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LA VISIÓN DEL SACERDOCIO EN LA ESPIRITUALIDAD DE

SAN GREGORIO MAGNO1

P. Erwin Geovanny Rodríguez Cabuya C.M

Para San Gregorio es claro que el fundamento del sacerdocio en la


Iglesia y su misión es Cristo, es decir, su centralidad, su amor, energía y
todo su ser se debe desprender del corazón de Cristo y retornar siempre a
Él como su fuente y como su fundamento, teniendo claro que su misión no
se puede concentrar en sí mismo como ministro sino en la donación de su
vida ya que está unido por el sacramento del bautismo al pueblo santo de
Dios.
Pero, ¿por qué san Gregorio habla de esta manera? ¿Por qué se hace tan
creíble su pasión y entrega, sobre todo su centralidad en Cristo, en el
ministerio, para hablar de una manera tan contundente a los sacerdotes y
obispos de su tiempo, incluso para confrontarse a sí mismo y evaluar su
proceder? Ciertamente parte desde su propia experiencia de vida, de la
capacidad de leer su vida como una historia de salvación donde Dios lo fue
conduciendo con brazo poderoso por caminos jamás recorridos y encontrar
una misión que lo llevaría a la santidad de vida, dando testimonio en medio
de las limitaciones de su propia humanidad.
De esta manera es que San Gregorio se va a referir con frecuencia a lo
humano unido a lo divino, a la acción unida a la contemplación, a la
Palabra unida al servicio pastoral, a la caridad unida a la humildad, etc. Así
la historia de su vocación se vuelve la ruta a seguir y la manera de ver el
sacerdocio con una identidad plena en Cristo Sumo y Eterno Sacerdote.
Al ser Cristo el fundamento del sacerdocio ministerial, San Gregorio no
olvida que este nace en función del sacerdocio común, es decir, nace para
servir al cuerpo de Cristo, a todos los bautizados y a atraer a todos hacia Él
como cabeza. De esta manera el primer don que Jesús da a la misión
sacerdotal es la Palabra de Dios que prepara para acoger el don de la
Eucaristía donde todo sacramento tiene su culmen y expresa la unión
perfecta con Dios.
La Palabra adquiere gran importancia en la vocación y misión del
sacerdote, no puede ser un añadido a su quehacer, debe ser su ser mismo.
La Palabra para el sacerdote no debe ser algo que obviar por sus muchos
estudios o aparente “sabiduría”, la Palabra es en sí misma la razón de ser de
su vida y ministerio, ya que ella le proporciona vida, coherencia, le
1
P. MELONI, La visione del sacerdozio nella spiritualita di San Gregorio Magno.
In. Dizionario di Spiritualita, Biblico-Patristica. Sacerdozio-Sacrificio nei padri di
secoli IV-VI. 63.

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confronta, le ayuda a leer la realidad del pueblo que guía, le interpela; pero
para esto es necesario apasionarse por la Palabra que nace de la voz misma
de Dios que le llamó a tal vocación y donar su vida, como lo ordena el
mismo Cristo, evangelizando y haciendo discípulos a todos los pueblos
bautizándoles en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo (Cf.
Mt 28,19).
Por tanto el sacerdote está llamado a evangelizar a su pueblo, a
descentrarse de sí mismo para encontrar en la persona de Cristo su centro y
su entero amor. Es necesario que el sacerdote sea consciente que su
llamada es una llamada divina, es una llamada de amor, y por lo tanto, debe
responder con amor. Este amor que debe haber en su corazón de pastor a
imagen de Cristo le llevará a conocer y experimentar que no ha sido
llamado para servirse a sí mismo, o por sus grandes dones, sino que en su
debilidad el Señor le ha llamado a ser hermano entre los hombres, a que su
ministerio es para los otros y no para sí mismo. A ver con caridad pastoral
todo lo que haga, no para vanagloria, sino el sentido mismo de su misión de
pastor de conducir el rebaño a su único Pastor eterno.
La vocación del presbítero, como lo explica el mismo San Gregorio, es
una invitación en primer lugar a escuchar con un corazón abierto la
llamada, a que su corazón sea dócil, y a tener disponibilidad al aceptar esta
misión que el Señor mismo le da en el sacramento del Orden para estar
siempre listo a ir donde Él quiera enviarle como discípulo. Así el sacerdote
puede volverse testimonio con su propia vida y motivo para que otros sean
atraídos al Señor y sentir la llamada de Dios en sus corazones a su servicio
en el sacerdocio ministerial.
Hoy el sacerdote debe volver a ser consciente de esta respuesta de amor
que debe dar cada día al Señor. Pero creo que primero debe recobrar el
sentido de la conciencia de ser discípulo. Si el discípulo aprende realmente
de su Maestro, amará más profundamente sus palabras, estará siempre
dispuesto, incluso en los momentos de duda, sabrá recurrir a su ayuda
cuando se sienta sin las fuerzas suficientes para caminar, encontrará en su
Maestro no sólo la persona que enseña y muestra un camino, sino al amigo
y confidente al cual abandona su corazón para renovar el sí de cada día.
El sacerdote también debe todos los días aprender más de la Palabra y de
su Señor. Todos los días se vuelven la posibilidad para crecer y para que
cada experiencia vivida sea una escuela donde Dios habla y su siervo
escucha con atención y da la una palabra justa en el momento adecuado.
Por este motivo el ser contemplativos en la acción no puede quedarse sólo
en una palabra escrita y muy rica en su profundidad. Debemos aprender a
contemplar a Dios en cada cosa que hagamos para que Dios esté en cada
cosa.

