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Carrera de Abogacía
Parte 1
Docente: Ab. Gustavo A. Arocena
1. El orden jurídico.
I. La NORMA JURÍDICA, en tanto unidad elemental con la cual se define al orden jurídico,
puede observarse desde dos posiciones distintas en relación temporal, que permiten aclarar la
función práctica que cumple el Derecho. Desde esos dos puntos de vista, el Derecho sirve a su
función como MEDIO DE CONTROL SOCIAL.
A. La posición EX ANTE presenta al Derecho ANTES DE QUE EL HOMBRE OBRE, y para ella
el fin del Derecho consiste en servir de PARÁMETRO VALORATIVO PARA LA ACCIÓN (U OMISIÓN)
HUMANA FUTURA. Es que el hombre, para decidir si obra u omite obrar, necesita conocer tanto
reglas del mundo físico como del mundo normativo. La única forma de programar la acción
futura, desde el punto de vista normativo, es referirla anticipadamente a reglas –normas–
abstractas de comportamiento, cualquiera sea su fuente.
Las teorías jurídicas DE LOS IMPERATIVOS (THON) y PURA DEL DERECHO (KELSEN), que
pretenden aclarar el funcionamiento de todo el sistema jurídico reservando el concepto de
norma para los MANDATOS Y PROHIBICIONES (ya por la argumentación lógico-sistemática de que
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la reconstrucción de la estructura de la norma jurídica tiene en su base la sanción o porque,
aun prescindiendo de la sanción, su significado es una orden, un imperativo), fracasan porque
no tienen en cuenta el papel diferente que cumplen las distintas reglas jurídicas para las
personas que conviven en una sociedad. Lo mismo ocurre con el profundo estudio de H. L. A.
HART, quien no concibe un sistema jurídico sin NORMAS CON AMENAZAS DE SANCIONES
(PRIMARIAS), pero encuentra, en los complicados sistemas actuales, otras normas con diferente
función (SECUNDARIAS), cuya finalidad consiste en CONCEDER POTESTADES JURÍDICAS TANTO
PÚBLICAS COMO PRIVADAS.
II. Ahora bien, y para terminar de escudriñar el alcance de los términos con que
definimos al orden jurídico, debemos señalar que son NORMAS VIGENTES AQUELLAS CUYO
ÓRGANO, PROCEDIMIENTO DE CREACIÓN Y CONTENIDO SON EXPRESIÓN SINGULAR DEL ACTO O ACTOS
QUE OTRA REGLA DEL SISTEMA REGULA ABSTRACTAMENTE PARA INSTITUIR UNA NUEVA REGLA
(criterio normativo de vigencia)
Pero este criterio sólo puede aplicarse INTRASISTEMÁTICAMENTE, una vez individualizado
un sistema jurídico concreto, cuyo principio último de vigencia no se problematiza. Éste es uno
de los límites del razonamiento normativo y del Derecho en general, pues, de indagar más allá
con el mismo método, la cadena es infinita, no tiene solución de continuidad y la pregunta por
la vigencia de las reglas jurídicas carece de respuesta. De hecho, los órdenes jurídicos
positivos comienzan con una serie de reglas (Constitución), que no reconoce instancias
anteriores ante las cuales comparece su propia vigencia.
El Derecho procesal penal ha sido definido por MAIER como la RAMA DEL ORDEN
JURÍDICO INTERNO DE UN ESTADO, CUYAS NORMAS INSTITUYEN Y ORGANIZAN LOS ÓRGANOS
PÚBLICOS QUE CUMPLEN LA FUNCIÓN JUDICIAL PENAL DEL ESTADO Y DISCIPLINAN LOS ACTOS QUE
INTEGRAN EL PROCEDIMIENTO NECESARIO PARA IMPONER Y ACTUAR UNA SANCIÓN O MEDIDA DE
SEGURIDAD PENAL, REGULANDO ASÍ EL COMPORTAMIENTO DE QUIENES INTERVIENEN EN ÉL.
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Se alude a RAMA DEL ORDEN JURÍDICO porque se trata de una porción delimitada del
conjunto de normas que integran el orden jurídico (interno) de un estado.
Asimismo, se puede caracterizar de tal modo, puesto que el Derecho procesal penal ha
adquirido en la actualidad AUTONOMÍA LEGISLATIVA, CIENTÍFICA Y ACADÉMICA.
La AUTONOMÍA LEGISLATIVA de esta rama jurídica deriva del sistema hoy utilizado en los
países de legislación codificada, que separa en diversos cuerpos de leyes al Derecho
Material y al Derecho procesal y divide a ambos en dos ramas principales, la penal y la
civil. Para nosotros, la autonomía legislativa tiene FUNDAMENTO CONSTITUCIONAL: el Derecho
penal es legislación federal y única para toda la Nación (CN, 75, inc. 12), mientras que el
Derecho procesal penal es, en principio, parte de la competencia legislativa local, esto es, de
los parlamentos provinciales o del Congreso de la Nación, en su función de legislatura local
para atender al servicio judicial en los casos de competencia federal (CN, 116 y 117).
La AUTONOMÍA CIENTÍFICA del Derecho procesal penal, por su parte, comenzó con el
encuentro, a través de la ley positiva, de ciertos principios y máximas propios del Derecho
procesal, y con el deslinde y afirmación de su propio objeto y función frente a la ley
material, y continuó con la escisión de los principios procesales penales frente a los
vigentes en el Derecho procesal civil, diferencia que reside en los puntos de vista políticos
opuestos de los que parten, según su regulación positiva. Para CLARIÁ OLMEDO, sin embargo, la
jerarquía científica del Derecho procesal penal fue conseguida como consecuencia de la
concepción científica del derecho procesal civil, cuando se obtuvo la desvinculación de sus
principios teóricos de los que rigen el derecho material. Esta postura es coherente con la
postura favorable de este autor a una teoría general y uniforme del Derecho procesal, que
reúna al Derecho procesal civil y al Derecho procesal penal (teoría compartida por DE LA RÚA).
Finalmente, la exageración del proceso de escisión del Derecho procesal penal frente
al Derecho penal trajo consigo, a la vez que la AUTONOMÍA ACADÉMICA del primero, un
pernicioso alejamiento del Derecho procesal penal del Derecho penal, cuya actuación es su
razón de ser.
De otro costado, y conforme surge de la propia definición dada del Derecho procesal
penal, puede distinguirse el propio CONTENIDO del Derecho procesal penal:
• DERECHO DE ORGANIZACIÓN JUDICIAL (toda vez que le toca a estas normas la tarea
de “instituir y organizar los órganos públicos que cumplen la función judicial penal
del Estado”), que se traduce en el dictado en todos los estados –provincias y
Nación- de sus respectivas leyes de organización judicial o leyes orgánicas del
Poder Judicial. Estas leyes no sólo instituyen y organizan los órganos que cumplen
la función judicial penal del Estado, sino también aquellos que cumplen las demás
tareas judiciales (civil, comercial, laboral, contencioso-administrativa, etc.).
• DERECHO PROCESAL PROPIAMENTE DICHO (que se ocupa –a través de los códigos
procesales penales- de la regulación de los diversos procedimientos para arribar a
la aplicación de una pena o medida de seguridad penal y los actos que los integran,
es decir de la actividad procesal).
• Finalmente, y aún cuando tradicionalmente la ejecución penal en sí no perteneció
al Derecho procesal penal, la tendencia al CONTROL TOTAL DE LA EJECUCIÓN PENAL
POR ÓRGANOS JURISDICCIONALES, con la creación de tribunales especiales de
ejecución, implica la virtual ampliación del contenido del Derecho procesal penal.
En la provincia de Córdoba, precisamente, se creó por Ley Nº 8658, la institución
del Juez de Ejecución.
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Función.
El Derecho procesal penal tiene por FIN como rama jurídica integrante del orden jurídico
de un Estado:
• LA REALIZACIÓN DEL DERECHO PENAL MATERIAL;
• PROTECCIÓN PERSONAL DEL IMPUTADO;
• RECOMPOSICIÓN DE LA PAZ Y SEGURIDAD JURÍDICAS.
Es que, en suma, el DERECHO PENAL sólo DEFINE EL INJUSTO PENAL y las condiciones
bajo las cuales amenaza una PENA o reacciona con una MEDIDA DE SEGURIDAD Y CORRECCIÓN,
pero no provee a su propia realización, cuando en el mundo social acontece –supuestamente
un hecho que pertenece a la clase de los definidos por él, para fundar una pena o medida de
seguridad. Para ello está el DERECHO PROCESAL PENAL que, ante la afirmación de la existencia
en el mundo real de una acción u omisión que transgrede una norma de deber del Derecho
penal, INDICA EL CAMINO (SERIE DE ACTOS) NECESARIO para averiguar EL CONTENIDO DE VERDAD
de esa afirmación y, en su caso, disponer la REACCIÓN CONCRETA CORRESPONDIENTE (pena o
medida de seguridad y corrección). Aún más, el Derecho procesal penal es el ÚNICO MEDIO
legítimo para la realización penal (nulla poena sine iuditio: CN, 18, párrafo 1)
En relación con la función de PROTECCIÓN PERSONAL DEL IMPUTADO, debe decirse que
ella supone la afirmación de VALORES DEL INDIVIDUO que, por su mayor jerarquía, se anteponen
a los mismos FINES QUE PERSIGUE EL ENJUICIAMIENTO PENAL –tradicionalmente descritos como el
descubrimiento de la verdad y la actuación concreta de la ley penal-, fines que de esta manera
ya no se conciben como absolutos, sino que resultan subordinados a la observancia de
aquellos valores fundamentales. En este sentido, el Derecho procesal penal aparece como
CAUCE DEL DERCHO PENAL (CAFFERATA).
Caracteres.
El Derecho procesal penal es DERECHO PÚBLICO porque regula una FUNCIÓN Y UNA
ACTIVIDAD ESTATAL. Para esta conclusión no es necesario recurrir al carácter público del
Derecho penal que se realiza. La razón de la naturaleza pública de todo el Derecho procesal
radica en la inevitable intervención del Estado para la efectiva realización de la justicia. La
función jurisdiccional es ejercida por sus órganos predispuestos, ejercicio provocado en lo
penal por otro órgano estatal (MP), y a ello se agrega la posibilidad de imponer el defensor
oficial.
Es DERECHO INTERNO por las razones que explicamos al dar su concepto: los tribunales
aplican al enjuiciamiento penal el Derecho procesal penal que rige en el ámbito del poder
soberano que los inviste, como regla casi sin excepciones.
Como vimos precedentemente, al estudiar el fin y el carácter realizador del Derecho penal
del Derecho procesal penal, existe una íntima vinculación entre estas dos ramas jurídicas,
interviniendo el Derecho penal material en el proceso penal de distintas formas, entre las que
podemos señalar las siguientes:
* En primer lugar, y aún cuando no se trate específicamente de una forma de intervención
del Derecho penal en el proceso penal, debe recordarse que el Derecho penal DEFINE LOS
HECHOS PUNIBLES Y SUS CONSECUENCIAS JURÍDICAS, siendo la afirmación de la supuesta lesión a
las normas del primero presupuesto esencial de existencia del proceso penal.
* En segundo lugar, y al establecer como regla general la PERSECUCIÓN PENAL OFICIAL DE
LOS DELITOS (CP, 71), el Derecho penal determina gran parte del sistema de enjuiciamiento
penal. Es decir, el establecimiento del principio de legalidad en material procesal (definido
como la automática e inevitable reacción del Estado a través de órganos predispuestos que,
frente a la hipótesis de comisión de un hecho delictivo de acción pública, se presenta ante los
órganos jurisdiccionales, reclamando la investigación, el juzgamiento y, si corresponde, el
castigo del delito que se hubiera logrado comprobar), permite comprender –por ejemplo-, que
la simple notitia criminis provoque de inmediato la actuación de los órganos de persecución
penal del Estado.
* De igual forma interviene el Derecho penal en el proceso penal mediante la SUSPENSIÓN
DEL JUICIO A PRUEBA (CP, 76 BIS Y SS.), ya que mediante posibilidad de suspender el juicio y
orientar la solución del caso a la reparación del daño, se colabora con otros instrumentos
indiscutiblemente procesales –principio de oportunidad: posibilidad que tiene los órganos
encargados de la promoción de la persecución penal, fundada en razones diversas de política
criminal y procesal de no iniciar la acción, o de suspender provisionalmente la acción iniciada, o
de limitarla en su extensión objetiva y subjetiva, o de hacerla cesar definitivamente antes de la
sentencia- en la búsqueda del máximo aprovechamiento de los recursos de la administración
de justicia penal.
* El Derecho penal regula también la vida de la persecución penal, estableciendo que ella
no puede proseguir después de MUERTO EL IMPUTADO, después de cierto plazo que prevé
(PRESCRIPCIÓN), cuando el PL (Congreso Nacional) declara fuera de persecución ciertos hechos
(AMNISTÍA) o cuando, en los delitos de persecución privada, la VÍCTIMA RENUNCIA A PERSEGUIR
(CP, 59 y cc.). Verificado uno de estos hechos, la persecución penal puede concluirse
anticipadamente, estableciendo el Derecho procesal medios de defensa para hacerlos valer:
las excepciones perentorias.
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C) El derecho procesal penal.
La DOGMÁTICA JURÍDICA ha sido definida por ALEXY como la ciencia del Derecho que
consiste en la mezcla de, al menos, tres actividades: (1) la DESCRIPCIÓN DEL DERECHO VIGENTE,
(2) su ANÁLISIS SISTEMÁTICO Y CONCEPTUAL y (3) la ELABORACIÓN DE PROPUESTAS PARA LA
SOLUCIÓN DE CASOS JURÍDICOS PROBLEMÁTICOS.
La POLÍTICA CRIMINAL, por su parte, es, según BINDER, un sector de las políticas que se
desarrollan en una sociedad, predominantemente desde el Estado, y que se refiere al uso que
hará ese Estado del poder penal –fuerza o coerción estatal-. En suma, es EL CONJUNTO DE
DECISIONES, INSTRUMENTOS Y REGLAS QUE ORIENTAN EL EJERCICIO DE LA VIOLENCIA ESTATAL
(COERCIÓN PENAL) HACIA DETERMINADOS FINES.
En este sentido, resulta liminar destacar la íntima conexión que existe entre esta
política y los Derechos penal y procesal penal. En realidad, estos últimos, desde el punto de
vista político, conforman una unidad y, aunque la función material y formal de cada uno de ellos
sea distinta, son dependientes entre sí para la realización de la política criminal del Estado.
Surge así, que el Derecho penal y el Derecho procesal penal, más la ejecución penal,
son partes integrantes de un sistema, como instrumento de control social, que ha dado en
llamarse SISTEMA PENAL.
ROXIN ha insistido que las soluciones de los problemas jurídicos en los campos de cada
una de esas disciplinas pueden depender de los conocimientos en otro campo, con lo cual no
parece imaginable un Derecho penal moderno sin una constante y estrecha colaboración de
todas las disciplinas parciales de la “ciencia global del Derecho penal” –que, para el autor, tiene
como ciencia base al Derecho penal material-.
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5. El proceso penal.
Esta serie de actos no quedan al arbitrio del Tribunal o de los otros sujetos actuantes,
sino que ESTÁN DISCIPLINADOS SINGULAR Y COLECTIVAMENTE POR EL DERECHO PROCESAL: éste
prescribe las FORMAS que se deben observar en la ejecución de cada uno de ellos, y el ORDEN
DE PROCEDER, o sea, una especie de programa o método de actuación.
De esto resulta que salvo vicios o defectos sustanciales –amenazados con sanciones
procesales-, EL PROCEDIMIENTO NO PUEDE RETROTRAERSE A UNA FASE ANTERIOR. Una preclusión
automática lo impide.
Sin embargo, sobre el proclamado fin de lograr la VERDAD REAL, MATERIAL O HISTÓRICA,
sostiene MAIER que debe considerarse como un IDEAL, esto es, como un objetivo al que tiende
el procedimiento penal, que constituye una de sus razones de ser, pero que, en un proceso
concreto puede no ser alcanzado sin que ese procedimiento carezca de sentido.
Dos son las ETAPAS en que puede dividirse estructuralmente el proceso penal: UNA
INVESTIGATIVA O PREPARATORIA DEL JUICIO y la etapa del JUICIO PLENARIO. En estas prevalecen,
respectivamente, la escritura y la oralidad.
A su vez, cada una de estas etapas de divide en FASES, las que a su vez se componen
de distintos actos procesales.
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UNIDAD 2. Principios políticos del Derecho procesal penal y fines del proceso penal.
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II. La acción penal emergente de un delito público, lesivo de la colectividad, es un
derecho de cualquier ciudadano (acción popular), mientras que pertenece al damnificado
cuando se trata de un delito privado; y la acusación es la base indispensable del proceso, que
no se concibe sino ad instantiam partis, de suerte que –como se señaló- el juzgador no puede
actuar de oficio y tendrá como límites de su decisión el caso y las circunstancias planteadas
por el acusador.
II. La acción es ejercida por un procurador real, pero es promovida ex officio por el
propio magistrado inquirente mediante el eventual concurso de una denuncia secreta, lo cual
significa que la acción se confunde con la jurisdicción. Es decir, el poder de perseguir
penalmente se confunde con el de juzgar y es colocado en manos de la misma persona: el
inquisidor.
El SISTEMA MIXTO o INQUISITIVO REFORMADO, por último y como se dijo, aparece como el
comienzo de la nueva república representativa, con la Revolución Francesa, que
representa el triunfo político del Iluminismo, a cuyo abrigo, y por influencia de la dominación
napoleónica posterior, se renueva toda la organización política de Europa continental. Es el
Código francés de 1808 –Code d’instruction criminelle- el que establece este sistema, que
resulta de la yuxtaposición de las concepciones extremas que antes triunfaron –y que
expusimos precedentemente-. Desde entonces, el legislador busca afanosamente un
equilibrio entre los intereses individuales y sociales. Se reconoce la necesidad de que el
Estado administre la justicia penal con el menor sacrificio de la libertad personal.
II. La acción penal es ejercida por un órgano estatal, el Ministerio Público -considerado
a veces un órgano administrativo sui generis y otras como un órgano judicial-, aunque en
algunos países se acuerda también al damnificado el derecho de acusar, y éste puede ejercer
la acción civil resarcitoria que se basa en el delito.
III. La situación de los sujetos procesales es distinta en las dos etapas del proceso:
durante la instrucción preparatoria, el juzgador es el director de la investigación, mientras el
Fiscal y las partes sólo pueden proponer pruebas que aquél practicará si las considera
pertinentes y útiles; durante el juicio, el juzgador actúa generalmente como un árbitro, y las
partes gozan de iguales derechos. El imputado aparece como un sujeto de derechos, cuya
posición jurídica durante el procedimiento se corresponde con la de un inocente, razón por la
cual es el Estado quien debe demostrar con certeza su culpabilidad. El imputado goza de
entera libertad de defensa, pero la ley, durante la investigación preliminar, limita sus facultades
en ese sentido.
VII. La sentencia del tribunal de juicio –quien juzga en única instancia- es recurrible,
pero, en general, tal facultad está fuertemente limitada. Lo ortodoxo es que sólo se permita el
recurso de casación, mediante el cual el recurrente puede poner de manifiesto los errores
jurídicos del fallo. Se admiten igualmente el recurso de inconstitucionalidad y el de revisión.
Al finalizar la Edad Media (en 1453, con la toma de Constantinopla por los turcos), se
produjo una transformación cualitativa y radical del Derecho penal del continente europeo:
de representar básicamente, una aspecto regulatorio de las facultades de los individuos
que integran una sociedad, pasó a constituir, fundamentalmente, una función del Estado,
esto es, la regulación jurídica de la reacción estatal frente a quien atenta contra el poder
constituido y, más modernamente (movimiento liberal) frente a la violación de prohibiciones o
mandatos estatales (normas de deber) con categoría penal. Tal transformación se vincula con
la creación del poder político central, esto es, la aparición en escena del Estado nacional como
forma política que enfrenta y desplaza a la organización feudal o local primitiva. La Inquisición
produjo una transformación que consistió, básicamente, en expropiar a los ciudadanos
el poder de reaccionar contra el ofensor y mandar a ciertos órganos del Estado a
proceder de oficio (per inquisitionem), sin esperar ni atender a la voluntad de los individuos
(per acusationem), por una parte, y en instituir a la pena y al Derecho penal, en general,
como un poder del Estado para el control formal de los habitantes.
Conforme a ello, el procedimiento penal aparece como una forma de operar para
administrar justicia cuyas funciones principales son predominantemente estatales, y,
por ello, cumplidas por distintos órganos estatales instituidos a fin de cumplir con esta
función judicial del Estado (regla o principio de estatalidad). Así, la función de juzgar,
pertenece, con exclusividad, al Estado, que la ejerce por intermedio de los tribunales que
integran el poder judicial. La función de perseguir penalmente pertenece también, por regla
general, al Estado. De allí la creación de órganos estatales específicos, el ministerio público y
la policía, cuya tarea fundamental se puede resumir en la labor de investigar los delitos
perpetrados y perseguir a sus autores y partícipes. Se señala, por ello, el monopolio acusatorio
del ministerio público. Sin embargo, la regla reconoce excepciones en nuestro Derecho penal.
El CP, establece, para unos pocos delitos, la persecución penal privada, al legitimar al ofendido
para asumir el papel que se concede al ministerio público en los delitos de acción pública (CP,
73 y ss.). Otra excepción está constituida por los delitos que dependen de una instancia
privada (CP, 72), excepción menor porque consiste únicamente en imposibilitar la persecución
penal pública hasta tanto la víctima no autorice a perseguir penalmente mediante su expresión
de voluntad en ese sentido (instancia), y libere de esa manera la persecución oficial, que
prosigue como en los delitos de acción pública. Finalmente, a tanto llega la estatalización de
las funciones cumplidas en el procedimiento penal, que la misma defensa técnica del
imputado, en principio un interés privado sobre el cual decide él mismo, asume, esta vez por
excepción, el carácter de un interés estatal, cuando el imputado omite la decisión (no cubre la
defensa técnica) o decide erróneamente (se pretende defender técnicamente por sí mismo o
cubre mal el cargo de defensor, en ambos casos sin posibilidad de eficiencia en esa tarea, por
inidoneidad o imposibilidad física). La razón de ser de esta asunción como pública, de un
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interés privado, reside tanto en la necesidad de garantizar la defensa (CN, 18), como en el
interés del Estado de no condenar a inocentes.
Como consecuencia de esta decisión política, el Estado debió crear los órganos
competentes para la persecución penal ex officio (aquí reside, precisamente, la esencia del
principio de estatalidad, antes visto: el Estado instituye distintos organismos a fin de cumplir la
función judicial en lo penal). Teóricamente a la Inquisición le bastaba un solo órgano, el
inquisidor, para practicar la investigación que permitía decidir sobre la aplicación del poder
penal; él concentraba, en sí mismo, todas las funciones diversificadas en el procedimiento
penal moderno (perseguir-decidir), e incluía allí la defensa del imputado, aunque sólo desde la
óptica del interés del Estado.
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excepción reside, solamente, en colocar un obstáculo –que releva la instancia privada- para el
comienzo de la persecución penal estatal.
C) Legalidad. Oportunidad.
De todo lo señalado, surge que mientras que se sostiene el principio de legalidad como
criterio de justicia rector de la persecución penal, la práctica concreta selecciona de diversas
manera los casos a tratar y el tratamiento que reciben dentro del sistema, aplicando criterios de
oportunidad. Conforme a ello, la afirmación del principio de oportunidad no resulta una
postulación injusta, por referencia a la igualdad ante la ley de todos los habitantes, sino, por el
contrario, un intento por conducir la selección según fines concretos, sin dejarla abandonada al
arbitrio o al azar.
