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1. Introducción
2. Desarrollo
2.1. Prevalencia
2.3. Versatilidad
En general, los delincuentes son versátiles más que especializados en sus deli-
tos. En el estudio de Cambridge, el 86% de los delincuentes violentos también
sufrieron condenas por delitos no violentos (Farrington, 1991). En el Estudio
sobre la Juventud de Oregón, los delincuentes violentos y no violentos que delin-
quieron con la misma frecuencia resultaron muy similares en sus características
durante la infancia y la adolescencia (Capaldi y Patterson, 1996). Los estudios sobre
matrices de transición que resumen la probabilidad de que un tipo de delito ten-
ga lugar después de otro muestran que existe un pequeño grado de especificidad
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3.1. Impulsividad
ron los más impulsivos en las pruebas psicomotoras a unas edades de entre 8 y
10 años, tendían a convertirse en delincuentes más adelante en su vida. El atre-
vimiento, la escasa concentración y la agitación predijeron condenas oficiales y
delincuencia autoinformada, y consecuentemente, el atrevimiento fue uno de los
mejores factores independientes de predicción (Farrington 1992c). Resulta inte-
resante que Farrington et al. (1990) hallaron que la hiperactividad predice la
delincuencia juvenil con independencia de los problemas de conducta. Lynam
(1996) propuso que los chicos con hiperactividad y desordenes de conducta se halla-
ban más en el riesgo de delincuencia crónica y psicopatía, y Lynam (1998) pre-
sentó pruebas a favor de esta hipótesis incluidas en el Estudio sobre la Juventud
de Pittsburgh.
La investigación más amplia sobre las diferentes medidas de impulsividad fue
llevada a cabo en el Estudio sobre la Juventud de Pittsburgh realizado por Whi-
te et al. (1994). Las medidas que estaban más relacionadas con la delincuencia
autoinformada a las edades de 10 y 13 años fueron la impulsividad valorada por
los profesores (por ejemplo, actos realizados sin pensar), la impulsividad autoin-
formada, el subcontrol autoinformado (por ejemplo, la imposibilidad de retra-
sar la gratificación), la inquietud motora (a partir de observaciones mediante
video), y la impulsividad psicomotora (en el test de marcado de huellas). En gene-
ral, las pruebas de medida de conducta verbal produjeron relaciones más fuertes
con la delincuencia que las pruebas de resultados psicomotores, lo que sugiere que
la impulsividad cognitiva fue más relevante que la impulsividad de conducta
(basada en los resultados de las pruebas). La percepción del tiempo futuro y el
retraso de las pruebas de gratificación tuvieron una relación escasa con la delin-
cuencia autoinformada.
Muchos estudios muestran que los hogares rotos o las familias rotas predicen la
delincuencia (Wells y Rankin, 1991), y que los conflictos parentales predicen una
conducta antisocial posterior (Buehler et al., 1997). En el estudio de Newcastle
(Inglaterra) realizado a cien familias, Kolvin et al. (1988) comentaron que la
ruptura conyugal (divorcio o separación) en los primeros cinco años de los hijos
predijeron sus condenas posteriores hasta los 32 años. De modo similar, en el
estudio de Dunedin, en Nueva Zelanda, Henry et al. (1993) descubrieron que los
niños expuestos a discordias entre sus padres, y a multitud de cambios de cuida-
dores tendían a convertirse en personas antisociales y delincuentes.
La mayoría de los estudios sobre hogares rotos se han centrado en la pérdida
del padre más que en la de la madre, simplemente porque la pérdida de un padre
es mucho más común. En Boston, McCord (1982) realizó un estudio interesan-
te sobre la relación entre hogares rotos por la pérdida del padre biológico y la pos-
terior delincuencia grave por parte de los hijos. Descubrió que la prevalencia de
la delincuencia era elevada respecto a los chicos educados en hogares rotos sin
madres afectuosas (62%), y respecto a los educados en hogares unidos caracteri-
zados por conflictos parentales (52%), con independencia de que tuviesen madres
afectuosas. La delincuencia fue baja respecto a quienes fueron educados en hoga-
res unidos sin conflicto (26%) e igualmente baja —lo cual resulta importante—
respecto a los chicos educados en hogares rotos con madres afectuosas (22%).
Estos resultados sugieren que el hogar roto no es tan criminógeno como el con-
flicto parental que lo ocasiona, y que una madre afectuosa puede compensar en
cierto modo la pérdida de un padre.
