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“En el principio existía la Palabra y la Palabra estaba con Dios, y la Palabra era
Dios” (Jn 1,1).
“Envió a su Hijo, la Palabra eterna, que alumbra a todo hombre, para que habitara
entre los hombres y les contara la intimidad de Dios. Jesucristo, Palabra hecha carne...
habla las palabras de Dios” (DV, 4).
“En darnos, como nos dio a su Hijo, que es una Palabra suya, que no tiene otra, todo
nos lo habló junto y de una vez en esta sola Palabra, y no tiene más que hablar” (Juan
de la Cruz).
La profesión de fe de la Iglesia: La Palabra era Dios.
La experiencia de la Iglesia: La Palabra se ha hecho carne en Jesús de
Nazaret.
En Jesús-Palabra se realiza el proyecto creador de Dios, con el que se
abre una época nueva para la humanidad.
CAER EN LA CUENTA DE QUE SOMOS:
Oyentes por naturaleza
El ser humano, desde que nace, es un aprendiz de oyente. Todo el universo emite
señales, el mundo está repleto de sonidos y mensajes. “El día al día le pasa el
mensaje, la noche a la noche se lo susurra” (Sal 18,3).
Una imagen entrañable: un niño recién nacido, a quien las palabras de cariño de los
suyos, convierten en oyente. Una tarea de toda la vida: estar siempre aprendiendo, a
la espera de una palabra, “como el centinela aguarda la aurora” (Sal 129,6).
El que no oye, no es capaz de hablar, ni de comunicarse, ni de responder a la
palabra.
Oyentes por vocación
El Padre llama al ser humano para que sea oyente de Jesús: “Este es mi Hijo, el
Elegido. Escuchadlo a él”(Lc 9,35).
En la Iglesia que nace de la Pascua, el Espíritu Santo abre los oídos de los oyentes
para que acojan la buena noticia de la salvación. “Una mujer llamada Lidia... nos
estaba escuchando. El Señor abrió su corazón para que aceptara las cosas que Pablo
decía” (Hch 16,14).
Oyentes por opción
La decisión es personal, cada uno tiene que optar por ser oyente. ¡“El que tenga
oídos, que oiga!” (Mt 13,9)
Cada día hay que optar por ello. No debemos acostumbrarnos a la escucha. “Mirad
bien cómo escucháis”(Lc 8,18).
“¡Oh Verbo eterno, Palabra de mi Dios! Quiero pasar mi vida escuchándote, quiero ser
toda oídos a tu enseñanza para aprenderlo todo de ti” (Isabel de la Trinidad).
JESÚS NOS DESPIERTA PARA OIR
Jesús se sorprende de que muchos tengan oídos y no oigan. La causa es un corazón
embotado (cf. Mt 13, 14-15).
Jesús va por los caminos abriendo los oídos a los sordos. “¡Epheta! ¡Abrete!
Inmediatamente se le abrieron los oídos” (Mc 7,34-35).
Jesús se alegra cuando encuentra oyentes de la Palabra: ¡“Dichosos vuestros oídos
porque oyen”! (Mt 13, 16). “Dichosos los que escuchan la palabra de Dios y la
guardan” (Lc 11,28).
Jesús llama a la puerta del corazón humano para invitarnos a una historia de
amistad: “Yo estoy a la puerta y llamo; si alguno oye mi voz y me abre, entraré en su
casa, cenaré con él y él conmigo” (Ap 3,20).
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Jesús encabeza la marcha de un pueblo de oyentes: “Va delante de las ovejas, y
ellas le siguen, porque conocen su voz” (Jn 10,4).
MARÍA, LA OYENTE DE LA PALABRA
“María es la Virgen oyente, que acoge con fe la Palabra de Dios” (Marialis Cultus 17).
En María, imagen de la Iglesia, la Palabra encuentra acogida. No vuelve a Dios
vacía(cf. Is 55,11).
María mantiene un diálogo íntimo con la Palabra que se le ha dado. “María guardaba
todas estas cosas meditándolas en su corazón” (Lc 2,19).
María deja que la Palabra ocupe todo su espacio interior. Desde el corazón la
Palabra unifica toda su persona.
La Palabra se hace carne en la tierra de una mujer, de una madre. La Palabra se
convierte en su palabra, ofrecida gratuitamente al mundo.
María no exige la comprensión inmediata de la Palabra, porque eso es cerrar el
camino a Dios (cf. Lc 2,50).
¿CÓMO SER OYENTES HOY?
Mirando a Jesús, que tiene palabras de vida. “Pon los ojos sólo en él, porque en él
te lo tengo dicho todo y revelado” (Juan de la Cruz).
Aprendiendo a escuchar a los pobres: En ellos habla y grita Jesús. “En ningún
lugar veréis una imagen más natural: Jesús sufre en los pobres, languidece, muere de
hambre en infinidad de familias pobres”(Bossuet).
Viviendo de acuerdo con lo que oímos: “El que escucha mis palabras y las pone en
práctica se parece a un hombre sensato que ha construido su casa sobre roca” (Mt 7,
24).
Abriendo los oídos al momento histórico que nos toca vivir, a los signos de los
tiempos, para escuchar “los gozos y esperanzas, las tristezas y las angustias de los
hombres de nuestro tiempo, sobre todo de los pobres” (Gaudium et Spes, 1) y poder
ofrecer desde ahí un relato de salvación.
Reuniéndonos en comunidad para escuchar juntos la Palabra de Dios
(Sacrosanctum Concilium 35.106) y poder después proclamarla. “Eso que hemos visto
y oído os lo anunciamos” (1Jn 1,3).
“Después del silencio, el correr del agua es la música más bella que existe” (Máxima de
los constructores de la Alhambra).
Invoca al Espíritu Creador
El acalla en ti los ruidos del día.
El te coloca junto a la fuente para que bebas.
El entona en ti la canción del corazón.
Cuando cesan los ruidos,
comienza la canción del corazón.
Se desatan las lenguas del Espíritu
y Dios es cercanía en viva voz.
Escucha la Palabra
“El le metió los dedos en los oídos y con la saliva le tocó la lengua. Y mirando al cielo,
suspiró y le dijo: Effetá, esto es: Ábrete. Y al momento se le abrieron los oídos, se le
soltó la traba de la lengua y hablaba sin dificultad” (Mc 7,36-37).
No mueras de sed al borde de la fuente.
Dile a Jesús que te abra el oído, para que puedas comprender el amor de Dios que
llega para todos.
La dicha de los oyentes
Dichosos vosotros si esperáis en silencio la llegada de la Palabra. Ella os renovará
día tras día.
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Dichosos vosotros si dialogáis en el corazón con la Palabra. Ella hará nacer en
vosotros el amor a Jesús.
Dichosos vosotros si escucháis juntos la Palabra. Ella os convertirá en pueblo que
proclama las maravillas de Dios.
Dichosos vosotros si guardáis la Palabra en el corazón. Ella os enseñará a orar.
DIOS TAMBIEN ES OYENTE. ESPERA TU PALABRA
VIRGEN OYENTE
Por Vicente Taroncher Mora
Capuchino
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María, al escuchar en la Anunciación las palabras del ángel, creyó
en el misterio, y según frase de san Agustín refrendada también
por Pablo VI, María “llena de fe, concibió a Cristo en su mente
antes que en su seno”. Y pletórica de fe, sometiéndose
totalmente a la voluntad divina, pronunció aquel: "He aquí la
esclava del Señor. Hágase en mí según su palabra”. Y concibió
en su seno al mismísimo Hijo de Dios por obra del Espíritu Santo.