Nuestro sistema constitucional (PIDCP, 14.3, y CN, 75, inc. 22) exige que la defensa
del imputado se desarrolle en condiciones de “plena igualdad” con la acusación. Esto
ocurrirá cuando aquél tenga no sólo en teoría sino también en la práctica, las mismas
posibilidades reales que el acusador para influir en las decisiones de los jueces sobre el
caso, lo que dependerá de las garantías constitucionales, los derechos procesales, la
equivalencia de conocimientos jurídicos y los recursos humanos y materiales con que ambos
cuenten.
Desde el punto de vista de los recursos, sería hipócrita hablar de una plena igualdad
entre el Estado en papel de acusador y un ciudadano común acusado. El auxilio policial, el uso
de la fuerza pública, la colaboración obligatoria de todas las reparticiones estatales, la
cooperación interprovincial e internacional, la utilización legítima de medios de información
clandestinos (v. gr., intervenciones telefónicas), entre muchos otros, son herramientas de las
que carece cualquier imputado. No debe olvidarse que el ministerio público y la policía ejercen
el poder penal del Estado para prevenir y averiguar los hechos punibles y tienen, por tanto,
medios jurídicamente imposibles de equiparar. Ello se traduce, ya en la persecución concreta e
individual, en una desigualdad real entre quien acusa y quien soporta la persecución penal. En
este aspecto, la igualdad se procura poniendo al servicio de la actividad de la defensa y a su
pedido, la mayor cantidad posible de aquellos medios, especialmente en materia probatoria.
Desde otra óptica, puede considerarse que el criterio de objetividad que debe presidir
la actuación de los órganos encargados de la persecución, que los obliga a no desatender la
prueba de descargo, y a requerir el sobreseimiento o la absolución del imputado, o les permite
recurrir en su favor cuando todas estas actitudes por derecho correspondan, tiende también a
favorecer la condición de igualdad.
Cambia la situación si, en lugar de hablar acerca del procedimiento para perseguir
delitos de acción pública, como hasta ahora lo hemos hecho, nos referimos a la persecución de
los delitos de acción privada, siempre teniendo en cuenta que éstos representan una
excepción mínima en el Derecho penal argentino. Aquí la asimilación al proceso igualitario de
partes es más profunda; tanto es así que en los códigos modernos, en los cuales se resuelve
bien la regulación procesal que provocan estos delitos, no existe ni existió nunca el período de
instrucción, tradicional en los delitos de acción pública y, prácticamente, todo el procedimiento
se resume en el juicio o procedimiento principal, de neto corte acusatorio.
El proceso penal tiene dos fines: uno próximo o inmediato (el descubrimiento de la
verdad) y otro mediato (la actuación concreta de la ley penal).
Respecto del último, debe señalarse que el proceso tiene por función la de hacer
concretas y reales las previsiones abstractas de la ley penal sustantiva. Con esta fórmula
se abarca expresamente no sólo el designio de obtener, mediante la intervención del órgano
jurisdiccional, la verificación, positiva o negativa, del fundamento verdadero de la pretensión
jurídico-penal emergente del delito, o sea, el designio de obtener un pronunciamiento
condenatorio o absolutorio, sino también el de hacer efectiva o ejecutar la sanción que en el
primer caso se imponga al transgresor de la norma de derecho sustantivo. La ejecución queda
dentro y no fuera del derecho procesal.
Pero si el proceso es el único medio de aplicar justamente la ley penal (nulla poena
sine iuditio) –afirma Vélez Mariconde, a quien hemos escogido como paradigma de las que
podrían denominarse “tesis tradicionales” acerca de la verdad perseguida en el proceso
penal-, no cabe duda que su finalidad inmediata es el descubrimiento de la verdad, puesto
que ésta es la única base de la justicia: que, por lo tanto, debe tener existencia práctica para
reprimir al verdadero culpable en la medida que corresponde y evitar la represión del
inocente (no culpable). Ambos resultados son dos caras de una misma medalla: la verdad.
En primer lugar, y desde la teoría del conocimiento, corresponde señalar que no existe
ningún objeto que, en todo caso, no esté co-constituido por el conocimiento subjetivo. Los
objetos del conocimiento están a nuestra disposición sólo dentro del conocer, y sólo se puede
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juzgar la fidelidad de su reflejo por medio del conocimiento dentro de los procesos cognitivos.
El hecho de que el concepto de una cosa coincida con esa cosa (repárese que la verdad ha
sido definida, por Maier, por ejemplo, como la representación ideológica correcta de una
realidad ontológica) no es resultado de un procedimiento abstracto mensurable, sino un
proceso en el cual sujeto y objeto se encuentran implicados recíprocamente. Ya es resultado
de nuestra experiencia diaria que hombres con una diferente historia vital, diferente profesión y
diferentes intereses perciben las cosas de manera diferente. Por ello, debe reconocerse que no
es posible esperar encontrar la “verdad” acerca de sucesos y desarrollos. El conocimiento de la
verdad es relativo al sujeto cognoscente, a las particulares circunstancias del proceso
cognoscitivo y a las cuestiones específicas que se dirigen a la “realidad”. No es necesario decir
que estas particularidades, en cuanto a que la percepción de la “realidad” es altamente
selectiva, se hallan acentuadas con especial fuerza en el proceso penal.
En segundo lugar, si se mira el concepto de verdad del proceso penal bajo el punto de
vista del Derecho constitucional, se advierte que los límites en la búsqueda de la verdad
material no son de lamentar, sino que se les debe dar la bienvenida. La búsqueda de la verdad
en el proceso penal no reside sólo en el interés público, sino que constituye al mismo tiempo
una amenaza para todos los intervinientes en el proceso, no sólo para el imputado. Un
procedimiento penal propio de un Estado de Derecho conoce, por lo tanto, limitaciones a la
averiguación de la verdad, que por lo general son de importancia decisiva: el derecho del
imputado de no estar obligado a declarar; el derecho de no testificar por razones de
parentesco, proximidad social o secreto profesional, etc. Tales derechos existen en interés de
las profesiones o las personas protegidas. Son derechos de defensa frente a los intereses de la
investigación en el procedimiento penal. Visto de este modo, la búsqueda de la verdad se
puede considerar una empresa complicada que puede estar en contraposición con los
derechos de la libertad. Un procedimiento penal adecuado a un Estado de Derecho debe lograr
una relación bien equilibrada entre el interés en la verdad, por un lado, y la dignidad de los
afectados, por el otro.
De todo ello resulta –finiquita-, que desde el punto de vista de la dogmática del Derecho
procesal penal la convicción del juez –y no un arsenal de elementos probatorios objetivos-
debe constituir el fundamento racional de una condena penal. Así, el deber del tribunal de
buscar la verdad no puede ser entendido como la investigación de la verdad “objetiva”, sino
sólo como el deber de apoyar la condena sobre aquello que indubitablmente puede darse por
comprobado.
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obligatoriamente, concurre a defender a quién él mismo persigue penalmente, si el individuo,
expresa o tácitamente, da a conocer su deseo de no defenderse).
Estas ideas chocan con algunos fundamentos que inspiran el sistema penal y
procesal argentino, como son los principios de legalidad y de verdad real, pues bajo el
influjo de aquél, el Estado desarrolla una inevitable e irretractable tarea de procurar la verdad
real y la consecuente imposición de la pena a todo verdadero culpable. Y chocan porque la
“verdad consensual” puede prestarse, no tanto a que se castigue a quien no sea culpable, sino
más bien que no se castigue a todo quién sí lo sea, a través de formas de resolución del caso
por alternativas a la pena que prescindan total o parcialmente de ella (v.gr., reparación a la
víctima).
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UNIDAD 3. Los sujetos del proceso penal.
De la propia definición del proceso penal que hemos propuesto surge que la serie de
actos que lo integran se realiza por órganos públicos predispuestos y por particulares obligados
o autorizados a intervenir en el mismo. Se trata de personas que ejecutan tales actos,
cumpliendo sus papeles, sus roles, de acuerdo con la posición que ocupan y las consecuentes
facultades que la ley les acuerda.
Conforme explica Clariá Olmedo, son sujetos del proceso penal las personas
públicas o privadas que intervienen necesaria o eventualmente en su carácter de
titulares del ejercicio de los poderes de jurisdicción, acción o defensa. El mismo autor
explica que el poder de jurisdicción es ejercido por el tribunal en toda la amplitud del objeto
procesal. El poder de acción es ejercido, en cuanto a lo principal (penal) por el acusador y en
cuanto a lo accesorio (civil) por el actor civil. La defensa, en su formulación específica, es
ejercida por el imputado y en su caso por el tercero civilmente demandado.
Sujetos esenciales del proceso penal son aquellos que necesariamente deben
intervenir durante todo el desarrollo del proceso penal para que pueda llegarse a un válido
pronunciamiento definitivo sobre el fondo (en sentido semejante, y a partir de la teoría
explicativa de la naturaleza del proceso penal llamada de la relación jurídica, se sostiene que
son sujetos necesarios aquellos sin los cuales no puede existir la relación procesal integrada
por acusación, defensa y decisión). Su vinculación con el objeto y fin del proceso (cuestión
penal) es directa. En nuestro sistema procesal, ellos son el Ministerio Público (en relación con
la pretensión penal y en los delitos de acción pública) y el querellante particular exclusivo (en
los delitos de acción privada), el imputado y el tribunal.
Sujetos accesorios, por su parte y por exclusión, son aquellos cuya intervención en el
desarrollo del proceso no es necesaria para el arribo a un pronunciamiento sobre el fondo
válido y definitivo, y que se vinculan sólo con la cuestión civil (actor civil, demandado civil) o
eventualmente con la cuestión penal, interviniendo como acusadores no obstante la
intervención del Ministerio Público (querellante particular conjunto o adhesivo).
Cabe igualmente distinguir en orden a los sujetos procesales, los que aparecen dentro
de la relación como partes y que son aquellos que representan un determinado interés, que se
manifiesta por su ubicación y actividad dentro de la situación y dinámica del proceso. A
diferencia del órgano jurisdiccional que se supone imparcial, la parte tiende a finalidades
determinadas.
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El imputado.
1. Concepto.
El imputado ha sido definido por Vázquez Rossi como el sujeto físico privado hacia
quien se dirige la acción penal y sobre el que ha de recaer la decisión declarativa de
responsabilidad respecto del hecho atribuido. Vélez Mariconde, por su parte, y señalando que
la acción penal no se dirige en contra del imputado sino hacia el órgano jurisdiccional, lo ha
caracterizado como el sujeto esencial de la relación procesal a quien afecta la pretensión
jurídico-penal deducida en el proceso. Es que, insiste el último autor, lo que se dirige en contra
del imputado es, precisamente, la pretensión represiva.
Empero, aún antes del inicio del proceso propiamente dicho (que supone la promoción de
la acción y la intervención de un Tribunal) se acuerda tal calidad a la persona contra la que se
cumpla cualquier acto imputativo inicial del procedimiento, con el propósito de establecer
claramente el momento en que puede ejercer el derecho de defensa.
Esa indicación sólo será idónea para conferir la calidad de imputado, cuando se
exteriorice en un acto de la persecución penal dirigido en su contra. Esto restringe, en
principio, el campo de la indicación imputativa al área de los actos oficiales cumplidos por los
órganos judiciales del Estado predispuestos para llevar a cabo un procedimiento tendiente a la
investigación de un ilícito (jueces, fiscales, policía). El vocablo “persecución” es lo
suficientemente amplio como para abarcar en él no sólo actos procesales sino también los
llamados “preprocesales”, anteriores a la iniciación del proceso propiamente dicho (v.gr.,
sumario de prevención policial).
La calidad de imputado cesa por sentencia condenatoria (que hace nacer la condición
de penado) o absolutoria, o sobreseimiento, firmes.
23
De otro costado, y respecto de la capacidad para ser imputado, debe señalarse
(según explica Vivas Ussher), en primer lugar, que no pueden ser responsables penalmente –ni
pueden enjuiciarse penalmente- las personas jurídicas o entidades, distintas a las personas
de sus componentes, reconocidas como personas por la ley civil. Contra este tipo de entes no
puede dirigirse una imputación, sin perjuicio de perseguir a sus integrantes o directores cuando
aparezcan comprometidos penalmente al actuar por la entidad.
Los menores cuya edad sea, al momento de la comisión del hecho investigado, de
dieciséis a dieciocho años, tienen un tratamiento procesal especializado. Son imputables,
pues aunque no sean sometibles a proceso por delitos de poca gravedad sí lo son respecto de
los de mayor gravedad. El art. 3º de la mencionada Ley Nº 22.278 traza la divisoria: delitos de
acción privada o penados con dos años o menos de privación de la libertad, multa o
inhabilitación.
II. Derecho a su libertad personal, que emana de su estado de inocencia (CN, 18) y
comprende, entre otros, a los poderes de:
24
a) ser mantenido en libertad durante la tramitación del proceso (CPPCba, 270, 268 y
269), o peticionar la recuperación de su libertad (CPPCba, 280), o la cesación de su prisión
preventiva (CPPCba, 283);
b) exigir su puesta a disposición inmediata ante la autoridad competente, cuando
fuere detenido o aprehendido en flagrancia o sin orden por la policía o un particular
(CPPCba, 278);
c) solicitar el control jurisdiccional de las medidas restrictivas de su libertad
dispuestas por el Fiscal de Instrucción (CPPCba, 333);
d) interponer hábeas corpus (Constitución de Córdoba, 47), cuando sufra o sea
inminente una prisión arbitraria.
Respecto de la identidad física del imputado, la ley establece (CPPCba, 81) que
podrá practicarse por sus datos personales, impresiones digitales, señas particulares y
fotografías. Si el imputado se negare a dar esos datos o los diere falsamente, se procederá a la
identificación por testigos, en la forma prescripta para los reconocimientos, o por otros medios
que se estimaren útiles. La individualización dactiloscópica se practicará mediante la oficina
técnica respectiva (Ley Nº 22.117).
La rebeldía.
Con la creación del Estado de Derecho se declara una serie de derechos y garantías
que intentan proteger a los individuos contra la utilización arbitraria del poder penal del Estado;
ellos conforman la base política de orientación para la regulación del Derecho penal de un
Estado, el marco político dentro del cual son válidas las decisiones que expresa acerca de su
poder penal, sean ellas generales o referidas a un caso concreto. De allí que, desde el punto
de vista de la porción del orden jurídico que abarca el Derecho penal, tanto material como
formal, se conozca a estas orientaciones bajo el nombre de principios constitucionales, en
cuanto ellas emanan de la ley suprema que otorga fundamento de validez (vigencia) al orden
jurídico.
a) Juicio previo.
La CN, en su artículo 18, dispone: “Nadie puede ser penado sin juicio previo fundado
en ley anterior al hecho del proceso”, materializando normativamente la garantía denominada
del juicio previo.
Son dos los sentidos que en la Constitución asume la cláusula del juicio previo. Por un
lado, la exigencia del juicio previo impone la necesidad de la existencia de una sentencia
26
judicial de condena firme para poder aplicar una pena a alguien (nulla poena sine iuditio). Por
otro lado, ella supone también un procedimiento previo a la sentencia que le procure los
elementos para la decisión del tribunal respecto de la imputación deducida, esto es, los
elementos que le permitirán construir, sobre todo, la premisa fáctica en la que apoyará su
resolución, aplicando la ley penal o prescindiendo de su actuación (nulla poena sine
processu).
27
Sin embargo, Maier, entiende que el proceso, en tanto antecedente insustituible del
juicio en sentido ideológico (sentencia), resulta necesario, pero su exigencia se relaciona más
con las otras garantías, en cuanto demandan que la sentencia sea el resultado de un
procedimiento imparcial, que permita al imputado amplia oportunidad y libertad de defensa,
para influir en el juicio del tribunal, con vigencia irrestricta de las limitaciones que la propia CN
impone al ejercicio de la persecución penal (incoercibilidad moral del imputado como órgano de
prueba, prohibición de la múltiple persecución penal, inviolabilidad del domicilio y la
correspondencia epistolar). Para este jurista sería absolutamente viable imaginar un “juicio”,
como decisión de una autoridad según una operación intelectual, incluso fundada jurídicamente
en una ley previa, sin un procedimiento formal que la habilite y prepare.
En virtud de la regla del nulla poena sine processu se ha sostenido que la reacción
penal no es inmediata a la comisión de un delito, sino mediata a ella, a través y después de un
procedimiento regular que verifique el fundamento de una sentencia de condena. Ese
procedimiento previo exigido por la Constitución no es cualquier proceso que puedan
establecer las autoridades públicas competentes para llevarla a cabo, ni ellas en combinación
con el imputado y su defensor. Al contrario, se debe tratar de un procedimiento jurídico, esto
es, reglado por la ley, que defina los actos que los componen y el orden en que se los debe
llevar a cabo. De allí surge, precisamente, la necesidad de las leyes de organización judicial,
que organice la administración de justicia, y de enjuiciamiento penal, que establezca el
procedimiento que deben cumplir los órganos públicos de persecución y de decisión para
cumplir su cometido.
b) Inocencia.
Maier explica que decir que para someter a alguien a una pena es necesario el
pronunciamiento de una sentencia firme que declare su culpabilidad en un delito determinado y
le aplique pena (nulla poena sine iuditio), y que para obtener legítimamente esa sentencia es
preciso tramitar un procedimiento previo, según la ley, en el que se verifique la imputación
(nulla poena sine processu), es lo mismo que sostener que, durante el procedimiento el
imputado es considerado y tratado como un inocente, por principio.
La ley fundamental impide que se trate como si fuera culpable a la persona a quien se
le atribuye un hecho punible, cualquiera que sea el grado de verosimilitud de la imputación,
hasta tanto el Estado, por intermedio de los órganos judiciales establecidos para exteriorizar su
voluntad en esa materia no pronuncie la sentencia penal firme que declare su culpabilidad y lo
someta a una pena.
28
III. La culpabilidad del imputado debe ser jurídicamente construida e implica la
adquisición de un grado de certeza por parte del tribunal que falla acerca de la existencia de
un hecho punible atribuido al imputado. Construir con certeza la culpabilidad significa destruir
sin lugar a dudas la situación básica de libertad de la persona imputada. Si no existe ese grado
de certeza, no se puede arribar a la decisión de culpabilidad. Ése es el principio de favor rei,
comúnmente mencionado como in dubio pro reo. Según él, la situación básica de libertad
debe ser destruida mediante certeza; caso contrario, permanece el status básico de libertad.
Como podrá advertirse, es la sentencia definitiva el ámbito natural en el que la regla juega
su papel, o una decisión definitiva equiparable (ej., si al decidir una excepción de prescripción
no se obtiene certeza acerca de la existencia de un hecho interruptivo o suspensivo de su
curso, del que depende la extinción de la persecución penal y la impunibilidad del hecho, la
falta de certeza favorecerá al imputado y, por ende, determinará el sobreseimiento). El principio
in dubio pro reo, pues, exige que el tribunal alcance la certeza sobre todos los extremos de la
imputación delictiva para condenar y aplicar una pena, exigencia que se refiere meramente a
los hechos y que no soluciona problemas de interpretación jurídica, ni prohibe ningún método
de interpretación de la ley penal, mientras ella se lleve a cabo intra legem.
c) Defensa.
Esta garantía se erige –explica Binder- en un principio garantizador tan básico que, si
no se le da cumplimiento, las demás garantías quedan en letra muerta o dejan de cumplir su
función específica.
Con cierto simplismo, pueden sintetizarse esas actividades necesarias para poner en
evidencia la falta de fundamento de la pretensión ejercida contra el imputado en: la facultad de
ser oído, la de controlar la prueba de cargo que podrá utilizarse válidamente en la sentencia, la
de probar los hechos que él mismo invoca para excluir o atenuar la reacción penal, la de
valorar la prueba producida y exponer las razones fácticas y jurídicas para obtener del tribunal
una sentencia favorable según su posición, que excluya o atenúe la aplicación del poder penal
estatal.
El derecho de defensa es un derecho del imputado, que éste debe poder ejercer
personalmente. Esto es lo que se denomina “defensa material”, es decir, el ejercicio del
derecho de defensa por parte del propio imputado.
Hasta tal punto es importante el ejercicio de este derecho de defensa, que se establece
la obligatoriedad de la asistencia letrada (defensa técnica, definida por Cafferata Nores como
la desarrollada por un abogado en la asistencia y representación del imputado). La defensa en
juicio no es únicamente un derecho disponible por parte del imputado, sino que también está
en juego la legitimidad del juicio y del proceso en general conforme a lo exigido por el Estado
de Derecho. Por lo tanto, si por razones particulares el imputado entiende que ejercerá mejor
su derecho de defensa sin esa asistencia letrada y el juez considera que esto no es así, el
magistrado tiene la posibilidad de imponer la asistencia técnica de un abogado para la defensa.
Nuestro Derecho procesal penal ha integrado la defensa del imputado tornando necesario, por
regla, que él sea asistido jurídicamente. Ello se logra sin desconocer el derecho esencial del
imputado de elegir un jurista que lo asesore y defienda (facultad de elección) desde el primer
momento del procedimiento seguido en su contra. No obstante, para el caso de que el
imputado no pueda designar su defensor, por su falta de recursos o por cualquier otra razón, el
Estado acude en su auxilio, permitiéndole designar al defensor oficial. Más aún, aunque el
imputado no designe ningún defensor, el tribunal nombra directamente al defensor oficial
30
llegado el momento en el cual el debido respeto a la inviolabilidad de la defensa no tolera la
ausencia de un defensor al lado del imputado.
El defensor es un asistente directo del imputado que, como tal, debe guiarse por los
intereses y necesidades de la defensa de su cliente. Su misión, conforme a las reglas éticas,
debe ceñirse a defender los intereses del imputado, y en la medida en que lo haga estará
contribuyendo a que el proceso responda a las exigencias del Estado de Derecho.
d) Ne bis in idem.
Esto significa que la persona no puede ser sometida a una doble condena ni
afrontar el riesgo de ello. Sin embargo, sí puede ser sometida a un segundo proceso si el
objeto de este último consiste en revisar la sentencia condenatoria del primero para determinar
si es admisible una revocación y una absolución.
Finalmente, la eadem causa petendi requiere que se trate del mismo motivo de
persecución, la misma razón jurídica y política de persecución penal, el mismo objetivo final
del proceso. Clariá Olmedo, explica que el eadem causa petendi es el elemento causal que
pone en juego el agotamiento o no agotamiento de la pretensión deducida. Es cuestión del
poder de acción ejercitado que de nuevo se intenta ejercitar con idéntico objeto o imputado. Por
ejemplo, serán diferentes los motivos del proceso si se procura una reparación del daño
causado que si se pretende una sanción del causante. Se trata de tener en cuenta grandes
diferencias, como la citada.
El principio del ne bis in idem tiene efectos muy concretos en el proceso penal.
La segunda consecuencia procesal del principio que nos ocupa consiste en dar
fundamento a lo que se denomina la excepción de litis pendentia: como una persona no
puede estar sometida a dos procesos por el mismo hecho y el mismo motivo, existe una
excepción o defensa anticipada, cuya finalidad es la unificación de los procesos o la
suspensión del proceso llevado adelante en contra de este principio. Este efecto, por su parte,
se vincula con la prohibición del sometimiento a proceso de una persona dos veces por el
mismo hecho en forma simultánea.
e) Juez natural.
La CN, en su art. 18, establece que ningún ciudadano puede ser juzgado por
comisiones especiales o ser apartado de los jueces designados por la ley antes del
hecho de la causa.
