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Un niño que no puede parar.

Diagnósticos que no pueden parar en tiempos


de “neuroliberalismo”

Dra. Gisela Untoiglichi

La lógica epocal del Neuroliberalismo

En la actualidad nos encontramos con una exacerbación de las políticas


neoliberales que también se manifiestan en los modos de pensar y abordar la
salud mental. Época en la cual la economía de mercado, el individualismo, la
supervivencia de los mejores y más brillantes, se convierte en un “neodarwinismo
social” (Bourdieu, 1999) predatorio, que no garantiza la existencia y vuelve
insignificante las luchas colectivas por los derechos. Así, se naturalizan las
diferencias, se biologizan las dificultades transformándolas en déficit
neurobiológicos de supuesto origen genético (incomprobado pero que tiene
eficacia en el imaginario social). Cuando problemas que están por fuera del área
de la medicina son definidos en términos de trastornos y abordados como
problemas médicos, estamos ante un proceso de medicalización de la vida. Esto
trae como consecuencia que se exceptúen de responsabilidad las instancias de
poder, en cuyas entrañas son generadas y perpetuadas, las más de las veces,
tales dificultades. Observamos con preocupación cómo este fenómeno se ha
elevado exponencialmente en los últimos años en relación a la infancia, con un
consecuente aumento de consumo de psicofármacos en niños. (Collares, Moysés
y Untoiglich, 2013).

En este contexto cada individuo es artífice de su propio éxito y su propio fracaso,


por lo tanto hacen creer a los padres que es necesario proveer todos los recursos
que garanticen el éxito de sus hijos, sin miramientos por los costos y muchas
veces, los riesgos. Predomina una lógica cortoplacista que se pone de manifiesto
también en los modos de construir diagnósticos. Aparecen los diagnósticos como
mercancía consumible, un “Hágalo ud. Mismo” con cuestionarios y test
autoadministrables accesibles en la web, que transforma la psicopatología más
compleja en una revista de autoayuda. Con esto se aplanan los modos de pensar
la complejidad y la manifestación de sufrimientos.
Fernández Peychaux y Biagini (2013) hacen referencia al sujeto que produce el
“neuroliberalismo” y describen un “trastorno narcisista neuroliberal” que despolitiza
a la sociedad, que la mercantiliza inmunizándola de cualquier proyecto
transformador. Una “ética gladiatoria de supervivencia”, en la cual los excluidos
son el daño colateral de un sistema que les dio a todos, supuestamente, las
mismas oportunidades que algunos no supieron aprovechar. El mérito es personal
y voluntario, la “meritocracia” premia a los que llegan y no revisa cuáles son las
condiciones de partida, la mayoría de las veces, absolutamente desiguales. La
ideología neoliberal alimenta el status quo de una sociedad antropofágica en la
cual hay lugar para pocos.

No se trata de una crítica a la medicina o a las neurociencias, sino a un modo de


utilización de las mismas, producto de una pretendida lectura aparentemente a-
política, a-ideológica y a-histórica, como trata de hacernos creer el DSM (Manual
Estadístico de las enfermedades mentales confeccionado por la Asociación
Psiquiátrica Estadounidense), cuando por otro lado es de público conocimiento los
conflictos de intereses de la mayoría de los que conformar su staff de edición
(Angell, 2011). Estas lecturas biopolíticas de la vida originan un disciplinamiento
social que transforma características inherentes a lo humano en pretendidos
déficits neurobiológicos. Por ejemplo, los adolescentes contestadores y rebeldes
se convierten en TOD (Trastorno Oposicionista Desafiante) o los despistados y
soñadores en TDA (Trastorno por déficit atencional) y para todos existe una
medicación que “elimina el trastorno”, chaleco químico a la medida de cada
usuario. El uso de la sigla no es un dato casual, ya que colabora en el
desdibujamiento del sujeto, provocando que el nombre propio quede reemplazado
por un “código QR” que nos ilusiona con un acceso rápido al “interior del sujeto”,
es decir “si conocemos su sigla, sabremos quién es”.
En estas primeras décadas del siglo XXI estamos en un tiempo de predominancia
del cerebro y la genética creyendo que es desde allí de donde van a provenir las
respuestas a los enigmas de lo humano. Así los éxitos y fracasos son adjudicados
a causas individuales de origen neurogenético, perdiéndose las lecturas de
interrelaciones complejas entre el individuo, la sociedad, las condiciones político-
sociales-económicas y su historia. Las desigualdades entonces quedan
biologizadas y las intervenciones que corrijan estos “defectos” están exaltadas. Se
aísla el cerebro identificándolo como el origen de todos los males, se plantea el
“capital mental” como una cuestión privada, se propone “educar al cerebro” y que
es el cerebro el que va a la escuela. Aparecen términos como “neuromarketing”,
“neuroeconomía”, “neuroeducación”, “neurodidáctica”. La sociedad sería así, una
suma de cerebros aptos en un mundo competitivo en el cual hay que desarrollar al
máximo las estrategias de supervivencia personales.