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María, la oyente de la Palabra,
Ángel Moreno de Buenafuente
(Ciudad Redonda)
“María, por su parte, guardaba todas estas cosas, y las meditaba en su corazón.
(Lc 2, 19) Su madre conservaba cuidadosamente todas las cosas en su corazón.
(Lc 2, 51)
María, ¡cuánta sabiduría contienen los dos versos que abren y cierran todo el
relato lucano de la infancia de Jesús! En ellos se nos quiere indicar tu permanente
actitud de silencio. Treinta años transcurrieron abrazados por tu mirada atenta y tu
escucha sensible a lo que pudiera decir o insinuar tu Hijo.
Tú eres la oyente en todo momento atenta a la moción interior del Espíritu Santo.
Tú escuchaste la voz del enviado de Dios, quien te trajo la noticia más inesperada
e incomprensible. Tú guardabas silencio ante aquello que no llegabas a
comprender, pero creías.
Jesús, tu Hijo, habría de decir en una ocasión, cuando le anunciaron tu presencia:
«Tu madre y tus hermanos están ahí fuera y quieren verte». Y él les respondió:
«Mi madre y mis hermanos son aquellos que oyen la Palabra de Dios y la
cumplen». (Lc 8, 20-21) Estoy seguro de que tú no te sentiste menospreciada,
sino por el contrario, aludida y estremecida.
Maestra de la escucha, y por ello madre de la Palabra, tu sensibilidad y delicadeza
tienen su raíz en la percepción más honda del querer de Dios. Los otros textos
evangélicos describen la misma escena un poco diferente y aluden a la dimensión
de la obediencia:
«Estos son mi madre y mis hermanos. Quien cumpla la voluntad de Dios, ése es
mi hermano, mi hermana y mi madre». (Mc 3, 34-35)
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Tú, sobrepasando toda duda, le respondiste al Ángel del Señor: “Hágase en mí,
según tu palabra”. La expresión que encontramos en el discurso del “Pan de Vida”
te concierne enteramente, tú eres la alumna aventajada que escucha, aprende, y
camina hacia el Padre, en su voluntad.
¿Quizá Jesús aprendió de ti esta actitud que te identifica de escuchar? En él
resonó el cántico del Siervo del profeta Isaías: “El Señor Dios me ha dado lengua
de discípulo, para que haga saber al cansado una palabra alentadora. Mañana
tras mañana despierta mi oído, para escuchar como los discípulos; el Señor Dios
me ha abierto el oído. Y yo no me resistí, ni me hice atrás.” (Is 50, 4-5)
Maestra, enséñame a callar y a escuchar, a escuchar y a obedecer las
insinuaciones del Espíritu, para que mi vida sea respuesta a la Palabra de Dios.
Lucas, aunque de forma indirecta, nos hace saber que María era una
oyente atenta de la palabra de Dios predicada por Jesús (Lc 8,19-21;
11,27-28).
Lucas nos dice que María “conservaba todas estas cosas y las meditaba
en su corazón” (L 2,19). En la Biblia meditar en el corazón significa
“ponderar”, interpretar, deliberar (Gen 37,11; Dan 7,28). La memoria
evangélica de María nos lleva a contemplarla durante la vida pública de
Jesús como una mujer en búsqueda, como auténtica discípula de Jesús.
Ser discípulo significa en Lucas dos cosas: escuchar la Palabra de Dios e
incorporarla en la propia vida (ponerla en práctica y ponderarla en el
propio corazón). Y ello implicaba: no llevar una vida fácil, pasar por
tribulaciones y cuestionamientos, apoyar toda la vida en Dios, ser
humildes y buscar ayuda, reflexionar y orar. María fue una mujer judía,
educada en las creencias del Antiguo Testamento, en una tradición
religiosa en la que Dios parecía estar lejos, sólo en su infinita majestad
(Ex 3,5-6; 19,16)14. Pero, ella hubo de pasar al Nuevo Testamento, a
una concepción y experiencia de Dios, diferente: cercano, amoroso,
cotidiano, encarnado. María fue la primera en acoger la nueva fe en
Dios. Se fió de Él y, como Abraham, salió sin saber adónde iba. Solo
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fiándose de la Palabra, guiada la Palabra, fue oyente y dejó que su vida
quedara totalmente configurada por la Palabra. Nadie la puso tan en
práctica como ella. A través de ella la Palabra se hizo carne. Isabel fue
testigo de todo esto: por eso, la llamó “la creyente”. La acogida de la
Palabra altera la propia vida, el propio proyecto. La perseverancia se
vuelve necesaria. El cambio puede ser muy radical y re-orientar la vida.
Es como una semilla que cae en tierra buena y da el ciento por uno (Mc
13, 8.23; Lc 8,8.15). La maternidad de María debe ser contemplada
desde la perspectiva de su discipulado: “mi madre es la que escucha la
Palabra y la pone por obra”.
María es la "Virgen oyente", que acoge con fe la palabra de Dios: fe, que para
ella fue premisa y camino hacia la Maternidad divina, porque, como intuyó S.
Agustín: "la bienaventurada Virgen María concibió creyendo al (Jesús) que
dio a luz creyendo" (45); en efecto, cuando recibió del Ángel la respuesta a
su duda (cf. Lc 1,34-37) "Ella, llena de fe, y concibiendo a Cristo en su mente
antes que en su seno", dijo: "he aquí la esclava del Señor, hágase en mí
según tu palabra" (Lc 1,38) (46); fe, que fue para ella causa de
bienaventuranza y seguridad en el cumplimiento de la palabra del Señor" (Lc
1, 45): fe, con la que Ella, protagonista y testigo singular de la Encarnación,
volvía sobre los acontecimientos de la infancia de Cristo, confrontándolos
entre sí en lo hondo de su corazón (Cf. Lc 2, 19. 51). Esto mismo hace la
Iglesia, la cual, sobre todo en la sagrada Liturgia, escucha con fe, acoge,
proclama, venera la palabra de Dios, la distribuye a los fieles como pan de
vida (47) y escudriña a su luz los signos de los tiempos, interpreta y vive los
acontecimientos de la historia
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45. Sermo 215, 4: PL 38, 1074.
46. Ibid.
47. Cf. Conc. Vat. II, Const. Dogm. sobre la divina Revelación, Dei Verbum, n.
21: AAS 58 (1966), pp. 827-828.
VIRGEN OYENTE
La Virgen María, nos dice el Marialis Cultus, que es el modelo mejor para
la Iglesia en su actitud cultual, ella es Virgen oyente, orante y oferente.
Queremos ahora, siguiendo algunas indicaciones de la doctrina conciliar
sobre María y la Iglesia, profundizar un aspecto particular de las
relaciones entre María y la Liturgia, es decir: María como ejemplo de la
actitud espiritual con que la Iglesia celebra y vive los divinos misterios.
La ejemplaridad de la Santísima Virgen en este campo dimana del hecho
que ella es reconocida como modelo extraordinario de la Iglesia en el
orden de la fe, de la caridad y de la perfecta unión con Cristo (43) esto
es, de aquella disposición interior con que la Iglesia, Esposa amadísima,
estrechamente asociada a su Señor, lo invoca y por su medio rinde culto
al Padre Eterno. (MC 16).
