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Más adelante, sin embargo, Freud descubrió que no todas las personas eran
hipnotizables, por lo que descartó este tratamiento y lo reemplazó por el método
catártico, a través del cual colocaba la mano en la frente de sus pacientes con el
objeto de que traigan a colación los recuerdos de los que no tenían conocimiento.
Este tratamiento, descripto por él en “Estudios sobre la histeria” (1895) como
“tratamiento por sugestión” fue mutando paulatinamente hasta llegar a lo que es
conocido hoy como el método de la asociación libre. A través de la misma, Freud
invitaba al paciente a decir “todo aquello que se le venga a la mente” (Freud, 1910:
31-34), y era en este diálogo donde aparecían los lapsus, actos fallidos, que
evidenciaban la resistencia que existía en los pacientes, y servían de material para
el análisis. Freud ha fundado en esas bases un arte de interpretación y llamó a
este proceso, de ahora en más, analítico: el psicoanálisis construyó condiciones
de posibilidad para la emergencia de nuevos dispositivos y prácticas de
intervención en torno al sujeto. En este sentido, produjo una ruptura con la
psicología de la conciencia.
“es aquella parte del discurso concreto en cuanto transindividual que falta a la
disposición del sujeto para restablecer la continuidad de su discurso conciente”
(Lacan, 1966: 97).
Entonces todo esto introduce al psicoanálisis como una práctica del lenguaje.
Práctica ante la cual, quizá, se pregunten por qué muchas veces se la asocia con
el silencio.
Para trabajar este tema he tomado dos textos. Parte del texto: “La dirección de la
cura” de Lacan (Escritos 2, un texto bastante complejo) y un texto de una
psicoanalista de Buenos Aires que se llama Irene Kuperwajs publicado en la
revista virtualia que es una revista digital de psicoanálisis. Hay artículos muy
buenos, les recomiendo que entren.
Hay un párrafo del texto que voy a leerles que dice así:
En el silencio hay ausencia de palabras, pero a la vez hay presencia. Hay distintos
silencios. En el diccionario encontramos al silencio emparentado con el mutismo,
con la insonoridad, con la quietud, con la discreción, con el callarse, con la boca
cerrada…Hay silencios que hablan así como hay palabras que no dicen nada. Hay
silencios que demandan. Hay silencios que matan, otros que provocan. Hay
silencios ligados a la impotencia, a la cobardía, a la prudencia. Hay silencios
represivos. Hay silencios que liberan. Hay silencios que angustian.
Lacan decía que "el analista a menudo cree que la piedra filosofal de su oficio
consiste en callarse"[4]
pero también que el analista es libre para hablar sin reglas y que el límite a la
palabra es de otro orden [5].Hay cierta ética del silencio que se articula a una ética
del bien decir. De alguna manera se trata de poner un límite al blabla. El analista
también habla a partir del silencio y podemos agregar que de alguna manera el
secreto, la virtud de la interpretación, es resguardar aquello que no se puede decir.
Lacan destaca tres valores del silencio como regla de la escucha analítica.
El segundo es "no soy quien para juzgar la virtud de esas vidas", suspensión de
todo juicio moral del analista que no es un ejemplo ni un modelo a identificarse.