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CRIMINOLOGÍA DEL DESARROLLO


Y DEL CURSO DE LA VIDA
DAVID P. FARRINGTON
Instituto de Criminología,
Universidad de Cambridge

1. Introducción

En este trabajo revisaré cuatro cuestiones clave dentro de la Criminología del


desarrollo y del curso de la vida (DCL: developmental and life-course Crimino-
logy): el desarrollo de la conducta delictiva y antisocial a lo largo del curso vital,
los factores de riesgo y de protección, los efectos de los acontecimientos vitales
y cambios dentro de las personas, y las principales teorías de la Criminología del
desarrollo y del curso de la vida (véase Farrington, 2003a).
A la hora de llevar a cabo esta investigación sobre el desarrollo, los factores
de riesgo, los acontecimientos vitales y las teorías de la Criminología del desarro-
llo y del curso de la vida, es fundamental realizar encuestas longitudinales pros-
pectivas. Me referiré especialmente a los conocimientos adquiridos en el Estudio
de Cambridge sobre el Desarrollo de la Delincuencia, que es un estudio longitu-
dinal prospectivo de más de 400 varones de Londres con edades comprendidas
entre los 8 y los 48 años (Farrington, 1995, 2003b). En general, los resultados
obtenidos en las encuestas longitudinales británicas sobre delincuencia (por ejem-
plo, Kolvin et al., 1990; Wadsworth, 1979) concuerdan en gran medida con los obte-
nidos en estudios comparables de América del Norte (por ejemplo, Capaldi y
Patterson, 1996; Farrington y Loeber, 1999), de los países escandinavos (por ejem-
plo, Klinteberg et al., 1993; Pulkkinen, 1988), y Nueva Zelanda (por ejemplo,
Fergusson et al., 1994; Henry et al., 1996), y desde luego con los resultados obte-
nidos en estudios británicos que incluyen una muestra representativa (por ejem-
plo, Flood-Page et al., 2000; Graham y Bowling, 1995).
La razón principal por la que la criminología del desarrollo y del curso vital
adquirió importancia durante la década de 1990 fue por el enorme volumen e
importancia de la investigación longitudinal sobre la delincuencia publicada
durante esta década. Tuvieron una particular influencia los tres estudios sobre
«Causas y Correlatos» montados inicialmente por la Oficina de Estados Unidos
sobre Justicia Juvenil y Prevención de la Delincuencia de Denver, Pittsburgh y
Rochester (Huizinga et al., 2003; Loeber et al., 2003; Thornberry et al., 2003). Otros
proyectos longitudinales importantes destacados en la década de 1990 fueron el
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Proyecto de Desarrollo Social de Seattle (Hawkins et al., 2003), el estudio Dune-


din de Nueva Zelanda (Moffitt et al., 2001), el estudio Experimental Longitudi-
nal de Montreal (Tremblay et al., 2003), y otros análisis posteriores llevados a
cabo por Sampson y Laub (1993) del estudio clásico de los Glueck.
Las teorías de la DLC tratan de explicar la delincuencia llevada a cabo por las
personas (en contraposición, por ejemplo, a los índices de delincuencia de las áreas).
La «delincuencia» se refiere a la mayor parte de los delitos comunes de hurto,
robo, robo con violencia, violencia, vandalismo, fraude menor y utilización de dro-
gas, y al comportamiento que en principio puede dar lugar a una condena en las
sociedades industrializadas occidentales como las de Estados Unidos y el Reino
Unido. La mayor parte de la investigación se ha centrado en los varones.
La delincuencia se mide comúnmente utilizando bien los registros oficiales de
arrestos o condenas o los autoinformes de delincuencia. La cuestión clave es si se
obtienen los mismos resultados con ambos. Por ejemplo, si ambos muestran un
vínculo entre la supervisión parental y la delincuencia, es probable que la super-
visión esté relacionada con el comportamiento delictivo (más que con cualquier
parcialidad en la medida). En general, los delincuentes que cometen los delitos
más graves de acuerdo con los autoinformes (teniendo en cuenta la frecuencia y
gravedad) tienden a ser también los que cometen los delitos más graves de acuer-
do con los registros oficiales (Huizinga y Elliott, 1986). En el estudio de Cambrid-
ge, los factores de predicción y correlatos de la delincuencia oficial y autoinfor-
mada fueron muy similares (Farrington, 1992c).

2. Desarrollo

2.1. Prevalencia

Aun cuando es medida por condenas, la prevalencia acumulativa de la delin-


cuencia es sustancial. En el estudio de Cambridge, un 40% de los varones fueron
condenados hasta la edad de 40 años (Farrington et al., 1998). De acuerdo con
las cifras nacionales para Inglaterra y Gales (Prime et al., 2001), el 33% de los varo-
nes y el 9% de las mujeres nacidos en 1953 fueron condenados hasta una edad de
45 años por un delito de «lista estándar» (es decir, un delito más grave, excluidas,
por ejemplo, las infracciones de tráfico y la embriaguez). La prevalencia de los deli-
tos se eleva hasta un punto máximo en los últimos años de la adolescencia (entre
los 15 y los 19 años) y luego desciende (Farrington, 1986).
Se han propuesto muchas teorías para explicar por qué los delitos (especial-
mente los cometidos por varones) alcanzan un punto máximo en los años de ado-
lescencia. La explicación más popular pone énfasis en la importancia de las
influencias sociales. Desde el nacimiento, los hijos se hallan bajo la influencia de
sus padres, que en general desaniman a la comisión de delitos. Sin embargo,
durante sus años de adolescencia, los jóvenes se apartan gradualmente del con-
trol de sus padres, y reciben la influencia de sus compañeros, que en muchos casos
pueden animar a la comisión de delitos. Después de los 20 años, la delincuencia
desciende nuevamente, ya que las influencias de los compañeros dan paso a un
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nuevo grupo de influencias familiares hostiles a la delincuencia, que tienen su


origen en las esposas y compañeras del sexo femenino.
Por supuesto, la prevalencia de la delincuencia de acuerdo con los autoinfor-
mes es aún mayor. En los estudios longitudinales a gran escala de Denver, Roches-
ter y Pittsburgh, la prevalencia anual de los «delitos callejeros» (robo, hurto gra-
ve, robo con violencia, agresión con agravante, etc.) aumentó por debajo de un
15% a la edad de 11 años hasta casi un 50% a la edad de 17 años (Huizinga et al.,
1993). De modo similar, en el Estudio Nacional sobre la Juventud de Estados
Unidos, la prevalencia anual de la violencia autoinformada aumentó hasta un
punto máximo del 28% para los varones de 17 años, y del 12% para las mujeres
de edades comprendidas entre los 15 y los 17 años (Elliott, 1994).

2.2. Inicio y continuidad

La investigación sobre la carrera delictiva utilizando registros oficiales de


delincuencia suele mostrar una edad máxima de inicio entre los 13 y los 16 años.
En el estudio de Cambridge, la edad máxima de inicio estaba situada en los 14
años; el 5% de los varones fueron condenados por primera vez a esa edad (Farring-
ton, 1992a). Las curvas de inicio hasta la edad de 25 años de varones de la clase
obrera en Londres y Estocolmo fueron bastante similares (Farrington y Wikström,
1994). Las secuencias de inicio fueron estudiadas para delincuentes de Montreal
por LeBlanc y Frechette (1989). Descubrieron que los hurtos en tiendas y el van-
dalismo tendían a suceder antes de la adolescencia (edad media de inicio de 11
años), el robo y el robo de vehículos de motor en la adolescencia (edad media de
inicio entre los 14 y los 15 años), y los delitos sexuales y de tráfico de drogas en
los últimos años de la adolescencia (edad media de inicio entre los 17 y los 19 años).
En el estudio de Cambridge, los varones que fueron condenados por primera
vez a las edades más tempranas (entre 10 y 13 años), tendían a convertirse en los
delincuentes más persistentes, que cometían una media de 9 delitos que dan lugar
a condenas en una carrera delictiva de 12 años de duración, hasta los 40 años
(Farrington et al., 1998). De modo similar, Farrington y Wikström (1994), utili-
zando los registros oficiales de Estocolmo, LeBlanc y Frechette (1989) en Mon-
treal, utilizando ambos autoinformes y los registros oficiales, mostraron que la
duración de las carreras delictivas disminuyó con el aumento de la edad de ini-
cio. En general, es cierto que una edad de inicio temprana de conducta antisocial
predice una carrera antisocial larga y grave (Loeber y LeBlanc, 1990).
En general, existe una continuidad significativa entre los delitos en un abani-
co de edad y en otro de los delitos. En el estudio de Cambridge, prácticamente las
tres cuartas partes (un 73%) de las personas condenadas como delincuentes juve-
niles a edades comprendidas entre los 10 y los 16 años volvieron a sufrir condena
como delincuentes juveniles entre los 17 y los 24 años, en comparación con tan solo
un 16% correspondiente a aquellos que no fueron condenados como delincuen-
tes juveniles (Farrington, 1992a). Prácticamente la mitad (45%) de los condenados
como delincuentes juveniles volvieron a ser condenados entre los 25 y los 32 años, en
comparación con tan solo un 8% correspondiente a aquellos que no fueron
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condenados como delincuentes juveniles. Asimismo, esta continuidad en el tiem-