Cuando hablamos de culto estamos indicando que hay algo importante
para la vida del creyente. En la Biblia encontramos los vestigios del culto
cuando Caín y Abel le ofrecen a Dios sus diferentes ofrendas y Dios
acepta las de Abel y no acepta las de Caín. Pasó algún tiempo, y Caín
hizo a Yahveh una oblación de los frutos del suelo. También Abel hizo
una oblación de los primogénitos de su rebaño, y de la grasa de los
mismos. Yahveh miró propicio a Abel y su oblación, mas no miró
propicio a Caín y su oblación, por lo cual se irritó Caín en gran manera y
se abatió su rostro. (Gn 4,3-5). En realidad la oblación de Caín no fue
grata a Yahveh porque éste le ofreció los frutos que no servían para
comer, en cambio Abel le ofreció el mejor cordero que tenía.
Al principio leemos en la Biblia el relato del Génesis, Dios creó al hombre
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y la mujer y les habló algunas cosas, indicándoles lo que no debían
hacer, sobre todo les mandó no comer del árbol de la sabiduría del bien
y el mal. Aquí entra en juego el oír. Eva fue la primera que oyó otra voz,
diferente a la de Dios, y desobedeció la orden del Creador. La serpiente
era el más astuto de todos los animales del campo que Yahveh Dios
había hecho. Y dijo a la mujer: «¿Cómo es que Dios os ha dicho: No
comáis de ninguno de los árboles del jardín?» Respondió la mujer a la
serpiente: «Podemos comer del fruto de los árboles del jardín. Mas del
fruto del árbol que está en medio del jardín, ha dicho Dios: No comáis
de él, ni lo toquéis, so pena de muerte.» Replicó la serpiente a la mujer:
«De ninguna manera moriréis. (Gn 3,1-4) El haber escuchado otra voz y
otra orden determinó una ruptura dramática entre la criatura y el
Creador. Antes de esta ruptura, Dios le hablaba al hombre
directamente, cara a cara, pero después de la desobediencia, el hombre
y la mujer se esconden de Dios, se ha roto algo en la relación espiritual
con Dios. Oyeron luego el ruido de los pasos de Yahveh Dios que se
paseaba por el jardín a la hora de la brisa, y el hombre y su mujer se
ocultaron de la vista de Yahveh Dios por entre los árboles del jardín. (Gn
3,8)
El resultado de esta ruptura es la muerte. Dios le vuelve a hablar al
hombre indicándole varias cosas que de ahora en adelante le resultarán
más difíciles, como es el trabajo; la tierra queda maldecida y difícil para
obtener el fruto necesario para vivir, Al hombre le dijo: «Por haber
escuchado la voz de tu mujer y comido del árbol del que yo te había
prohibido comer, maldito sea el suelo por tu causa: con fatiga sacarás
de él el alimento todos los días de tu vida. Espinas y abrojos te
producirá, y comerás la hierba del campo.(Gn 3,17-18) y lo más
dramático de todo, después de una vida llena de dificultades y
sufrimientos: polvo eres y al polvo volverás: Con el sudor de tu rostro
comerás el pan, hasta que vuelvas al suelo, pues de él fuiste tomado.
Porque eres polvo y al polvo tornarás.» (Gn 3,19).
Aquí se resalta nuevamente el escuchar; “por haber escuchado la voz de
tu mujer”, el hombre se equivocó detrás de la mujer, ambos escucharon
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una voz que no era la de Dios y la muerte es el fruto de este pecado.
La muerte significa muerte espiritual; el ser humano está separado de
Dios, y por sí mismo no tiene la capacidad de vivir; su cuerpo está
sometido al desgaste natural, después de una vida más o menos larga,
como todos los animales, volverá al polvo. El hombre no es un Dios,
como le había engañado la serpiente, sino que dramáticamente queda
enfrentado a su realidad natural; queda a merced de la naturaleza,
como cualquier otro ser vivo, con un lapso limitado de tiempo.
Oír, escuchar, obedecer a Dios, se relaciona con vida, desobedecer,
desoír, se relaciona con muerte: Escucha, Israel: Yahveh nuestro Dios
es el único Yahveh. Amarás a Yahveh tu Dios con todo tu corazón, con
toda tu alma y con toda tu fuerza. (Dt 6,4-5) Si escuchas los
mandamientos de Yahveh tu Dios que yo te prescribo hoy, si amas a
Yahveh tu Dios, si sigues sus caminos y guardas sus mandamientos,
preceptos y normas, vivirás y multiplicarás; Yahveh tu Dios te bendecirá
en la tierra a la que vas a entrar para tomarla en posesión. Pero si tu
corazón se desvía y no escuchas, si te dejas arrastrar a postrarte ante
otros dioses y a darles culto, yo os declaro hoy que pereceréis sin
remedio y que no viviréis muchos días en el suelo que vas a tomar en
posesión al pasar el Jordán. (Dt 30,16-18)
Nuestro drama espiritual, radical y profundo, como seres humanos, es
estar sometidos a la vida y a la muerte, y esta vida y muerte se
relacionan con la escucha o no escucha de Dios. En la medida que el ser
humano se da cuenta de su muerte, comienza a buscar más
profundamente el sentido de su vida. Dado que no tenemos la capacidad
de salvarnos por nuestro cuerpo, por nuestra sabiduría humana, por
nuestras capacidades dentro del mundo y la sociedad, la primera
sabiduría es darnos cuenta de nuestra muerte; y en la medida que
percibimos nuestro pecado, nos damos cuenta de la relación que existe
entre ese pecado y Dios, entre nuestro alejamiento de Dios, que implica
la muerte, y nuestra comunión con Dios, que implica la vida.
Dentro de la historia humana, la Virgen María fue la primera que
escuchó de nuevo plenamente a Dios (Virgen oyente) ella obedeció en
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todo a su Creador, y recuperó como mujer la desobediencia de Eva,
como afirma San Ireneo, que Eva escuchó a la serpiente, al demonio, y
entró la muerte en el mundo, y María escuchó al ángel de Dios y entró
la salvación al mundo. En este sentido oír y obedecer están íntimamente
relacionados. Si no escuchamos a Dios, no le obedecemos, y si no le
obedecemos, no tenemos vida en nosotros sino muerte.
El ser humano, para recuperar la vida espiritual, comenzó a realizar un
culto a Dios, porque ya no tenía una relación directa, cara a cara, sino
que en su espíritu se sentía solo, lleno de preocupaciones, angustias y
sufrimientos, y la manera de ir recuperando esa presencia en el espíritu
fue a través del culto. La liturgia es la acción más importante de la
Iglesia, y es por medio de la liturgia que la Iglesia recupera la gracia de
Dios perdida en nuestros primeros padres, Adán y Eva; es por medio de
la liturgia que la Iglesia recupera la Vida y sale de la muerte.
El culto es el camino de regreso al Padre, y en el culto se dan los otros
dos elementos que la Marialis Cultus nos enseña acerca de María; se da
la oración (Virgen orante) y la ofrenda (Virgen oferente). Hay que tomar
muy en serio el culto, la celebración de los Misterios o Sacramentos,
porque es a través de ellos que los cristianos recuperamos la gracia
perdida en Adán. La Marialis Cultus nos dice que María es modelo para
ese culto de la Iglesia, y el primer paso del culto es la escucha de Dios,
luego la oración y luego la ofrenda.