Ahora bien, la determinación legal referida no basta para satisfacer la exigencia de este
principio. Para que se cumpla efectivamente con la garantía del juez natural, es necesario
también que la determinación legal de que se trata, sea previa al hecho que motiva el
32
juicio. El fundamento de esta norma es evidente: lo que se quiere evitar es que luego, el
mismo legislador, por razones políticas o circunstanciales, modifique la distribución de la
competencia y, de esta manera, pueda provocar intencionalmente que una determinada causa
pase a manos de un juez más o menos favorable a los intereses de una de las partes: por
ejemplo, al pasar de la competencia ordinaria a la competencia federal.
La garantía del juez natural es un mecanismo pensado para evitar la manipulación del
poder penal estatal; en este sentido, constituye una garantía de independencia e imparcialidad
del tribunal.
Ello significa, en primer lugar, que la independencia es un atributo personal del juez. Al
respecto, resulta necesario e importante distinguir la independencia de la institución
judicial en cuanto tal, de la independencia personal del juez. El verdadero concepto de
independencia judicial –sostiene Binder-, está ligado a este segundo punto de vista.
Por otra parte, cabe destacar que –según señalamos- el Poder Judicial, como conjunto,
es también independiente de los otros poderes. Pero la “independencia institucional” es, en
realidad, un concepto secundario o derivado, puesto que, si tal independencia judicial existe, no
es sino para servir a la independencia personal, que es la primera y genuina independencia de
los jueces.
• Establece que ningún otro poder del Estado puede arrogarse el juzgamiento de
las causas pendientes (CN, 109, que alude específicamente al presidente de la Nación;
la prohibición respecto del Poder Legislativo se infiere del establecimiento por la CN de
un único juicio de responsabilidad para el cual ese Poder está autorizado –art. 59-:
juicio político para el presidente, vicepresidente, jefe de gabinete, ministros y miembros
de la Corte Suprema).
33
• Establece mecanismos muy concretos para garantizar aquella independencia
(CN, 110): estabilidad de sus funciones (los jueces no pueden ser removidos sino por
un procedimiento constitucional como es el juicio previo); intangibilidad de sus
remuneraciones (no es posible presionar a la administración de justicia mediante el
recurso de modificar las respectivas remuneraciones).
Ella se caracteriza por ser compulsiva (esto es, apela al empleo de la fuerza pública
para la restricción de los derechos). Esta idea comprende tanto su utilización directa (p. ej., la
detención del imputado), como la amenaza de aplicarla (p. ej., citación bajo apercibimiento de
ser conducido por la fuerza pública en caso de no comparecer).
Los actos coercitivos pueden afectar al imputado (es lo que ocurre por regla general;
p. ej., allanamiento de su domicilio), como asimismo a terceros (p. ej., el propietario de la
cosa hurtada que se ve privado temporalmente de su uso y goce mientras permanece
secuestrada con fines probatorios).
En tanto afecta uno de los bienes más preciados del hombre, cual es su libertad
ambulatoria (CN, 14), las medidas en que se traduce deben encontrar respaldo en las leyes
fundamentales y estar expresamente previstas en las leyes procesales, reglamentarias de
aquéllas.
Pero la propia CN admite que, como retribución por un delito, se lo prive al individuo de
la libertad por ella garantizada, sólo con una condición: que la decisión en tal sentido sea
precedida de un juicio (CN, 18).
A todo ello debe agregarse que la finalidad constitucional de afianzar la justicia, hacia
la cual se orienta el juicio previo, requiere que no se impida ni obstaculice su realización, que
sus conclusiones se asienten sobre la verdad, y que se cumpla realmente lo que en él se
resuelva.
Es para evitar tales peligros que la Ley Suprema autoriza el “arresto” del sospechoso
(CN, 18). Éste se erige en medida cautelar excepcional, sólo justificada en la necesidad de
evitar aquellos riesgos. Desde que el arresto es la mayor potestad que se atribuye al juez
natural para lograr tal finalidad, y desde que los riesgos pueden ser de muy diverso grado,
debe concluirse que el arresto está destinado a neutralizar peligros máximos (idea de
escalonamiento coercitivo).
Todas estas conclusiones se corroboran con el principio de inocencia (CN, 18), que
impide la aplicación de pena antes de una declaración de culpabilidad emitida como
culminación del juicio previo. Sólo la necesidad de evitar que el imputado frustre los fines del
proceso puede justificar las medidas coercitivas en contra de quien goza de un estado jurídico
de inocencia.
II. Son CAUTELARES, porque no tienen un fin en sí mismas, sino que tienden a evitar los
peligros que pueden obstaculizar a la consecución de los fines del proceso.
III. Sólo será legítima su imposición cuando sean indispensables para lograr aquellos
fines, y cuando sean PROPORCIONADAS con el peligro que se pretende evitar.
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Fines.
2º) TUTELA DE LA REALIZACIÓN DEL JUICIO: Como los códigos en general prohiben el
juicio penal en rebeldía (CPPCba, 88), se hace necesario asegurar la intervención personal del
imputado en el proceso como el único modo de garantizar su completa realización. De esa
manera, las medidas de coerción procuran evitar que aquél mediante la fuga u ocultación de su
persona impida el normal desarrollo del juicio, en el cual, quizás, se probará el delito y se
dispondrá su condena.
3º) TUTELA DEL CUMPLIMIENTO DE LA PENA: Se procura evitar que el imputado, mediante
su fuga después de conocer la sentencia, eluda la efectiva ejecución de la pena. Es que si
luego de verificarse la culpabilidad del acusado, éste pudiera sustraerse al cumplimento de la
sanción aplicada por su delito, la justicia se vería burlada y la impunidad del delincuente podría
traer aparejadas consecuencias exactamente contrarias a las que se persiguen mediante la
imposición de la pena.
[La prisión preventiva) “... debe ser medida teniendo en cuenta la prohibición de
exceso como segundo importante parámetro normativo. La prohibición de exceso exige una
ponderación valorativa entre objetivo legítimo [aseguramiento del proceso y de la
ejecución] y efectos no deseados [efecto desocializante]. De ahí que las exigencias que se
derivan de ella no pueden ser tan estrictas como las que resultan de la presunción de
inocencia. Asimismo, son claramente evidentes los límites de una regulación orientada a partir
del principio de proporcionalidad”.
Presupuestos.
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Respecto de lo primero (fumus boni iuris), los códigos establecen en general la
necesidad de pruebas sobre el acaecimiento del hecho delictuoso y la participación punible del
imputado. Y mientras más fuerte sea la restricción que importan, mayor será la entidad
probatoria que se requerirá.
Este remedio se viene a añadir al ya existente, por vía del recurso de apelación ante
la Cámara de Acusación (CPPCba, 460 a 467), implicando en los hechos, el acceso a la
defensa a un doble examen jurisdiccional de la cuestión.
Los códigos disciplinan específicamente la citación teniendo en cuenta más que nada
la intervención inicial del imputado en el procedimiento, es decir, la declaración indagatoria
37
ante el órgano judicial encargado de la investigación. Sin embargo, el medio es aplicable a
todos los casos en que se necesita la presencia del imputado para la realización de un acto
procesal.
En relación con los presupuestos de esta medida de coerción, la ley exige, por un lado,
MOTIVOS BASTANTES PARA SOSPECHAR que una persona ha participado en la comisión de un
hecho punible. Es decir, se requiere la existencia de sospechas suficientemente motivadas –
apoyadas en alguna prueba- de participación delictiva punible.
De otro costado, la ley exige igualmente, la concurrencia de alguna de las hipótesis que
prevé y de las cuales infiere la existencia de PELIGROSIDAD PROCESAL:
El ARRESTO (CPPCBA, 274) es una fugaz medida de coerción que se dirige contra
varias personas reunidas que hubieran intervenido en un hecho, cuando resulte necesario para
individualizar a los responsables y a los testigos.
La APREHENSIÓN POLICIAL Y PRIVADA (CPPCBA, 275, 276, 277 Y 279), son medidas de
coerción fugaces, que encuentran justificación en la repentina valoración de elementos
probatorios que surgen desde los primeros momentos de la investigación, y que constituyen
vehementes indicios para sospechar la conducta delictiva de la persona que es aprehendida.
Ello es así, toda vez que se autoriza la aprehensión en casos de flagrancia o cuasi flagrancia
(la flagrancia es “la prueba directa o apodíctica del delito”).
En realidad, sería auspicioso adecuar el texto de dicha norma de modo que permita
apreciar si el pronóstico de condena efectiva constituye realmente una presunción de peligro
para los fines del proceso. Con tal propósito, dicha conjetura debiera poder ser tenida tan
sólo como un indicio sobre la eventual existencia de tales riesgos, en cada caso en
particular, tal como acontece con las otras circunstancias enumeradas en el inciso 2º del art.
281, CPP.
Recuperación de la libertad.
Hay diversos matices respecto del principio de la libertad del imputado como regla que
se corresponden con la naturaleza de las distintas medidas de coerción de que se trata.
1º) Con arreglo al hecho que apareciera ejecutado, hubiera correspondido proceder
por simple citación (art. 271, primera parte). En esta hipótesis se contemplan aquellas
situaciones en las que, pese a un primer anoticiamiento que pudo haber autorizado la
detención del sospechoso, la investigación practicada con posterioridad determinó la
morigeración de tal cuadro incriminatorio (respecto de su entidad o protagonismos), quedando
facultado el órgano judicial en tal caso a computar, a los fines del examen, el hecho que, de
acuerdo a los elementos probatorios reunidos hasta ese momento, es factible tener como
consumado. En tal caso, no pudiendo conjeturarse la imposición de una condena de
cumplimiento efectivo, ni dándose otros supuestos que hagan peligrar el proceso, la decisión
que permita recuperar la libertad al encartado es un imperativo legal.
Con relación a la prisión preventiva, el art. 283 prevé cuatro supuestos por los cuales
procederá su cesación:
4º) Cuando su duración excediera de dos años. El último inciso del art. 283 tiene en
cuenta para la cesación de la prisión una causal objetiva y categórica que se corresponde
con lo que, a modo de premisa, se consigna en la última disposición del artículo 1º del
CPPCba, al establecer que “el proceso no podrá durar más de dos años”.
Debe señalarse, por último, que tanto la libertad recuperada por aplicación del art.
280, como la cesación de prisión preventiva ordenada con arreglo al art. 283, son
susceptibles de ser REVOCADAS cuando, habiéndose arribado al mérito conviccional exigido
(probabilidad) o subsistiendo –según corresponda, respectivamente- “el imputado no cumpla
las obligaciones impuestas por el art. 268, realice preparativos de fuga, o nuevas
circunstancias exijan su detención” (art. 284, CPPCba).
Por el contrario, sí nos ocuparemos específicamente de las medidas que implican una
privación de la libertad del sometido a proceso: la detención y la prisión preventiva.
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“La libertad personal sólo podrá ser restringida, de acuerdo con las disposiciones de
este Código, en los límites absolutamente indispensables para asegurar el descubrimiento de
la verdad y la aplicación de la ley...”.
Sin embargo, y como señala Pastor, no siempre cumple el CPPNación con esa
regla. Por un lado, ello es así puesto que la mentada ley parte de un preconcepto erróneo, al
establecer las condiciones para la exención de prisión (art. 316) y para la excarcelación (art.
317), verificadas las cuales no se dictará la prisión preventiva; caso contrario la prisión
preventiva deberá ordenarse al dictarse el auto de procesamiento (surge así evidente la
inversión de la regla: el Estado tiene el “derecho” de encarcelar al encartado, salvo
excepciones legalmente establecidas). Por otro lado, ocurre que el CPP nacional establece
supuestos de prisión preventiva obligatoria, en los cuales se establece, sin admisión de prueba
en contrario, la concurrencia de peligrosidad procesal justificante de ese medio coercitivo.
Esta medida coercitiva puede prolongarse hasta diez días después del
interrogatorio, cuando el juez deberá, junto con el dictado del auto de procesamiento (art.
306), convertirla en prisión preventiva (art. 312), o bien poner en libertad al imputado al dictar el
auto de sobreseimiento (arts. 334, 336 y 338), falta de mérito (art. 339) o procesamiento sin
prisión preventiva (art. 310).
La prisión preventiva, por su parte, será obligatoria siempre que el delito atribuido
tenga previsto una pena privativa de libertad superior a ocho años, que no admita
abstractamente condena de ejecución condicional o en suspenso (CP, 26). Es decir,
cuando no concurrieren los requisitos que hacen procedente la exención de prisión
(CPPNación, 316). Concretamente, el imputado llegará a ese estado, es decir, al
encarcelamiento, por el dictado de la prisión, la que no admitirá la excarcelación (CPP, 312,
316 y 317). En este supuesto, basta el monto de la pena que se espera, para que los peligros
procesales se presuman sin admitir prueba en contrario.
Recuperación de la libertad.
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4º) Cuando el imputado hubiere cumplido la pena impuesta por sentencia no firme.
5. El defensor.
La defensa técnica del imputado puede ser ejercida diversamente, según sean los
sujetos que la tengan a su cargo. De acuerdo con este criterio, podemos distinguir:
II. Defensor oficial. Subsidiario éste del anterior, debe recaer en el Asesor Letrado,
funcionario instituido para la defensa de los pobres y todas las personas que por cualquier
motivo omitan la elección de un abogado de su confianza (CPPCba, 121; CPPNación, 107). La
designación del defensor oficial no perjudica el derecho de elección que el imputado tiene, es
decir, el nombramiento por elección deja sin efecto el de oficio. Sin embargo, la sustitución no
se considera operada hasta que el elegido acepta el cargo y fija domicilio, con lo cual se evita
que el imputado quede sin defensor (CPPCba, 122; CPPNación, 108).
III. Autodefensa. No debe olvidarse, por otra parte, que el imputado podrá también
defenderse personalmente, siempre que ello no perjudique la eficacia de la defensa y no obste
a la normal sustanciación del proceso (CPPCba, 118; CPPNación, 104). Tal es, precisamente,
la denominada autodefensa, es decir, la defensa llevada a cabo por el propio imputado.
El art. 123, CPPCba, establece que la defensa de varios imputados puede ser confiada
a un defensor común, siempre que no exista entre ellos intereses contrapuestos, advertido lo
cual se proveerá aún de oficio a las sustituciones necesarias. En el CPPNación: 109.
El ejercicio del cargo de defensor del imputado, una vez aceptado, es obligatorio
para el abogado de la matrícula aceptante, salvo excusación atendible (CPPCba, 120). La
solución –expresa Vélez- no parece objetable, porque se conforma a la situación jurídica del
abogado con respecto a su cliente, fuera de que consagra la libertad del profesional en la
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elección de los asuntos. La defensa crea realmente un vínculo jurídico entre ambos; constituye
un contrato de locación de servicios que exige el libre consentimiento de las partes.
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UNIDAD 4. Los sujetos del proceso penal (continuación).
El tribunal.
1. Concepto.
Resulta adecuado distinguir –como lo hace Clariá Olmedo- entre las nociones de
“tribunal penal” y “juez penal”.
JUEZ PENAL, por su parte, es la autoridad judicial que con el auxilio de sus
colaboradores gobierna el proceso penal y decide en él, actuando individualmente o en
colegio con otras de igual jerarquía.
Mientras el tribunal tiene el ejercicio de la jurisdicción, el juez cumple los actos para la
concreta actuación del Derecho penal, auxiliado por el secretario, la Policía y otras personas
que materializan sus disposiciones.
La primera cuestión de política procesal que se suscita cuando indagamos las bases de
un sistema de enjuiciamiento –enseña Vélez Mariconde-, se refiere a la condición de las
personas que han de administrar justicia. Esto es, a la disyuntiva entre el tribunal popular o
técnico.
Para Vélez Mariconde, sin embargo, la participación directa del pueblo en las
funciones tanto jurisdiccional como legislativa y ejecutiva, vulnera el sistema representativo
que está en la base de nuestra organización, puesto que el pueblo gobierna, pero por medio de
sus representantes. De tal suerte, el jurado popular lejos de ser una exigencia de nuestro
sistema de gobierno, contraría el principio republicano representativo que condiciona al de
soberanía nacional, o por lo menos, no se conforma a su espíritu.
El primero sostiene que el mismo es falaz, desde que se basa en una supuesta
deshonestidad de los funcionarios públicos, es decir de los representantes directos
(gobernantes y legisladores) o indirectos (jueces) del pueblo. Las leyes no se dictan para que
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sean aplicadas por jueces deshonestos o malvados, aunque no pueda excluirse en absoluto la
posibilidad de que alguna vez exista quien no merezca la confianza que en él se depositó. Para
este autor, no hay duda que una influencia extraña y perniciosa resulta mucho más factible
frente a un jurado popular que a un magistrado técnico cuya independencia es propia del Poder
que representa. Es que el jurado se hallará siempre vinculado a sus conciudadanos en virtud
de su actuación política, gremial, social, comercial o industrial, y como carece del freno que
lógicamente da la capacidad técnica, puede sufrir más que un juez la influencia perniciosa de
amigos, compañeros, partidarios, socios o patrones que intenten torcer el camino recto de la
justicia, o puede sufrir simplemente el efecto de un sentimiento de compañerismo o de piedad.
Es sabido que la indignación colectiva que provoca el hecho delictuoso y que aconsejaría que
el jurado popular no emita su veredicto inmediatamente después del atentado, deja lugar más
tarde a un sentimiento de piedad hacia el delincuente, el cual se acentúa todavía más durante
el debate y es hábilmente explotado por el defensor. El juez técnico –concluye- se encuentra
alejado de esos contactos sociales y goza de una independencia e inamovilidad que lo colocan
en óptima condición para rechazar todo intento de extraña y mala influencia, ni puede ser
impresionado por motivos sentimentales o seducido por la belleza de un discurso.
Clariá Olmedo, por su parte, echa mano de razones semejantes, a las cuales agrega
el peligro de juzgar en conciencia para quien es llamado a decidir, que para el juez técnico se
supera con exigencia de una sana crítica racional. La íntima convicción de los jurados escapa
al contralor popular que el sistema impone en la administración de la justicia. Es una reacción
del sentimiento sin garantía alguna de que sea el colectivo, cuya modulación por el raciocinio
queda oculta en la conciencia del jurado, de manera que el pueblo nunca sabrá por qué se
convenció. No hay duda –expresa el procesalista- que el fallo racional y motivado del tribunal
técnico ofrece mayores garantías. Es el resultado de una versación jurídica y técnica judicial
adecuada para excluir los elementos de convicción ajenos a los autos. La fundamentación del
fallo judicial es garantía de justicia. Es un derecho de todos los miembros de la colectividad
conocer la razón de una condena o de una absolución para evitar la arbitrariedad y exigir la
objetividad de los pronunciamientos. Cuánto más garantía ha de ser para las partes saber y
entender las razones con las que se protegen o afectan sus propios intereses.
Finalmente, es del caso citar otro argumento señalado por Vélez Mariconde para
concluir en forma contraria al establecimiento de la institución. A su ver, del art. 16, CN, se
extrae la idoneidad como condición esencial para ejercer cualquier función pública, sea
transitoria o permanente. Si el proceso es esencialmente técnico –explica el autor-, los órganos
públicos que en él actúan deben poseer conocimientos de derecho, de lógica y de psicología y,
en general, de todas las ciencias auxiliares del Derecho penal, sustantivo y procesal.
En idéntico sentido, Binder sostiene que el juicio por jurados es la tercera exigencia
constitucional, que –junto al juicio oral y público- define el diseño fundamental del juicio penal.
Las soluciones que en nuestro país se han dado sobre el particular han respondido a
criterios racionales, en función de las restricciones económicas y teniendo en cuenta las
particularidades del sistema de enjuiciamiento vigente.
El autor citado sostiene que, en realidad, todos los argumentos a favor de una u otra
opción son en general válidos. Por ello, mientras no se presente una dificultad seria que
conduzca a rechazar la doble instancia, considera conveniente autorizarla con
prudencia.
Empero, las características de un juicio oral y público aun ante jueces técnicos
plantean un serio inconveniente para aceptar la doble instancia. En efecto: la sentencia debe
basarse en los actos del debate y en las pruebas allí introducidas, sin que el acta registre
las expresiones orales más que en casos de excepción. La sentencia valorará todos esos
dichos con las circunstancias que lo rodean en el momento de su producción. Y esto no ha de
poder ser percibido nuevamente en idéntica o parecida forma por el tribunal de alzada para
modificar con mayor certeza la sentencia. El principio de inmediación exigiría un nuevo debate
en la alzada, con el engorro que ello significa y con la inseguridad en el perfeccionamiento de
la certeza. Así, el juicio oral regulado en nuestros códigos modernos rechaza toda posibilidad
de doble instancia.
No es distinto el tratamiento que sobre el tema realiza Vélez Mariconde, quien insiste
en que podría ser exacto que el doble examen de un asunto alejase la posibilidad de error
judicial, si las sentencias de primera y segunda instancia tuvieran la misma base de
sustentación, pero la conclusión es falsa cuando el tribunal de primer grado recibe la prueba
que da fundamento a su fallo, mientras el segundo se basa en un acta (más o menos extensa)
del debate, como acontece con el procedimiento oral; sólo el primero aprovecha de las ventajas
que derivan de la inmediación.
La incorporación a nuestro sistema normativo (CN, 72, inc. 22) de, entre otros, el Pacto
de San José de Costa Rica (Convención Americana de Derechos Humanos: CADDHH) y el
Pacto Internacional sobre Derechos Civiles y Políticos (PIDCP), plantea el interrogante
sobre si, dentro de los procedimientos vigentes que establecen el juzgamiento en única
instancia y sólo admiten recursos extraordinarios, como la casación y el de inconstitucionalidad,
el requisito de recurribilidad ante un tribunal superior que esos cuerpos normativos
imponen se encuentra cumplido. En general –expresa Jorge Vázquez Rossi-, hay
coincidencia doctrinaria y jurisprudencial en responder de modo afirmativo, ya que se entiende
que la decisión tomada por un tribunal colegiado ofrece suficientes garantías de corrección en
la ponderación de los hechos que, por otra parte, dada la oralidad e inmediación, aparecen
como no susceptibles de un control posterior por parte de un órgano de grado que examine lo
acertado o erróneo de la valoración de las acreditaciones vertidas en la audiencia de debate.
Igualmente se señala que toda vez que nos encontramos ante procedimientos actuados de los
que se llevan registros meramente sumarios, mal podrían analizarse hechos irreproductibles en
una instancia superior, cuyos órganos de decisión no asistieron al debate ni tienen ante sí un
expediente, como en el caso de la apelación en los procedimientos escritos. Por último, se
indica que ordinarizar el recurso de casación implicaría desvirtuar por completo el sistema.
3. Jurisdicción.
47
la imponente elaboración de la doctrina a su respecto. Ello impone –considera- limitarse a
acoger una de las tantas definiciones propuestas.
Por nuestra parte, haremos nuestro –en lo sustancial- el desarrollo del tema que
efectúa Alfredo Vélez Mariconde, desde que entendemos al suyo como un abordaje
científicamente adecuado.
Leone destaca -en la propia noción que propone- el particular medio a través del cual
aquella potestad se materializa; sostiene que la jurisdicción penal es la potestad de resolver un
conflicto mediante decisión motivada y de conformidad con la norma penal.
49
En términos generales, pueden predicarse como CARACTERES DE LA ACTIVIDAD
JURISDICCIONALlos siguientes:
Esta característica –explica Vélez Mariconde- tiene importancia, sobre todo, cuando se
examina la decisión definitiva del Tribunal, en cuanto ésta se refiere a un caso particular y
carece de eficacia fuera de la especie fáctica propuesta por el acusador y resuelta. Aquí se
revela el efecto y el ámbito de la cosa juzgada.
4. Competencia.
Pero a su vez, cada tribunal penal puede fraccionarse internamente para distribuir
la tarea en diversos oficios o repartos conforme a criterios prácticos de determinación
temporal, cuantitativa, cualitativa y material. Sólo por extensión puede llamarse
“competencia por turno” a este fraccionamiento interno. Se trataría de competencia del
oficio, que no se fija por ley como la del tribunal, sino por reglamentos y acordadas del propio
Poder Judicial.
