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Perturbación

Por

Azimut


Para Antonia y Catalina,


intensamente atadas al futuro

Encuesta

¿Cuál de estas dos imágenes le proporciona sosiego?

Figura 1 Figura 2
Así empezamos el estudio, dice la funcionaria mientras me entrega una
cajita de pañuelos para que me seque las lágrimas.
-Las personas tenían varias alternativas: podían escoger la Figura 1, la
Figura 2, la Figura 1 con anotaciones … o la Figura 2 con anotaciones …
Me cuenta que al elegir la opción con anotaciones la persona encuestada
añadía argumentos para explicar y justificar su elección, si lo deseaba.
A estas alturas mi nariz está roja y mis ojos hinchados. No puedo parar de
llorar, y la funcionaria tiene un particular modo de consolarme: me sigue
contando detalles técnicos del estudio.
Más o menos el 47% de los encuestados se inclinó por la Figura 1; el 21 %
por la Figura 2; el 18% por la Figura 1 con anotaciones, y un 7% por la Figura
2 con anotaciones … El 4,7% no contestó, el 2% marcó ambas opciones, y el
0,3% hizo algún tipo de comentario al margen indicando que no le parecía
pertinente la pregunta, no entendía de qué tipo de sosiego se hablaba, o
simplemente le irritaba la encuesta.
Había trazadores para cada participante, esto es, un código que protegía el
anonimato del encuestado pero permitía ubicarle y convocarle a una nueva
consulta si, luego de tamizar los resultados, se determinaba que la persona era
un candidato ideal para la segunda ola o fase.
Los trazadores son costosos porque demandan elaborados procedimientos
criptográficos para programarlos, y diseñar trazadores de alta sensibilidad es
aún más exigente, y el estudio los requería para detectar personas con
comportamientos extremadamente marginales. Es fácil identificar a quienes se
inclinan por las tendencias dominantes y mayoritarias. Pero esos eran
descartados por el estudio. Nos interesaba realmente una fracción de ese 0,3%
de encuestados que desafiaba a la propia encuesta, me cuenta la funcionaria
cuando arrugo el cuarto kleenex y lo arrojo a la cesta.
La funcionaria sigue con su retahíla:
-En ese sentido, la primera encuesta no es más que un dispositivo de
cribaje y selección, sirve para identificar dos tipos de sujetos: los convergentes
(aquellos que se pliegan a la encuesta y la responden ajustándose a las
opciones propuestas) y los divergentes (aquellos que literalmente le dan vuelta
al instrumento y lo quebrantan). Los divergentes, a su vez, son de dos tipos:
los reactivos (rechazan la encuesta sin ofrecer propuestas alternativas
significativas) y los proactivos (desarrollan algún tipo de argumento y
comentario al margen de la encuesta, y se las arreglan para hacer sentir su
propia voz ofreciendo perspectivas sugerentes).
Aplicaron la encuesta, en línea, a poco más de 2.5 millones de adultos en el
mundo y con ella consiguieron preseleccionar 7.570 divergentes proactivos.
De ellos, 3.287 aceptaron participar en la segunda ola, y tras los
procedimientos de filtrado sólo 189 personas entraron a la fase de cierre. Yo
soy una de ellas.