María es Virgen oyente porque desde el comienzo no pecó, al contrario,
ella es la “llena de gracia”, que escucha con atención al ángel, es lo que
hace la Iglesia al comienzo de la liturgia, escuchar la Palabra de Dios en
silencio y apertura, para ser fecundada por ella y dar frutos de vida
eterna; la Marialis Cultus nos dice: 17. María es la “Virgen oyente”, que
acoge con fe la palabra de Dios: fe, que para ella fue premisa y camino
hacia la Maternidad divina, porque, como intuyó S. Agustín: “la
bienaventurada Virgen María concibió creyendo al (Jesús) que dio a luz
creyendo” (45); en efecto, cuando recibió del Ángel la respuesta a su
duda (cf. Lc 1,34-37) “Ella, llena de fe, y concibiendo a Cristo en su
mente antes que en su seno”, dijo: “he aquí la esclava del Señor,
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hágase en mí según tu palabra” (Lc 1,38) (46); fe, que fue para ella
causa de bienaventuranza y seguridad en el cumplimiento de la palabra
del Señor” (Lc 1, 45): fe, con la que Ella, protagonista y testigo singular
de la Encarnación, volvía sobre los acontecimientos de la infancia de
Cristo, confrontándolos entre sí en lo hondo de su corazón (Cf. Lc 2, 19.
51). Esto mismo hace la Iglesia, la cual, sobre todo en la sagrada
Liturgia, escucha con fe, acoge, proclama, venera la palabra de Dios, la
distribuye a los fieles como pan de vida (47) y escudriña a su luz los
signos de los tiempos, interpreta y vive los acontecimientos de la
historia. (MC 17).
La escucha tiene que ver, como lo afirma San Agustín en esta cita arriba
mencionada, con la fe. Creer en Dios es escucharlo y asentir con el
corazón. La desobediencia de Eva, y luego de Adán, significa falta de
confianza en Dios, falta de lealtad hacia Él. La obediencia de María
recupera la lealtad y la confianza, se fía de Dios, le cree y obedece. La
obediencia, podríamos decir, es una fe que asiente, una fe asintiente. En
cambio la desobediencia es una pérdida de la confianza, en última
instancia, es una pérdida de una fe asintiente; el ser humano sigue
creyendo en Dios, pero ya no lo ve como un amigo sino como un
enemigo, alguien que le da miedo. La Virgen María oye a Dios y se
dispone a servirle: Dijo María: he aquí la esclava del Señor, hágase en
mí según tu palabra (Lc 1,38).
Para ir recuperando la presencia de Dios a través del culto, lo mejor que
puede hacer la Iglesia es oír la Palabra de Dios, escuchar de nuevo la
voz de Dios que resuena en la proclamación del Antiguo y Nuevo
Testamento, comenzar por donde comenzó el mal, como diría San
Ireneo, en la recirculación, lo que se anudó con la desobediencia por
escuchar al mal, se desata recorriendo el camino al contrario,
comenzando por escuchar a Dios para ir recuperando su presencia
perdida.
En esta Palabra está la Vida, ella tiene la voz de Dios que resuena en el
silencio de la soledad del hombre caído; el llamado de Dios: dónde
estás? (Gn 3,9) no para castigar al hombre, sino para amarlo y salvarlo
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del mal, así como hizo en el jardín del Edén, cuando a pesar del pecado
Yahveh Dios hizo para el hombre y su mujer túnicas de piel y los vistió.
(Gn 3,21) Un Padre amoroso quiere ayudar a sus hijos, a pesar de su
desobediencia, los protege y les promete una salvación futura, un futuro
Mesías Salvador que vencerá la serpiente y logrará recuperar lo que se
había dañado en la caída de Adán y Eva. Entonces Yahveh Dios dijo a la
serpiente: «Por haber hecho esto, maldita seas entre todas las bestias y
entre todos los animales del campo. Sobre tu vientre caminarás, y polvo
comerás todos los días de tu vida. Enemistad pondré entre ti y la mujer,
y entre tu linaje y su linaje: él te pisará la cabeza mientras acechas tú
su calcañar.» (Gn 3,14-15).
Cuando Dios le dice al hombre que volverá al polvo, no es tampoco una
maldición, porque Dios no maldice el hombre, sino a la tierra; es para
que el hombre sepa que no es Dios, y el volver al polvo es una medicina
para curarse de la soberbia, el veneno que la serpiente inyectó en el ser
humano. La conciencia de la muerte será para el hombre el motivo de
reflexión, de inseguridad y de humillación más profundo. Por medio de
esta medicina el ser humano va a disponerse a caminar y volver hacia
Dios, y en la medida que tome conciencia de su debilidad e incapacidad
de darse la vida a sí mismo irá abriéndose a Dios, sobre todo a
escucharlo; la enseñanza de Israel se puede resumir en el principio de
los mandamientos de Dios: escucha Israel (Dt 6,4). El pueblo de Israel,
pasando cuarenta años a través del desierto, deja atrás la mentalidad
del mundo, representada en el Faraón de Egipto, y renace en medio de
la nada, de la inseguridad, del cansancio, del hambre, de la sed. El
pueblo que accede a la tierra prometida es un pueblo purificado y que
ha ido reabriendo sus oídos a Dios; Josué lo plantea como una
ratificación de alianza: El pueblo respondió a Josué: «A Yahveh nuestro
Dios serviremos y a sus voz atenderemos.» Aquél día, Josué pactó una
alianza para el pueblo; le impuso decretos y normas en Siquem. (Jos
24,24-25).
En definitiva, la actitud que la Iglesia debe cultivar es la de escuchar de
nuevo a Dios, atentamente, en silencio profundo, respetuoso y
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amoroso; Dios no le ha negado su gracia, sino que el pecado ha cortado
de tal manera la relación del ser humano con Dios que es necesario
andar por los caminos de vuelta a Dios; es necesario callare y dejar que
Dios nos hable al corazón, aunque al comienzo no seamos capaces de
escuchar casi nada, sin embargo, por un acto de fe obediencial vamos
tomando la actitud que María nos enseña como la Virgen Oyente.
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la palabra de Dios: “Mi madre y mis hermanos son los que escuchan la
palabra de Dios y la ponen en práctica” (Lc 8,21). La referencia a la
madre de Jesús en Lc 11,27-28 nos recuerda que la verdadera
bienaventuranza consiste en creer en la Palabra y no en el hecho de
concebirla. Finalmente, en el libro de los Hechos de los Apóstoles se
presenta a María en la vida de la primitiva comunidad cristiana. “Todos
ellos perseveraban en la oración, con un mismo espíritu en compañía de
algunas mujeres, de María, la madre de Jesús, y de sus hermanos” (Hch
1,14). María está presente en la comunidad orante de la Iglesia naciente
que va a recibir el Espíritu. La memoria pascual que testimonia Lucas de
la historia de María, está caracterizada por la fe, ella es figura y modelo
de la fe de la Iglesia. Maria protagonista de la Historia de la salvación
tiene dentro del evangelio de Lucas un papel fundamental como
discípula del Señor. 1. DE LA SORPRESA A LA ACEPTACIÓN: ¿CÓMO
SERÁ ESTO? María es una discípula, no en el sentido de que
acompañara a Jesús durante su ministerio público, sino en el sentido
existencial: alguien que escucha la Palabra de Dios y obra de acuerdo a
ella. Así aparece en la Anunciación, como aquella que escucha y pone en
práctica la Palabra de Dios. Lucas hace de María el personaje central. En
la escena combina dos formas de la narrativa bíblica: el anuncio de un
nacimiento y la vocación de un profeta. Ambos tipos de relato siguen
una estructura literaria parecida. En primer lugar, aparece el saludo el
ángel o de un mensajero celestial, a continuación, viene la reacción de
temor por parte del destinatario, a la que sigue una palabra de ánimo.
