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EL CONCEPTO DE RACIONALIDAD

Jesús Mosterín

Precisión de conceptos

A LO LARGO DE LA HISTORIA reciente es posible observar


cómo las discusiones en torno a un concepto que parece
interesante e importante resultan estériles e inacabables por
falta de precisión de ese concepto. Una vez sometido a un
proceso de clarificación y precisión, el concepto originario
-surgido del lenguaje cotidiano- cede su puesto a uno o
varios conceptos definidos desde el principio con toda exac-
titud y que cubren al menos una gran parte del campo que
el concepto originario cubría. Este proceso culmina frecuen-
temente con la creación de una teoría científica del campo
en cuestión, construida en torno al concepto precisado.
Ejemplos típicos del citado proceso lo constituyen los
conceptos de probabilidad de un suceso y de computabilidad
de una función. Ambos conceptos habían sido usados por
matemáticos y científicos de un modo impreciso y poco fe-
cundo hasta que, en un momento dado, fueron sustituidos
por conceptos precisados. El concepto de probabilidad fue
precisado por Ko1mogoroff median te los axiomas que llevan
su nombre y que constituyen desde entonces el núcleo de
la teoría de la probabilidad. El concepto de computabilidad
fue precisado por Turing y Post mediante la introducción
de los a1goritmos de Post y las máquinas de Turing, consti-
tuyéndose así la teoría de la recursión -que es el nombre
con el que actualmente se conoce la teoría de la compu-
tabilidad.
Otro ejemplo típico es el del concepto de dedu~ción o
deducibilidad, que durante más de 2.000 años venía siendo

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-- -
~ '0

456 El concepto de racionalidad


usado por filósofos y matemáticos en toda clase de discu-
siones y afirmaciones más o menos incontrolables, dada la
vaguedad del concepto. El concepto de deducción fue preci-
sado por Frege en 1879 mediante la introducción del primer
cálculo .deductivo riguroso, dando así comienzo la lógica
moderna. Sin embargo, pronto se vio que la precisión de
Frege no era la única precisión posible del concepto de de-
ducción. Así, en 1908 Brouwer propuso y en 1930 Heyting
presentó una precisión distinta y más exigente del. concepto
de deducción, que dio lugar a la llamada lógica intuicionista.
Uno de los conceptos que actualmente más se emplean
en discusiones filosóficas, científicas y políticas de todo tipo
es el concepto de racionalidad. Y el más somero de los aná-
lisis muestra que este concepto se usa en los más diversos
sentidos y con la mayor de las vaguedades imaginables. Con
frecuencia parece como si los adjetivos "racional" e "irracio-
nal" se emplearan de un modo puramente emotivo, para
elogiar o insultar más bien que para describir o caracterizar.
No es pues de extrañar que la confusión y la esterilidad
acompañen tales discusiones con excesiva frecuencia. Y, sin
embargo, el hecho mismo de su frecuente uso indica ya de
por sí que este concepto apunta a algo que nos importa y
nos interesa. Por eso no nos satisfaría ellimitarnos a evitar
o abandonar el concepto, sino que nos vemos incitados a
tratar de precisado.

Diversos sentidos de "racional"

El adjetivo "racional" se usa de muchas maneras, tiene


diversos sentidos. Por tanto, tenemos que indicar cuál de
esos sentidos es el que nosotros intentamos precisar.
Algunos sentidos de "racional" no tienen nada que ver
con la tarea que aquí nos proponemos. Así, decimos de un
número que es racional si es representable como el cociente
de dos números enteros. Por ejemplo, del número 1/3 pode-
mos
, decir que es racional en este sentido, aunque no del
numero 'Ir.

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El concepto de racionalidad 457

En contextos digamos "humanísticos" es frecuente carac-


terizar como razón a las capacidades de reflexión y lenguaje
típicamente humanas y, en consecuencia, usar el adjetivo
"racional" como sinónimo de "poseedor de las capacidades
intelectuales y lingüísticas propias de la especie humana".
En este sentido puede decirse que el hombre es el animal
racional, que como tal se contrapone al resto de los animales.
Claro que esta afirmación es trivial y analítica, pues no dice
sino que el hombre posee las capacidades típicas del hombre,
lo cual difícilmente puede ser motivo de especial orgullo
por nuestra parte. A la maduración de esas capacidades
lingüísticas e intelectuales se le llama "el uso de razón".
Pero no es este tampoco el sentido de "racional" que aquí
nos interesa precisar.
Aquí nos interesa el uso que del adjetivo "racional" ha-
cemos cuando decimos de determinadas creencias, decisiones,
acciones y conductas de los hombres que son racionales, y
de otras, que no lo son. Es evidente que la racionalidad (en
este sentido) presupone el uso de razón, que es una condi-
ción necesaria, pero no suficiente de ella.
A partir de ahora, entenderemos siempre el sustantivo
"racionalidad" y los adjetivos "racional" e "irracional" en
este último sentido, que será el que trataremos de aclarar.
Sólo del hombre y sus creencias, decisiones y conducta
tiene sentido predicar la racionalidad o irracionalidad. El
hombre no es, pues, "el animal racional". El hombre es en
todo caso "el animal racional o irracional". El hombre puede
ser racional, como puede andar en bicicleta o escribir versos.
Pero no es en modo alguno necesario que sea racional, ni
que ande en bicicleta, ni que escriba versos.
¿Qué es, pues, la racionalidad? La racionalidad -en el
sentido en que aquí la entendemos- no es una facultad,
sino un método. La aplicación del método racional presu-
pone ciertas facultades. Pero ninguna facuItad garantiza que
se aplique el método racional. Y si bien sólo tiene sentido
calificar de racional o irracional la conducta de seres inte-
ligentes, según que utilicen o no su inteligencia "conforme a
las normas del método racional, es preciso reconocer que

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458 El concepto de racionalidad
la más aguda de las inteligencias es perfectamente compa-
tible con una crasa irracionalidad.
La racionalidad se predica de nuestras creencias y opi-
niones, por un lado, y de nuestras decisiones, acciones y
conducta, por otro. Llamemos racionalidad teórica a la que
se predica de creencias y opiniones, y racionalidad práctica,
a la que se predica de decisiones, acciones y conducta. Y
empecemos nuestra consideración por la primera de estas
dos facetas de la racionalidad, es decir, por la teórica.

