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¡Paro Agrario!

Abandono del agro y movilización campesina

Javier Alarcon1

Mientras en Lima despedíamos el 2017 movilizándonos contra el indulto, en los andes los
productores de papa recibían el 2018 con movilizaciones y bloqueos en cinco departamentos.
Luego serían los productores de maíz y arroz en San Martín, y entre las demandas aparecían
otras exigencias, como el cierre de DEVIDA, viejo reclamo de las organizaciones cocaleras de las
que hace tiempo no se escuchaba noticias.

Se han barajado varias explicaciones sobre los orígenes de la movilización campesina. La más
popular, que generó una breve euforia nacionalista, fue la que indicaba que la importación de
papa pre cocida estaba afectando a la producción nacional. Luego, analistas más informados
indicaron los efectos de las lluvias sobre los calendarios agrícolas, la coincidencia delas cosechas
de costa y sierra, en fin, la evidencia o la ratificación de la ausencia de, ya no digamos de
cualquier atisbo de planificación, palabra que provoca urticaria entre la alta burocracia estatal
peruana, sino del cumplimiento de la tarea básica que hasta el más liberal exigiría de cualquier
Estado: un buen servicio de información.

Frente a todo eso, la solución fue en el caso de la papa, el ofrecimiento de la compra de la


producción, en dos movimientos: una primera oferta, de compra por los gobiernos regionales,
estableciendo un fondo tope, y la segunda, un ofrecimiento de compra de un volumen por cada
productor. En el caso del maíz, se ha propuesto una medida similar, el pago de un sobre precio.

Y luego de eso… silencio. Los productores se han seguido moviendo, las reuniones han
continuado, pero el tema salió de la visibilidad pública. Mientras la carretera central, en el punto
neurálgico de La Oroya, no esté bloqueado, pareciera que el tema ya no importa más. Asimismo,
parece que nadie está investigando para determinar quienes fueron responsables de las
muertes ocurridas durante las movilizaciones.

Pero hay mucho más. Llama la atención en particular lo difuso de la información sobre el proceso
de movilización. Una acción coordinada en varios departamentos no surge espontáneamente.
Lo que sabemos con certeza es que los grandes gremios agrarios nacionales no han sido los
principales promotores de esta medida.

Dejando de lado las rocambolescas “explicaciones” de los servicios de seguridad que con más
macartismo que inteligencia acudieron al viejo recurso de terruquear a algún dirigente, la
explicación más plausible es que fueron los “mayoristas”2 quienes recurrieron a las redes sobre
las que sustentan su negocio, para promover la movida. Al parecer, esas redes fueron útiles para
iniciar la movilización, pero luego el proceso las rebasó. Sucesivos actos de desconocimiento de
los líderes participantes en las negociaciones, la exigencia de cada bloque movilizado para que
sean los dirigentes locales quienes participaran en las negociaciones, son un síntoma de ello.

Este episodio de movilización campesina plantea otros cuestionamientos: por un lado, evidencia
que las transformaciones del agro y las sociedades rurales andinas no están recibiendo la
atención necesaria. Por otro, muestran la insuficiencia de las políticas planteadas desde el

1
Militante del Movimiento Nuevo Perú, consultor en temas de sociedad y economía rural
2
Con este término, los campesinos se refieren a grandes productores, que alquilan extensiones
significativas de tierra por algunos años, para producir papa intensivamente, es decir, usando
agroquímicos, semillas “mejoradas” y maquinaria.
Estado, y también de las propuestas de actores políticos y de las iniciativas promovidas por los
programas privados de promoción del desarrollo.

Crisis agraria, modernización y economía campesina

En los últimos veinte años, se ha impuesto un discurso hegemónico que, de manera


esquemática, plantea que la situación de exclusión y pobreza de agricultores y campesinos, sólo
es posible de superar fomentando su “modernización” desde un enfoque de mercado, lo que
implica el incremento de la productividad, la mejora de la calidad de los productos, la
articulación a cadenas productivas, en especial a aquellas vinculadas a la agro exportación.

Para quienes no puedan articularse a este tipo de iniciativas, quedan los programas sociales,
desde las transferencias condicionadas y distintos tipos de subsidio, hasta aquellas iniciativas,
como Haku Wiñay, que buscan ser mecanismos de tránsito entre los programas asistenciales y
los programas de fomento productivo.

Durante la huelga, un productor declaraba en televisión y planteaba la crítica más precisa a los
programas de fomento productivo. Palabras más o menos, decía: “nos proponen asociatividad,
yo me asocio con mi vecino, con mi compadre, pero no están todos. Acá queremos que la ayuda
llegue a todos, hasta el último que está allá en el cerro”

En sus palabras, reclamaba lo que debe ser la característica central de políticas enfocadas en los
derechos: la universalidad. Las políticas deben beneficiar a todos y todas; los programas
estatales de fomento productivo llegan a unos cuantos, sea por criterios de focalización en base
a mediciones de pobreza, sea por mecanismos de autoselección al exigir asociatividad.

