Era la víspera de Navidad y Carlitos había decidido
que ese año iba a quedarse toda la noche despierta
esperando la llegada de Santa. El niño hacía tiempo que se preguntaba cuál era la magia que le permitía volar por sobre toda la ciudad, visitando cada chimenea de cada casa. Sus ojos se cerraban de sueño, cuando vio pasar a través de su ventana un diminuto trineo conducido por un anciano de barba blanca, abrigado y todo sucio. – “Es ese, tiene que serlo”, – pensó Carlitos quien bajó corriendo al salón en el que ya se encontraba Santa llenando los calcetines de regalos. Sin temor ninguno se le tiro encima. Santa lo miró tiernamente y le preguntó. – “¿Qué haces todavía despierto, no sabes que hasta mañana no puedes ver tus regalos?” A lo que Carlitos le contestó firmemente. – “Santa te he estado esperando toda la noche porque quiero pedirte un regalo especial en esta Navidad. Quiero que me lleves contigo en tu trineo y me dejes ayudarte a repartir la alegría y los regalos a los niños”. Santa lo pensó durante unos segundos y le contestó. – “Pues sabes que, esta noche vas a hacer mi copiloto, te has portado muy bien este año así que te lo mereces”. Subieron sin más al trineo lleno de juguetes que estaba aparcado en el techo y volaron por los cielos más rápido que el viento. Durante el camino Santa silbaba, reía y llamaba a sus renos por sus nombres ¡Apúrense que los niños esperan! Y casi en un parpadear Carlitos y Santa visitaron todos los hogares de la ciudad, dejando los regalos de cada niño. A la mañana siguiente Carlitos se levantó de su cama y recordó cada detalle de la increíble noche que había pasado. Sin saber si aquello había sido un sueño o realmente había ocurrido, bajó corriendo las escaleras y encontró sus regalos. De algo sí estaba seguro, y es que Santa había estado allí.