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Cristo es la Sabiduría de Dios. Esta afirmación fue muy valorada por el cristianismo
antiguo en su diálogo con el mundo griego pagano. Los cristianos cultos, provenientes
del ambiente griego, no podían desconocer el valor que encerraba la sabiduría pagana:
la filosofía, la literatura, el derecho y la poesía griega eran vistos como un tesoro que
debía ser valorado.
En ese contexto, san Justino, un intelectual cristiano martirizado en Roma, en torno al
año 165, elaboró una atrayente doctrina que permitía darle un valor cristiano a la
sabiduría pagana. Refiriéndose a los sabios paganos, afirmó que «cada uno habló bien en
la medida de su participación a las semillas del Logos. Ahora bien, cuanto de bueno ha sido
dicho por los filósofos nos pertenece a nosotros los cristianos» (IIApol XIII,2-4). Esta visión
tan amplia de la historia de la salvación reconoce la presencia de Cristo en los que no
son explícitamente cristianos. Pero, a su vez, recuerda que los escritores griegos
pudieron contemplar la Sabiduría verdadera «sólo obscuramente, gracias a las semillas del
Logos» (IIApol XIII,5), porque una cosa es la semilla de Cristo, y otra es la presencia
actual de Cristo, hecho hombre y nacido de María Virgen.
Todo el género humano participa de las semillas Cristo, y esto explica los aciertos de
los filósofos, legisladores y poetas (IIApol., 8,1; 10,2; 13,2; IApol., 44,10; 46,2). De esta
manera,
«Todos quienes vivieron conforme a Cristo, son cristianos, aun cuando fueron tenidos por
ateos, como sucedió entre los griegos con Sócrates y Heráclito y otros semejantes, y entre
los bárbaros con Abrahán, Ananías, Azarías y Misael, y otros muchos cuyos hechos y
nombres, que sería largo enumerar».
Entre los cristianos antes de Cristo, nombra también a Platón. Otro cristiano culto,
Clemente de Alejandría, en sus Strómatas, desarrolla de modo más sistemático esta
valoración cristiana de la sabiduría pagana:
«Antes de la venida del Señor, la filosofía era necesaria para la justificación de los griegos;
ahora, sin embargo, es provechosa para la religión cristiana... Dios es la causa de todos los
bienes; de unos principalmente, como del Antiguo y del Nuevo Testamento, de otros
consecuentemente, como de la filosofía. Quizás la filosofía haya sido dada primitivamente
a los griegos antes de llamarles también a ellos mismos el Señor, ya que también la
filosofía educaba a los griegos, al igual que la Ley a los hebreos, hacia Cristo» (I,V,28.1).
De este modo, según Clemente, tal como Dios les dio a los israelitas el Antiguo
Testamento, para que se prepararan a recibir a Cristo, así también la sabiduría griega
fue dada por Dios a los paganos para prepararlos a recibir al Salvador de todo el
género humano.
Este breve recorrido nos permite volver a la pregunta inicial: ¿Qué tiene que ver la
sabiduría chilena de tradición oral con la revelación cristiana?
Después de presentar el modelo que propone san Justino, resulta casi superfluo
insistir en que la sabiduría tradicional no es lo contrario de la sabiduría cristiana, como
si lo humano fuera lo contrario de lo divino, o lo pagano fuera lo contrario de lo
cristiano. No, Dios no es el adversario, sino el Creador, Salvador y Plenificador del
mundo y de toda la humanidad.
Por otra parte, no podemos caer en la ingenuidad de canonizar todo lo que
encontramos en la cultura. El Evangelio ilumina y valora la cultura, pero también la
purifica y la corrige. De este modo, en la sabiduría popular debemos, en palabras de
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san Justino, buscar las semillas de la presencia de Cristo y, por otra parte, saber que
Cristo se encuentra parcialmente en ella. Tomando una metáfora utilizada por san
Basilio en una homilía a los jóvenes cristianos aficionados a la lectura de los clásicos
griegos, habría que actuar como la abeja que se posa en una flor y sabe discernir qué
debe tomar y qué debe dejar para poder elaborar la miel más pura.
Un significativo aporte en esta tarea de discernimiento es el libro que hoy nos ofrece
Gastón Soublette. El presente libro no pretende reunir sistemáticamente los refranes,
sino «estudiar su contenido sapiencial», que es considerada «auténtica sabiduría» (p. 9).
Este acercamiento permite llegar a delinear la cosmovisión que es sustento espiritual
de la cultura chilena tradicional. Y tal como hizo Justino y Clemente, en esta
cosmovisión que sustenta los refranes es posible discernir el espíritu cristiano que
anima las convicciones fundamentales de la cultura chilena tradicional.
Por una parte, se aprecia el origen cristiano de algunos refranes dada su simple
dependencia literaria de algunas palabras de Jesús, tales como: «Los últimos serán los
primeros»; o «Dios devuelve el ciento por uno», «Para todos sale el sol». Por otra parte, más
allá de cualquier dependencia textual, es posible descubrir elementos cristianos en
visión de mundo de la sabiduría oral, precisamente por ser genuinamente humana.
Finalmente, es posible apreciar una cierta tensión con una visión no cristiana del
mundo que pervive en la cultura oral expresada por los refranes.
El carácter cristiano de la cosmovisión del refranero se aprecia en una confianza
radical que, al final, el bien triunfa. Si bien, a veces, muy al final: «Dios consiente, pero
no para siempre»; «A nadie le falta Dios»; «Lo que sucede es siempre lo mejor».
La justicia, en definitiva, es la que triunfa: «El criminal va a caballo, y la justicia en
carreta»; que destaca la lentitud, pero la seguridad de la justicia. O bien, «Con la vara
que midas serás medido», que es un refrán evangélico que destaca la justicia final.
Vinculada con esta confianza en la justicia, se encuentra una invitación a desconfiar de
lo vistoso y rápido, y, por el contrario, confiar en lo que aparentemente no brilla: «Lo
que es pequeño hoy, grande será mañana»; «El que sube a mayores, suele quedar en menores»;
«Gloria vana, florece pero no grana»; «No hay desgracia que dure cien años».
Se destacan además los refranes que oponen apariencia a realidad: «La verdad es bella,
pero mal vestida»; «La verdad, aunque severa, es amiga verdadera», o bien, los que
recuerdan que lo aparentemente es insignificante es lo más grande: «La humildad es el
hilo con que se encadena la gloria»; «Ese mendigo que ves, de Dios imagen es»; «El que
desprecia lo poco, pronto llorará lo mucho»; «La espiga, cuanto más plena, más se inclina»
Un caso interesante se aprecia en el capítulo sobre el destino, que Gastón Soublette
afirma que «corresponde a un pensar que es propio de la cultura cristiana» (p. 134). En los
refranes referidos al destino, se dan una serie de ambigüedades que permiten apreciar
la convivencia, aparentemente pacífica, entre la visión cristiana de la historia, la
responsabilidad y la libertad, y la visión griega más trágica e inclinada al fatalismo
astral. Tal como señala Gastón Soublette, expresiones como «el cielo» o «el destino»
pueden tener un significado determinista, en que el cielo se refiere a las constelaciones
de los astros, que determinan fatalmente la vida de los hombre, o bien al cielo
comprendido como un circunloquio para referirse al Dios verdadero. Lo mismo se
puede decir del destino, que se puede entender como fatalidad o como meta de la vida.
Refranes como: «No hay fuerza contra el destino señalado por el cielo», aceptan tanto una
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