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CLASIFICACIONES DOCTRINALES DE LOS CONTRATOS

En doctrina se han formulado diversas clasificaciones de los contratos. A continuación, se


revisarán los aspectos fundamentales de aquellas más importantes:

1. Contratos típicos y atípicos

El criterio de distinción en base al cual se realiza esta clasificación es si el contrato cuenta o


no con una regulación o disciplina normativa establecida por el legislador. La tipicidad se
refiere, por tanto, a la existencia de una reglamentación orgánica establecida previamente
por el legislador. Así:

a) Son contratos típicos aquellos que tienen una disciplina normativa previa
establecida por la ley. Ejemplo: compraventa; arrendamiento, mandato, mutuo, etc.
b) Son contratos atípicos aquellos que pueden o no tener reconocimiento legal pero
que carecen de una disciplina normativa previa. Ejemplo: Leasing general, factoring,
contratos de servicios.

Es importante destacar que la denominación más precisa es la que aquí se emplea: típicos
y atípicos. Ello porque existen autores que aluden a contratos nominados para referirse a
los primeros e innominados para los segundos (a partir de la idea de presencia o ausencia
de nombre). Sin embargo, esta denominación no es del todo precisa atendido a que existen
diversos contratos que carecen de una regulación normativa dada por ley, pero que tienen
igualmente nombre adquirido en la práctica o cuya denominación es empleada por la propia
ley, esto es, caben dentro de la idea de nominados, por ejemplo, el factoring o contrato de
prestación de servicios. De ahí que sea más adecuado hablar de contratos típicos y atípicos.

El fundamento de la existencia de los contratos atípicos es la autonomía de la voluntad de


las partes. En base a dicho principio, ellas pueden celebrar contratos sin necesidad de
ajustarse a los tipos preestablecidos por la ley y, al mismo tiempo, sustituir o modificar la
disciplina normativa correspondiente a un tipo de contrato, de modo de ajustarlo a los
intereses concretos que pretendan alcanzar por medio de la relación contractual que crean.

Debe destacarse también que los conceptos de tipicidad y atipicidad contractual son
relativos, ya que se miden en función del contenido que en cada momento posee el
ordenamiento jurídico. Contratos que hasta un determinado instante han sido atípicos,
pueden dejar de serlo y convertirse en contratos típicos desde que su normativa es recogida
y fijada por la ley. Asimismo, debe tenerse en cuenta también que la atipicidad contractual
puede darse en distintos grados, según cuánto se alejen las partes de los tipos contractuales
predefinidos por el legislador, dado que en ocasiones utilizan elementos de diversos

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contratos típicos y otras en que van creando relaciones completamente inéditas, alejados
totalmente de la tipología legislativa.

La importancia de la clasificación viene dada por la necesidad que se presenta en los


contratos atípicos de definir la normativa supletoria de la voluntad de las partes, dada la
ausencia de una reglamentación fijada por el legislador. Al respecto, debe tenerse en cuenta
lo siguiente.

- En su celebración deben concurrir los requisitos generales de existencia y de validez,


generales a todo acto jurídico (artículo 1445 CC).

- Las estipulaciones contractuales constituyen una ley para las partes contratantes,
conforme lo dispone el artículo 1545 CC, que fija el principio de la fuerza obligatoria de los
contratos.

- A falta de estipulación de las partes, la jurisprudencia ha fallado que al contrato atípico le


son aplicables por analogía las reglas de los contratos típicos más semejantes. Según ello,
deberán tomarse en cuenta los tipos contractuales más afines según la voluntad de las
partes. Esta opinión, por cierto, no puede llevarnos a entender que, en lo no previsto por
las partes, pueden mezclarse las soluciones previstas para distintas clases de contratos. La
respuesta de sistema más acorde nos parece es, en aquellos casos en que en principio
puedan ser aplicables más de un tipo contractual, vincular el contrato atípico de que se trate
con categorías más amplias que formen parte del derecho común.

2. Contratos de ejecución instantánea, de ejecución diferida y de tracto sucesivo

Tradicionalmente el criterio en que se funda esta clasificación es la forma cómo se cumplen


las obligaciones que nacen del contrato. Así:

a) Los contratos de ejecución instantánea son aquellos cuyas obligaciones se cumplen


de manera inmediata, en el momento en que se celebra el contrato. El contrato nace
y se extingue simultáneamente, quedando las partes liberadas de inmediato.
Ejemplo: contrato de compraventa de cosa mueble al contado.
b) Los contratos de ejecución diferida son aquellos en que la totalidad de las
obligaciones, o una parte de ellas, se cumple dentro de un plazo o por parcialidades.
Dicho plazo puede ser convencional (pactado por las partes) o puede fluir de la
propia naturaleza de la prestación objeto del mismo. Ejemplo: contrato de
compraventa en virtud del cual el comprador se obliga a pagar el precio en cuotas;
contrato ejecución de una obra, respecto a la obligación de hacer.
c) Los contratos de tracto sucesivo son aquellos en que las obligaciones de las partes
nacen y se extinguen de forma sucesiva. Hay prestaciones periódicas, que se van

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desarrollando en el tiempo y que son de la misma naturaleza. Ej. contrato de
arrendamiento.

