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 31/03/2018 - 21:00 Ι Clarin.

com Ι Sociedad

Costumbres

Ritmos del Caribe para toda la


semana
En Buenos Aires hay variedad de locales donde se aprenden los pasos y
podés quedarte hasta la madrugada.

Academia del ritmo. En la escuela de salsa de Niceto, uno de los puntos de encuentro ineludibles de los practicantes.
Foto: Rolando Andrade Stracuzzi.

Nahuel Gallotta

“Es una alegría parecida a la que se siente cuando te sale bien un problema
de matemáticas”, enfatiza Stephanie Lucero. Se refiere a los sentimientos
del bailador principiante al percibir la coordinación de su cuerpo al que
creía de madera. “¿Cómo parás la satisfacción de ver el resultado de algo
que venías practicando?”, pregunta y se responde: “Bailar te conecta con
emociones y sensaciones. Hacerlo en pareja implica una conexión que no
se genera en ningún otro ambiente. Saber moverte hace que te sientas más
linda, te da seguridad. Acá desaparece la estética, porque bailarín mata
galán, billetera, todo…”.

Lucero, profesora de bachata y organizadora de eventos de este género


musical, corta el relato porque está al lado de una puerta que no para de
abrirse y cerrarse. A cada momento se interrumpe la charla por las
bachatas que suenan y motivan a entrar y bailar hasta al que ni siquiera
llega a principiante. Es un miércoles a la noche en Palermo y lo que pasa
del otro lado de la puerta es algo parecido a una tendencia que en gran
parte del continente está consolidada hace décadas: al igual que en
Colombia, Perú, Chile, Estados Unidos o Puerto Rico, en Buenos Aires ya se
puede bailar y tomar clases de ritmos caribeños, de lunes a lunes. Las
opciones son más de treinta, entre la ciudad y el conurbano.

El local donde están sonando esos ritmos sensuales se llama Bachata


Kissme. Comenzó hace 15 meses y se pueden tomar clases de baile entre las
23.30 y la 1. Después, hasta las cuatro o cinco de la madrugada, la escena se
transforma en “social”. Es decir, en una discoteca: los que toman clases
practican en vivo y los que saben, lo demuestran y se lucen.

Otra de las opciones porteñas es La rumba de los martes (Corrientes 1975).


Nació en abril de 2014 y las actividades se practican desde las 20.30 hasta
las 2, con clases de salsa, una orquesta en vivo y terminar con el “social”.
Nahuel Viola es uno de sus fundadores y su historia personal es atractiva.
Es trompetista y su vida cambió al ver la película cubana Buena Vista Social
Club. Al tiempo se encontró con un volante en el conservatorio de música:
se buscaba un trompetista para integrar una banda de salsa, y no lo dudó.
A los pocos meses viajó a Cuba. Hizo turismo salsero; fue a festivales y
recorrió los bares, restaurantes y discotecas históricas. “Vi gente sonriente,
abrazándose, que transmitía energía, y volví a Buenos Aires convencido de
que quería armar un ciclo parecido a lo que había vivido”, cuenta.
Pero acerca de la nueva movida caribeña en la ciudad, dice: “Lo notorio es
que se está rompiendo con el machismo. Hoy son las chicas las que sacan a
bailar a los muchachos. En estos lugares no hace falta ese ritual del
caballero que se acerca y la mujer, espera. Si ella tiene ganas de bailar, se
acerca y te invita”.

A La rumba de los martes llegan extranjeros y porteños, en cantidades


similares. Los más jóvenes tendrán veintitantos y el promedio es de 180
bailadores por martes. La clase de salsa, el show en vivo y la entrada al
“social” cuesta $120. “Venir acá es incluir bienestar personal. Existe una
conciencia de la salubridad del cuerpo; muchos bailan para hacer una
actividad que te levanta de bajones o depresiones. Un salsero famoso dijo
que si la gente bailara más salsa no habría tanto consumo de
medicamentos”, concluye Viola.

“El argentino se está descubriendo en el baile”, reflexiona Alan Ledesma,


también de la organización de Bachata Kissme. “Tenemos pasión. Los
extranjeros se sorprenden de nuestra energía. Es que el argentino se
conecta rápido con el corazón. El tema es que bailar, todavía, le genera algo
de vergüenza. Hoy son los hombres los que están rompiendo esa
dificultad”. Otra cuestión importante es la que tiene que ver con el
supuesto espejo, con el imaginario del que viene por primera vez. “Acá
nadie se va a burlar o reírse si no te sale un paso; el de al lado no está
pendiente de tu nivel. Obvio que todos empezamos con miedo, con la idea
del qué dirán. Pero la primera sensación es que eso no existe. Te van a
ayudar, a dar consejos; jamás se burlarán de lo que no te sale. Todos
estuvimos en ese lugar”.

En otro ciclo de Batacha Kismme , el profesor Brian Ravazzani le festeja los


logros a sus alumnos. Suena Lejos de ti y Ravazzani, micrófono en mano,
dice cosas frente a los que bailan: “¡Bien!, te vi. ¡Vamos que estás bien!”;
“¿cómo estás hoy, eh? Te salen todas…”; “¡yo te dije que ibas a engancharte,
¿viste?”. Los alumnos serán unos veinte. Hay parejas, chicos solos, chicas
solas, grupitos de amigos. Más adelante comenzará “el social” y Brian
marcará el idioma del ambiente: la seña para invitar a bailar y el beso que
se dan los que se despiden después de una canción, acompañado de un
“gracias”. El pico de la noche es a las tres de la mañana. Pareciera que
mañana jueves nadie trabaja. Pero no. “La gente se va a dormir contenta,
con adrenalina. En un par de horas van a trabajar con las energías altas
por el baile”, dice Ravazzani.

La Salsera, en Yatay 961, es el lugar histórico de la ciudad de Buenos Aires y


abrió sus puertas en 1988. Rodrigo Boano, instructor de baile, recibe a
Clarín el jueves por la noche. Conversa durante el traspaso de las clases de
salsa y bachata y el “social”. “Es un ambiente muy parecido al de la
milonga. La única diferencia es que acá la mujer te saca a bailar”, aclara.
Después, hace un repaso de la salsa en la ciudad del tango. Dice que en los
‘90 el ambiente estaba copado por dominicanos, colombianos y cubanos.
Además de bailar, se podían consumir bebidas y comidas típicas. Muchos
eran estudiantes en busca de lugares que los acerquen a sus raíces. Con la
crisis de 2001, muchos locales cerraron. Pero ya había un grupito de
argentinos dispuestos a seguir la tendencia, que se incrementó en 2003, a
partir de los shows de Juan Luis Guerra y otros referentes de la ciudad.

El boom nació en 2007, cuando explotó la bachata, de la mano de Romeo


Santos. “No es que estamos atrás de los colombianos, peruanos o
portorriqueños. Tenemos otra idiosincrasia: somos latinos, pero más
europeos. Ellos nacieron con esta música; acá no somos nativos, pero
crecemos día a día bailando. Todavía es todo a pulmón. Falta apoyo y
difusión”.

Boano habla de pasión. De gente que aprender a bailar le cambió la vida y


a la hora de viajar, lo primero que hace es buscar dónde ir a bailar salsa en
la ciudad elegida. O porteños que viajan a festivales de salsa. El baile no es
para el que nace bailando. Es para todos. Con voluntad, cualquiera puede
hacerlo. Es algo natural que se puede aprender con perseverancia. Solo es
cuestión de estar predispuesto, con ganas y sentir la música”, cierra, ante
40 parejas de fondo, que no paran de bailar.
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