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TEOTIHUACÁN FUE CONSTRUIDA COMO UNA

RÉPLICA DE LA CONCIENCIA CÓSMICA


La ciudad de los dioses o donde los hombres se convierten en Dioses, es la
viva representación simbiótica del Cielo y la Tierra, donde la serpiente aprende
a volar.
Jaen Madrid

No sé sabe con exactitud quién o quiénes fueron los creadores de esta


magna construcción teocrática. Su estructura, única en el mundo, intenta
similar el universo, y no sólo el que sabemos está allá afuera conteniendo
nuestro planeta, también en particular nuestro universo interior. Más allá
de definir a estos vestigios de una tribu desaparecida, como simples
creencias politeístas sobre reyes que se transformaban en dioses,
habremos de entender que las civilizaciones mesoamericanas no
concebían al poder y el desarrollo como lo hacían los occidentales. Ello no
porque nuestros antepasados fuesen una civilización más avanzada
científicamente hablando, sino porque valoraban por encima de todas las
cosas la evolución interior; la de conciencia.
Teotihuacan, “ciudad de los dioses” o “lugar donde los hombres se
convierten en Dioses”, fue la locución nahuatl que los mexicas le dieron a
esta magna ciudad teocrática que ya se encontraba construida para
cuando llegaron al territorio. Su origen es todavía objeto de investigación,
aunque la Antropología nos advierte que se trata de una ciudad edificada
por la tribu tolteca 2000 años antes de la llegada de los aztecas.

Las tribus del Anáhuac (como se hacía llamar a nuestro territorio por
los ancestros hasta que en 1943 el alemán Paul Kirchhoff la nombró
Mesoamérica) poseían inmanentes conocimientos principalmente en los
rubros de las matemáticas, la astronomía y la psicología, sin que esto les
obligase a olvidarse de la cuestión espiritual, de hecho todo lo contrario:
los conocimientos del mundo material servían para esclarecer y purificar
su mundo espiritual. El mito teotihuacano sobre los Soles de Anáhuac, nos
dice que los toltecas fueron una raza proveniente de la Atlante, una de las
cuatro que desaparecieron en eventos cataclísmicos en cada una de sus
eras: los del Primer Sol, devorados por los tigres de la sabiduría, los del
Segundo Sol, destrozados por fuertes vientos huracanados, los del Tercel
Sol, extinguidos por una lluvia de fuego y los del Cuarto Sol, los Atlantes,
por un gran diluvio. Siguiendo el mito, los hijos del Quinto Sol
pereceríamos por el fuego y los terremotos.

Teotihuacan es una especie de quincunce, una


distribución geométrica en la que cuatro piezas conforman un cuadrilátero
y una quinta -en el centro y cruce de sus diagonales-, el resultado de
la simbiosis de las cuatro. Este punto central se ha interpretado en muchas
ocasiones como la unión del Cielo y la Tierra; o la de un hombre, su
corazón, que de igual forma a través de los cuatro elementos (Sol de
Fuego, Sol de Aire, Sol de Agua, Sol de Tierra) se elevaría en la era
del quinto sol como un Tlahuizcalpantecuhtli (o
superhombre nietzscheano); el “señor de la estrella del alba” o el planeta
Venus, que por cierto en algunos códices tenía aspecto de esqueleto. Esta
deidad tolteca fue adoptada también por los mexicas, quienes lo pintaron
en su memoria colectiva como una serpiente emplumada.