Racionalidad teórica

Podemos creer que conducir un automóvil en estado de


embriaguez es peligroso y podemos también creer que con-
ducir un automóvil en martes es peligroso. Muchos nos sen-
tiríamos inclinados a calificar la primera creencia de racional
y la segunda de irracional. ¿Cuál es la diferencia entre ambas
creencias que justifica esa contrapuesta calificación? Si,
como hemos dicho antes, la racionalidad es un método, la
diferencia consistirá en que la primera opinión -la de que
conducir en estado de embriaguez es peligroso- es alcan-
zable mediante la aplicación del método racional, y la segunda
-la de que conducir en martes es peligroso- no lo es.
Si se nos ofrece a nuestra consideración un enunciado
cualquiera -llamémosle a, para abreviar-, podemos aceptar
a como verdadero, o podemos rechazar a como falso, o pode-
mos no pronunciarnos respecto a su valor veritativo, adop-
tando una actitud dubitativa o indiferente respecto a a. En
el primer caso, es decir, cuando asentimos a a O aceptamos a
como verdadero, decimos que creemos u opinamos que a.
Claro que éste no es el único uso que hacemos de estos
verbos,. pero es el que aquí nos interesa.
Si creemos que a y, además, ocurre que es verdad que a,
decimos que acertamos que a. Pero, evidentemente, podemos
creer -y muchas veces creemos- sin acertar.
Para poder decir que sabemos que a parece que al menos
tres condiciones han de estar satisfechas: (1) que creamos
que a, (2) que sea verdad que a y (3) que poseamos suficiente

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El concepto de racionalidad 459

evidencia de que a, es decir, que nuestra creencia de que a


esté adecuadamente justificada. Las dos primeras condiciones
del saber son las mismas que definían el acertar. Es decir,
cuando sabemos, siempre acertamos. Pero no a la inversa.
Podemos acertar sin saber, podemos acertar por casualidad,
por suerte o por chiripa. Es precisamente la tercera condi-
ción del saber la que excluye el acertar por casualidad, pues
exige que para saber que a nuestra creencia de que a ha de
estar adecuadamente justificada, es decir, hemos de poseer
suficiente evidencie de que a. Sin embargo, el creer que a y el
poseer suficiente evidencia de que a no bastan tampoco para
que podamos decir que sabemos que a; para ello es además
necesario que sea verdad que a. Es decir, no podemos saber
que a, si a es falso. Y, puesto que la determinación segura
e indubitable del valor veritativo de un enunciado es con
frecuencia imposible de llevar a la práctica, resulta que el
concepto de saber es un concepto poco operativo y mane-
jable. Un concepto relacionado con él, pero más operativo y
manejable, puede ser precisamente el concepto de creencia
racional.
Del concepto de creencia racional exigimos todo lo que
exigíamos del concepto de saber, excepto la verdad del enun-
ci~do creído o sabido. Así, pues, diremos que creemos racio-
nalmente que a si (1) creemos que a y (2) poseemos suficiente
evidencia de quea. Lo que no exigimos es que a sea verda-
dero. Por tanto, nos será posible determinar si nuestra cre-
encia de que a es racional o no, aun sin saber si a es ver-
dadero o no, pues nos bastará con examinar nuestra creencia
y la evidencia que para ella poseemos.
Si el concepto de creencia racional es más operativo que
el de saber, como contrapartida resulta menos seguro. En
efecto, el saber es -por definición- garantía de verdad,
pero no así el creer racionalmente. Si efectivamente sabemos
algo, es imposible que nos equivoquemos respecto a ello.
Pero es perfectamente posible que creamos racionalmente
algo y sin embargo que estemos totalmente equivocados res-
pecto a ello.
De las definiciones que acabamos de dar se sigue que
siempre que sabemos algo, lo creemos racionalmente -pero
460 El concepto de racionalidad
no a la inversa- y que siempre que creemos racionalmente
algo, lo creemos a secas- pero no a la inversa-. La creencia
racional ocupa una posición intermedia entre el mero creer
u opinar, por un lado, y el saber, por el otro. Respecto al
saber, la creencia racional tiene la ventaja de su operatividad
y la desventaja de su falibilidad; respecto al mero creer u
opinar, la creencia racional tiene la ventaja de su mayor
probabilidad de acierto, al rechazar muchas de las opiniones
que se nos pudieran ocurrir sin suficiente justificación y al
introducir un fin o meta respecto al cual organizar la di-
námica de nuestras creencias: la meta de maximalizar nuestro
acierto. Por ello podemos concebir el método en que con-
siste la racionalidad teórica como una estrategia de maxi-
malización de nuestros aciertos y minimalización de nuestros
errores a largo plazo. Ya hemos visto que, por muy racio-
nales que seamos en nuestras creencias, siempre podremos
equivocarnos y de hecho, siempre nos equivocaremos en al-
gunas de ellas. Pero la probabilidad de equivocarnos será
menor si organizamos nuestras creencias conforme a una es-
trategia que tienda conscientemente a minimalizar los errores
que si no lo hacemos así.

Suficiente evidencia

Al intentar precisar el concepto de creencia racional


hemos dicho que alguien cree racionalmente que a si ese
alguien (1) cree que a y (2) posee suficiente evidencia de
que a. Pero con ello, en realidad, no hemos hecho sino tras-
ladar la dificultad de un lugar a otro. En efecto, a nadie se
le escapa que al definir la creencia racional en función de
la evidencia suficiente no hemos hecho sino precisar un con-
cepto vago con ayuda de otro concepto no menos vago y
necesitado de precisión que el primero. Por tanto, para que
nuestra dilucidación del concepto de creencia racional tenga
un sentido mínimamente claro hemos de precisar el con-
cepto de evidencia suficiente. Dado un enunciado a, ¿qué
queremos decir cuando decimos que alguien tiene suficiente
evidencia de que a?
El concepto de racionalidad 461