En esta trama los docentes serían los encargados de educar cerebros y los
psicólogos “entrenadores de conducta y emociones para lograr adaptaciones
eficaces”ii. Pero ¿se tratan de esto las intervenciones en salud mental?

Los diagnósticos como gatillo fácil

Nos han hecho creer que el “Tiempo es dinero” y que cuanto más rápidos y
objetivos sean los diagnósticos, mejor para todos. Así aparecen evaluaciones que
emplean la realidad virtual para “facilitar los diagnósticos”.
Tomaremos uno como modelo de análisis para pensar los paradigmas de época.
AULA es un test de evaluación que emplea la realidad virtual para facilitar el
diagnóstico del Trastorno por Déficit de Atención con/sin Hiperactividad (TDAH)
El sistema AULA analiza el comportamiento del niño o niña dentro de una clase
escolar virtual. La prueba es percibida inicialmente como un juego, en el que hay
que realizar una tarea mientras se presentan diferentes distractores típicos de un
aula escolar. El test evalúa la existencia de TDA-H focalizando en la atención
sostenida, la impulsividad, la actividad motora excesiva (Hiperactividad) y la
tendencia a la distracción. Como resultado final, el sistema otorga un informe de
evaluación que ayudará al clínico a realizar un diagnóstico más preciso y seguro.
En la publicidad de dicho test se puede leer lo siguiente: AULA constituye “una
ventaja importante, ya que aporta una serie de medidas objetivas de las funciones
ejecutivas ¿Se puede pedir más? Pues pongámonos a soñar para que la
tecnología y la investigación nos regalen esa precisión que necesitamos en la
evaluación del comportamiento”. (AULA, 2012)
Es decir, se parte de la premisa que son las conductas manifiestas y cuantificables
las que nos darán el diagnóstico de un niño, sin tomar en cuenta que las mismas
manifestaciones clínicas pueden ser producto de múltiples causas. O sea, un niño
puede estar desatento en lo escolar porque la propuesta no es interesante, porque
tiene problemas sociales con sus compañeros, porque está viviendo situaciones
de violencia y/o abusos, porque padece una depresión, un estado psicótico,
porque no oye o no ve bien, entre muchísimas razones, y que solo en el encuentro
con otro humano que tenga tiempo, disponibilidad y escucha, se posibilitará un
diagnóstico.
Cabe señalar que en este escrito no estamos poniendo en discusión la existencia
de cada vez más niños con problemas atencionales y/o hiperactividad, lo que se
cuestiona es que todos ellos puedan ser englobados en una única entidad
diagnóstica, que este sea el modo de realizar diagnósticos psicopatológicos y que
se utilice en niños que están constituyendo su subjetividad y su cerebro una
estrategia terapéutica prioritariamente medicamentosa, aunque en la mayoría de
las investigaciones se señale que esto no debería ser así.
Ahora bien, ¿al servicio de qué está esta modalidad “gatillo fácil” en relación al
diagnóstico?
En el año 2013 se lanzó al mercado de los diagnósticos el “Libro Blanco sobre el
trastorno por déficit de atención con hiperactividad (TDAH): propuestas políticas
para abordar el impacto social, el coste y los resultados a largo plazo en apoyo a
los afectados”. Los autores son S. Young, M. Fitzgerald, M.J. Postma, sin embargo
no hay que dejar de mencionar que en la misma portada pero en letra
notoriamente más pequeña, se lee que este proyecto ha sido iniciado, impulsado y
financiado por la compañía biofarmacéutica Shire AG. Este libro se presenta como
el “manual de las buenas prácticas en relación al TDA-H y la medicina basada en
la evidencia”. Curiosamente, al mismo tiempo que se publicaba este libro en
España, Shire lanzaba al mercado español Equasym (metilfenidato en cápsulas
duras de liberación modificada), para el tratamiento del TDAH, diseñado para
proporcionar niveles plasmáticos terapéuticos durante un periodo de
aproximadamente 8 horas, lo que coincide con la jornada escolar. (Redacción
Madrid, 2013)
El problema que se plantea cuando la salud y los diagnósticos son una mercancía
regulada por el mercado, es que muchas veces se terminan creando en los
departamentos de marketing de los laboratorios, enfermedades para los cuales
ciertos medicamentos parecerían útiles. Con respecto al TDA-H aparece una
situación curiosa, como no existe ninguna prueba de laboratorio que lo determine,
se utiliza la supuesta respuesta positiva al fármaco para diagnosticar “la
enfermedad”. Es importante aclarar que en relación a ninguna otra “enfermedad”,
el diagnóstico se realiza por la respuesta al medicamento, ya que eso desconoce,
entre otras cosas, el factor de respuesta positiva al placebo. Esto nos plantea un
problema ético insoslayable que los profesionales de la salud no podemos
desconocer.
A diferencia de la época cuando I. Illich (1975) y M. Foucault (1990) construyeron
el concepto de Medicalización, en el cual el Estado tenía un fuerte protagonismo
en cuanto a las decisiones ligadas a la Salud Pública, en la actualidad nos
encontramos con que la expansión de las áreas de incumbencia de la medicina se
encuentra fomentada por una industria creciente y poderosa, que está en manos
de unos pocos privados, que ha dado lugar al proceso de medicamentalización de
la vida. (Iriart, C., 2013)
Aquí se combinan distintos factores, por una parte el corrimiento del Estado en
cuanto a garantizar Educación y Salud para todos, con un auge de las políticas
neoliberales, un negocio multimillonario en manos de los laboratorios y por el otro
una sociedad que busca la adaptación de los sujetos a las condiciones de
exigencia actuales, sin medir costos, lo cual lleva con frecuencia a los adultos a
introducir y naturalizar el aumento exponencial de consumo de psicofármacos en
la infancia buscando la adaptación del niño a los requerimientos que le impone la
época, sin medir las consecuencias a largo plazo de dichas intrusiones.