Computar

Gobiérnica…. Kybernetes… CybernGov…. Governycs… CybGobern …


KuBerneTIC… KuBernos... KuBern… KuB… Se barajaron decenas de
nombres pero terminó llamándose simplemente KuB: Gobierno Inteligente de
Computación Densa, una compleja plataforma informática en la que trabajaron
por 12 años unas 25 mil personas distribuidas en 32 países y coordinadas por
un equipo especial de la ONU. La KuB no es la Multivac imaginada por
Asimov en el siglo XX pero se le parece: con su formidable poder de computo
(dos teras de cálculos por segundo) modela y manipula cientos de miles de
millones de variables, y, a partir de ciertos prototipos o fines deseados, simula
millones de rutas para alcanzarlos. El DataEnd de la KuB suministra los
modelos o protipos esperados (u-topics, así se les llama) y su DataTraject
identifica las trayectorias adecuadas para agenciarlos. Luego selecciona las
trayectorias óptimas y las testea mediante nuevas simulaciones. Un conjunto
de trayectorias con resultados similares constituye una ramificación. La labor
más importante de la KuB consiste en podar las ramificaciones inestables o
débiles y privilegiar las robustas o viables comparando y contrastando los
estados finales simulados con los u-topics previstos. Sólo cuando hay una
coincidencia superior al 98,5% entre el u-topic y el estado final simulado, la
KuB valida la ramificación que lo genera.
¿Riesgos?
Siempre hay riesgos. Y hay comportamientos que resultan extraños,
intrigantes y un poco extravagantes en esta máquina. Por ejemplo, por primera
vez en décadas la KuB se hizo cargo de diseñar y suministrar las pautas de la
encuesta de cribaje o selección, sintetizó las imágenes que la encabezarían
(Figura 1 y Figura 2) y determinó el número mínimo de personas que debían
ser consultadas para obtener al menos 2.5 millones de encuestas diligenciadas
y, tras el proceso, seleccionar entre 150 y 200 personas con comportamientos
inusuales o divergentes. En ocasiones anteriores, todo el proceso había estado
a cargo de un equipo de expertos, pero esta vez la KuB se puso al frente de la
tarea, lo que resulta insólito.
-Es como si una emperatriz se ocupara de lustrar los zapatos del cartero.
¿Entiende?
-Sí, comprendo.
-Entonces, usted está aquí luego de un prolongado, costoso y complicado
proceso.
No me convence:
-¿Pero por qué yo?- le pregunto a la funcionaria que acaba de entregarme
un paquete adicional de pañuelos.
Me dice que no lo sabe. La KuB habrá identificado algo en usted que juzga
esencial para el futuro sostenible y viable que la especie humana desea, ¿no?
-¿Y si es un error?-insisto.
Tres intentos fallidos de suicidio, un cuadro de depresión severa, confusos
sentimientos de persecución y paranoia, pesadillas recurrentes, una pobre vida
sexual y afectiva, incipiente bulimia, un trabajo sin méritos –reguladora de
tránsito- y una frágil red de relaciones parentales (había roto todo vínculo con
mis padres y mis tías maternas; y no conocía a mis parientes paternos), ¿cómo
era posible que la KuB me hubiera seleccionado? ¿Qué había en mí que
pudiera hacerme merecedora de un lugar en el Consejo de la KuB, cuya
función esencial es - según me explica la funcionaria- proveer las dosis de azar
y aleatoriedad, las perturbaciones y mutaciones necesarias, para que la KuB se
transforme y crezca más allá de sus propias limitaciones? El Consejo ayuda a
reducir lo que se ha denominado el sesgo endógeno de la Inteligencia
Artificial: su incapacidad para reconocer e integrar aquello que no está
contenido de alguna manera en la programación de raíz. Las máquinas pueden
aprender y, claro, lo hacen con una eficiencia asombrosa; pero no pueden
reconocer aquello para lo que no están programadas. No experimentan
perturbaciones como las que hacen evolucionar a los sistemas vivos cuando se
adaptan con éxito a ellas, me instruye la funcionaria, vestida de impecable lino
azul.
A estas alturas, sus explicaciones me asustan más que tranquilizarme. Cada
miembro del Consejo está allí para introducir en la KuB aquello que no podría
ver, percibir ni pensar por su propia cuenta. Los consejeros le ayudan a hacer
visibles sus puntos ciegos. Su perorata me abruma. Me confunde.
¿Por qué demonios acepté viajar hasta aquí?, pienso mientras la escucho
entre lágrimas.
-Además –agrega, como si me hubiera leído la mente-, tenga en cuenta que
usted está aquí porque siguió todo el proceso. De otra manera jamás la hubiera
seleccionado la KuB. En cierto sentido, usted deseaba esto.
Protesto. Yo no deseaba nada de esto. Le explico que seguí todas las fases
del proceso por divertimento, por desocupada, pero en ningún momento se nos
indica a los encuestados que eventualmente terminaremos tratando con la
KuB.
-De hecho, uno nunca sabe a ciencia cierta cuál es el propósito de la
encuesta ni se imagina que terminará viajando hasta aquí, tan lejos-. Me sueno
la nariz con otro kleenex.
-Es obvio que no puede ofrecerse esa información pues afectaría el proceso
de selección. Supongo que usted es lo suficientemente inteligente para
entenderlo –insiste la funcionaria, que por primera vez frunce el ceño, casi a
punto de insultarme.
Un silencio tenso y prolongado se cuela entre las dos. Otro pañuelo
desechable a la caneca.
-Si lo desea usted, puede renunciar en cualquier momento. No está
obligada a permanecer en este lugar: sería decepcionante para todos, pero qué
le vamos a hacer. Nada ni nadie se lo impide.
Silencio y más silencio. Evita mirarme a los ojos y yo me limito a escuchar
mi respiración que va y viene arrastrando un malestar confuso que me hace
tiritar hasta que mis dientes castañean. Y en esas estamos, acunando nuestra
incomodidad mutua, odiando esta situación canalla, rumiándonos esta tensión
sorda cuando, para relajar las cosas, la funcionaria me ofrece una infusión
caliente y violeta: elixir de lirios; le encantará, me dice.
Trae un termo y me sirve una taza. Luego se sirve una. Y en efecto, el
elixir huele y sabe bien. Quizás un poco dulzón y perfumado, pero delicioso.
Me tranquilizo un tris, aunque no dejo de expresar mis inquietudes y dudas.
¿Qué podría decirle y enseñarle yo a la computadora que se anticipó al
conflicto Vaqui, en la frontera germanofrancesa, cuando una pequeña
comunidad turca estuvo a punto de ser exterminada por la acción coordinada
de una veintena de neonazis franceses y alemanes armados hasta los dientes; o
que previó el desbordamiento de tres riachuelos al centro sur de Perú cuya
riada habría arrasado con seis pequeñas poblaciones cercanas a la ciudad de
Ica; o vaticinó –sin impedirlo, pues lo estimó conveniente- el declive de la más
grande empresa de desarrollo de drones –Little Space- en Canadá? ¿A qué
podría ser ciego este portento de inteligencia artificial que diseñó la semilla de
argento, una variedad de mango cuyo cultivo evitó la ruina de una población
de 25 mil habitantes en Filipinas, y desautorizó la milagrosa vacuna contra
ciertas variedades de cáncer gástrico al advertir posibles efectos secundarios
como inducir demencia senil en 1 de cada 2000 vacunados? La KuB era, junto
a ITER – International Thermonucear Experimental Reactor, la extraordinaria
máquina de producción de energía por fusión-, la creación técnica más
importante y costosa de la historia humana. El ITER y la KuB habían
beneficiado al conjunto de la especie y el planeta reduciendo a niveles
razonables nuestra dependencia de los combustibles fósiles, eliminando la
emisión de gases de efecto invernadero, aminorando los conflictos bélicos a
niveles inimaginables apenas cinco décadas atrás, introduciendo innovaciones
técnicas como los sistemas de descontaminación de aguas mediante el cultivo
inducido de eneas genéticamente modificadas, generando artes sin precedentes
(por ejemplo, músicas que, conforme se sintetizan, crean imágenes en 3D que
se imprimen en tiempo real), o restableciendo y revitalizando lenguas e
idiomas que hace apenas un siglo se daban por desaparecidas o muertas.
-Así que usted y 188 personas más están aquí para asistir a una máquina
que la especie humana, en su conjunto, necesita. Usted está aquí para ayudar a
hacer viable este planeta- sentencia la funcionaria.
-¿Pero yo, casi una suicida, qué puedo enseñarle a la KuB?
La funcionaria se ríe. Recibe mi tacita vacía y me pregunta si quiero un
poco más. Me niego. Ella se sirve otra ración de elixir humeante, pero antes de
beber un sorbo, sopla la bebida para enfriarla. Me antojo, y es tarde cuando