En tercer lugar, se encuentra el anuncio en sí, que pone de manifiesto
las intenciones de Dios. En un cuarto momento, la persona a la que va
dirigido el anuncio pone sus objeciones, y 2 finalmente, el relato termina
con un signo del poder divino que da seguridad a la persona. Este
género narrativo se utiliza en momentos significativos de la historia de
Israel para ambas cosas: para anunciar el futuro nacimiento de alguien
importante o para narrar la llamada de personas adultas a colaborar con
los planes de Dios. Hay autores que también ven en este relato el
esquema literario de alianza, que prevé las palabras de un mediador y la
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respuesta de fe del pueblo: “Haremos todo lo que el Señor ha dicho” (cf.
Ex 19,8). Al comienzo del relato Lucas presenta a los dos protagonistas
de la acción: Gabriel y María. También se nos recuerda el tiempo
trascurrido desde el relato anterior del anuncio a Zacarías en el templo:
seis meses. El ángel Gabriel había sido enviado a Zacarías “para
hablarte y anunciarte esta buena noticia” (Lc 1,19b). Ahora es enviado a
un nuevo personaje del cual se dice muy poco: se llama María, era
virgen, prometida a un hombre de la casa de David, vive en una aldea
desconocida de Galilea, Nazaret y es pariente de Isabel. Aún sin tener
título relevante María es objeto de una mirada especial. Dios le envía su
ángel apocalíptico, aquel que anuncia las decisiones últimas de Dios
respecto al futuro de la historia: “yo soy Gabriel, el que está delante de
Dios” (Lc 1,19ª). El saludo de este mensajero “Alégrate” recuerda
algunos textos veterotestamentarios que contienen esta palabra y
exhortan a la alegría escatológica (Cf. Is 6,10; Jl 2,21-23; Zac 10,7).
Por eso, María “se preguntaba qué significaría aquel saludo” (Lc 1,29).
El “alégrate” encabeza el anuncio de la Buena noticia que se extenderá
por todo el mundo. Según Lucas, la alegría es la respuesta a esa buena
noticia que trae la salvación, a la irrupción de una nueva vida, a ese
proyecto transformador de Dios. María es la agraciada, ella ha
encontrado gracia ante Dios y tiene ante sí un futuro desconcertante:
concebirás. Lucas presenta a María bajo el dinamismo sorprendente de
la gracia, que culmina en la maternidad virginal. El nombre de gracia va
acompañado de una frase singular: “El Señor está contigo”. De grandes
personajes se decía en Israel que “el Señor estaba con ellos” (Jacob,
José, Moisés, Josué, Gedeón, Saúl, David, Jeremías; cf. Gn 39,3; Gn
46,3; 1Sm 18,12; Jr 1,8) sólo así pueden realizar la misión
encomendada por Dios. El mensajero sitúa a María entre los grandes
salvadores de Israel. María reacciona ante las palabras y se siente
sobrecogida, sorprendida. María se conmueve, se maravilla ante lo
nuevo e incomprensible. Dios puede hacer cualquier regalo, superando
todo lo imaginable. Gabriel ha revelado a María lo que va a acontecer en
ella. Le confía una misión de parte de Dios: ser madre a través de tres
16
acciones: concebirás en tu seno, darás a luz un hijo, le pondrás por
nombre Jesús. El mensaje es interrumpido por una pregunta de María,
situada en el centro de la perícopa: “¿Cómo será esto pues no conozco
varón?” La objeción de María evoca la objeción de Zacarías: “¿En qué lo
conoceré? Porque yo soy viejo y mi mujer de avanzada edad.” (Lc 1,18).
El “no conozco” de María está conectado en su condición, de virgen. Ella
sólo está “desposada”, todavía no convive con José, y en sentido
semítico no ha “conocido” varón. Nada en el texto da pie a pensar que
María había hecho un voto de virginidad. De ahí, su sorpresa, no sólo
por la ausencia de varón para la concepción, sino por la imposibilidad de
dar a luz a un hijo que “se le llamará Hijo del Altísimo y el Señor Dios le
dará el trono de David, su padre; reinará sobre la casa de Jacob por los
siglos y su reino no tendrá fin” (Lc 1,32-33). El ángel del Señor
responde a esa pregunta, María es destinataria privilegiada de un
mensaje que es buena noticia para todo el pueblo. Le es revelado de
este modo el plan de amor de Dios para con ella: “El Espíritu Santo
vendrá sobre ti y el poder del altísimo te cubrirá con su sombra” (Lc
1,35) Ante este acontecimiento, la fecundidad de Isabel, que era estéril,
se convierte en un signo. La Palabra de Dios se cumple, va a ver la luz.
María se declara “sierva del Señor” como Ana, la madre 3 de Samuel,
cuando le suplicó al sacerdote Elí: “Que tu esclava encuentre favor a tus
ojos” (1Sam 1,18). María se autopresenta como la humilde sierva,
acepta el plan de Dios para con ella, no como respuesta a sus deseos,
sino como aceptación al deseo de Dios. María es llamada por Dios para
una misión. Ella es la discípula que desde el comienzo acoge el Misterio
de su Hijo en una actitud de obediencia, disponibilidad y aceptación. 2.
DE LA INVITACIÓN AL SERVICIO: SE PUSO EN CAMINO Tras el
encuentro con el ángel, María se pone en camino con prontitud a una
ciudad de Judá y entra en casa de Zacarías. El episodio de la visita de
María a Isabel está narrado según el modelo que aparece en 2Sam 6,2-
16 sobre el traslado del arca. En ambos relatos se suceden las
manifestaciones de gozo, David y todo Israel “iban danzando delante del
arca con gran entusiasmo” (v.5), como el niño en el seno de Isabel
17
“empezó a dar saltos de alegría” (v. 41.44). El verbo “exclamar” es
usado en sentido litúrgico cuando se alaba a Yahvé presente en el arca
(cf. 1Cron 16, 4.5.42). María es el arca de la nueva alianza, lugar de la
presencia de Dios con nosotros. María percibe la invitación a salir de sí
misma, de su ciudad, a que se reconozca la noticia de ser portadora de
la Gloria de Dios, de su Presencia. Lucas le da gran importancia al
saludo que María dirige a Isabel (es mencionado tres veces Lc
1,40.41.44) y las reacciones que provoca: el niño salta de gozo en el
seno de Isabel y ella misma queda llena del Espíritu Santo. Lo anunciado
se está cumpliendo. El salto de gozo es para Lucas expresión del gozo
de los tiempos mesiánicos. El saludo a Isabel responde a su condición:
hija de Aarón, mujer de sacerdote y anciana. María es saludada en su
nueva condición: Bendita entre las mujeres y “madre de mi Señor”. La
proclama “bendita entre las mujeres” a causa de su fe en contraste con
la incredulidad de su marido, Zacarías. El no creyó, María sí (Lc 1,20),
por eso es bendita, como lo fueron en el antiguo Testamento Yael, la
mujer de Jéber el quenita (Jue 5, 24) y Judit (Jdt 13, 18) por haber sido
instrumentos de Dios. Al llamar Isabel a María “la madre de mi Señor”
(v.43) está afirmando que María es la madre de aquel a quién Dios ha
constituido Señor y Mesías. Y todo esto es en cuanto a creyente, figura
de una verdadera discípula. “¡Dichosa tú que has creído! Que lo que ha
dicho el Señor se cumplirá” (v 45). Ser discípula implica servir al
Salvador, ponerse al servicio de la palabra de vida, una vida que brota,
y que es reconocida en el seno de una estéril. María es llamada también
bienaventurada, dichosa por ser creyente. Ella ha creído como Abraham.