En el estudio de Cambridge, tanto las separaciones temporales como perma-
nentes de los padres biológicos antes de la edad de 10 años (normalmente del
padre) predijeron condenas y delincuencia autoinformada, siempre que no hubie-
sen sido ocasionadas por la muerte u hospitalización (Farrington, 1992c). Sin
embargo, los hogares rotos a una edad muy temprana (inferior a los 5 años) no
fueron excepcionalmente criminógenos (West y Farrington, 1973). La separación
anterior a la edad de 10 años predijo condenas tanto juveniles como adultas
(Farrington, 1992b), y predijo condenas hasta los 32 años, con independencia
del resto de los factores como unos ingresos familiares bajos o un nivel de forma-
ción escolar bajo (Farrington, 1993a).
Las explicaciones sobre la relación entre familias rotas y delincuencia se divi-
den en tres clases principales. Las teorías sobre el trauma sugieren que la pérdi-
da de un padre tiene un efecto dañino sobre un hijo, sobre todo debido al efecto
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desempleo y los delitos estuvo mediado por la falta de dinero más que por el abu-
rrimiento (Farrington et al., 1986).
Con frecuencia, se cree que el matrimonio con una buena mujer es uno de los
tratamientos más efectivos contra la delincuencia masculina y, desde luego,
Farrington y West (1995) hallaron que casarse daba lugar a una disminución de
la delincuencia en comparación con las personas que permanecían solteras. Asi-
mismo, la posterior separación de una mujer daba lugar a un aumento de la delin-
cuencia en comparación con el hecho de permanecer casado, y era especialmen-
te probable que los hombres separados resultasen violentos. Otro acontecimiento
vital protector fue desplazarse fuera de Londres, lo que dio lugar a una disminu-
ción de la violencia autoinformada (Osborn, 1980). Esto fue probablemente debi-
do al efecto del desplazamiento a la hora de romper los grupos delictivos.
Numerosos estudios muestran que los principales acontecimientos vitales que
fomentan el desistimiento con posterioridad a la edad de 20 años son casarse,
obtener un empleo satisfactorio, desplazarse a un área mejor, y unirse al ejército
(Horney et al., 1995; Laub y Sampson, 2001). La distinción entre los factores de
riesgo y los acontecimientos vitales no está clara, puesto que ciertos aconteci-
mientos vitales pueden ser experiencias continuadas con una importante duración
(por ejemplo, casarse o un empleo), mientras que algunos factores de riesgo pue-
den tener lugar en un momento determinado (por ejemplo, la pérdida de un
padre). Otros acontecimientos vitales (por ejemplo, convertirse a una religión)
pueden ser importantes pero se han estudiado menos.
Los estudios de los efectos de los acontecimientos vitales sobre el curso del desa-
rrollo suelen implicar análisis dentro de las personas. Un problema importante
que se da en la mayoría de las investigaciones sobre la delincuencia es que los
conocimientos sobre los factores de riesgo se basan en las diferencias entre las per-
sonas. Por ejemplo, queda demostrado que es más probable que cometan delitos
los hijos que reciben un supervisión parental deficiente que otros que son obje-
to de una buena supervisión parental, después de controlar otros factores entre
personas que influyen tanto en la supervisión parental como en la delincuencia.
Sin embargo, las variaciones dentro de las personas tienen una mayor relevancia
en relación con el concepto de causa, así como respecto a la investigación sobre
la prevención o la intervención (que precisa cambios dentro de las personas). Por
ejemplo, si se demostró que era más probable que los hijos cometiesen delitos
durante los periodos en que estaban recibiendo una supervisión parental defi-
ciente que en periodos en que estaban recibiendo una buena supervisión paren-
tal, esta cuestión sería una prueba más convincente de que la supervisión parental
deficiente dio lugar a la delincuencia. Puesto que se llevó a cabo un seguimiento
de las mismas personas a lo largo del tiempo, se controlaron multitud de influen-
cias externas sobre la delincuencia (Farrington, 1988).
5.2. Moffitt
5.3. Farrington
5.5. LeBlanc
LeBlanc (1997, 2005) propone una teoría del control integrador multizonas que
explica el desarrollo de la delincuencia, el acaecer de acontecimientos delictivos,
y los índices delictivos comunitarios. La construcción clave que subyace a la delin-
cuencia es la desviación general, y LeBlanc comenta su estructura y cómo cam-
bia con el transcurso del tiempo. De acuerdo con su teoría, el desarrollo de la
delincuencia depende de cuatro mecanismos de control: la vinculación a la socie-
dad (incluida la familia, el colegio, el grupo de amigos, el matrimonio y el traba-
jo), el desarrollo psicológico a lo largo del tiempo (especialmente lejos del ego-
centrismo y dirigiéndose hacia el «elocentrismo»), el modelado (prosocial o
antisocial), y las restricciones (externas, incluida la socialización, e internas, inclui-
das las creencias). Supone que los factores de entorno (como la clase social y el
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Los déficits neuropsicológicos son menos importantes para los niños que
comienzan a desarrollar una conducta antisocial a edades superiores. Entre los
6 y los 12 años, son particularmente destacados los factores familiares y de vecin-
dad, mientras que entre los 12 y los 18 años, dominan los factores de colegio y
grupo de amigos. Thornberry y Krohn también sugieren que las oportunidades
de desviación, las bandas, y las redes sociales de desviación son importantes para
el inicio a las edades de 12 a 18 años. Proponen que quienes comienzan más tar-
de (entre los 18 y los 25 años) tienen déficits cognitivos como un CI bajo y un esca-
so rendimiento escolar, pero están protegidos de la conducta antisocial a edades
más tempranas por una familia que les apoya y el entorno escolar. Entre los 18
y los 25 años, encuentran difícil llevar a cabo una transición con éxito a cometi-
dos adultos como el empleo y el matrimonio.