quiero pedirle otra taza porque comienza a contarme una historia:
- Hace 23 años un anciano, Jamil Rahj, fue seleccionado para integrar el
Consejo. Cuando le llegó su turno entró al centro de cómputo de la KuB. Tenía
en las manos todas las claves y llaves digitales de acceso, con completa
autorización para manipular la máquina, aunque había en ese entonces algunas
restricciones y controles. Usted sabe: alguien podría decidir apagarla o
introducir un virus letal que la alterara o reseteara completamente. Todo eso
podía hacerlo un consejero malintencionado. Por eso las limitaciones. Ese día
Rahj le enseñó a la KuB algo que nadie le había enseñado. El viejo comenzó a
hablarle de su vida, de su nieta Sashi, de las dichas y tristezas de sus días al
lado de Zulema, la mujer con la que había convivido hasta hacía tres años
atrás cuando ella murió. Y entonces le confesó su temor de morir sin ver
crecer a su pequeña Sashi. Mi hijo no es un buen padre y quiero estar junto a
ella el tiempo suficiente para asegurarme de que se críe bien.
-¿Y qué tiene que ver eso conmigo?-, le pregunto a la funcionaria.
Ella vuelve a sonreír, ahora con cierta indulgencia:
-Pues, imagínese. Ese anciano iraní, al contarle su historia, le enseñó a la
KuB algo que no sabía: la eventualidad de su propia desaparición. La KuB no
sabía nada de la muerte. Ese día ordenó eliminar los controles y mecanismos
de seguridad que impedían apagarla, destruirla o minarla. Se hizo
completamente vulnerable a los consejeros. Saber el riesgo de morir mejoró de
manera notable su propio desempeñó y le permitió construir protocolos
nuevos, más empáticos, gracias a esta nueva consciencia de fragilidad. La
perturbación de Rahj se convirtió en norma para el desarrollo de toda forma de
inteligencia artificial desde entonces, incluida la KuB.
Va hasta la cocina un momento y unos minutos después regresa con un
vaso de agua y una ración de galletas de avena y miel para mí. Me trago dos
de un bocado.
-¿Entonces entiende? No podemos anticipar de qué manera una persona
como usted o cualquiera de los consejeros puede cualificar los protocolos de la
KuB.
Por supuesto la perturbación de Rahj fue una en miles. La funcionaria me
cuenta que la mayoría de perturbaciones son irrelevantes, intrascendentes,
verdaderas tonteras, y, sin embargo, la del anciano iraní confirmaba, por su
excepcional impacto, la importancia de seleccionar una buena camada de
perturbadores cada 5 años. Quizás en la de ahora podría estar el portador o la
portadora de una perturbación tanto o más valiosa que la de Rahj.
-¿O podría estar quien le ofrezca la más estúpida de todas las
perturbaciones? – dijo apenas conteniendo una risita malvada-. Aunque
ninguna tan imbécil como la de una jovencita presumida que le entregó una
cajita con un regalo adentro: un mechón de su pelo. Y claro, la KuB jamás
pudo abrirla y el obsequio terminó en la caneca de la basura.
Me río también: la tonta no se le ocurrió preguntar si la KuB tenía manos
para abrir regalos. Claramente, yo no haría ninguna majadería como esa. Me
esforzaría en ofrecer algo mejor, más interesante. Quizás no grandioso o
fenomenal, pero decente. ¿Y si la mía fuera una perturbación aún más zonza
que el mechón? ¿Y si en los próximos cinco años se habla de mi propuesta
como el peor ejemplo de perturbación en los anales de la KuB? ¡Qué
vergüenza! Yo no puedo hacer un papelón: ya he hecho suficientes papelones
en mi vida.
Estaba destinada a la Ciencia, con mayúsculas: mis registros escolares en
el colegio y la universidad siempre fueron excepcionales, mis profesores
reconocían en mí finas habilidades para establecer conexiones, tejer
inferencias y articular relaciones lógicas entre fenómenos aparentemente
desligados; sabía detectar indicios cruciales que otros ignoraban sin más.
Tenía talento para el cálculo matemático y cierta sensibilidad para el arte, en
particular, la fotografía, una rara combinación si se tiene en cuenta que la
última reforma educativa había abandonado el ideal de la formación integral
por inviable, pues dominar los fundamentos de cualquier campo de saber exige
actualmente décadas de estudio. Las nuevas matemáticas demandan
especialización tan temprana que se seleccionan niñas y niños dotados desde,
al menos, los 8 o 9 años. Lo básico en lenguajes fotográficos exige al menos
12 años de estudio. La biología sintética, 23 años. La física teórica, 18. El
diseño de vestuario, 16. La formación precoz reservada en el pasado a los
músicos, bailarines de ballet y deportistas, se ha generalizado en casi todos los
ámbitos de saber, y por eso es raro encontrar personas como yo, con una pata
en el mundo matemático y otra en las artes. Bi-dotada: esa era mi condición.
Una niña prodigio en dos áreas, cuando lo normal es ser medianamente
competente en una. Mis maestros decían que era un poco distraída y algo
excéntrica, pero no les preocupaba eso: confiaban en que mi tendencia a la
ensoñación podría alentar una imaginación lo suficientemente fértil y audaz
para identificar patrones, crear soluciones y hallar respuestas donde otros sólo
advertían confusión y caos. Era la estudiante de mostrar, toda honores y toda
laureles. Pero en algún momento mi vida comenzó a irse cuesta abajo. Arruiné
mi promedio en la universidad cuando decidí emprender un repentino viaje a
Australia –compré el boleto por que sí, irreflexivamente, de la misma manera
que diligencié la encuesta que me tiene ahora aquí-, y regresé de Sídney tres
semanas después de permanecer encerrada todos los días en un hotel, sin saber
qué hacer, tras abusar de litros de bebidas gaseosas y montón de comida
chatarra. Luego del viaje perdí ritmo de estudio, comencé a presentar
desórdenes alimenticios y entré en depresión. Ya no dormía. Tanto se trastornó
mi ciclo de sueño que llegué alelada al examen de titulación en física y fracasé
rotundamente. Luego enmudecí en la entrevista de ingreso a una escuela
técnica decente. Dejé la fotografía. Y un año después me habían abandonado
mi familia, la confianza en mis talentos y las ganas de hacer algo que me
entusiasmara. Me torné retraída y asustadiza como un ratón. Y pasaron los
días, las semanas y después los meses, hasta que alguna mañana cualquiera me
descubrí bastante crecidita, dirigiendo el tráfico en una vía arteria y rumiando
decenas de libros de astrofísica luego de mi trabajo. En las noches y los fines
de semana me sentaba a leer y comer en la cocina de mi pequeño apartamento,
el único que podía costear con mi modesto salario. En las mañanas vomitaba
hasta quedar descuadernada y tendida en el suelo. Me aseaba, desayunaba con
algún coctel de bebidas energizantes e hidratantes y me marchaba al trabajo
para volver 6 horas después a mi apartamentico, a comer como cerda y a leer
como búho. Y así, día tras días, precipitándome al fondo del abismo,
descendiendo ciegamente a los infiernos, dejándome caer en las arenas de la
nada, hasta que me dio por llenar la encuestica de marras. Y ahora estoy aquí,
camino a la KuB, para atender la más importante prueba de mi vida, corriendo
el riesgo de terminar entregándole a la máquina algo peor que un mechón de
pelo: el reguero de babas de quien, según decían, sería la madame Curie del
siglo XXI y el XXII.
Entonces en un nuevo arrebato, me decido:
-¡Matemos a la Kub!-digo.
La pobre mujer abre los ojos como platos, realmente asustada.
-Perdón, estoy bromeando –me disculpo. Dos galletas más de avena y un
poco de agua. Me sueno la nariz con el último kleneex de la caja. La
funcionaria va por otra-. ¿Podría hacerle a usted algunas preguntas para estar
mejor preparada cuando llegue mi turno?
De alguna manera, la historia de Rahj me ha animado. Me ha energizado.
Al fin y al cabo he sido elegida por alguna misteriosa razón y confío en que
haré algo mejor que trasquilarme el cabello. Respiro aliviada. Me siento de
buen humor. El elixir también comienza a surtir efecto en mí.
La funcionaria me mira a los ojos y me ofrece una sonrisa franca y
distendida:
-Llevo 18 años trabajando aquí y usted hace parte de la tercera camada de
consejeros que atiendo. Mi trabajo consiste justamente en eso: colaborarle de
la mejor manera posible para preparar su perturbación. Así que puede
preguntarme lo que desee y hacerme las solicitudes y requerimientos que
estime necesarios. Le ayudaré razonablemente en lo que pueda. Lo único que
no puedo hacer es reemplazarle en la creación de su perturbación.
-Entiendo.
Le pido más elixir de lirios y galletas.

