente respecto de la antigua interpretación sobre la relación
directa e inmediata entre el líder carismático y las masas populares; suponiéndose
que el carácter personalista –o personalizado- del liderazgo asumió un sesgo “ple-
biscitario”, conduciendo inevitablemente a un relativo desdén por preservar las
instituciones políticas de la “democracia” (liberal).
En este punto, los estudios provinciales nos aportan datos y comprobacio-
nes que nos permiten, o permitirán prospectivamente, una interpretación menos
tajante. Conviene destacar, como en todos los aspectos que se quieran estudiar,
que parece existir una discontinuidad en las características generales del peronis-
mo, digamos entre el período marcado por la primera presidencia de Perón, de
los años que corren entre 1951/1952 hasta 1955. En el primer período, nada
parece indicar que los peronistas hubieran conspirado contra las instituciones
políticas formales. Ello no quiere decir que los gobiernos provinciales hayan sido

34 La similitud de expresiones no debería llamar a engaño: etiquetas semejantes suelen encubrir


opiniones o posiciones sustancialmente distintas frente al peronismo. Un ejemplo: dos autores de
raigambre trotskista, J. Ramos y M. Peña, entendían al peronismo como bonapartismo. Sin em-
bargo, para el primero eso significaba que el peronismo era progresista y liberador; para el segundo,
conservador y mantenedor de la dependencia nacional. No se crea, tampoco, que la etiqueta “fas-
cismo” ha quedado archivada; véase Loris Zanatta, Breve historia del peronismo clásico, Buenos Aires,
Sudamericana, 2009.
35 La literatura sobre el populismo es enorme, aumentada en los últimos años por el surgir de un
denominado neopopulismo. Un panorama básico puede hallarse en María Moira Mackinnon y
Mario Petrone (comps.), Populismo y neopopulismo en América Latina, Buenos Aires, Eudeba,
1998; y Carlos Vilas (comp.), La democratización fundamental. El populismo en América Latina,
México, Consejo Nacional para la Cultura y las Artes, 1995.

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Actores y prácticas políticas, 1945-1955

impecables joyitas republicanas. En particular, en todas las provincias puede ad-


vertirse fragorosos y en ocasiones virulentos conflictos tanto en la integración/
composición de los cuadros gubernamentales, como en la relación entre los go-
biernos (ejecutivos) y el poder legislativo: pugnas entre peronistas y opositores,
pero más frecuentemente entre los mismos peronistas. Si, en palabras de Juan C.
Torre, “el peronismo en el gobierno […] tiende a actuar simultáneamente como
oficialismo y oposición”36, varios de los textos aquí reunidos nos muestran que
esa tendencia ha sido un signo, una marca constitutiva del peronismo desde sus
mismos orígenes.
Este tipo de conflictividad, que parece abonar la tesis de la autonomía de
la política (o de “lo político” si se prefiere seguir esquemas franceses) en la medida
que no resulta posible establecer una relación directa entre disputas intra-institu-
cionales y conflictividad social, nos debería alertar acerca de la dificultosa integra-
ción de elementos dispares en una “cultura” política común, peronista. Desde esta
perspectiva, se podría ofrecer una interpretación menos aleatoria de las “ansias”
centralizadoras del Ejecutivo nacional, o inclusive de la perentoria necesidad del
“adoctrinamiento”, extrayendo estas tendencias del mundo de las ideas (o de la
psicología de Perón) y reinsertándolas en el pedestre mundo de la política. Del
mismo modo, y aunque puede afirmarse que durante todo el período existió una
tendencia hacia el fortalecimiento de los poderes ejecutivos con mengua del legis-
lativo, parece necesario contextualizar estas “tendencias” en el marco epocal, y no
suponer una ínsita predisposición peronista al desdibujamiento de las institucio-
nes formales. En todo caso, esta predisposición parece haberse hecho presente en
el segundo período indicado. En particular, la curiosa forma de organización del
“movimiento” peronista, tal como establecido a partir de 1951/1952, predicaba
el virtual “borramiento” de los límites entre Estado y movimiento político, al in-
dicar que gobernadores e intendentes eran integrantes directos de los comandos
o subcomandos tácticos. Nuevamente, sólo la investigación empírica en ámbitos
provinciales o locales podrá establecer hasta qué punto este organigrama en el
papel se llevó a la práctica; y, al mismo tiempo, revelar por qué los peronistas, o
algunas corrientes de peronistas, mostraron esa virtual “tentación totalitaria”.

36 Juan Carlos Torre, “Los desafíos de la oposición en un gobierno peronista”, en Marcos Novaro
(comp.), Entre el abismo y la ilusión, Buenos Aires, Norma, 1999, p. 57.

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Las configuraciones provinciales del peronismo

Y termino por aquí. Apenas pasé revista a unos pocos tópicos, a las difi-
cultades que ellos imponen a la hora de interpretarlos, y de integrarlos en una
visión nacional –realmente nacional- del peronismo. Existen desde luego muchos
otros temas y asuntos, tratados más o menos intensamente por la historiografía,
o la ciencia social en general. A medida que se avanza en la indagación de algún
problema, la complejidad de la experiencia peronista se hace notoria. Y no podría
ser de otra manera: desde hace más de 60 años el peronismo ha marcado con su
impronta la vida política, social y cultural de la Argentina. Y la obstinación por
comprenderlo, también.

Mar del Plata, abril de 2010

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