Al igual que el resto de la normativa existente, las
normas tributarias que se dicten, han de registrarse en base a unos principios generales establecidos no solo dentro del marco de nuestra Constitución, sino dentro de unos principios de derecho internacional que nuestro Estado como miembro de la mas amplia comunidad internacional asume.
Todas las normas tributarias tienen por tanto un pilar
básico que es la Ley que las aprueba y determina de acuerdo con los principios constitucionales.
Podemos distinguir entre los principios dogmáticos y los
principios constitucionales.
1. Los llamados PRINCIPIOS DOGMATICOS de la LGT.
A) El principio de CAPACIDAD ECONOMICA
Este principio es el más trascendental no sólo en el
momento de creación de la norma tributaria sino también en el de su interpretación. La ordenación de los tributos ha de basarse en la capacidad económica de las personas llamadas a satisfacerlos. Esto significa que el tributo es justo si se adecua a la capacidad económica del sujeto que ha de pagarlo. Esta adecuación a la capacidad económica tiene una doble vertiente: de un lado quien no posea un determinado nivel de capacidad económica no deberá contribuir. Por otro lado, la contribución de cada uno debe establecerse, habida cuenta de la capacidad económica de los demás. El principio exige no sólo la participación en el sostenimiento de las cargas públicas, sino también que esa participación se establezca atendidos los niveles económicos de los contribuyentes, de tal modo que los titulares de una capacidad económica mayor contribuyan en mayor cuantía que los que están situados a un nivel inferior.
El tributo es justo o injusto en principio si cumple o
no con este requisito. Ahora bien, no basta con que cada figura tributaria incida sobre una manifestación de capacidad económica de los que están obligados a contribuir para ella. Es necesario además que el sistema esté configurado de tal modo que los titulares de capacidad económica, bien es razón a un tributo, bien que además el sistema debe estructurarse de tal manera que los que manifiesten mayor capacidad económica tengan una participación más alta en las entradas tributarias del Estado.
Lo que no hay que olvidar es que así como los
principios de generalidad e igualdad son principios generales del ordenamiento jurídico, sin cuya presencia y eficacia no sería posible la realización de la justicia, el principio de capacidad económica es un típico y exclusivo principio tributario. Es el criterio material de justicia.
De capacidad económica se puede hablar en dos
sentidos: - Capacidad económica absoluta que se refiere a la existencia de capacidad, a la aptitud abstracta para concurrir a las cargas públicas. En un primer momento de creación de la norma tributaria, hay que definir quienes son los sujetos con capacidad económica y para ello habrá que determinar que hechos o que situaciones son las que nos indican la existencia de la capacidad económica. Aquellos que protagonicen estos hechos indicativos de capacidad económica serán los sujetos que deben contribuir. Pueden establecerse una serie de criterios orientadores para ayudar en la tarea de decidir si un determinado hecho es o no indicativo de capacidad económica. Se consideran índices directos la percepción de rentas o la titularidad de un patrimonio y como índices indirectos la circulación de la riqueza o el consumo. Cuando un determinado hecho normalmente indica la existencia de riqueza es justo incluirlo entre los hechos indicativos de capacidad económica y por tanto susceptibles de configurar un tributo, sin que ello suponga que en circunstancias extraordinarias un mismo hecho no indique la existencia de esa capacidad. Se pone como ejemplo la posesión de un perro o la propiedad de un piano. Normalmente, la posesión de un perro no indica capacidad económica, lo que no excluye que en ciertos supuestos extraordinarios tal situación pueda ser una manifestación de riqueza. El ejemplo del piano ilustra el caso contrario.
- La capacidad económica relativa supone la absoluta y se
dirige a delimitar el grado de capacidad, el quantum, opera en el momento de determinación de la cuota. La determinación de los criterios que conducen al descubrimiento de la capacidad económica relativa ha seguido el método de fijar la extensión y las manifestaciones de la riqueza imponible y los métodos impositivos. Respecto a la extensión y manifestación de la riqueza imponible, la doctrina distingue entre los tributos que están estructurados en base a índices directos de capacidad económica, de aquellos otros que se han establecido teniendo en cuenta índices indirectos. El principal índice directo era la percepción de una renta, por lo que la renta debe ser neta, individual, actual y disponible. Por lo que se refiere a los índices indirectos, la doctrina distingue: . las exacciones que recaen sobre el tráfico patrimonial de las que gravan el gasto o el consumo. . En el primer caso, se estima generalmente que el principio de capacidad económica se cumple siempre que sea el adquirente el obligado al pago y se gire el tributo sobre el valor real de la cosa transmitida. . En el segundo grupo, de los impuestos que gravan el gasto o el consumo, no existe dificultad alguna en el terreno teórico en el sentido de que el gasto en bienes de consumo necesarios no debe estar sujeto a tributación, pero este acuerdo pierde eficacia en la práctica por dos razones fundamentales: porque no es fácil trazar la ralla divisoria entre los bienes necesarios y los que no lo son y por que las necesidades financieras del Estado estimulan constantemente la creación de tributos de esta naturaleza en la mayoría de los países.
B) El principio de LEGALIDAD TRIBUTARIA
La facultad de establecer tributos es exclusiva del
Estado y se ejercerá mediante Ley votada en Cortes.
Todos los elementos estructurales del tributo, es decir,
todos los que componen y hacen posible la determinación de la cuota tributaria y la fijación de los sujetos acreedor y deudor, han de ser establecidos por la Ley.
Sobre este principio de legalidad muchas veces se
producen quiebras del mismo porque una serie de normas reglamentarias pisan la parcela que corresponde a la ley, cuestión que debe evitarse a todas luces.
C) El principio de SEGURIDAD JURIDICA.
Toda modificación de Leyes o Reglamentos tributarios
contenga una redacción completa de las normas afectadas de tan gran utilidad, ya que una de las causas más frecuentes de inseguridad jurídica consiste justamente en la dificultad de fijar las materias vigentes y las derogadas. D) El tributo como INSTRUMENTO DE POLITICA ECONOMICA
Los tributos además de ser medios para recaudar
ingresos públicos, han de servir como instrumentos de la política económica general, atender a las exigencias de estabilidad y progresos sociales y procurar una mejor distribución de la renta nacional.
2. Los llamados PRINCIPIOS CONSTITUCIONALES FINANCIEROS.
Los modernos textos constitucionales manifiestan una
creciente preocupación por las cuestiones relacionadas con los sistemas de ingresos y gastos públicos en un doble sentido.
Por una parte, en lo que se refiere a la estructura
del poder financiero, es decir, al reparto de competencias entre los distintos órganos que se integran en la organización estatal, las Constituciones señalan cuáles de ellos ostentan poderes en este ámbito y su alcance.
Por otra parte, los textos políticos básicos sientan
criterios relativos a los principios fundamentales a que debe someterse la materia financiera con la finalidad de plasmar positivamente un determinado ideal de justicia, acorde con los sentimientos comunitarios correspondientes a cada país y a cada momento histórico determinado. A su vez, estos principios abarcan los dos grandes sectores de la actividad financiera de los entes públicos, los ingresos y los gastos. Las normas constitucionales dicen que: - Todos contribuirán al sostenimiento de los gastos públicos de acuerdo con su capacidad económica mediante un sistema tributario justo inspirado en los principios de igualdad y progresivamente que, en ningún caso, tendrá alcance confiscatorio. - Sólo podrán establecerse prestaciones personales o patrimoniales de carácter público con arreglo a la ley.
Se deduce de este precepto que los principios
constitucionales tributarios pueden clasificarse en dos grandes grupos: . un principio formal que es el de legalidad y reserve de ley . y otros materiales que son el de generalidad, capacidad económica, igualdad, progresividad y no confiscatoriedad. PRINCIPIO DE LEGALIDAD O DE RESERVA DE LEY
El principio de legalidad o de reserva de ley es un
instituto de carácter constitucional que constituye el eje de las relaciones entre el poder legislativo y el ejecutivo en lo referente a la producción de normas, que persigue precisamente excluir para ciertas materias la posibilidad de normación por via distinta de la legislativa.
Aparece la reserva de ley como reserva de normación
relativa a aquellas normas que tienen rango primario en el ordenamiento. Pero la reserva de ley puede a su vez concebirse de dos modos distintos: . el primero muy estricto y riguroso, sostiene que existen materias que sólo pueden ser disciplinadas mediante normas primarias de rango legal, es decir, que sólo pueden ser objeto de regulación a través de leyes, sin que sea posible que ninguno de los aspectos de estas materias sea regulado por normas de rango secundario. . el segundo modo, de índole más flexible, supone que, en determinadas materias, existan algunos aspectos primarios o sustanciales que deben ser regidos por normas de rango legal, lo que no excluye la concurrencia de otras normas secundarias que vienen a disciplinar aspectos accesorios o menos trascendentes de esas mismas materias.
PRINCIPIOS MATERIALES DE JUSTICIA.
El apartado 1 del artículo 31 establece que todos
contribuirán al sostenimiento de los gastos públicos de acuerdo con su capacidad económica mediante un sistema tributario justo inspirado en los principios de igualdad y progresividad que, en ningún caso, tendrá alcance confiscatorio. Así, los principios formulados por el texto constitucional son los siguientes: - El de generalidad. - El de capacidad económica. - El de igualdad. - El de progresividad. - El de no confiscatoriedad.
Hay que señalar que todos ellos son aspectos parciales
de un único principio,el de justicia, proclamado por el texto constitucional y que en el análisis particular de cada uno de ellos han de tenerse presentes los restantes para su debida comprensión. 1. Principio de GENERALIDAD.
El principio de generalidad significa que todos los
ciudadanos han de concurrir al levantamiento de las cargas públicas. Esto no supone que todos deban pagar efectivamente tributos, sino que deben hacerlo todos los que en base a los principios constitucionales y de las leyes que los desarrollan, tengan la necesaria capacidad contributiva, puesta de manifiesto en la realización de los hechos imponibles tipificados en la ley, es decir, que no se puede eximir a nadie de contribuir por razones que no sean la carencia de capacidad contributiva. El principio de generalidad únicamente es comprensible por tanto en relación con el de capacidad contributiva. En definitiva, este principio de generalidad lo que prohibe es la existencia de privilegios fiscales. Se encuentra declarado de una forma explícita en el artículo 31 de la Constitución y también se halla recogido en el artículo 3 de la Ley General Tributaria que dispone que la ordenación de los tributos ha de basarse en la capacidad económica de las personas llamadas a satisfacerlos y en los principios de generalidad y equitativa distribución de la carga tributaria. Las quiebras al principio de generalidad pueden producirse por diversos mecanismos técnico-jurídicos: - En un sentido muy amplio, puede considerarse que la quiebra se produce si la ley, al definir los hechos imponibles deja fuera otros hechos reveladores, de modo análogo a los gravados de capacidad contributiva. Ocurre por esa via que la carga impositiva no queda repartida con carácter general sobre todos los sujetos de igual capacidad contributiva.
El mecanismo que con mayor frecuencia puede acarrear
la quiebra al principio de generalidad es el de la exención. La exención consiste en que determinados hechos, lógicamente comprendidos dentro del presupuesto de hecho de un tributo, no hacen surgir, por determinación expresa de la ley la obligación tributaria. Pero las exenciones no siempre constituyen violaciones del principio de generalidad rectamente entendido. Muchas de ellas pueden estar impuestas por un riguroso criterio de justicia (ej. mínimo exento). Hay que distinguir por tanto cuáles son las exenciones que infringen dicho principio y cuáles no. Para que no contradiga el principio de generalidad, la exención ha de tener su fundamento en el principio de justicia tributaria. Debe eximirse lo que es justo que no tribute. No debe eximirse lo que es justo que tribute. Se ponen de nuevo en contacto el principio de generalidad y el principio de capacidad contributiva.