Mientras Zacarías permanece mudo, María, si puede hablar. No se
recluye en casa, sino que sale de ella y se lanza a realizar un viaje hacia
la región montañosa. La fe le da la palabra y la movilidad. María es
discípula y se pone al servicio de su Hijo. La voz, el saludo de María,
transforma a Isabel y suscita la alegría de los últimos tiempos. Y es en
este momento cuando María proclama su Magnificat. 3. DEL LAMENTO
AL CANTO: HA MIRADO LA HUMILDAD DE SU SIERVA Toda la tradición
de manuscritos griegos y todas las versiones, exceptuando unos pocos
18
manuscritos latinos, atribuyen el Magnificat a María. Es el primero de los
cuatro cantos (Magnificat, Benedictus, Gloria in excelsis, Nunc dimittis)
que celebran la alegría del cumplimiento: Los encontramos todos en
Lucas 1-2. Los cuatro cánticos están unidos por el tema de la alegría,
del exultar de gozo por la presencia de la salvación. Se cumple aquello
que había sido prometido y que Israel había esperado con intensa
esperanza. El cumplirse de la salvación hace estallar el canto. Lucas
pone en labios de María este cántico, tal vez viera en él reflejado los
sentimientos que correspondían a la visión que tenía de ella. Al
presentarla como la portavoz de la esperanza de los pobres, señala en
ella la figura de la primera discípula cristiana. Se refleja también la
predilección 4 de Jesús por los pobres, por los últimos que acentúan la
llegada del reino de Dios (pecadores, mujeres, samaritanos) y
transforma el luto en canto (cf. Sal 29, 12). El cántico está ambientado
en la casa de Zacarías (Lc 1,40) y constituye la respuesta de María a las
palabras de Isabel. El Magnificat presenta una relación temática con el
contexto que lo precede: 1) la alegría: el alegrase de María (Lc 1,47)
remite al salto de alegría de Juan en el vientre de Isabel (Lc 1, 44). 2)
La designación de esclava, “ha puesto los ojos en la pequeñez de su
esclava” (Lc 1,48) recuerda las palabras precedentes: “He aquí la
esclava del Señor” (Lc 1,38). 3) Las palabras del Magnificat: “Todas las
generaciones me llamarán bienaventurada” (Lc 1,48) se unen al saludo
que le ha dirigido Isabel: “bienaventurada la que ha creído” (Lc 1,45).
4) El poder de Dios: se puede vislumbrar una referencia entre la
declaración: “el Poderoso ha hecho cosas grandes” (Lc 1,49) y las
palabras del ángel Gabriel: “nada hay imposible para Dios” (Lc 1,37).
Los protagonistas son respectivamente María y el Señor. En el centro de
la escena está solo ella, la madre-sierva del Señor, toda dirigida hacia
El. El movimiento de los vv. 46-50 se refieren solamente a María,
mientras el segundo movimiento (vv. 51-55) se alarga al escenario más
amplio de la historia humana, abarcando todo un pueblo (Israel) y a
todas las generaciones. El canto de María es ahora el canto de los
pequeños y de los pobres. Es Yahvé el que ha hecho proezas, ha
19
disperso a los soberbios, ha derribado a los poderosos, ha exaltado a los
humildes, ha colmado de bienes a los hambrientos, ha despedido a los
ricos y ha auxiliado a Israel. En el Magnificat se da una relación
temporal de pasado, presente y futuro. La intervención divina celebrada
por María cumple aquello que Dios había anunciado a nuestros Padres.
Aquello que Dios ha cumplido en el pasado, aquello que él cumplirá en
el futuro y aquello que ha comenzó a obrar en María. Lucas presenta a
los pobres como aquellos que dependen en todo de Yahvé y gritan a El
su aflicción. Los pobres del Magnificat son, pues aquellos a quienes Dios
ya ha ayudado y liberado. María proclama por anticipado el Evangelio.
Ella queda inserta entre los “abatidos del país”, entre los pobres. Todo lo
que ha sucedido en la humilde esclava de Dios, se torna canto, alegría,
se convierte en felicitación por todas las generaciones y es a su vez
motivo de esperanza para el pobre, el que sufre, el que se lamenta. 4.
DE LA CONFUSIÓN A LA LUZ. OS ANUNCIO UNA GRAN ALEGRÍA
Después de la visitación nos dice Lucas que María volvió a su casa. El
capítulo 2 se inicia con el viaje de María y José de Nazaret a Belén. De
nuevo, María vuelve a tener un protagonismo singular acompañada de
José. En primer lugar ambos participan de una movilización general,
debido al edicto imperial ordenando que se empadronase todo el
mundo. El edicto de César Augusto se convierte así en instrumento de
los planes de Dios, en la circunstancia histórica que hace que Jesús vaya
a nacer en la ciudad de Belén. En el relato del nacimiento de Jesús,
María asume el centro de la acción: ella es la que da a luz a su hijo
primogénito, la que lo envuelve en pañales y la que lo recuesta en un
pesebre porque no había lugar para ellos en el alojamiento (Lc 2,7). En
una noche de gentío, algarabía y confusión no hay lugar para ellos. Esto
puede resultar incluso escandaloso, Jesús nace como un pobre: el Hijo
de Dios, el Santo, el Altísimo, el Rey del reino eterno no encuentra
lugar. Lucas le da también una gran importancia a las dos últimas
acciones de María, hasta el punto que el ángel del Señor las presenta
como el signo por el que han de reconocer a Jesús los pastores. Se trata
de una triple situación inicial de Jesús que se vuelve a repetir al final de
20
su vida: expulsado de la ciudad, envuelto en una sábana y reclinado en
un sepulcro. 5 La aparición del ángel y el anuncio de una buena noticia a
los pastores contrasta con la escena anterior. Era de noche pero la
gloría del Señor envuelve a los pastores con su luz. Luz que disipa el
temor, y anuncia la alegría para todos: “No temáis, pues os anuncio una
gran alegría, que lo será para todo el pueblo: os ha nacido hoy, en la
ciudad de David, un salvador, que es el Cristo Señor” Revelación
cristológica, Jesús es el auténtico Soter que libera del dolor, de las
enfermedades, de la marginación y la pobreza y nos regala la alegría y
el gozo de la salvación. El nacimiento del hijo de María es la gran noticia
que debía esperar el pueblo de Dios. Aunque este mensaje comunicado
a los pastores contrasta con el edicto del emperador Augusto
comunicado a todo el imperio. Este niño que nace en la ciudad de David
será fuente de alegría no sólo para los pastores sino para todo el
pueblo. El ángel de Dios así se lo anuncia a los pastores, que se
convierten en auténticos comunicadores. Al igual que María ellos se
ponen en camino, tienen que buscar para encontrar y para ello se les da
una pista, un signo. También María, después de recibir la buena noticia,
hubo de ponerse en camino para contemplar el signo de Dios: una
anciana estéril que había concebido. María y los pastores se apresuran
en su camino. Los pastores se convierten en mensajeros de los ángeles,
en portadores de revelación, María lleva la revelación en sí misma. Los
pastores van a ver la palabra, y después de haber visto dan a conocer la
palabra-acontecimiento, se convierten en testigos. La reacción de María,
sin embargo, es replegarse hacia su interior: “María, por su parte,
guardaba todas estas cosas, y las meditaba en su corazón.” (Lc 2,19).
