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Dolo Molina-2016
El mundo de Rosi
“Sí, Rosi es que vive en su mundo”. Fue esta frase de Carmen la que me hizo pensar
en tantos de esos mundos infantiles que a los adultos nos parecen impenetrables,
lejanos, extraños, excéntricos, incluso. Mundos y niños que no alcanzamos, que se
nos muestran como por fuera de nuestra membrana, sin tocarla.
hacerle llegar algo de lo que allí se sucedía. Acompañar el sentido a su estar allí,
entre otras y otros, y en relación al trabajo de la escuela. Pensaba, en la dificultad
de tocar y dejarse tocar por esa otra que nos mira desde cierta distancia y no deja
que nos acerquemos con facilidad.
No parece sencillo, para una maestra, moverse en esa discontinuidad que Rosi trae
al aula. En ese entrar o salir. En ese estar o en ese ausentarse. Quizás por ello, esta
imagen del “mundo de Rosi” tiene la potencia del reconocimiento. Pero al mismo
tiempo, lleva consigo la sombra del desprendimiento. Una tensión viva e incierta
entre la necesidad y el deseo de reconocer al otro, la otra en su singularidad y en su
irreductibilidad; y la dificultad, la imposibilidad, a veces, de hacerse cargo de ello.
Es una tensión que puedo reconocer en mí, por eso me interpela. Y me hace pensar
en esas formas que nos defienden de sostenerla, nos alejan de ella o nos permiten
sobrepasarla. Por ejemplo, poner en el centro la historia registrada que envuelve a
una criatura confundiéndola con la propia criatura. La procedencia, las condiciones
socio-culturales y económicas de su familia, la trayectoria escolar… Son, desde
luego, informaciones importantes, pero pueden dejarnos una imagen estática, fija
de la otra. Y al fijarla, también la endurecen. Y endurecen las vías por las que puede
abrirse paso la relación.