Pero allí no se agotan las limitaciones de estos programas. Una familia campesina maneja
diversos cultivos, en parcelas distribuidas en varios pisos ecológicos. Más aún, de acuerdo a la
disponibilidad de recursos, y a la composición de la familia, asignan su recurso más valioso, la
fuerza de trabajo, a una cartera de actividades agropecuarias y no agropecuarias. La
construcción de caminos, el comercio, el transporte de bienes, la venta de fuerza de trabajo
femenino en el trabajo doméstico, son algunas de las muchas actividades a las que se dedican
las familias. Ningún programa se plantea este complejo escenario como el referente de su
acción.

Los programas estatales, y muchos programas privados, se enfocan en intensificar un solo


cultivo, o una sola crianza. La limitada respuesta a estas propuestas se explica achacándoles la
responsabilidad a las propias familias campesinas: “no están organizados”, “no quieren
organizarse”, “no quieren participar”, “no saben”, “no entienden”, son frases habitualmente
esgrimidas como explicación de los pobres resultados alcanzados.

Pero la acción de los campesinos movilizados en enero mostró no sólo su capacidad de


organización y acción colectiva. Sus demandas evolucionaron rápidamente del pedido de
mejores precios, a la exigencia de “declarar en emergencia al agro”. La respuesta de los
guardianes del modelo, que alegaban que el marco legal no permitía declarar en emergencia a
un sector productivo por situaciones de mercado, muestra la potencia disruptiva de las
demandas campesinas: atender sus demandas implica revisar los límites constitucionales
impuestos a la acción estatal en la década fujimorista.
Movilización campesina y posibilidades de cambio

Las movilizaciones agrarias del verano no son sólo las más importantes movilizaciones
campesinas de los últimos años. Evidencian el fracaso de las políticas impulsadas desde los años
90’, orientadas a beneficiar a la gran agricultura de exportación en costa y selva principalmente,
cuyo éxito se construyó en base a los subsidios públicos en infraestructura productiva,
facilidades tributarias, legislación laboral que niega derechos a jornaleros y jornaleras; y otras
medidas de apoyo.

Asimismo, mostraron el agotamiento de la agenda promovida en el lustro pasado desde la


sociedad civil, que se enfocó en iniciativas legales orientadas teóricamente a fomentar la
agricultura familiar y la seguridad alimentaria. Leyes, reglamentos, estrategias, largamente
debatidas y aprobadas con sinnúmero de resistencias, en particular de los funcionarios del MEF,
así como inversión dispersa y sin norte en infraestructura de riego, que no han logrado ningún
cambio de fondo en beneficio de productores y productoras agrarios, en especial de los andes.

El tema de fondo es que otra política agraria necesita otro Estado, y otro marco constitucional.
Avanzar en ese camino, exige renovar las formas de articulación y representación del mundo
agrario, y renovar las propuestas programáticas. La rearticulación organizativa y de la
representación del mundo agrario y rural plantea varios retos y desafíos. Por un lado, la
experiencia muestra que las organizaciones clásicas (centrales campesinas, federaciones
agrarias, etc.) no han logrado incorporar eficientemente la dimensión productiva en su acción y
sus demandas. El hecho que la producción sea familiar, y que las familias desplieguen diversas
estrategias productivas, dificulta la agregación de demandas.

Por otro lado, la pluriactividad implica un continuo desplazamiento de los integrantes de las
familias en territorios amplios y disímiles. El modelo de organizaciones basadas en el territorio
se muestra insuficiente para enmarcar la multiplicidad de las demandas y necesidades que
pueden surgir de esta situación. Es importante en esa línea un enfoque territorial más amplio
que ubique las distintas dinámicas económicas de las comunidades y las familias, atendiendo
sus posibilidades de articulación y atención.

Pero la movilidad de las poblaciones rurales plantea también nuevas oportunidades de acción.
El mundo rural está cada vez más integrado al urbano, los límites son difusos, las redes viales y
las comunicaciones generan nuevas condiciones. Los campesinos son, al mismo tiempo,
habitantes urbanos. Es en estos espacios de interacción donde podrían estar las oportunidades
para construir nuevas coaliciones que permitan renovar la agenda agraria y las articulaciones
organizativas necesarias para lograr ser mayoría. Una mayoría que haga de la producción y el
acceso a los alimentos el eje de una nueva agenda común.

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