2. Principio de CAPACIDAD ECONÓMICA y principio de
IGUALDAD. La idea de igualdad es la expresión lógica del valor justicia. Por eso el principio de igualdad es el criterio central en materia de distribución de la carga tributaria y de él se pueden deducir todos los demás. Supone este principio que el reparto de los tributos se haga tratando por igual a los contribuyentes. Pero esta igualdad no puede ser puramente aritmética. La verdadera igualdad exige el tratamiento desigual de situaciones desiguales. La ciencia y las legislaciones se han esforzado en hallar el criterio para la clasificación de las diferentes situaciones en que los individuos pueden encontrarse frente al tributo y así poder adecuar el gravamen a cada una de estas situaciones. Desde antiguo este criterio se ha encontrado en lo que usualmente se denomina “capacidad contributiva”. El principio de igualdad en materia tributaria se reduce prácticamente al principio de capacidad contributiva. Los textos fundamentales de diversos países declaran que los tributos se han de distribuir con arreglo a la capacidad contributiva, y con ello ponen al intérprete ante la exigencia inexcusable de determinar el alcance de este concepto. La reacción de los juristas ante este mandato ha sido diversa y la cuestión se ha mezclado con la de la naturaleza jurídica de los preceptos dogmáticos constitucionales.
La doctrina ha formulado la distribución entre capacidad
contributiva absoluta y capacidad contributiva relativa. La primera es la aptitud abstracta para concurrir a las cargas públicas. La segunda es el criterio que ha de orientar la determinación de la concreta carga tributaria. Cada una de estas especies de capacidad contributiva se tiene en cuenta en un momento distinto del establecimiento de los tributos. La primera, en el momento de la delimitación de los presupuestos de hecho. La segunda, en el de la fijación de los elementos de cuantificación de la deuda tributaria. Es interesante destacar la terminología empleada por el texto constitucional. La capacidad contributiva se identifica en nuestro sistema con la capacidad económica. 3. Principio de PROGRESIVIDAD y CONFISCATORIEDAD. El principio de progresividad como forma de conseguir la efectiva igualdad, supone que la carga tributaria se reparta en forma más que proporcional, atendiendo el nivel de capacidad contributiva de los contribuyentes. En la medida en que la progresividad se predica del sistema, considerado en su conjunto, y no de cada uno de los tributos que lo integran, nada consta a que se puedan aplicar alícuotas proporcionales e incluso regresivas siempre que se mantenga la progresividad del sistema. Por otra parte, la progresividad encuentra sus límites en el artículo 31 de la Constitución en cuanto que el sistema tributario nunca podrá tener alcance confiscatorio. La no confiscatoriedad del sistema tributario opera como límite de la progresividad y como límite de las facultades impositivas públicas, en el sentido de que suponga destrucción del patrimonio que los contribuyentes ostentaban antes de su puesta en vigor, de tal modo que el respeto a la propiedad privada y al la herencia puedan conjugarse con la distribución equitativa de la renta. Las dificultades que este empeño supone son manifiestas, por lo que habrá de ser una minuciosa jurisprudencia del Tribunal Constitucional la que a la vista de la realidad, vaya configurando la concreción de los límites en que han de moverse las facultades tributarias de los entes públicos.
PRINCIPIOS DERIVADOS DEL DERECHO DE LA UNION EUROPEA
Nuestra incorporación al proceso comunitario supone la
puesta en escena de un nuevo Ente institucional con competencias financieras, la “Comunidad Europea”, entendida como conjunto de instituciones de la Unión Europea que desarrollan los objetivos de los Tratados comunitarios, con el consiguiente “nuevo sujeto activo” creador de Derecho y capaz de adoptar decisiones normativas de establecimiento o modificación de tributos. Los recursos financieros internos quedan afectados también por las normas comunitarias.
Alrededor de los principios tributarios clásicos han
surgido otros criterios o postulados que se erigen en configuradores del “sistema fiscal”. Se trata, entre otros, de: - los principios de neutralidad tributaria - del beneficio como fundamento de la tributación y - de la fundamentación de la capacidad de pago en la realización de actividades contaminantes, - el principio de proporcionalidad - el de intervención mínima - o el de la reducción de la presión fiscal indirecta.
El análisis de algunas cuestiones como la de
determinar en qué medida la progresividad constituye una exigencia mínima e irrenunciable en la estructuración de la fiscalidad indirecta sobre el consumo, en el terreno de la justicia fiscal, habrá de planearse “atendiendo no sólo a la lógica interna de los respectivos sistemas fiscales nacionales, sino en función también de la lógica y de la coherencia del propio sistema comunitario”.
La justicia debe primar sobre la armonización por
acarreo de materiales y el propio Tratado de la Unión Europea impone el respeto de los derechos fundamentales, tal y como resultan de las tradiciones constitucionales comunes a los Estados miembros como principios generales del Derecho comunitario”
Existe la imperiosa necesidad de que se trabaje más en
los principios de capacidad económica y de solidaridad, en las ideas generales, las ideas políticas, en lugar de tener como prioritarios temas como los saldos netos de los Estados respecto al presupuesto comunitario, como la historia ha venido demostrando.
Por todo lo anterior, creemos necesario armonizar las
exigencias comunitarias europeas con los principios constitucionales en materia tributaria, pues en no pocas ocasiones la jurisprudencia del Tribunal de Justicia comunitario ha dejado de lado las exigencias de principios tales como el de la progresividad.
La idea de justicia fiscal se concreta en cada momento
histórico en los principios constitucionales tributarios consagrados en los respectivos ordenamientos nacionales, por lo que deben necesariamente conjugarse el orden constitucional interno y el orden constitucional comunitario
Los principios comunitarios con incidencia en Derecho
Tributario
También determinados principios comunitarios tienen
fuerte incidencia en nuestro Derecho Financiero y Tributario. Nos limitamos a exponer los principios comunitarios de construcción jurisprudencial que deben inspirar la actuación normativa, ejecutiva y judicial en materia tributaria. Muchos de ellos tienen relevancia directa en la aplicación interna de los tributos y configuran auténticos derechos comunitarios de los contribuyentes, actuando en la esfera de los deberes y obligaciones formales, en la determinación de infracciones y sanciones y en otros ámbitos.
No nos referiremos pues, a los principios jurídicos y
económicos que subyacen en la construcción comunitaria europea, esto es, a los principios jurídicos de aplicabilidad directa del Derecho comunitario, de efecto directo de sus normas sobre los particulares y del acervo comunitario ni a los principios económicos de economía de mercado, libre competencia o solidaridad.
Tales principios son reflejo de la incardinación del
conjunto del Derecho comunitario europeo en los ordenamientos internos. Tampoco tratamos, en la medida en que ya se ha anticipado, de la transformación de los principios tradicionales de tributación por efecto de los de neutralidad, beneficio, intervención mínima o el de quien contamina paga.
Las decisiones del Tribunal comunitario articulan el
principio de proporcionalidad en tres elementos íntimamente unidos: idoneidad, necesidad y proporcionalidad en sentido estricto.
La idoneidad supone que los medios elegidos no sean
inútiles para alcanzar el fin al que sirve la norma o el ejercicio de la potestad. Necesidad implica la obligación de intervenir de la forma más moderada posible sobre el patrimonio jurídico del ciudadano, en particular sobre sus derechos fundamentales. La restricción impuesta por la norma será necesaria si no hay otra que resulte menos gravosa sobre los derechos afectados y que sea al mismo tiempo susceptible de alcanzar la finalidad perseguida con igual eficacia.
En este sentido se pronuncian diversas sentencias
relativas a deberes de facturación, autorizaciones administrativas, uso de medios de prueba o criterios de valoración de la base imponible.
Por último, “proporcionalidad estricto sensu” supone
ponderar los beneficios derivados de la medida, y el sacrificio que implica para los derechos de los ciudadanos.
El principio comunitario de proporcionalidad vincula
tanto a los órganos de la Unión Europea como a los Estados miembros. Entendido como el necesario equilibrio entre la abstracción de las normas y la muy diversa capacidad organizativa y administrativa de los sujetos pasivos, que modera el ejercicio de los poderes públicos en cuanto actúan limitando la esfera jurídica de los particulares, está siendo reconocido como inspirador del Derecho público en general y, por ello, del Derecho Tributario.
Así ha sido expresamente reconocido en la Ley de
Derechos y Garantías del Contribuyente, como inspirador de la aplicación del sistema tributario, al margen de su concreción en ciertos preceptos de la Ley General Tributaria
El Tratado prohíbe “toda discriminación por razón de
la nacionalidad”, incluidas las que se producen con la exigencia de deberes formales. Esta prohibición se concreta en otras disposiciones que tratan de garantizar la libertad de circulación de personas, servicios y capitales, libre circulación de trabajadores, derecho de establecimiento, libre circulación de servicios y libre circulación de capitales.
El TJCE ha tenido ocasión de reiterar la
aplicabilidad directa de las cláusulas específicas que prohíben la discriminación por razón de nacionalidad y sólo ha admitido la invocación de la cláusula general del artículo 12 TCE en defecto de normas específicas para el caso. Ha dotado al principio de una fuerza expansiva en la armonización de la fiscalidad directa en un doble sentido:
- Por una parte, no sólo se prohíben las discriminaciones
directas en función de la nacionalidad, sino aquéllas basadas en otros criterios –por ejemplo, la no residencia en el Estado impositor- que habitualmente perjudicarán a los no nacionales. La no residencia puede constituir un motivo que justifique un trato tributario diferenciado, pero esto no sucede necesariamente.
- De otro lado, este principio no excluye la llamada
“discriminación inversa”, es decir, la discriminación de personas o productos nacionales. Sin embargo, en las resoluciones más recientes, el Tribunal ha reaccionado contra aquella discriminación inversa que supone un obstáculo a las libertades de circulación:
“aunque las disposiciones del Tratado relativas a la libre
circulación de personas no pueden aplicarse a situaciones puramente internas a un Estado miembro, no es menos cierto que el alcance del artículo 52 del Tratado no puede interpretarse de manera que excluya del ámbito de aplicación del Derecho comunitario a los propios nacionales de un Estado miembro determinado cuando éstos, por su propio comportamiento, se encuentran, respecto del Estado miembro del que son originarios, en una situación equiparable a la de cualquier otro sujeto que goza de los derechos y de las libertades que garantiza el Tratado.
Es decir, sólo se admite la discriminación inversa
cuando el trato desfavorable se produzca en un “contexto meramente nacional”
La doctrina jurisprudencial forjada ya a propósito de
este principio permite afirmar que contempla una regla rigurosamente imperativa, que goza de efecto directo y por tanto es aplicable directamente por los particulares ante los tribunales internos. Como consecuencia de ello, si una norma interna es contraria a la regla de no-discriminación comunitaria, no deberá aplicarse por el juez nacional y asimismo ser derogada por el legislador interno. Este principio nacido del Derecho comunitario y para los intereses comunitarios, se convierte así en canon de legalidad de las legislaciones tributarias internas. El ejercicio de la potestad tributaria interna queda pues limitado supranacionalmente por lo que se ha venido denominando”, “armonización negativa o de segundo grado”.
Otro de los principios comunitarios que ha de tener en
consideración el Derecho Financiero y Tributario es el de claridad y transparencia en la determinación del Derecho y deberes. Así, “según la jurisprudencia constante del Tribunal de Justicia, los principios de seguridad jurídica y de protección de los particulares exigen, que en los ámbitos abarcados por el Derecho comunitario, las normas de Derecho de los Estados miembros sean formuladas de manera inequívoca para permitir que las personas interesadas conozcan sus derechos y obligaciones en forma clara y precisa, y que los órganos jurisdiccionales nacionales aseguren su respeto”.
