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ENTRADA 2: LAS ELECCIONES Y LA SIMBOLOGÍA DEL

“NO”
“El hombre de nuestros días que se ve precisado a responder a un cuestionario está
muy lejos de sentir tal seguridad. Las respuestas que da se hallan cargadas de graves
consecuencias; de las contestaciones que ese hombre dé depende a menudo su propia
suerte. Vemos como el ser humano está llegando a una situación en la cual se le exige
que él mismo genere unos documentos que están calculados para provocar su propia
ruina. Y son a menudo cosas tan irrelevantes las que hoy en día provocan la ruina…”
Ernst Jünger, La emboscadura, p. 22.

Ante la previsión de que la próxima semana vamos a encontrar infinitos artículos y


noticias electorales absolutamente infumables y que oscilan entre la constatación
optimista de evidencias (“el próximo 20-n usted decide”) y las previsiones técnicas y
cálculos estratégicos (“se calcula que X tendrá tal mayoría…”), parece oportuno abordar
el encuentro del ciudadano con la urna de un modo absolutamente diverso. Y entre lo
que he encontrado, lo mejor sin lugar a dudas son las reflexiones de Jünger ya en 1951.
Muchos lo podrán tomar como una actitud pesimista frente a la democracia,
probablemente con razón, pero también ayudará a aquellos que quieran simplemente
tener un visión crítica de un ejercicio tan sobre-estimado hoy en día como mal
explicado.

La intención ahora es utilizar a Jünger para destruir un mito, a saber: el momento del
voto es la máxima expresión de su libertad como ciudadano. Las mayores mentiras son
las que se creen con mayor facilidad, decía Hitler, pues está ha calado hasta los tuétanos
del imaginario contemporáneo. Para demostrarlo abordaremos 3 escenarios: el previo al
voto (qué me influye al decidir), el posterior al voto (cómo se interpretan los resultados)
y la posibilidad de una salida.

Uno: Escenario pre-electoral: a. ¡Luces, cámara y accion! “El arte del caudillaje no
consiste sólo en plantear bien la pregunta, sino, a la vez, en escenificar bien, en su
puesta en escena; y ésta es su monopolio” (Jünger, p. 24). Cada una de las Elecciones
están dotadas de un áurea de solemnidad, júbilo, un aire festivo y optimista en el que los
vecinos que otrora se odian ahora se saludan cuando se encuentran en el colegio
electoral; las televisiones, los periódicos, Internet, tertulianos y demás informadores
parciales participan de un circo mediático perfectamente dispuesto para mantener el
júbilo y dotarlo de la seriedad de los números y las estadísticas; en las peluquerías, los
comercios y las terrazas no se habla de otra cosa. El escenario es conmovedor en la misa
de la democracia, sólo que no hay un “afuera” de su iglesia. La libertad a la que aspires
será la que quepa dentro.
b. Las opciones existentes: La libre elección se difumina un poco más si tenemos en
cuenta que las opciones entre las que elegimos vienen pre-determinadas por el poder
político: 2 partidos que realmente aspiran al poder, y otros pocos que luchan por
sobrevivir. Imaginen a un asesino en serio preguntándole a su víctima: ¿desea una
muerte rápida o una lenta? Pues convenzan a esa víctima de que el asesino le está
haciendo proporcionando libertad y tendrán la ecuación de la libertad democrática. Se
argumentará que en una sociedad compleja y grande es inevitable canalizar el voto a
través de partidos políticos y su sistema de mayorías, pero no discutimos hoy si la
democracia es el mejor sistema o no, sino simplemente si la ilusión de libertad que
propone es cierta.
c. Todos saben lo que tienen que hacer: “El votante se ve confortado a una pregunta
tal, que resulta recomendable contestarla en el sentido deseado por quien la hizo”
(Jünger, pp. 24-25). Pensar en sus amigos y personas cercanas e intenten encontrar a
uno, sólo uno, cuyo voto no esté predeterminado por ellos con mucho anterioridad.
Cunde la sensación de que cada uno “vota lo que tiene que votar”, en una especie de
“nosotros ejecutamos una orden prevista por algo o por alguien con antelación”. Es sólo
una intuición, pero yo al menos la siento así.