La característica más distintiva de esta teoría interaccional es su énfasis en la cau-
sación recíproca. Por ejemplo, se propone que la conducta antisocial del niño pro-
voca respuestas coercitivas por parte de los padres y el rechazo por parte de sus ami-
gos, y hace que la conducta antisocial sea más probable en el futuro. La teoría no
postula una única construcción clave subyacente a la delincuencia, sino que sugie-
re que los niños que comienzan pronto tienden a continuar debido a la persisten-
cia de los déficits neuropsicológicos y parentales y a la adversidad estructural. De
un modo interesante, Thornberry y Krohn predicen que quienes comienzan tarde
(edades entre los 18 y los 25 años) mostrarán una mayor continuidad a lo largo del
tiempo que quienes comienzan antes (edades entre los 12 y los 18 años), ya que
quienes comienzan tarde poseen mayores déficits cognitivos. En una exposición
anterior de la teoría (Thornberry y Krohn, 2001), propusieron que el desistimien-
to vino ocasionado por las influencias sociales cambiantes (por ejemplo, una vin-
culación familiar más fuerte), por los factores de protección (como un CI alto y el
éxito escolar), y por los programas de intervención. Por tanto, piensan que el pro-
cesamiento por la justicia criminal tiene un efecto sobre la futura delincuencia.
5.8. Wikström
6. Conclusiones
Se sabe mucho acerca de los factores de riesgo claves para la delincuencia, que
incluyen la impulsividad, una inteligencia escasa, y un rendimiento escolar bajo,
la escasa supervisión parental, el abuso físico de los niños, la disciplina parental
punitiva y errática, una actitud parental fría, los conflictos parentales, las fami-
lias rotas, los padres antisociales, el carácter numeroso de la familia, unos ingre-
sos familiares bajos, un grupo de amigos antisociales, los colegios con un eleva-
do índice de delincuencia, y los vecindarios en que se comete un gran número de
delitos. Sin embargo, los mecanismos causales que vinculan estos factores de ries-
go con resultados antisociales no están bien establecidos.
Para avanzar en el conocimiento de las teorías de la DLC y de las cuestiones
de la DLC, se necesitan estudios longitudinales prospectivos con distintas
medidas de delincuencia autoinformada y de registro oficial. Muchos de los resulta-
dos correspondientes a carreras delictivas durante la década de 1980 se basaron
en gran medida en registros oficiales, y es importante establecer hasta qué pun-
to se reproducen (o no) en los autoinformes. Desde luego, los autoinformes reve-
lan más delitos, pero en muchas ocasiones muestran resultados similares a los
registros oficiales en cuestiones como de qué modo varía la prevalencia de la
delincuencia con la edad, el hecho de que un comienzo temprano predice una
carrera delictiva larga y muchos delitos, la continuidad y versatilidad de la delin-
cuencia, los delincuentes crónicos y las secuencias de inicio.
Los estudios longitudinales futuros deben seguir a personas hasta edades más
avanzadas, y deben centrarse en los procesos de desistimiento. Los estudios pasa-
dos se han centrado generalmente en edades hasta los 30 años y en los inicios. Los
estudios futuros deberían comparar los factores de riesgo correspondientes a un
comienzo temprano, la continuación después del inicio (en comparación con
un desistimiento temprano), la frecuencia, la gravedad, un comienzo tardío, y la
persistencia frente al desistimiento. Las teorías de la DLC deberían predecir explí-
citamente todas estas cuestiones. Asimismo, en los estudios futuros se debería
hacer un mayor esfuerzo por investigar los factores de protección y los siguien-
tes factores de riesgo: los factores biológicos, los grupos de amigos, el colegio y
el vecindario. Y la futura investigación debería comparar el desarrollo, los facto-
res de riesgo y los acontecimientos vitales de los hombres frente a los de las mujeres,
en relación con diferentes grupos étnicos y raciales.
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