También el principio de confianza legítima, ha
adquirido importante significación desde las instancias del Tribunal de Justicia de las Comunidades Europeas “en virtud de la invocación de litigantes alemanes”.
Conforme al mismo, la autoridad pública infunde a los
particulares confianza en la estabilidad de sus decisiones y no puede, súbitamente, adoptar una medida que contraríe tal confianza, excepto cuando un interés público superior así lo exija. Este principio no puede invocarse por el operador económico cuando una situación existente es susceptible de ser modificada en el ámbito de la facultad de apreciación de las instituciones84, o se esté en condiciones de prever la nueva medida.
Entendemos que la construcción del principio por el
Tribunal comunitario es plenamente aplicable en los ordenamientos internos y en particular, en la actividad interpretativa, normativa y aplicativa de la Administración tributaria, a pesar de su problemática aceptación, al menos con un “perfil propio” en los Estados miembros, donde pueden encontrarse los más variados ejemplos de recepción. Precisamente por ello, la construcción jurisprudencial comunitaria puede limar las connotaciones singulares de los ordenamientos nacionales, especialmente respecto a la afirmación de los supuestos que generan “base de confianza” por “compromiso de autoridad” que sólo puede darse en un contexto de “relación contractual o cuasi-contractual” con el sujeto ordinario.
Finalmente, en el orden de los procedimientos
tributarios, se ha enunciado por el TJCE el principio de equivalencia y efectividad en la devolución de ingresos indebidos. El principio de equivalencia supone que la regulación interna no debe ser más desfavorable que la referente a los recursos de naturaleza interna, cuando se trata de una infracción al Derecho comunitario. Así, “el respeto al principio de equivalencia exige, que el procedimiento controvertido se aplique indistintamente a los recursos basados en la vulneración del Derecho comunitario y a los que se fundamentan en el incumplimiento del Derecho interno, cuando se trata de un mismo tipo de tributos o exacciones. En cambio, este principio no puede interpretarse en el sentido de que obliga a un Estado miembro a extender a todas las acciones de devolución de tributos o exacciones percibidos en contra de las disposiciones de Derecho comunitario un régimen de repetición interno más favorable”.
El principio de efectividad, por su parte, significa
que el sistema interno no haga imposible en la práctica o excesivamente difícil el ejercicio de los derechos conferidos por el ordenamiento jurídico comunitario. Tal principio se ha enunciado con ocasión de la invocación por algunos Estados de plazos de prescripción o caducidad, ante reclamaciones de devolución de ingresos indebidos, más cortos que por referencia a los plazos aplicables ante infracciones de orden interno. El Tribunal ha reconocido “la compatibilidad con el Derecho comunitario de la fijación de plazos para recurrir, en interés de la seguridad jurídica, que protege tanto al contribuyente como a la Administración interesados”
Las normas fiscales en nuestro país como consecuencia de
los Tratados
El Derecho propio de cada estado se ve afectado por
las disposiciones de los Tratados, que contienen normas que rigen con efecto directo en los Estados, declaraciones de principios y bases para el Derecho derivado de las instituciones de la Unión Europea.
Éstas adoptan actos jurídicos en forma de
Reglamentos, Directivas, Decisiones y Recomendaciones, donde específicamente se contienen las medidas de armonización fiscal y aproximación de las legislaciones impositivas.
El TCE contiene un capítulo titulado “disposiciones
fiscales” en un título que recoge las “normas comunes sobre competencia, fiscalidad y aproximación de las legislaciones”.
Sin embargo, las disposiciones fiscales del Tratado
incluyen: prohibiciones de establecer entre los Estados de la Unión Europea nuevos derechos de aduana de importación y exportación o exacciones de efecto equivalente; prohibiciones de ayudas otorgadas por los Estados miembros incompatibles con el mercado común que se han aplicado para anular determinados incentivos fiscales en el sistema foral del País Vasco; bases jurídicas para luchar contra el fraude fiscal, o para adoptar medidas de armonización o de aproximación de legislaciones; obligaciones de adecuar los monopolios fiscales (petróleos, tabacos) a las normas de libre competencia.
Sin perjuicio de esta enumeración, que no pretende
ser exhaustiva, tienen especial importancia las cláusulas del Tratado que prohíben a los Estados discriminar por razón de nacionalidad en la medida en que la discriminación puede traer su causa de diferencias impositivas en función de la residencia.
Los Tratados imponen determinados límites,
prohibiciones y controles al poder impositivo de los Estados miembros, y (…) permiten a las Comunidades Europeas incidir en la legislación fiscal de los Estados miembros mediante una actividad de armonización”. Respecto a las exacciones de efecto equivalente a los derechos de aduana, el artículo 25 TCE establece una cláusula stand still (no hacer), relativa tanto a los derechos de aduana de importación y exportación así como a cualesquiera otras exacciones de efecto equivalente, conforme al siguiente tenor literal:
“Quedan prohibidos entre los Estados miembros los
derechos de aduana de importación y exportación o exacciones de efecto equivalente. Esta prohibición se aplicará también a los derechos de aduana de carácter fiscal”.
El Tribunal comunitario, en sentencia de 7 de diciembre de
1995 entendió que el arbitrio municipal sobre la importación de mercancías exigido en Ceuta y Melilla constituía una exacción de efecto equivalente (As. 45/1994), aunque nuestro Tribunal Supremo discrepó del criterio y de la acción de 13 de junio de 1998 hizo una lectura correctiva del fallo del Tribunal comunitario entendiendo que el arbitrio no incurría en tal prohibición.
El artículo 90 TCE prohíbe tanto la discriminación
tributaria de productos similares como el proteccionismo fiscal de productos concurrentes, conforme al siguiente tenor literal: “Ningún Estado miembro gravará directa o indirectamente los productos de los demás Estados miembros con tributos internos, cualquiera que sea su naturaleza, superiores a los que graven directa o indirectamente los productos nacionales similares.
Asimismo, ningún Estado miembro gravará los productos
de los demás Estados miembros con tributos internos que puedan proteger indirectamente otras producciones”. Esto es, están prohibidos los tributos internos discriminatorios para los productos de otros Estados miembros, tanto si en el Estado impositor existe producción igual o similar , en cuyo caso el criterio determinante es la existencia de una discriminación directa o indirecta -por ejemplo estableciendo diferencias, en los tipos, la determinación de la base imponible o las modalidades de percepción del impuesto- como en el caso contrario, debiendo estarse entonces al criterio de la sustitución del producto discriminado con el que potencialmente satisfaga al consumidor. También esta previsión goza de efecto directo por los particulares. Su objetivo es asegurar la libre circulación de mercancías entre los Estados miembros en condiciones normales de competencia, a través de la supresión de cualquier tipo de protección que pueda derivarse de la aplicación de tributos internos discriminatorios, garantizando así una perfecta neutralidad fiscal de los tributos internos en lo que a la competencia entre productos nacionales e importados se refiere. Aunque el precepto alude a “tributos internos”, la jurisprudencia ha entendido que caen en el ámbito de la prohibición las exacciones nacionales, regionales o locales, y no sólo si constituyen tributos en sentido estricto, sino también las exacciones parafiscales, ya que lo relevante es que la exacción nazca de “instancias públicas” y “la obligatoriedad de su pago”.
A diferencia de las exacciones de efecto equivalente
que están absolutamente prohibidas, los tributos internos sólo lo están cuando son superiores - discriminatorios o proteccionistas- a los aplicados a productos importados iguales, similares o en competencia.
Para apreciar el criterio de similitud y la potencial
concurrencia, el Tribunal de Justicia ha atendido al grado de “satisfacción de las necesidades del consumidor”, por poseer propiedades análogas o permitir satisfacer una misma necesidad, por ejemplo, el vino y la cerveza o los que tienen semejante sabor o graduación alcohólica. Esta regla del Tratado afecta al impuesto sobre el valor añadido y, en general, a los impuestos indirectos sobre la producción o el consumo de bienes específicos. La forma en que se discrimine o se proteja es indiferente. Se tiene en cuenta no sólo el tipo impositivo del gravamen, sino también las disposiciones por las que se determina la base imponible, las cuotas tributarias, los sistemas de control del pago de la exacción, las normas dictadas para su recaudación o las modalidades de percepción del impuesto. El simple hecho de que un impuesto grave las importaciones no es suficiente para considerar que sea discriminatorio. El criterio decisivo es la cuantía real de las exacciones que gravan productos nacionales, por una parte, y los productos de otros Estados miembros por otra.
Se admite, sin embargo, un régimen fiscal de favor
para determinadas categorías de productores nacionales si dichas categorías resultan de la aplicación de criterios objetivos, como son la naturaleza de las materias primas o los métodos de producción empleados, y siempre que dichas ventajas no excluyan “a priori” de su alcance a los productos de los demás Estados miembros. Se exige también por la jurisprudencia que los objetivos de política económica perseguidos sean en sí mismos compatibles con las exigencias del Tratado. En determinados casos puede ser necesario valorar el destino que se da a los ingresos que generen las exacciones. Así, por ejemplo, una exacción que se aplique con los mismos criterios a productos nacionales y de otros Estados miembros puede constituir una exacción de efecto equivalente a un derecho de aduana, si el ingreso generado se destina en su totalidad a indemnizar a los productores nacionales de los productos gravados.
Por contra, si el destino de las cantidades
recaudadas es ayudar a los consumidores de los productos gravados, la licitud del gravamen tendría que juzgarse al amparo de las disposiciones sobre ayudas estatales. Podrá entonces considerarse que el aparente tributo interno es una exacción que tiene un efecto equivalente a un derecho de aduana o que es una ayuda estatal cuando le sean aplicables bien las disposiciones del artículo 25 TCE o bien las del artículo 87 TCE.
Con arreglo al artículo 87 TCE, cualquier ayuda
concedida por un Estado miembro que falsee o amenace falsear la competencia será incompatible con el mercado común. Por lo general, cualquier elemento de ayuda que forme parte de un sistema impositivo no puede ser autorizado por la Comisión si infringe otras disposiciones del Tratado. Por ello, hay que garantizar, en primer lugar, que el gravamen en cuestión no esté en contradicción con estas disposiciones, Sólo entonces la ayuda podría declararse compatible. Antes de decidir, la Comisión analizará si efectivamente se trata de una ayuda. Si los ingresos derivados de una determinada exacción no se consignan en el presupuesto general del Estado, sino que se afectan a fines determinados, puede tratarse de una ayuda estatal en caso de que se favorezca a determinadas empresas o productos.
Las exenciones de gravámenes sobre determinados
productos pueden constituir también ayudas estatales, aun cuando tales exenciones sean necesarias para evitar que las empresas nacionales estén en desventaja con respecto a sus competidores de países donde no existan tales exacciones.
Merece tenerse en cuenta que al valorar las ayudas, la
Comisión considera tanto el origen como el empleo de los ingresos obtenidos, para tener una visión completa de la situación. En este sentido, la jurisprudencia ha entendido que la Comisión debe tener en cuenta todos aquellos factores que incidan directa o indirectamente, incluyendo las ayudas indirectas, la financiación de la ayuda y la relación entre la financiación y la cantidad que se distribuya como ayuda. La Comisión ha aplicado estas normas a algún caso español, y en particular, ha decidido que los incentivos fiscales a la inversión en el Impuesto sobre la Renta de las Personas Físicas y en el Impuesto sobre Sociedades en los territorios históricos vascos eran ayudas de Estado incompatibles con el mercado común.