Entre los oyentes que escuchan, guardan y confrontan la palabra está
María. Ella rumia la palabra en su esfuerzo por comprender el significado
profundo de lo que ha vivido y lo que le han contado los pastores. María
es el prototipo de discípula que no se contenta con escuchar la palabra,
sino que la guarda en su corazón. Esta referencia parece indicarnos el
esfuerzo de fe que supone esta experiencia. Junto con los pastores y los
que escuchaban asombrados su relato, aparecen distintas reacciones a
21
la palabra de Dios. La virgen madre es el modelo del discípulo oyente
profundo y no superficial de la Palabra. 1) Como está escrito en la Ley
del Señor Los episodios de la circuncisión e imposición del nombre al
niño “pasados ocho días” y de la presentación de Jesús en el templo
pueden considerarse como parte de la unidad literaria del nacimiento (Lc
2,21-40). La circuncisión se cumple para obedecer la Ley de Lev 12,3; y
el rescate del primogénito varón según Ex 13,1.11-16. La purificación de
la mujer mediante la ofrenda de un cordero o de un par de pichones o
de tórtolas, según Lev 12, 2-4, 6-8 y 5,7. Parece que la intención de
Lucas en los vv 21-24 consiste en subrayar la fidelidad de José y María a
las prescripciones de la Ley mosaica. La primera visita al templo, dónde
se pone de manifiesto el cumplimiento del plan de Dios manifestado en
la Ley, termina con dos personajes: Simeón, hombre justo y piadoso
que aguardaba el consuelo de Israel y que movido por el Espíritu
testifica el destino del niño presentado en el templo. Más tarde aparece
una anciana profetisa, Ana, que hablaba del niño a todos los que
esperaban la redención de Israel (Lc 2, 38). 2) Luz para iluminar a las
gentes Simeón tomó al niño en sus brazos (Lc 2, 28), y bendice a Dios
con un himno: el “Nunc Dimittis”. En él canta la salvación de Israel,
cántico de la promesa cumplida, de la esperanza realizada. Los padres
estaban maravillados por lo que se dice del niño. Simeón los bendice y
anuncia a la madre que estará vinculada con el destino de su hijo. Aquel
en quién viene a cumplirse la promesa de la elección de Dios es también
“signo de contradicción”, objeto de acogida y de 6 rechazo por parte de
Israel. Estas palabras anticipan el destino de Jesús, al que está unida
María: “y a ti misma una espada te atravesará el alma” (Lc 2, 35). La
espada en lenguaje bíblico evoca la Palabra de Dios (cf. Is 49,2; Sab
18,15, Ap 1,16, Heb 4,12). La palabra está presente como “luz para
iluminar a los gentiles y gloria de tu pueblo Israel” (Lc 2,32). La espada
que atravesará el corazón de María será la palabra de Dios, que se hace
presente en su hijo Jesús, palabra que no le ahorrará el esfuerzo de
creer, de guardar y meditar acontecimientos y palabras. La misión de
María aparece asociada a la de su hijo. 3) Te andábamos buscando El
22
Evangelio de la infancia se cierra con el episodio de la presencia de
Jesús, con 12 años en el templo. Lucas presenta el relato como
revelación del Hijo, que se toma en serio la voluntad de su Padre: “¿No
sabíais que yo debía estar en la casa de mi Padre?” (Lc Lc 2, 49). Jesús
se auto proclama “Hijo de Dios Padre”. La intención del evangelista
parece ser representar en la narración el anuncio de la Pascua: el lugar
es Jerusalén, después de tres días de pérdida, angustia y dolor y la falta
de comprensión de los padres. “Su madre conservaba cuidadosamente
todas las cosas en su corazón” (Lc 2,51). María es la creyente, el
modelo de fe en la relectura pascual de la iglesia naciente. Ella guarda
en un silencio sonoro atenta a descifrar su sentido. Lucas pone de
relieve el itinerario progresivo de aquella que caminó en la fe como
verdadera discípula. 5. DEL OCULTAMIENTO A LA PRESENCIA Durante el
ministerio público de Jesús, María no es llamada por su nombre, aunque
encontramos dos referencias a la madre de Jesús (8,19-21; 11,27-28).
La presencia de María en este período es bastante escasa. Si nos
adentramos en el pensamiento teológico lucano podemos caer en él
cuenta que lo que le interesa a Lucas es situar a María en cuanto
símbolo del discipulado, que tiene su origen en los relatos de la infancia,
durante la vida pública de Jesús y llega hasta los comienzos de la
Iglesia. El conjunto del testimonio de Lucas sobre María presenta una
profundidad teológica y un concepto muy positivo de ella. Según Lucas,
los paisanos de Jesús no hacen referencia ni María, ni a los hermanos, ni
a su profesión de carpintero, en el rechazo de Jesús en Nazaret (Lc
4,16-30). Sólo a José como padre de Jesús; resulta curioso que Marcos,
que no cuenta nada de la infancia de Jesús, haga referencia a ser “hijo
de María”, y Lucas, que si habla de María, solo diga “hijo de José”.
¿Reflejan tal vez dos tradiciones distintas? Más bien el evangelista, no
quiere colocar a María y a los hermanos de Jesús en un contexto de
incredulidad. 1) “Mi madre y mis hermanos son aquellos que oyen la
palabra de Dios y la cumplen” ( Lc 8, 19- 21) La escena del encuentro
de Jesús con su familia también es modificada profundamente por
Lucas. El la sitúa en el contexto de la parábola del sembrador. Jesús, en
23
este caso, no cuestiona su relación con ellos, sino que afirma que su
madre y sus hermanos son los que oyen la palabra de Dios y la
cumplen. Ellos forman parte de la familia espiritual de Jesús porque son
como la semilla que cae en tierra buena. La respuesta de Jesús no
implica una renuncia a los vínculos familiares, lo que quiere decir que
existe otro tipo de vinculación a su persona que trasciende los lazos
familiares. La relación de discípulo de Jesús consiste en la adhesión
voluntaria y libre a la palabra y persona de Jesús. 2) “Dichosos más bien
los que oyen la palabra de Dios y la guardan” (Lc 11,27-28) 7 De nuevo
en esta referencia explícita a la madre de Jesús, Lucas la sitúa entre los
primeros discípulos perseverantes en la fe. Jesús vuelve a insistir que la
auténtica bienaventuranza viene de oír la palabra de Dios y guardarla.