Por lo pronto diremos que poseemos suficiente evidencia


de que a si ocurre que a es deducible de otros enunciados
{3, )', etc., de los que poseemos suficiente evidencia. A este
tipo de evidencia podemos llamarla evidencia derivada. Pero
la evidencia derivada no puede ser el único tipo de evidencia
suficiente, pues la cadena de posibles deducciones ha de co-
menzar en algún punto, es decir,. en enunciados de los que
poseamos suficiente evidencia no-derivada.
¿En qué casos diremos que poseemos suficiente evidencia
(no-derivada) de que a?
En primer lugar, en el caso de que a sea un enunciado
analítico, es decir, un enunciado cuya verdad sólo dependa
de la estructura gramatical y semántica del lenguaje en que
está formulado. Así, por ejemplo, podemos decir que tenemos
suficiente evidencia de que mañana lloverá o no lloverá, o
de que ningún soltero está casado, o de que todos los trián-
gulos tienen tres lados, o de que el Quijote fue escrito por
el autor del Quijote, etc., pues todos estos enunciados son
analíticos.
En segundo lugar, diremos que poseemos suficiente evi-
dencia de que a si podemos comprobar directa y personal-
mente que a. Esto sólo ocurre si a es un enunciado singular
que se refiere a algún hecho concreto directamente observa-
ble por nuestros sentidos en el momento presente. Por
ejemplo, podemos decir que poseemos suficiente evidencia
de que tenemos dos manos, de que estamos bebiendo una
cerveza, de que tenemos los zapatos puestos, de que la calle
está llena de automóviles o de que en el cielo hay luna llena.
En tercer lugar,. propongo que digamos que poseemos su-
ficiente evidencia de que a, si a es un teorema o enunciado
válido de una teoría científica vigente en nuestro tiempo.
La filosofía de la ciencia contemporánea ha aclarado bastante
lo que hay que entender por teoría científica vigente en un
tiempo determinado. Resumiendo y simplificando, podemos
decir que una teoría científica vigente es un conjunto de
hipótesis generalmente aceptadas por la comunidad científica.
formuladas en un lenguaje preciso, susceptibles de contras-
tación empírica, útiles para la explicación y predicción de
sucesos, parcialmente corroboradas o al menos no refutadas

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462 El concepto de racionalidad
por los experimentos y observaciones efectuados hasta el
momento y compatibles con las otras teorías científicas vi-
gentes. Esto implica que un sistema racional de creencias
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no es algo estático, sino que va variando por diversos fac-


tores, uno de los cuales son las variaciones o progresos de
la ciencia. Así, hoy resulta racional que creamos que el sexo
de los hijos sólo depende del padre y no de la madre, pero
hace dos siglos esa misma creencia no hubiera sido racional.
A la inversa, hace dos siglos hubiera sido racional creer en
la validez universal de las leyes de Newton, pero hoy ya
no lo es.
En cuarto lugar, propongo que digamos que poseemos
suficiente evidencia de que a si hay testimonios fiables de
que a. Así, por ejemplo, podemos decir que poseemos suficien-
te evidencia de que nuestro padre y nuestra madre son las
personas que todos nuestros parientes y conocidos mayores
que nosotros identifican como tales, o de que realmente
una guerra ha estallado en el Oriente Medio,. cuando todos
los periodistas y agencias de noticias nos informan de ello,
o de que efectivamente Luis XVI fue guillotinado en 1793,
pues así nos lo confirman los diversos testimonios escritos
que se conservan de aquella época, etc. De todos modos,
hay que reconocer que el concepto de "testimonio fiable"
no es un concepto nada preciso. Está claro que muchas veces
los testimonios que poseemos de algo no son fiables, sea
porque es reducido el número de testigos, sea porque tenga-
mos razones para dudar de su objetividad o de su veracidad,
sea porque unos testimonios contradicen a otros, etc. Habría
que precisar el concepto lo suficiente como para que la fron-
tera entre testimonios fiables y no fiables quedase claramente
trazada. Pero ésta es una tarea que -aunque necesaria para
llevar a buen término la empresa que nos hemos propuesto-
dejamos aquí en el aire, a fin de no perdernos en las múltiples
ramificaciones de nuestro problema.
Un punto que todo el mundo aceptará es el de que no
es racional creer al mismo tiempo dos enunciados contradic-
torios, sino que en ese caso lo racional será dejar de creer
el uno o el otro, o incluso los dos. Pero parecería demasia-
do el postular la consistencia de nuestro sistema de creencias

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El concepto de racionalidad 463

como condición de racionalidad, pues con frecuencia no está


en nuestra mano determinar la consistencia o contradicto-
riedad de un conjunto potencialmente infinito de enunciados
como es el que constituyen las creencias racionales tal como
las hemos definido. Lo que podemos y debemos. exigir es
nuestra disposición a purgar nuestro sistema creencial de
contradicciones tan pronto como tengamos conciencia o
noticia de ellas. A la hora de renunciar a una de dos creencias
contradictorias no derivadas, normalmente consideraremos
racional mantener la creencia obtenida por uno de los pri-
meros criterios antes señalados y renunciar a la obtenida
por el criterio posterior. Así, tendremos máxima reluctancia
a renunciar a la creencia de los enunciados analíticos y re-
nunciaremos con la mayor facilidad a la creencia basada en
testimonios fiables. Sin embargo en casos extremos puede
no ocurrir eso. Así, si la creencia en algo que hemos com-
probado directamente una sola vez se opone a teorías cien-
tíficas bien establecidas y a múltiples testimonios fiables,
más bien habremos de pensar que hemos sufrido una aluci-
nación. De todos modos, en la práctica casi todas nuestras
creencias son creencias derivadas, por lo que la situación
es todavía mucho más complicada. Aquí queremos retener
únicamente la exigencia de rechazar de nuestro sistema de
crencias toda contradicción de la que tengamos noticia.
Para resumir, proponemos precisar el concepto de racio-
nalidad teórica del siguiente modo : Una presona determi-
nada X cree racionalmente que a (donde a es un enunciado
cualquiera) si y sólo si (1) X cree que a y (2) X posee sufi-
ciente evidencia de que a, es decir, a es analítico, o X puede
comprobar directamente que a, O a es un teorema de una
teoría científica vigente en el tiempo de X, o hay testimonios
fiables de que a, O a es deducible a partir de otros enuncia-
dos 131...13ny X posee suficiente evidencia de que 131...13n(esta
c1ásula convierte a esta definición en recursiva) y, además,
(3) X no es consciente de que a esté en contradicción con
ninguna otra de sus creencias.
Si un individuo cree de hecho todos y sólo los enuncia-
dos en que le resulta racional creer, o al menos está siempre
dispuesto a modificar su sistema de creencias en tal sentido,
.)
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464 El concepto de racionalidad
diremos de él que es racional en sus creencias. Si cree más
enunciados que los que racionalmente puede creer, diremos
que es un dogmático; si cree menos, un escéptico.