2. Dos. ESCENARIO POST-ELECTORAL: a. Reinterpretación de los resultados:


Conclusión numero uno en los medios y el los mítines: la Democracia funciona,
celebración a lo grande. Debemos dar gracias de vivir en un país civilizado en el que los
ciudadanos deciden su propio destino. Eso entra dentro del guión. Más kafkiana es la
interpretación que se hace de quienes muestran su desacuerdo con el sistema vigente:
las abstenciones y los votos nulos, lejos de interpretarse como un signo de que el
sistema no funciona, reafirman el valor de la democracia: con ese porcentaje de “Noes”
“adquieren valor los ‘síes’, se convierten en algo auténtico y que tiene completa
validez. Para las dictaduras es importante demostrar que en ellas no está extinguida la
libertad de decir ‘no’. Este es uno de los máximos cumplidos que cabe rendir a la
libertad” (p. 27). Cada una de esas abstenciones o votos nulos pueden estar cargados de
razones de peso que cuestionan el sistema, pero esas razones se esfuman porque la
dialectica sistémica es implacable: el sistema incorpora a sus anti para reafirmarse y
fomentar la ilusión de la libertad ciudadana. Esos votos no son ya de protesta, sino un
símbolo de que la demoracia es tolerante con sus contrarios. ¡Genial maniobra! Es más,
ese porcentaje de no adeptos al sistema permite a la ideología democrática conservar su
razón de ser: ¡todavía hay gente a la que convencer! “Las dictaduras no pueden vivir de
la adhesión pura...El terror se tornaría absurdo si los votos fueran buenos en un cien por
cien; en ese caso golpearía sólo a hombres justos” (p. 28). Digamos que ellos son el
Goldstein del sistema electoral.

3. Tres. ¿SE PUEDE SALIR DE LA DIALÉCTICA? Parece que si voto, doy mi


consentimiento al sistema democrático; y si no lo hago, mi NO se reinterpreta como una
afirmación de que el sistema es bueno porque me da la opción de disentir. ¿Qué me
queda? Jünger propone lo siguiente: es NO de nuestro hombre descontento no cae
necesariamente en el vacío, “sólo que ese NO no debe aparecer en el lugar que para él
ha escogido quien tiene el poder (léase: registro de abstención o de votos nulos) Hay
otros sitios donde a éste le desagrada mucho más ese ‘no’- por ejemplo, al borde en
blanco de un cartel electoral, o una guía telefónica expuesta en un lugar público …
Este sería un lugar mejor para una frase breve; por ejemplo: ‘yo he dicho ‘NO’ …
Tales signos pueden adoptar la forma de colores, de dibujos, de objetos” (p. 39).

http://www.google.es/imgres?
q=graffiti+oranienstrasse&um=1&hl=es&rlz=1C1VEAD_enDE405DE405&biw=1280
&bih=681&tbm=isch&tbnid=CJWi-
Pgqjp7d2M:&imgrefurl=http://www.escritoenlapared.com/2008_11_01_archive.html&d
ocid=SFrdDNNfjaHKqM&imgurl=http://2.bp.blogspot.com/_txvZBhDeYuc/SRm3lSH
xoJI/AAAAAAAACFY/o3-2WROEL-
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1&ndsp=20&ved=1t:429,r:7,s:71

Fotos: técnica del "Fulgulator", aparato que imprime una imagen sobre un fondo determinado que el ojo
no ve, pero que queda registrada en las fotografías que se realizan de dicho fondo.

Hay algo en el tema Vegano que produce cierta inquietud. No es la decisión 
personal que ello supone, ya saben: no sólo no comer carne o pescado 
(vegetarianismo) sino dejar de comer cualquier alimento de origen animal (ello 
incluye: huevos, leche, queso, mantequilla... básicamente todo). Todo eso está 
perfectamente bien, pues, en cuanto decisión personal, en nada afecta al resto de 
seres humanos que no la han tomado (ya saben, esos que comen carne de cerdo, 
de vaca, de cordero, de pollo, además de derivados).

La inquietud que ello produce está más bien relacionada con su aspecto 
ideológico, es decir, con el porqué los veganos han decidido prescindir del 
alimento de origen animal. Y el problema no es la idea de fondo misma, sino el 
lugar en que dicha idea nos coloca a los demás. Es decir, la persona vegana 
rechaza comer carne, pescado o derivados (productos lácteos, etc.) porque 
rechaza la explotación de otros seres vivos en favor del ser humano. Considera, 
por tanto, inmoral comer productos con origen animal. Ello nos coloca al resto, a 
los carnívoros, en el lado de las malas personas, indiferentes al destino del 
mundo animal.

