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UNA INTRODUCCIÓN A LA ENIGMÁTICA VISIÓN CABALISTA

DE LA CREACIÓN DEL UNIVERSO A TRAVÉS DEL


RETRAIMIENTO DE LA DIVINIDAD
Imagen: David Chaim Smith (Facebook)

La cosmología científica moderna concibe la creación del universo como


una explosión y una expansión; la cábala luriana, por el contrario, imagina
el origen de nuestro mundo como una contracción, como la ausencia
generativa que deja el ocultamiento de la divinidad, cuyo pléroma se retrajo
para que podamos existir, ya que de otra manera la plenitud absoluta de
la luz ahogaría toda diferenciación. Bajo el filtro de la modernidad, esta
cosmogonía cabalista puede verse como una especie de negativo del Big
Bang. Más que una creación de la nada, ex nihilo, para los cabalistas el
mundo es un género de la nada que resulta de la remoción de la realidad
total verdadera, el Ein-Sof, la luz pura y homogénea. El espacio en el que
existimos es el hueco dejado por la divinidad --es su sombra, y sin
embargo, paradójicamente, en ella no hay otra cosa que la divinidad. O,
como dice Andrés Claro en su libro La Inquisición y la Cábala: "una
vacilación constante entre el nihilismo y el panteísmo" que se solucionará
en que "Dios se hallaría omnipresente en la medida en que se ha hecho
nada".

Entender la teosofía de la cábala no es fácil, ya que de hecho constituye


un conocimiento esotérico que tradicionalmente requiere de iniciación y
constituye una serie de sistemas dispares (en este caso tomaremos en
cuenta una cábala, aquella que nace de las revelaciones del místico Isaac
Luria). En nuestra época, sin embargo, existe una tendencia global a
propalar información esotérica, en muchos casos haciendo accesibles
conocimientos que antes estaban reservados a minorías calificadas; la
mayoría de las veces en el proceso de hacer exotérica la información se
pierde su sustancia y su cualidad transformadora. Además de que
enseñan todas las tradiciones místicas, la verdadera sabiduría debe
experimentarse y ganarse por méritos propios, no puede aprenderse en
un curso o leyendo un libro solamente. Dicho eso, existen algunos autores
contemporáneos que han logrado por méritos propios penetrar los
antiguos misterios y de manera creativa actualizar los inmortales preceptos
de ciertas tradiciones esotéricas. Uno de estos autores es David Chaim
Smith, un artista visionario que se ha dedicado a estudiar y reimaginar las
enseñanzas de la cábala, componiendo una obra que es una especie de
artefacto par activar la memoria espiritual.

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A manera de introducción a la cosmogonía de la cábala, sin que esto


pueda reemplazar el estudio minucioso, traduzco aquí un extracto de un
texto publicado por David Chaim Smith en su página de Facebook, el cual
es aparentemente un adelanto de un próximo libro titulado The Nine
Chambered Bath. A partir del texto de Chaim Smith nos acercaremos a los
conceptos fundamentales de la cábala, especialmente el tzimtzum,
utilizando también comentarios de otros autores para dar un panorama
general, que deberá entenderse solo como un ápice de entrada a esta
compleja y fascinante tradición ("cábala" significa literalmente tradición,
aunque se entiende también como revelación o ciencia oculta).

La descripción de Chaim Smith es especialmente rica ya que su trabajo


como ilustrador le permite transmitir una imagen de la geometría sagrada
que traza sobre el espacio la energía del cosmos en la implosión creativa.
En esta explicación que hace David Chaim Smith, uno puede, si lee con
cuidado, entender gran parte de la dinámica y el drama de la existencia y
del hombre como reflejo del cosmos y depositario del sacudimiento divino:
tzimtzum. Desde el problema del origen del mal, la dualidad, la caída,
hasta lo que es el conocimiento, la percepción y la conciencia. El misterio
de la creación se vuelve translúcido como uno de esos vasos originales
que contienen en sus vidrios la luz cósmica.

La metáfora del tzimtzum inicia con un único punto de absoluta claridad.


Un desdoblamiento creativo es descrito dentro del símbolo de una
progresión de círculos concéntricos, pero también puede ser articulado
como elaboraciones de un gesto primario. Inicia con un resplandor de
perfecta luminosidad en el corazón del espacio, ni grande ni pequeño,
paradójicamente incluyendo a todo el espacio en su interior. Aunque el
resplandor es indivisible, parece dividir entre un arriba y un abajo. Este hilo
vertical es la base semiótica para el diagrama del árbol de la vida y su
sefirot.