po no reflejó realmente una continuidad en la reacción de la policía contra la delin-
cuencia. Para 10 delitos especificados, la continuidad significativa entre los delitos
de un abanico de edad y los delitos cometidos en un abanico de edad posterior,
fueron objeto de autoinformes así como de condenas oficiales (Farrington, 1989).
Otros estudios mostraron una continuidad similar en la delincuencia. Por
ejemplo, en Suecia, Stattin y Magnusson (1991) comentaron que prácticamente
un 70% de los varones registrados por delitos antes de la edad de 15 años volvie-
ron a ser registrados entre las edades de 15 y 20 años, y prácticamente un 60%
fueron registrados entre las edades de 21 y 29 años. Asimismo, el número de deli-
tos juveniles predice eficazmente el número de delitos adultos (Wolfgang et al.,
1987). Se dio una continuidad considerable en los delitos comprendidos entre las
edades de los 10 y los 25 años, tanto en Londres como en Estocolmo (Farring-
ton y Wikström, 1994).
Continuidad significa que existe una estabilidad relativa de la ordenación de las
personas en la medida de la conducta antisocial a lo largo del tiempo, y que
las personas que cometen un número relativamente elevado de delitos durante
un abanico de edad tienen una elevada probabilidad de cometer también un
número relativamente elevado de delitos durante otro abanico de edad. Sin embar-
go, ninguna de estas afirmaciones es incompatible con la afirmación de que la pre-
valencia del delito varía con la edad o de que muchos niños antisociales se con-
vierten en adultos cumplidores. La estabilidad dentro de las personas en la
ordenación antisocial es perfectamente compatible con un cambio dentro de las
personas en cuanto a conducta a lo largo del tiempo (Farrington, 1990a). Por
ejemplo, las personas pueden pasar de la crueldad hacia los animales a los 6 años,
al hurto en tiendas a los 10 años, al robo a los 15 años, al robo con violencia a
los 20 años, y la agresión al cónyuge y abuso de los hijos más adelante en la vida.
Otro descubrimiento importante de la criminología del desarrollo y del curso
vital es que una pequeña fracción de la población (los «delincuentes crónicos»)
comete una amplia fracción de todos los delitos (Farrington y West, 1993). Asi-
mismo, existe un gran volumen de investigación criminológica sobre otros rasgos
de las carreras delictivas como el desistimiento, la duración de las carreras, la
escalada y la desescalada (Farrington, 1997), pero no hay lugar para revisar estas
cuestiones en este trabajo.

2.3. Versatilidad

En general, los delincuentes son versátiles más que especializados en sus deli-
tos. En el estudio de Cambridge, el 86% de los delincuentes violentos también
sufrieron condenas por delitos no violentos (Farrington, 1991). En el Estudio
sobre la Juventud de Oregón, los delincuentes violentos y no violentos que delin-
quieron con la misma frecuencia resultaron muy similares en sus características
durante la infancia y la adolescencia (Capaldi y Patterson, 1996). Los estudios sobre
matrices de transición que resumen la probabilidad de que un tipo de delito ten-
ga lugar después de otro muestran que existe un pequeño grado de especificidad
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sobreimpuesto en una gran generalidad de la delincuencia juvenil (Farrington et


al., 1988).
El estudio de Cambridge muestra que la delincuencia está relacionada con
muchos otros tipos de conducta antisocial. Los chicos que fueron condenados antes
de los 18 años (sobre todo por delitos, como el robo y el hurto) fueron conside-
rablemente más antisociales que los no delincuentes en casi todos los factores
que fueron investigados a esa edad (West y Farrington, 1977). Los delincuentes
condenados bebían más cerveza, se emborrachaban más a menudo, y era más
probable que se dijese de ellos que la bebida les hacía violentos. Fumaban más ciga-
rrillos, comenzaban a fumar a una edad más temprana, y era más probable que
fuesen jugadores empedernidos. Era más probable que hubiesen sido condenados
por faltas por infracción del código de circulación, que hubiesen conducido des-
pués de beber al menos 10 unidades de alcohol (por ejemplo, cinco pintas de cer-
veza), y que hubiesen sido heridos en accidentes de tráfico.
Era más probable que los delincuentes hubiesen ingerido drogas prohibidas
como la marihuana o el LSD, aunque muy pocos de ellos habían sufrido conde-
nas por delitos relacionados con las drogas. Asimismo, era más probable que
hubiesen mantenido relaciones sexuales, especialmente con una gran variedad
de chicas, comenzando a una edad temprana, pero era menos probable que uti-
lizasen métodos anticonceptivos. Era más probable que los delincuentes saliesen
por las noches, y especialmente probable que pasasen su tiempo holgazaneando
en la calle. Tendían a circular en grupos de cuatro o más, y era más probable que
se viesen involucrados en violencia de grupo o vandalismo. Era más probable
que hubiesen participado en peleas físicas, que hubiesen comenzado peleas, que
hubiesen llevado armas, y que hubiesen utilizado armas en las peleas. También
era más probable que expresasen actitudes agresivas y contrarias a la clase diri-
gente en cuestionarios (respuestas negativas respecto a la policía, a los colegios,
las personas ricas y los funcionarios).

2.4. Codelincuencia y motivos

La mayoría de los delitos hasta los últimos años de la adolescencia se come-


ten con otros, mientras que la mayoría de los delitos cometidos de los 20 años en
adelante son perpetrados en solitario (Reiss y Farrington, 1991). Este cambio no
tiene su origen en procesos de abandono, ni en el hecho de que los delincuentes
en grupo desistan antes que los delincuentes en solitario. En vez de eso, se pro-
duce un cambio dentro de las personas; las personas cambian de la delincuencia
en grupo a la delincuencia en solitario a medida que van creciendo. Las razones
que se dan para la delincuencia hasta los últimos años de la adolescencia son
bastante variables, incluidas las utilitarias (por ejemplo, obtener bienes materia-
les o la venganza), la emoción o el entretenimiento (o remediar el aburrimiento),
o el hecho de que las personas se enfaden (en el caso de los delitos violentos). En
contraposición, desde los 20 años en adelante, los motivos utilitarios pasaron a
ser cada vez más dominantes (Farrington, 1993b).
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3. Factores de riesgo y de protección

Se necesitan datos longitudinales para establecer la ordenación temporal de los


factores de riesgo y la conducta antisocial. En estudios de correlación o que inclu-
yen una muestra representativa, es extremadamente difícil llegar a conclusiones
válidas sobre la causa y el efecto. Debido a la dificultad de establecer los efectos
causales de los factores que varían únicamente entre las personas (por ejemplo,
el género y la etnia), y debido a que dichos factores no tienen implicaciones prác-
ticas respecto a la intervención (por ejemplo, no es posible convertir a los hom-
bres en mujeres), las variables que no pueden modificarse no van a ser revisadas
aquí. Sus efectos sobre la conducta antisocial suelen explicarse mediante la refe-
rencia a otros factores modificables. Por ejemplo, las diferencias de género en la
conducta antisocial se han explicado sobre la base de diferentes métodos de socia-
lización utilizados por los padres con niños y niñas, o de diferentes oportunida-
des de delincuencia por parte de varones y mujeres. Debido a limitaciones de
espacio, únicamente van a mencionarse aquí los factores de riesgo individuales
y familiares más importantes (para revisiones más detalladas, véase Farrington,
2006). Se sabe menos acerca de los factores de riesgo biológicos, y correspon-
dientes al grupo de amigos, el colegio, o el vecindario. Se trata de centrarse en comu-
nicar resultados empíricos; para comentarios acerca de hipótesis alternativas
sobre mecanismos causales, véase Farrington (2002).