Entre los poderes delegados a este poder central –sigue afirmando el autor- se cuentan
los judiciales en cuanto dirigidos a la defensa de los intereses puestos a custodia del gobierno
nacional, sin avasallar las autonomías provinciales. Actúa dentro de lo que le ha sido
expresamente delegado. De aquí que en materia penal el fuero federal sólo puede ser
asignado respecto de las causas determinadas expresamente por la CN o por la leyes del
Congreso dictadas en consecuencia de ella, o sea sin alterar los principios en que se
fundamenta el deslinde de poderes. La ley no puede aumentar ni disminuir el ámbito
constitucional del fuero federal.
• De excepción, toda vez que sólo actúa la Nación en los casos de excepción que
surgen de las facultades delegadas por las provincias al Poder Judicial. Consecuentemente,
esta competencia es expresa (sólo actúa cuando el caso le está atribuido expresamente por
una ley con fundamento en la CN) y restrictiva (las leyes que la prevén no pueden ser
extendidas a casos análogos ni ampliadas por vía de interpretación).
Clariá Olmedo explica que el hecho en sí nada dice. En su captación la ley penal puede
o no atribuirlo materialmente a los tribunales federales. El homicidio, el hurto, son en principio
delitos comunes; pero si la conducta se dirige directamente a la afectación de un interés
nacional cuya custodia haya sido confiada por la CN al poder central, surgirá la competencia
federal: matar para entorpecer elecciones nacionales, lesiones que interrumpen el tráfico
ferroviario, hurto de un bien de la Nación.
En relación con las causas penales que se comprenden en los puntos regidos por la
CN, debe decirse que éstos son los previstos en distintos artículos de ella con criterio
relativamente generalizado. La ley 48 las enumera en forma ya más concreta pero incompleta,
aunque con criterio meramente enunciativo.
Es del caso aclarar que no se comprenden todas las causas que se vinculan con la CN
aunque fuere directamente. Debe tratarse de puntos “especialmente” regidos por la Ley
Suprema.
• Atentado a la forma de gobierno prevista en el art. 1º: rebelión, sedición, traición (arts. 5, 6,
22, 23, 29).
• Atentado a los correos y telecomunicaciones (arts. 4º, 75, inc. 14, y 126).
Por otro lado, cuando la CN menciona en el art. 116 los puntos regidos por las leyes
de la Nación, hace referencia a todas las leyes que debe dictar el Congreso Nacional por
mandato de las otras cláusulas constitucionales, ya sea que legislen sobre derecho
común o sobre derecho especial. Son las mismas leyes contempladas en el art. 31 y que el
Congreso debe dictar en consecuencia con la Constitución. Por eso, la reserva del art. 75, inc.
12, comprende tan sólo el caso en que las cosas o las personas con respecto a las cuales ha
52
de aplicarse la legislación de fondo, cayeren bajo la jurisdicción provincial; si caen bajo la
jurisdicción federal, la reserva no tiene sentido. La reserva contenida en el art. 116, pues, no
significa hacer a un lado la legislación común, en nuestro caso el Código Penal, para dejar tan
sólo las leyes especiales, pues ese derecho común puede también ser aplicado por la justicia
federal cuando las cosas o las personas cayeren bajo la jurisdicción federal con exclusión de la
provincial. La regla es que las provincias apliquen el Código Penal, sin perjuicio de que
éste contenga figuras de esencia federal porque tutelan intereses exclusivamente
nacionales, ya en todo caso, ya en atención a determinadas circunstancias.
El contenido que estas leyes deben tener está desarrollado en el mencionado inciso
3º, artículo 3, de la ley 48, cuya enumeración no es taxativa. Expresamente se mencionan los
crímenes que ofenden la soberanía y seguridad de la Nación (p. ej., el CP, en su Libro
Segundo, Título IX, legisla sobre los delitos contra la seguridad de la Nación: “Traición” y
“Delitos que comprometen la paz y la dignidad de la Nación”), o tiendan a la defraudación de
sus rentas (se extiende a todo atentado o disminución del patrimonio de la Nación previsto
como delito en el CP en forma genérica: delitos contra la propiedad y otros de los que resulte
afectado un patrimonio de cualquier especie correspondiente a la Nación), u obstruyan o
corrompan el buen servicio de sus empleados, o violenten o estorben la correspondencia de los
correos, o estorben o falseen las elecciones nacionales, o representen falsificación de
documentos nacionales o de moneda nacional, o de billetes de banco autorizados por el
Congreso.
Para prever los atentados así establecidos en forma general, se han sancionado leyes
de aduana, de correos, telégrafos y telecomunicaciones, de ferrocarriles nacionales, de
ciudadanía y naturalización, sobre expendio de moneda nacional, de impuestos internos,
réditos y otros gravámenes, de defensa sanitaria vegetal y animal, de servicio militar, de
elecciones nacionales, creando el Banco de la Nación, Banco Central e Instituto Nacional de
Reaseguros, de marcas de fábrica, comercio y agricultura, identificación de mercaderías,
patentes de invención, comercialización de carnes, de sistema métrico decimal y pesas y
medidas, de expropiación nacional, de inmigración, de aeronavegación, de residencia, de
comunicaciones radioetelegráficas y radiotelefónicas, etc.
Por regla, si el agente o víctima aún no poseía o había dejado de poseer la investidura
nacional al cometerse el delito, la competencia será provincial; pero si la investidura se perdió
después de cometido el hecho, aunque lo fuere inmediatamente, deberán actuar los tribunales
53
federales dando la inalterabilidad de la competencia. Con respecto a los representantes de
soberanías extranjeras estarán en juego algunos principios de Derecho internacional: los
ministros plenipotenciarios, embajadores y cónsules extrajeron tienen la autoridad conferida por
el país que representan conforme al carácter que invisten. Mantienen la función mientras están
en posesión del cargo y deben ser considerados como tales en todo momento para que la
representación no pueda ser coartada.
Estos lugares son la Capital Federal expresamente incluida en el inciso 30 del art. 75,
CN; los demás lugares extraprovinciales que integran la República y comprendidos en la
expresión “territorios nacionales”: mar, islas y ríos; y los lugares intraprovinciales adquiridos por
compra o cesión para utilidad pública nacional.
Los criterios para determinar la competencia ordinaria –enseña Clariá Olmedo- difieren
en cierta manera de los tenidos en cuenta para determinar la federal aunque coincida el
nombre. Predomina el criterio territorial, el cual se resuelve en la división del territorio en
diversas circunscripciones. En cada una de ellas funciona el criterio material resuelto en
la entidad del delito manifestada fundamentalmente por la cantidad y calidad de la pena,
y en los fraccionamientos que produce aparece la determinación funcional para las
etapas y grados del proceso. Estos criterios se complementan con las reglas sobre
conexión, en cuanto el efecto unificador del proceso o del oficio produce alteraciones a las
reglas de competencia material y territorial.
A. La ley asigna a los tribunales una circunscripción territorial para que ejerzan la
jurisdicción con respecto a todas las causas que se susciten dentro de ella. En nuestra
provincia, la determinación de la competencia del tribunal provincial atiende al lugar de
comisión del hecho. Para hacer efectivo tal criterio, el territorio correspondiente al órgano
jurisdiccional de la provincia se divide en secciones o circunscripciones por la ley orgánica,
estableciendo en cada uno de ellas uno o más tribunales penales entre los que se distribuyen
las causas conforme a los otros criterios.
En caso de que no surja claramente cuál es el lugar de comisión del delito, la ley
establece: “Si fuere desconocido o dudoso el lugar donde se cometió el hecho, será
competente el Tribunal del lugar donde se estuviere practicando la investigación o, en su
defecto, el que designare el Tribunal jerárquicamente superior” (CPPCba, 44).
54
La ley completa la regulación de la competencia territorial, disponiendo: “En cualquier
estado del proceso, el Tribunal que reconozca su incompetencia territorial remitirá las
actuaciones al competente y pondrá a su disposición los detenidos que hubiere, sin perjuicio de
realizar los actos urgentes de investigación” (CPPCba, 45).
Ante las situaciones que pueden presentarse frente a las modalidades punitivas del
código de fondo, la ley procesal criminal de la provincia trae reglas concretas para la
determinación de la competencia. El art. 40, CPPCba sostiene: “Para determinar la
competencia se tendrán en cuenta todas las penas establecidas por la ley para el delito
consumado y las circunstancias agravantes de calificación, no así la acumulación de penas por
concurso de hechos de la misma competencia; pero siempre que sea probable la aplicación del
artículo 52 del Código Penal, será competente la Cámara en lo Criminal”.
Competencia funcional.
El proceso de mérito tiene dos etapas: investigación penal preparatoria y juicio plenario,
y eventualmente pueden darse una etapa de impugnación y otra de ejecución. Con respecto a
todas ellas se resuelve el problema de la determinación funcional en la competencia,
cuando necesariamente o por conveniencias técnicas o prácticas varía el tribunal
55
instituido para cada etapa. La diversificación es el resultado lógico de la específica finalidad
perseguida por la investigación, el juicio, la impugnación y la ejecución.
No hay duda –explica Clariá Olmedo- que la etapa impugnativa debe tener un tribunal
específico cuando se la instituye como contralor de la sentencia de mérito. En realidad, como
señala Vivas Ussher, la diversificación funcional impone, en general, que sea otro el Tribunal
que controle recursivamente determinadas resoluciones dictadas por los tribunales inferiores.
Así, el Tribunal Superior conocerá de los recursos de casación, inconstitucionalidad y
revisión (CPPCba, 33), y la Cámara de Acusación, de los recursos que se deduzcan
contra las resoluciones de los Jueces de Instrucción (CPPCba, 35).
Conexión de causas.
56
reglas específicas para hacer práctica esta importante consecuencia de la conexión de causas
penales.
La ley 8123 capta tres hipótesis de conexión de causas: dos objetivas (CPPCba,
incs. 1º y 2º del art. 47) y una subjetiva (CPPCba, inc. 3º del art. 47).
“Cuando se sustancien causas conexas por delitos de acción pública, los procesos se
acumularán y será competente:
1) El Tribunal competente para juzgar el delito más grave.
2) Si los delitos estuvieren reprimidos con la misma pena, el Tribunal competente para
juzgar el que se cometió primero.
3) Si los hechos fueren simultáneos o no constare debidamente cuál se cometió
primero, el que designare el Tribunal jerárquicamente superior.
A pesar de la acumulación, las actuaciones sumariales se compilarán por separado,
salvo que fuere inconveniente para la investigación.”
5. Inhibición y recusación.
Sin perjuicio de la competencia del tribunal y de la capacidad genérica del juez para
personificarlo (es decir, las condiciones para ser juez penal, consideradas en abstracto), puede
ocurrir que éste deba apartarse del conocimiento de la causa ante la existencia de sospecha de
parcialidad. Se advierte que no se trata ya de exclusión del tribunal penal, sino de
apartamiento del juez que desempeña el oficio jurisdiccional.
Todos los códigos enumeran, en una serie de incisos, las causales de apartamiento
del juez penal. En general comprenden su vinculación con el proceso mismo y con los
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interesados en el proceso, en ambos casos en forma directa e indirecta. En nuestra ley
procesal (CPPCba, ley 8123) ellas se encuentran contempladas en el art. 60.
Sin perjuicio de ello, la ley procesal provincial establece una excepción en el art.
63: "No obstante el deber impuesto por el artículo 60, los interesados podrán solicitar al Juez
que siga conociendo en la causa, excepto que el motivo de la inhibición esté previsto en alguno
de los cuatro primeros incisos o cuando él o sus parientes, dentro de los grados referidos,
tengan sociedad o comunidad con alguno de los interesados, salvo sociedad anónima. Aquél
resolverá sin recurso alguno". Las causales contenidas en los cuatro primeros incisos del
artículo 60, a las cuales alude el artículo 63, constituyen causales absolutas en cuanto actúan
como presunciones legales con respecto a la sospecha de parcialidad, por lo cual no pueden
ser allanadas. Las restantes son de carácter relativo, toda vez que sí admiten esa posibilidad.
La recusación (CPPCba, 66; CPPNación, 58), por su parte, es el medio otorgado a las
partes para provocar el apartamiento del juez sospechoso. Ella debe fundarse en causa legal.
El incidente se sustancia por cuerda separada para que la causa principal siga su
curso (CPPCba, 68). La prueba se recibirá por el trámite oral, en audiencia en la cual
informarán las partes. El plazo para resolver, brevísimo, es de 48 horas, y la resolución es
inimpugnable (CPPCba, 68).
Si se hace lugar a la recusación, se comunicará al juez recusado para que sin tardanza
transfiera los autos al sustituto, quien continuará al proceso, asumiendo intervención definitiva.
Los Secretarios deberán inhibirse y podrán ser recusados por los motivos que expresa
el artículo 60, y el Tribunal ante el cual actúan averiguará verbalmente el hecho y resolverá
motivadamente lo que corresponda, sin recurso alguno (CPPCba, 70).
58
La cuestión en la ley 23.984.
59
UNIDAD 5. Los sujetos del proceso penal (continuación).
Finalmente, nos resta estudiar, en lo que a los sujetos esenciales del proceso penal se
refiere, al órgano encargado de la acusación, también llamado órgano requirente o actor penal.
Este órgano de la acusación –conforme lo denomina Clariá Olmedo- puede ser público
o privado, y en el proceso se ubica en posición de parte persecutoria en su concepción formal –
parte en sentido formal-, en contradicción con el imputado y frente al tribunal.
4. El Ministerio Fiscal o corporación pública a cargo del ejercicio oficial de la acción penal.
En todos los demás casos, aun los llamados de instancia privada (CP, 72), una vez
salvado el obstáculo, debe actuar necesariamente como acusador el funcionario del Ministerio
Público Fiscal. La mayoría de los códigos argentinos autorizan la intervención conjunta del
querellante (CPPCba, 7 y 91 a 96; CPPNación, 82 a 86).
El Ministerio Fiscal, en realidad, es una rama del Ministerio Público que se integra
también con el Ministerio Pupilar. La tradición francesa e italiana hace que algunos de nuestros
códigos –como el de Córdoba- lo denominen Ministerio Público.
En general –señala Clariá-, el Ministerio Fiscal tiene una doble función: custodia de los
intereses patrimoniales del Fisco y custodia del interés social de justicia en la actuación del
derecho. Lo primero es de naturaleza ejecutiva o de administración gubernamental (Fiscal de
Estado: Constitución Provincial, 150); lo segundo es función eminentemente judicial, aunque no
jurisdiccional (Ministerio Público: Constitución Provincial, 172), y se diversifica en dos aspectos:
intervención en los procesos cuando se trata de cuestiones donde puede estar afectado el
orden público, dictaminando en calidad de consultor, y ejercicio de la acción cuando este
ejercicio es público, fundamentalmente en lo penal y en calidad de órgano acusador. Es en
60
este último sentido, precisamente, que Vélez Mariconde ha caracterizado al Ministerio Público
como aquél órgano del Estado que tiene la potestad –poder de ejercicio obligatorio- de
excitar y requerir del órgano jurisdiccional una decisión justa sobre el fundamento de
una determinada pretensión jurídico-penal. La ley, al igual que las constituciones Nacional y
de la Provincia le atribuye otras funciones, conforme veremos seguidamente.
Evolución histórica.
Este avance –explica Clariá- continúa en aumento mientras se extiende el poder real
en procura de la formación del Estado, el que termina por confundirse con la Corona como
poder absoluto. La institución se fortifica con el acrecentamiento del patrimonio real, la defensa
de los débiles y necesitados, la lucha entre los poderes y la necesidad de perseguir a los
malhechores.
2. Ubicación institucional.
3. Organización.
Específicamente, la ley aludida establece, en su art. 5º, que el Ministerio Público está
integrado por el Fiscal General, dos Fiscales Adjuntos y los Fiscales de Cámara en lo
Correccional, de Instrucción, en lo Civil y Comercial, de Familia y de Menores, estableciendo en
el Título V las distintas funciones que les tocan a cada uno de esos órganos.
En orden nacional, por su parte, ha sido tradicional que el Ministerio Fiscal se integre
con tres categorías de funcionarios: el Procurador General de la Nación, acompañado de
fiscales asesores, destacado ante la Corte Suprema de Justicia de la Nación; los Procuradores
Fiscales de Cámara, destacados ante los tribunales de segunda instancia, y los Procuradores o
Agentes Fiscales, que actúan ante los juzgados (primera instancia) federales o de la Capital
Federal.
62
Principios.
En este sentido, la ley 7826 establece expresamente cuáles son los principios a los
que debe someterse el Ministerio Público en cumplimiento de sus funciones (art. 3º):
• legalidad;
• imparcialidad;
• unidad de actuación;
• dependencia jerárquica.
Respecto del último principio, por su parte, el artículo siguiente de la Ley Orgánica (art.
4º), señala que: “El Ministerio Público se organiza jerárquicamente. Cada Fiscal controlará el
desempeño de quienes lo asisten y será responsable por la gestión que ellos tienen a su cargo
pudiendo impartir instrucciones a los fiscales inferiores con arreglo a lo dispuesto en el Título
IV. Los funcionarios que asisten a un superior jerárquico y los órganos inferiores, deben
obediencia a sus instrucciones”.
Funciones.
1. Preparar y promover la acción judicial en defensa del interés público y los derechos de
las personas.
3. Promover y ejercitar la acción penal pública ante los tribunales competentes, sin perjuicio
de los derechos que las leyes acuerden a los particulares.
La Ley Orgánica del Ministerio Público Fiscal (art. 9), por su parte, reedita las
funciones establecidas por la Constitución de la Provincia, y agrega otras de carácter
63
extrapenal (Vivas Ussher), como las de intervenir en los procesos relativos al estado civil de las
personas y en todas aquellas cuestiones de familia en las que se resulte comprometido el
interés público, intervenir en las causas contencioso-administrativas de acuerdo a lo que
establezca la ley de la materia y ejercer las demás funciones que las leyes le acuerden.
Esta función principal que la toca al Ministerio Público Fiscal, relativa al ejercicio de la
acción penal –exclusivamente o en conjunto con otro acusador-, comprende la actividad
promotora del proceso que, como regla en el procedimiento penal mixto, provocaba la
instrucción. En los paradigmas que pretenden acentuar el acusatorio, puede aquél sujeto
procesal provocar directamente el juicio a través del requerimiento fiscal de citación a juicio
(CPPCba, 354). Los posteriores actos de su intervención en el proceso son cumplidos por el
funcionario correspondiente destacado ante el tribunal de instrucción –modelo mixto-, de juicio
o de alzada.
El CPPCba, por su parte, reconoce expresamente tal función del Ministerio Público,
estableciendo en su art. 71 que a éste le competerá la promoción y ejercicio de la acción penal
en la forma establecida por la ley. Igualmente dispone la mentada norma (receptando las
mandas constitucionales y legales antes reseñadas) que le tocará al Ministerio Público dirigir la
Policía Judicial, y, además, practicar la investigación fiscal preparatoria. La investigación penal
preparatoria a cargo del Ministerio Público –como señalamos ya en anteriores oportunidades-,
que en el sistema procesal penal de la provincia ha sido establecida como regla (CPPCba,
301), obedece a la idea de acentuar el paradigma acusatorio, mediante la clara distinción de
las funciones requirentes y decisoria, y su consecuente atribución a órganos diferenciados.
La relevancia del concepto de acción penal surge evidente ante la prohibición del
procedimiento penal de oficio, que exige la excitación extraña para que la jurisdicción pueda
ejercitarse válidamente. Esta regla no se satisface siempre para la instrucción penal.
A la fecha, la iniciación de los procedimientos penales por propia decisión del órgano
jurisdiccional ha desaparecido generalizadamente. La exclusiva facultad promotora de la acción
pública por parte del fiscal aparece nítida y sin ningún género de confusiones en los modernos
códigos que, como el de Córdoba, le otorgan la investigación preparatoria y la fundamentación
de la acusación sobre la base de su propia labor. De tal forma, queda en claro que corresponde
a la Fiscalía el ejercicio de la acción, en una neta diferenciación respecto de las facultades
decisorias propias del órgano jurisdiccional. Tal diferenciación resulta desdibujada en el método
de la instrucción formal (vigente en la Nación), toda vez que el fiscal debe requerir el juicio y
64
fundar su demanda de justicia sobre la base de la labor investigativa hecha por otro y en cuya
preparación ha tenido mínima intervención.
La acción es un poder del Estado distinto al punitivo o diverso del derecho penal
sustantivo cuya actuación persigue en el proceso (Clariá Olmedo). Por el poder punitivo el
Estado debe castigar al infractor de la ley; por el de acción debe exigir un pronunciamiento
jurisdiccional acerca de si existe o no un infractor. El primero se concreta cuando hay un
culpable declarado por sentencia firme; el segundo, cuando se dan las circunstancias fácticas
de posibilidad delictual. El primero tiende al castigo del culpable; el segundo, con criterio
imparcial, persigue la decisión que dé paso o no a la pena, y en su caso que la pena se
ejecute, conforme su imposición y a la ley penal.
Esa autonomía –explica el autor nombrado- surge con más claridad si se advierte que
la acción se ejercita aun cuando se inste el sobreseimiento o la absolución del imputado;
negación del poder punitivo en el caso concreto.
El concepto de pretensión penal, por su parte, nos permitirá obtener un concepto más
cabal de la acción, toda vez que es el contenido de la última, y marca el nexo entre acción y el
poder punitivo. La pretensión penal debe tener un fundamento jurídico penal sustantivo
afirmado a lo menos como posible, con miras a una sentencia que decida sobre esa posibilidad
delictual afirmativa o negativamente. El poder de acción es el que se ejercita postulando la
pretensión así penalmente fundada para que el tribunal la satisfaga con la sentencia sobre el
fondo.
Conforme lo dicho, el poder de acción es autónomo del poder punitivo o norma que da
relevancia jurídica penal al fundamento de la pretensión, siendo indiferente la realidad de ese
fundamento para la vigencia de la acción. Sin embargo, para que esté realmente vigente como
expresión del orden jurídico penal debe presentarse la posibilidad de que haya un sujeto
penalmente responsable.
Desde el punto de vista penal, el titular del poder de acción es siempre –por regla- es
Estado, a diferencia de lo que ocurre en lo civil en donde lo es el particular y en rarísimos casos
el Estado a la par de aquél. Esto sin perjuicio de que existan casos en que el ejercicio de la
acción en lo penal se concede al particular ofendido.
De aquí que la acción penal sea de ejercicio ineludible dadas las condiciones para
ello, lo cual no ocurre con la acción civil. Es el principio de promoción inevitable de la acción
en el proceso penal, extendido también al ejercicio posterior a lo largo del proceso conforme al
principio que se conoce por de irrefragabilidad de la acción: su ejercicio sólo podrá
suspenderse, interrumpirse o hacerse cesar en los casos expresamente previstos (CPPCba, 5).
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En conclusión, el Estado sólo puede disponer de la acción en los casos, formas y
condiciones autorizadas por la ley. Esta idea, claro está, se encuentra vinculada a la noción del
estado como custodio del interés social.
El CP prevé como modos de instar la acusación o denuncia (art. 72), que materializan
esa atribución facultativa del agraviado, representante o guardador, consistente en un poder
material cuya eficacia se proyecta directamente sobre el proceso. El CPPCba, por su parte,
establece en su art. 6 el orden excluyente de preeminencia que debe respetarse en relación
con la persona legitimada para salvar el obstáculo de procedibilidad: ofendido, sus
representantes legales, tutor o guardador.
La víctima del delito es uno de los protagonistas principales del conflicto social que
subyace al caso penal, es aquella persona que ha padecido de manera real la ofensa
criminal.