Doctrinarios y teóricos

En la precisión aquí propuesta del concepto de raciona-


lidad teórica juega un papel preponderante la ciencia. En
efecto, hemos considerado que es racional para los individuos
creer si más las afirmaciones de la ciencia de su tiempo. En
cierto modo sería posible considerar la ciencia como un
corpus de creencias colectivas sometidas a un constante pro-
ceso de revisión conforme a una estrategia racional de maxi-
malización de aciertos y minimalización de errores. Así, pues,
vemos que hay dos tipos de racionalidad teórica: la racio-
nalidad teórica individual -que es la que aquí sobre todo
nos interesa y que acabamos de analizar- y la racionalidad
teórica colectiva, que se manifiesta fundamen talmen te en
la ciencia. Estos dos tipos de racionalidad teórica están en
estrecha relación e interdependencia, y el uno no sería posi-
ble sin el otro. Para que la ciencia pueda mantenerse y pro-
gresar es necesario que los científicos, como individuos, sean
racionales en al menos una porción de sus creencias, a saber,
en sus creencias referentes al objeto de su investigación
cien tífica. Y para que los individuos puedan ser racionales
en el sentido arriba indicado, es necesario que exista una
ciencia viva de la que ellos saquen -o, al menos, estén dis-
puestos a sacar- una gran parte ~probablemente la mayor
parte- de sus opiniones acerca del mundo. Y así como
vimos que los progresos y cambios en el desarrollo de la
ciencia repercuten en cambios en el sistema creencial de los
individuos racionales, así también está claro que los cambios
en las creencias racionales de los científicos -motivados,
por ejemplo, por nuevas comprobaciones directas de hechos
o por nuevos testimonios fiables- repercuten en cambios en
las
. .,teorías científicas, que están sometidas a constante re-
VlSlon.
El talante que el científico aplica a la parcela de sus
creencias relativa al objeto de su ciencia o que el hombre

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El concepto de racionalidad 465

racional aplica a todas sus creencias es un talante que po-


demos calificar de crítico o teórico. Este talante nos incita
a considerar constantemente nuevas creencias posibles, a
formularlas y aceptarlas provisionalmente como hipótesis y
a someterlas a constante crítica, tanto en lo que se refiere
al lenguaje en que están formuladas como en lo que se refiere
a lo que efectivamente afirman.
Muchas veces se ejercita la crítica sobre un sistema de
afirmaciones, pero no sobre el vocabulario en que esas afir-
maciones están formuladas. Parece como si se pensara que
los conceptos que se emplean para hablar de algo fuesen
algo neutral e inevitable, y que sólo tuviese sentido discutir
de la verdad o falsedad de los enunciados que hagan uso de
esos conceptos. Pero un sistema determinado de conceptos
es ya un determinado molde que se impone a la realidad.
Evidentemente, es imposible hablar de la realidad sin im-
ponerle molde alguno. Pero nada nos garantiza que el molde
que le estamos imponiendo sea el más adecuado. Por eso, el
talante teórico nos incita a poner en duda no sólo las afirma-
ciones, sino también la adecuación del sistema de conceptos
con cuya ayuda éstas están formuladas, y a someter nuestros
conceptos a un proceso de revisión constan te a fin de lograr
sistemas conceptuales cada vez más precisos, claros y ade-
cuados.
Por otro lado, el teórico está siempre dispuesto a renun-
ciar a las tesis que hasta entonces ha defendido, está siempre
dispuesto a arrojar por la borda creencias largo tiempo por
él mantenidas, siempre que descubra contradicciones entre
sus diversas creencias o que nuevos progresos científicos,
nuevas comprobaciones directas de hechos o nuevos testi-
monios fiables se opongan a viejas creencias, o siempre que
alguien le llame la atención sobre una tal situación. En efecto,
la estrategia creencial que aplica la ciencia a nivel colectivo
y el hombre racional a nivel individual no persigue el man-
tenimiento de determinados sistemas de creencias, sino la
obtención de una imagen del mundo y una información acer-
ca del mundo lo más clara, exacta y verdadera (o al menos
probable) que sea posible lograr. Y esta estrategia está con-
cebida de tal modo que en general las revisiones significan

-- -
"

466 El concepto de racionalidad


progresos, pues los casos en que el método racional nos in-
cita a renunciar a nuestras anteriores creencias son precisa-
mente aquéllos en que hay indicios objetivos de que es más
probable que las creencias alternativas resulten ser las ver-
daderas.
Así como las teorías científicas son sistemas colectivos
de creencias, así también las doctrinas son sistemas colecti-
vos de creencias. La diferencia entre unas y otras estriba
precisamente en que las primeras -las ciencias- están so-
metidas a una constante revisión conforme al método racio-
nal, mientras que las segundas -las doctrinas- están por
el contrario sometidas a un esfuerzo constante de conserva-
ción conforme a una estrategia que tiende a la perpetuación
de las creencias que las constituyen.
Una teoría es un conjunto de hipótesis. Una doctrina, es
un conjunto de dogmas.
Una teoría está formulada con ayuda de conceptos lo
más exactos y 10 menos emotivos posible, susceptibles de
ser abandonados en favor de otros conforme se vayan en-
contrando nuevos y más precisos sistemas conceptuales.
Una doctrina está formulada con ayuda de conceptos
poco precisos y frecuentemente dotados de una intensa carga
emocional, a los que se considera como definitivos e in-
susti tuibles.
El teórico está siempre dispuesto a (e incluso interesado
en) someter su teoría a constante revisión, abandonando hi-
pótesis mantenidas hasta entonces a favor de otras distintas,
en cuanto el conocimiento de nuevos hechos del mundo o la
consideración de nuevas relaciones entre las hipótesis así lo
.aconsejen. El teórico tiene una actitud crítica respecto a su
propia teoría.
El doctrinario pretende mantener la doctrina intacta e
inmutable, trata de ignorar o esconder los hechos que se
oponen a ella y de disimular sus posibles insuficiencias in-
ternas. El doctrinario tiene una actitud apologética respecto
a su propia doctrina.
El teórico formula predicciones a plazo fijo que, caso de
no cumplirse, dan lugar a revisiones o reajustes de la teoría
o incluso a su abandono puro y simple. El doctrinario formu-
El concepto de racionalidad 467