Respecto a los monopolios fiscales directamente
aplicable en todos los Estados comunitarios, tiene como principal objetivo la prohibición de cualquier discriminación entre los ciudadanos de los Estados comunitarios, en lo que se refiere a las condiciones de abastecimiento y mercado, y disponía en su redacción originaria la progresiva adecuación de los monopolios estatales en los siguientes términos: “Los Estados miembros adecuarán progresivamente los monopolios nacionales de carácter comercial, de tal modo que al final del periodo transitorio quede asegurada la exclusión de toda discriminación entre los nacionales de los Estados miembros, respecto de las condiciones de abastecimiento y de mercado.
Conviene fijarse en que el precepto sólo obliga a la
“adaptación” de los monopolios de comercialización (no de fabricación) que afecten al comercio con nacionales de los “Estados miembros” y no a la supresión de los monopolios. Por otra parte, el artículo 90.2 TCE (que desaparece en la versión consolidada del Tratado) se refiere a las empresas que tengan el carácter de monopolio fiscal, determinando su sujeción a las normas del Tratado, y en especial, a las normas sobre competencia, “en la medida en que la aplicación de dichas normas no impida, de hecho o de derecho, el cumplimiento de la misión específica a ellas confiada”. Ambas previsiones han motivado la adaptación de los monopolios fiscales españoles, en la medida en que los monopolios españoles de petróleos y tabacos afectaban al comercio de estos productos.
En definitiva, las normas del Derecho comunitario
originario son vinculantes jurídicamente en los Estados miembros de la Unión Europea y han de aplicarse e interpretarse por los mismos tribunales ordinarios de acuerdo con los criterios de la jurisprudencia del Tribunal de Luxemburgo que hemos extractado.
La armonización de la fiscalidad indirecta y directa
Todo proceso de integración económica, no sólo el
modelo comunitario europeo conlleva la necesidad de armonizar normativas tributarias, básicamente por dos razones. En primer lugar, para evitar que las disparidades fiscales obstaculicen la libre circulación de mercancías, personas, servicios y capitales y distorsionen el régimen de libre y leal competencia, pues las condiciones de competencia no son equitativas si unos productores soportan más carga fiscal que otros. En segundo término, porque la plenitud de soberanía fiscal de los Estados miembros se pone en entredicho si es necesario aproximar las políticas económicas generales de los Estados miembros o instaurar una política común en ciertos sectores. Y ello por la importancia del impuesto no sólo como instrumento recaudatorio sino en su función de instrumento de intervención económica como reconoce el artículo 4 de la Ley General Tributaria, pues no se ha de olvidar que “los aspectos jurídicos y económicos de los (…) fenómenos intervencionistas van entrecruzándose, difuminando muchas veces la naturaleza de las instituciones”.
La armonización no supone la creación de un modelo
nuevo de imposición ni la unificación de los sistemas fiscales nacionales. En el ámbito comunitario, la armonización tiene un verdadero carácter instrumental para alcanzar los fines explicitados en el artículo 2 TCE, que constituyen la misión de la Comunidad. A menudo se habla indistintamente de armonizar, aproximar, coordinar o unificar, pero se trata de técnicas normativas diferentes que tienen en común el presuponer la existencia de sistemas fiscales nacionales diversos al tiempo que el pretender reducir esas diversidades, pudiendo establecerse entre ellas una relación gradual de menor a mayor.
Sí es conveniente resaltar que cuando el Tratado
utiliza el término “convergencia” está atendiendo a resultados conseguidos teniendo en cuenta factores económicos, globalizaciones económicas o desarmes arancelarios, mientras que el término “armonización” implica algo más de estrategia, eliminar las divergencias que impiden alcanzar el resultado deseado, en materia fiscal, la integración económica y el mercado interior. Se pretende evitar que las distorsiones que pudieran producirse en el caso de que no se adoptasen al unísono en los respectivos ordenamientos nacionales, las medidas legislativas de realización del mercado interior.
En materia tributaria, la adopción de Directivas exige
unanimidad en las decisiones del Consejo lo que ha dificultado un más amplio y rápido avance.
Respecto a la posibilidad de invocar directamente ante
tribunales internos las Directivas en materia de fiscalidad se admite el efecto directo vertical (frente al Estado) y se sigue negando el horizontal (frente a particulares) si bien es cierto que la progresiva ampliación del concepto de Estado que se viene afirmando en los pronunciamientos del TJCE relativiza en cierta medida la negativa a su reconocimiento.
Respecto a los impuestos indirectos, el informe
Neumark supuso en 1962, la primera gran reflexión sobre el proyecto de armonización fiscal comunitaria.
Las líneas de actuación deducidas del informe se
mantienen en la actualidad, a saber: predominio absoluto de la imposición indirecta en la línea armonizadora para limitar las distorsiones al comercio y la competencia desleal de los productos nacionales y concepción “etapista” del proceso armonizador, siendo el impuesto sobre el valor añadido el tributo “estrella de la armonización fiscal” al ser sus características las más apropiadas en un mercado integrado. Las “accisas” o impuestos especiales, debían armonizarse a la par que el impuesto sobre el valor añadido, reduciendo su número y simplificando sus características así como homogeneizándolas en el territorio comunitario.
Los avances constatados en la armonización de la
fiscalidad indirecta suponen en cierta medida un condicionante en orden al cumplimiento de principios tan importantes como el de capacidad económica. Si desde las instancias comunitarias se ha promovido y continúa legislándose la armonización de los impuestos sobre el consumo, “resulta difícil ver realizado este principio” pues “a nadie sorprenden los reparos y las objeciones con que no sólo la doctrina científica sino incluso la jurisprudencia y, en ocasiones, hasta el propio legislador, suelen referirse a la actuación del principio de capacidad en el ámbito impositivo indirecto”. Son innumerables los estudios que al ocuparse del principio de capacidad económica, se detienen a considerar las dificultades que para el acatamiento del mismo ofrece el impuesto indirecto.
También se ha aprobado en 1990 un Convenio para
suprimir los casos de doble imposición en supuestos de corrección de beneficios entre empresas asociadas. Siendo mínimas las directivas sobre imposición directa, el acercamiento de legislaciones se está produciendo de forma “consensuada” sobre todo en lo que a la imposición de las rentas del capital se refiere, por la vía de la coordinación de acciones de política fiscal. Finalmente, las conclusiones del Consejo ECOFIN, de 1 de diciembre de 1997, relativas a un Código de Conducta sobre la fiscalidad de las empresas, para evitar la competencia fiscal desleal entre los Estados miembros de la Unión Europea, también suponen un importante avance, al incluir un listado de indicios orientativos para los Estados miembros a propósito de aquellas medidas fiscales que pueden resultar perjudiciales. Sin embargo, al margen de las medidas normativas, se viene constatando un acercamiento de la imposición societaria y personal por vía de la aportación del TJCE, en lo que se ha venido a denominar la “armonización fiscal de segundo grado” sobre todo desarrollando el principio de no-discriminación por razón de nacionalidad.
EL PODER FINANCIERO
La categoría o concepto de poder tributario constituye
uno de los puntos considerados como centrales en la teoría de la imposición y del Derecho Tributario.
El artículo 133 de la Constitución Española de 1978
establece que “la potestad originaria para establecer tributos corresponde exclusivamente al Estado mediante Ley”.
Usualmente se acostumbra a definir el concepto de
poder tributario o poder de imposición por su aplicación y recaudación de los tributos, concibiéndolo así como un concepto unitario por su contenido autónomo, esto es, propio del Derecho Tributario, sin tener en cuenta los diferentes planos normativos que concurren en los actos jurídicos de creación, aplicación y recaudación de los tributos.
Se define la potestad tributaria como el poder de
establecer impuestos o prohibiciones de naturaleza fiscal, es decir, el poder de dictar normas jurídicas de las cuales nacen a cargo de determinados individuos la obligación de pagar un impuesto o respetar un límite tributario. La potestad tributaria en cuanto potestad jurídica se manifiesta en actos jurídicos que pueden ser muy diversos tanto por su naturaleza como por su contenido: establecimiento y supresión de impuesto, prórrogas de términos, concesión de exenciones, suspensión de la obligación de pago, etc.
Del examen de estas formulaciones doctrinales resulta
un concepto unitario de poder tributario o poder de imposición que engloba tanto el poder legislativo verdadero y propio como la potestad reglamentaria de la administración pública en materia tributaria.
En definitiva, toda la normativa reguladora del
tributo se refiere a una única categoría, a un concepto: el del poder de imposición o poder tributario, que de este modo viene identificado con el poder normativo en materia tributaria.
Por otro lado tenemos la potestad tributaria diciendo
que es el poder de establecer impuestos o prohibiciones de naturaleza fiscal, es decir, el poder de dictar normas jurídicas de las cuales nacen o pueden nacer a cargo de determinados individuos la obligación de pagar el impuesto o de respetar un límite tributario.
La potestad tributaria supone no sólo el
establecimiento de los tributos, sino todo tipo de actos legislativos o administrativos que supongan una decisión sobre la vida del tributo.
La doctrina española ha manifestado claramente su
repulsa a esta forma de entender el poder tributario de la doctrina italiana.
Sainz de Bujanda ha considerado que emplear normas
que regulen el régimen de los ingresos y gastos públicos no parece correcto, dado que el concepto de potestad debe diferenciarse de la de poder.
La potestad es algo atribuido a la Administración por
el ordenamiento jurídico que la coloca en una situación de preferencia respecto de los particulares. Será siempre preciso que exista esa norma que concede la potestad, antes que la potestad misma, aun en el caso de que la norma que atribuya por él se dicte por el mismo órgano que luego la aplicará en forma de actos.
Se distingue el poder tributario como poder de
establecer tributos de la potestad reglamentaria de la Administración pública en materia tributaria, ejercida dentro de los límites señalados en la Ley.
El fundamento del poder de imposición es el poder
legislativo del estado ya que los tributos se establecen por medio de una Ley, que es la forma de manifestarse la voluntad del Estado.
Por el contrario, la potestad tributaria debe
emplearse en nuestro sistema para referirse a la potestad reglamentaria tanto del Estado como de los entes locales. A) SE DISTINGUEN DOS CLASES DE PODER TRIBUTARIO: PODER TRIBUTARIO ORIGINARIO Y PODER TRIBUTARRIO DERIVADO.
En nuestro sistema se llama poder tributario
originario al poder de establecer tributos reconocido por un precepto constitucional o fundamental.
El poder tributario derivado es el mismo poder de
establecer tributos, pero cuando viene reconocido por una ley ordinaria, es decir, cuando el Estado manifiesta a través de un precepto legislativo que unos determinados entes pueden establecer tributos.
Se ha discutido por la doctrina sobre si puede
hablarse con rigor técnico de poder derivado aludiéndose que el poder se dice, sino que los entes locales tienen un poder originario que les concede la ley.
La ley ordinaria crea unas figuras tributarias, las
estructuras, fija sus características y permite a los entes titulares del poder tributario derivado que por medio de normas reglamentarias concreten y fijen en cada caso los tributos que del amplio abanico de categorías tributarias prefijadas en la ley se establecen las jurisdicciones respectivas. Así se desprende de la Ley de Régimen Local.
B) LA COMPETENCIA TRIBUTARIA.
El segundo inciso del artículo 5 de la Ley General
Tributaria hace referencia a las Corporaciones y entidades que no pueden establecer tributos pero sí exigirlos cuando la ley lo permite.