Por ejemplo, en Argentina fue registrado un aumento del consumo de Metilfenidato


(la droga que se utiliza para el TDA-H) desde 1994 al 2005 de 900%. En las
zonas de mayor poder adquisitivo hay colegios que tienen hasta un 30% de chicos
medicados con psicoestimulantes. Estos psicoestimulantes tienen muchísimas
contraindicaciones y efectos adversos que no suelen ser tenidos en cuenta a la
hora de priorizar los riesgos, como las dificultades de crecimiento, el peso, el
sueño, incluso el riesgo a problemas cardíacos, en relación al supuesto beneficio
de que el niño se quede más quieto en el aula, se porte bien o “produzca” mejor
(en el corto plazo, ya que en el largo plazo las investigaciones indican que los
cambios no se sostienen).
La Dra Faraone y su equipo interdisciplinario (2010) realizaron una investigación
en todo el país. El Departamento de Psicotrópicos y Estupefacientes de la
Administración Nacional de Alimentos, Medicamentos y Tecnología médica
(ANMAT) proporcionó datos sobre importación de Metilfenidato correspondientes
al período 2005-2008, donde se aprecia un significativo incremento, de 47.91 kg
en el 2007 a 81.75kg en el 2008.

Así es como se va construyendo una subjetividad que responde a los mandatos


epocales, sin tomar en cuenta la singularidad, los contextos socio-políticos, los
vínculos, la historia. Sujetos transparentes que pueden ser diagnosticados por
máquinas eficaces y entrenados para producir más y mejor, diagnósticos que no
pueden parar porque la maquinaria así lo exige.

Un niño que no puede parar

Les presentaré una viñeta para que podamos pensar cómo estas cuestiones
atraviesan la clínica actual y tienen consecuencias subjetivas indefectiblemente.
Conocí a José cuando tenía 6 años. Ya había pasado por 3 mudanzas
internacionales (de México a Buenos Aires y viceversa 2 veces), 4 cambios de
colegio, 1 diagnóstico psiquiátrico (Trastorno por déficit de atención con
Hiperactividad, TDA-H), 1 medicación psicofarmacológica (Metilfenidato, Ritalina el
nombre comercial).

Los padres estaban desesperanzados y llegan a mí porque me suponían


especialista en Trastorno por Déficit Atencional.

Cuando los padres cuentan su historia y la de su hijo, todo es vértigo, futilidad,


instantaneidad. Lo único permanente es el cambio. Un padre viajando
constantemente en una acelerada carrera laboral y una madre siempre presente
físicamente pero con poca disponibilidad libidinal. Me resultaba difícil imaginar
cómo se arma subjetividad cuando todas las coordenadas se mueven
constantemente.