3.1. Impulsividad

La impulsividad es la dimensión más crucial de la personalidad que predice


una conducta antisocial (Lipsey y Derzon, 1998). Desafortunadamente, existe
un desconcertante número de construcciones sobre la escasa capacidad de con-
trolar la conducta. Estas incluyen la impulsividad, la hiperactividad, la agita-
ción, la torpeza, el hecho de no considerar las consecuencias antes de actuar, una
escasa capacidad de planear hacia el futuro, las perspectivas a corto plazo, un escaso
autocontrol, la búsqueda de sensaciones, la adopción de riesgos, y una escasa capa-
cidad de retrasar las gratificaciones.
Muchos estudios muestran que la hiperactividad predice una delincuencia
posterior. En el proyecto perinatal de Copenhague, la hiperactividad (inquietud
y poca concentración) a las edades comprendidas entre los 11 y los 13 años pre-
dijeron significativamente arrestos por violencia hasta la edad de 22 años, espe-
cialmente entre los chicos que experimentaron complicaciones de entrega (Bren-
nan et al., 1993). De modo similar, en el estudio longitudinal Orebro de Suecia,
la hiperactividad a la edad de 13 años predijo una violencia registrada por la
policía hasta la edad de 26 años. El mayor índice de violencia se dio entre los
varones con inquietud motora y dificultades de concentración (15%), en compa-
ración con un 3% correspondiente al resto (Klinteberg et al., 1993).
En el estudio de Cambridge, los chicos que los profesores consideraron con fal-
ta de concentración o agitación, detectados por los padres, compañeros, o pro-
fesores como los más atrevidos o los que asumen más riesgos, y aquellos que fue-
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ron los más impulsivos en las pruebas psicomotoras a unas edades de entre 8 y
10 años, tendían a convertirse en delincuentes más adelante en su vida. El atre-
vimiento, la escasa concentración y la agitación predijeron condenas oficiales y
delincuencia autoinformada, y consecuentemente, el atrevimiento fue uno de los
mejores factores independientes de predicción (Farrington 1992c). Resulta inte-
resante que Farrington et al. (1990) hallaron que la hiperactividad predice la
delincuencia juvenil con independencia de los problemas de conducta. Lynam
(1996) propuso que los chicos con hiperactividad y desordenes de conducta se halla-
ban más en el riesgo de delincuencia crónica y psicopatía, y Lynam (1998) pre-
sentó pruebas a favor de esta hipótesis incluidas en el Estudio sobre la Juventud
de Pittsburgh.
La investigación más amplia sobre las diferentes medidas de impulsividad fue
llevada a cabo en el Estudio sobre la Juventud de Pittsburgh realizado por Whi-
te et al. (1994). Las medidas que estaban más relacionadas con la delincuencia
autoinformada a las edades de 10 y 13 años fueron la impulsividad valorada por
los profesores (por ejemplo, actos realizados sin pensar), la impulsividad autoin-
formada, el subcontrol autoinformado (por ejemplo, la imposibilidad de retra-
sar la gratificación), la inquietud motora (a partir de observaciones mediante
video), y la impulsividad psicomotora (en el test de marcado de huellas). En gene-
ral, las pruebas de medida de conducta verbal produjeron relaciones más fuertes
con la delincuencia que las pruebas de resultados psicomotores, lo que sugiere que
la impulsividad cognitiva fue más relevante que la impulsividad de conducta
(basada en los resultados de las pruebas). La percepción del tiempo futuro y el
retraso de las pruebas de gratificación tuvieron una relación escasa con la delin-
cuencia autoinformada.

3.2. Inteligencia escasa y rendimiento escolar bajo

La escasa inteligencia y el bajo rendimiento escolar son factores importantes


que predicen la delincuencia (Moffitt, 1993b). Un CI bajo medido en los prime-
ros años de la vida predice una delincuencia posterior. En un estudio longitudi-
nal prospectivo de unos 120 varones en Estocolmo, un CI bajo medido a la edad
de 3 años predijo de un modo significativo una delincuencia oficial registrada
hasta la edad de 30 años (Stattin y Klackenberg-Larsson, 1993). Los delincuen-
tes reiterativos (con 4 delitos o más) mostraron un CI medio de 88 a la edad de
3 años, mientras que los no delincuentes mostraron un CI medio de 101. Todos
estos resultados se mantuvieron después del control de la clase social. De modo
similar, un CI bajo a la edad de 4 años predijo arrestos hasta la edad de 27 años
en el proyecto preescolar de Perry (Schweinhart et al., 1993), y delincuencia has-
ta los 17 años en el Proyecto Perinatal de Colaboración (Lipsitt et al., 1990).
En el estudio de Cambridge, la mitad de los chicos que obtuvieron una pun-
tuación de 90 o menor en un test de CI no verbal (Matrices Progresivas de Raven)
a edades de entre 8 y 10 años fueron condenados como delincuentes juveniles en
relación con el resto (West y Farrington, 1973). Resultó difícil desconectar un CI
bajo de un escaso rendimiento escolar, ya que estaban interrelacionados en extre-
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mo y ambos predecían la delincuencia. Un CI bajo no verbal predijo una delin-


cuencia autoinformada juvenil hasta prácticamente el mismo grado que en el
caso de las condenas juveniles (Farrington, 1992c), lo que sugiere que el vínculo
entre un CI bajo y la delincuencia no fue ocasionado por los chicos menos inte-
ligentes con una mayor probabilidad de ser capturados. Asimismo, un CI bajo y
un rendimiento escolar bajo predijeron la delincuencia con independencia de
otras variables como unos ingresos familiares bajos y una gran dimensión de la
familia (Farrington, 1990b).
Un CI bajo puede dar lugar a la delincuencia a través del factor de interven-
ción del fracaso escolar. La relación entre fracaso escolar y delincuencia se ha
demostrado repetidamente en estudios longitudinales. En el Estudio sobre la
Juventud de Pittsburgh, Lynam et al. (1993) concluyeron que un CI verbal bajo
dio lugar al fracaso escolar, y posteriormente a la delincuencia autoinformada,
aunque únicamente en el caso de chicos afroamericanos. Otro factor plausible
de explicación que subyace al vínculo entre un CI bajo y la delincuencia es la
capacidad de manipular conceptos abstractos. Los chicos a los que se les da mal
tienden a obtener malos resultados en los tests de CI y en cuanto a rendimiento
escolar, y también tienden a cometer delitos, fundamentalmente debido a su esca-
sa capacidad de prever las consecuencias de los mismos. Con frecuencia, los delin-
cuentes obtienen mejores resultados en tests de CI no verbales, como la asocia-
ción de objetos y diseño de bloques, que en tests verbales de CI (Moffitt, 1993b),
lo que sugiere que les resulta más fácil trabajar con objetos concretos que con con-
ceptos abstractos.

3.3. Educación de los niños y abuso de los niños

De todos los factores relacionados con la educación de los niños, la escasa


supervisión parental es el factor de predicción de la delincuencia más fuerte y
más replicable (Smith y Stern, 1997), y la disciplina dura o punitiva (que impli-
ca el castigo físico) es asimismo un importante factor de predicción (Haapasalo
y Pokela, 1999). Los estudios longitudinales clásicos realizados por McCord
(1979) en Boston, y Robins (1979) en San Luis muestran que la escasa supervi-
sión parental, la disciplina dura y una actitud de rechazo predicen la delincuen-
cia. Se obtuvieron resultados similares en el estudio de Cambridge. La discipli-
na parental dura o errática, las actitudes parentales crueles, pasivas o de abandono,
y la escasa supervisión parental, todas ellas medidas a la edad de 8 años, predi-
jeron condenas juveniles posteriores y una delincuencia autoinformada (West y
Farrington, 1973). En general, la presencia de cualquiera de estas características
familiares adversas dobló el riesgo de una condena juvenil posterior.
Parece existir una transmisión significativa intergeneracional de la conducta
agresiva y violenta de padres a hijos, tal y como Widom (1989) halló en un estu-
dio sobre abuso de los niños en Indianápolis. Era bastante probable que los niños
que sufrieron abusos físicos hasta la edad de 11 años se convirtiesen en delin-
cuentes violentos durante los 15 años siguientes (Maxfield y Widom, 1996). De
modo similar, en el Estudio sobre Desarrollo de la Juventud de Rochester, Smith
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y Thornberry (1995) mostraron que el maltrato registrado a niños de edades infe-


riores a 12 años predijo una violencia autoinformada entre las edades de 14 y 18
años, con independencia del género, etnia, el nivel socioeconómico, y la estruc-
tura familiar. La amplia revisión llevada a cabo por Malinosky-Rummell y Han-
sen (1993) confirma que sufrir abusos de niño predice la delincuencia posterior
violenta y no violenta.