Toda la dimensión del tiempo está enraizada en el sacudimiento del gesto


que fractura arriba de abajo. El fulgor asciende y la oscuridad desciende,
formando el eje del cielo y la tierra y el canal central del cuerpo sutil. La
semilla ascendente es yud (10), que es la sapiencia dinámica de la
conciencia del alma. El vientre descendiente es aleph (1); que es la
totalidad que responde con toda la posibilidad que puede ser conocida.
Forman la relación de un sujeto percipiente y su gama de objetos
percibidos. El sujeto en sí mismo se convierte en uno de estos objetos
mientras la mente capta su propia identidad. En un ser humano el
ascendente es el agua de la mente ubicada en la cabeza, y el descendente
se convierte en el fuego biológico ubicado debajo del ombligo. La sapiencia
es reificada antes de la reificación de cualquier otro objeto. De esta
presencia raíz que atribuye el error primario de "Yo soy" a sí mismo, todo
el ser emerge. Luego atribuye identidad a una trompicada cascada de
designaciones duales establecidas entre el sujeto y sus objetos, y los
mundos contextualizantes emergen.

No importa si uno se sujeta al símbolo de los círculos concéntricos o a una


línea recta. Las mitologías construidas alrededor de estos gestos
semióticos son todas umbrales provisionales hacia las dinámicas de la
belleza y la verdad, y todas retornan a la realización de la totalidad
indestructible. El despertar gnóstico está basado en deshacer los hábitos
de la reificación y su división. La claridad del espacio básico que está libre
de estas constricciones equipara la manifestación con la conciencia. Esta
libertad es yud como aleph, desplegada como infinito está sellada entre
los números simbólicos de 1 y 10.

Diagrama del hombre, el pequeño universo, de Robert Fludd


El concepto del tzimtzum fue desarrollado por Isaac Luria, un místico del
siglo XVI a quien, se dice, se le reveló el profeta Elías. Luria respondió al
problema fundamental de la metafísica de cómo Dios o un ser infinito y una
unidad absoluta pudo haber creado un universo finito y múltiple como el
nuestro. Para dar lugar a este universo, Dios debió de contraerse, remover
su ser infinito, creando, como si fuere, "un agujero en sí mismo dentro del
cual el vacío podría existir. Podemos, entonces, pensar en todo nuestro
universo como una especie de agujero en Dios", según entiende Gary
Lachman la visión luriana. Esto, además, nos lleva a la teología negativa
o apofática, en la cual la divinidad es indefinible e incognosible, toda
definición es una profanación, lo cual tiene cierta lógica, ya que si
habitamos en esta especie de abismo divino no es, por lo tanto, muy fácil
formar conclusiones apropiadas sobre la naturaleza y el esplendor positivo
de Dios. Es por eso que se dice que comprender el infinito, el Ein-Sof, va
más allá de nuestros poderes. Sólo es posible, estrictamente, una"docta
ignorancia".

Siguiendo con la historia de la creación, la cábala sostiene que una vez


que se produjo la divina contracción que estremeció el universo en pleno
creando el vacío, apareció Adam Kadmon, el Hombre Primordial, la forma
arquetípica que permea el universo, equivalente al Purusha de los Vedas y
a la noción de los alquimistas que describe al hombre como un Pequeño
Universo y al universo como un Gran Hombre. Actualmente esto podría
encontrar una relación interesante con la teoría física del principio
antrópico, que sostiene que las condiciones iniciales del universo están
ajustadas para el surgimiento de la vida inteligente como la conocemos.
Del cuerpo arquetípico de este primer hombre que es a la vez la estructura
misma del universo brotaron los sefirots, emanaciones de la energía
creativa que visualizamos como el árbol de la vida al igual que las letras
del alfabeto hebreo, los ladrillos espirituales del cosmos. Aquí podemos
ver la noción de que el universo está hecho de lenguaje, ya sea número,
geometría o letras (algo que comparte, por ejemplo, la filosofía pitagórica).
David Chaim Smith nos dice que de esta emanación queda marcado "el
hilo vertical" que es de alguna manera la columna vertebral del hombre
primordial y el tronco del árbol de la vida y la escalera que permite el
retorno del fruto a la raíz, del efecto hacia su causa. Andrés Claro lo
describe así:

Dentro del tehirú, el espacio dejado por la retirada del Ein-sof, la primera
aparición es el Adam Kadmon u hombre primordial; lo divino se nihiliza
para dar paso a lo humano. En la cabeza de ese hombre, se da una
especie de guerra perpetua de luces creadoras que emanan patrones de
escritura (letras, puntuaciones, nombres, etc.), los cuales se convierten
luego en los recipientes de la creación, incluidas las sefirot.

Ahora bien, para explicar el mal y la separación, los cabalistas recurren al


concepto de la "rotura de los recipientes" (shevirat-ha-kelim). Se dice que
en la creación los sefirots no aguantaron la tremenda corriente energética
del Ein-Sof y se quebraron ("por la fuerza de una luz-escritura demasiado
poderosa", dice Andrés Claro). La energía divina entonces se desborda
como un torrente de agua fluyendo del cielo, derramándose en una
catástrofe de la cual el diluvio sería un insignificante microcosmos. Los
pedazos rotos de esta fractura cósmica atrapan la luz divina, como
versiones negativas y corruptas de los sefirots --estos son los klipots, que
Chaim Smith describe como “ecos condensados del primordial tzimtzum
que vuelven opaca y mantienen la estructura de los mundos". De esta
ruptura original brotó la confusión existencial que predomina en nuestra
existencia, un babélico extravío, donde nos identificamos con los objetos
del plano material y reificamos nuestras percepciones fragmentarias,
granuladas, creyendo que en realidad somos individuos aislados de la
fuente y adorando lo que es apenas una ruina del esplendor.
Según el rabino Najman de Breslav "solo en el futuro podremos entender
el tzimtzum que trajó el 'Espacio Vació' al ser", un tzimtzum que es en
apariencia contradictorio, ya que limita "la divinidad y la contrae" como si
en ese lugar no hubiera divinidad". Sanford L. Drob explica esto de la
siguiente manera:

Desde la perspectiva de Dios, la totalidad del mundo es subsumible bajo


el concepto más simple de lo Uno; es solo desde nuestra perspectiva
limitada que aparenta haber una pluralidad de virtudes, conceptos e
instancias. La creación no involucra una limitación en el ser divino, que
permanece completamente intacto, sino una limitación en el conocimiento
de lo divino: un alejamiento de ciertos puntos dentro del "mundo" del
conocimiento de que todo es Uno. Dios no cambia en Su ser, sino que Su
presencia es oscurecida. No es completamente conocido dentro de una
región del Ser, y esa región del Ser se convierte en nuestro mundo.

Aquí se nos presenta una nueva forma de entender este exilio cósmico en
el que nos encontramos. No tanto como un abandono de la divinidad sino
como un opacamiento de nuestra propia divinidad, o más precisamente,
de nuestra propia facultad perceptiva de la divinidad. Este es el "error
primario" que David Chaim Smith nos dice es atribuir nuestro ser al ego
solamente y no al yo del universo como totalidad; el error de la dualidad y
la separación, el verdadero significado de la caída y la expulsión del
paraíso y el cual padeceremos hasta "que cese la ficción entre el sujeto y
el objeto". La limitación de la percepción que no alcanza a percibir la
esencia (lutz) espiritual, y ver que el fruto debe ser de la misma naturaleza
que la semilla, puesto que "¿cómo puede ser el fruto del Sol otra cosa más
que el Sol?".

Este oscurecimiento, a su vez, presenta una razón de ser para el hombre.


De la cábala luriana podemos extrapolar el sentido de la existencia
humana como el cumplimiento del más alto: reparar la fractura ontológica
del cosmos, ejecutar una especie de movimiento negentrópico. Esto es lo
que Luria llama el tikkun, la reparación de los recipientes rotos o la
liberación de la luz atrapada (netzotzim), "la elevación de las centellas",
una nueva conjunción alquímica de los opuestos que anula la dualidad y
la ilusión mundana de la separación entre la semilla y su fruto: que es el
tiempo mismo. Este tikkun es esencialmente un proceso que inicia en el
alma humana, que a su vez yace fragmentada, hecha añicos como un cáliz
de luz roto dentro de un cuerpo material que es como una tumba. Jung, a
partir de sus lectura de la cábala, señala: “Aquel que comprende la
oscuridad en sí mismo, tiene cerca la luz” y “No se puede rechazar el mal,
porque el mal es el portador de la luz”. Esto es el primer paso del tikkun,
la comprensión del estado de exilio del alma y la percepción integradora,
no dual, de la luz-oscuridad, del bien-mal, no como opuestos sino como
grados de conciencia y aspectos de un mismo proceso. "Para el cabalista,
cada realidad percibida es una función del nivel de conciencia con el que
es percibida, y cuánta realidad puedes absorber depende de qué tan rica
es tu conciencia", dice Robert Anton Wilson.

La cábala luriana comparte la idea gnóstica de que la materia es luz


atrapada, alejada de su origen divino, y que el papel del ser humano es
liberar la luz, el potencial de la semilla que es un retorno a la raíz. El filósofo
hermético Schwaller de Lubicz dice que la materia "es espíritu encerrado
por el poder de la contracción que preside la densidad". El tikkun es en
cierta forma una redención del universo a través de la percepción de la
unidad en todas las cosas y una ciencia de la revelación del espíritu. Así,
la rotura en el origen sería parte del plan divino, o como señala Andrés
Claro: "una lección de enseñanza que no es otra cosa que la de su
retirada". Dios nos estaría impulsando a completar el universo en su
ausencia, llenando nuestra existencia de la sed de henchirnos en su ser y
así encendiendo un Eros por regresar a casa o lo que la ciencia moderna
llama "evolución". De emprender lo que Plotino llama "el vuelo del solo al
Solo". O, en la filosofía pitágorica y en la visión de Chaim Smith, completar
el paso de la mónada (el 1) a la década o tetractys (10). Pitágoras
consideraba que el 10 era el número de la perfección y simbolizaba el
regreso a la mónada, en esta cifra los números y por lo tanto toda la
creación resultante del proceso generativo retornaban a la unidad,
habiendo completado el ciclo del orden más alto, en la conciencia pura de
su origen.

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