la profecías a plazo indefinido y cuyo no cumplimiento en un


plazo limitado de tiempo no pone en peligro la inalterabili-
dad de la doctrina.
Todo esto no significa que las doctrinas (sean éstas reli-
giosas, metafísicas, políticas, nacionales, etc.) no cambien
con el trancurso del tiempo. Pero este cambio se produce a
contrapelo de los doctrinarios, no está sometido a ninguna
estrategia racional y suele consistir en una interpretación
progresivamente más laxa e imprecisa de los conceptos de
la doctrina, a fin de resolver sus contradicciones internas o
su conflicto con los hechos a base de una hermenéutica
progresivamente relajada y arbitraria. El revisionismo, que.
para el teórico es una virtud, para el doctrinario es un vicio
que conduce a la heterodoxia. Las categorías de ortodoxia
y heterodoxia, que carecen de sentido a nivel de la teoría,
son constantemente aplicadas por los doctrinarios, emocio-
nalmente comprometidos en la defensa de sus dogmas.
El doctrinario típico adoctrina a los tibios, defiende la
doctrina frente a los críticos, condena a los heterodoxos, y
a veces, si puede, los persigue físicamente, censura sus escri-
tos y los encarcela; en épocas turbulentas, incluso los mata.
Muy rara vez -si es que alguna- han matado o encarcelado
los teóricos en nombre de teorías a hipótesis científicas. Pero
los anales de la historia están llenos de matanzas y persecu-
ciones en defensa de doctrinas.
Eviden temen te no todos los hombres son teóricos o
doctrinarios. Muchos -quizá la mayoría- no son ni lo uno
ni lo otro. Y no es menos evidente que la misma persona
puede ser a la vez parcialmente racional y parcialmente doc-
trinaria en sus creencias. Por ejemplo, con frecuencia, nos
topamos con científicos que son perfectamente racionales,
teóricos y críticos en sus creencias relativas al objeto de su
ciencia, pero que simultáneamente son irracionales, doctri-
narios y apologéticos en sus creencias relativas a un deter-
minado dominio de la realidad -que puede ser el sexo o la
religión o la política o la patria, o cualquier otro que des-
pierte en ellos profundas emociones o ansiedades-o Incluso
podríamos distinguir, junto al talante racional o teórico y al

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468 El concepto de racionalidad
talante doctrinario, un tercer tipo de actitud, que podríamos
calificar de frivolidad intelectual.
La frivolidad intelect~al se caracterizaría por la acepta-
ción de creencias al tuntún y sin aplicar ningún tipo de
estrategia. El frívolo no trata de maximalizar la verdad de su
visión del mundo mediante una revisión consciente de sus
creencias conforme al método racional, ni trata tampoco
de defender a toda costa las creencias que constituyen una
determinada doctrina, sino que acepta pasiva y despreocupa-
damente las creencias que la tradición, la moda, la propa-
ganda, el entorno o el capricho le sugieren.
A veces ocurre que somos a la vez racionales en algunas
de nuestras creencias, doctrinarios en otras y frívolos en
otras. Y si a pesar de todo algún sentido tiene calificarnos
de racionales, doctrinarios o frívolos en estos casos, ello
sólo puede significar que una de esas actitudes es en nos-
otros claramente predominante.

Racionalidad práctica

Hasta ahora hemos estado considerando la racionalidad


de nuestras creencias. Pero ya habíamos indicado al princi-
pio que los adjetivos "racional" e "irracional" no sólo se
predican de nuestras creencias, sino también de nuestras
decisiones, de nuestras acciones y de nuestra conducta.
Pasemos, pues, ahora a examinar esta nueva faceta de la
racionalidad: la racionalidad práctica.
Consideremos algunos ejemplos de comportamiento irra-
cional, que nos servirán de hilo conductor para nuestra
dilucidación del concepto de racionalidad práctica.
Si un hombre hace inauditos esfuerzos por conquistar
los favores de una mujer y, cuando finalmente lo logra, se
escapa corriendo y no quiere veda, diremos que no se está
comportando racionalmente, pues parece no saber lo que.
quiere. Si un estudiante se matricula cada año en una Facul-
tad distinta y abandona constantemente los estudios que
acaba de comenzar, de tal modo que después de pasar 10 años
en la Universidad y haberse matriculado en 10 Facultades

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El concepto de racionalidad 469

distin tas, no ha llegado al segundo curso de ninguna, dire-


moS que su comportamiento durante ese tiempo parece un
tanto irracional. En estos y otros muchos ejemplos parecidos
la irracionalidad consiste en no saber lo que se quiere, en
ignorancia o falta de conciencia de los propios fines, en la
ausencia de algún tipo de meta, norte o dirección que de
alguna manera ordene una determinada parcela de nuestra
conducta. Postulemos, pues, como primera condición de la
racionalidad práctica el tener conciencia de los fines o metas
propIOS.
Pero evidentemente no basta el saber lo que se quiere
para comportarse racionalmente. Si alguien quiere ir en
automóvil a un determinado lugar que él conoce bien, pero
no sabe conducir ni se molesta en aprenderlo, por lo que
sufre un grave accidente a los cien metros de la salida, no
vacilaremos en calificar su conducta de irracional. Tampoco
nos parecerá muy racional el comportamiento del deportista
cuyos deseos se polarizan en ganar un determinado con-
curso, pero que desconoce y no se molesta en aprender sus
reglas,. por lo que es descalificado en los primeros momentos
de la competición. En este tipo de ejemplos la irracionalidad
consiste en un desconocimiento evitable de los medios
necesarios para conseguir los fines perseguidos, en una con-
ciencia de los fines ayuna de ciencia de los medios. Claro
está que no siempre podemos conocer exactamente cuáles son
los medios más adecuados para alcanzar nuestras metas, pero
parece que, en la medida en que nos resulte posible, debié-
ramos conocer esos medios o al menos hacer cuanto esté en
nuestra mano por. obtener ese conocimiento. Postulemos,
pues, como segunda condición de la racionalidad práctica el
conocer, en la medida de lo posible, los medios necesarios
para la obtención de los fines perseguidos.
A nadie se le escapa que no basta la conciencia de los
fines y la conciencia de los medios para caracterizar la racio-
nalidad práctica. Hace falta además el factor esencialmente
práctico de la racionalidad que sólo se manifiesta en la
acción. Si una chica con ciertas nociones de fisiología desea
evitar el quedar embarazada, pero a pesar de ello hace el