Vázquez Rossi enseña que dentro del sistema acusatorio privado la víctima era el
protagonista fundamental del proceso y quien se encontraba legitimado para accionar. Esta
situación cambia radicalmente con el advenimiento y consolidación del sistema inquisitivo y con
el surgimiento del monopolio estatal de la función persecutoria y decisoria estatal, con la acción
y la pena públicas. Si bien a lo largo de los tiempos perduran algunas manifestaciones de
acciones privadas, las mismas aparecen como excepciones frente a la regla de la oficialidad de
la promoción y desarrollo de los procedimientos punitivos, de los que estaban excluidos los
particulares, siendo irrelevante su voluntad e intereses. La aparición del Estado nacional como
forma de organización política y social, expresa Fernando Córdoba, ha hecho que la víctima
vea reducida a expresiones mínimas su intervención en la búsqueda de una solución, frente a
un poder centralizado que no sólo circunscribió las formas posibles de reacción contra el delito
a la pena estatal, sino que reclamó también para sí, fundado en la afectación del interés público
derivada de la infracción penal, tanto la decisión sobre la puesta en marcha, como la
prosecución de la persecución del ofensor.
De tal modo, el conflicto real entre particulares queda sustituido por el conflicto entre el
poder estatal con quien ha desobedecido los mandatos soberanos. Esto significó una exclusión
66
de la víctima, la que procesalmente puede asumir tan sólo los papeles de denunciante y/o
testigo. De esa manera, la posición jurídica de la víctima resultaba por completo irrelevante, lo
que se acentuó aún más con la difusión de los códigos del sistema mixto que, en su gran
mayoría, excluyeron de sus regulaciones la figura del querellante en los delitos de acción
pública.
Es que, como bien señala Maier, no son ya defendibles en el ámbito universal las
perspectivas que perpetúan la expulsión de la víctima de la solución del conflicto social en el
cual reside un caso penal, bajo el prejuicio justificante de su expulsión inicial: la venganza
privada o el procurarse represalias. Este es un preconcepto que nunca ha sido demostrado.
En la tendencia actual que hemos caracterizado, la ley 8123 (CPPCba) incluyó entre
las “ideas fuerza” que impulsaron la reforma procesal, la mayor participación ciudadana o
popular, autorizándose la participación del ofendido por el delito como querellante
adhesivo. Además del derecho a ser informada de la facultad de constituirse en tal carácter, o
en el de actor civil, la reforma contempló la situación de la víctima del delito quien,
independientemente a que decida hacer uso de aquella facultad, tiene igualmente derecho a
ser informada de las resoluciones que se dicten sobre la situación del imputado (prisión
preventiva, sobreseimiento, etcétera). Asimismo, se autoriza expresamente que, si la víctima
fuere menor o incapaz, pueda hacerse acompañar por una persona de su confianza
durante los actos procesales que deba participar, para evitar un agravamiento de la
conmoción que le ocasionara el delito (CPPCba, 96).
Para ser legitimado como querellante es de regla que se trate del ofendido, o sea del
titular del bien jurídico que el delito afecta, y puede extenderse al representante legal y a
los herederos. Queda excluido el simplemente damnificado, o sea el que por el hecho sufre
solamente un detrimento patrimonial o moral. Lo común es que el damnificado sea a su vez
el ofendido, pero hay casos en que esa superposición no se da. Ej.: el ofendido penalmente en
el delito de hurto es quien detenta la tenencia de la cosa sustraída (mecánico que tiene en su
poder el vehículo para reparar), en tanto que el propietario del bien hurtado, que sufre el
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perjuicio patrimonial, es el damnificado. “Sólo el primero –afirma Casas de Mera- puede ejercer
el derecho de querella, pues la norma penal tutela, en esta caso, la tenencia de una cosa
mueble”.
Los códigos que lo autorizan no son uniformes en cuanto a las facultades que le
acuerdan. Puede ejercer conjuntamente la acción civil, lo que comúnmente ocurre cuando a su
vez ha sido damnificado por el hecho de la imputación (CPPCba, 7).
El artículo 446, CPPCba, resulta claramente ilustrativo del carácter adhesivo del
querellante particular receptado por ese digesto, toda vez que señala que éste sólo podrá
recurrir de las resoluciones jurisdiccionales cuando lo hiciera el Ministerio Público, salvo que se
la acuerde expresamente tal derecho.
Según ya explicamos, la regla es que la acción penal sea ejercida por el Ministerio
Público. Por excepción, en los casos previstos por el artículo 73, CP, los órganos públicos no
pueden ni promover ni ejercitar la acción.
El Código Penal –explica Clariá Olmedo- llama “acciones privadas” a las pretensiones
que nacen de los delitos enumerados en la norma mencionada, y por las cuales no deberá
iniciarse de oficio la persecución conforme al inciso 2º del art. 71, CP.
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No puede iniciarse ni proseguirse de oficio el ejercicio de la acción penal en estos
casos como surge con claridad de los artículos 75 y 76, CP. Quien la ejerza debe constituirse
en querellante exclusivo, vale decir con exclusión del órgano público de la acusación.
En consecuencia, la ley procesal sólo puede disciplinar la forma en que este derecho
puede ser ejercido: mediante querella (CPPCba, 8).
Como ya adelantamos, para un reducido número de delitos (CP, 73), la ley penal
sustantiva establece un ius puniendi de excepción, prohibiendo el ejercicio de la acción
penal por el órgano del Estado en forma absoluta y otorgándoselo al ofendido por el
delito, y en algunos casos a sus herederos forzosos, guardadores o representantes legales.
Los titulares de la acción privada podrán ejercerla ante los tribunales penales haciendo
uso del derecho de querella, vale decir acusando en forma exclusiva. La denominación de
esta clase de querellante deviene evidente: ejerce el derecho de querella en forma
exclusiva, no pudiendo acusar el Ministerio Público.
Las normas del CP señaladas son previsiones del derecho sustantivo en su enfoque
realizador, cuya eficacia procesal es evidente. La querella y su ejercicio debe ser reglamentada
por los códigos procesales, pero sin alterar las previsiones penales.
2. Un poder de renuncia, cuyo ejercicio evita la sentencia por truncamiento del proceso que
la querella provocó.
3. Un poder de perdón, cuyo ejercicio evita la pena del condenado por la sentencia que con
la querella se requirió.
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En suma, el querellante exclusivo no es sino el sujeto esencial del proceso penal que, en
su carácter de titular del derecho a querellar, ejercita la acción penal privada, acusando en
forma exclusiva, mediante el único acto idóneo previsto por la ley penal a tal efecto: la querella.
Por eso, para que exista un objeto secundario en el proceso penal, debe hacerse
valer en él una pretensión privada fundada en las consecuencias civiles del delito,
ejerciendo válidamente la acción civil. Esa pretensión consistirá en la reintegración del
patrimonio que experimentó un detrimento o menoscabo como consecuencia del hecho
dañoso. Para la perseguibilidad privada, el hecho penalmente relevante debe mostrarse a su
vez como un ilícito del derecho civil: delito o cuasidelito.
Pueden actuar como actores civiles en el proceso penal tanto las personas físicas
como a las jurídicas (ideales), y entre éstas el Estado mismo en cuanto tal. Debe tratarse de
quien afirma o en cuyo nombre se afirma haber sufrido en su patrimonio el daño que se
pretende reintegrar: damnificado (concepto que comprende al ofendido o víctima del delito,
como así también al damnificado no ofendido –o no víctima-, es decir aquél que por causa
directa del hecho sufre un daño o agravio, tanto material como moral), o el heredero de éste
(CPPCba, 24: “La acción civil... sólo podrá ser ejercida por la víctima, sus herederos en los
límites de su cuota hereditaria o por otros damnificados directos...”). La ley procesal de la
provincia igualmente autoriza a invocar la calidad de actor civil en sede penal al asesor
letrado, pero sólo cuando el titular de la acción careciera de recursos y, sin constituirse en
actor civil delegare su ejercicio, o cuando el titular de la acción sea incapaz de hacer valer sus
derechos y no tenga quien lo represente, sin perjuicio de la representación promiscua
(CPPCba, 25).
El actor civil dirige la pretensión contra quien deba responder por ese afirmado
daño, conforme las normas del derecho privado (CPPCba, 24: “...contra los partícipes del
delito y, en su caso, contra el civilmente responsable”; 109: “Quien ejerza la acción resarcitoria
podrá pedir la citación de la persona que según las leyes civiles responda por el daño que el
imputado hubiera causado con el delito...”).
Clariá Olmedo señala que el actor civil subjetivamente ha de tener menor extensión
que la posible en sede civil frente al mismo objeto y causa, distinción que resulta de exigencias
técnicas propias del proceso penal, a las cuales el litigante debe someterse si opta por
introducirse en él. El predominio de la cuestión penal justifica el carácter accesorio de la
acción civil, y por ende, de la intervención del demandante con respecto a la del acusador
público estatal. Conforme a este carácter, sólo es posible constituirse en actor civil cuando el
proceso jurisdiccional está en marcha, y además mientras pende el ejercicio de la acción
penal.
La última regla tiene excepciones, toda vez que la absolución del imputado no impedirá
que el Tribunal de Juicio se pronuncie sobre la acción resarcitoria en la sentencia (CPPCba,
411), ni la ulterior extinción de la pretensión penal impedirá que el Tribunal Superior decida
sobre la civil (CPPCba, 26). También se erige en excepción a la regla que exige la pendencia
de la acción penal para el ejercicio de la acción civil en el proceso penal, la posibilidad que se
atribuye al actor civil de continuar en la alzada –mediante la deducción de recurso- el ejercicio
de la acción civil no obstante haber sido resuelta en definitiva y en firme la cuestión penal
(CPPCba, 447).
B. El demandado civil, por su parte, es el sujeto eventual del proceso penal que,
por llamamiento o espontáneamente, se introduce en el proceso penal como sujeto
secundario en virtud de resultar captado por la pretensión de reintegro patrimonial
hecha valer, por afirmarse que conforme a la ley civil responde frente al damnificado por
el daño que hubiere causado el imputado con su obrar.
Se ubica como parte en posición pasiva (con el poder de excepción) frente al ejercicio
de la acción civil, y en consorcio con el imputado cuando también se lo demanda. En tal caso,
tanto el tercero como el imputado son demandados: ambos como responsables civiles, el
primero indirecto y el segundo directo.
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Para referirse a este sujeto, la ley procesal de la provincia alude a la persona que
según las leyes civiles responde por el daño que el imputado hubiera causado con el
delito (CPPCba, 109).
“Leyes civiles” –explica Clariá Olmedo- significa toda norma positiva de derecho
sustantivo privado, en la cual debe tener necesariamente su fuente inmediata la
responsabilidad indirecta, quedando excluido el caso en que dicha fuente directa sea un
contrato, aunque capte la obligación de indemnizar el daño causado por el delito. En estos
casos, el tercero podría ser demandado en sede civil, pero no introducido al proceso penal en
esa calidad. Se quiere evitar la desnaturalización del objeto procesal, impidiendo que se
introduzcan cuestiones no vinculadas directamente con el hecho.
También pueden ser demandados civiles en el proceso penal los herederos del tercero
que responderían conforme a las leyes civiles, aun a título singular si en el testamento se les
transfirió expresamente esa obligación.
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UNIDAD 6. Temas comunes a la investigación preliminar, al procedimiento intermedio y
al juicio.
1. Actos procesales.
El acto procesal penal aparece como la unidad de la actividad procesal penal. Con
palabras de Clariá Olmedo, el mismo es como la molécula en relación con la materia, y puede
ser desmenuzado al observar su particular estructura y desarrollo.
Clasificación.
A. Según el sujeto que realiza el acto, los actos procesales penales se clasifican en:
• Actos del tribunal. Éstos han sido subdivididos por Vivas Ussher (quien alude en
forma más amplia a “actos del órgano judicial”, incluyendo entre ellos a los cumplidos por fiscal
de instrucción), en actos de gobierno (decisiones que tienden a la impulsión y conducción del
proceso, como la facultad del Presidente del tribunal de dirigir el debate, ordenar las lecturas
necesarias durante éste, moderar la discusión, etcétera: CPPCba, 381); y actos de decisión
(destinados a resolver el proceso: CPPCba, 141).
• Actos de las partes. Son los actos procesales que emanan de los otros sujetos
procesales diversos del tribunal, y de sus colaboradores: son actos del acusador, del imputado,
de las partes civiles, del defensor, del mandatario, etcétera.
• Actos de terceros. Son actos cumplidos por personas que pueden o deben intervenir
en el proceso sin vinculación jerárquica con el tribunal y sin actuar como parte: de órganos de
prueba (ej.: testigos), de fiadores, etcétera.
73
B. Según su contenido, los actos procesales penales se clasifican en actos:
C. Según la forma, los actos procesales pueden clasificarse desde un doble punto de
vista:
Empero, y también bajo la óptica formal, pueden los actos procesales clasificarse en:
• Orales. Actos que se expresan en el proceso de viva voz sin asentarse en el acta lo
que se expresa.
• De decisión.
• Persecutorios.
• De defensa.
En tanto que, a la par, entran en juego la obtención de otros fines fundamentales como
los de asegurar el resultado del proceso, con contralor de las decisiones, etcétera, lo que dará
lugar a los actos:
• Actos de prueba.
• Actos de coerción.
• Actos de impugnación.
Reglas generales.
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La ley procesal penal contiene reglas generales que presiden la actividad procesal, y
que se vinculan, entre otras circunstancias con el idioma en que deben cumplirse los actos
jurídico penales; la fecha, día y hora de cumplimiento de los mismos; el modo en que deben
cumplirse, etcétera.
El art. 128 del digesto mencionado dispone que todos los actos procesales deberán
cumplirse en idioma nacional, bajo pena de nulidad.
Las normas de los arts. 129 y 130, por su parte, establecen el modo de fechar los actos
procesales y las consecuencias de la falta de consignación de la misma, y el día y la hora de
cumplimiento de aquéllos, respectivamente.
A su turno, el art. 132 tipifica las reglas que gobiernan la realización de los actos orales,
y de los verbales y actuados (“Las personas que fueren interrogadas deberán responder de
viva voz y sin consultar notas o documentos, con excepción de los peritos y de quienes sean
autorizados para ello en razón de sus condiciones o de la naturaleza de los hechos. El
declarante será invitado a manifestar cuanto conozca sobre el asunto de que se trate y, si fuere
menester, se lo interrogará. Las preguntas que se formulen no serán indicativas, capciosas ni
sugestivas. Cuando se proceda por escrito, se consignarán las preguntas y respuestas,
usándose las expresiones del declarante”).
2. Actas.
En la documentación procesal penal predominan las actas. Son las piezas escritas
que la ley exige para dejar constancia en autos, con fidelidad y autenticidad, de actos
regularmente cumplidos mediante el relato de ellos.
Entre el acto procesal penal y el acta media una relación de continente y contenido: el
acto procesal, como manifestación de voluntad o intelectual, está contenido en un documento
escrito denominado acta.
El CPPCba, en sus arts. 134 a 137 regula normativamente la actividad vinculada con
estos instrumentos escritos.
En el art. 134 se establece como regla general que: “Cuando un funcionario público
deba dar fe de actos que realice o se cumplan en su presencia, labrará un acta en la forma
prescripta por las disposiciones de este Capítulo. El Tribunal y el Fiscal de Instrucción serán
asistidos por el Secretario; el Ayudante Fiscal por un oficial o auxiliares de la Policía Judicial; el
Juez de Paz y los oficiales o auxiliares de la Policía por un testigo que, en lo posible sea
extraño a la repartición policial”.
75
En la norma contenida en el artículo siguiente, por su parte, se estipulan el contenido y
las formalidades que deben cumplirse para el labrado de estas piezas escritas.
El art. 137 establece que acarreará la nulidad del acta, salvo disposición en contrario, la
falta de la fecha, de la firma del funcionario actuante, la del Secretario o testigo de actuación, o
la información de debe hacerse a las personas ciegas o analfabetas de que el acta puede ser
leída y suscripta por una persona de confianza.
Esta actividad decisoria se concreta en las resoluciones judiciales previstas por los
códigos modernos en un capítulo especial. En el CPPCba ello ocurre en el Libro Primero, Título
VI, Capítulo III.
La actividad decisoria –debe destacarse- es propia del tribunal judicial, y por ello de
naturaleza jurisdiccional. De aquí que sólo por una incorrecta extensión del vocablo suelan
captarse con la actividad decisoria las resoluciones dictadas por la Policía Judicial o el
Ministerio Fiscal en sus actuaciones de investigación autónoma. Se trata de trámites judiciales
pero con significación administrativa y preparatoria de la requisitoria fiscal ante el órgano
jurisdiccional competente.
El CPPCba, en su artículo 141, establece que las resoluciones que puede dictar el
tribunal en el proceso penal se distinguen en sentencias, autos y decretos.
Por último, los decretos, según surge de la ley procesal de la provincia, servirán para
los demás casos o cuando esa forma sea especialmente prescripta. Se trata de
76
resoluciones más prácticas y abundantes, que son comúnmente llamadas resoluciones de
mero trámite, y que emite el juez durante le desarrollo del proceso, disponiendo medidas,
impartiendo órdenes o impulsando el procedimiento. A tenor de la importancia de lo decidido
con ello –señala Clariá Olmedo- es posible distinguir los decretos en fundados y de mero
trámite.
Todas las resoluciones jurisdiccionales deben ser firmadas (CPPCba, 143), conminándose
su omisión con nulidad.
Mediante plazos que por regla son ordenatorios las legislaciones procesales penales
modernas fijan plazos en los cuales deben dictarse las señaladas resoluciones
jurisdiccionales. Una excepción a la ordenatoriedad de los plazos es la del previsto para dictar
la sentencia (CPPCba, 405 a 409). Según nuestro digesto procesal, los decretos se dictarán el
día en que los expedientes sean puestos a despacho; los autos, dentro de los cinco días, salvo
que se disponga otra cosa; las sentencias, en las oportunidades especialmente previstas
(CPPCba, 144).
Dentro del término de tres días de dictadas las resoluciones, el tribunal podrá
rectificar, de oficio o a instancia del Fiscal o las partes, cualquier error u omisión material de
aquéllas, siempre que esto no importa una modificación esencial (CPPCba, 145). La
rectificación comprende la aclaración de conceptos oscuros.
Para finalizar, corresponde señalar que las resoluciones jurisdiccionales son recurribles
cuando el agraviado cuando así lo declara la ley, y por los medios idóneos establecidos para
ello. En cuanto no sean oportunamente recurridas, quedarán firmes y ejecutoriadas sin
necesidad de declaración alguna (CPPCba, 148).
Por último, dispone la norma citada, los representantes del Ministerio Público
procederán oralmente en los debates y en los recursos, cuando corresponda, y por escrito
en los demás casos.
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Las resoluciones del Fiscal de Instrucción serán dadas por decreto, el cual será
fundado cuando esta forma sea específicamente prescripta bajo sanción de nulidad (CPPCba,
154, segundo párrafo).
Respecto del término para dictar dicha resolución rige lo dispuesto en el art. 144,
CPPCba. Dentro del término de tres días de dictada sus resoluciones, el Fiscal de Instrucción
podrá igualmente rectificar errores u omisiones materiales de aquéllas, siempre que ello no
importe una modificación esencial (CPPCba, 153 y 145). Aquéllas quedarán firmes y
ejecutoriadas en cuanto no sean oportunamente recurridas (CPPCba, 153 y 148),
4. Comunicación procesal.
Esta última es una actividad indispensable para la debida administración del proceso, que
está a cargo del tribunal, inmediatamente o bajo su dirección.
En lo que a la comunicación externa se refiere, debe decirse que cuando una actividad
del proceso penal debe cumplirse fuera de las oficinas del tribunal, es posible que el ejecutor
sea un auxiliar distinto de los directos de aquél. Es estos casos, el vehículo empleado para la
transmisión de la orden o instrucción que debe ejecutar el otro funcionario o autoridad
(comisión) es lo que generalmente se conoce por oficio (CPPCba, 157 y 158), que entre
jueces adquiere jerarquía de exhorto.
Se ha definido al oficio como el medio para transmitir órdenes que deben cumplir
subordinados directos o indirectos del tribunal, o para requerir elementos de juicio a
funcionarios o autoridades ajenas al Poder Judicial dentro de la circunscripción del
tribunal. El exhorto, en cambio, es un medio cortés de requerir a otro oficio judicial
letrado, nacional o extranjero, el cumplimiento de un acto del proceso o la remisión de
elementos de juicio: rogatorias o suplicatorias, exhortos, mandamientos (según se dirija a un
tribunal de jerarquía superior, igual o inferior, o a autoridades que no pertenezcan al Poder
Judicial).
En todos los casos (oficios y exhortos) debe consignarse el nombre, cargo, firma y sello
del remitente, y el funcionario y autoridad destinataria; a ello suele agregarse la
certificación del secretario. Además, contendrá la carátula del expediente, el lugar y fecha
de expedición y lo ordenado o requerido. Hay mayores exigencias para los recaudos del
exhorto. El art. 159, CPPCba, se especifica que, en el caso de comunicaciones de otras
jurisdicciones, las mismas se tramitarán de acuerdo con la ley provincial 6425, que regula
precisamente el trámite de los exhortos en dichas circunstancias. Si el exhorto se dirige a un
tribunal extranjero, se utilizará la vía diplomática y se diligenciarán mediante el Tribunal
superior en la forma prescripta por los tratados y costumbres internacionales (CPPCba,
160). Serán también diligenciados en los casos y formas establecidos por los tratados o
costumbres internacionales y por las leyes del país, cuando lo disponga el Tribunal
Superior, los exhortos remitidos por tribunales extranjeros (CPPCba, 162).
78
se ponen en conocimiento de los interesados las resoluciones judiciales que se dictan
cuando no se pronunciaron en su presencia.
La formalidad del acto de notificación se exige como garantía para el notificado. He aquí –
explica Clariá Olmedo- el rigor de la ley al conminar con nulidad los defectos de estructura y
ejecución. Cuando es oral o presunta, no hay formalismo: la sentencia se considera notificada
con su lectura en la audiencia que a esos fines se fije (CPPCba, 409).
El art. 163, CPPCba, establece como regla general que las resoluciones y requerimientos,
cuando corresponda se harán conocer en el término de 24 horas de dictadas, salvo que se
dispusiera un plazo menor. El plazo es breve para proveer a la celeridad procesal. La misma
norma mencionada, establece como regla que las resoluciones sólo vincularán a quienes
hayan sido debidamente notificados de ellas.
El art. 171, CPPCba, fulmina con nulidad a la notificación que inobservare determinadas
formalidades.
Otro medio de comunicación interna legislado por nuestros códigos procesales penales es
la citación (CPPCba, 174 y 175), cuando no implica un imperativo de comparecencia, o sea
sin valor coercitivo. Presupone la notificación como vehículo para ponerla en práctica.
La citación debe ejecutarse a domicilio por el notificador con observancia de todas las
formalidades previstas, y en la diligencia debe dejarse constancia de que se notificó y citó al
destinatario.
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El tiempo tiene particular importancia en el proceso penal. La función del tiempo –señala
Vivas Ussher- tiñe toda la dinámica de la actividad procesal, determinando la oportunidad de
actuación tendiente al avance gradual del proceso orientado hacia sus fines.
El ritmo del proceso está dado por los tiempos asignados a los diferentes actos procesales
previstos por la ley –agrega el mismo autor-. De aquí la utilidad del tiempo legal en el proceso,
en tanto que sirve para acotar la actividad procesal, regularizando situaciones inciertas e
impidiendo la prolongada inactividad o apresuramiento contrario al legal desarrollo del proceso.
Para cumplir con esta función, las leyes fijan fracciones de tiempo, lapsos que imponen o
impiden la actividad, o fijan su cumplimiento en un momento específico.