3.4. Conflictos parentales y familias rotas

Muchos estudios muestran que los hogares rotos o las familias rotas predicen la
delincuencia (Wells y Rankin, 1991), y que los conflictos parentales predicen una
conducta antisocial posterior (Buehler et al., 1997). En el estudio de Newcastle
(Inglaterra) realizado a cien familias, Kolvin et al. (1988) comentaron que la
ruptura conyugal (divorcio o separación) en los primeros cinco años de los hijos
predijeron sus condenas posteriores hasta los 32 años. De modo similar, en el
estudio de Dunedin, en Nueva Zelanda, Henry et al. (1993) descubrieron que los
niños expuestos a discordias entre sus padres, y a multitud de cambios de cuida-
dores tendían a convertirse en personas antisociales y delincuentes.
La mayoría de los estudios sobre hogares rotos se han centrado en la pérdida
del padre más que en la de la madre, simplemente porque la pérdida de un padre
es mucho más común. En Boston, McCord (1982) realizó un estudio interesan-
te sobre la relación entre hogares rotos por la pérdida del padre biológico y la pos-
terior delincuencia grave por parte de los hijos. Descubrió que la prevalencia de
la delincuencia era elevada respecto a los chicos educados en hogares rotos sin
madres afectuosas (62%), y respecto a los educados en hogares unidos caracteri-
zados por conflictos parentales (52%), con independencia de que tuviesen madres
afectuosas. La delincuencia fue baja respecto a quienes fueron educados en hoga-
res unidos sin conflicto (26%) e igualmente baja —lo cual resulta importante—
respecto a los chicos educados en hogares rotos con madres afectuosas (22%).
Estos resultados sugieren que el hogar roto no es tan criminógeno como el con-
flicto parental que lo ocasiona, y que una madre afectuosa puede compensar en
cierto modo la pérdida de un padre.
En el estudio de Cambridge, tanto las separaciones temporales como perma-
nentes de los padres biológicos antes de la edad de 10 años (normalmente del
padre) predijeron condenas y delincuencia autoinformada, siempre que no hubie-
sen sido ocasionadas por la muerte u hospitalización (Farrington, 1992c). Sin
embargo, los hogares rotos a una edad muy temprana (inferior a los 5 años) no
fueron excepcionalmente criminógenos (West y Farrington, 1973). La separación
anterior a la edad de 10 años predijo condenas tanto juveniles como adultas
(Farrington, 1992b), y predijo condenas hasta los 32 años, con independencia
del resto de los factores como unos ingresos familiares bajos o un nivel de forma-
ción escolar bajo (Farrington, 1993a).
Las explicaciones sobre la relación entre familias rotas y delincuencia se divi-
den en tres clases principales. Las teorías sobre el trauma sugieren que la pérdi-
da de un padre tiene un efecto dañino sobre un hijo, sobre todo debido al efecto
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de vinculación al padre. Las teorías sobre el curso vital se centran en la separa-


ción como secuencia de experiencias estresantes, y en los efectos de múltiples fac-
tores de estrés como los conflictos parentales, la pérdida de los padres, las circuns-
tancias económicas reducidas, los cambios en las figuras de los padres, y los
métodos deficientes de educación de los hijos. Las teorías sobre la selección argu-
mentan que de las familias rotas surgen hijos delincuentes debido a las diferen-
cias preexistentes respecto a otras familias en cuanto a factores de riesgo como
los conflictos parentales, unos padres delincuentes o antisociales, unos ingresos
familiares bajos o métodos deficientes de educación de los hijos.
Las hipótesis derivadas de las tres teorías fueron probadas en el estudio
de Cambridge (Juby y Farrington, 2001). Mientras que los chicos procedentes de
hogares rotos (familias permanentemente rotas) resultaron ser más delincuentes
que los chicos procedentes de hogares intactos, sin embargo no resultaron más
delincuentes que los chicos procedentes de familias intactas elevadamente conflic-
tivas. En general, el factor más importante fue la trayectoria posterior a la rup-
tura. Los chicos que permanecieron con su madre después de la separación mos-
traron el mismo índice de delincuencia que los chicos procedentes de familias
intactas con un escaso nivel de conflicto. Los chicos que permanecieron con su
padre, con parientes u otros (por ejemplo, padres adoptivos) mostraron unos
índices elevados de delincuencia. Se concluyó que los resultados favorecieron a
las teorías del curso vital más que a las teorías sobre el trauma o a las teorías
sobre la selección.

3.5. Padres delincuentes

En sus estudios longitudinales clásicos, McCord (1977) y Robins et al. (1975)


mostraron que los padres delincuentes tendían a tener hijos delincuentes. En el
estudio de Cambridge, resultó destacable la concentración de los delitos en un
pequeño número de familias. Menos de un 6% de las familias fueron responsa-
bles de la mitad de las condenas delictivas de todos los miembros (padres, madres,
hijos, e hijas) de las 400 familias (Farrington et al., 1996). El hecho de tener una
madre, un padre, un hermano o una hermana condenados predijo de un modo
significativo las propias condenas de los chicos. Las relaciones entre personas del
mismo sexo fueron más fuertes que las relaciones entre personas del sexo opues-
to, y los hermanos mayores resultaron ser factores de predicción más fuertes que
los hermanos menores. Asimismo, los padres condenados y los hermanos delin-
cuentes estuvieron relacionados con la delincuencia autoinformada y oficial de
los chicos (Farrington, 1979).
Se obtuvieron resultados similares en el estudio sobre la Juventud de Pitts-
burgh. Los arrestos de los padres, madres, hermanos, hermanas, tíos, tías, abue-
los y abuelas predijeron la propia delincuencia de los chicos (Farrington et al., 2001).
El pariente más importante fue el padre; los arrestos de los padres predijeron la
delincuencia de los chicos con independencia del resto de los parientes arresta-
dos. Tan solo un 8% de las familias representaron el 43% de los miembros arres-
tados de las familias.
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DAVID P. FARRINGTON 249

3.6. Familias numerosas

Muchos estudios muestran que las familias numerosas predicen la delincuen-


cia (Fischer, 1984). Por ejemplo, en el Estudio Nacional del Reino Unido sobre
Salud y Desarrollo, Wadsworth (1979) descubrió que el porcentaje de los chicos
que oficialmente eran delincuentes aumentó desde un 9% para las familias con
un hijo hasta un 24% para las familias con cuatro o más hijos. Los Newson, en
su estudio de Nottingham, también concluyeron que el carácter numeroso de la
familia fue uno de los factores más importantes de predicción de la delincuencia
(Newson et al., 1993).
En el estudio de Cambridge, el hecho de que un niño tuviese cuatro o más
hermanos al llegar su décimo cumpleaños, doblaba su riesgo de ser condenado
como delincuente juvenil (West y Farrington, 1973). El carácter numeroso de la
familia predijo la delincuencia autoinformada, así como las condenas (Farring-
ton, 1979), tanto las condenas juveniles como las condenas en la edad adulta
(Farrington, 1992b). Asimismo, el carácter numeroso de la familia fue el factor
independiente de predicción más importante en relación con las condenas hasta
la edad de 32 años en un análisis logístico de regresión (Farrington, 1993a). El carác-
ter numeroso de la familia fue similarmente importante en los estudios de Cam-
bridge y Pittsburgh, aunque las familias eran más pequeñas por término medio
en Pittsburgh en la década de 1990, que en Londres en la década de 1960 (Farring-
ton y Loeber, 1999).

3.7. Factores de protección

La mayor parte de las investigaciones tratan de identificar factores de riesgo: varia-


bles relacionadas con una probabilidad de incremento de delincuencia. También es
importante identificar los factores de protección: los relacionados con una menor
probabilidad de delinquir. Los factores de protección pueden tener más implicacio-
nes que los factores de riesgo en cuanto a prevención y tratamiento. Sin embargo,
existen tres aspectos distintos correspondientes a los factores de protección.
El primero sugiere que un factor de protección es meramente el extremo opues-
to de la escala (o la otra cara de la moneda) de un factor de riesgo. Por ejemplo,
si la inteligencia escasa es un factor de riesgo, la inteligencia elevada puede ser un
factor de protección. El valor de lo anterior depende, sin embargo, de si existe una
relación lineal entre la variable y la delincuencia. En la medida en que la rela-
ción sea lineal, se gana poco identificando el factor de protección de inteligencia
elevada junto al factor de riesgo de inteligencia escasa.
La segunda definición especifica los factores de protección que se sostienen
por sí mismos, sin contar con ningún factor de riesgo correspondiente, simétrica-
mente opuesto. Lo que sucede especialmente cuando las variables están relacio-
nadas de un modo no lineal con la violencia. Por ejemplo, si el nerviosismo eleva-
do se relaciona con un escaso riesgo de delincuencia, mientras que el nerviosismo
medio y bajo se relacionan con un riesgo medio bastante constante, el nerviosis-
mo puede ser un factor de protección pero no un factor de riesgo (debido a que
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250 DERECHO PENAL Y CRIMINOLOGÍA COMO FUNDAMENTO DE LA POLÍTICA CRIMINAL

la probabilidad de delincuencia no fue elevada a niveles bajos de nerviosismo).