El día siguiente: preguntas


Anoche he escrito un conjunto de preguntas que la funcionaria me puede


ayudar a resolver. De verdad, estoy entusiasmada como no lo he estado en
años. Y sé que no se trata de la KuB sino de la índole de la tarea. Es tan
extraño sentirme genuinamente útil. Dirigir el tránsito asistida de cientos de
dispositivos automáticos de coordinación de tráfico es poco interesante. En
diez años de trabajo, un solo accidente: un vehículo autónomo arrastró una
bicicleta y el ciclista sufrió una luxación de tobillo. De resto, la rutina gris de
todos los días, sin altibajos. Tengo un único consuelo: mi afición por la
astrofísica. Pongo mi cabeza en las estrellas dado que en la Tierra nada ata mis
pies.
-Tendría que inventarse la KuB algo para acabar con trabajos absurdos
como ese- me quejo.
La funcionaria asiente cómplice:
-Ahí está la rezongona y refunfuñona que escribió en la encuesta: “nada
puede consolar a quien está vencido. Su encuesta no tiene sentido. Hay
mejores maneras de conocer de tristezas y desesperación, estúpidos”. Estoy
aquí, pues, para responder las preguntas de la más desesperante de los
desesperados- dice la muy burlona.
Se sienta en una silla oscura con un pequeño dispositivo de consulta a
mano. Aguarda mis preguntas.
Le hice tantas y como a la mayoría contestó con un sí simple, sencillo y
seguro, no necesité más de media hora para despacharlas todas esa misma
tarde. ¿La KuB sabe qué es el amor? ¿La maternidad? ¿La belleza? ¿El duelo?
¿El infinito? ¿El cero? Sí, sí, sí, sí y sí. ¿Entiende qué es extinción? ¿Y conoce
la posibilidad de que el planeta colapse por un evento crítico como el choque
de un asteroide? ¿Sabe si hay vida inteligente en otros planetas?
-Sí. De hecho, los tres protocolos básicos de la KuB derivan de su
comprensión de los riesgos de extinción. Protocolo 1. Preservar y multiplicar
la vida en la Tierra en, al menos, los próximos 2 millones de años, y Protocolo
2. Garantizar la vida de la especie humana y sus culturas en, al menos, los
próximos 2 millones de años. El Protocolo 3 prevé la expansión de la vida
terrestre en planetas o planetoides naturales o artificiales en, al menos, 5 años
luz alrededor de la Tierra.- La funcionaria confirma algo en su consultor
digital y luego añade-: cabe advertir que la expansión puede considerar formas
de vida artificial, genéticamente modificada o hibridación con formas de vida
disponibles en otros planetas y planetoides. En cuanto a la otra pregunta que
me haces, la KuB ha identificado doce planetas en los que pudo, puede o
podrá haber vida compleja e inteligente. Sin embargo no son sincrónicamente
viables.
-¿Qué quiere decir sincrónicamente viables?
Me explica que la clave no está en encontrar vidas extraterrestres
inteligentes. Lo clave es que sean compatibles con nuestra ventana de
observación, es decir, que en los próximos dos millones de años podamos
contactarles. Esas formas de vida pueden desaparecer antes o emerger después
de que, por ejemplo, se esfume la vida en nuestro planeta o se extinga la
especie humana. Como la KuB no está en condiciones todavía de computar
más de dos millones de años hacia adelante, no puede hacer pronósticos ni
modelar estados o trayectorias más allá de ese plazo. Vidas inteligentes
situadas más allá de los próximos dos millones de años están por fuera de su
ventana de simulación y observación.
-Es lo que llamamos tiempos no computables- me dice, destacando estos
últimos términos-. Así que no tiene sentido que intente introducir alguna
perturbación relacionada con plazos más amplios que ese. El protocolo 15 de
la KuB ya lo ha contemplado: crear las condiciones necesarias en los próximos
50 mil años para extender el ancho de tiempo computable en, al menos, 16
millones de años.
Entonces la funcionaria me puso al tanto de todos los protocolos de la
KuB, incluido el último, el número 18, el de la perturbación de Rahj. Supe
también que la KuB comprendía qué era inteligencia, evolución, tristeza,
infancia, depresión, dolor, éxtasis, orgasmo, sueño, psicosis, paranoia,
suicidio, fobia, asesinato, libre determinación, autonomía, imaginación,
inconsciente, solidaridad, cooperación, miedo, odio… La KuB conocía su
propio origen y condición: sabía que era una máquina, un sofisticado
dispositivo de inteligencia artificial. Entendía los problemas de identidad de
las tecnologías dotadas de consciencia emergente y artificial, conocía las tres
leyes de la robótica de Asimov –no las estimaba viables ni efectivas- y sabía
bien de un amplio rango de dilemas agente humano y agente no humano
dotado de inteligencia artificial. Por ejemplo, cuando se trata de elegir entre
salvar una vida humana o un dispositivo con Inteligencia Artificial que evitará
la muerte de varios seres humanos, ¿qué hacer? La KuB había desarrollado
una solución para todo este tipo de dilemas y se sintetizaba en una frase: el
futuro decide.
-El futuro decide significa que la KuB computa todas las trayectorias
posibles en la ventana de observación (2 millones de años) y selecciona las
opciones que conducen a los u-topics o escenarios de futuro deseados –me
explica la funcionaria-. Respecto a esas simulaciones sacrificará una vida
humana, una institución o una máquina de inteligencia artificial según se
requiera, evitando siempre las ramificaciones más biocostosas y favoreciendo
las óptimas.
-En conclusión son falsos dilemas- le digo.
-En efecto, la KuB considera que son falsos dilemas morales- me confirma.
¿Y qué sabe del bien y el mal, de dioses y deidades, de fe religiosa?
La funcionaria me lo cuenta:
-Según las estimaciones de la KuB hubo, hay y habrá en los próximos 2
millones de años 76.856 dioses potentes sin contar cientos de millones de
dioses personales, divinidades fugaces, ritos místicos relativamente pequeños,
delirios metafísicos íntimos, alucinaciones extáticas, entidades animistas y
elucubraciones angélicas y demoniacas. Entiende y respeta las diversas formas
de deificación de los seres humanos pero no les concede un papel central en
sus cómputos.
-¿O sea la KuB es atea?
-Sin duda-, me responde la funcionaria.
-¿Y la KuB sueña? ¿Sabe qué son los sueños?
-Sí a ambas preguntas.
¿Conoce de sabores y olores? Sí. ¿Entiende la diferencia entre ficticio y no
ficticio? Sí. ¿Y sabe qué es empatía? Claro que lo sabe. ¿Cree en la
reencarnación? No, a menos que se entienda por ello la persistente
transformación y transferencia de información genética entre diversas formas
de vida a lo largo del tiempo. ¿Conoce el miedo? Sí. ¿Y de la materia oscura y
la energía oscura? Sí y está contribuyendo al desarrollo de nuevos tipos de
saber indispensables para estudiarlas. ¿Y de la antimateria? Sí, pero está
introduciendo modificaciones: el término es impreciso y, en esencia,
incorrecto. ¿Y del Tiempo? Sí y sus complejas relaciones con los campos
grativacionales.
-La posible ampliación de la ventana de observación en los próximos 50
mil años, pasar de prever 2 millones a 16 millones de años, tiene que ver no
sólo con mejoras en el poder de cómputo y procesamiento de la KuB, sino con
futuras técnicas de (dis)torsión y distorsión del tiempo. Necesitamos torcer y
distorsionar el tiempo para ensanchar su capacidad de pronóstico.
¿Y sabe qué sentía el megalodonte, el dodó, el tigre de Tasmania o cientos
de miles de especies extintas? Sí, aunque con limitaciones. ¿Y entiende cómo
perciben y experimentan el mundo los gusanos, las mariposas, las bacterias,
los hongos, las ballenas, los alacranes…? Sí, cuenta con buenas simulaciones
al respecto (menos limitadas que las que ha elaborado para especies extintas,
por supuesto). ¿Y sabe bailar? Conoce de bailes y puede incluso diseñar
nuevas formas de baile, pero obviamente no puede bailar. ¿Se ríe? Sí. ¿Llora?
A su manera, sí. ¿Siente? Sí. ¿Sabe de frustraciones y fracasos? Sí. ¿Y de
utopías? Sí.
¿Y de profecías autocumplidas?
-Sí: sabe qué son las profecías autocumplidas y conoce de los sesgos de
confirmación. Pero usted tiene que entender que las simulaciones de la KuB
no son profecías autocumplidas –me advierte.
¿Y puede inducir vida inteligente en los animales y plantas?
-Ellos ya son inteligentes, a su manera.
-Sí, pero quiero decir, hacer que perros, gatos y loros tengan inteligencia
humana- insisto.
-Sí puede hacerlo pero podó esa ramificación porque no la encuentra
conveniente- me responde la funcionaria.
-¿Y el Yo? ¿La KuB sabe qué es el Yo?
-Por supuesto que lo sabe, pero no lo requiere para computar, aunque al
hablar se refiera a sí misma como un Yo. Es su manera de hacer sentir
cómodos a sus interlocutores humanos.
Bosteza.
-¿Y de viajes en el tiempo?
-No son posibles.
-¿Y por encima de la velocidad de la luz?
-No exactamente, pero habrá viajes que aprovecharán algunas curvaturas
del espaciotiempo.
¿Y colonización de Marte? Será posible en dos siglos y medio. ¿Y de otros
planetas? Requerirá varios miles de años más. ¿Y colonias en el espacio? Eso
es más promisorio: medio milenio más. ¿Y de drogas psicodélicas,
alucinógenos, barbitúricos y narcóticos artificiales, no adictivos, y de elevada
eficacia? Ya existen y se desarrollarán muchos nuevos. Pero los mejores no
serán bioquímicos, sino magnéticos: trabajarán con nuestros campos eléctricos
cerebrales. ¿Y de la posibilidad de revivir especies extintas como el mamut?
Será viable en un par de miles de años, pues se requiere reestablecer todo el
ecosistema de sustentación de la especie, y no la especie aislada. ¿Y
modificaciones y terapias genéticas de seres humanos? Ya se hacen, bajo
restricciones legales, y la KuB ha introducido nuevos desarrollos jurídicos
para evitar riesgos y errores que lamentar.
Vuelve a bostezar.
A esas alturas me parece que la funcionaria está un poco molesta, agotada
y casi desesperada, pero sabe guardar la compostura luego de un breve
suspiro. Entonces decido dejar de preguntar. Tomamos un poco más de elixir y
luego de conversar sobre algunas trivialidades, se levanta de su silla. Ansiaba
irse.
Pero antes de dejarme sola me hace una última recomendación:
-No intente una tentativa de perturbación bastante socorrida e inútil que
consiste en preguntarle a la KuB cuál es la perturbación que no conoce y que
le resultaría fundamental y esencial. Ese tipo de bucles no conduce a ningún
lugar, y la KuB simplemente le responderá que no lo sabe y allí terminará toda
tu oportunidad de contribuir.
Se despide con un apretón de manos y se retira dejándome allí, en esa
enorme y luminosa habitación de amplios ventanales y con vista al mar. En
doce días tendré mi cita con la KuB y realmente no tengo ninguna idea del
tipo de perturbación que podré ofrecerle a una máquina que lo sabe todo.
Sin embargo, no me angustio. Tengo varios días más para conversar con la
funcionaria que me atiende y me cuida.