El plazo procesal, conforme las enseñanzas de Vélez Mariconde, puede definirse como el
lapso dentro o fuera del cual debe cumplirse un acto procesal para que pueda ingresar o
ser legalmente válido y eficaz en la relación jurídica procesal. Para el nombrado
procesalista, con quien coincidimos en el punto, “plazo” y “término” son conceptos que pueden
ser usados en forma indistinta; Clariá Olmedo, por su parte, no comparte esta idea y propugna
para esas alocuciones significaciones distintas.
Los plazos procesales pueden clasificarse de muy diversas maneras. A nuestro ver, las
distinciones más relevantes y útiles son las que atienden al origen de los términos, a su
funcionamiento, a su efecto, y a la forma de computarlos.
• Legales. Son los plazos establecidos por la ley, y constituyen la gran mayoría de los
que rigen la actividad procesal penal. Con ellos la actividad procesal resulta más estable, se
asegura mejor el ejercicio de los poderes y el cumplimiento de los deberes de los sujetos
procesales, afirma Clariá Olmedo. Ej.: término de diez días a contar desde la declaración del
imputado para disponer la prisión preventiva: CPPCba, 336 y 345.
• Judiciales. La ley le otorga al órgano judicial la facultad de fijar los plazos, la mayoría
de las veces dentro de ciertos límites, o según ciertas pautas, también establecidas por la ley.
Ejs.: fijación de la audiencia de debate por el Presidente del tribunal, con intervalo no menor de
diez días ni mayor de sesenta: CPPCba, 367; plazo en que ha de expedirse el perito: CPPCba,
238).
• Iniciales. Son aquellos cuyo vencimiento fija la oportunidad desde la cual corresponde
realizar el acto (v.gr., designación de audiencia de debate: CPPCba, 367).
• Meramente ordenatorios. Son aquellos que se limitan a fijar la oportunidad del acto,
sin que pueda aplicarse sanción procesal alguna de ineficacia ante su inobservancia, por
cumplimiento tardío del funcionario judicial (ej., recepción de declaración al imputado detenido
en el término de 24 horas desde que fue puesto a disposición del órgano judicial competente:
CPPCba, 306). Estos plazos tienden a impedir la demora indebida en el trámite, por lo cual su
inobservancia acarrea, en muchos casos, sanciones disciplinarias a los funcionarios del
proceso (CPPCba, 183).
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• Perentorios. Son aquéllos que una vez transcurridos extinguen la posibilidad de
realizar el acto para el cual se fijaron, precluyendo el momento procesal de que se trata,
sea que este efecto ocurra de pleno derecho o por la posterior declaración del tribunal (p.ej., el
pedido de constitución en actor civil debe presentarse antes de la clausura de la investigación
penal preparatoria: CPPCba, 100; la interposición de recursos). Los plazos perentorios, a su
vez, de subdividen en fatales y no fatales, según el efecto de caducidad o preclusión opere
automáticamente o requiera una declaración jurisdiccional que así lo establezca con posteridad
a su vencimiento. Igualmente se diferencian los términos perentorios, en prorrogables e
improrrogables, según la ley autorice o no su prolongación por otro tanto o por una fracción
determinada del plazo originario. Conforme surge del art. 182, CPPCba, la regla es la de los
plazos perentorios improrrogables.
En un sentido más amplio, el plazo perentorio comprende también los casos en que la
perentoriedad se limita a la pérdida de poder sin producir preclusión –es decir, la aniquilación
de la posibilidad de realizar el acto previsto-, por cuanto el acto debe necesariamente cumplirse
por un reemplazante (p.ej., plazo máximo de quince días para la lectura total de la sentencia:
CPPCba, 409). El artículo 183, CPPCba, establece en forma genérica que: “El vencimiento de
un término fatal sin que se haya cumplido el acto para el que está determinado, importará
automáticamente el cese de la intervención en la causa del Juez, Tribunal o representante del
Ministerio Público al que dicho plazo le hubiera sido acordado. El Tribunal Superior o el Fiscal
General, según sea el caso, dispondrán el modo en que se producirá el reemplazo de
aquéllos...”.
• Comunes. Corren uniformemente para todas las partes desde la última notificación
(verbi gratia, término de tres días para la citación a juicio: CPPCba, 361, tercer párrafo).
Así, toda vez que el día es el intervalo entero que corre de media noche a media noche, los
plazos de días no se contarán de momento a momento, ni por horas, sino desde la media
noche en que termina el día de su fecha (CC, 24).
En vinculación con este tipo de plazos, por su parte, la ley procesal penal, por su parte,
establece que los términos son continuos y en ellos se computan los días feriados, salvo
el receso de los Tribunales que disponga la ley o, en caso de fuerza mayor, el Tribunal
Superior. Si el término venciere en día feriado o inhábil, se considerará prorrogado de
derecho al día hábil siguiente (CPPCba, 181). Como el vencimiento del plazo fijado en día,
como así también del fijado en horas, puede vencer después de las horas de oficina, el acto
que deba cumplirse en ella podrá ser realizado durante las dos primeras horas del día hábil
siguiente (CPPCba, 181, in fine). Es lo que ha dado en llamarse “plazo de gracia”.
Los plazos de mes o meses, de año o años, terminarán el día que los respectivos meses
tengan el mismo número de días de su fecha. Así, un plazo que principie el 15 de un mes,
terminará el 15 del mes correspondiente, cualquiera que sea el número de días que tengan los
meses o el año (CC, 25). Si el mes en que ha de principiar un plazo de meses o años, constare
de más días que el mes en que ha de terminar el plazo, y si el plazo corriese desde alguno de
los días en que el primero de dichos meses excede al segundo, el último día del plazo será el
último día de este segundo mes (CC, 26). Plazo de meses es, por ejemplo, el de tres meses
prorrogables por otro tanto y, aún, por doce meses más (en casos de suma gravedad y muy
81
difícil investigación) para la investigación fiscal preparatoria: CPPCba, 337. De años, el fijado
por el artículo 1, CPPCba, de dos años, para la duración de todo el proceso penal.
A los mencionados plazos, cuyo cómputo contempla la ley sustantiva civil, deben
agregarse los plazos fijados por horas, que, como bien señala Vivas Ussher, existen con
frecuencia en el proceso penal (p.ej., presentación del aprehendido ante la autoridad judicial
competente dentro de las seis horas de haberse requerido su presentación: CPPCba, 278).
Las excepciones procesales son defensas, oponibles por el Ministerio Público y las
partes, que sin referirse al fondo del asunto (existencia del delito o responsabilidad del
imputado), que tiene por finalidad postergar el ejercicio de la acción penal en el proceso
de que se trata o impedir definitivamente ese ejercicio en el proceso (Núñez).
El art. 17 del digesto procesal criminal de la provincia enumera en sus tres incisos las
excepciones que podrán interponer el Ministerio Público y las partes, y que se resolverán como
de previo y especial pronunciamiento. Son excepciones de previo y especial
pronunciamiento porque deben resolverse en un incidente especial, antes del juicio, sin que,
por consiguiente, su resolución se pueda remitir a la sentencia. Ellas son:
Según la dirección de las mismas y los efectos que producen cuando son admitidas, las
excepciones se clasifican en dilatorias y perentorias.
Son excepciones dilatorias aquéllas que atacan las condiciones formales para la
constitución o el desarrollo de la relación procesal, y cuando se hace lugar a ellas debe
archivarse el proceso y ordenarse la libertad del imputado, si está detenido, pudiendo
aquél continuar tan luego se salve el obstáculo al ejercicio de la acción penal (CPPCba, 23).
De esta clase, por ejemplo, es la excepción de falta de acción, porque ésta no fue iniciada
legalmente –caso de los delitos de acción pública dependiente de instancia privada, cuando la
promoción de la acción no fue provocada por denuncia del ofendido o de su representante
legal, tutor o guardador- o no pudiere proseguir –por existir una cuestión prejudicial penal o
civil- (CPPCba, 17, inc. 2º, segundo y tercer supuestos).
Entre este tipo de excepciones se cuenta, verbi gratia, la extinción de la pretensión penal
(CPPCba, 17, inc. 3º), por muerte del imputado, amnistía o prescripción (CP, 59, incisos 1º, 2º y
3º).
La ley procesal penal establece el tratamiento previo de esta excepción (CPPCba, 21)
cuando hubiere sido opuesta junto con otras; esto se justifica -explica Clariá Olmedo- si se
tiene en cuenta que, discutida la atribución del juez para entender jurisdiccionalmente en la
cuestión planteada, tampoco estará en condiciones de resolver las otras excepciones hasta
tanto no rechace la pretendida incompetencia; y si la acepta, queda sin atribución para conocer
en las otras.
La norma del art. 18, CPPCba, establece como formalidades de la interposición de las
excepciones, la de presentarse por escrito y, si fuere el caso, con el pertinente ofrecimiento de
pruebas que justifiquen los hechos que se basen. Dichas exigencias se conminan bajo sanción
de inadmisibilidad.
83
Empero, como podrá advertirse, el solo carácter de defectuoso del acto procesal
penal no basta para llegar a la ineficacia. Es que aquél puede ser eficaz no obstante su
imperfección, lo que resultará de la valoración legal de sus específicos requisitos. A nosotros
nos interesa cuando esa imperfección o irregularidad acarrea ineficacia resuelta en la sanción
procesal.
En suma, la ineficacia del acto surge de su imperfección, siempre que ésta sea
captada por la ley como trascendente para el proceso, a punto de autorizar o imponer la
invalidación de aquél ab initio o a posteriori, de oficio o a instancia de parte.
Estrictamente, afirma Clariá Olmedo –con quien coincidimos-, sólo pueden considerarse
sanciones procesales penales la inadmisibilidad y la nulidad, teniendo en cuenta que la
primera funciona como medio anticipado para la segunda. Deben distinguirse de otras
situaciones que sólo son causa de sancionabilidad como la caducidad y la preclusión.
Las causas o motivos que pueden dar paso en cualquier sistema legislativo a las dos
sanciones procesales penales antes mencionadas, es decir la inadmisibilidad y la nulidad,
pueden ser examinadas en forma general. En tal sentido, la actividad viciada, resuelta en las
causales de sancionabilidad, puede manifestarse como actividad defectuosa o falta de poder
para actuar.
Respecto de la primera causa de las sanciones procesales penales, corresponde decir que
el acto procesal específicamente considerado es estructuralmente deficiente cuando su
conformación integral o construcción no coincide con los elementos externos o
circunstancias de modo previstos por la ley para su regularidad formal. Debe tratarse de
un acto mal hecho, como la acusación que no contiene una relación clara, precisa,
circunstanciada y específica del hecho (CPPCba, 355); la sentencia fundamentada
contradictoriamente (CPPCba, 413, inc. 4º); la constitución en actor civil que no describe los
daños que pretende haber sufrido (CPPCba, 98, inc. 3º).
Por otro lado, el vicio consistente en la ausencia o deficiencia de aptitud para actuar –
segunda causa de las sanciones procesales ya mencionada- impone distinguir las distintas
situaciones posibles que lo producen. Esa carencia de poder o facultad de los órganos públicos
del proceso o de los particulares que en él intervienen puede mostrarse con respecto a un acto
concreto o con respecto a toda una actividad de variable desarrollo. Pueden distinguirse los
siguientes motivos provocadores de la irregularidad:
1) Cuando la ley no atribuye al sujeto el poder para cumplir un concreto acto o una
determinada actividad; se trata de una carencia de poder porque no
corresponde al sujeto actuante o porque faltó un requisito para asumirlo
(p.ej., el Fiscal de Instrucción sólo podrá disponer mediante decreto fundado la
prisión preventiva del imputado, si previamente le ha recibido declaración
indagatoria: CPPCba, 336);
Esta no obtención del poder para cumplir el concreto acto procesal penal puede resultar de
razones objetivas o subjetivas. Las primeras consisten –como el ejemplo dado- en la falta de
cumplimiento de un acto impuesto como previo o en la ausencia de una situación procesal
determinada anterior. Las segundas se refieren a la falta de calidad para actuar, como por
ejemplo en el caso de un sobreseimiento dictado por el Fiscal de Instrucción.
84
2) Cuando el poder o facultad que se tuvo para cumplir el acto o desarrollar la
actividad caducó por no haber sido utilizado oportunamente; se trata de una
extinción o pérdida del poder que se tenía para actuar, el que decae por
vencimiento del plazo previsto para ello (p.ej., la no interposición en el término de
tres días, mediante escrito que lo fundamente, de recurso de reposición: CPPCba,
458 y 449);
La inadmisibilidad.
La perentoriedad de los términos –señala Clariá Olmedo- es una de las fuentes importantes
para la vigencia de esta sanción, pero su manifestación más característica se advierte frente a
la defectuosa estructura de los actos de parte.
El acto viciado sujeto a inadmisibilidad debe emanar de una de las partes, defensores o
mandatarios, y de terceros que incidentalmente se introduzcan en el proceso. Se excluye en
general el acto del tribunal, y los de parte en que el tribunal deba necesariamente intervenir
mientras se cumple. Esto se explica porque en dichos casos el acto resulta incorporado
jurídicamente al proceso mientras se cumple por ser el juez sujeto de él.
La nulidad.
Para la regulación del mentado sistema legalista se sigue un doble criterio como
diversa manifestación de la nulidad expresa o taxativa. Uno es el de la especificidad que se
conoce por nulidad específica, y el otro el de la generalización o de nulidad genérica.
85
La nulidad específica es un tipo de sancionabilidad procesal que se manifiesta
mediante el establecimiento de la sanción en la misma norma reguladora del acto previsto. Ej.:
casos de nulidad de la sentencia penal previstos en el art. 413, CPPCba.
Una distinción propia del derecho privado ha sido trasladada a la regulación de las
nulidades en el proceso penal. Es la que permite diferenciar entre nulidades absolutas y
relativas. Los códigos procesales penales fijan la trascendencia de la sanción de nulidad
estableciendo como regla el criterio de relatividad. Ambas categorías, sin embargo, deben ser
declaradas jurisdiccionalmente. Las dos categorías, además, revisten caracteres comunes:
1) Se muestran más graves que las nulidades relativas en lo que respecta a la calidad
e intensidad de la ineficacia del vicio que las provoca;
2) Si bien las partes tiene facultad para denunciarlas sin límites de oportunidad
mientras el proceso está en marcha, en todos los casos pueden y deben ser
declaradas de oficio;
El conjunto de nulidades genéricas sistematizadas del art. 185, CPPCba, sólo serán
absolutas en los casos de los tres primeros incisos de la norma, y según que impliquen
86
violación de normas constitucionales, tanto de la CN como de la provincial (CPPCba, 186,
segundo párrafo). A ellas deben agregarse los casos en que expresamente se la
establezca (ibídem). Este sistema, manifiesta Clariá Olmedo, asegura principalmente la
vigencia de los principios constitucionales del juez natural y de la inviolabilidad de la defensa en
juicio, junto con el del proceso regular y legal que exige un mínimo de garantías den el ejercicio
de los poderes atribuidos a los tres sujetos principales del proceso.
Dado que las nulidades absolutas pueden ser declaradas de oficio en cualquier estado
y grado del proceso (CPPCba, 186, segundo párrafo), ninguna duda queda sobre la
posibilidad de denunciarlas por cualquiera de las partes y en cualquier oportunidad procesal
como regla.
Las nulidades relativas, por su parte, se prevén en función del interés de la parte, sin
tener en cuenta la organización del proceso en lo fundamental. Por eso su declaración sólo
puede obtenerse mediante instancia oportuna de parte o terceros interesados que no la
hayan causado con su actuación u omisión (CPPCba. 187). El tribunal no puede declararlas
de oficio, aunque sí evitarlas si fuere posible, y el poder de reclamar su declaración se agota
por renuncia y se extingue por caducidad (CPPCba, 188 y 189, incisos 1º y 2º).
Se advierte aquí –enseña Clariá Olmedo- una decidida manifestación del principio
dispositivo en el proceso penal, fundamentalmente en lo que respecta a la subsanación y a la
oportunidad legal para articular la nulidad. A esos efectos el código establece, en las dos
normas últimamente citadas, diversas oportunidades para instar las nulidades, según sea
el estadio del proceso en que se produjeran (en la investigación penal preparatoria, en los
actos preliminares del juicio, en el debate o durante la tramitación de un recurso), como así
también los casos de subsanación.
Por último, el artículo 190, CPPCba, establece los efectos que acarrea la declaración
jurisdiccional de nulidad. Se dice que esa declaración tiene efecto difusivo con respecto a
otras actividades cumplidas en el proceso, toda vez que se extiende a los actos consecutivos
que dependan, directa y vinculantemente, del viciado (CPPCba, 190). Respecto del último,
obviamente, la declaración de nulidad produce directamente su invalidación. El párrafo tercero
del mencionado artículo 190 prevé el medio de enderezar el trámite volviendo a la regularidad
procesal cuando ha sido declarada una nulidad: se ordenará, si fuere necesario y posible, la
renovación o rectificación de los actos anulados.
87
UNIDAD 7. La investigación preliminar.
c) El hecho que del cual se anoticia debe ser un delito concreto, que dé paso al
ejercicio de la acción penal por el órgano estatal encargado de la función acusatoria (CPPCba,
314), con lo cual queda excluida la denuncia con relación a los delitos perseguibles por acción
de ejercicio privado. Respecto de los delitos perseguibles por el Ministerio Público previa
instancia privada, la ley limita el círculo de los denunciantes en función de las normas
sustanciales (CP, 72).
El artículo 315, CPPCba (CPPNación, 175), establece las formalidades que debe
reunir la denuncia. La misma puede presentarse en forma escrita o verbal. En el primer caso, la
misma deberá firmarse ante el funcionario que la reciba; en el segundo, se labrará el acta
respectiva conforme las reglas generales. De tal suerte, puede afirmarse que la denuncia es un
acto escrito que puede cumplirse en forma verbal y actuada. En todo caso, el funcionario
receptor deberá comprobar y hacer constar la identidad del denunciante.
En primer lugar, debe existir la relación del hecho, con indicación de todas las
circunstancias de lugar, tiempo y modo de ejecución.
Deberán darse también todos los datos de la persona que resultó damnificada por el
hecho. Si lo fuere el propio denunciante, el CPPCba autoriza a que haga expesa manifestación
acerca de si delega el ejercicio de la acción civil en el funcionario correspondiente (asesor
letrado: CPPCba, 25, inciso 1º), sobre lo cual se lo interrogará expresamente. Esto último no
integra -consecuentemente con lo que antes señaláramos- la denuncia en sentido propio; la ley
la convierte en medio para obtener esa delegación con el consentimiento del damnificado, por
ser la primera oportunidad que se tiene para hacerle conocer esa facultad.
En primer lugar, debemos aclarar que en Córdoba existen dos funciones policiales
distintas. Por un lado, tenemos a la Policía administrativa, cuya función es meramente
preventiva y excepcionalmente judicial y depende del Poder Ejecutivo como organismo que
debe asegurar la paz social, en tanto que la Policía Judicial es un órgano dotado de personal
capacitado técnicamente para colaborar directamente con la Justicia en la represión del delito
y depende del Poder Judicial.
Existe mayor cantidad de precintos que unidades judiciales, dado que éstas abarcan a
dos o más precintos, de acuerdo a la distribución preestablecida por la autoridad respectiva.
Además existen unidades judiciales especiales tales como las de Homicidios, Defraudaciones y
Estafas o Delitos económicos, Delitos contra las Personas, y Robos y Hurtos, que funcionan en
el local de la jefatura de policía y entienden en los delitos que por sus características o
gravedad requieren mayor especialidad.
La Policía Judicial fue creada por el CPP de Córdoba del año 1939 (ley 3831).
Posteriormente, mediante la ley 4615 -de fecha 17/12/58- se organizó la misma como
organismo autónomo y científico dependiente del Poder Judicial. Este Departamento no fue
instalado hasta que el Tribunal Superior de Justicia lo implementó en la Primera
Circunscripción Judicial, mediante acuerdo reglamentario 103, serie "A" del 18/6/85. La Ley
Orgánica del Ministerio Público Fiscal (L.O.M.P.F.) 7826, en su capítulo V (arts. 52 al 75), vino
a regular todo lo concerniente a la Policía Judicial. El actual CPP (ley 8123), por su parte, en el
Libro II, Título I, Capítulo III (arts. 321 al 327), establece cuáles son sus funciones y
atribuciones, cuáles los deberes y prohibiciones de los integrantes de la misma.
90
La de la Policía Judicial aparece como una actividad de tipo judicial necesaria, pero
accesoria y auxiliar de la practicada por el Poder Judicial, es decir que la Policía Judicial se
encuentra al servicio del Poder Judicial. A su vez, la Policía Judicial pertenece al Poder
Judicial, y por lo tanto su actuación se encuentra inspirada en los principios de independencia
e imparcialidad propios de aquel Poder y enmarcada dentro de los límites más estrechos de la
juridicidad, lo que redunda en mayores garantías para los ciudadanos.
Debido a que la represión del delito es tarea exclusiva del Poder Judicial (la preventiva
a cargo de la Policía Administrativa), surge como idea irrefutable que la administración de
justicia debe entender desde el primer momento en la persecución del hecho delictivo, misión
para la cual resulta de singular relevancia el auxilio de la Policía Judicial, especialmente en los
casos llamados "ordinarios" tales como delitos contra la vida, la propiedad, la integridad física,
etc. Y ello es así, dado que la Policía Judicial se encuentra dotada de personal especializado,
capaz de llevar adelante actividades que no son propias de la tarea de magistrados de
preparación eminentemente jurídica (tales como practicar allanamientos, seguimientos,
capturas, realizar informes técnicos, etc.), y puede desarrollar sus funciones en lugares
estratégicos que posibilitan la inmediatez con el sitio de los hechos delictivos, a los fines de
posibilitar la rápida intervención de funcionarios debidamente capacitados, a efectos de
practicar las primeras medidas conducentes a la conservación de los elementos de convicción
que posteriormente servirán para dar base a la acusación o determinar el sobreseimiento.
Muchas veces, debe decirse, el éxito de la investigación depende de esta intervención
practicada con eficacia y eficiencia.
Antes de sindicar las mismas en forma específica, sin embargo, corresponde analizar
de modo genérico sus notas caracterizantes. En ese sentido, puede señalarse que la función
de la Policía Judicial tiene los siguientes caracteres:
• Eventual, dado que puede faltar, y esto ocurre en algunos delitos como los llamados "de
cuello blanco" (white collar crimes): delitos tributarios, financieros, corrupción administrativa,
etcétera, en los que la intervención de la Policía Judicial se ve minimizada o disminuida, toda
vez que generalmente interviene desde un primer momento el Ministerio Público Fiscal o el
Juzgado de Instrucción (Juzgado de Control), ya que generalmente estos hechos se denuncian
directamente ante las Fiscalías de Instrucción. A pesar que en nuestra legislación se impone la
inmediata y directa intervención del Ministerio Público Fiscal o de órganos judiciales (CPPCba,
304) en el primer momento de la investigación, esto no ocurre en la realidad en la mayoría de
los casos (existen, por ejemplo, evidentes limitaciones materiales de los órganos judiciales para
intervenir en forma directa en todos los casos que le competen), sino que en la práctica actúa
la Policía Judicial por delegación de éstos.
• Auxiliar del órgano judicial. Cuando su intervención sea anterior a la del Juez o fiscal de
Instrucción, se extenderá sólo hasta el momento en que esos magistrados comiencen a actuar;
y cuando sea posterior a la intervención de ellos, se limitará al cumplimiento de las tareas que
ordenen estos magistrados (“Los oficiales y agentes de la Policía Judicial... deberán ejecutar
las órdenes que les impartan Jueces, Fiscales y Ayudantes Fiscales”, CPPCba, 323).