La ley codificadora se refiere en este punto a la
competencia en materia tributaria, que consiste en la calidad que la ley otorga a determinados entes de sujetos activos de la obligación tributaria, es decir, de acreedores de la obligación de pago de los tributos.
Es evidente que esta titularidad nada tiene que ver
en principio con el poder tributario. Ambos conceptos afectan al tributo en momentos distintos de su existencia.
El poder tributario se refiere al nacimiento de la
norma creadora de tributos: la competencia tributaria afecta al momento de aplicación de la norma.
Queremos señalar algo que la doctrina olvida a veces:
la competencia tributaria que debe separarse nítidamente del poder tributario, se comunica con algunas instituciones que habitualmente se consideran secuelas del poder tributario y que están más directamente vinculadas con el poder de exigir el pago de los tributos.
Nos referimos a las funciones tributarias que veremos
seguidamente.
C) LA POTESTAD REGLAMENTARIA Y LA FUNCION TRIBUTARIA.
La potestad reglamentaria es la facultad de la
Administración de emanar normas jurídicas que sean de su competencia.
Las funciones tributarias por el contrario son los
derechos y deberes de que es titular la Administración para el cumplimiento de las leyes tributarias.
De tal manera que de un lado la Administración puede
dictar normas jurídicas que completen el ordenamiento legislador y de otro la misma administración utiliza una serie de armas que le concede la ley para cumplir y hacer cumplir los preceptos del ordenamiento jurídico.
Se trata de dos órdenes de poder muy diverso por su
fundamento y por su finalidad.
De ahí que entes que no tienen potestad reglamentaria
pueden en cambio ser titulares de una función tributaria.
La gestión de los tributos supone siempre la
titularidad de un derecho y de un deber: se tiene el derecho de liquidar y de recaudar los tributos, pero también se tiene el deber.
Ahora bien, así como la potestad reglamentaria es
exclusiva de la Administración, las funciones tributarias son desarrolladas unas veces por ésta, pero en ocasiones son los entes con derecho a percibir los tributos los que ejercen esas funciones que no son exclusivamente administrativas.
LOS TITULARES DEL PODER TRIBUTARIO EN EL DERECHO POSITIVO
ESPAÑOL.
El poder originario corresponde en España al Estado.
Un único problema se plantea respecto al poder
tributario originario y es el que plantea la naturaleza de los conciertos económicos del Estado con las Diputaciones forales de Álava y Navarra.
Se discute si estas provincias españolas tienen un
poder tributario originario al igual que el Estado o si por el contrario lo que ocurre es que poseen un poder derivado.
La discusión tiene su origen histórico en los antiguos
privilegios y fueros que las provincias Vascongadas y la de Navarra conservaron a pesar de la unidad política y financiera del país. De aquellos fueros y privilegios por lo que respecta a la materia tributaria, quedan en nuestro sistema dos situaciones especiales distintas entre sí que corresponden al País Vasco y a Navarra.
La doctrina española ha afirmado que no puede hablarse
de poder originario en estas provincias ya que las leyes no conceden poder financiero originario a otro entre que no sea el estado y porque no existe un acuerdo en el que se concierte el poder tributario, sino que lo que se contrata es la contribución global que dichas provincias han de entregar al Estado.
En vista de ello, la doctrina opina que dichas
provincias sólo tienen poder derivado. Pero ello no es del todo preciso en cuanto que las facultades de estas provincias, sobre todo Navarra, significa una norma que autoriza la absoluta libertad de la Diputación foral de Navarra para establecer los tributos que estime pertinentes, siempre que no sean contrarios a las leyes del Estado y a sus compromisos internacionales, de tal manera que el sistema tributario de Navarra no tiene más límites que los preceptos constitucionales tributarios y los tratados internacionales reconocidos por el Estado español: es decir, los mismos límites que tiene el propio estado español cuando crea figuras tributarias. Quizá la fórmula técnica a emplear en este caso sea la de poder derivado, pero es obvio que este poder derivado tiene en nuestro sistema dos sentidos totalmente distintos, que deben separarse porque expresan realidades jurídicas sustanciales muy diferentes.
El sistema de concierto consiste en la capacidad
normativa y de recaudación de los ingresos tributarios producidos en el ámbito de su jurisdicción, con ciertas limitaciones y la financiación de los gastos propios con los recursos así obtenidos, entregando al Estado una parte de estos ingresos para financiar las cargas generales de éste. A) Régimen de CONCIERTO EN EL PAIS VASCO.
El sistema de financiación de las autonomías en el
régimen de conciertos está vigente en la actualidad en Álava, Guipúzcoa y Vizcaya, configurándose por razones históricas como un sistema excepcional, propio y característico de estos territorios.
Este sistema tiene su base en que a través de una
disposición normativa del Estado y por medio de conversaciones previas entre representantes de la Administración central y de los territorios afectados, se fija la cantidad global o cupo con que cada uno de los territorios históricos contribuyen al sostenimiento de las cargas generales del Estado.
Tal cupo es una parte de lo que por ciertos tributos
y por las respectivas Diputaciones se recauda en cada uno de estos territorios, y sirve para determinar en consecuencia, el porcentaje de las sumas recaudadas que corresponden a aquéllas para el desarrollo de las funciones que realizan en lugar del Estado. Las Diputaciones deben de quedar investigadas en las facultades normativas de gestión necesarias para que se cumplan efectivamente los términos del concierto.
Esta definición hay que perfilarla en cuanto se
refiere al País Vasco en el sentido de que en primer lugar, el concierto se aprobará por Ley.
En esta ley han de determinarse los tributos
concertados cuyo producto se reparte a través del señalamiento del cupo, entre el Estado y los territorios históricos de la Comunidad Autónoma.
La ley 12/1981 de 13 de mayo atribuye el carácter de
concertados a todos los impuestos del sistema estatal, salvo a los que se integran en la renta de aduanas y los recaudados a través de monopolios y la imposición sobre alcoholes.
La gestión de los impuestos concertados corresponde a
las Diputaciones de Álava, Guipúzcoa y Vizcaya. La gestión de los impuestos no concertados corresponde a la Administración financiera estatal.
La Ley contribuye a delimitar de acuerdo con el
artículo 133 de la Constitución el ámbito de poder financiero de la Comunidad Autónoma determinando los impuestos que pueden ser establecidos y aplicados en ella y por ella y en cuyo producto han de participar a través del cupo, el Estado y la propia Comunidad.
Dichos impuestos han de ser básicamente iguales a sus
homónimos dentro del sistema tributario vigente en todo el Estado. Con esta fundamental limitación, la ley del concierto determina las facultades normativas que corresponde respecto a cada uno de los tributos concertados a la Comunidad Autónoma.
La Ley debe garantizar así también la práctica
efectividad del principio de igualdad de todos los españoles ante las cargas fiscales, consagrado en los artículos 31.1 y 138.2 de la Constitución.
En segundo lugar, el cupo supone una aportación del
País Vasco al Estado como contribución a todas las cargas del mismo que no asume la Comunidad Autónoma. Una vez determinado el importe total a nivel nacional por este concepto, la imputación a cada territorio histórico de la parte que le corresponde sufragar con su aportación se hará básicamente en función de la renta de cada uno de estos territorios.
El cupo se aprobará por ley, con la periodicidad que
se señala en el concierto (cinco años en el actual) y si perjuicio de su actualización anual por el procedimiento que se fija en el concierto.
El cupo supone por tanto la participación del Estado y
de la Comunidad en ciertos ingresos tributarios determinados por la ley que aprueba el concierto. Esta participación ha de fijarse en base a las tareas asumidas por uno y por otro en función de las cantidades recaudadas por tales tributos.
El cupo adquiere así, de acuerdo con la evolución
histórica más reciente de los conciertos, el sentido de una participación de las sumas recaudadas por ciertos tributos entre el estado y los territorios históricos para que ambos atiendan a sus respectivas funciones.
El sistema quede adquirir así el sentido no de un
privilegio, sino de una forma característica de estos territorios de contribuir a las cargas generales del Estado.
En consecuencia, la Hacienda autónoma del País Vasco
está compuesta por: - Las cantidades que le corresponden al País Vasco como participación en los tributos concertados. - Los impuestos propios. - Las transferencias del Fondo de Compensación Interterritorial. - Los ingresos patrimoniales. - Los productos de operaciones de crédito. - Otros ingresos entre los cuales han de figurar las tasas u contribuciones especiales a que alude el artículo 157.1 de la Constitución y a las que no se alude en el Estatuto.
Los principios generales sobre los que se desarrollará
el sistema de Concierto son los siguientes:
a) Las Instituciones competentes de los Territorios
Históricos podrán mantener, establecer y regular dentro de su territorio el régimen tributario, atendiendo a la estructura general impositiva del estado, a las normas que para la coordinación, armonización fiscal y colaboración con el Estado se contengan en el propio Concierto y a las que dicte el Parlamento Vasco para idénticas finalidades dentro de la Comunidad Autónoma. El concierto se aprobará por Ley.
b) La exacción, gestión, liquidación, recaudación e
inspección de todos los impuestos, salvo los que se integran en la Renta de Aduanas y los que actualmente se recaudan a través de Monopolios Fiscales, se efectuará dentro de cada territorio histórico por las respectivas Diputaciones Forales, sin perjuicio de la colaboración con el Estado y su alta inspección.
c) Las instituciones competentes de los territorios
históricos adoptarán los acuerdos pertinentes, con objeto de aplicar en sus respectivos territorios las normas fiscales de carácter excepcional y coyuntural que el Estado decida aplicar al territorio común, estableciéndose igual período de vigencia que el señalado por éstas.
d) La aportación del País Vasco al Estado consistirá en un
cupo global, integrado por los correspondientes a cosa uno de sus territorios como contribución a todas las cargas del estado que no asuma la Comunidad Autónoma.
e) Para el señalamiento de los cupos correspondientes a
cada territorio histórico, que integran el cupo global se contribuirá una Comisión Mixta integrada de una parte por un representante de cada Diputación Foral y otros tantos del Gobierno Vasco y de otra por un número igual de representantes de la Administración del Estado. El cupo así acordado se aprobará por Ley, con la periodicidad que se fije en el Concierto, sin perjuicio de su actuación anual por el procedimiento que se establezca igualmente en el Concierto.
f) El régimen de Conciertos se aplicará de acuerdo con el
principio de solidaridad a que se refieren los artículos 138 y 156 de la Constitución.
NAVARRA.
También Navarra tiene un sistema financiero especial y
excepcional en cuanto a su contenido, derivado de la aplicación en ella del régimen de conciertos.
Dentro de este régimen excepcional del Estado, en
lugar de liquidar y recaudar los impuestos en Navarra, concierta o acuerda su gestión con la Diputación, comprometiéndose ésta a ingresas en el Tesoro, como aportación al sostenimiento de las cargas generales del Estado, un cupo anual calculado a tanto alzado.
La Diputación Foral de Navarra tendrá amplias
facultades para mantener y establecer el régimen tributario que estime procedente siempre que no se oponga a los pactos internacionales, o a los impuestos o rentas propias del Estado.
El cupo pagado por Navarra tiene el mismo sentido que
el Vasco: una participación entre Navarra y el Estado de las sumas recaudadas por ciertos tributos. La Ley de reintegración y amejoramiento se refiere además como fuentes de financiación de la comunidad al crédito público y a los ingresos patrimoniales. Las consideraciones hechas en torno al concierto con el País Vasco son trasladables en sus líneas generales al convenio de Navarra.
El régimen de Convenio navarro se halla menos
desarrollado que el recogido en el Estatuto vasco, lo que ofrece numerosos problemas interpretativos y conflictos de competencia en su aplicación. La Ley Orgánica de Reintegración y Amejoramiento del Régimen Foral de Navarra establece en su artículo 45 que en virtud de su régimen foral, la actividad tributaria y financiera de Navarra se regulará por el sistema tradicional del convenio económico.