En el Estudio sobre la Juventud de Pittsburgh, Farrington y Loeber (2000) descu-
brieron una serie de variables que estaban relacionadas de un modo no lineal con
la delincuencia, de las que la más importante era la edad de la madre en su primer
alumbramiento.
La tercera definición de factor de protección identifica variables que interac-
túan con los factores de riesgo para minimizar o amortiguar sus efectos (Farring-
ton, 1994). Estos factores de protección pueden estar o no relacionados con la vio-
lencia. Para facilitar la exposición aquí, se distingue una variable de riesgo (como
los ingresos familiares) de un factor de riesgo (como unos escasos ingresos fami-
liares). Los efectos de interacción pueden estudiarse de dos modos, bien centrán-
dose en el efecto de una variable de riesgo en presencia de un factor de protección,
o centrándose en el efecto de una variable de protección en presencia de un fac-
tor de riesgo. Por ejemplo, el efecto de los ingresos familiares sobre la delincuen-
cia puede estudiarse en presencia de una buena supervisión parental, o el efecto
de la supervisión parental sobre la delincuencia puede estudiarse en presencia de
unos escasos ingresos familiares.
La mayor parte de los estudios que se centran en la interacción de factores de
riesgo y factores de protección identifican una submuestra en riesgo (con una
cierta combinación de factores de riesgo), y a continuación buscan variables de
protección que predicen unos miembros con éxito de esta submuestra. En un
ejemplo clásico, Werner y Smith (1982), en Hawai, estudiaron a niños que poseían
cuatro o más factores de riesgo para la delincuencia con anterioridad a la edad
de 2 años, pero que sin embargo no desarrollaron dificultades de conducta duran-
te la infancia ni durante la adolescencia. Descubrieron que los factores de pro-
tección más importantes incluían ser el primogénito, ser un niño activo y afectuo-
so, el pequeño número de miembros de la familia, y recibir un gran nivel de
atención de los cuidadores. (Para una revisión de la investigación sobre los fac-
tores de protección, véase Lösel y Bender, 2003).

4. Acontecimientos vitales y cambios en las personas

El objetivo de la criminología del desarrollo y del curso vital es investigar los


efectos de los acontecimientos vitales sobre el curso del desarrollo de la conduc-
ta antisocial. En el estudio de Cambridge, ir a un colegio con un índice elevado
de delincuencia a la edad de 11 años no parecía ampliar el riesgo de delincuen-
cia, desde que los chicos con mal comportamiento tendían a asistir a colegios
con índices elevados de delincuencia (Farrington, 1972). Sin embargo, las conde-
nas sí dieron lugar a un aumento de la delincuencia, de acuerdo con los autoin-
formes de los chicos, y el aumento de la hostilidad hacia la policía resultó ser un
mecanismo plausible de intervención (Farrington, 1977). El desempleo también
ocasionó un aumento de la delincuencia, pero únicamente para delitos que daban
lugar a una ganancia financiera, como el hurto, el robo, el robo con violencia y
el fraude. No tuvo lugar ningún efecto el desempleo sobre otros delitos violen-
tos, el vandalismo o el consumo de drogas, lo que sugiere que el vínculo entre el
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DAVID P. FARRINGTON 251

desempleo y los delitos estuvo mediado por la falta de dinero más que por el abu-
rrimiento (Farrington et al., 1986).
Con frecuencia, se cree que el matrimonio con una buena mujer es uno de los
tratamientos más efectivos contra la delincuencia masculina y, desde luego,
Farrington y West (1995) hallaron que casarse daba lugar a una disminución de
la delincuencia en comparación con las personas que permanecían solteras. Asi-
mismo, la posterior separación de una mujer daba lugar a un aumento de la delin-
cuencia en comparación con el hecho de permanecer casado, y era especialmen-
te probable que los hombres separados resultasen violentos. Otro acontecimiento
vital protector fue desplazarse fuera de Londres, lo que dio lugar a una disminu-
ción de la violencia autoinformada (Osborn, 1980). Esto fue probablemente debi-
do al efecto del desplazamiento a la hora de romper los grupos delictivos.
Numerosos estudios muestran que los principales acontecimientos vitales que
fomentan el desistimiento con posterioridad a la edad de 20 años son casarse,
obtener un empleo satisfactorio, desplazarse a un área mejor, y unirse al ejército
(Horney et al., 1995; Laub y Sampson, 2001). La distinción entre los factores de
riesgo y los acontecimientos vitales no está clara, puesto que ciertos aconteci-
mientos vitales pueden ser experiencias continuadas con una importante duración
(por ejemplo, casarse o un empleo), mientras que algunos factores de riesgo pue-
den tener lugar en un momento determinado (por ejemplo, la pérdida de un
padre). Otros acontecimientos vitales (por ejemplo, convertirse a una religión)
pueden ser importantes pero se han estudiado menos.
Los estudios de los efectos de los acontecimientos vitales sobre el curso del desa-
rrollo suelen implicar análisis dentro de las personas. Un problema importante
que se da en la mayoría de las investigaciones sobre la delincuencia es que los
conocimientos sobre los factores de riesgo se basan en las diferencias entre las per-
sonas. Por ejemplo, queda demostrado que es más probable que cometan delitos
los hijos que reciben un supervisión parental deficiente que otros que son obje-
to de una buena supervisión parental, después de controlar otros factores entre
personas que influyen tanto en la supervisión parental como en la delincuencia.
Sin embargo, las variaciones dentro de las personas tienen una mayor relevancia
en relación con el concepto de causa, así como respecto a la investigación sobre
la prevención o la intervención (que precisa cambios dentro de las personas). Por
ejemplo, si se demostró que era más probable que los hijos cometiesen delitos
durante los periodos en que estaban recibiendo una supervisión parental defi-
ciente que en periodos en que estaban recibiendo una buena supervisión paren-
tal, esta cuestión sería una prueba más convincente de que la supervisión parental
deficiente dio lugar a la delincuencia. Puesto que se llevó a cabo un seguimiento
de las mismas personas a lo largo del tiempo, se controlaron multitud de influen-
cias externas sobre la delincuencia (Farrington, 1988).

5. Teorías del desarrollo y del curso de la vida

Finalmente, resumo algunas de las características clave de las ocho teorías


más importantes de la DLC. Pueden encontrarse más detalles sobre estas teo-
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252 DERECHO PENAL Y CRIMINOLOGÍA COMO FUNDAMENTO DE LA POLÍTICA CRIMINAL

rías en Farrington (2005a). Mientras que las teorías criminológicas tradicionales


trataban de explicar las diferencias entre las personas a la hora de delinquir, por
ejemplo, por qué los chicos de clases bajas cometían más delitos que los chicos
de clases altas, las teorías de la DLC tratan de explicar los cambios dentro de
cada persona a la hora de delinquir con el transcurso del tiempo.

5.1. Lahey y Waldman

Lahey y Waldman (2005) tratan de explicar el desarrollo de la delincuencia juve-


nil y los problemas de conducta de los niños, centrándose especialmente en la
infancia y la adolescencia. Su teoría está influida por los datos recopilados en el
Estudio sobre Tendencias de Desarrollo (Loeber et al., 2000). Por ejemplo, no se
refieren a los acontecimientos vitales adultos ni tratan de explicar el desistimien-
to en la edad adulta. Suponen que es deseable distinguir entre distintos tipos de
personas, pero proponen un continuum de trayectorias de desarrollo, más que
únicamente dos categorías de delincuentes: limitados a la adolescencia y delincuen-
tes persistentes a lo largo del curso vital.
Su construcción clave es la propensión antisocial, que tiende a persistir con el
transcurso del tiempo, y tiene una amplia variedad de manifestaciones de conduc-
ta, que reflejan lo versatil y mórbido de la conducta antisocial. Los factores más
importantes que contribuyen a la propensión antisocial son la capacidad cogni-
tiva baja (especialmente la capacidad verbal), y tres dimensiones disposicionales:
el carácter prosocial (incluidas la armonía y la empatía), el atrevimiento (caren-
te de inhibición o poco controlado), y la emotividad negativa (por ejemplo, que-
dar fácilmente frustrado, aburrido o enfadado). Se dice que estos cuatro facto-
res tienen una base genética, y Lahey y Waldman comentan las interacciones
genes-medio ambiente.