La importancia de esta clasificación viene dada a propósito de distintas instituciones


jurídicas. Así, cabe destacar:

- Tradicionalmente se afirma, opinión que su profesora no comparte y que ya


estudiaremos en detalle a propósito de la facultad resolutoria, que en los contratos
de ejecución instantánea y en los de ejecución diferida, los institutos de la nulidad y
la resolución producen sus efectos retroactivamente, volviéndose a la situación en
que las partes se encontraban antes de contratar.
- En cambio, en los contratos de tracto sucesivo, como por lo general no es posible
borrar los efectos que ya se han producido (como ocurre con el arrendatario que no
puede restituir el goce de la cosa), se entiende que la nulidad y la resolución (que en
tal caso toma el nombre de terminación) sólo operan con efecto hacia el futuro,
desde la fecha en que quede ejecutoriada la correspondiente sentencia judicial que
las declara.

Por mi parte, sostengo que la resolución. (o terminación) no produce efectos


retroactivos, solo restitutorios ex. 1487, con independencia de la clase de contrato de
que se trate, de manera que la importancia queda reducida a la nulidad, y la situación
diferente con los contratos de tracto sucesivo.

- En lo que concierne a la llamada Teoría de la imprevisión (llamada también excesiva


onerosidad sobreviniente). Sólo se concibe tratándose de aquellos contratos en los
que media un tiempo más o menos considerable entre su celebración y su ejecución,
es decir los de ejecución diferida y tracto sucesivo, excluyéndose los contratos de
ejecución instantánea.

Esta teoría opera al acontecer un hecho imprevisto al tiempo de la celebración del


contrato, que hace excesivamente más oneroso cumplir y que estudiaremos con
más detalle a propósito del principio de la fuerza obligatoria del contrato.

- También interesa con relación a la forma de terminación del contrato. Lo usual es


que las partes de común acuerdo puedan poner término al contrato –Resciliación-.
Sin embargo, en los contratos de tracto sucesivo, en los que no se ha pactado un
plazo de duración definida, es decir, es indefinido, la ley reconoce la facultad de
poner término unilateralmente al contrato (desistimiento), así acontece en el
contrato de arrendamiento a propósito del desahucio.

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3. Contratos preparatorios y contratos definitivos

Los llamados contratos preparatorios son aquellos en que las partes convienen la
celebración de otro contrato en el futuro. El ejemplo más común es el del contrato de
promesa de celebrar otro contrato, regulado en el artículo 1554 del CC, y del que nace una
obligación “de hacer”: celebrar el contrato prometido, por ejemplo, promesa de
compraventa. También es un ejemplo de contrato preparatorio el contrato de opción, en
que una de las partes formula una oferta temporal, irrevocable y completa de celebrar un
contrato en favor de la otra que tiene la facultad exclusiva de decidir si contrata o no (por
ejemplo, se celebra un contrato de comodato confiriendo la opción al comodatario de
comprar la cosa objeto del mismo).

Los contratos definitivos son aquellos que se celebran en cumplimiento de la


obligación de hacer que nace del contrato preparatorio. Esta obligación de hacer consiste,
precisamente, en suscribir o celebrar un contrato futuro, dentro de un plazo, o si se cumple
una condición.

La existencia de esta distinción, y más precisamente, de los contratos preparatorios


se explica porque que, en ocasiones, no es posible lograr la finalidad querida por las partes,
sea por causas de carácter económico (por ej. no se puede celebrar de inmediato la
compraventa porque se está solicitando un crédito al banco), legal (por ej. sobre la cosa
respecto de la cual se pretende contratar recae un embargo, de modo que para la
celebración del contrato definitivo debe obtenerse la autorización de los acreedores o del
juez), o de otro tipo que les impiden celebrar el contrato definitivo, que es el
verdaderamente querido por las partes. Entonces como ellas igualmente quieren contratar,
se vinculan jurídicamente a través de un contrato preparatorio obligándose a celebrar el
contrato definitivo, de modo que éste se celebrará una vez que se remuevan los
impedimentos que existen para contratar.