La Ley de Amejoramiento no establece los criterios
para aplicar el régimen de convenio y se remite a los establecidos en el vigente desde 1969. El hecho puede ser debido a que en el caso navarro no se instaura un nuevo sistema sino que se continúa el que se venía disfrutando desde hacía tiempo sin interrupción. En definitiva, serán necesarias las adaptaciones del régimen establecido con anterioridad a los principios constitucionales, pudiendo fijar como criterio, no sólo los que utilizan para el País Vasco, sino los que se derivan de un sistema financiero de las Comunidades Autónomas basado en los principios de solidaridad y coordinación.
CANARIAS.
En la Comunidad Autónoma canaria cada isla constituye
un ente local de carácter local constitucionalmente reconocido.
Él órgano corporativo de cada Isla es al Cabildo que
son los órganos de gobierno, administración y representación de cada isla, que se rigen por las normas de esta ley que regulan la organización y funcionamiento de las Diputaciones Provinciales asumiendo las competencias de éstas, sin perjuicio de las que les corresponden por su legislación específica.
El Estatuto de autonomía de Canarias configura el
Cabildo como el órgano de Gobierno y administración insular al que corresponden además de las funciones propias que hemos citado, la ejecución en nombre de la Comunidad Autónoma de cualquier competencia que ésta no ejerza directamente a través de órganos administrativos propios.
Los Cabildos y Ayuntamientos canarios derivan la parte
fundamental de sus ingresos de dos impuestos que configuran el núcleo del régimen fiscal excepcional de las islas: el arbitrio insular a la entrada de mercancías y el arbitrio insular sobre el lujo.
Ambos tributos presuponen la no aplicación en el
archipiélago de los impuestos aduaneros y de la imposición general sobre el consumo vigente en la península.
El régimen económico fiscal de Canarias, no determina
al menos directamente un régimen especial de financiación de la Comunidad Autónoma, sino que determina sólo un régimen especial de financiación de los Cabildos y Ayuntamientos que forman parte de ella. La Comunidad Autónoma sigue el régimen general de financiación de las autonomías. Sin embargo, la importancia de los ingresos que el régimen económico fiscal atribuye a los Cabildos y la importancia de los Cabildos en la estructura organizativa de la Comunidad autónoma hacen que tales ingresos condicionen la vida económica de la Comunidad.
El cumplimiento de las previsiones hechas en el
momento de la adhesión de España a la Comunidad Económica Europea respecto al Archipiélago, ha impulsado el envío a las Cortes en el mes de julio de 1990 de u Proyecto de Ley de modificación de los aspectos fiscales del régimen económico fiscal de Canaria que pretende en esencia la sustitución de la imposición indirecta que hoy se aplica en las Islas por un Impuesto General Indirecto Canario que en líneas generales si bien con un campo de aplicación y unos tipos más reducidos, se adecue al molde general del IVA y por la sustitución del Arbitrio a la entrada de mercancías por un arbitrio sobre la Producción y la Importación que prevé un período transitorio en el que se exonera del mismo la producción interior. Los nuevos impuestos constituyen en el Proyecto, la fuente de financiación especial fundamental de los Cabildos y de la Comunidad Autónoma de Canarias.
EL PODER TRIBUTARIO DE LAS COMUNIDADES AUTÓNOMAS.
El artículo 133 de la Constitución dice que las
Comunidades Autónomas y las Corporaciones Locales podrán establecer y exigir tributos de acuerdo con la Constitución y con las leyes.
Una primera lectura de este precepto invita a pensar
que el texto constitucional ha respetado la tradicional distinción entre los conceptos de poder tributario originario y derivado recogida por la generalidad de la doctrina aunque con importantes diferencias de planteamiento y que ha seguido con fidelidad el esquema de los artículos 2 y 5 de la Ley General Tributaria enumerando junto a las Corporaciones Locales a las Comunidades Autónomas como consecuencia de la nueva organización del Estado.
Ello significa que la aparición de las Comunidades no
supone ninguna alteración básica en el concepto de poder tributario no en la tipología del mismo y que tampoco ocasiona modificación alguna en el modelo político-jurídico de ejercicio de dicho poder, según el cual el estado establece, regula y exige los tributos estatales mediante ley sin otro límite que las propias normas constitucionales y con un reconocimiento constitucional de esa potestad, (de ahí la designación de originario) mientras que los demás entes territoriales pueden organizar y exigir su propio sistema fiscal sólo en la medida en que la ley estatal así lo permita y dentro de los límites marcados por la misma (de ahí la expresión de poder derivado).
De modo que el Estado establece y exige tributos en
función de sus poderes constitucionales, manifestados y controlados a través de sus propias leyes, y las Corporaciones Locales y las Comunidades Autónomas los establecen y exigen al amparo de las leyes estatales, cualquiera que sea el grado de autonomía que se les conceda para organizar su Hacienda y sin que sus propias disposiciones tengan otro carácter y significado que la aplicación y desarrollo de la normativa estatal.
Constitucionalmente se ha asignado potestad
legislativa a las Comunidades Autónomas lo que se traduce en la posibilidad de dictar disposiciones con valor de ley.
Si partimos de la premisa que las Comunidades
Autónomas pueden afrontar directamente el establecimiento y exigencia de tributos en base a lo preceptuado en la Constitución, es decir, estamos una vez ante la polémica del poder originario y del poder derivado.
La doctrina tributaria ha considerado que parece
evidente que el reconocimiento de la autonomía financiera de las Comunidades y la asignación a las mismas de la potestad legislativa, supone una modificación sustancial del modelo de atribución de poder tributario recogido en el título preliminar de la Ley General Tributaria, que implica la necesidad de una nueva categoría junto a los tradicionales conceptos de poder originario y derivado.
La Constitución reconoce poder tributario a las
Comunidades Autónomas, aunque en el artículo 133.2 gradúa este poder de establecer tributos de acuerdo con la Constitución y con las Leyes.
Las Comunidades gozan de un poder distinto del de las
Corporaciones Locales, al estar amparado por la Constitución, reconocido por los Estatutos de Autonomía y ser ejercido por sus propias Asambleas legislativas en la aprobación de las leyes correspondientes.
Parte de la doctrina señala la posibilidad de que las
comunidades Autónomas posean un poder originario de segundo grado con más limitaciones que el del Estado, pero no olvidemos que éste debe someterse también a las limitaciones constitucionales.
La Constitución establece una limitación específica al
ejercicio del poder tributario de las Comunidades al prescribir en su artículo 157.2 que no podrán en ningún caso adoptar medidas tributarias sobre bienes situados fuera de su territorio o que supongan un obstáculo para la libre circulación de mercancías o servicios.
Esta limitación se deriva del carácter territorial
como límite del ejercicio de las competencias de las Comunidades y del principio de no traslación de las cargas tributarias a otras Comunidades para la financiación de los servicios propios.
El artículo 158 establece los mecanismos para hacer
efectivos los principios de suficiencia y solidaridad, conocidos como de nivelación financiera interterritorial. Estos mecanismos se manifiestan de dos formas diferentes: la primera garantiza las transferencias del Estado para la financiación de los servicios traspasados, con una cautela especial respecto a los que se consideren servicios públicos fundamentales. La segunda, con la creación de un Fondo de Compensación destinado a corregir los desequilibrios territoriales y hacer efectivo al principio de solidaridad.
EL PODER FINANCIERO DE LAS CORPORACIONES LOCALES.
Del análisis de nuestra Constitución se desprende que
tanto las Comunidades Autónomas como las Corporaciones Locales pueden establecer tributos.
Pero nuestra Constitución atribuye la facultad de
emanar leyes sólo al Estado y a las Comunidades Autónomas. No en cambio a las Corporaciones Locales.
Por lo tanto, la palabra establecer del artículo
133.2 de la Constitución adquiere un significado distinto cuando se refiere a las Comunidades Autónomas que cuando se aplica a las Corporaciones Locales.
Las CCAA pueden establecer un tributo en el sentido de
crearlo “ex novo” señalando sus elementos esenciales. Al hacerlo así, por medio de una ley autonómica, se satisfacen en todos sus extremos las exigencias del principio de legalidad.
Pero las Corporaciones locales no tienen tal poder. Un
tributo creado ex novo por una Corporación Local no cumplirá el mandato contenido en el artículo 31.3 de la Constitución. Las Corporaciones locales sólo pueden establecer tributos en el sentido de poner en vigor, dotar de fuerza y de aplicación efectiva a los impuestos ya creados y prefigurados en sus líneas esenciales por una ley estatal o autonómica que para cumplir el mandato del artículo 31.3 de la Constitución debe contener, al menos, los principios y criterios a los que deben responder los nuevos tributos.
Resulta así que las corporaciones locales se ven
condicionadas en el establecimiento de sus tributos por la normativa autonómica y por la estatal.
La Constitución no prohíbe a las comunidades legislar
sobre esta materia ni la reserva expresamente ni de forma exclusiva al Estado.
Cabe por tanto que la CCAA regulen tales aspectos del
régimen local si así lo han previsto sus respectivos estatutos.
En otro caso, y de acuerdo con el artículo 149.3 de
la Constitución, la competencia es del Estado.
En esta línea, aunque atribuyendo al Estado quizás más
competencias de las que parece reservarle la Constitución, el artículo 106 de la Ley de bases de régimen local, establece que las entidades locales tendrán autonomía para establecer y exigir tributos de acuerdo con lo previsto en la legislación del Estado reguladora de las Haciendas Locales y en las leyes que dicten las Comunidades Autónomas en los supuestos expresamente previstos en aquélla.
Corresponde también a las entidades locales la
competencia para gestionar sus propios tributos. Las Corporaciones Locales pueden delegar esta competencia en otras entidades o en la Comunidad autónoma y deben en todo caso colaborar en esta materia con los demás entes locales, con la Comunidad Autónoma y con el Estado.