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470 El concepto de racionalidad
amor en sus días fértiles sin usar ningún tipo de anticoncep-
tivos, diremos que se está comportando irracionalmente. Si
alguien quiere disfrutar de la mejor salud posible y conoce
los resultados de la investigación sobre el tabaco, pero a
pesar de ello fuma dos cajetillas de cigarrillos al día, diremos
que se está comportando irracionalmente. En estos y otros
muchos ejemplos parecidos la irracionalidad consiste en
desear un fin o meta, pero no poner en obra los medios ade-
cuados para alcanzado. Postularemos, pues, como tercera
condición de la racionalidad práctica el poner en obra (al
menos, en la medida de lo posible) los medios necesarios para
conseguir los fines perseguidos.
Con frecuencia en nuestra acción perseguimos un fin inter-
medio, un fin que a.su vez no es sino un medio para alcanzar
otra meta posterior. El fin intermedio sólo nos interesa en
la medida en que nos ayuda a alcanzar la meta posterior,
en la medida en que es un escalón de la escalera que conduce
a la meta posterior. Por eso consideramos que es irracional
sacrificar la meta posterior en aras de la intermedia. Si el
nuevo diector de una empresa en su primer año al frente
de la misma malvende de cualquier manera todas sus exis-
tencias e instalaciones y no invierte nada en ella, de tal
forma que los beneficios de ese año resultan sumamente
elevados, pero que la empresa hace bancarrota al año siguien-
te, diremos que ese directivo se ha comportado irracional-
mente. Si un general agota y destroza todo su ejército en
el esfuerzo finalmente victorioso de ganar una batalla secun-
daria, con lo que a continuación pierde la guerra, diremos
que ese general se ha comportado irracionalmente. En estos
y otros muchos ejemplos parecidos la irracionalidad consiste
en no subordinar los fines próximos e inmediatos (tales
como el maximalizar los beneficios de la empresa en un
año determinado o ganar una batalla secundaria) a los fines
o metas más lejanos (tales como el maximilizar los beneficios
de la empresa a largo plazo o el ganar la guerra). Postulemos,
pues, como cuarta condición de la racionalidad práctica que,
en caso de conflicto entre fines de la misma línea y de dis-
tinto grado de proximidad, los fines posteriores han de ser
preferidos a los anteriores.

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El concepto de racionalidad 471
Las líneas de fines intermedios acaban en fines últimos.
y si queremos que nuestra conducta sea racional, parece
evidente que los fines últimos que la informan deben ser
compatibles entre sí. La esquizofrenia de las metas últimas
hace imposible todo tipo de racionalidad práctica. Si una
pareja humana de clase media persigue como metas últimas
tanto la de tener el mayor número posible de hijos como la de
proporcionar a sus hijos la mejor educación posible, no habrá
manera de que organicen sus acciones de un modo racional,
pues ambos fines últimos son incompatibles entre sí. Si el
alcalde de una ciudad persigue como metas últimas de su
política municipal tanto el aumentar al máximo el número
de vehículos que por ella circulen como el evitar la polución
atmosférica y optimalizar la calidad del aire que respiran
sus ciudadanos, no hay manera de construir una política
coherente en torno a esas dos metas, pues ambas son incom-
patibles entre sí. Postulemos, pues, como quinta condición
de la racionalidad práctica la de la compatibilidad de los
fines últimos.
Resumiendo cuanto hemos dicho, proponemos precisar
el concepto de racionalidad práctica del siguiente modo:
Diremos que un individuo X es racional en su conducta
si (1) X tiene clara conciencia de sus fines, (2) X conoce
(en la medida de lo posible) los medios necesarios para con-
seguir esos fines, (3) en la medida en que puede, X pone en
obra los medios adecuados para conseguir los fines perse-
guidos, (4) en caso de conflicto entre fines de la misma línea
y de diverso grado de proximidad, X da preferencia a los
fines posteriores y (5) los fines últimos de X son compa-
tibles entre sí.
Somos tanto más racionales cuanto más lejos vamos en
la exploración de nuestros fines y en la puesta en obra de
los medios adecuados para alcanzados.
El agente racional organiza su vida activamente, vive -y
no es meramente "vivido"-. El agente racional es consciente
de sus metas últimas y adopta una estrategia práctica
conducente a alcanzar esas metas en la mayor medida posi-
ble. Precisamente la racionalidad práctica, tal como aquí la
.,.

472 El concepto de racionalidad


entendemos, no es sino eso: un método, una estrategia para
maximalizar el conocimiento y la consecución de nuestros
fines últimos.
Muchos de los fines que perseguimos no son sino medios
para otros fines. Y ya hemos visto que los fines posteriores
son más importantes que los anteriores y que, en caso de
conflicto, han de ser preferidos. Si un determinado fin es
medio para otro o no, es una cuestión científicamente deci-
dible. Pero eviden temen te en la aceptación de un fin como
último hay un momento de gratuidad. Los fines intermedios
son justificables en función de los fines últimos. Los fines
últimos pueden ser explorados y elevados a un plano de
consciencia, pero en último término no pueden ser justifica-
dos -¿en función de qué lo serían? -, aunque a veces
puedan ser explicados por los millones de años de evolución
biológica que pesan sobre nosotros y que forman parte de
nuestro destino.

La racionalidad práctica supone la teórica

¿Qué relación hay entre la racionalidad teórica y la


racionalidad práctica? La respuesta es: la racionalidad teó-
rica es una parte o componente de la racionalidad práctica
o, al menos, la racionalidad práctica presupone ya la racio-
nalidad teórica. Podemos ser racionales en sentido teórico
sin serIo en sentido práctico, pero no a la inversa. La racio-
nalidad de nuestras creencias no implica la racionalidad de
nuestras acciones, pero no podemos actuar racionalmente
en un campo determinado si no somos racionales al menos
en nuestras creencias referentes a ese campo.
Quien no pretenda ser racional en sus creencias no puede
ser sincero al pretender ser racional en algún dominio de la
praxis. Al menos tendrá que ser racional en sus creencias
relevan tes para ese dominio de la praxis. Quien pretenda
conseguir un éxito comercial en un mercado estará intere-
sado en que al menos sus creencias sobre ese mercado no
estén equivocadas ni confusas, sino en que sean todo lo

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El concepto de racionalidad 473

precisas y seguras posible. Quien pretenda ganar una guerra,


por muy irracional que sea en otras cosas, estará interesado
en que al menos sus creencias sobre la situación del campo
de batalla y los medios y despliegues de sus fuerzas y las
del contrario sean lo más racionales y verídicas posible.
La racionalidad práctica parcial presupone al menos una
parcial racionalidad teórica: la relevan te para esa parcela
de la praxis. Y la racionalidad práctica completa presupone
la completa racionalidad teórica.
La racionalidad práctica consiste en esclarecer nuestros
fines y poner en obra los medios adecuados para obtener los
fines perseguidos. Y la racionalidad teórica consiste en poner
en obra los medios adecuados para maximalizar la amplitud,
precisión y seguridad de nuestras creencias y nuestra visión
del mundo. Pero es precisamente en vista de lo que creemos
acerca del mundo que fijamos cuáles son nuestros fines. Y
sólo podemos estar seguros de articular adecuadamente
nuestros fines si poseemos una visión lo más verídica posible
del mundo y de la vida. Si creemos en la transmigración
de las almas, quizás decidamos fijar entre los fines últimos de
nuestra vida el de obtener una reencarnación favorable
después de la muerte. Pero si rechazamos una tal creencia,
tampoco perseguiremos un tal fin. Por tanto, la racionalidad
práctica supone la teórica incluso en la determinación de
los fines, y aún más obviamente, desde luego, en la elección
de los medios más adecuados para la consecución de nuestras
metas, pues es también en función de lo que creemos acerca
del mundo que juzgamos de la adecuación de los medios.
La finalidad de obtener un sistema creencial lo más ob-
jetivo y verídico posible es una finalidad común a todos
los agentes racionales. Y la racionalidad teórica no es sino
la estrategia que conduce. a esa finalidad.
Racionalizar un campo de conducta es aplicar la racio-
nalidad a ese campo, yeso implica tanto el buscar y aceptar
la mejor información relevante disponible como el articular
nuestros fines respecto a ese campo y el poner en obra los
medios más adecuados para conseguir esos fines.
A esta racionalidad práctica, que supone la teórica, po-
dríamos llamada racionalidad, sin más.