José entra a mi consultorio corriendo, le pide a la madre que se quede afuera. Se


mueve constantemente, saca juguetes, lanza preguntas al vacío y no escucha las
respuestas, se le caen las cosas, se rompen objetos, nada parece detenerlo, está
desbordado, mi voz no lo atraviesa, tampoco mi presencia. Sin dudas, cumplía con
todos los indicadores para diagnosticar TDA-H. Decido pararme frente a él y
tomarlo suavemente por los hombros y preguntarle: ¿de qué corrés? José me mira
por primera vez a los ojos y responde: “Del fantasma de mi abuelo”. Luego se
sienta y comienza a pintar muy calmadamente distintos tipos de cielos.

La contestación de José podría parecer una respuesta loca, desatada, como él,
sin embargo me parecía que esa frase encerraba mucho más de lo que el propio
niño sabía que sabía.

Cito a los padres y les planteo mi extrañeza ante la actitud de José y hago
referencia a esta frase enigmática del niño, la madre empalidece y rompe en llanto
y expresa que es imposible que José sepa algo de esto ya que ella nunca lo había
hablado con nadie. Relata que cuando ella estaba embarazada, su padre (el
abuelo del niño) muere en un “accidente” poco claro. Su padre era fumigador de
campos, trabajaba con su avioneta y era muy experto, y cuando ella cursaba su
quinto mes de embarazo le avisan que había muerto inexplicablemente porque su
avioneta se desmoronó sin tener ningún desperfecto técnico, ni obstáculo natural
que justifique el accidente. No hablaba a menudo con él, pero luego de su muerte,
por distintas conversaciones con amigos del padre, se dio cuenta que estaba muy
deprimido. Decide no indagar más para no hacerle daño a su bebé, con su
tristeza. Sin embargo, no puede dejar de sentirse culpable por no haber registrado
el sufrimiento de su padre. Resuelven llamar al hijo con el mismo nombre del
abuelo fallecido. Es significativo que su marido, se enterara en esa entrevista que
su mujer sospechaba que su padre se había suicidado. Siempre se sorprendían
por el parecido entre su hijo y el abuelo.

El diagnóstico de TDA-H y la posibilidad de que lo que le sucediera al niño fuera


de causa genética, por un lado aliviaba a la madre ya que no tenía que
interrogarse acerca de qué tenían que ver ellos, su historia, el contexto, con lo que
le ocurría a su hijo, pero a su vez la angustiaba extraordinariamente porque
suponía que su hijo terminaría igual que su abuelo. Fantasma de muerte que la
corría/los corría desde siempre.

Lo mortífero en el cuerpo

J. Berges (2004) propone que en algunos niños la motricidad viene a reemplazar


aquellas palabras que no han tenido lugar, aquellos elementos que no han podido
ser simbolizados a través de la palabra, se muestran a través de la acción.

Freud nos plantea en “Más allá del principio del placer” (1920) que el niño, a partir
de la repetición, intenta dominar lo displacentero, sin embargo cuando la
experiencia displacentera no puede ser ligada a otras representaciones esto
puede ocasionar un desborde pulsional.

Para que el niño pequeño pueda metabolizar esas cantidades de excitación que
irrumpen de modo insoportable, es necesaria la presencia de un Otro que opere
como intérprete, que oferte significantes para que lo displacentero pueda ser
enlazado. Empero cuando el Otro falla en sus posibilidades de sostén, el pequeño
queda desamparado ante esa irrupción masiva de un displacer que no puede
terminar de evacuar y de un sinsentido que no le permite anudar lo corporal a lo
simbólico, dejando el cuerpo desamarrado, loco. Es aquí cuando se presentan los
desbordes. Niños desbordados, padres excedidos, que no pueden acotar, dejando
a los pequeños sin contención, en estado de desamparo, en un “más allá del
principio del placer”. (Untoiglich, G., 2011)

La madre de José se encontraba atravesando un duelo, sin darle lugar al dolor,


supuestamente para preservar a su hijo. ¿Es posible transitar un duelo sin que
duela? Por otra parte la sombra de suicidio acechaba, así como la culpabilidad por
no haber registrado el sufrimiento de su padre. Marguerite Duras (1999) nos dice
“el dolor necesita espacio” y agrego yo, y tiempo para la posibilidad de su
tramitación. Cuando las coordenadas de tiempo y espacio no están posibilitadas, a
veces es el niño el que toma a su cargo este trabajo de intento de elaboración de
un fantasma que no le pertenece pero que su cuerpo encarna. Lacan (1969) en su
texto “Dos notas sobre el niño” planteaba que cuando el síntoma del niño compete
a la subjetivad de la madre, el mismo queda ubicado como correlato de su
fantasma y se convierte en objeto, pasando a ser su función revelar la verdad de
ese objeto. En este caso una verdad que se sabe pero se quiere desconocer y que
a su vez se hace presente todo el tiempo ya que el niño le da cuerpo a dicho
fantasma.

