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Versionado: “El mundo de Rosi”

Dolo Molina-2016

El mundo de Rosi

“Sí, Rosi es que vive en su mundo”. Fue esta frase de Carmen la que me hizo pensar
en tantos de esos mundos infantiles que a los adultos nos parecen impenetrables,
lejanos, extraños, excéntricos, incluso. Mundos y niños que no alcanzamos, que se
nos muestran como por fuera de nuestra membrana, sin tocarla.

Durante mi primer día de observación en el aula, vi que Rosi se entretuvo toda la


clase sacando punta a unos lápices de colores. Su pupitre estaba en una esquina
junto a la ventana y de pie en él se dedicó, en la clase de conocimiento del medio, a
su quehacer. Sacar punta. Había cogido una gaveta de plástico amarillo que tienen
en el aula con colores, y uno a uno los fue afilando. Uno a uno. De pie, en silencio. Al
terminar limpió la mesa y tiró la viruta a la papelera. Volvió a su lugar. En ese
momento, Carmen, dictaba los deberes para el día siguiente. Acababa la clase, y en
mí quedaba vibrando la imagen de Rosi.

En otra de las observaciones realizadas un lunes por la tarde, de nuevo Rosi se la


pasó haciendo otra cosa. La primera parte de la tarde, en la clase de conocimiento
del medio, Rosi, sentada y en silencio, garabateaba en su libreta y hacía diseños con
su nombre en las hojas. El resto de la clase conversaba sobre los movimientos
migratorios de la población, los intercambios y la comunicación. De pronto, uno los
niños dice que había podido hablar, a través del Facebook, con un compañero que
había vuelto a su país de origen. Y el diálogo se anima. Pero Rosi parece impasible,
ni un gesto, ni una mueca, nada. La maestra interviene para recuperar el hilo,
cerrar el tema y dar paso a la clase de plástica. Es entonces, que la escena se
transforma, entera. Se reorganiza el aula. Lo primero, hacer grupos. El ambiente se
anima y en él, Rosi se hace presente. Corre junto a Carmen para repartir todo el
material a los grupos. Seguían con el trabajo iniciado la semana anterior, rellenar
un paisaje original con legumbres y cereales que habían traído de casa: garbanzos,
lentejas, judías, arroz, fideos ... Me encontré con una Rosi diligente. Entusiasmada y
colaboradora con el trabajo de las otras y los otros. Parecía que nada estuviese
fuera o lejos de ella. Iba de una mesa a otra resolviendo las dudas y ayudando en la
composición a quien se atascaba o dudaba o se le veía con poco “brío”.

Hasta entonces, había visto a una Rosi ausente. Desenraizada. Su impasibilidad y su


silencio parecía que la hacía invisible para el resto. Incluida la maestra. En el aula
todo parecía suceder sin Rosi. Por eso quizás, me pareció tan real esa imagen que
me traía Carmen, cuando al preguntarle, me dijo que parecía vivir en su mundo. Y
pensaba en la dificultad y la frustración con la que la maestra podía vivir la
relación con esta niña. La tensión que suponía el procurar respetar ese deseo de
Rosi de mantenerse al margen, para no violentar su ser; y tratar, a su vez, de
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Dolo Molina-2016

hacerle llegar algo de lo que allí se sucedía. Acompañar el sentido a su estar allí,
entre otras y otros, y en relación al trabajo de la escuela. Pensaba, en la dificultad
de tocar y dejarse tocar por esa otra que nos mira desde cierta distancia y no deja
que nos acerquemos con facilidad.

Me interpelaba, a su vez, la fuerza y la firmeza con la que Rosi se hizo presente en


la clase de Plástica. Me conmovió, y me sorprendió, su iniciativa. La naturalidad
con la que ocupó un lugar, también con la que le hicieron lugar.

No parece sencillo, para una maestra, moverse en esa discontinuidad que Rosi trae
al aula. En ese entrar o salir. En ese estar o en ese ausentarse. Quizás por ello, esta
imagen del “mundo de Rosi” tiene la potencia del reconocimiento. Pero al mismo
tiempo, lleva consigo la sombra del desprendimiento. Una tensión viva e incierta
entre la necesidad y el deseo de reconocer al otro, la otra en su singularidad y en su
irreductibilidad; y la dificultad, la imposibilidad, a veces, de hacerse cargo de ello.
Es una tensión que puedo reconocer en mí, por eso me interpela. Y me hace pensar
en esas formas que nos defienden de sostenerla, nos alejan de ella o nos permiten
sobrepasarla. Por ejemplo, poner en el centro la historia registrada que envuelve a
una criatura confundiéndola con la propia criatura. La procedencia, las condiciones
socio-culturales y económicas de su familia, la trayectoria escolar… Son, desde
luego, informaciones importantes, pero pueden dejarnos una imagen estática, fija
de la otra. Y al fijarla, también la endurecen. Y endurecen las vías por las que puede
abrirse paso la relación.

La fluidez con la que Rosi parece moverse en el ir y venir de un “mundo” a otro. De


sí, de su imaginación, de su curiosidad al aula, a la maestra o a la actividad. De su
lengua, de sus tiempos, de su casa a la escuela, a los textos, a las tareas… Ese pasaje
que atraviesa con cierta naturalidad, en mí lo percibo con más interrupción, más
torpeza y más obstáculo. Como un pasaje más artificial, más desde el “deber hacer”
que desde el dejarme conmover.

Quizás, quienes hacemos la escuela, la cuidamos, la sostenemos y la ofrecemos,


necesitamos abrir la memoria. Una memoria que nos conecte con nuestra infancia.
Abrir la memoria para reabrir, revivir, la experiencia de la infancia. La experiencia
de ese lugar en el que despertamos a la vida. ¿Cómo, si no, podemos hacernos
reconocible la complejidad del ir viviendo y construyendo la subjetividad en cada
momento de la vida? La infancia, escribe María Zambrano (2007), como ese lugar
que se lleva siempre consigo. Lugar del que se sale pero que no puede quedar
sepultado. Mantener abierto el lugar de la infancia nos recuerda la fascinación por
el misterio y lo inaudito, la emoción ante lo nuevo y desconocido, el atrevimiento
de experimentar, de probar, de seguir el propio deseo… Sin embargo, no resulta
sencillo. ¿Qué endurece la posibilidad de ese pasaje? Probablemente nos hemos ido
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Dolo Molina-2016

haciendo adultos cubriendo ese pasaje de demasiadas respuestas. Elevando las


respuestas a la condición de “deber” que nos debilita ante el asombro, la atención y
la recepción del acontecimiento que nos trae el otro y lo otro. Que pone delante la
explicación y olvida hacerse la pregunta.

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