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474 El concepto de racionalidad

Programas y morales

Si la optimización de la salud es uno de mis fines últi-


mos, entonces tanto el fumar como el hacer la guerra me
aparecerán como irracionales, pues ambos ponen mi salud
en grave peligro. Pero mientras el dejar de fumar está en
mis manos, el evitar la guerra no depende sólo de mÍ. Lo
racional para mí será, por un lado, dejar de fumar y, por
otro, asociarme con otros para tratar de impedir la guerra.
Para impedir la guerra hay que saber cuales son los factores
que contribuyen a provocada. Esto es una cuestión cien-
tíficamente investigable. Lo racional para mí será, pues, el
asociarme con otros que compartan conmigo la meta de
evitar las guerras para entre todos enterarnos de cuáles son
los factores que conducen a las guerras y perseguir como
fin intermedio común d,e todos los asociados la disminu-
ción de esos factores.
Diversos individuos pueden tener determinados fines en
común: los miembros de una familia, de una profesión, de
una clase, de un club, los que comparten un interés o una
curiosidad o una afición, etc. Lo racional para ellos será
unirse para entre todos conseguir más fácilmente la reali-
zación de su meta común.
Cuando varios de nuestros fines trascienden nuestras
posibilidades individuales de acción, podemos hacer pro-
puestas a las que otros individuos con fines parecidos a los
nuestros se puedan adherir, a fin de conseguir entre todos
alcanzar la meta común. E incluso, si disponemos de sufi-
ciente imaginación y capacidad, podemos formular un pro-
grama, en el que múltiples propuestas queden coordinadas y
enlazadas en un plan coherente y sistemático.
Naturalmente, no sólo podemos formular propuestas o
proponer programas, sino que también podemos -y de
hecho la hacemos mucho más frecuentemente- adherirnos
a las propuestas o programas que ya han sido formuladas
por otros grupos o individuos.
Por otro lado, podemos explicar propuestas o programas
a otros, podemos visualizar el tipo de situación o de mundo

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El concepto de racionalidad 475

al que conducirá la realización de tales programas, podemos


hacer publicidad de nuestros programas. Pero si somos ra-
cionales, presentaremos nuestros programas como lo que son,
es decir, como conjuntos de propuestas para conseguir
determinados fines con deteminados medios. Y considera-
remos que nuestros programas son siempre provisionales y
que están en función de los fines que ahora perseguimos
-y que en el futuro pueden cambiar- y de la información
de que ahora disponemos -que con el tiempo puede cre-
cer-. Por eso someteremos nuestro programa a constante
revisión, sobre todo si se descubre que varias de las pro-
puestas de que consta son incompatibles entre sí, o si cam-
biamos de fines o si progresa nuestra ciencia de los medios.
El tener que inventar constantemente nuevas pautas de
conducta racional supondría un esfurezo intelectual constan-
te, agotador y, a la larga, intelerable. Por eso podemos adop-
tar reglas o pautas de comportamiento, que nos indiquen
lo que hacer cada vez que una determinada situación o
circunstancia se presenta. Y algunas de esas reglas pueden
coincidir con las propuestas de un programa. Pero esas re-
glas -si no queremos caer en el moralismo- han de ser
siempre revisables y han de ser sometidas a revisión cada
vez que se produce un cambio en nuestro sistema de fines
o que nuestra información relevante se transforma.
Frente a esta actitud racional y programática ante la
acción se da con frecuencia la actitud moralista. La actitud
moralista no quiere saber nada de programas cambiantes y
revisables en función de fines y creencias también cam-
biantes, sino que postula el acatamiento incondicional de
unos mandamientos absolutos.
Un programa es un conjunto de propuestas. Una moral
es un conjunto de mandamientos.
El programático está siempre dispuesto a revisar su pro-
grama, y acepta las críticas como contribuciones posibles a
la revisión y puesta al día del programa. El programático
tiene una actitud crítica ante su programa, al que sabe siem-
pre provisional y dependiente de los deseos de los indivi-
duos y de sus creencias acerca del mundo.

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476 El concepto de racionalidad
El moralista, por el contrario, trata siempre de mantener
la integridad de su moral y rechaza las críticas como peca-
dos, perversiones o traicio~es. El moralista tiene una acti-
"tud dogmática ante su moral, a la que considera emanación
de Dios, de la naturaleza o de la histária, y no mera ocurren-
cia de las mentes de individuos.
El moralista cree en valores inmutables y objetivos, que
se reflejan en los mandamientos que él predica. El progra-
mático se limita a proponer o adherirse -siempre provi-
sionalmente- a propuestas o prograOmas que no reflejan
sino los cambiantes fines, deseos y fantasías de los hombres.
No hace falta subrayar el paralelismo que se da entre el
plano de las creencias y el de las normas de conducta. Quien
a nivel teórico sea doctrinario tenderá a ser moralista a nivel
práctico. Y quien en el primer campo prefiera limitarse a
las hipótesis,. tenderá a preferir en el segundo las propues-
tas. En definitiva se trata de manifestaciones a distintos ni-
veles de dos mismos tipos de actitudes o talantes: el talante
dogmático y el talante crítico. A la unión de una doctrina
con una moral a veces se la conoce con el nombre de ideo-
logía, aunque es bien sabido que esta expresión se emplea
actualmente en los más dispares sentidos. Y, para terminar
este inciso sobre el paralelismo de teoría y práctica, es evi-
dente que en los dos niveles se produce con harta frecuencia
el fenómeno de la frivolidad.
La pregunta" ¿está permitido o no, es bueno o malo en
sí mismo?" es una pregunta moralista. La pregunta racional
es: "en función de los fines perseguidos, ¿es adecuado o
no?, ¿es oportuno o no?"
El planteamiento en términos de derechos naturales o
humanos, etc. es también confundente.
Consideremos el ejemplo del aborto. Unos moralistas
-fundamentalmente los católicos- consideran que el abor-
to es malo en absoluto, que es un crimen, que no está per-
mitido abortar, que la madre no tiene derecho a abortar, etc.
Otros moralistas -fundamentalmente los del movimiento de
liberación de la mujer- consideran que el aborto es un de-
recho natural y fundamental de la mujer, que es criminal
negar a las mujeres la posibilidad de decidir por sí mismas