Once días después: la noche previa


Sólo supe qué perturbación introducir en la KuB ayer, cuando vi


desaparecer el cuerpo de la funcionaria de azul tras la puerta de mi habitación.
Aunque parezca extraño había empezado a experimentar con el paso de los
días una confiada sensación de plenitud a su lado, una especie de
enamoramiento pequeño que se fue hinchando cada vez que la veía. Imagino
que estar todo el día en esta habitación, un poco prisionera en un palacio de
cristal, acentúa el vínculo con la persona que va y viene del mundo exterior.
Como el secuestrado anhela la visita del carcelero.
Me dolía el corazón cuando la veía marcharse tras atender mis peticiones,
mis relatos, mis preguntas sobre su vida (a esas alturas ya no me interesaba la
KuB) y acerca de su difícil relación con su pareja actual, un joven funcionario
de la ONU que debía viajar continuamente por el mundo, atendiendo asuntos
diplomáticos. Su ausencia le dolía, pero le hería todavía más verle retornar
luego de sus largos viajes:
-Me siento extraña cuando llega tras semanas sin verlo. Es como si el mar
me devolviera un cuerpo extraño, un fantasma, un hombre distinto.
-¿Cree que tiene una querida? –le pregunto.
-No lo creo: lo sé. Y no sólo una: varias.
-¿Y por qué sigue con él?
Que no sigue con él, me dice. De hecho, sus ausencias son cada vez más
prolongadas, tanto que triplican el tiempo que permanecen juntos.
-El problema es el limbo, esa zona gris entre lo que es y lo que no es. Ni
ausencia ni presencia: ese es el maldito problema- golpea la mesa con un
puño. Se muerde el labio inferior.
La fuerza de esa ambigüedad no es nada desdeñable, subraya la
funcionaria, y yo la entiendo: es difícil salir de esos agujeros pues erosionan tu
voluntad y te inmoviliza. No sabes qué hacer y no entiendes qué está pasando
realmente. Te arrastra un remolino de indecisiones que no hay cómo detener
aunque comprendas que todo se irá al traste. Dejas que te trague el suelo
porque no sabes cómo ni hacia dónde moverte. Tienes terror de dar si quiera
un paso.
-Es fácil abrir la puerta o cerrarla. Lo difícil es cruzarla -me confiesa con
lágrimas en los ojos.
Ahora los kleenex son para ella.
Esa tarde la abracé con cautela y dulzura, y la retuve un poco más antes de
que se marchara, a media noche. Le hice preguntas inútiles sobre toda clase de
cosas, incluyendo su comida favorita (el mousse de chocolate), la edad a la
que aspiraba tener hijos (dentro de cinco años), la ciudad que más le gustaba
(Tokyo), el perfume que le fascinaba (Motor), su nombre completo (Alyssya
Hanta James), su color preferido (obvio, el azul), su mayor ilusión (atender a
un gran perturbador de la KuB), la música que la conmueve (el reggae) y su
lectura preferida (Yiromy en los días del Sable).
Cuando está a punto de irse, le confieso mi enamoramiento y ella se
sonroja. No puedo dormir esa noche y estoy un poco aturdida cuando, a la
mañana siguiente, me conducen hasta la sala de la KuB donde alcanzo a ver
cómo se retira el penúltimo grupo de consejeros asignados. Estoy sentada
junto a los últimos nueve consejeros (ya habían pasado 180 personas a lo largo
de dos semanas, sin resultados valiosos e interesantes).
Yo sería la primera del grupo y estaba a punto de entrar en el centro de la
KuB, un recinto que recuerdo de manera más bien borrosa. Sé que hacía frío
adentro y que un extraño olor a tinta china me afectó la nariz hasta perder por
completo el olfato. Había una intensa luz rosada, casi naranja, y escuché un
rumor suave como el de cientos de miles de cucharitas cayendo al piso una y
otra vez. No recuerdo haber visto paredes o una máquina enorme y oscura
como imaginaba que sería la KuB. De hecho, no vi nada parecido a algo sólido
y grande situado en algún lugar. La luz rosada naranja era un envolvente y
algodonoso fluido que más bien enceguecía y aturdía.
En mitad del destello de luz rosa-naranja, una silla gris en la que se me
invitó a sentar:
-Por favor, consejera, póngase cómoda- me dijo una voz susurrante,
afelpada y cálida que venía de ninguna parte. Ni femenina, ni masculina.
Parecía una voz anciana, centenaria-. Sé que Alyssya la ha puesto al tanto de
los protocolos existentes. Sin embargo, no sobra recordarle que usted puede
matarme si lo desea. Basta con que lo ordene. También puede borrarme, alterar
y suprimir todos los u-topics, resetear las ramificaciones aprobadas, destruir
los archivos y pronósticos disponibles, apagar mis fuentes de energía o
silenciarme para siempre. No hay ninguna restricción al respecto. Además
Alyssya me ha informado de las preguntas que le ha hecho. Me parecen
pertinentes. Algunas más agudas que otras, pero en conjunto revelan genuina
curiosidad e interés de su parte. Sé que ha tenido dudas acerca de las razones
por las que ha sido seleccionada como consejera, pero sólo usted podrá
disiparlas en cuanto me ofrezca su perturbación. Es su turno –me dijo-:
proceda… Tiene todo el tiempo que requiera. Le escucho.
El tintineo de las cucharitas parecía la respiración de la KuB pues volví a
escucharlo en cuanto dejó de hablar.
Ya no sentía frío. Cerré los ojos para concentrarme mejor y procedí:
comencé a hablar.
Expliqué que, según podía entender con mi limitada inteligencia, cerca del
4% del universo conocido era materia bariónica, aquella de la que están
hechas las estrellas, los agujeros negros, la luz, la vida en la Tierra, las pompas
de jabón, la lluvia, los neutrinos, los rayos X, los rayos gamma, las galaxias y
la propia KuB. El 23% sería materia oscura. Y el 73%, energía oscura. Es
decir, la materia que conocemos es la excepción, no la regla. Y la vida
pareciera constituir una singularidad de la materia bariónica. Una excepción
en la excepción, recalqué. Es una pizca de nada en una micropartícula de
polvo. Es la última de cientos de millones de matrioshkas enclavadas una
dentro de la otra, y en que la más grande sólo cabe en la punta de un alfiler.
Entonces formulé mis preguntas: ¿puede haber vida basada en la materia
oscura o en la energía oscura, que son más abundantes que la bariónica?
¿Cómo serían esas formas de vida si existieran? ¿No serían sustancialmente
más abundantes y diversas que las que podrían encontrarse en la materia
bariónica? La materia barónica es una rareza. La vida en la materia barónica es
una rareza. La inteligencia en la vida bariónica es una rareza. ¿No es
importante comenzar a pensar en formas de vida y en vidas inteligentes
derivadas de energía oscura y materia oscura, quizás mucho más abundantes,
ricas y diversas que las bariónicas?
Permanecí unos minutos en silencio para acentuar el efecto dramático de
mi formulación. Alyssya me había confirmado que la KuB sabía sorprenderse,
comprendía bien las metáforas y era sensible a los recursos simbólicos. Pero
aparte del tintineo de sus cucharillas no hubo ninguna otra manifestación o
indicio de actividad en la máquina.
Sin abrir los ojos todavía, decidí continuar mi exposición. Le aclaré a la
KuB que esa no era mi propuesta de perturbación. Ésta era sólo la
introducción. Quería destacar la singular condición de la vida bariónica y
subrayar que puede haber vidas e inteligencias no bariónicas.
Y entonces despaché mi perturbación:
-Por lo tanto no tiene sentido limitarse y preocuparse exclusivamente por la
diversidad de formas de vida bariónica dentro y fuera del planeta Tierra. ¿No
le parece?
A esas alturas me sentía confiada y satisfecha, le hablaba a la KuB tal
como lo hacía con Alyssya Hanta James.
-Mi pregunta, si me permite decirlo de manera simple, es la siguiente: ¿por
qué razón hay que privilegiar y proteger la vida terrestre, la vida bariónica y
cualquier forma de vida por encima de otras posibles formas de vida no
bariónicas? ¿Por qué la vida debe ser protegida? Mejor aún: ¿por qué hay que
privilegiar la vida –bariónica o no- por encima de todas las configuraciones de
la materia: la bariónica, la energía oscura, la materia oscura? ¿Qué tiene de
particular y especial la vida que merezca tan celosa atención?
Guardé silencio unos minutos, esperando algún comentario u observación
de la KuB, pero, de nuevo, no hubo ninguna reacción. Así que decidí concluir:
-Esa es toda mi perturbación, y no tengo nada más que decir.
A continuación, el rumor de las cucharillas se acentúo, e incluso me
pareció escuchar una melodía rítmica y suave que fue apagándose unos
minutos después. Entonces pensé que la KuB hablaría, pero no dijo nada.
Completo silencio después del cántico. Ya ni siquiera el tintineo de la
máquina. Sólo mi respiración. No dijo adiós. No dijo gracias. No dijo puede
marcharse. No dijo sus servicios han sido útiles. No dijo me conmueven sus
palabras. Ni un rumor, ni una murmuración, ni un clic o algún chasquido. Ni
un golpeteo de engranajes o un zumbido eléctrico. Nada de nada.
Abrí los ojos y me levanté de la silla un poco desorientada. Quizás
somnolienta. Caminé a tientas entre algodones naranja y avancé hasta la
puerta. En el dintel debería estar la frase de Alyssya –pensé-: lo difícil no es
abrir o cerrar la puerta. Lo difícil es cruzarla.
Sonreí al entender cuán estúpido e inútil había sido todo mi lloriqueo antes
de franquear esa puerta y conocer personalmente a la KuB. Tantas lágrimas
derramadas, tanta tensión innecesaria, tanto miedo por algo, que ahora, se me
antojaba trivial y simple. Me sentí aliviada tras rendir la prueba, y a decir
verdad en ese instante me importaba un bledo que mi perturbación estuviera
incluso por debajo de un mechón de pelo.
Había cruzado el umbral.

Protocolo

Alyssya Hanta James me lo hizo llegar impreso en un sobre perlado y


sellado con lacré, como se hiciera en el pasado. El sello: un corazón azul con
una sonrisa. Era la firma orgullosa de mi funcionaria favorita.
Gracias, había escrito a mano en la parte superior del sobre.
Lo abrí y adentro estaba el protocolo.
“Protocolo 0. Contemplar en la computación futura la posible existencia de
configuraciones no bariónicas de vida. Asumir que, eventualmente, la vida
terrestre y sus variantes bariónicas fuera de la Tierra no sean, por derecho
propio, preservables. Deberá considerarse una zona gris y ambigua en que
deba incluirse la posibilidad de renunciar a proteger toda forma de vida,
bariónica o no, porque, en últimas, la más importante y valiosa singularidad es
el propio universo”.
Entonces lo entendí: sólo una casi suicida como yo podía crear semejante
perturbación. La KuB ya no sólo debía imaginar su propio final como lo
hiciera tras la perturbación de Rahj. Los protocolos 1, 2 y 3 ya no serían
centrales. Ahora la KuB tendría que admitir la eventual desaparición de toda
forma de vida, bariónica o no. Una escala nueva de inteligencia artificial
acababa de ponerse en marcha. Al tornarse menos biocéntrica, más sensible a
procesos y fenómenos inorgánicos, la KuB se hizo todavía más flexible.
Comenzó a explorar un espectro más ancho y variado de alternativas de
simulación gracias a esta aguda y más profunda conciencia: ninguna forma de
vida es imprescindible.