Era en esta ciudad donde los reyes, a través de la muerte, se


transformaban en dioses. Los hallazgos recientes de las cámaras
mortuorias debajo de estos vestigios han hecho pensar que también se
había construido un inframundo, una extraordinaria ofrenda ubicada a 103
metros de la entrada del túnel del Templo de la Serpiente Emplumada.
Esta metáfora del “más allá” concuerda con el mito prehispánico de la
inmortalidad de los reyes, o de los preparados para ascender a Dioses:
comenzando por el lado Este (como se creía lo hacía el sol)
y descendiendo al Oeste donde se encuentra el pasaje a dicho
“inframundo” para ulteriormente ascender en la cúspide de la serpiente
emplumada —o la serpiente tragada por el águila, una fusión o integración
de nuestra propia conciencia con el origen o Padre-Madre Interior. Al
parecer, la construcción de Teotihuacán, y como lo advierte el arqueólogo
Sergio Chávez Gómez, es una réplica de la manera como se concebía el
cosmos en la antigüedad.
Teotihuacán fue fundada en un territorio geográfico poco usual. Está
situada a sólo 50 kilómetros de la Ciudad de México y 15 kilómetros de la
costa del lago de Texcoco, muy lejana al sistema lacustre de las ciudades
sureñas del Valle de México. Por sus parajes cruzaba un río, el San Juan,
que viene de las costas del noroeste y culmina justo aquí.
Los Ríos

El agua siempre fue imprescindible para los antiguos, especialmente los


ríos como caminos hacía lo inevitable. El reciente descubrimiento en
Teotihuacan de un “río” de mercurio al final del túnel del inframundo, nos
da para especular que se trata de una ofrenda mortuoria, una metáfora
sobre un paraje acuoso ligado al proceso espiritual entre la muerte y el
renacer. El mercurio, que en civilizaciones como la griega es
representado con Dionisos, el dos veces nacido o la energía capaz de
comunicar la vida y la muerte, se ha encontrado también junto a tumbas
reales en pirámides como las de la zona maya.
La estructura de la ciudad de los dioses, o donde los hombres se
convierten en dioses, es la viva representación simbiótica del Cielo y la
Tierra, de lo celestial y lo terrenal, ambas figuras atravesadas
por miccaotli, o la calzada de los muertos. Es el lugar donde la serpiente
aprende a volar, donde se conjugan 5 de los soles que dan origen a
universos distintos, a épocas que se mueven en el ciclo inmortal de la vida
eterna. Decía Borges que “no hay cosa que no esté como perdida entre
infatigables espejos. Nada puede ocurrir una sola vez, nada es
preciosamente precario”, así Teotihuacan es el eco de nuestro pasado,
una grandiosa metáfora de lo que debemos repetir a manera de universo
interior.

Nos dice Pablo Moctezuma Barragán, en la nota introductoria de su


libro Moctezuma y el Anáhuac que, “en la historia oficial escrita durante la
colonia, y que ha seguido difundiéndose como la verdadera, se describe a
los habitantes del Anáhuac, en particular a los mexicas, como gente que
se dedicaba principalmente a conseguir prisioneros para sacrificarlos,
arrancándoles el corazón de un tajo para ofrecerlo a sus dioses.” Nos
alude también a la forma errónea con la que hemos visto a nuestros
ancestros en calidad de militaristas, que habían construido un imperio para
someter a los pueblos vecinos.
El politólogo Moctezuma Barragán, quien es descendiente del mismo
Moctezuma que enfrentó la conquista de los españoles, nos invita en este
libro a desmitificar nuestra historia, a reflexionar profundamente y
reescribirla, porque lo que hemos aprendido de la Historia de México es
una versión para justificar, no solo la invasión y el orden colonial impuesto,
también la ignorancia de los náufragos frente a una realidad muy distinta
a la europea; aquella autómata, que de alguna manera se ha sabido
mimetizar en cada realidad social del mundo y de la que nadie ha podido
desprenderse. Barragán también afirma lo siguiente, pero yo lo he puesto
a manera de pregunta:
¿Será el siglo XXI el que contemple a las nuevas generaciones de
mexicanos que se conozcan a sí mismos, qué hallan recuperado sus
raíces, y retomado los verdaderos valores y tradiciones que harán que
México supere sus problemas?

Twitter de la autora: @surrealindeath

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