• Cautelar. Pretende garantizar que se logre la sanción del culpable, sea individualizándolo,
sea impidiendo que se fugue o que obstaculice la investigación, por sí o por otros. Procura, en
fin, asegurar el descubrimiento de la verdad sobre el delito y la aplicación de la ley.
91
• Eficaz. Su actividad, en gran parte técnica o científica, proporciona elementos probatorios
indispensables para la actuación de la justicia. Por ejemplo, la identificación de los autores del
delito por medio de procedimientos especiales (identi-kit), la determinación de alcohol en
sangre, la confección de planos y relevamientos, etc., que son tareas determinantes para el
logro de aquella finalidad.
En este sentido, la Policía Judicial actuará por orden de autoridad competente (por
regla) o, en casos de urgencia, por denuncia o iniciativa propia (por excepción), para:
A mérito de los fines que persigue, y según ya se dijo, puede afirmarse que la tarea es
judicial, pero cabe aclarar que la Policía Judicial no aplica la ley sino que sólo colabora en su
aplicación mediante la investigación. Estas funciones tienen carácter eventual, por lo que en
todos los casos actuará desde un primer momento en la investigación el órgano judicial.
Al ser el Ayudante Fiscal un funcionario judicial, los actos procesales que cumple no
deben ser reproducidos necesariamente durante la investigación penal preparatoria y pueden
ingresar como prueba al debate (el art. 397, CPPCba, permite –en casos de excepción- la
92
lectura en la audiencia de debate, de las declaraciones testificales recibidas durante la
investigación penal preparatoria por el Juez, el Fiscal de Instrucción y, precisamente, el
Ayudante Fiscal).
Composición y subordinación.
Puede decirse que los integrantes de la Policía Judicial son los oficiales y
auxiliares que la ley considera como tal. Ahora bien, en la práctica se ve a menudo, que
oficiales y auxiliares de la Policía Administrativa cumplen funciones de Policía Judicial, ya sea
por haber intervenido primero en el caso de que se trate, o porque en determinado lugar no se
ha designado su personal: en tal caso, éstos serán considerados oficiales y auxiliares de la
Policía Judicial. La Policía Administrativa debe actuar siempre que no haya podido hacerlo la
Judicial, pero una vez que ésta intervenga, dejará de hacerlo autónomamente para pasar a
colaborar con ella.
Por su parte, la Ley Orgánica del Ministerio Público Fiscal, en su art. 52, establece que
la Policía Judicial se encuentra compuesta de dos Secretarías, a saber:
-Informes automotrices
3) Gabinete fisico-mecánico -Físico-mecánica
-Axidentología vial
-Balística
-Grafocrítica
Atribuciones.
De conformidad a lo establecido en el art. 324 del CPPCba, la Policía Judicial tiene las
siguientes atribuciones:
1) Recibir denuncias.
Se dijo que una de las funciones de la Policía Judicial es reunir las pruebas útiles para
dar base a la acusación o determinar el sobreseimiento. Esto se cumplimenta, por ejemplo,
procurando la conservación de las huellas y rastros del delito en el estado que se las halló. Por
"cuerpo del delito" debe entenderse los efectos en que materialmente consiste el delito, v. gr.,
la persona matada violentamente" (Nuñez). Los "rastros del delito", son las huellas o
vestigios materiales del mismo (v.gr., manchas de sangre). Son "instrumentos del delito", los
objetos de que se ha valido o que le han servido al autor para cometer el hecho (la llave, el
arma, etc.). Y, por último, se trata "efectos del delito" los objetos que éste ha producido (v.gr.,
dinero falsificado), o los que se han obtenido o adquirido con el producto delictivo (v.gr., bienes
sustraidos o beneficio logrado con la venta o permuta de dicho bien).
Se trata de los allanamientos "sin orden judicial" y la requisa personal del art. 209 del
CPPCba, que la Policía Judicial está autorizada a practicar dada la urgencia del caso y ante la
posible desaparición de rastros o elementos de prueba que pudiera poner en riesgo el éxito de
la investigación.
Por un lado, se autoriza a la Policía Judicial a clausurar el local en caso de que exista
un alto grado de probabilidad que en él se ha cometido un delito grave de acción pública,
perseguible de oficio o de instancia privada. De otro costado, se la autoriza a retener las
personas que se encuentren en el local, por un breve plazo, cuando en un primer momento de
la investigación no fuere posible individualizar a los autores del hecho, testigos y víctimas y
resultare necesario dado que corre peligro la investigación, y proceder al arresto si fuere
necesario.
94
Solamente a los testigos, en forma breve a los fines de orientar y posibilitar la
investigación.
8) Recibir declaración al imputado, sólo si éste lo pidiera, en las formas y con las
garantías que establecen los arts. 258 ss.
Sólo en caso en que el encartado lo pidiera, bajo las formalidades de ley y en presencia
de su abogado defensor. Se le hará conocer detalladamente el hecho que se le atribuye
(intimación) y las pruebas obrantes en su contra
Prohibiciones.
A este respecto, debe señalarse que el Tribunal puede ordenar, por decreto fundado y
bajo pena de nulidad, siempre que lo considere útil para averiguar la verdad, el secuestro de la
correspondencia postal o telegráfica o de todo efecto remitido por el imputado o destinado al
mismo, aunque sea bajo nombre supuesto (CPPCba, 214). En principio, y según resguardos de
raigambre constitucional, los papeles privados del imputado, la correspondencia epistolar y
cualquier otra forma de comunicación personal, por el medio que sea, es inviolable
(Constitución de Córdoba, 46). Sin embargo, esos efectos pueden ser examinados por orden
judicial motivada en los casos que determina la ley (ibídem).
Los Oficiales y Auxiliares de la Policía Judicial, señala la ley procesal, que tuvieren en
resguardo o hubieren secuestrado dicha correspondencia, excepcionalmente y en casos
urgentes, podrán ocurrir a la sede judicial más cercana, y ante la posibilidad de que el
secuestro se frustre o que no pudiera alcanzarse el fin que se busca al disponerse el secuestro,
solicitar la apertura de aquélla. La autoridad judicial la autorizará sólo si lo creyere oportuno
(CPPCba, 325, primer párrafo, in fine).
Deberes y sanciones.
Conforme lo establece el artículo 326, CPPCba, la Policía Judicial tiene como primer
deber el de comunicar en forma inmediata el hecho delictivo conocido, por sí o por
denuncia de particular, al órgano judicial competente.
El informe debe ser practicado por escrito y debe contener una sucinta enunciación del
hecho, ser circunstanciado (modo, tiempo y lugar), incluir la mención de los posibles partícipes
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en el mismo, tanto autor como víctima. Sin perjuicio de ello, podrá practicar todos los actos
que la ley le autoriza (CPPCba, 321 y 324) a los fines de poder cumplir con sus funciones.
Por otra parte, toda la actividad de la Policía Judicial debe quedar documentada
(“actuaciones”), debiendo dichas actuaciones ser remitidas al órgano judicial juntamente
con las cosas secuestradas, en el plazo ordenatorio de tres días que fija la ley.
Finalmente, el art. 327, CPPCba, establece las sanciones para los Oficiales y
Auxiliares de la Policía Judicial que violaren disposiciones legales o reglamentarias, que
omitieren o retardaren la ejecución de un acto propio de sus funciones o lo cumplieren
negligentemente: apercibimiento o multa, más la suspensión hasta por treinta días, cesantía o
exoneración que pueda disponer el T.S.J.. Todo ello sin perjuicio de la responsabilidad penal
que le pudiera caber. Dichas sanciones serán impuestas por los tribunales o el Ministerio
Público, previo informe del interesado. Los oficiales y auxiliares de la Policía Administrativa en
funciones de Policía Judicial, podrán ser objeto de las mismas sanciones.
Aceptado el principio que establece que no puede haber juicio sin acusación, se
plantea en la arena político-procesal una disputa entre, básicamente, dos modelos, que
versa acerca de cuál órgano del Estado debe buscar y seleccionar las pruebas en las que se
asentará la acusación que formulará, precisamente, el órgano de la acusación.
Esos fundamentos propios de cada uno de los modelos –debe señalarse- los
vinculan, en mayor o menor medida, con alguna de las notas caracterizantes de los
distintos sistemas de enjuiciamiento penal que estudiamos en la Unidad Nº2. El esbozo
de los aludidos fundamentos será la tarea que emprenderemos en las líneas que siguen.
b) El juez debe mantenerse ajeno al conflicto planteado (ne procedat iudex ex oficio
y nemo iudex sine auctore). El compromiso con el conflicto, desde el punto
de vista convictivo, vulnera directamente la garantía de inviolabilidad de la
defensa en juicio.
96
d) La ubicación institucional del Ministerio Público (ya sea como órgano extrapoder
–CN, 120-, o dentro del Poder Judicial –Ley Orgánica del Ministerio Público
Fiscal de la Provincia de Córdoba [ley 7826], 1-, asegura en él máxima
imparcialidad y mínima permeabilidad.
f) Sólo el Fiscal acelera el proceso de manera tal que se concluya con esta
etapa previa al juicio de forma rápida y eficaz (estrategias de investigación,
compromiso investigativo y convictivo).
Los fundamentos dogmáticos que abonar esta tesis pueden resumirse en los que
siguen:
Para el caso de delitos que dan lugar a la acción penal pública, la norma del artículo
14 CPPCba dispone que, una vez que el órgano público de la acusación hubiera formulado el
requerimiento de investigación jurisdiccional contra un legislador, magistrado o funcionario
sujeto a desafuero, a juicio político, enjuiciamiento o juicio de destitución, el Juez de Instrucción
practicará la investigación jurisdiccional y podrá ordenar todas las medidas previstas en el
Código, con excepción de la requisa personal y la intervención de comunicaciones del
imputado (arts. 208 y 216, CPPCba, respectivamente). Ahora bien, cuando el titular del órgano
jurisdiccional encargado de la investigación pretendiere conducir al imputado por la fuerza
pública, detenerlo o disponer la elevación de la causa a juicio, deberá solicitar previamente
el allanamiento de su inmunidad ante quien corresponda, acompañando copia de las
actuaciones y expresando las razones que justifiquen tal solicitud. El órgano competente para
esa extracción de la protección constitucional será, según el caso, el Cuerpo legislativo o el
Jurado de Enjuiciamiento.
Por su parte, cuando se tratare de delitos que dan lugar a la acción penal privada, el
artículo siguiente (CPPCba, 15) establece que las querellas por ese tipo de injustos se
tramitarán según lo dispone el título de la ley procesal que regula, precisamente, el juicio por
delito de acción privada (Capítulo IV, del Título II, del Libro Tercero, CPPCba). Empero, el Juez
de Instrucción no podrá fijar audiencia para el debate sin solicitar previamente el
allanamiento de la inmunidad ante quien corresponda, acompañando copia de las
actuaciones y expresando las razones que justifiquen tal solicitud.
99
Si, en cualquiera de ambos casos, no se produjere el desafuero o destitución, se
dispondrá el archivo por auto fundado en que no se puede proceder. Esa detención del
proceso durará hasta tanto, por cualquier otro motivo, el funcionario llegase a cesar en sus
funciones, a partir de cuyo momento proseguirá. Durante ese lapso -afirma Clemente- se
suspende el curso de la prescripción de la acción penal (CP, 67).
El segundo párrafo del artículo 14, CPPCba, establece que, en los casos en que el
imputado amparado en privilegios constitucionales hubiere sido aprehendido en flagrante
ejecución de un delito doloso y siempre que sea necesario mantener la privación de
libertad para asegurar la investigación y la actuación de la ley, el Tribunal dará cuenta
inmediatamente al órgano competente, con la información sumaria del hecho, a fin de
que proceda a su suspensión o destitución. En los casos que prevé este párrafo, ha dicho la
CSJN, no es necesario el desafuero para enjuiciar al legislador, pero el Tribunal deberá dar
cuenta a quien corresponda dentro del término de veinticuatro horas. Se trata de la inmunidad
de arresto, o sea, la detención o privación de la libertad corporal, pero no de inmunidad de
proceso. La causa penal puede iniciarse, mientras no se afecte la libertad del imptuado, que
sólo es allanable en el caso de sorprenderse in fraganti en la comisión o tentativa del hecho
delictivo doloso.
Finalmente, el artículo 16, CPP, dispone que, cuando se proceda contra varios
imputados y sólo alguno de ellos gozara de privilegio constitucional, el proceso podrá formarse
y seguir contra todos.
Proponer diligencias probatorias, las que el Juez practicará cuando las considere
útiles y pertinentes (CPPCba, 344).
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UNIDAD 8. La investigación preliminar (continuación).
A. En sentido amplio, cabe decir que prueba es lo que confirma o desvirtúa una
hipótesis o afirmación precedente.
III. Finalmente, la prueba constituye una de las formas sustanciales del debido
proceso. Junto a la acusación, defensa y sentencia, forma el sustento definitorio de aquella
garantía constitucional. Así lo ha expresado la CSJN al sostener que la garantía de defensa en
juicio (CN, 18) exige, precisamente, la observancia de aquellas formas sustanciales del juicio. A
las mencionadas formas debiera agregarse la del recurso, forma sustancial del proceso penal
que ha adquirido nueva significación a partir de la reforma constitucional del año 1994 y la
incorporación de declaraciones, tratados y convenciones internacionales por ella incorporados
a la Carta Magna con jerarquía constitucional (CN, 75, inciso 22).
B. Desde una óptica técnica más estricta, puede analizarse el concepto de prueba
a partir del estudio de cuatro aspectos:
i. Elemento de prueba.
En primer lugar, debe señalarse que elemento de prueba, es todo dato objetivo que se
incorpora legalmente al proceso, capaz de producir un conocimiento cierto o probable
acerca de los extremos de la imputación delictiva.
• Objetividad: El dato debe provenir del mundo externo al proceso y no ser fruto
del conocimiento privado del juez, carente de acreditación objetiva.
101
• Legalidad: La prueba no debe obtenerse irregularmente, ni debe incorporarse
ilegalmente al proceso.
De otro costado, la incorporación puede ser ilegal porque no se respetan los modos
establecidos por la ley para hacerlo (juramento del testigo: CPPCba, 227).
Otro tanto ocurre, cuando no se observa una forma de recepción determinada que se
impone en virtud de los caracteres propios de la etapa del proceso que se transita (testimonios
en forma oral durante el juicio: CPPCba, 372 y 393).
Su regulación tiende a posibilitar que el dato existente fuera del proceso penetre en él
para ser conocido por el tribunal y las partes, con respeto del derecho de defensa.
102
Por último es objeto de prueba, aquello susceptible de ser probado; aquello sobre lo
cual debe o puede recaer la prueba.
El proceso penal tiende a descubrir la verdad sobre la hipótesis delictiva que constituye
su objeto, para lo cual no hay otro camino científico ni legal que el de la prueba.
La verdad es algo que está fuera del intelecto del juez, quien sólo la puede percibir
subjetivamente como creencia de haberla alcanzado. Cuando esta percepción es firme, se dice
que hay certeza, a la cual se puede definir como la firme convicción de estar en posesión
de la verdad.
La certeza puede tener una doble proyección: positiva (firme creencia de que algo
existe) o negativa (firma creencia de que algo no existe).
Pero estas posiciones son absolutas. El intelecto humano, para llegar a esos extremos,
debe generalmente recorrer un camino, debe ir salvando obstáculos tratando de alcanzar esa
certeza. Y en este tránsito se van produciendo estados intelectuales intermedios.
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Entre la certeza positiva y la certeza negativa se puede ubicar a la duda en sentido
estricto. La duda es la indecisión del intelecto puesto a elegir entre la existencia o la
inexistencia del objeto sobre el cual se está pensando, derivada del equilibrio entre los
elementos que inducen a afirmarla y los elementos que inducen a negarla, todos ellos
igualmente atendibles. O, quizás, más que equilibrio, sea una oscilación, porque el intelecto
es llevado hacia el sí y luego hacia el no, sin poder quedarse en ninguno de esos extremos
Cuando los elementos negativos son superiores a los positivos hay improbabilidad.
4. Trascendencia de los estados intelectuales en las distintas etapas del proceso (Mérito sobre
la prueba en la investigación preliminar).
La ley subordina el dictado de las decisiones judiciales que determinan el inicio, avance
o conclusión del proceso a la concurrencia de determinados estados intelectuales del juez.
En el inicio del proceso no se requiere más que la afirmación, por parte de los
órganos públicos autorizados de la posible existencia de un hecho delictivo. En ese sentido, no
se requiere determinado estado espiritual.
Para vincular a una persona al proceso como imputado, basta que exista un
estado de duda acerca de su participación punible (ya que sólo la improbabilidad impide la
convocatoria coactiva a prestar declaración indagatoria: CPP, 306, último párrafo). Sin
embargo, para imponer ciertas medidas coercitivas, la ley exige motivos bastantes para
sospechar (probabilidad) esa participación (CPP, 306, primer párrafo).
Para disponer medidas restrictivas de la libertad del imputado, la ley exige, además
de otros requisitos (CPP, 272 y 281), se exige probabilidad. En ese sentido deben
interpretarse los motivos bastantes para sospechar –detención- y los elementos de convicción
suficientes –pp-, de los arts. 272 y 281.
De todo ello surge que, con distintos alcances según el momento procesal de que se
trate –y con sentido progresivo-, las situaciones excluyentes de certeza benefician al imputado.
Este principio se evidencia con toda su amplitud al momento del dictado de la sentencia
definitiva, pues el sistema jurídico exige al tribunal, para poder dictar una sentencia de
condena, la certeza de culpabilidad del imputado. De ello se sigue que en caso de
incertidumbre éste debe ser absuelto: in dubio pro reo.
Libertad probatoria.
El art. 192, CPPCba, establece este principio, cuya vigencia se justifica plenamente en
cuanto se lo relaciona con la necesidad de alcanzar la verdad real. El mismo puede
caracterizarse así:
104
En el proceso penal todo puede ser probado, y por cualquier medio de prueba.
Por otro lado, y en relación con los medios de prueba, corresponde señalar que la ley
no exige la utilización de un medio determinado para probar un objeto específico, siendo
posible hacer prueba no sólo con los medios expresamente regulados en la ley sino con
cualquier otro no reglamentado, siempre que sea adecuado para descubrir la verdad.
La libertad probatoria respecto a los medios tiene excepciones: éstos no deben afectar
la moral, estar expresamente prohibidos (cartas sustraídas, por ejemplo), incompatibles con
nuestro sistema procesal (v. gr., juramento decisorio) o con el ordenamiento jurídico general
argentino (v.gr., que tiendan a violentar la inviolabilidad de la conciencia humana). Tampoco
serán admisibles aquéllos medios no reconocidos por la ciencia como idóneos para general
conocimiento (ej., adivinación).
Por virtud del interés público en juego en la materia criminal, los códigos en general
han puesto la mayor parte de esta actividad de los órganos públicos (MPFiscal, Policía,
Tribunales), quienes intentarán lograr el descubrimiento de la verdad sobre la imputación. Los
sujetos privados, en cambio, tratarán de introducir sólo los elementos probatorios que sean
útiles para sus intereses particulares.
En el proceso penal, en cambio, este principio no tiene ese sentido ni esos alcances en
su aplicación práctica. El imputado, en virtud de su estado jurídico de inocencia (CN, 18) no
tiene ninguna obligación de probar su inculpabilidad. Corresponde al Estado, el esfuerzo
tendiente a demostrar la responsabilidad penal, pero también con el deber de investigar las
circunstancias eximentes o atenuantes de responsabilidad del imputado, pues su actuación
debe verse presidida por un criterio objetivo.
Los órganos que deben destruir el estado de inocencia, no son todos, es decir, policía,
fiscales y jueces, sino sólo el Ministerio Público Fiscal. A éste le toca la responsabilidad
probatoria sobre los extremos de la imputación delictiva, tendiendo a su cargo, primero, la
investigación preparatoria de la acusación, y luego, el peso de la iniciativa probatoria durante el
juicio que decidirá sobre ella. El tribunal, en la etapa preliminar, sólo tendrá atribuciones de
control y decisión provisional; en el juicio deberá juzgar imparcialmente, no investigar.
Pero, en suma, no se puede decir tampoco que el MPF tenga la carga de la prueba de
la acusación, pues su interés no es el de lograr cualquier condena, sino una condena arreglada
105
a derecho, de modo que incluso frente a la absolución su interés quedará satisfecho si ella
fuera justa. Pero sí tiene la responsabilidad de procurar la prueba sobre los extremos de la
imputación delictiva.
I. Proposición
II. Recepción
III. Valoración
En la historia del proceso penal –explica Balcarce- cuatro han sido los criterios de
valoración de la prueba, a saber:
I. Prueba legal;
Como ejemplo del primer supuesto, Cafferata Nores señala la norma que establece que
el testimonio conteste de dos personas de buena fama será plena prueba del hecho sobre el
cual recaiga. Como ejemplo del segundo, se recuerda la que impedía tener por acreditado el
hecho delictivo si no constaba la existencia del cuerpo del delito.
Si bien este sistema, propio de los jurados populares, tiene una ventaja sobre el de la
prueba legal, pues no ata la convicción del juez a formalidades preestablecidas, presenta como
defecto evidente el de no exigir la motivación del fallo, generando el peligro de arbitrariedad y,
por ende, de injusticia.
Claro que si bien el juez, en este sistema, no tiene reglas que limiten sus posibilidades
de convencerse, y goza de las más amplias facultades al respecto, su libertad tiene un límite
infranqueable: el respeto de las normas que gobiernan la corrección del pensamiento humano.
La libre convicción se caracteriza, entonces, por la posibilidad de que el magistrado logre sus
conclusiones sobre los hechos de la causa valorando la prueba con total libertad, pero
respetando, al hacerlo, los principios de la recta razón, es decir, las normas de la lógica –leyes
de coherencia y derivación, y sus principios de identidad, no contradicción, tercero excluido y
razón suficiente-, de las ciencias y de la experiencia común.
El art. 193, CPPCba, impone este sistema de valoración de la prueba, que, valga
agregar, requiere de dos operaciones intelectuales: la descripción del elemento probatorio (p.
ej., lo que el testigo dijo), y su valoración crítica, tendiente a evidenciar su idoneidad para
fundar la conclusión que en él se apoya.
7. Reglas y exigencias formales para los actos relacionados con el mérito probatorio:
En cuanto a la estructura del acto, podemos sostener que la declaración del imputado
se desarrolla sobre la base de tres momentos fundamentales.
El acto continúa –agrega Clariá Olmedo- con una serie de informaciones tendientes a
determinar la deposición sobre el hecho y en su caso a darle la base u orientarla.
Esencialmente consiste en la intimación, la defensa técnica y el derecho de abstención.
Finalmente, tiene lugar la declaración sobre el hecho (arts. 262 CPPCba y 299
CPPNación).
Cuando el imputado manifiesta que quiere declarar, tiene lugar el elemento medular del
acto (Clariá Olmedo). Es la exposición sobre los hechos libremente vertida por el imputado.
Debe comenzar por una invitación para que el perseguido penalmente exponga lo que desee
sobre el hecho intimado y proponga las medidas de investigación que lo favorezcan. Después
se autoriza el interrogatorio, consistente en preguntas, que no pueden ser coactivas ni
ardidosas (arts. 263 CPPCba y 299 CPPNación), orientadas a esclarecer los hechos relatados
por el imputado.
108
La prisión preventiva, medida de coerción personal del imputado más gravosa
que contemplan nuestras leyes fue ya estudiada en la Unidad 3 de esta asignatura, a
donde remitimos en premio a la brevedad.
Así, siempre que se verifiquen los extremos que justifican esta medida coercitiva (art.
281 CPPCba), la misma será dispuesta mediante una resolución que deberá contener los datos
personales del imputado o, si se ignoraren, los que sirvan para identificarlo; una sucinta
enunciación de los hechos; los fundamentos de la decisión; la calificación legal del delito, con
cita de las disposiciones aplicables, y la parte resolutiva.