La financiación de las comunidades autónomas de régimen
común La Constitución dibujó un sistema de financiación de las CC AA mixto, de forma que sus ingresos tienen una doble fuente de origen: por un lado están sus ingresos propios, y por otro, los ingresos procedentes del Estado. En este sentido, tanto la Ley Orgánica 8/1980, de 22 de septiembre, de Financiación de las CC AA (LOFCA, en adelante) como los Estatutos de Autonomía incluyen, entre los recursos de las referidas comunidades, los tributos cedidos total o parcialmente por el Estado, haciendo aplicación de lo dispuesto en la máxima norma. Si bien la LOFCA, establece los principios básicos a que ha de ajustarse la cesión de tributos del Estado a las CC AA para proveer a su financiación, resulta imprescindible concretar el alcance y condiciones en que ha de llevarse a cabo dicha cesión, con objeto de que este proceso se desarrolle de forma homogénea en las diferentes CC AA, garantizando así la coherencia del conjunto del sistema tributario español. Es así como aparece la Ley 30/1983 de 28 de diciembre, reguladora de la Cesión de Tributos del Estado a las CC AA con la misión de garantizar la autonomía financiera de las CC AA, asegurando al mismo tiempo la coherencia del ordenamiento tributario. Esta Ley 30/1983 configuró el marco de referencia idéntico para todas las CC AA a la hora de instrumentar la cesión de tributos. El acuerdo adoptado por el Consejo de Política Fiscal y Financiera de 23 de septiembre de 1996 supuso la adopción por parte de las CC AA de un importante nivel de corresponsabilidad fiscal, ampliando las posibilidades de cesión de tributos a una parte del impuesto sobre la renta de las personas físicas y atribuyendo a las CC AA de régimen común algunas competencias normativas sobre los tributos cedidos. Estas modificaciones fueron incorporadas a la LOFCA mediante la Ley Orgánica 3/1996. Con la Ley 14/1996 de 30 de diciembre, de cesión de tributos del Estado a las CC AA y de medidas fiscales complementarias se inicia una nueva etapa en la evolución histórica del régimen de cesión de tributos del Estado a las CC AA, presidida por el principio de corresponsabilidad fiscal efectiva, cuya materialización se articula, fundamentalmente, mediante la adopción de dos medidas en el contexto de dicho régimen, cuales son: De un lado, la ampliación del ámbito de la cesión de tributos a una parte del impuesto sobre la renta de las personas físicas; y, de otro, la atribución a las CC AA de ciertas competencias normativas en relación a los tributos cedidos, incluyendo la mencionada parte de dicho impuesto. Posteriormente, el acuerdo adoptado por este mismo órgano el 27 de julio de 2001, abundó en el principio de corresponsabilidad fiscal, ampliando la posibilidad de cesión a nuevas figuras impositivas (Impuesto sobre el valor añadido, impuestos especiales de fabricación, impuesto sobre la electricidad, impuesto sobre determinados medios de transporte e impuesto sobre las ventas minoristas de determinados hidrocarburos) y atribuyendo nuevas competencias normativas, dando lugar a una nueva modificación de la LOFCA por la Ley Orgánica 7/2001, de 27 de diciembre. La modificación de la LOFCA supuso que los tributos susceptibles de cesión fueran nuevamente catalogados, sin perjuicio de los ya efectivamente cedidos, y se dictaran las pautas en la asunción de determinadas competencias normativas mediante la Ley 21/2001, de 27 de diciembre, por la que se regulan las medidas fiscales y administrativas del nuevo sistema de financiación de las CC AA de régimen común y Ciudades con Estatuto de Autonomía. En esta ley se recoge, en primer lugar, la cesión a las CC AA del impuesto sobre el valor añadido, los impuestos especiales de fabricación, el impuesto especial sobre determinados medios de transporte y el impuesto sobre las ventas minoristas de determinados hidrocarburos y se regula el alcance y condiciones generales de la cesión. Los puntos de conexión de los nuevos tributos susceptibles de cesión se regulan en función de datos estadísticos de consumo, venta, entregas o devengo. Por otra parte, en relación con la mayor asunción de competencias normativas por parte de las CC AA, se concretan las competencias normativas sobre los elementos de los tributos susceptibles de cesión, una vez determinadas las líneas generales de la atribución de dichas competencias a las CC AA mediante la modificación efectuada en la LOFCA por la Ley Orgánica 7/2001, de 27 de diciembre. La Ley 21/2001 contempla la peculiaridad de la posible cesión de tributos a las ciudades de Ceuta y Melilla, ya que las mismas –al carecer de Asambleas Legislativas– no podrán asumir las competencias normativas sobre los tributos cedidos. Es decir, la ley específica de cesión para dichas ciudades deberá regirse por las directrices de esta norma en la parte que le fuere aplicable (disposición transitoria primera). Igualmente, y de acuerdo con lo establecido en la LOFCA y por la primera ley de cesión de 1983, se hace alusión a las singularidades que presenta la financiación común de la Comunidad Autónoma de Canarias como consecuencia de un peculiar régimen económico y fiscal en este territorio. De la misma manera, la Ley 21/2001 establece la salvaguarda necesaria de los regímenes especiales de concierto y convenio aplicables en los territorios históricos del País Vasco y en la Comunidad Foral de Navarra, respectivamente
El nuevo marco normativo de la financiación de las
comunidades autónomas de régimen común Por razones coyunturales y de actualidad normativa debemos hacer mención aparte a la nueva reforma legislativa operada sobre la Ley Orgánica 8/1980 (LOFCA) por la reciente Ley Orgánica 3/2009, de 18 de diciembre, cuyas modificaciones se han concretado en la también recién publicada Ley 22/2009, de 18 de diciembre, por la que se regula el sistema de financiación de las CC AA de régimen común y Ciudades con Estatuto de Autonomía y se modifican determinadas normas tributarias. El sistema establecido por la Ley 21/2001, de 27 de diciembre, por la que se regulan las medidas fiscales y administrativas del nuevo sistema de financiación de las CC AA de régimen común y Ciudades con Estatuto de Autonomía, se ha mantenido hasta finales del año 2009, siendo sustituido por el nuevo sistema de financiación que establece la Ley 22/2009. Como culminación de un largo proceso en el que se ha producido un intenso debate entre el Estado y las CC AA y Ciudades con Estatuto de Autonomía, el Consejo de Política Fiscal y Financiera de las CC AA, en su reunión de 15 de julio de 2009, ha adoptado, a propuesta del Gobierno de la Nación, el Acuerdo 6/2009, de reforma del Sistema de Financiación autonómica y de las Ciudades con Estatuto de Autonomía cuya puesta en práctica exige llevar a cabo una serie de reformas legales. Esta ley acomete las reformas que no requieren el rango de Ley Orgánica, complementando así la reforma de la LOFCA operada por la Ley Orgánica 3/2009, de 18 de diciembre, de modificación de la Ley Orgánica 8/1980, de 22 de septiembre, de Financiación de las CC AA. El Acuerdo 6/2009, de 15 de julio, del Consejo de Política Fiscal y Financiera de las CC AA recoge importantes avances en la línea de seguir potenciando la corresponsabilidad y autonomía de las CC AA, de aumentar el peso de los recursos tributarios sobre el total de la financiación de las mismas, de ampliar las competencias normativas, la capacidad legal para modificar el nivel o la distribución de los recursos tributarios y la participación y colaboración en las labores de gestión tributaria. Con la Ley Orgánica 3/2009 se introducen dos nuevos principios fundamentales en el ámbito de la autonomía financiera de las CC AA. Por un lado cobra especial importancia la garantía de un nivel base equivalente de financiación de los servicios públicos fundamentales, conforme al cual se persigue que los servicios públicos básicos que son propios del Estado del Bienestar sean prestados en igualdad de condiciones a todos los ciudadanos en todas las CC AA, para lo que se crea el Fondo de Garantía de Servicios Públicos Fundamentales. Tradicionalmente estos servicios fundamentales se ceñían a educación y sanidad, pero con esta nueva etapa que se abre con la Ley Orgánica 3/2009 se suman a estos lo servicios sociales esenciales. El otro nuevo principio que va a marcar las líneas de este nuevo sistema de financiación será el de corresponsabilidad de las CC AA y el Estado. La Ley Orgánica 3/2009 establece que si bien las CC AA pueden establecer y exigir sus propios tributos de acuerdo con la Constitución y las Leyes, los tributos que establezcan las CC AA no podrán recaer sobre hechos imponibles gravados por el Estado. Cuando el Estado, en el ejercicio de su potestad tributaria originaria establezca tributos sobre hechos imponibles gravados por las CC AA, que supongan a éstas una disminución de ingresos, instrumentará las medidas de compensación o coordinación adecuadas en favor de las mismas. Por otro lado, estos tributos que establezcan las CC AA no podrán recaer sobre hechos imponibles gravados por los tributos locales. Las CC AA podrán establecer y gestionar tributos sobre las materias que la legislación de Régimen Local reserve a las corporaciones locales. En todo caso, deberán establecerse las medidas de compensación o coordinación adecuadas a favor de aquellas corporaciones, de modo que los ingresos de tales corporaciones locales no se vean mermados ni reducidos tampoco en sus posibilidades de crecimiento futuro. Con esta nueva reforma de la LOFCA llevada a cabo por la Ley Orgánica 3/2009 se eleva del 33% al 50% la cesión a las CC AA en el impuesto sobre la renta de las personas físicas. También se eleva desde el 35% hasta el 50% la cesión correspondiente al impuesto sobre el valor añadido. Por lo que se refiere a los impuestos especiales de fabricación, sobre cerveza, vino y bebidas fermentadas, productos intermedios, alcohol y bebidas derivadas, labores del tabaco e hidrocarburos, el porcentaje de cesión pasa del 40% al 58%. De acuerdo con esta nueva regulación, sólo puede ser cedidos a las CC AA los siguientes tributos: a. Impuesto sobre la renta de las personas físicas, con carácter parcial con el límite máximo del 50%.
b. Impuesto sobre el patrimonio.
c. Impuesto sobre transmisiones patrimoniales onerosas y
actos jurídicos documentados. d. Impuesto sobre sucesiones y donaciones.
e. Impuesto sobre el valor añadido, con carácter parcial
con el límite máximo del 50%.
f. Los impuestos especiales de fabricación, con excepción
del impuesto sobre la electricidad, con carácter parcial con el límite máximo del 58% de cada uno de ellos.
g. El impuesto sobre la electricidad.
h. El impuesto especial sobre determinados medios de
transporte.
i. Los tributos sobre el juego.
j. El impuesto sobre las ventas minoristas de
determinados hidro-carburos. Junto con la elevación de los porcentajes de cesión, se contempla igualmente el incremento de las competencias normativas de las CC AA en el impuesto sobre la renta de las personas físicas, hasta ahora limitadas a la determinación de la tarifa y las deducciones, ampliándolas a la fijación de la cuantía del mínimo personal y familiar. Se excepciona la aplicación supletoria de la normativa estatal en materia de tarifa autonómica para el supuesto en que las CC AA no hicieran uso de sus competencias normativas, salvo, transitoriamente, para el año 2010. De acuerdo con lo establecido en el artículo 17 de la LOFCA, en su nueva redacción dada por la Ley Orgánica 3/2009, de 18 de diciembre, de modificación de la Ley Orgánica 8/1980, de 22 de septiembre, de Financiación de las CC AA, las CC AA regularán por sus órganos competentes, de acuerdo con sus estatutos, las siguientes materias: a. La elaboración, examen, aprobación y control de sus presupuestos.
b. b) El establecimiento y la modificación de sus propios
impuestos, tasas y contribuciones especiales, así como de sus elementos directamente determinantes de la cuantía de la deuda tributaria.
c. El ejercicio de las competencias normativas
establecidas por la Ley reguladora de la cesión de tributos.
d. El establecimiento y la modificación de los recargos
sobre los tributos del Estado.
e. Las operaciones de crédito concertadas por la
comunidad autónoma, sin perjuicio de lo establecido en el artículo decimocuarto de la presente ley.
f. El régimen jurídico del patrimonio de las CC AA en el
marco de la legislación básica del Estado.
g. Los reglamentos generales de sus propios tributos.
h. Las demás funciones o competencias que le atribuyan
las leyes. Como consecuencia de la ampliación de competencias normativas respecto a los tributos cedidos que conlleva la reforma introducida por la Ley Orgánica 3/2009, el artículo 19 de la LOFCA ha quedado redactado en los siguientes términos: “La aplicación de los tributos y la potestad sancionadora respecto a sus propios tributos corresponderá a la comunidad autónoma, la cual dispondrá de plenas atribuciones para la ejecución y organización de dichas tareas, sin perjuicio de la colaboración que pueda establecerse con la Administración Tributaria del Estado, especialmente cuando así lo exija la naturaleza del tributo. En caso de tributos cedidos, cada comunidad autónoma podrá asumir, en los términos que establezca la ley que regule la cesión de tributos, las siguientes competencias normativas: a. En el impuesto sobre la renta de las personas físicas, la fijación de la cuantía del mínimo personal y familiar y la regulación de la tarifa y deducciones de la cuota.
b. En el impuesto sobre el patrimonio, la determinación
de mínimo exento y tarifa, deducciones y bonificaciones.