4. Contratos libremente discutidos y de adhesión

El criterio de distinción en esta clasificación es la circunstancia de si las partes han podido


negociar libremente los términos del contrato, o, por el contrario, una de ellas los ha fijado
unilateralmente y la otra se ha limitado simplemente a aceptarlos. Así,

a) Los contratos de libre discusión son aquellos en que las partes contratantes han
discutido y negociado libremente el contenido y las cláusulas del contrato. Las
partes se encuentran en un plano de igualdad desde el punto de vista de la

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negociación y ello les asegura un pleno ejercicio de la libertad contractual para
definir la configuración del contrato.
b) Los contratos de adhesión son aquellos en que el contenido contractual ha sido
dictado o redactado unilateralmente por una de las partes, en términos tales que la
otra no puede negociarlo, ni modificarlo, quedando limitada a aceptarlo como un
todo, adhiriendo simplemente al mismo.

En nuestro ordenamiento jurídico la ley N° 19.496 (que establece normas sobre


protección de los derechos de los consumidores), en su artículo 1° define al contrato de
adhesión, prescribiendo que es aquél cuyas cláusulas han sido propuestas unilateralmente
por el proveedor sin que el consumidor, para celebrarlo, pueda alterar su contenido.
Esta clase de contrato se explica por asimetría en la situación de las partes
contratantes: en los contratos de adhesión hay una de ellas que ostenta una posición de
superioridad respecto de la otra que conlleva que la primera pueda imponer el contenido
del contrato a la otra, lo que se traduce en la exclusión de la libertad de configuración del
contrato. Así ocurre por ejemplo, en los contratos que se celebran con entidades bancarias.

La importancia de esta clasificación viene dada, en primer lugar, por la existencia de


ciertos mecanismos que se han ido generando para evitar que la existencia de contratos de
adhesión conduzca a abusos respecto de la parte contractual más débil. Así por ejemplo, se
encuentra la figura de los contratos dirigidos, en que el legislador interviene reglamentando
las cláusulas más importantes del contrato de manera imperativa, y no supletoriamente
como es la regla en este ámbito, ello con la finalidad de cautelar los intereses de la parte
contractual más débil. Es lo que ocurre, por ejemplo, en materia de contrato de trabajo.
También se ubica dentro de estos mecanismos la aprobación por parte de la autoridad de
ciertos contratos antes de ser ofrecidos al público: así ocurre con el contrato de seguro, que
debe aprobado por la Superintendencia de Valores y Seguros.

En segundo lugar, esta clasificación tiene importancia por la existencia de ciertas reglas
especiales de interpretación que se aplican a los contratos de adhesión, esto es, a la hora
de determinar el sentido y alcance de las cláusulas contractuales:

- Regla de interpretación contra el redactor. Conforme a ella, atendido que sólo una de las
partes ha definido el contenido del contrato, se le hace responsable de las ambigüedades o
errores que pudiese presentar la redacción del contrato y, por tanto, se interpretarán en su
contra y a favor de la parte más débil. En nuestro ordenamiento esta regla aparece recogida
en el artículo 1566 inc. 2º del CC, que dispone que las cláusulas ambiguas que hayan sido
extendidas o dictadas por una de las partes, sea acreedora o deudora, se interpretarán en
contra de ella.

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- Preferencia a cláusula manuscrita sobre la impresa. En los contratos de adhesión es
habitual el uso de formularios impresos que son redactados por una de las partes. Por ello,
se da preferencia a las cláusulas manuscritas si es que existen porque son siempre
posteriores y en ellas se manifiesta verdaderamente el acuerdo de las partes, porque dan
cuenta de que en ese aspecto ha habido negociación.

IV. Noción de categoría contractual

Junto a las clasificaciones de los contratos precedentes, existen numerosas y diversas


categorías contractuales que no corresponden necesariamente a una clasificación, dado
que no hay una oposición entre dos nociones o clases diversas construidas a partir de un
cierto criterio, sino una figura o noción única dotada de ciertas características. Algunas de
ellas serán estudiadas en los cursos siguientes de derecho civil, por ahora basta con
mencionar las más importantes: contrato dirigido (contrato reglamentado
imperativamente por el legislador, estableciéndose, con el carácter de obligatorio, las
cláusulas más significativas, e incluso prohibiendo otras o declarándolas ineficaces); el
contrato forzoso (aquél que el ordenamiento jurídico obliga a celebrar; o que, en
determinadas circunstancias, se tiene por celebrado); el autocontrato (contrato que una
persona celebra consigo misma, sin que sea necesaria la concurrencia de otra, y en el cual
ella actúa, a la vez, sea como parte directa y como representante de la otra parte; sea como
representante de ambas partes); el subcontrato (contrato derivado y dependiente de otro
contrato previo de la misma naturaleza, que se denomina contrato madre o base).

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