Estas son las razones de la dicha y no solo por haber llevado en su seno
y haber amamantado a Jesús. Más que su maternidad biológica y sus
relaciones maternas con Jesús, se destaca su fe y sus relaciones con
Jesús como creyente. 6. Y UNA VIDA EN EL ESPÍRITU Finalmente, en los
Hechos de los apóstoles, la segunda parte de la obra de Lucas, aparece
también María, la madre de Jesús, en el momento fundacional de la
comunidad cristiana, cuando el Espíritu la consagra para cumplir su
misión: “Todos ellos perseveraban en la oración, con un mismo espíritu,
en compañía de algunas mujeres, y de María la madre de Jesús, y de
sus hermanos” (Hch 1, 13-14). María, la madre de Jesús, aparece
integrada en el grupo que espera la venida del Espíritu. En él ocupa un
lugar importante. Para Lucas, María no forma parte de ninguno de los
tres grupos (apóstoles, mujeres, hermanos de Jesús), sino que
constituye un personaje aparte. María fue coherente desde la
anunciación-vocación hasta el momento constituyente de la comunidad
de Jesús de cara a la historia futura. Al mismo tiempo como en la
anunciación-vocación, ahora también María se ve agraciada con el
Espíritu Santo, que desciende sobre ella en la comunidad. María es
comunidad cristiana. María sigue presentada como la creyente, que
consiente a la palabra de Dios en la fe y se deja conducir por ella en una
revelación progresiva del misterio. Ella es verdadera discípula, figura del
24
discipulado, modelo de asentimiento a la palabra de Dios, a la iniciativa
divina, que se deja modelar por el Eterno. La Iglesia naciente y la
Iglesia hoy se sigue mirando en ella para encontrar la respuesta al
camino de la fe.
MUJER DEL SÍ
Palabra de Dios
Texto antológico
25
decir, fue la primera y la más perfecta discípula de Cristo: lo cual
tiene valor universal y permanente".
Reflexión
Examen
Conversión
26
*Ser también para los hermanos de mi comunidad cristiana
mensajero de Dios, ayudándoles, desde mi fe, a descubrir las
exigencias de Dios sobre sus vidas.
Invocación
Oración
Cantos sugeridos
Heb 11; 12,1-5: Fijos los ojos en Jesús, que inicia y consuma
nuestra fe.
Texto antológico
27
quedarte mudo y en el silencio, hasta el día en que esto se
cumpla, por no haber creído en mis palabras, que se cumplirán a
su tiempo' (Lc 1,20). Isabel, la esposa de Zacarías, que ha sido
el testigo directo de la mudez de su incrédulo esposo, reconoce
con más admiración, a causa de esto, la resoluta fe de María:
"Bienaventurada la que ha creído'... (Lc 1,45). Zacarías
pertenece aún al Antiguo Testamento, de corazón reacio a la fe,
objeto de un milagro divino que se cumple pese a su poca fe.
María es, en verdad, la primera cristiana, la verdadera creyente
que, predestinada por la gracia divina, entra en su plan por la
total ofrenda de su ser, por la obediencia alegre y la apacible
confianza en la palabra de Dios. Dios no obra a pesar de María y
su pobreza, sino en ella y con ella, dándole por una gracia la
posibilidad de unirse y de asentir con una fe pura a la verdad de
la Buena Nueva.
Max Thurian
Reflexión
Que ella sea también madre de Dios no niega todo esto, sino que
lo complementa, fundamenta y enriquece.
28
Examen
Conversión
Invocación
Oración
Cantos sugeridos
29
MARIA, MUJER NUEVA
Palabra de Dios
Texto antológico
30
ella- se ha realizado ya el proyecto de Dios en Cristo para la
salvación de todo hombre. Al hombre contemporáneo,
frecuentemente atormentado entre la angustia y la esperanza,
postrado por la sensación de su limitación y asaltado por
aspiraciones sin confín, turbado en el ánimo y dividido en el
corazón, la mente suspendida por el enigma de la muerte,
oprimido por la soledad mientras tiende hacia la comunión, presa
de sentimientos de náuseas y hastío, la Virgen, contemplada en
su vicisitud evangélica y en la realidad ya conseguida en la
Ciudad de Dios, ofrece una visión serena y una palabra
tranquilizadora: la victoria de la esperanza sobre la angustia, de
la comunión sobre la soledad, de la paz sobre la turbación, de la
alegría y de la belleza sobre el tedio y la náusea, de las
perspectivas eternas sobre las temporales, de la vida sobre la
muerte".
Reflexión
Examen
Conversión
Invocación
32
-...Haznos cada día más semejantes a tu hijo, el Ser Humano
Nuevo.
Oración
Cantos sugeridos
Texto antológico
Carlos Mesters
Reflexión
34
pesar del cansancio, a pesar de toda aparente evidencia
contraria.
Examen
Conversión
Invocación
Oración
35
ella tuvo para estar al pie de la cruz y ser fiel hasta la muerte,
afrontando todos los riesgos y las consecuencias de ser madre y
seguidora de Jesús.
Cantos sugeridos
Texto antológico
36
es objeto de división y de separación; realizan la profecía sobre
la separación de los hombres: 'Se repartieron mis vestiduras y
acerca de mi túnica echaron suerte' (Sal 22,19). Al contrario, el
grupo de mujeres fieles al pie de la cruz, y sobre todo las
palabras del Crucificado a su madre y al discípulo, significan la
unidad de los creyentes en la única Iglesia. Desgraciadamente,
los cristianos se asemejan demasiado a los soldados que se
reparten los despojos de Cristo, en vez de parecerse a María y al
discípulo unidos por el Crucificado en la misma comunidad
espiritual y material.
Max Thurian
Reflexión
37
María nos enseñó, con su compromiso comunitario, la
importancia de la comunidad eclesial y su permanente acción en
la Iglesia.
Examen
Conversión
Invocación
Oración
Cantos sugeridos
38
"Salve Regina", canto gregoriano, en Cantoral litúrgico nacional,
302.
Texto antológico
Acoger al Verbo,
dándose al servicio.
Vigilar su Ausencia,
gritando su Nombre.
Descubrir su Rostro
en todos los rostros.
Combatir amando.
Morir por la vida,
luchando en la paz.
39
Plantar la bandera,
la justicia libre,
en los gritos pobres.
El difícil todo
que supo escoger
la otra María".
Pedro Casaldáliga
Reflexión
40
El problema consiste en obedecer realmente a las exigencias del
evangelio; en dialogar, para iluminarnos no con nuestras propias
filosofías, sino con la luz que viene del seguimiento de Jesús.
Examen
Conversión
Invocación
Cantos sugeridos
Texto antológico
Reflexión
43
Y hace falta, sobre todo, tener una visión amplia, ecuménico.
Saber y creer que no tenemos la exclusiva de la Verdad
completa, ni el monopolio de la salvación. Aceptar en la fe que el
Espíritu de Jesús está vivo y actúa eficazmente en muchos
hombres, grupos y pueblos. Y vivir en una práctica coherente
con estas convicciones ecuménicas. Colaborar fraternalmente
con todos los que luchan realmente por el Reino, sea cual fuere
su bandera.
Examen
Conversión
Invocación
Oración
44
en que nos unamos todos los seguidores de Jesús en una sola
gran comunidad, para que seamos fermento de unidad entre
todos los hombres de buena voluntad.
Cantos sugeridos
Texto antológico
Reflexión
45
La asunción de María no es una carrera espacial, no es una
traslación física, porque el cielo no es un lugar, sino un estado. Ir
al cielo no es emprender un viaje sideral.
Los muertos no se nos van, sino que se nos vienen adentro del
todo. Se instalan definitivamente en Dios. El cielo es Dios. Y esa
resurrección ya no tiene reloj ni calendario. Los muertos no
están esperando. Y en María todo ello ha tenido que darse de un
modo eminente. Es lo que significa su asunción. En cualquier
caso, hay que esforzarse por comprenderlo.
Examen
Conversión
46
*Confortar la esperanza de los desalentados.
Invocación
Oración
Cantos sugeridos
47