c. En el impuesto sobre sucesiones y donaciones,
reducciones de la base imponible, tarifa, la fijación de la cuantía y coeficientes del patrimonio preexistente, deducciones, bonificaciones, así como la regulación de la gestión.
d. En el impuesto sobre transmisiones patrimoniales
onerosas y actos jurídicos documentados, en la modalidad ‘transmisiones patrimoniales onerosas’, la regulación del tipo de gravamen en arrendamientos, en las concesiones administrativas, en la transmisión de bienes muebles e inmuebles y en la constitución y cesión de derechos reales que recaigan sobre los mismos, excepto los derechos reales de garantía; y en la modalidad ‘actos jurídicos documentados’, el tipo de gravamen de los documentos notariales. Asimismo, podrán regular deducciones de la cuota, bonificaciones, así como la regulación de la gestión del tributo.
e. En los tributos sobre el juego, la determinación de
exenciones, base imponible, tipos de gravamen, cuotas fijas, bonificaciones y devengo, así como la regulación de la aplicación de los tributos.
f. En el impuesto especial sobre determinados medios de
transporte, la regulación de los tipos impositivos.
g. En el impuesto sobre las ventas minoristas de
determinados hidrocarburos, la regulación de los tipos de gravamen, así como la regulación de aplicación de los tributos. En el ejercicio de las competencias normativas a que se refiere el párrafo anterior, las CC AA observarán el principio de solidaridad entre todos los españoles, conforme a lo establecido al respecto en la Constitución; no adoptarán medidas que discriminen por razón del lugar de ubicación de los bienes, de procedencia de las rentas, de realización del gasto, de la prestación de los servicios o de celebración de los negocios, actos o hechos; y mantendrán una presión fiscal efectiva global equivalente a la del resto del territorio nacional.
Asimismo, en caso de tributos cedidos, cada comunidad
autónoma podrá asumir por delegación del Estado la aplicación de los tributos, la potestad sancionadora y la revisión, en su caso, de los mismos, sin perjuicio de la colaboración que pueda establecerse entre ambas administraciones, todo ello de acuerdo con lo especificado en la ley que fije el alcance y condiciones de la cesión. Lo previsto en el párrafo anterior no será de aplicación en el impuesto sobre la renta de las personas físicas, en el impuesto sobre el valor añadido, ni en los impuestos especiales de fabricación. La aplicación de los tributos, potestad sancionadora y revisión de estos impuestos tendrá lugar según lo establecido en el apartado siguiente.
Las competencias que se atribuyan a las CC AA en
relación con los tributos cedidos pasarán a ser ejercidas por el Estado cuando resulte necesario para dar cumplimiento a la normativa sobre armonización fiscal de la Unión Europea.
La aplicación de los tributos, potestad sancionadora
y revisión, en su caso, de los demás tributos del Estado recaudados en cada comunidad autónoma corresponderá a la Administración Tributaria del Estado, sin perjuicio de la delegación que aquélla pueda recibir de ésta y de la colaboración que pueda establecerse, especialmente cuando así lo exija la naturaleza del tributo”. Es mediante la Ley 22/2009, de 18 de diciembre, por la que se regula el sistema de financiación de las CC AA de régimen común y Ciudades con Estatuto de Autonomía y se modifican determinadas normas tributarias, donde se concreta el alcance de esta cesión.
En el artículo 28 de dicha Ley 22/2009 se establecen
los criterios a seguir para determinar el concepto de residencia habitual de las personas físicas, siendo novedosa la exigencia de residencia durante un mayor número de días en la comunidad autónoma conforme a su regulación se pretenda liquidar el tributo durante un periodo de cinco años inmediatamente anteriores, contados de fecha a fecha a la muerte del causante o de la donación a los efectos de determinar la residencia del causante o donante en el caso del impuesto sobre sucesiones y donaciones.
En el caso del impuesto sobre la renta de las personas
físicas, se considerará la comunidad autónoma de residencia aquella en la que haya permanecido durante un mayor número de días durante el periodo impositivo a liquidar. Para determinar el periodo de permanencia se computarán las ausencias temporales. En el impuesto sobre transmisiones patrimoniales onerosas y actos jurídicos documentados y en el impuesto especial sobre determinados medios de transporte se atenderá al mayor número de días del año inmediato anterior, contado de fecha a fecha, que finalice el día anterior al de devengo.
Salvo prueba en contrario, se considerará que una
persona física permanece en el territorio de una comunidad autónoma cuando en dicho territorio radique su vivienda habitual, remitiéndose la Ley 22/2009 a la definición que se hace de la misma en la normativa reguladora del impuesto sobre la renta de las personas físicas.
En el caso de que conforme a los criterios anteriores no
pudiera determinarse la permanencia en una determinada comunidad autónoma, se considerarán residentes en el territorio de la comunidad autónoma donde tengan su principal centro de intereses, considerándose como tal el territorio donde obtengan la mayor parte de la base imponible del Impuesto sobre la renta de las personas físicas, determinada por los siguientes componentes de renta: a. Rendimientos de trabajo, que se entenderán obtenidos donde radique el centro de trabajo respectivo, si existe.
b. Rendimientos del capital inmobiliario y ganancias
patrimoniales derivados de bienes inmuebles, que se entenderán obtenidos en el lugar en que radiquen éstos.
c. Rendimientos derivados de actividades económicas, ya
sean empresariales o profesionales, que se entenderán obtenidos donde radique el centro de gestión de cada una de ellas. Si tampoco pudiera determinarse conforme al criterio de centro de intereses, se considerarán residentes en el lugar de su última residencia declarada a efectos del impuesto sobre la renta de las personas físicas.
Las personas físicas residentes en el territorio de una
comunidad autónoma que pasasen a tener su residencia habitual en el de otra, cumplirán sus obligaciones tributarias de acuerdo con la nueva residencia, cuando ésta actúe como punto de conexión. La ley prevé que “No producirán efecto los cambios de residencia que tengan por objeto principal lograr una menor tributación efectiva en los tributos total o parcialmente cedidos”. Así se establece que se presumirá, salvo que la nueva residencia se prolongue de manera continuada durante, al menos, tres años, que no ha existido cambio, en relación con el rendimiento cedido de los impuestos sobre la renta de las personas físicas y sobre el patrimonio, cuando concurran las siguientes circunstancias: a. Que en el año en el cual se produce el cambio de residencia o en el siguiente, su base imponible del impuesto sobre la renta de las personas físicas sea superior en, al menos, un 50%, a la del año anterior al cambio. En caso de tributación conjunta se determinará de acuerdo con las normas de individualización.
b. Que en el año en el cual se produce la situación a que
se refiere la letra anterior, su tributación efectiva por el Impuesto sobre la renta de las personas físicas sea inferior a la que hubiese correspondido de acuerdo con la normativa aplicable en la comunidad autónoma en la que residía con anterioridad al cambio.
c. Que en el año siguiente a aquel en el cual se produce
la situación a que se refiere la letra a) anterior, o en el siguiente, vuelva a tener su residencia habitual en el territorio de la comunidad autónoma en la que residió con anterioridad al cambio”. Si opera dicha presunción y resulta que deba considerarse que no ha existido cambio de residencia, las personas físicas deberán pre sentar las autoliquidaciones complementarias que correspondan, con inclusión de los intereses de demora. Por otro lado, las personas físicas residentes en territorio español, que no permanezcan en dicho territorio más de ciento ochenta y tres días durante el año natural, se considerarán residentes en el territorio de la comunidad autónoma en que radique el núcleo principal o la base de sus actividades o de sus intereses económicos. Finalmente, la ley prevé que las personas físicas residentes en territorio español por aplicación de la presunción prevista en el último párrafo del apartado 1 del artículo 9.º de la Ley 35/2006 (Ley Impuesto sobre la Renta de las Personas Físicas), se considerarán residentes en el territorio de la comunidad autónoma en que residan habitualmente el cónyuge no separado legalmente y los hijos menores de edad que dependan de ellas. También en materia de revisión económico-administrativa se produce una ampliación de competencias, que se recoge en el artículo vigésimo de la LOFCA, al posibilitar que las competencias para el ejercicio de la función revisora en vía administrativa de los actos de gestión dictados por las administraciones tributarias de las CC AA en relación con los tributos estatales sean asumidas por las CC AA, sin perjuicio de la colaboración que puedan establecer con la Administración Tributaria del Estado. Así la Ley 22/2009 establece en su artículo 59 que “Esta competencia se extiende a los siguientes procedimientos, recursos y reclamaciones: a. Procedimientos regulados en el Capítulo II del Título V de la Ley 58/2003, de 17 de diciembre, General Tributaria y normas de desarrollo.
b. Recurso de reposición regulado en el Capítulo III del
Título V de la Ley 58/2003, de 17 de diciembre, General Tributaria y normas de desarrollo.
c. Reclamaciones económico-administrativas: procedimiento
regulado en la sub sección 1.ª, de la sección 2.ª y procedimiento regulado en la sección 3.ª del Capítulo IV del Título V de la Ley 58/2003, de 17 de diciembre, General Tributaria y normas de desarrollo. No obstante, lo dispuesto en el párrafo anterior, las CC AA y Ciudades con Estatuto de Autonomía podrán optar por asumir la competencia para la resolución de las reclamaciones económico-administrativas en única instancia, a cuyo efecto serán de aplicación los procedimientos citados en el párrafo anterior. En los supuestos en los que se asuma la competencia en los términos expuestos en el párrafo anterior, el órgano competente de las CC AA y Ciudades con Estatuto de Autonomía, conocerá el recurso extraordinario de revisión contra actos firmes de su Administración Tributaria y contra resoluciones firmes de sus propios órganos económico-administrativos”. Finalmente, solo mencionar que la Ley 22/2009 ha operado una serie de modificaciones de la Ley 58/2003, de 17 de diciembre, General Tributaria para adaptar dicha norma a las nuevas competencias de las CC AA. En cuanto a la entrada en vigor de este nuevo régimen debemos referirnos en primer lugar a la Ley Orgánica 3/2009, de 18 de diciembre, de modificación de la Ley Orgánica 8/1980, de 22 de septiembre, de Financiación de las CC AA, que entró en vigor el pasado día 20 de diciembre de 2009, y surtirá efectos desde el 1 de enero de 2009, según lo dispuesto en su disposición final única. Por lo que se refiere a la Ley 22/2009, de acuerdo con disposición final quinta, esta Ley entra en vigor el día 20 de diciembre de 2009, si bien surte efectos desde el 1 de enero de 2009, excepto los siguientes preceptos y disposiciones que entran en vigor y surten efectos a partir del 1 de enero de 2010: El artículo 46 y la disposición final segunda, referidos al alcance de las competencias normativas en el Impuesto sobre la Renta de las Personas Físicas, así como a la modificación de la Ley de este impuesto, Ley 35/2006, de 28 de noviembre, del Impuesto sobre la Renta de las Personas Físicas y de modificación parcial de las leyes de los impuestos sobre sociedades, sobre la renta de no residentes y sobre el patrimonio, respectivamente. También surte efectos a partir del 1 de enero de 2010, el artículo 28, en cuanto al periodo de residencia en el impuesto sobre sucesiones y donaciones; el artículo 59, en cuanto a la delegación de la revisión en vía económico- administrativa y el Título IV relativo a los órganos de coordinación de la gestión tributaria, asi como las disposiciones finales tercera y cuarta de la Ley 22/2009 de 18 de diciembre, por la que se regula el sistema de financiación de las CC AA de régimen común y Ciudades con Estatuto de Autonomía y se modifican determinadas normas tributarias