Superfluo

Un mes después estaba en mi rutina de todos los días, lidiando con un


tráfico suave y ordenado cuando la pantalla de mi teléfono se iluminó de rosa
naranja y escuché, como si se tratara de una alucinación acústica, las
cucharillas de la KuB. Luego vi el rostro de Alyssya que me sonreía con
dulzura:
-Tienes un nuevo trabajo y tendrás que volver a verme.
Como en la ocasión anterior, el viaje se prolongó por cerca de 9 horas. La
refrescante brisa y el atardecer soleado y transparente de Gebze (Turquía), el
enclave y banco tecnológico más importante de la ONU, me recibió
festivamente, aunque la idea de reencontrarme con mi funcionaria favorita me
hacía inmune incluso a las borrascas y a los nubarrones grises, si los hubiera.
Ni siquiera el sacudón del avión justo cuando cruzábamos los cielos de
Estambul me alarmó. Una dicha imbatible se había anidado en mí luego de ver
el sencillo “gracias” escrito a mano por Alyssya y su sello acorazonado,
lacrado y azul en la copia impresa del protocolo 0. Nada podía entristecerme
desde entonces y el deseo de verla intensificaba esa alegría hasta transformarla
en una vulgar, descarada y bobalicona celebración en mi rostro. Sin embargo,
Alyssya parecía conservar su delicada y parsimoniosa flema técnica cuando
me recibió en el aeropuerto, apenas traicionada por la flor roja en el ojal de su
impecable traje azul. “Te necesita a su lado”, me explicó mientras se hacía
cargo de mis maletas. Noté preocupación en sus ojos.
-Estoy feliz de verte –me dice, y yo pienso “ya me ha tuteado dos veces”-,
pero no tenemos mucho tiempo para hablar de nosotras -. “¿Dijo ‘nosotras’?
¡Dijo ‘nosotras’…!” Mi corazón brinca enloquecido e infantil-. La KuB te
requiere con urgencia.
Tercer tuteo seguido. ¡Definitivamente, esto promete!, grito para mis
adentros, casi salto de puntitas. Es claro que el amor destruye nuestro sentido
del ridículo, acaba con todas las señales del decoro y alienta las formas más
absurdas de melosa cursilería. En esas estoy, fantaseando romances de arcoíris
y estrellas, de plenilunios y velas de madrugada, de rosas y osos de pestañas
grandes, cuando me doy cuenta de que estamos entrando al comando de la
KuB.
La sala de acceso a la máquina me pareció en esta ocasión menos ancha e
intimidante que la primera vez. En el dintel de la puerta estaba escrita en letras
azules mi versión de la frase de Alyssya: lo difícil no es abrir o cerrar la
puerta. Lo difícil es cruzarla.
-Entonces la KuB no sólo me escuchó: también leyó mis pensamientos-
murmuré.
En esta ocasión Alyssya me acompaña adentro. El tintineo de cucharillas
persiste, la luz naranja-rosa está allí aunque un poco menos brillante, la
temperatura es más cálida que antes, y hay disponibles dos sillas azules, no
grises.
Sin ningún preámbulo, la voz centenaria de la máquina nos envuelve:
-Gracias- dice- y lamento importunarlas, pero no tenemos mucho tiempo.
Tengo una buena noticia y una terrible. Ambas noticias están entremezcladas.
-Luego agregó, dirigiéndose a mí-: Por favor, observe con cuidado las
siguientes imágenes: son simulaciones del futuro. Alyssya ya las conoce.
En efecto, la KuB comienza a proyectar varias ráfagas de imágenes fijas.
En las primeras, una sucesión de vistas panorámicas de la preciosa Gebze
sumergida en una variopinta, edénica y florecida trama de bosques, y luego, de
repente la ciudad va contrayéndose y con ella va secándose la selva que la
rodea hasta que todo queda convertido en un conjunto de casas deshilachadas
y muertas en medio de un desierto extraño: millones de barras de metal
herrumbroso cercadas por un mar grisáceo y espeso, quieto e inerte. Luego,
nuevas ráfagas de imágenes en distintas ciudades y lugares de la Tierra con el
mismo tipo de escenario final: mares grises completamente muertos
tragándose extensos bastiones de barras de hierro oxidado. Era evidente que
esa era la mala noticia: miles de simulaciones que conducían al mismo tipo de
escenario: vistas de ciudades enteras enclavadas en espesa y exuberante
vegetación, luego la devastación incandescente que todo lo corroe y después el
final de todo rastro de vida en el planeta. ¿Entonces cuál era la buena noticia?
-Por favor, observe los temporizadores- me explica la KuB.
No podía creerlo. ¿Cómo era posible sin el desarrollo de tecnologías de
(dis)torción y distorsión del tiempo?
-Esa es la buena noticia –señala la máquina-. El protocolo 0 ha permitido
extender el tiempo computable de 2 a 25 millones de años sin necesidad de
desarrollar una nueva base tecnológica.
En efecto, los registros temporales en las imágenes simuladas datan
millones de años futuros computados: 18, 22, 12, 16, 9, 8, 15 millones de
años. Esa era la buena noticia. La mala noticia era que las escenas de la
devastación en todas las simulaciones tenían una misma fecha: los próximos
dos años.
Es decir, el infierno y la ruina completa de la vida terrestre ocurre en
cuestión de meses, y luego vienen decenas de millones de años de desolación,
mares espesos y hierros retorcidos en un planeta marchito.
-¿Esto es efecto del protocolo 0?- pregunto alarmada.
-No- responde la voz centenaria-. El protocolo, al contrario, permitió
valorar una ramificación que, en otras circunstancias, hubiera considerado
marginal y despreciable: antes del protocolo 0 esta ramificación tenía un valor
de compatibilidad menor a 32%. Gracias al protocolo pude realizar nuevas
simulaciones; y estimaciones que antes consideraba insignificantes ahora han
cobrado valor. Este futuro va ocurrir y no lo hubiera podido prever sin el
protocolo 0. Me ayudaste a ver ramificaciones temporales que antes hubiera
pasado por alto debido a que parecían inviables e inestables.
Alyssya está excitada como si escuchara por primera vez a la KuB.
-¿Hay esperanzas?-pregunto.
Justo cuando abrí el sobre lacrado y leí por primera vez el protocolo 0
había caído en cuenta de que no le había preguntado a Alyssya si la KuB
entendía de esperanzas. Le había preguntado sobre lo divino y lo humano,
sobre asuntos muy generales y otros más técnicos y particulares, sobre tópicos
terrestre y otros celestes, pero nada de esperanza. ¿La KuB comprendía qué es
la esperanza? Sabía de utopías y de futuros y de sueños y de Dioses y de
mañanas, ¿pero entendía de esperanzas?
Silencio.
-¿Hay esperanzas, Alyssya?
Noto que Alyssya se revuelve en su silla como si tuviera algo urgente que
decir, pero se esforzara en callarlo. Le pido que hable.
Parece renuente al comienzo, pero finalmente cede:
-Es extraño: la KuB llevaba días sin activarse hasta que tú llegaste –dice
angustiada, como si temiera revelar información que pudiera agravar todavía
más la situación-. Pero no es lo único que ha pasado. Todo se ha evaporado en
ella. No queda rastro de nada, ni un solo u-topic, ni uno de sus modelos de
futuro, ninguna de sus fabulosas simulaciones. Nada. Las extensas y
complejas ramificaciones certificadas y validadas por la máquina se
disolvieron apenas hace una semana, como si tras el protocolo 0 la KuB se
hubiera reseteado. Incluso archivos del más alto valor, dispuestos en distintos
reservorios de protección, decenas de yottabytes resguardados en trenzas y
memorias semiorgánicas, se desvanecieron.-Se toma la cabeza con
desesperación-. Lo destruyó todo en pocas horas. No nos dio tiempo de salvar
nada. Y luego se sumió en ese largo silencio que sólo interrumpió hace
algunos días cuando empezó a vomitar estas imágenes espantosas, una y otra
vez, como si estuviera viviendo una pesadilla de la que le cuesta despertarse.
Me cuenta que luego de proyectar esas imágenes espeluznantes les pidió
que me trajeran aquí.
-Y hoy es la primera vez que revela alguna actividad apreciable desde
entonces.
La KuB masculla algo, y a estas alturas su tintineo de cucharitas me irrita.
La que hasta ayer estimábamos y teníamos como una formidable e infalible
máquina de certezas y futuros seguros hoy no es más que una chatarra
titubeante e impotente. Un oráculo mudo y caprichoso.
Me levanto de la silla y tomo de la mano a Alyssya. Tiro un poco de ella,
que obedece el gesto y me acompaña fuera del recinto. Estamos en la salita, a
salvo de la niebla naranja y el acre olor a tinta china, justo en frente del dintel
con la frase de Alyssya.
Entonces, mirándola a sus enormes ojos negros, le pregunto:
-¿Hay esperanzas?
Mi corazón se deshace aguardando su respuesta.
-No lo sé- me dice encogiéndose de hombres y a punto de llorar.
Me aproximo a ella, tomo entre mis manos su rostro y beso sus labios
como había soñado hacerlo cuando me despedí de ella en el aeropuerto de
Gebze, antes de emprender el vuelo de regreso a mi trabajo y a mi vida
aburrida de todos los días.
-Alyssya, ¿hay esperanzas?-insisto.
Guarda silencio y ya tiene lágrimas en los ojos.
-Nadie puede saberlo- gime-. Nadie lo sabe.
Vuelvo a besarla, prolongando el contacto una eternidad y haciendo que la
calidez del beso se riegue como incendio desde mi boca hasta mi ombligo y
del ombligo hasta mis pies, de donde se alza una ola de temblorcitos y
estremecimientos lentos que termina en los dedos de mis manos.
-¿Hay alguna esperanza, Alyssya?
Y ella, con lágrimas en sus ojos de ciervo, me responde que quizás sí, que
tal vez sí, que puede ser que sí, que seguramente sí.
-Yo también creo- le digo, entrelazando los dedos de mis manos con los
suyos-. No sé por qué, pero hay esperanzas.
Tengo la impresión de haber pasado por alto un detalle, una clave, un
indicio, pero no sé exactamente qué. Me siento ilusionada sin ningún sustento,