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El concepto de racionalidad 477

si quieren tener hijos o no, etc. Frente a estas posiciones


contrapuestas de los moralistas, ¿qué podríamos decir del
aborto desde el punto de vista racional? Evidentemente no
podríamos decir nada absoluto e incondicional. Sólo podría-
mos decir que tanto la propuesta de liberalizar el aborto,
como la de prohibido, como la de recomendado, etc., no
son en principio sino propuestas diferentes y discutibles todas
ellas. El tipo de propuesta que racionalmente aceptemos
dependen de los fines que persigamos. Así, en una época en
que por las razones que fuesen la población y la natalidad
hubieran disminuido hasta extremos peligrosos, muchos con-
sideraríamos como uno de nuestros fines el de fomentar por
todos los medios el crecimiento demográfico. En este caso,
lo racional para nosotros sería tratar de que se prohibiese el
aborto, a fin de que todos los embarazos llegasen a término
y, de buena o mala gana, las mujeres diesen a luz el mayor
número posible de hijos. Pero en una época como la nuestra
en que la explosión demográfica alcanza extremos alarman-
tes, muchos consideramos como uno de los fines más .impor-
tan tes de la hora presente el de frenar el crecimiento demo-
gráfico. Y en este caso, lo racional para nosotros consiste en
tratar de que se liberalice y permita el aborto, pues de esta
manera se contribuirá a que no nazcan tantos niños y, por
tanto, a que se frene el catastrófico crecimiento demográfico
al que actualmente asistimos. De todos modos, hay que
reconocer que esta consideración es un tanto simplista, pues
no tiene en cuenta sino un par de fines: la aceleración o
el freno del crecimiento de la población. Naturalmente, una
decisión racional de adherirse a cualquiera de las propuestas
en torno al aborto tendría que tener en cuenta otros fines
que persigamos, relativos a la salud, a la libertad individuat
a la organización social y a otros muchos factores.
El punto a señalar y retener es éste: desde el punto de
vista racional, nada está absolutamente permitido o prohibi-
do, ni por Dios ni por el diablo, ni por la naturaleza ni
por la historia. Lo único que no se puede hacer es lo que
es físicamente imposible. Esto no significa naturalmente, que
todo da igual -lo cual sería caer en la frivolidad práctica-
sino que todo depende de las metas que en un momento

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478 El concepto de racionalidad
dado persigamos y de la información sobre el mundo de que
dispongamos.
Lo que hemos dicho so~re el aborto podríamos repetido
sobre la vida sexual y sobre las relaciones de propiedad,
sobre las fronteras de las naciones y sobre las formas de
gobierno, sobre la educación de los hijos y sobre la pena
de muerte. No hay nada sagrado, no hay nada indiscutible.
Desde un punto de vista racional todo puede -y todo debe-
ser puesto en cuestión. Ningún dios ni ninguna historia nos
ha librado del trabajo de elaborar por nosotros mismos las
propuestas y los programas conforme a los que vivir.

Racionalidad y felicidad

Lo que hemos dicho aquí sobre la racionalidad no cons-


tituye, desde luego, nada que ni de lejos se parezca a una
dilucidación suficiente y completa del concepto de raciona-
lidad. Nociones que hemos empleado esencialmente en nues-
tra dilucidación, tales como la noción de testimonio fiable
o las nociones de fin intermedio y fin último, están ellas
mismas necesitadas de aclaración y precisión. Por desgracia,
todavía estamos lejos del tipo de claridad y precisión
conceptual que nos permitiría acercarnos siquiera a una
teoría de la racionalidad comparable a las actuales teorías
de la probabilidad o de la computabilidad, de las que había-
mos hablado al principio. Es más, en nuestra consideración
de la racionalidad práctica nos hemos limitado a casos
extremadamente simples, ignorando los casos más interesan-
tes y frecuentes, que son aquellos en que diversos fines
pueden limitarse mutuamente entre sí o en que se trate de
maximalizar uno o varios fines dentro de determinadas
restricciones impuestas por el agente o en que nuestro
conocimiento de los medios sólo está dado con un grado
determinado de probabilidad, etc.
y es evidente que cuanto hemos dicho del método racio-
nal se aplica también al contenido del presente escrito. Las
nociones un tanto vagas e imprecisas que aquí se han utili-
zado han de ser sustituidas por un aparato conceptual más
El concepto de racionalidad 479

riguroso y refinado. La consideración de casos simples y tri-


viales ha de ser ampliada a casos más complejos y difíciles.
Las afirmaciones y propuestas que aquí se han hecho han
de ser puestas en cuestión y criticadas. De todos modos,
espero al menos haber indicado una posible vía de diluci-
dación del concepto de racionalidad, aunque desde luego sin
asegurar que esta vía nos lleve muy lejos.
Para terminar, podemos preguntarnos: el ser racionales
¿nos hace más felices? Depende, naturalmente, de lo que
entendamos por felicidad. Y hay que reconocer que el con-
cepto de felicidad no se distingue precisamente por su cla-
ridad y precisión. Pero al menos en alguno de sus sentidos
parece que la felicidad depende de la consecución de nuestros
fines últimos, de la satisfacción de nuestros deseos más
profundos.
En la medida en que la racionalidad es la estrategia que
nos conduce a alcanzar nuestros fines últimos en la mayor
medida posible, la racionalidad nos garantiza el máximo de
felicidad consciente posible. Pero en la medida en que el
examen de nuestros fines trae a nuestra conciencia metas
difícilmente alcanzables, el agente racional nunca está satis-
fecho ni encuentra sosiego duradero. Pero sabe que hace
cuanto puede por alcanzar sus metas. Y acepta su destino.
Nadie escapa al destino. La racionalidad nos permite
domar el destino en la medida en que ello es posible y cono-
cedo y aceptado en lo que tiene de inevitable. Esto da lugar
a un cierto tipo de felicidad que es a la vez lucha y acepta-
ción, goce e insatisfacción, tensión respecto a lo posbile y
relajamiento frente a lo inevitable. A este tipo de felicidad
lúcida nos invita el célebre verso de Píndaro:
"-,N o aspires,. oh alma mía, a la vida inmortal,
pero agota el campo de lo posible."

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