5.2. Moffitt

Moffitt (1993a) propone que existen dos categorías cualitativamente diferen-


tes de personas antisociales (que difieren en cuanto a tipo más que en cuanto a
grado), a saber, los delincuentes persistentes a lo largo del curso vital, y los delin-
cuentes limitados a la adolescencia (véase revisión en Piquero y Moffitt, 2005).
Tal y como indican los términos, los delincuentes persistentes a lo largo del curso
vital comienzan a delinquir a una edad temprana y persisten más allá de los vein-
te, mientras que los delincuentes limitados a la adolescencia tienen una carrera
delictiva corta, ampliamente limitada a sus años de adolescencia. Los delincuen-
tes persistentes a lo largo del curso vital cometen una gran variedad de delitos,
incluida la violencia, mientras que los delincuentes limitados a la adolescencia
cometen sobre todo delitos no violentos «de carácter rebelde». Esta teoría trata de
explicar los hallazgos del estudio longitudinal Dunedin (Moffitt et al., 2001).
Los principales factores que animan a delinquir a los delincuentes persisten-
tes a lo largo del curso vital son el déficit cognitivo, un temperamento poco con-
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DAVID P. FARRINGTON 253

trolado, la hiperactividad, una educación deficiente de los padres, las familias


rotas, tener unos padres adolescentes, la pobreza y un nivel socioeconómico bajo.
Los factores genéticos y biológicos, como un ritmo cardiaco bajo, son importan-
tes. No existe un gran debate acerca de los factores de vecindad, pero se propo-
ne que el riesgo neuropsicológico de los delincuentes persistentes a lo largo del
curso vital interactúa con multiplicidad si existe un entorno desfavorable. La teoría
no propone que los deficits neuropsicológicos y un entorno desfavorable influyan en
una construcción subyacente como la propensión antisocial; más bien sugiere que
los factores neuropsicológicos y medioambientales son las construcciones clave
que subyacen a la conducta antisocial.
Los principales factores que animan a delinquir a los delincuentes limitados
a la adolescencia son el «vacío de madurez» (su incapacidad de lograr recom-
pensas de adultos como los bienes materiales durante sus años de adolescencia
—lo que resulta similar a las ideas de la teoría de la tensión), y la influencia de
los compañeros (especialmente de delincuentes persistentes a lo largo del cur-
so vital). En consecuencia, los delincuentes limitados a la adolescencia dejan de
delinquir cuando comienzan a desempeñar papeles legítimos de adulto y pue-
den lograr sus deseos de un modo legal. Los delincuentes limitados a la adoles-
cencia pueden parar fácilmente porque no tienen déficits neuropsicológicos.
La teoría supone que pueden existir efectos de etiquetado de las «trampas»
como la existencia de algún antecedente penal, la encarcelación, la adicción a
las drogas o al alcohol, y (para las chicas) los embarazos no deseados, espe-
cialmente en el caso de los delincuentes limitados a la adolescencia. Sin embar-
go, la continuidad que se observa respecto a la delincuencia con el transcurso
del tiempo viene impulsada en gran medida por los delincuentes persistentes a
lo largo del curso vital. La teoría se centra principalmente en el desarrollo de
los delincuentes, y no trata de explicar por qué se cometen los delitos. Sin embar-
go, sugiere que la presencia de compañeros delincuentes constituye una impor-
tante influencia de situación respecto a los delincuentes limitados a la adoles-
cencia, y que los delincuentes persistentes a lo largo del curso vital buscan
oportunidades y víctimas.
Se supone que la toma de decisiones en cuanto a oportunidades delictivas es
racional respecto a los delincuentes limitados a la adolescencia (que ponderan los
posibles costes frente a los posibles beneficios), pero no respecto a los delincuen-
tes persistentes a lo largo del curso vital (que siguen en gran medida repertorios
de conducta «automáticos» bien aprendidos, sin pensar). Sin embargo, los delin-
cuentes persistentes a lo largo del curso vital están influidos principalmente por
motivos utilitarios, mientras que los delincuentes limitados a la adolescencia están
influidos por el aburrimiento en dicha adolescencia. Se plantea la hipótesis de
que los acontecimientos vitales adultos como obtener un empleo o casarse son
de escasa importancia, debido a que los delincuentes persistentes a lo largo del
curso vital están demasiado comprometidos con un estilo de vida antisocial, y los
delincuentes limitados a la adolescencia desisten naturalmente cuando desempe-
ñan cometidos adultos.
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254 DERECHO PENAL Y CRIMINOLOGÍA COMO FUNDAMENTO DE LA POLÍTICA CRIMINAL

5.3. Farrington

El objetivo principal de la teoría del potencial antisocial integrado y cogniti-


vo de Farrington (2005b) es explicar los delitos cometidos por los varones de las
clases bajas. Integra las ideas de tensión, control, aprendizaje social, asociación
diferencial, y teorías de etiquetado. No se proponen tipos diferenciados de delin-
cuentes. La construcción clave que subyace a la conducta antisocial es el potencial
antisocial, y existe continuidad en cuanto a delincuencia y conducta antisocial a
lo largo del tiempo debido a la coherencia en la ordenación relativa de las perso-
nas en cuanto a potencial antisocial. Esta teoría trata de explicar los hallazgos del
estudio de Cambridge (Farrington, 2003b).
Se distinguen explícitamente las influencias a largo y corto plazo sobre el
potencial antisocial. Entre los factores a largo plazo que fomentan la delincuen-
cia se incluyen la impulsividad, la tensión, y los modelos antisociales, mientras que
las influencias a corto plazo (inmediatas y de situación) incluyen las oportunida-
des y las víctimas. Los factores a largo plazo que inhiben la delincuencia inclu-
yen la vinculación y la socialización (basada en el aprendizaje social), y los acon-
tecimientos vitales como casarse o trasladarse de casa. La teoría trata explícitamente
de explicar tanto el desarrollo de la delincuencia como la comisión de delitos. Se
incluyen los factores y motivos de situación y los procesos cognitivos (pensa-
miento y toma de decisiones). La teoría supone que las consecuencias de la delin-
cuencia tienen efectos de etiquetado, de disuasión o de aprendizaje sobre el poten-
cial antisocial.

5.4. Catalano y Hawkins

De acuerdo con Catalano et al. (2005), el Modelo de Desarrollo Social inte-


gra las teorías del control/vinculación social, del aprendizaje social y de la aso-
ciación diferencial, pero no incluye los postulados de la teoría de la tensión. Su
construcción clave es la vinculación a la sociedad (o los agentes de socialización),
que consta de vinculación y compromiso. La construcción clave que subyace a la
delincuencia es el equilibrio entre vinculación antisocial y prosocial. La conti-
nuidad en la conducta antisocial a lo largo del tiempo depende de la continuidad
de este equilibrio. La principal motivación que da lugar a la delincuencia y a la
conducta antisocial es el deseo hedonísta de buscar satisfacción y seguir el pro-
pio interés. Lo que se opone a vincularse a la sociedad. La vinculación es esen-
cialmente una decisión racional en que las personas ponderan los beneficios fren-
te a los costes. No existe presunción alguna sobre los diferentes tipos de
delincuentes. Esta teoría trata de explicar los hallazgos del Proyecto de Desarro-
llo Social de Seattle (Hawkins et al., 2003).
Existen dos caminos causales que dan lugar a la vinculación antisocial o pro-
social. En el camino prosocial, las oportunidades de interacción prosocial dan lugar
a la participación en la conducta prosocial; la participación y las aptitudes para
la conducta prosocial dan lugar a recompensas por dicha conducta prosocial,
que a su vez dan lugar a vinculaciones y creencias prosociales. En el camino anti-
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DAVID P. FARRINGTON 255

social, las oportunidades de interacción antisocial dan lugar a la participación en


la conducta antisocial; la participación y las aptitudes para la conducta antiso-
cial dan lugar a recompensas por dicha conducta antisocial, que a su vez dan
lugar a vinculaciones y creencias antisociales. Así pues, el camino antisocial espe-
cifica los factores que fomentan la delincuencia, y el camino prosocial especifica
los factores que inhiben la delincuencia. Las oportunidades, la participación, las
aptitudes y las recompensas son parte de un proceso de socialización. Las perso-
nas aprenden conductas prosociales y antisociales de acuerdo con la socialización
relacionada con las familias, grupos de amigos, colegios y comunidades.
El Modelo de Desarrollo Social especifica que los factores demográficos (como
la edad, la raza, el género, y la clase social) y los factores biológicos (como un tem-
peramento difícil, la capacidad cognitiva, la baja excitación sexual y la hiperac-
tividad) influyen en las oportunidades y aptitudes del proceso de socialización.
Existen modelos diferentes para los diferentes periodos de desarrollo (preescolar,
escuela primaria, escuela intermedia, escuela secundaria, primera edad adulta).
Por ejemplo, en los dos primeros periodos, la interacción con miembros de la
familia prosociales o antisociales es la más importante, mientras que en los otros
dos periodos, la interacción más importante es con los grupos de amigos proso-
ciales o antisociales.
En el Modelo de Desarrollo Social, no se distinguen explícitamente el desarro-
llo de la delincuencia y la comisión de delitos. Sin embargo, la teoría incluye las
oportunidades prosociales y antisociales como factores de situación, y sugiere
que las recompensas percibidas y los costes de la conducta antisocial influyen en
la decisión de delinquir. Los motivos para delinquir (por ejemplo, los motivos
utilitarios o el entusiasmo) quedan incluidos bajo la denominación de recom-
pensas y costes percibidos. Los factores de vecindad, el etiquetado oficial, y los
acontecimientos vitales son importantes tan solo en la medida en que influyan en
las construcciones clave mencionadas: oportunidades, participación, aptitudes,
recompensas, y vinculación. Por ejemplo, el etiquetado oficial puede aumentar la
participación en el caso de las personas antisociales, y el matrimonio puede
aumentar las oportunidades y la participación prosociales.