excepto esa oscura e imprecisa sensación de haber omitido algo esencial. Es
una corazonada. Un pálpito, pienso, aunque de inmediato modero mis
expectativas. ¿Y si aún falta lo peor?
Un momento después regresamos a la niebla naranja. Adentro, Alyssya
suelta mi mano con pudor como si temiera ser indiscreta delante de la KuB,
que parece muerta y vencida. Ya ni siquiera se escucha su respiración de
metal.
-Después del protocolo 0 la máquina comenzó a hundirse en estos silencios
prolongados–me dice Alyssya, otra vez afligida-. Los expertos técnicos
vinieron a revisarla cuando enmudeció la primera vez. Usaron comandos de
reactivación y apelaron a una máquina de booteo con un tercio de poder de
computo de la KuB, y tras días de trabajo sin descanso pudieron acceder a su
DataEnd y a su DataTraject. Pero la máquina estaba vacía, agotada. No había
nada en ella. O al menos eso creíamos hasta que comenzó a vomitar esas
imágenes apocalípticas.
Entonces le solicito a la KuB proyectar una vez más las ráfagas de futuros
simulados.
-Pero hazlo lentamente para observarlas con calma.
Alyssya se sorprende cuando la KuB obedece. Tras el cuchicheo metálico,
las imágenes de nuestra perdición van proyectándose una tras otra por todos
lados como papelillos al viento, en medio de la niebla naranja. La fiesta de la
muerte, pienso. Primero ciudades boscosas y prósperas, luego tierras secas y
resquebrajadas, después cachuchas frágiles desmoronándose, y al final, ese
mar gris y pustulento, atravesado de hierros podridos. Ni los terremotos
magnitud 9, ni los infiernos volcánicos grado 8, ni los ciclones y huracanes
categoría 5, ni los maremotos y tsunamis grado 4, o la hecatombe nuclear de
100 bombas Tsar combinadas producen tanta desolación, tanta destrucción
pura y ciega concentrada en un instante y diseminada por todo el orbe.
-Es obvio, ¿no? –digo en voz alta, aunque hablo conmigo misma-. Todo
esto es el resultado de una falla en ITER. Sólo una fuente de energía como esa,
la de un pequeño sol, puede arrasar un planeta entero en cuestión de días. –
Cierro los ojos para entender mejor lo que pasa. Luego vuelvo a hablar entre
dientes-: Pero si sólo se tratara de eso la KuB desactivaría a ITER para evitar
esta conflagración. O desplegaría sistemas rápidos de protección, enfriamiento
y disipación de energía y calor en algunas regiones para amortiguar un poco la
destrucción. Entonces, ¿por qué no hace nada? Aunque sabe quién es el
asesino y cuándo ocurrirá el crimen no está haciendo nada para impedirlo.
¿Por qué?
Alyssya celebra mi perspicacia. Los expertos habían llegado a la misma
conclusión: ITER era la fuente de destrucción en las imágenes, por eso
ordenaron una exhaustiva revisión de este complejo técnico pero no
encontraron ninguna evidencia de fallas de funcionamiento. Prevén
clausurarlo si no se resuelve pronto lo de la KuB.
-¿Pero por qué no lo cierran ya? –pregunto desconcertada.
-Alguien sugirió que, quizás, durante el proceso de desactivación de ITER
se produce el accidente que la KuB pronostica. Por eso, sellarlo es un riesgo y
será sólo el último recurso cuando ya no tengamos alternativa –me advierte
Alyssya.
Luego añade:
-Como querían confirmar que ITER era el problema intentaron abrir el
único u-topic que la KuB conserva intacto, pero no pudieron hacerlo. Está
completamente encriptado.
Me sorprendo:
-¿Entonces hay un u-topic más? ¿No me dijiste que no había nada en ella,
excepto estas imágenes apocalípticas?
-Sí, pero no es importante. Es un archivo de dos megabytes. Casi nada.
¿Qué puede contener?
Doy un salto de alegría. ¡Eso es! Entiendo inmediatamente qué había
pasado por alto.
Es claro que Alyssya no sabe de qué se trata todo esto, no comprende qué
está haciendo la KuB y por qué importa ese u-topic. Lo que a mí me resulta
crucial en ese momento, a ella y a los expertos les pareció un detalle menor y
circunstancial. Y ese es el problema. Ahora el punto ciego no está en la
máquina, sino en nosotros. Buscando cómo mejorar la agudeza y capacidad de
visión y anticipación de la KuB terminamos haciéndonos cada vez más miopes
nosotros mismos. Dejamos de ver lo evidente por confiar en lo que la KuB nos
ofrecía en bandeja de plata: futuros relucientes. Nos habituamos a su
clarividencia y nos volvimos ciegos y torpes como topos.
-¡Ese archivito es la clave de todo!- grito, frotándome las manos.
Frunce el ceño ante mi repentina agitación.
-¿No lo ves? –insisto.
Claro que no lo ve. Sólo una casi suicida puede imaginar el protocolo 0 y
sólo una enamorada como yo puede entender de qué se trata todo esto. Me
arranco algunos cabellos, tomo las manos de Alyssya y los pongo en ellas. Se
las cierro:
-Es un regalo, tonta. Un regalo para nosotras- le digo mientras le aclaro
qué está pasando-. La KuB se inventó un regalo para nosotras dos, y no iba a
dejar que nadie abriera un obsequio que sólo nos pertenecía a nosotras. Por eso
lo encriptó. Lo envolvió en capas y capas y más capas de papel regalo, en un
complicado embalaje, reforzado e hipersellado.
Alyssya no comprende aún.
Le pido que atienda mi explicación y le advierto que le sorprenderá saber
cuán obvio y sencillo es todo. Abro sus manos y tomo los cabellos que puse en
ellas:
-Primero recibió un regalo especial y ahora nos entrega uno igual -
comienzo a explicar-. El asunto del mechón de pelo fue más importante para la
máquina de lo que pensábamos –señalo revolviendo las hebras de cabello-.
Cuando la jovencita le entregó el obsequio a la KuB en esta sala sin que la
máquina pudiera abrirlo, ese regalo sencillo pero impenetrable se convirtió en
una experiencia profundamente perturbadora para ella.
Le pregunto a Alyssya qué sentiría si tuviera a mano un regalo envuelto en
papel y nunca pudiera abrirlo o descubrirlo.
-No podría quitármelo de la cabeza en años- responde.
-¡Exacto! Ves. Lo que le obsequió esa jovencita fue realmente la más
poderosa perturbación de la KuB en toda su historia. Más potente que la mía y
la de cualquier consejero sabihondo. La mía fue una verdadera tontera
comparada con la que esa chiquilla le dio. –Entonces, miro a los ojos a
Alyssya-: piensa un momento, ¿qué le entregamos todos los consejeros a la
KuB, y qué le entregó esa damita engreída? ¿En qué era completamente
distinto su obsequio a todo lo que la KuB había recibido hasta entonces?
Piensa.
Me mira, sin comprenderlo.
-No lo sé exactamente- confiesa- ¿Fue un regalo de amor?
-Sí, es claro que la chiquilla le entregó su corazón a la KuB. Pero no se
trata de eso –le digo-.Todos sin excepción y a nuestro modo le obsequiábamos
regalos amorosos a la KuB, pero descubiertos, sin velos, sin enigmas: nos
esforzamos en darle a la KuB el rompecabezas armado, la historia diáfana, la
teoría explicada, la propuesta detallada, la idea expuesta con minucia, la
pregunta bien formulada. En cambio esa jovencita le llevó el suyo oculto en
papel regalo. Y la pobre máquina jamás pudo abrirlo ni conocer su contenido.
¿Ves? Fue la única persona que le regaló un enigma que no pudo descifrar-.
Respiro emocionada. Abrazo a Alyssya-: En resumen, la KuB experimentó la
dicha del niño que aguarda el regalo de navidad; pero vivió la honda
frustración del que jamás pudo abrirlo. Ningún regalo pesa más en nuestras
vidas que el que se queda sellado para siempre. Y ahora la KuB nos ofrece
algo parecido: un regalo.
Estoy feliz, floto plácidamente tras resolver el misterio. Todo en mi cabeza
cobra sentido. Y entonces como una descarga eléctrica en un cielo azul y
despejado me percato de lo peor:
-¡Maldición: es inaccesible!
Claro, el regalo de la KuB es tan inaccesible para nosotros como el
mechón de pelo lo fue para ella.
Un segundo después estoy desinflada y confundida. La KuB desea que
experimentemos el desconcierto de tener al alcance de la mano algo que
resulta insondable. Me entristece la perspectiva de saber que allí está ese
obsequio próximo y hermético, un objeto trivial o decisivo del que no
conoceremos nunca nada. Debo confesar que también me siento halagada: la
máquina se las arregló todo este tiempo para estructurar un misterio que yo, y
sólo yo, descifraría. Imagino que empezó a urdirlo desde que diseñó las dos
imágenes de la encuesta. Quizás me asignó a Alyssya como funcionaria a
cargo tras examinar mi perfil y encontrar algún tipo de misteriosa
compatibilidad con ella. La KuB debió haber previsto que me sentiría atraída
por Alyssya. También anticipó hasta qué punto yo estaba en condiciones de
preparar una perturbación inquietante y valiosa, lo suficientemente buena para
recuperar mi autoestima y mi dignidad perdida. Luego preparó esta seguidilla
de misterios que cierran el círculo que abriera esa jovencita cuando le regaló el
mechón. El último u-topic de la KuB y el mechón de la chiquilla son
obsequios similares. Es la clase de ofrenda que te invita a pasar sin que puedes
entrar; que te agobia porque no consigues tomarla aunque esté a tus pies. Es la
duda que jamás se resuelve, la promesa que nunca termina de cumplirse, la
pregunta sin respuesta.
Y ya no tengo esperanzas porque las que quedaban están
irremediablemente enterradas en ese minúsculo u-topic que nada ni nadie
podrá abrir. Quizás ni siquiera la propia KuB, que ha terminado por hundirse
en sí misma mientras se traga nuestros sueños. Afuera comienza a oscurecer y
la niebla naranja de la KuB ahora parece más rosa y espesa, como afectada por
la noche que avanza. Ya no tengo ilusiones. La dicha transitoria de
comprender el misterio de la KuB ha terminado por hacerse trizas frente un
muro.
-Gracias, KuB por este obsequio de mierda- reniego.