El silogismo es así de fácil: a. Comer carne de animal está mal: b. Los carnívoros
comen carne; c. Los carnívoros son malas personas

Cualquiera que haya conocido a un vegano, y que haya ido a comer con él, habrá 
percibido esa hostilidad. La explicación del conflicto es sencilla: su principio 
vital es tan radical que excluye necesariamente a todos los demás. Es decir, 
cuando uno parte de que comer carne es un crimen contra la naturaleza destruye 
todos los puentes posibles, toda la comunicación y diálogo, con el otro que come 
carne, pues éste parte necesariamente desde cierta inferioridad moral, incluso 
desde una posición culpable. Si uno tiene una conversación con un verano radical
se dará cuenta inmediatamente de cómo, en una analogía con un juicio, el vegano
inmediatamente se sitúa en la posición de Juez, mientras que a ti, carnívoro 
sospechoso, sólo te queda la posición de acusado.  Además, no pienses, ingenuo 
carnívoro, que tendrás abogado en ese juicio. El juicio es en realidad inquisitorio:
es el Juez vegano, sus miles de pruebas, contra ti. Normalmente el juicio 
comienza con las siguientes palabras: "Seguro que no has visto este documental 
que...". En esos cientos de documentos visuales aparecen pollitos muy pequeños, 
preciosos, piando una música angelical, metidos en una cadena de producción 
que va matándoles despiadadamente y haciendo de ellos bandejas de 
supermercado.  En otros  aparecen cientos de vacas en un recinto industrial, 
atadas a las patas por cadenas, a las que unas máquinas grises 
absorven ininterrumpidamente toda la leche que tienen. Éste sería un ejemplo, 
que además está corriendo como la pólvora por la red:

[youtube=http://www.youtube.com/watch?v=AXY2XI00FH8] 

A ver cómo demonios te defiendes tu, carnívoro come­hamburguesas del 
Mcdonalds, de un video como éste. Por que ésa es la visión que el juez vegano 
tiene de ti, tú apareces ante él como el tío que sale al final del corto: un ser 
aceitoso, normalmente sudado, que  se ceba en locales de comida rápida y que, 
llegado a cierta edad y cuando ya no puede ni vérsela, decide ir al cirujano para 
hacerse una liposucción y empezar el ciclo "comelotodo" de nuevo (Todos los 
documentales terminan o en súper­mercados XXL, o en lugares de comida 
rápida, principalmente en EEUU). No vaya parecer que la gente que come carne 
puede ser también gente normal y saludable.

Pero en realidad ésa estrategia no es nada convincente: normalmente de ese 
juicio sales airoso. Y eso es así porque ser carnívoro no es igual a comer 
gustosamente carne con indiferencia de donde provenga. En su segundo 
silogismo: (Comer carne implica explotación animal; La explotación animal es 
inmoral; Comer carne es inmoral), la premisa (a) falla: uno puede comer carne y 
ser el activista más concienzudo contra el maltrato animal, pues una cosa no va 
de la mano de la otra. Tú le explicas, entonces, que eres carnívoro pero que el 
video de los pollitos y el de las vacas te produce igualmente repulsión, y que 
tratas, dentro de tus limitadas posibilidades, de evitar sitios sospechosos de 
maltrato animal. Si el vegano no es demasiado talibán, te concederá el primer 
grado, pero todavía tendrá un as en la manga. Querrá tu rehabilitación, y para 
ello te enseñará otro tipo de vídeos, para los cuales no tendrás escapatoria. Mi 
preferido, personalmente, es el de las vacas felices tras ser liberadas en un prado 
verde de alguna comarca alemana: en el video las vacas saltan de alegría al ser 
liberadas de su encierro. El vegano te mira y dice: "¡saltan! ¡saltan! no es 
increíble?". Y la verdad es que lo es.

[youtube=http://www.youtube.com/watch?v=TU12tHcRSnI]

Si no has tenido suficiente con el video que te muestra lo inmoral que eres por 
comer vacas tan capaces de felicidad como tú, el Vegano en cuestión tendrá 
preparado uno que te dejará todavía en peor lugar. Ese video definitivo es el del 
niño vegetariano, una ricura de niño pequeño brasileño que rechaza el plato de 
pulpo que le ofrece su madre, como también rechaza, con voz celestial, comer 
pollo o vacas, porque " a los animales hay que cuidarlos, no comerlos". La 
madre piensa que tiene un hijo que es para comérselo (al niño, no al pulpo, y no 
en el sentido literal) y entonces llora de emoción.