5.5. LeBlanc

LeBlanc (1997, 2005) propone una teoría del control integrador multizonas que
explica el desarrollo de la delincuencia, el acaecer de acontecimientos delictivos,
y los índices delictivos comunitarios. La construcción clave que subyace a la delin-
cuencia es la desviación general, y LeBlanc comenta su estructura y cómo cam-
bia con el transcurso del tiempo. De acuerdo con su teoría, el desarrollo de la
delincuencia depende de cuatro mecanismos de control: la vinculación a la socie-
dad (incluida la familia, el colegio, el grupo de amigos, el matrimonio y el traba-
jo), el desarrollo psicológico a lo largo del tiempo (especialmente lejos del ego-
centrismo y dirigiéndose hacia el «elocentrismo»), el modelado (prosocial o
antisocial), y las restricciones (externas, incluida la socialización, e internas, inclui-
das las creencias). Supone que los factores de entorno (como la clase social y el
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256 DERECHO PENAL Y CRIMINOLOGÍA COMO FUNDAMENTO DE LA POLÍTICA CRIMINAL

vecindario) influyen en la vinculación, mientras que la capacidad biológica (inclui-


do un temperamento difícil) influye en el desarrollo psicológico. La vinculación
y el desarrollo psicológico influyen en el modelado y las restricciones, que cons-
tituyen influencias próximas sobre la desviación general, y por tanto sobre la
delincuencia. Existe una continuidad en la delincuencia porque la ordenación
relativa de las personas sobre los mecanismos de control permanece bastante
coherente a lo largo del tiempo. Esta teoría trata de explicar los hallazgos de los
estudios longitudinales de LeBlanc sobre adolescentes y delincuentes (por ejem-
plo, LeBlanc y Frechette, 1989).
LeBlanc propone que existen tres tipos de delincuentes: persistentes, transito-
rios y comunes. Los delincuentes persistentes son extremos en cuanto a la exis-
tencia de una vinculación débil, de egocentrismo, modelado antisocial y escasas
restricciones. Los delincuentes comunes están influidos en gran medida por las
oportunidades, mientras que los delincuentes transitorios se hallan en medio (en
cuanto a que poseen un control moderado y están influidos moderadamente por
las oportunidades). Su teoría incluye factores biológicos y de vecindad, que se supo-
ne tienen efectos indirectos sobre la delincuencia, a través de sus efectos sobre
las construcciones de vinculación y desarrollo psicológico. De modo similar, se
supone que los acontecimientos vitales tienen efectos a través de las construccio-
nes, y que el etiquetado tiene influencia sobre las restricciones externas. La teo-
ría incluye los procesos de aprendizaje y la socialización, pero no incluye las pre-
sunciones de la teoría de la tensión.
La teoría de LeBlanc (1997) sobre los acontecimientos delictivos sugiere que
dependen del control comunitario (por ejemplo, una desorganización social), del
control personal (ideas de elección racional en la toma de decisiones), del
autocontrol (impulsividad, vulnerabilidad hacia las tentaciones), de las oportu-
nidades, de las actividades rutinarias y de la tutela (por ejemplo, protección físi-
ca). Las personas se contemplan como hedonistas, y se consideran los motivos (por
ejemplo, entusiasmo o motivos utilitarios).

5.6. Sampson y Laub

La construcción clave en la teoría de Sampson y Laub (2005) es el control


social informal dependiente de la edad, que hace referencia a la fuerza de la vin-
culación a la familia, el grupo de amigos, los colegios, y las instituciones socia-
les de los adultos como el matrimonio y los empleos. Sampson y Laub tratan
fundamentalmente de explicar por qué las personas no cometen delitos, sobre la
presunción de que el motivo por el que las personas desean cometer delitos no cons-
tituye un problema (la causa son supuestamente deseos hedonísticos), y de que
el delito queda inhibido por la fuerza de la vinculación a la sociedad. Esta teo-
ría está influida por sus análisis del estudio de seguimiento de varones delincuen-
tes y no delincuentes llevado a cabo por los Glueck (Laub y Sampson, 2003;
Sampson y Laub, 1993).
La fuerza de la vinculación depende de los vínculos a los padres, a los colegios,
a los amigos de los delincuentes y a los hermanos de los delincuentes, y también
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DAVID P. FARRINGTON 257

de los procesos de socialización de los padres como la disciplina y la supervisión.


Las variables estructurales de fondo (como la clase social, la etnia, el carácter
numeroso de la familia, los padres delincuentes, las familias rotas) y los factores
de diferenciación individual (como una inteligencia baja, un temperamento difí-
cil, desórdenes tempranos de conducta) tienen efectos indirectos sobre la delin-
cuencia a través de sus efectos sobre el control social informal (procesos de vin-
culación y socialización).
A Sampson y Laub les preocupa el curso vital completo. Ponen énfasis en el
cambio a lo largo del tiempo más que en la coherencia, y en la escasa capacidad
de los factores de riesgo de la primera infancia para predecir resultados posterio-
res en la vida. Se centran en la importancia de acontecimientos vitales posteriores
(puntos de cambio en la vida adulta) como unirse al ejército, obtener un empleo
estable, casarse y «cortar» el pasado del presente. También sugieren que los cam-
bios de vecindad pueden causar cambios en la delincuencia. Debido a su énfasis
en el cambio y en el carácter impredecible, niegan la importancia de tipos de
delincuentes como los «delincuentes persistentes a lo largo del curso vital».
Sampson y Laub no incluyen explícitamente influencias inmediatas de situa-
ción sobre los acontecimientos delictivos en su teoría, y creen que las oportuni-
dades no son importantes por ser omnipresentes (Sampson y Laub, 1995). Sin
embargo, sí sugieren que tener pocas actividades rutinarias estructuradas condu-
ce a la delincuencia. Se centran en por qué las personas no delinquen más que en
por qué las personas delinquen, y ponen énfasis en la importancia de la libre
voluntad de la persona, y su elección a propósito de la decisión de desistir. No inclu-
yen las ideas de la teoría de la tensión, pero proponen que el etiquetado oficial
influye en la delincuencia a través de sus efectos sobre la inestabilidad laboral y
el desempleo. Argumentan que la delincuencia temprana puede causar vínculos
sociales adultos débiles, que a su vez fracasan a la hora de inhibir la delincuen-
cia adulta.

5.7. Thornberry y Krohn

La teoría interaccional de Thornberry y Krohn (2005) se centra particular-


mente en factores que animan a la conducta antisocial en diferentes edades. Está
influida por los hallazgos del Estudio sobre el Desarrollo de la Juventud de
Rochester (Thornberry et al., 2003). No proponen tipos de delincuentes, sino que
sugieren que las causas de la conducta antisocial varían para los niños que comien-
zan a diferentes edades. A las edades más tempranas (desde el nacimiento hasta
los 6 años), los tres factores más importantes son el déficit neuropsicológico y el
temperamento difícil (por ejemplo, la impulsividad, la emotividad negativa, el carácter
intrépido, la escasa regulación de las emociones), los déficits parentales (por ejemplo,
un escaso seguimiento, unos vínculos afectivos bajos, incoherencia en la discipli-
na, castigos físicos), y la adversidad estructural (por ejemplo, pobreza, desempleo,
dependencia del bienestar, una vecindad desorganizada). También sugieren que
la adversidad estructural puede causar una educación deficiente por parte de los
padres.
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258 DERECHO PENAL Y CRIMINOLOGÍA COMO FUNDAMENTO DE LA POLÍTICA CRIMINAL

