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cultura del
alumno
Este texto habla de las experiencias de los chicos en el declive de las instituciones.
Los chicos sin instituciones se encuentran, como las autoras describen, en banda, a la
deriva. Y también sin familia portadora de ley, sin escuelas productoras de ciudadanía
y sin Estado protector. Pero los chicos a su vez viven en bandas, grupos construidos,
sostenidos entre ellos, y viven las durísimas condiciones que los atraviesan para poder
pertenecer.
Esta investigación fue realizada durante los años 2000 y 2001, cuando surge de la
necesidad de pensar los problemas de la escuela. Fue un convenio entre La Unión de
Educadores de la Provincia de Córdoba y la Facultad Latinoamericana de Ciencias
Sociales.
Al comenzar, las autoras definen el concepto de expulsión social. Las autoras utilizan
éste término en vez de hablar de exclusión social, a lo cual refieren que la exclusión
pone el acento en el estado de estar por fuera del orden social, en el que se encuentra
el sujeto, mientras que la idea de expulsión, refiere a la relación entre ese estado de
exclusión y lo que lo hizo posible.
Así podemos encontrar actos que determinan que un sujeto esté en un estado de
expulsión social, como la falta de trabajo, los actos que rozan la ilegalidad para poder
sobrevivir, la violencia, la falta de escolaridad o escolaridad precarizada, la disolución
familiar, drogadicción.
Las autoras sostienen que estos actos no hablan de los sujetos, entonces, la expulsión
social permite diferenciar entre estos actos y las prácticas de subjetividad. Éstas
prácticas se definen como operaciones que realizan los sujetos en situaciones límite y
las simbolizaciones producidas.
La pregunta que se hacen las autoras por las prácticas de subjetividad es: ¿cuáles son
los rasgos de las nuevas subjetividades; y qué diferencias hay entre los sujetos
formados por el aparato escolar en época de estado-nación y los sujetos de hoy?
De este modo encontraron que las nuevas condiciones en las que se encuentran los
sujetos hoy es el desplazamiento de la promesa del Estado a la promesa del mercado,
es decir, que ya no somos ciudadanos, sino consumidores.
A diferencia del Estado, el mercado se dirige a sujetos que tienen sólo el derecho
como consumidor, y no los derechos y obligaciones que tiene un ciudadano. El
mercado instituye un nuevo ideal del yo: para satisfacer el deseo de consumo,
necesitamos del objeto, y no del sujeto. El otro es prescindible. (Para alcanzar la
felicidad no es al otro al que necesito sino que me basta con un conjunto de prótesis
de mí mismo: gimnasia, consejos de autoayuda, liftings).
Así, las autoras desarrollan la hipótesis de que los chicos que viven en condiciones de
expulsión social construyen su propia subjetividad en situación.
Muchos de los valores de la modernidad están aun disponibles, pero ninguno cuenta
con la autoridad suficiente para instituirse, es decir, que no se trataría de un sujeto
constituido alrededor de un sistema de referencia compartido, sino de un sujeto que se
define a partir de sí mismo, un sujeto fragmentado, despojado del lazo.
También sostienen que la familia y la escuela han dejado de ser el dispositivo fundante
de la “moralidad” del sujeto. La violencia con el otro, a modo de descarga o pulsión
descontrolada es el índice de la incapacidad del dispositivo para instituir una
subjetividad regulada por la ley simbólica. La violencia como estallido es una suerte de
energía pulsional no controlable.
La escuela instituyó durante su larga trayectoria la hermandad entre los alumnos: “los
hermanos sean unidos porque ésa es la ley primera”. Esto no sólo ordena sino que lo
hace enunciando la existencia de la ley, es decir que la hermandad sólo es posible
habilitada por la ley. El semejante era la creación de un sujeto educado. Cuando
crezcan los niños que son educados, serían hombres semejantes. Entonces lo que
escapaba a la acción educativa (vago, indigente, vicioso, de malas maneras, inculto)
era reeducado. La propia educación moral entonces se apoyaba en la coacción del sí
mismo, es decir en el control de las propias pasiones y tentaciones, inhibía o reprimía
el impulso de eliminar al otro.
Las fiestas también constituyen un rito que habilita el paso de una identidad laxa a otra
que permite la constitución de un nosotros. Como transgresión la fiesta es un reto a los
límites, una tentativa a borrar las jerarquías. Constituye un desafío a los límites y a los
ritmos sociales.
La fiesta constituye un “lugar” que expresa los sentidos profundos desde los que se
habita una condición socio-cultural. En ella podemos leer los modos en que es vivido
el drama social de la expulsión.
La violencia se presenta constituyendo la matriz del lugar, aquí se trata de un lugar del
que no se puede escapar (a la fiesta se elige ir, en cambio la calle es un lugar
ineludible). Se puede elegir el modo de vivirla, pero sus efectos se dejan sentir en la
subjetividad.
Las autoras también se inclinan a hablar de otros tres temas de gran significación:
No sólo está orientado por la lógica de la necesidad, sino que también está impulsada
por las búsquedas de un lugar en el grupo.
El robo es una “opción” disponible casi naturalizada, al punto de considerarlo en
ocasiones una forma de trabajo. Es uno de los códigos de socialización en los
escenarios que frecuentan los jóvenes. Se roba para comer, para vender, para
satisfacer el inmediatismo del consumo.
La droga está en todas partes, disponible como otra mercancía más. En la actualidad
la droga escapa a una clasificación nítida de los productos que la integran (desde la
marihuana pura hasta la mezclada, pasando por el pegamento hasta la inyección de
alcohol y agua de zanja): todo sirve para producir alteraciones en el modo de estar en
el mundo.
Aquí las autoras hacen hincapié en que el problema no es la sustancia, sino la relación
que el sujeto establece con ella, lo que circula en términos de significación en las
prácticas de consumo y el efecto subjetivo que produce.
Conclusión final
Con este contexto de expulsión social que se tiene a nuestro alrededor, se debe
pensar otra escuela posible, un lugar que permita la producción social, logrando
condiciones de enunciación que habilite la palabra de los chicos. Ellos deberían poder
hablar sobre temas que lo inquietan, ser partícipes de sus emociones y acciones,
involucrarse en cuestiones que hacen a la participación social y democrática como
ciudadanos, aprender del otro, ser escuchados y recomponer la noción de futuro.
Como sociedad, y como futuros docentes, debemos pensar en brindarles a los chicos
herramientas suficientes que le permitan sentirse actores sociales no determinados
por el contexto en el que viven. Debemos asumir un rol de coordinador impulsando un
medio que permita la diversidad socio-cultural y una nueva unión familiar que
desarrolle lazos sociales y culturales sólidos.
Bibliografía