[youtube=http://www.youtube.com/watch?v=cVAbrY1mor4]

Con ese video tu te sientes ya como una mierda, porque comes vacas felices y 
porque hasta un niño entiende lo que tu cerrado cerebro es incapaz de 
comprender. Entonces da igual que tu consumo de carne/pescado no esté 
asociado a la explotación animal, porque hacerlo es en cualquier caso irracional. 
Si lo haces estás, sí o sí, en el lado oscuro. Entonces acabas claudicando, y 
acabas aceptando ir a comer a un restaurante vegano, prueba definitiva. En 
realidad no es un restaurante vegano, porque tu amigo lo ha preferido llamar un 
Centro Auto­gestionado de Alimentación Eco­friendly. Según parece, tampoco 
tiene ánimo de lucro, les basta con verte sufrir. Llegas allí y la atmósfera es 
bastante agradable, parece que todo el mundo colabora en las labores del Centro, 
la gente se friega sus propios platos y vasos y todo eso, y no utiliza servilletas 
porque son un capricho humano innecesario (¿es que nadie va a pensar en los 
árboles?). La verdad es que todo eso tiene su punto...hasta que te vas a servir el 
plato y encuentras que el menú está compuesto de un montón de cosas o que 
jamás habías escuchado antes (mayormente especias, como la polenta, el cilantro,
el ghee, pero semillas de todo tipo, zapallo...), o de aquellas que jamás quisiste 
comer más de una vez al semestre (sobre todo legumbres, como garbanzos, 
lentejas, habas, soya...). La cosa no mejora cuando te sirves la hamburguesa 
vegana, de tofu y espinacas, que ríete tu de la pinta que tenían los macarrones 
con atún del colegio.
Una vez te lo has comido te das cuenta de que la cosa no es tan grave: la verdad 
es que todo está bastante aceptable, a costa, eso sí, de abusar significativamente 
de las especias. Le comunicas a tu amigo Vegano que te ha gustado, y entonces 
él, con la sonrisa triunfal de quien ha ganado un adepto para su causa, cambia el 
discurso y te empieza a hablar como a un ser rehabilitado: te empieza a decir 
cosas como que los veganos son estadísticamente más felices, principalmente 
porque viven en armonía con su entorno; te invita también a una clases de Acro­
Yoga, que imparte evidentemente un profesor argentino, y te dice que allí te 
enseñarán a respirar bien (tu piensas en el milagro que supone haber estado 25 
años sin saber respirar y seguir todavía vivo). Te habla también de sus dos gatos, 
tú no sabes muy bien a cuento de qué. También te dice que en realidad es 
perfectamente posible vivir sin alimento animal ni derivados, que sólo te tienes 
que tomar unas pastillas, por lo visto muy saludables, que te nutren de todas 
aquellas cosas necesarias para el organismo humano y que se encuentran sólo en 
la carne y el pescado (omega 3, proteínas...).

Tú, carnívoro que estás batiéndote entre el bien y el mal, asientes y te vas lo más 
rápido posible, primero porque no aguantas más la charla moralista que te llevan 
dando las dos última horas, y segundo porque, aunque acabas de terminar de 
comer, te ha vuelto a entrar hambre. Vas paseando, y te vas dando cuenta de que 
tu amigo te ha hecho muchas preguntas a ti (resumidas: ¿Por qué eres una mala 
persona que come carne?), y que no se ha hecho ninguna a sí mismo. Se te 
ocurren algunas para hacerle, una vez hayas repuesto energías en un asador 
argentino, como por ejemplo cuanta parte tiene el Veganismo de moda, de la que 
se nutren miles de eco­empresas que venden productos abultadamente 
encarecidos (especialmente las farmacéuticas que venden las pastillas veganas, 
pero también muchas otras de ropa, cosméticos, productos de limpieza...). 
También preguntarías si en todo ello no hay cierto riesgo latente de Misantropía 
y de exclusión, pues los veganos tienden a dividir el mundo entre ellos y todos 
los demás (doy fe: he sido rechazado en pisos compartidos veganos, por comer 
carne; como también he ido a barbacoas vegetarianas donde he tenido que 
hacerme mis salchichas en una plancha aparte). Si tu principio vital es radical 
(ser carnívoro es inmoral), la única salida es efectivamente el maniqueísmo: uno 
acaba amando a los animales a costa de despreciar al ser humano (ya tenemos 
explicación para lo de los gatos).

Por último, habría que decir lo siguiente: ¿no es contradictorio que para respetar
la naturaleza animal tengamos que renunciar a nuestra naturaleza humana, que es
omnívora?   (hay   que   tener   en   cuenta,   además,   que   el   origen   material   de   la
inteligencia   humana   se   encuentra   en   el   cambio   de   hábitos   alimenticios
del Australopithecus, concretamente en el momento en que empiezan a comer
carne animal y el cerebro se les ensancha). 

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