Los déficits neuropsicológicos son menos importantes para los niños que
comienzan a desarrollar una conducta antisocial a edades superiores. Entre los
6 y los 12 años, son particularmente destacados los factores familiares y de vecin-
dad, mientras que entre los 12 y los 18 años, dominan los factores de colegio y
grupo de amigos. Thornberry y Krohn también sugieren que las oportunidades
de desviación, las bandas, y las redes sociales de desviación son importantes para
el inicio a las edades de 12 a 18 años. Proponen que quienes comienzan más tar-
de (entre los 18 y los 25 años) tienen déficits cognitivos como un CI bajo y un esca-
so rendimiento escolar, pero están protegidos de la conducta antisocial a edades
más tempranas por una familia que les apoya y el entorno escolar. Entre los 18
y los 25 años, encuentran difícil llevar a cabo una transición con éxito a cometi-
dos adultos como el empleo y el matrimonio.
La característica más distintiva de esta teoría interaccional es su énfasis en la cau-
sación recíproca. Por ejemplo, se propone que la conducta antisocial del niño pro-
voca respuestas coercitivas por parte de los padres y el rechazo por parte de sus ami-
gos, y hace que la conducta antisocial sea más probable en el futuro. La teoría no
postula una única construcción clave subyacente a la delincuencia, sino que sugie-
re que los niños que comienzan pronto tienden a continuar debido a la persisten-
cia de los déficits neuropsicológicos y parentales y a la adversidad estructural. De
un modo interesante, Thornberry y Krohn predicen que quienes comienzan tarde
(edades entre los 18 y los 25 años) mostrarán una mayor continuidad a lo largo del
tiempo que quienes comienzan antes (edades entre los 12 y los 18 años), ya que
quienes comienzan tarde poseen mayores déficits cognitivos. En una exposición
anterior de la teoría (Thornberry y Krohn, 2001), propusieron que el desistimien-
to vino ocasionado por las influencias sociales cambiantes (por ejemplo, una vin-
culación familiar más fuerte), por los factores de protección (como un CI alto y el
éxito escolar), y por los programas de intervención. Por tanto, piensan que el pro-
cesamiento por la justicia criminal tiene un efecto sobre la futura delincuencia.

5.8. Wikström

Wikström (2005) propone una teoría de la acción ecológica de desarrollo, cuyo


objetivo es explicar la ruptura de las normas morales. La construcción clave que
subyace a la delincuencia es la propensión delictiva individual, que depende de
los juicios morales y del autocontrol. A su vez, los valores morales influyen en el
juicio moral, y las funciones ejecutivas influyen en el autocontrol. Wikström no
propone tipos de delincuentes. La motivación de delinquir surge de la interac-
ción entre la persona y el entorno. Por ejemplo, si la propensión individual es
baja, las características del entorno (personas, objetos y acontecimientos) pasan
a ser más importantes. La continuidad o el cambio en la delincuencia con el trans-
curso del tiempo dependen de la continuidad o del cambio de los valores mora-
les, funciones ejecutivas y entornos.
Los factores de situación son importantes en la teoría de Wikström, cuyo obje-
tivo es explicar la comisión de delitos, así como el desarrollo de los delincuentes.
Las oportunidades dan lugar a tentaciones, la fricción produce provocación, y el
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DAVID P. FARRINGTON 259

seguimiento o el riesgo de sanciones tienen un efecto disuasorio. La teoría pone


énfasis en la percepción, la elección, y la intermediación humana respecto a la deci-
sión de delinquir. Los procesos de aprendizaje se incluyen en la teoría, ya que se
sugiere que los valores morales se enseñan por medio de la instrucción y de la obser-
vación en un proceso de socialización, y que el cultivo (fomento de las capacida-
des cognitivas) influye en las funciones ejecutivas. Los acontecimientos vitales
también importan, puesto que se propone que el comienzo del colegio, casarse,
etc. pueden desencadenar cambios en construcciones tales como la enseñanza y
supervisión morales, y por tanto influir en la infracción de normas morales.

6. Conclusiones

Se sabe mucho acerca de los factores de riesgo claves para la delincuencia, que
incluyen la impulsividad, una inteligencia escasa, y un rendimiento escolar bajo,
la escasa supervisión parental, el abuso físico de los niños, la disciplina parental
punitiva y errática, una actitud parental fría, los conflictos parentales, las fami-
lias rotas, los padres antisociales, el carácter numeroso de la familia, unos ingre-
sos familiares bajos, un grupo de amigos antisociales, los colegios con un eleva-
do índice de delincuencia, y los vecindarios en que se comete un gran número de
delitos. Sin embargo, los mecanismos causales que vinculan estos factores de ries-
go con resultados antisociales no están bien establecidos.
Para avanzar en el conocimiento de las teorías de la DLC y de las cuestiones
de la DLC, se necesitan estudios longitudinales prospectivos con distintas
medidas de delincuencia autoinformada y de registro oficial. Muchos de los resulta-
dos correspondientes a carreras delictivas durante la década de 1980 se basaron
en gran medida en registros oficiales, y es importante establecer hasta qué pun-
to se reproducen (o no) en los autoinformes. Desde luego, los autoinformes reve-
lan más delitos, pero en muchas ocasiones muestran resultados similares a los
registros oficiales en cuestiones como de qué modo varía la prevalencia de la
delincuencia con la edad, el hecho de que un comienzo temprano predice una
carrera delictiva larga y muchos delitos, la continuidad y versatilidad de la delin-
cuencia, los delincuentes crónicos y las secuencias de inicio.
Los estudios longitudinales futuros deben seguir a personas hasta edades más
avanzadas, y deben centrarse en los procesos de desistimiento. Los estudios pasa-
dos se han centrado generalmente en edades hasta los 30 años y en los inicios. Los
estudios futuros deberían comparar los factores de riesgo correspondientes a un
comienzo temprano, la continuación después del inicio (en comparación con
un desistimiento temprano), la frecuencia, la gravedad, un comienzo tardío, y la
persistencia frente al desistimiento. Las teorías de la DLC deberían predecir explí-
citamente todas estas cuestiones. Asimismo, en los estudios futuros se debería
hacer un mayor esfuerzo por investigar los factores de protección y los siguien-
tes factores de riesgo: los factores biológicos, los grupos de amigos, el colegio y
el vecindario. Y la futura investigación debería comparar el desarrollo, los facto-
res de riesgo y los acontecimientos vitales de los hombres frente a los de las mujeres,
en relación con diferentes grupos étnicos y raciales.
14756-08-DerechoPenal 4/3/08 09:49 Página 260

260 DERECHO PENAL Y CRIMINOLOGÍA COMO FUNDAMENTO DE LA POLÍTICA CRIMINAL

Sería deseable derivar implicaciones para la intervención a partir de las teo-


rías de la DLC, y probar éstas en experimentos aleatorios. En principio, las con-
clusiones sobre las causas pueden extraerse de un modo más convincente en inves-
tigaciones experimentales que en estudios longitudinales no experimentales
(Robins, 1992). Sin embargo, se necesitan más análisis cuasiexperimentales den-
tro de cada persona correspondientes a estudios longitudinales. Los futuros estu-
dios deberían comparar los cambios dentro de las personas en cuanto a factores
de riesgo con los cambios dentro de las personas en cuanto a delincuencia, ade-
más de las hipótesis de prueba sobre los procesos causales que intervienen entre
los factores de riesgo y la delincuencia.
Los resultados resumidos aquí tienen claras implicaciones en cuanto a inter-
vención (Farrington, 2002). La idea principal de la prevención orientada al ries-
go es identificar los factores de riesgo claves para la conducta antisocial e implan-
tar los métodos de prevención diseñados para contrarrestarlos. Por ejemplo,
deberían implantarse programas de formación relativos a aptitudes cognitivas-de
conducta para abordar la impulsividad; deberían implantarse programas prees-
colares de enriquecimiento intelectual para aumentar las capacidades cognitivas
y el nivel de formación escolar; y deberían implantarse programas de formación
de los padres y programas de educación de los padres para abordar una educa-
ción deficiente de los hijos y una supervisión parental deficiente. Una de las mejo-
res formas de lograr la prevención orientada al riesgo es a través de programas
de componente múltiple basados en la comunidad, incluidas las intervenciones
con éxito como Communities that Care (Hawkins y Catalano, 1992).
De algún modo, la versatilidad de la conducta antisocial es una buena noti-
cia para los investigadores de la intervención. Si un factor de riesgo determina-
do predice una variedad de resultados, el hecho de hacer frente a dicho factor de
riesgo puede dar lugar a multitud de beneficios a la hora de reducir una gran
variedad de problemas sociales. Se necesita una mayor investigación sobre las
causas de la conducta antisocial, de tal modo que las intervenciones se puedan
dirigir más estrechamente hacia los factores de riesgo y de protección que posean
efectos causales. Ya se ha aprendido mucho sobre la criminología del desarrollo
y del curso vital, sin embargo, una mayor inversión en los estudios longitudinales y
experimentales producirá todavía más avances en el conocimiento de las causas
y la prevención de la delincuencia.

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