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Aprender a contemplar en la acción es tener la capacidad de
sorprenderse, de admirarse cómo Dios le habla en la sencillez de la
creación y en la fatiga de su trabajo sin caer en la rutina, sino haciendo las
cosas nuevas cada día. De esta manera la vida de oración del sacerdote
debe ser fundamental, no sólo como obligación de una liturgia sino como la
posibilidad y belleza del encuentro que tiene cara a cara con el Señor para
allí hablar de lo que cerca su corazón. Un sacerdote de oración será capaz
de todo, será capaz de responder y dar lo mejor de sí, será desprendido del
mundo y amante de los proyectos de su Señor, será compasivo.
San Vicente de Paúl, en el siglo XVII, decía un día a sus sacerdotes
misioneros:
«La Iglesia no tiene peores enemigos que los sacerdotes. De ellos es de
donde han nacido las herejías: testigos son esos dos heresiarcas Lutero y
Calvino, que eran sacerdotes; por los sacerdotes es como se han impuesto los
herejes, reinan los vicios y la ignorancia ha establecido su trono entre el pobre
pueblo; y esto por culpa de sus propios desórdenes y por no haberse opuesto
con todas sus fuerzas, como tenían obligación, a esos tres torrentes que han
inundado la tierra»2.
De esta manera daba a entender como el sacerdote debe ser coherente
con su vida y llamado. Cada sacerdote está llamado a esta renovación de su
fe, vocación y espiritualidad, la cual tiene siempre su centro en Cristo, la
Palabra, la Eucaristía, los sacramentos y la caridad que debe reflejar y
encarnar, pues su misión es la de ser otro Cristo, en persona de Cristo.
Un punto especial que subraya con insistencia San Gregorio es la
importancia del acompañamiento en el discernimiento de la vocación y la
idoneidad del que es llamado al ministerio sacerdotal y episcopal. Con
fuerza recuerda que el corazón de sacerdote debe ser humilde, nunca debe
buscar estar por encima de los otros, no debe enamorarse del poder, sino
del servicio a semejanza de Cristo, amando a los pobres, teniendo corazón
compasivo expresado de manera real en su modo de vivir y encarnar la
caridad en cada gesto, buscando amar en libertad, ofreciendo su vida, sus
angustias y esperanzas siempre por la salvación de quienes se le ha
encomendado y de sí mismo.
No puede olvidar el sacerdote que su misión en el mundo, es la misma
misión de Cristo; no puede olvidar nunca que su llamada se renueva cada
día en su historia de vida a los pies del altar donde ofrece la vida de Cristo
y la suya misma siendo testigo de su obra; no puede olvidar el sacerdote
que sus manos están hechas para bendecir, para tocar la miseria del corazón
y llevarla a Dios fuente de perdón, amor y caridad.

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SV XII, 85-86; ES XI, 392. Conferencia del 6 de diciembre 1658.

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