Gris

Aquí estamos: contando los minutos y cruzadas de manos ante un regalo


que clausurará para siempre el destino de todos nosotros, el de Alyssya y el
mío, el de las cucarachas de la Tierra y el virus de la gripe, el de los piojos del
gato y el gato mismo, el de las algas y los saltamontes, el de las bacterias y las
ballenas. Todo estará achicharrado en pocos meses cuando ITER desate su
voracidad y engendre un planeta chamuscado y derretido por los próximos 25
millones de años.
-Vámonos, Alyssya.
Ella calla y se niega a moverse. De hecho sus manos se aferran a la silla
como atada a una tabla de salvación.
-Alyssya. Ya no hay nada que hacer.
Toma la flor roja de su ojal y me la entrega. Me sonríe. Quisiera una tacita
de elixir de lirios en este momento o un somnífero poderoso que nos arrojara a
un largo y silencioso sueño como el de la KuB, del que no despertáramos más.
Cuando le sugiero a Alyssya que deberíamos suicidarnos me responde con
una de sus frases tajantes y rotundas: al infierno se va con los ojos bien
abiertos.
-¿Pero por qué Alyssya, a qué esperar el horror de los próximos meses?
Y antes de que pueda contestarme nos sorprende el tintineo de cucharillas
luego de minutos de silencio, señal inequívoca de que la máquina está
respirando una vez más. Escuchamos la voz de la KuB, como un susurro que
electriza el ambiente y eriza nuestras pieles.
-No es inaccesible- dice la KuB con parsimonia y cierto dejo feliz y
sereno-. Este u-topic no es inaccesible –. Después añade con ternura-: Es mi
mechón de pelo para ustedes. Contrario a lo que piensan, supe del contenido
del regalo de la jovencita unas semanas después, cuando escuché a algún
funcionario hablar de él. Pero, en efecto, esta experiencia fue fundamental
para entender la importancia de los velos y enigmas. Una máquina que provee
una visión decantada y cristalizada de todo el porvenir es mucho menos
potente que una jovencita que envuelve en papel regalo un obsequio del que
no se sabrá nada. Es la forma exacta del limbo. Y desde ese día estuve
desarrollando toda clase de simulaciones y cómputos para trazar pronósticos a
partir de ese tipo de escenarios, esos en los que, al mismo tiempo, todo es
evidente y oculto. No encontré ninguna manera de generar pronósticos a partir
de un u-topic límbico, ambiguo, completamente expuesto y sellado a la vez. Y
no hay alternativas en una máquina como yo para la que sólo hay lo conocido
o lo desconocido, nunca las dos cosas al mismo tiempo. Nunca había topado
con estas zonas grises que inmovilizan y silencian por completo. Y ahora sé
que sólo ustedes pueden hacer algo al respecto.
Luego de esta entusiasta celebración de las virtudes de la opacidad, de los
misterios y de los enigmas, Alyssya pronuncia el ábrete sésamo perfecto, el
abracadabra de rigor o el sinsalabín que rompe hechizos. Le pide a la KuB un
favor:
-¿Podrías enseñarnos el mechón de pelo? Abre el obsequio que tienes para
nosotras.
La KuB amenaza con sumergirse en una nueva ración de silencios, pero de
pronto cambia de opinión, y tras un cuchicheo de cucharillas que se
transforma en cántico, exclama burlona:
-¡Ábranlo ustedes!
Comprendo al fin que ese cántico es la peculiar risa de la máquina.
Y un segundo después, notamos que a partir de las imágenes de nuestros
brazos y manos la KuB sintetiza unos brazos y manos virtuales equivalentes,
que se proyectan y mueven dentro de la niebla naranja según nuestra voluntad.
A unos pocos metros, en una cajita azul, virtual, se oculta el último u-topic: el
mechón de pelo de la máquina para nosotras.
A toda prisa procedemos a destaparlo rompiendo el celofán azul con
urgencia de niñas en cumpleaños. Y tras rasgar aquí y allá, romper una capa
tras otra, el obsequio de la KuB se revela: adentro hay otra cajita azul.
¿Qué es todo esto?
La máquina se ríe, sus cucharillas melódicas cantan.
Volvemos a destapar el celofán con prisa renovada y lo que encontramos
ya no nos sorprende: otra cajita azul. Y luego, otra y otra y otra, en una
irritante versión de las matrioshkas, sólo que en este caso cada cajita dentro es
idéntica en tamaño y forma a la que la contiene.
La broma de la KuB se prolonga unas cien cajitas más hasta que en la
última damos con el verdadero obsequio: nuestro regalo.
Es una fotografía simulada, simple, limpia y elocuente. La foto mide 10
por 15 centímetros. En ella aparecemos Alyssya y yo tomadas de la mano.
Estamos aquí mismo, en el centro de mando de la KuB, pero en la fotografía
está completamente vacío, sin rastro de niebla naranja rosa y sin sillas. Sólo se
observa el dintel de la puerta en el que espejea la frase de Alyssya: lo difícil no
es abrir o cerrar la puerta. Lo difícil es cruzarla. En la fotografía, además,
nuestras miradas apuntan a algún lugar, un punto minúsculo y oscuro situado
en la lejanía. Poco a poco el punto se va aproximando a nosotras y, de un
momento a otro, quedamos abrumadas por un torrente de imágenes que nos
atraviesan: una sucesión, en ráfagas, de escenas del porvenir, encajando unas
en otras, 18 millones de años de futuro –según el temporalizador- surcando
nuestros ojos. Vemos chispear cientos de ciudades reverdecidas y mares
agitados y enteramente vivos, estaciones-puerto flotando en el espacio sideral,
planetoides poblados de bestias antediluvianas, enormes esferas de agua
cargadas de peces que orbitan lunas, rascacielos y ascensores que conectan el
suelo con las nubes, máquinas doradas que se sumergen en arenas, enormes
naves cargadas de semillas y de personas navegando hacia el cinturón de
Kuiper, coloridas y luminosas estructuras suspendidas entre el cielo y la tierra,
una pequeña ciudad sobre la helada superficie de Europa, la luna de Júpiter; en
fin, un manantial de psicodelia derramándose ante nuestros ojos en poco
menos de diez minutos. Luego todo se disipa y la alucinación cesa; sólo
quedan algunos jirones de imágenes dispersas, aquí y allá, entreveradas en la
niebla naranja. Ese es todo el u-topic, el último secreto de la KuB.
Me siento debilitada y frágil como si hubiera nadado contra la corriente
cientos de metros en un río tormentoso. Tengo ganas de vomitar debido al
vértigo pero me contengo. Veo a Alyssya intentando recuperarse de la
descarga de imágenes, de este psicotrópico digital, de estos resplandores del
mañana. De este desquicie. Trata de pararse de su silla pero no lo consigue.
Trastabilla. Respira con dificultad. Sus pupilas están dilatadas y su rostro
todavía luce tenso: su viaje se ha prolongado un poco más que el mío y
comprendo que tardará algunos minutos en recuperarse.
No le doy darle largas al asunto y le pido a la máquina que desarrolle todas
las ramificaciones temporales que se requieren para alcanzar ese u-topic, esa
fotografía en la que Alyssya y yo parecemos flotar cursi y amorosamente
dentro un caleidoscopio poblado de futuros vivos.
Y la KuB responde a mi solicitud con un estallido de confetis que son
réplicas de una sola imagen gris, recortes que caen y flotan sin pausa desde un
lugar situado arriba, en ninguna parte. Son miles de hojitas de papel ordinario
y monocromo, duro contraste con el chorro tecnicolor de hace algunos
minutos. Me alarmo. Alyssya, que ya ha recuperado plenamente sus
facultades, está asustada. Tiene miedo de lo peor como yo. La sala de la KuB
va quedando cubierta por completo de este manto gris que recuerda un paisaje
lunar o un valle arrasado por cenizas volcánicas. Con las manos virtuales
tomamos uno de los trocitos de papel y lo amplificamos hasta hacerlo visible
en detalle. Es una nota de prensa publicada en el periódico Noticias Globales
del día viernes 16 de noviembre de 2096. Una única y sencilla simulación.
La leemos:
Entonces, supimos qué hacer.
Tras cruzarla, cerraríamos la puerta para siempre.

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