La providencia debe asumir la forma de auto, el cual deberá contener, bajo pena de
nulidad, los datos personales del imputado o, si se ignoraren, los que sirvan para identificarlo;
una somera enunciación de los hechos que se atribuyan y de los motivos en que la decisión se
funda, y la calificación legal del delito, con cita de las disposiciones aplicables.
110
UNIDAD 9. Los medios de prueba en particular en el proceso penal.
Lleva razón el último autor citado, en cuanto que los códigos regulan esos medios en
todo su desarrollo, caracterizando el órgano y el procedimiento para la recepción.
En lo que sigue, procuraremos desarrollar los medios que prevé de modo particular la
ley procesal y lo haremos según el orden de aparición en que ella los regula.
2. Inspección y reconstrucción.
Esa percepción puede ser de visu o por otro medio sensorial. El sentido de los seres
humanos que se utiliza para realizar este medio probatorio está indudablemente determinado
por la naturaleza del hecho que se pretende probar. Los ejemplos de Clariá Olmedo son
suficientemente ilustrativos: por el tacto puede percibirse la aspereza de un cuerpo; por el oído
puede apreciarse el tumulto de una calle.
La inspección judicial, cualquiera sea el objeto sobre el cual recaiga, tiene la misma
regulación legal, aun cuando se puedan advertir modalidades especiales en orden a sus fines y
medios auxiliares, según se trate de personas, cadáveres, cosas o lugares (Cafferata Nores).
El fin primordial de la inspección judicial surgen de la propia ley. Así, los artículos 195
CPPCba y 216 CPPNación establecen que ella se enderezará a comprobar los rastros y otros
efectos materiales que el hecho hubiera dejado. Rastros, explica Cafferata Nores, son las
huellas que indican directamente la existencia del delito (v. gr., desgarros himeneales que
indican la violación; rotura de cerradura que indica el desapoderamiento con fuerza en las
cosas; quemaduras de pastos que indican el incendio intencional). Efectos materiales del
111
hecho, por su parte, son modificaciones del mundo exterior producidas por el delito, pero que, a
diferencia de los rastros, no indican directamente su comisión.
Todo lo percibido será descrito detalladamente en un acta que se labrará a tal fin.
Para mayor eficacia de las inspecciones, tiene también la facultad de ordenar todas las
operaciones técnicas y científicas convenientes, pero, como no se trata de peritajes o
interpretaciones ordenadas con arreglo a los artículos 231 y 247 CPPCba, y 253 y 268
CPPNación, respectivamente, es decir, no se trata de una prueba a cargo de aquéllos, no rigen
las disposiciones sobre tales operaciones (Núñez).
Se tratan todos estos de medios auxiliares con que el órgano judicial cuenta para la
realización del medio de prueba que nos ocupa.
Con arreglo a lo dispuesto por la ley, la inspección puede realizarse en relación con
personas, cadáveres, cosas y lugares.
La inspección puede realizarse sobre el cuerpo de una persona, tanto de sus partes
normalmente exhibibles como de las zonas pudendas, pero en este último caso, habrá que
cuidar que se respete el pudor del examinado. Pero también autoriza la ley la inspección
mental, consistente en la verificación personal del titular del órgano judicial sobre las huellas
psíquicas que el delito ha causado (v. gr., estado depresivo), aunque es valor entendido que
regularmente el acto requerirá el auxilio pericial (Cafferata Nores).
La inspección puede recaer sobre el imputado o sobre terceras personas. Con relación
al primero, explica aquel autor, se la autoriza con tal que sea necesaria para la investigación.
Con relación a terceros, en cambio, la ley exige grave y fundada sospecha o absoluta
necesidad, porque se trata de personas sobre quienes no pesa sospecha de participación
criminal.
Finalmente, la inspección de lugares tiene por finalidad verificar los rastros y otros
efectos materiales que el hecho hubiera dejado allí (p. ej., impacto de bala en la pared;
112
manchas de sangre en el piso, etcétera). Sin embargo, la inspección de lugares será
procedente también con otras finalidades, como la verificación de la intensidad del tránsito en
una bocacalle, la luminosidad del lugar del hecho, etcétera. No sólo respecto del lugar en que
se habría cometido el delito que se investiga, puede realizarse la inspección; antes bien, ella
puede ejecutarse respecto de otros lugares (v. gr., el lugar desde el cual el testigo dijo que
pudo ver el hecho, para verificar si es cierto que desde allí pudo verlo).
Mediante ella, dice Cafferata Nores, se pretende evocar un suceso, poniendo en juego
todos los elementos materiales y personales que debieron contribuir a su formación.
El acto, entonces, consiste en ubicar y hacer actuar en el lugar del hecho a todas las
personas y cosas que aparezcan como que han estado en el momento de cometerse el delito,
buscando reproducir las conductas y cambios operados y simulando los resultados.
Es éste un medio de prueba muy eficaz en el proceso penal, y con frecuencia sirve a la
defensa del imputado ante la posibilidad de destruir pruebas de cargo.
3. Registro y requisa.
Al igual que la requisa, el registro se trata, en realidad, de una medida de coerción real,
puesto que consisten en limitaciones a derechos constitucionalmente protegidos (domicilio,
otros lugares e intimidad corporal), cuya finalidad es llevar a cargo una medida de coerción
inmediata de carácter real o personal o, en su caso, obtener elementos de prueba para el
proceso (Ayán- Balcarce).
Para el acto de registro se podrá utilizar la fuerza pública para prevenir cualquier tipo
de resistencia, pudiendo aquel ser practicado directamente por el órgano judicial o ser delgado
en funcionarios de la Policía Judicial. En este caso, explican Ayán y Balcarce, la ley se
preocupa en imponer estrictas precauciones para ajustarse a las garantías constitucionales, las
que fundamentalmente se traducen en el libramiento y requisitos de la orden y en la asistencia
del delegado por un testigo que, en lo posible, sea extraño a la repartición policial.
La orden debe ser escrita y debe contener, bajo pena de nulidad, el nombre de la
persona a quien se encarga la realización de la medida, e indicar el día hora y lugar en que
debe practicarse (artículos 203 CPPCba y 224 CPPNación).
El acta, previa lectura, deberá ser firmada por todos los concurrentes al acto; cuando
alguno no pudiere o no quisiere firmar, se hará mención de ello y se expondrá la razón
(artículos 207, quinto párrafo, CPPCba, y 228, cuarto párrafo, CPPNación).
En muchos casos, enseñan Ayán y Balcarce, se hace necesario que la justicia penetre
a un local cerrado para practicar determinados actos indispensables o necesarios para el
desenvolvimiento del proceso: inspección, registro, reconstrucción, secuestro, etcétera. Si la
persona que tiene derecho a excluir a terceros o a cuyo cargo está la custodia del lugar presta
su consentimiento para esa penetración, su actitud significa una colaboración para el acto a
cumplir, que salva el primer obstáculo de carácter jurídico consistente en la garantía
constitucional de la inviolabilidad del domicilio (artículo 18 CN; artículo 45 Const. Pcial.).
Sólo puede disponerlo un órgano jurisdiccional (artículo 203, primer párrafo, CPP), el
cual tiene la opción de cumplirlo directamente o delegarlo en un funcionario de la Policía
Judicial (artículos 203, segundo párrafo, CPPCba, y 224, segundo párrafo, CPPNación).
114
Desde el punto de vista de las formalidades y de las circunstancias fácticas que
concurran en el caso concreto, se distinguen –indican Ayán y Balcarce- dos especies de
allanamiento: el allanamiento con orden y el allanamiento sin orden.
Las previsiones más estrictas (artículos 204 CPPCba y 225 CPPNación) son las
referentes a los lugares habitados o sus dependencias cerradas, vale decir, los que el Código
Penal (artículo 150) capta con la expresión “morada” y las “dependencias”, restringiéndola a
esta última, a los espacios materiales que sin hacer parte del lugar habitado en sí, representan
lugares cerrados que lo complementan sin solución de continuidad. Las formalidades de esta
clase de allanamiento se prevén en los artículos 207 CPPCba y 228 CPPNación. Por otro lado,
la ley contempla en forma específica el allanamiento de otros locales distintos de la morada
(artículos 205 CPPCba y 226 CPPNación).
La requisa se puede practicar sobre una persona (artículos 208 CPPCba y 230
CPPNación), que puede ser tanto el imputado como una persona que no revista tal calidad.
Además de realizarse en el cuerpo de la persona (v. gr., la boca, las axilas, los intersticios entre
los dedos, el recto, la vagina), puede extenderse a lo que lleva sobre sí misma (ej., vestido
exterior, ropa interior), pero no lo que lleva consigo (v. gr., paquete, bulto, cesto) o en forma
separada (ej., las que habiendo estado sobre una persona se encuentran separadas en la
actualidad como el sombrero).
La requisa es una actividad previa al secuestro de las cosas relacionadas con el delito,
aseveran Ayán y Balcarce. Cosas relacionadas con el delito, explican los mismos autores, son
sólo las pertinentes al delito, o sea, las cosas afectadas materialmente por el delito (v. gr., la
cosa dañada) y los instrumentos del delito; y, además, las cosas utilizadas para la preparación
del delito o para asegurar o aprovechar sus resultados (cuerpo del delito).
4. Secuestro.
115
El acto en sí, agrega el autor mencionado, se agota con la aprehensión de la cosa,
pero el estado coercitivo se manifiesta en la retención por custodia o depósito.
Como regla, el acto requiere la orden judicial, y su cumplimiento puede ser delegado a
un funcionario policial (artículos 210 CPPCba y 231 CPPNación).
Sujeto pasivo del secuestro, enseña Clariá Olmedo, es el tenedor del objeto sin que al
respecto haya limitaciones.
Ese objeto debe consistir, agrega, en cosa mueble o efecto con significación
representativa pero en su materialidad. Las leyes se refieren a las cosas relacionadas con el
delito, a las cosas sujetas a confiscación y a las que pueden servir como medio de prueba
(artículos 210 CPPCba y 231 CPPNación).
La ley excluye como objeto de esta medida de coerción real, a las cartas, documentos
o grabaciones que se envíen o entreguen a los defensores para el desempeño de su cargo
(artículos 212 CPPCba y 237 CPPNación). La razón de la regla, señala Núñez, es la
presunción del secreto profesional puesto al servicio de la libertad de la defensa penal o civil. El
remitente puede ser la parte defendida o un tercero. El desempeño del cargo, como finalidad
del envío o entrega, no sólo comprende la utilización de las cartas y documentos como
pruebas, sino a los efectos de la ilustración del defensor sobre el caso.
Los efectos secuestrados serán inventariados y puestos bajo segura custodia, siendo
conservados y asegurados hasta que se cumpla la finalidad de la medida (artículos 217
CPPCba y 238 CPPNación). Quedarán reservados en el Tribunal o se dispondrá su depósito
(artículos 213 CPPCba y 233 CPPNación).
5. Testigos.
Es prueba muy importante en el proceso penal, sostiene con acierto Clariá Olmedo,
quien, sin embargo, advierte que ella es peligrosa para el descubrimiento de la verdad. Su
fundamento moral, explica, se encuentra en la necesidad de acordar que el testigo por regla no
intenta engañar.
Es claro, por otra parte, que el conocimiento que pueda tener el testigo sobre los
hechos investigados deberá haberlo adquirido por percepción sensorial y antes de ser llamado,
puesto que, si previo encargo judicial refiere conclusiones a las cuales ha llegado por sus
conocimientos científicos, técnicos o artísticos, no se tratará propiamente de un testigo, sino
más bien de un perito (Cafferata Nores).
El testigo, pues, es un simple particular que, cuando es requerido, cumple con el deber
cívico de testimoniar. Es insustituible, lo que conduce a la imperatividad para comparecer y
deponer ante el tribunal. Esta sujeción, explica Clariá Olmedo, está impuesta por normas
penales sustantivas (artículo 243 CP) y asegurada por normas procesales (artículos 219
CPPCba y 240 CPPNación). Sin embargo, se dan algunas excepciones. Pueden abstenerse de
116
concurrir al llamamiento del tribunal penal: 1) los que tienen derecho a deponer por informe,
vale decir, el Presidente y Vicepresidente de la Nación; los Gobernadores y Vicegobernadores
de las Provincias; los Ministros y Legisladores; los miembros del Poder Judicial, nacionales y
provinciales y de los Tribunales Militares; los Ministros Diplomáticos y Cónsules Generales; los
Oficiales Superiores de las Fuerzas Armadas en actividad; los dignatarios de la Iglesia y los
Rectores de las Universidades Oficiales (artículos 228 CPPCba y 250 CPPNación); 2) los que
por impedimento físico deben ser examinados en su domicilio (artículos 229 CPPCba y 251
CPPNación).
No obstante lo señalado, hay ciertas hipótesis en las cuales, por diversas razones, la
ley prohibe la declaración del testigo o deja librada a su voluntad el prestarla o no.
Los artículos 221 CPPCba y 244 CPPNación imponen a ciertas personas el deber de
abstener de declarar sobre los hechos secretos que hubieran llegado a su conocimiento en
razón del propio estado, oficio o profesión. Es que, un interés no menos elevado que el de la
justicia misma se puede oponer, en estos casos, “a que el depositario por su profesión de un
secreto, lo revele a la justicia cuando es citado como testigo” (Castro). Empero, cuando sean
liberados por el interesado del deber de guardar secreto, las personas mencionadas por
aquellas normas no podrán negar su testimonio, salvo los ministros de un culto admitido
(artículos 221 CPPCba y 244 CPPNación).
La ley regula la recepción del testimonio, en forma minuciosa. De ese modo puede
advertirse, en los artículos 227 CPPCba y 249 CPPNación.
6. Peritos.
117
La pericia introduce al proceso un juicio técnico o científico que permite comprender el
objeto de prueba. No es medio de obtención de ese objeto, remarca Clariá Olmedo, sino de su
explicación.
Ilustrativa resulta la explicación que da Cafferata Nores del fundamento de este medio
probatorio. Así como para fundar la necesidad del testimonio se ha dicho que el juez “no puede
verlo todo”, señala, con igual o mayor razón se ha señalado que “tampoco puede saberlo todo”.
Pariendo de esta base, explica, en ciertos casos se impone la intervención en el proceso de
una persona que sepa lo que el juez no sabe: es el perito, sujeto al cual el magistrado debe
ineludiblemente recurrir cuando ha verificado que para descubrir o valorar un elemento de
prueba son necesarios determinados conocimientos artísticos, científicos o técnicos (cfr.
artículos 231 CPPCba y 253 CPPNación).
Lleva razón el autor citado, respecto de que el juez sólo podrá requerir el auxilio del
perito respecto de cuestiones de hechos, nunca sobre cuestiones jurídicas, así como tampoco
sobre las consecuencias legales de los hechos que éste descubra o valore en su existencia,
causas o efectos. Pero se debe dejar bien sentado, destaca, que el perito no es “el juez de los
hechos”, como quizá lo fue en sus orígenes históricos. Al contrario, su opinión no vincula al
tribunal: será tomada en cuenta como una prueba más y valorada tanto individualmente como
en el conjunto probatorio general. Y si de tal ponderación surgen motivos para descalificar el
dictamen, concluye Cafferata Nores, el magistrado podrá prescindir de él, e incluso llegar a una
conclusión contraria, siempre que no pretenda sustituir al perito.
Lo expuesto es así, ya que no pueden ser peritos los menores de veintiún años de edad
(artículos 234 CPPCba y 126 CC).
Ni tampoco, en principio, quienes carecen de título habilitante (artículos 232 CPPCba y 254
CPPNación. Decimos en principio debido a que la ley establece de modo expreso que, a falta
de título, deberá designarse a persona de idoneidad manifiesta (artículo 232 CPPCba) o de
conocimiento o práctica reconocidos (artículo 254 CPPNación).
Toda vez se pretende que el aporte probatorio sea serio, el requisito básico para ser perito
es la idoneidad, derivada de su capacidad científica, técnica o artística necesaria para
descubrir o valorar el elemento de prueba que ni el juez ni el común del agente podrían
descubrir o valorar (Cafferata Nores). Consecuentemente, se establece la imposibilidad para la
actuación como peritos de los “inhabilitados” (artículos 234 CPPCba y 255 CPPNación), es
decir, aquellas personas que no pueden desempeñar las tareas propias de su título, por
disposición de autoridades profesionales o gremiales que gobiernan la actividad científica,
artística o técnica de que se trata.
118
Finalmente, de igual modo se encuentran excluidos los condenados (artículos 234
CPPCba y 255 CPPNación). Ello deriva, entiende Cafferata Nores, de que el perito debe estar
libre de toda sospecha.
Por la elección –enseña Clariá Olmedo- se distingue el perito nombrado de oficio por el
tribunal (artículos 236 CPPCba y 258 CPPNación) o a propuesta de parte, conocido este último
por contraloreador (artículos 237 CPPCba y 259 CPPNación). A su respecto, corresponde
destacar que el CPPCba, a diferencia del de la Nación (artículo 257 CPPNación), no exige al
perito de control la prestación de juramento al aceptar el cargo (artículo 237 CPPCba), con el
objeto de reconocer que no debe aquél ser necesariamente imparcial. Se conoce por perito
tercero, por último, al nombrado de oficio cuando los nombrados en primer término dictaminan
contradictoriamente (artículos 241 CPPCba y 262 CPPNación). Se llama perito oficial al que se
desempeña como funcionario nombrado in generi con cargo permanente para desempeñarse
cada vez que sea elegido en los casos concretos.
Cualquiera sea el tipo de perito, explica Clariá Olmedo, debe ser introducido legalmente
en el proceso para que su dictamen sea válido. Comienza con el nombramiento del elegido por
el tribunal o por cualquiera de las partes privadas en su caso. En cuanto al nombramiento de
oficio, la regla es la designación de un perito único (artículos 236 CPPCba y 258 CPPNación).
La excepción es amplia, librada al criterio exclusivo del órgano judicial de considerar
indispensable que sean más (artículos 236 CPPCba y 258 CPPNación). En caso de pluralidad,
los peritos actuarán asociados (artículos 240 CPPCba y 262 CPPNación).
Frente a algunos cas0os particulares, señala el jurista, los códigos modernos prevén
pericias especiales como la psiquiátrica (artículos 85 CPPCba y 78 CPPNación), la anatómica
o autopsia (artículos 243 CPPCba y 264 CPPNación) y la caligráfica (artículos 244 CPPCba y
265 CPPNación).
7. Intérpretes.
La exigencia del uso del idioma nacional en el cumplimiento de los actos procesales
(artículos 128 y 247 CPPCba y 114 y 268 CPPNación), explica Clariá Olmedo, impone que se
vierta a él toda expresión en lengua extranjera o en mímica. El medio es la traducción o la
interpretación, cuyos órganos son el traductor y el intérprete, quienes introducen elementos que
hacen inteligibles o comprensibles los actos ya cumplidos o mientras se cumplen.
119
En idéntico sentido caracteriza Cafferata Nores a estos medios de prueba, aclarando
que, cuando la actividad recaiga sobre documentos, se dirá que el medio empleado para verter
al idioma nacional aquellas expresiones es una traducción; si se refiere a declaraciones de
testigos o imputados, se la llamará interpretación.
8. Reconocimientos.
Aparece, así, agrega el autor, la necesidad de verificar si la persona que por responder
a las referencias suministradas ha sido indicada como autor, víctima o testigo del hecho
delictivo, en realidad es tal. Cuando para ello se la ponga en presencia de quien proporcionó
los datos, a fin de que éste, viéndola, exprese si es o no la misma, se habrá procedido a
realizar un reconocimiento de identificación.
No se trata del mero reconocimiento integrativo del dicho del testigo o imputado, ni de
la tarea identificadora de los particulares que intervienen en el proceso como partes u órganos
de prueba, asevera Clariá Olmedo, sino de un medio independiente y combinado por el cual, a
más de lo transmitido por el órgano de prueba, hay una observación inmediata del objeto
identificado y del identificador que permite captar el elemento de convicción.
El desarrollo del acto debe responder a determinados requisitos que impone la ley.
El sujeto activo del reconocimiento debe prestar juramento, por sus creencias, de decir
la verdad de cuanto supiere o le fuere preguntado, o prometer decir la verdad, salvo que se
trate del imputado (artículos 250 CPPCba y 271 CPPNación).
Antes del reconocimiento, quien haya de practicarlo será interrogado para que describa
a la persona de que se trata y para que diga si la conoce o sin con anterioridad la visto
personalmente o en imagen (artículos 250 CPPCba y 271 CPPNación).
Tras ese interrogatorio, se pondrá a la vista del que haya de verificar el reconocimiento,
junto con otras personas de condiciones exteriores semejantes, a la que deba ser reconocida,
quien elegirá colocación en la rueda. En presencia de ellas o desde un punto en que no pueda
ser visto, según se lo estime oportuno, el deponente manifestará si allí se encuentra la persona
a que haya hecho referencia, invitándoselo a que en caso afirmativo la designe clara y
precisamente (artículos 251 CPPCba y 272 CPPNación).
Los artículos 253 CPPCba y 274 CPPNación prevén esta especie de reconocimiento,
indicando los supuestos en que el mismo es procedente. Establece la ley cordobesa que ello
ocurrirá: 1) cuando quien deba ser reconocido no estuviere presente y no pudiere ser habido, o
cuando no fuere posible el reconocimiento de persona por haberse alterado sus rasgos
fisonómicos; y 2) cuando el reconociente no tuviere la obligación legal de concurrir, o cuando
no pudiere hacerlo por razones de fuerza mayor, debidamente comprobadas. El digesto
nacional, por su parte, dispone que podrá realizarse el reconocimiento por fotografía cuando la
persona a identificar o reconocer no estuviere presente y no pudiere ser habida.
9. Careos.
Cafferata Nores define al careo como la confrontación inmediata (cara a cara) entre
personas que han prestado declaraciones contradictorias sobre un hecho relevante para
el proceso, tendiente a descubrir cuál es la que mejor refleja la verdad.
121
Así puede inferirse de la regulación que traen los artículos 255 CPPCba y 276
CPPNación.
El imputado podrá ser sometido a careo sólo si prestare su asentimiento (artículos 255
CPPCba y 276 CPPNación), puesto que respecto suyo la medida funciona como medio de
defensa. Los códigos contemplan la asistencia del defensor del imputado al careo realizado por
éste, imponiéndola el CPPCba en su artículo 255 y permitiéndola el digesto nacional en el
artículo 278.
Tras la recepción del juramento, en los casos que el mismo es menester, el órgano
judicial leerá en alta voz las declaraciones que se reputen contradictorias y se llamará la
atención a los careados sobre las discrepancias, a fin de que se reconvengan o traten de
ponerse de acuerdo. El resultado de esta invitación pondrá en el proceso el elemento de
convicción, razón por la cual de la ratificación o rectificación resultante se dejará constancia,
como así también de las reconvenciones que se hagan los careados y de cuanto ocurra. No
podrá hacerse referencia en el acta, en cambio, sobre las impresiones que produzcan en el
órgano judicial las actitudes y estados psíquicos de los careados (artículos 257 CPPCba y 278
CPPNación). Así se ha dispuesto, explica Núñez, porque las impresiones del órgano judicial del
careo “perjudican la libre convicción del juez del debate”, aportando un elemento gravemente
insidioso e incontrolable.
El valor probatorio del careo, explica Cafferata Nores, podrá devenir tanto de la
superación de las contradicciones, por decisión de los intervinientes (rectificación, retractación
o acuerdo), como de los nuevos elementos que le proporcione al órgano judicial la
confrontación inmediata entre los careados, para valorar la veracidad y sinceridad de la
ratificación de los dichos discordantes.
122