Con esto no se está planteando que siempre la hiperactividad esté relacionada


con el vínculo parental, sino correríamos el riesgo de realizar un reduccionismo
psicógeno que sería tan nocivo como el reduccionismo biológico, sino que de lo
que se trata es de interrogarnos qué sucede en caso por caso, dándole un espacio
al niño, a los padres y en muchos casos a los docentes para que desplieguen las
razones de su padecer.

Siempre es necesario indagar a qué está atento un niño que no está atento a lo
escolar, ya que partimos de la premisa que no existen niños desatentos en lo
absoluto, sino niños que no pueden seguir el ritmo académico porque su atención
está focalizada en aspectos más relevantes de su vida o de su historia, como
puede ser la violencia doméstica, aspectos no develados de la historia del niño o
de las figuras de sostén, abusos intrafamiliares, problemáticas sociales,
económicas, etc.

Profesionales en tiempos de desborde

A diferencia de otros momentos históricos en los cuales los padres llegaban a la


consulta con interrogantes acerca del padecer de sus hijos y, con frecuencia, el
suyo, en el presente aparecen ciertos significantes amos promovidos por el
discurso social, por el discurso científico. Los niños son acusados de TDAH, TOD,
TEA (Stavchansky, 2015), portan sentencias: “mi hijo es TDA-H”, “Juan es TOD”, y
vienen a la entrevista a buscar los “tips” para el manejo de las conductas que
desean “extinguir” en el niño. Cada época histórica determina modos de padecer
y modalidades de abordaje de dicho sufrimiento.

Como psicoanalistas tenemos que encontrar los modos singulares en el que el


padecimiento se da a ver sin quedar entrampados en etiquetas diagnósticas que
aplastan cualquier armado subjetivo, ni aceptar el “gatillo fácil” del diagnóstico
prediseñado, ya que en la infancia los diagnósticos se escriben con lápiz
(Untoiglich, 2013).

José corría sin parar y la respuesta de “la ciencia oficial” era acallarlo con
psicofármacos, sin embargo la subjetividad de José se rebelaba ante este intento
de encorsetamiento químico, hasta que pudo ser alojado y enlazado con su
historia, hasta que la tristeza materna pudo ser nombrada y albergada, hasta que
el padre pudo mirar a este niño desde su propio sufrimiento y armar un borde para
este pequeño desbordado.
El psicoanálisis nos permite tomar esos hilos sueltos y retejer la trama que
sostenga al niño y sus padres en entramados singulares que posibiliten nuevos
enlaces.

Asimismo desde el psicoanálisis tenemos que posibilitar los encuentros con


profesionales de diferentes disciplinas, ya que los desafíos que nos presenta la
infancia en la actualidad, no acepta simplificaciones reduccionistas. Es en el
armado de redes entre los profesionales de la salud, la educación, las ciencias
sociales que podremos producir novedades que alojen las diversidades subjetivas
y nos sostengan a todos en tiempos de desamparo. Ya que como decía Pichon
Riviere “En tiempos de incertidumbre y desesperanza es imprescindible gestar
proyectos colectivos desde donde planificar la esperanza junto a otros”.

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i
giselauntoiglich@gmail.com Dra. en Psicología, UBA
Codirectora del Programa de Actualización: “Problemáticas Clínicas Actuales en la Infancia" Posgrado UBA.
Profesora invitada por diferentes universidades extranjeras.
Miembro fundador del Forum Infancias.
Supervisora de los equipos de concurrentes y residentes de psicopedagogía del Hospital de Niños R. Gutierrez,
del Hospital Durand y del C.E.S.A.C. N° 15 de la Ciudad de Buenos Aires. Supervisora del Equipo
Interdisciplinario del Centro de Desarrollo Infantil y de Estimulación Temprana "El Nido" de San Isidro. CENTES
N° 3
Autora y coautora de numerosos textos, entre ellos: Autismos y otras patologías graves en la infancia (Noveduc,
2015); En la infancia los diagnósticos se escriben con lápiz (Noveduc, 2013); Versiones actuales del sufrimiento
infantil (Noveduc, 2011); Patologías actuales en la infancia (Noveduc, 2009)

ii
Así lo expresa el documento del proyecto de reconversión del Hospital de emergencias psiquiátricas Torcuato
de Alvear en Hospital de Neurociencias Aplicadas "Torcuato de Alvear"

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