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La cultura como resistencia democrática en Chile hoy

ARIEL DORFMAN

SANTIAGO DE CHILE. Noviembre, 1973. La junta Militar decreta que todo billete
que lleve inscritas palabras en su faz es inválido y que ese dinero deberá ser
cambiado en los bancos respectivos.

Diciembre, 1973. La junta decreta que serán multados los dueños de buses en
cuyos asientos estén marcadas frases que menoscaban la dignidad de las autorida-
des del supremo gobierno.

Abril, 1974. Se clausura por primera vez a Radio Presidente Balmaceda por
un periodo de seis días. Se la volverá a cerrar muchas veces hasta prohibir inde-
finidamente sus transmisiones.

Agosto, 1974. El general Nilo Floody, Comandante de Institutos Militares,


envía una circular que regula el funcionamiento de los establecimientos educativos
en el Gran Santiago, designando oficiales supervisores. Se sancionan los chistes,
los rumores, los comentarios sobre política contingente, la tergiversación de los
textos de estudios, debiéndose denunciar

cualquier otro antecedente o hecho que demuestre claramente tendencia a


interrumpir, dificultar, frenar, distorsionar, dislocar, minar la disciplina o
alterar el normal desarrollo de las actividades educativas de los alumnos,
a todo nivel.

Octubre, 1974. El grupo teatral El Aleph estrena la obra Y al principio existía


la Vida. En el penúltimo acto, un capitán naufraga con su barco. Su discurso
es indudablemente vecino al que Salvador Allende pronunciara en La Moneda.

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Cuando la obra comienza a darse a masas estudiantiles en la Sede Oriente de la
Universidad Católica, Óscar Castro y su hermana Marietta son detenidos.
En diciembre otro actor, Johnny MacLeod y la madre de los hermanos Castro,
Julieta, son apresados . Todavía siguen desaparecidos.

Marzo, 1975. El pintor Guillermo Núñez , que ya había sido detenido seis
meses durante 1974, expone en el Instituto Chile Francés de Cultura . Jaulas,
espejos, trozos descuartizados , un diario de prisión, hacen que la exhibición sea
proscripta y su autor detenido , torturado y expulsado del país a los pocos días.
Ese mismo mes, un memorándum de la Universidad de Chile de Valparaíso
manda incinerar centenares de libros.

Mayo, 1975 . Pinochet amenaza, en un discurso, a quienes sigan repartiendo


propaganda y diarios clandestinos.

Agosto, 1975. Son sometidos a interrogatorio los asistentes y artistas de la Peña


El Fogón.

Diciembre, 1975. Seis mil personas se reúnen en el Teatro Caupolicán para


escuchar a decenas de artistas, actores, conjuntos folklóricos , poetas, trayendo un
regalo de navidad para los niños necesitados de Santiago. Es sólo uno de muchos
actos culturales de envergadura que principian a organizarse a lo largo de Chile.

Enero, 1976 . El Decreto Supremo Número 19 establece que

todas las iniciativas, tanto de origen público como privado, que tengan re-
lación con asuntos culturales, deben ser sometidos en primer término a estu-
dio y revisión de la Comisión Asesora del Ministerio de Educación y Asesor
Cultural de la junta de Gobierno.

Marzo, 1976 . Se niega permiso para un nuevo acto cultural en el Caupolicán.


Pinochet inaugura el año académico en la Universidad Católica de Valparaíso
declarando que "el pluralismo ideológico absoluto e irrestricto debe entenderse
como definitivamente abolido".

Mayo, 1976. Se niega permiso para actividades culturales y deportivas de los


trabajadores para el primero de mayo.

Agosto, 1976. Todos los artistas y asistentes a una función folklórica en la


Universidad Técnica del Estado son detenidos . Se los libera al día siguiente.

Noviembre , 1976. La Dirección de jardines Infantiles , a cargo de la educa-


ción parvularia en el país, es trasladada del Ministerio de Educación para ser
puesta bajo la tutela del Ministerio del Interior.

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Diciembre, 1976. El historiador e intelectual Fernando Ortiz es arrestado por
agentes de la DINA. Hay una reacción casi inmediata : un numeroso grupo de
figuras culturales exige públicamente información sobre su paradero . El gobierno
niega -como en el caso de dos mil quinientos más "desaparecidos "- su respon-
sabilidad en los hechos.

Diciembre, 1976. Está por repetirse un acto navideño en el Caupolicán. Llegan


personeros de la DINA, policía secreta chilena, y ordena suspender el espectáculo.
Como los organizadores se oponen a la medida, se acuerda que el acto podrá
llevarse a cabo siempre que no se prolongue excesivamente, como el año anterior.
Un cantante anuncia una canción en homenaje al cumpleaños número cien de su
tío Lucho. La gente cree reconocer a Recabarren. Algunos minutos más tarde
el acto se suspende.

Enero, 1977. Una bomba explota durante el toque de queda en la noche


de Santiago, destruyendo la Galería Paulina Waugh. Además de arder cente-
nares de pinturas y material para talleres de literatura y música, es arrasada una
exposición de arpilleras , grandes tapices multicolores realizados por pobladoras
con residuos de telas e hilos que recogían a la salida de las fábricas textiles y con
cuya venta alimentaban a su familia , contando además, una crónica de los sufri-
mientos y luchas cotidianas de los pobres de Chile.

Febrero, 1977 . Centenares de intelectuales solidarizan con la Galería, haciendo


una venta de sus obras en su beneficio en el Instituto Chileno Nortamericano de
Cultura, con asistencia del Embajador de EE.uu. La dueña de la galería es interro-
gada dos veces por la DINA , su familia es amenazada y se ve forzada a abandonar
el país.

Marzo, 1977. Una bomba incendia la carpa gigante donde se exhibía la obra
de Nicanor Parra, Hojas de Parra , que ya había sido clausurada por motivos de
"higiene" y "seguridad" en dos oportunidades anteriores.
A fines de este mismo mes, manos anónimas ponen fuego a la planta transmi-
sora del Obispado de Osorno, "La Voz de la Costa", que emitía programas de
educación rural para el campesinado de la zona.

Abril, 1977. Se niega el permiso comercial a la Editorial Aconcagua, so pre-


texto de que en ese barrio no hay lugar para ese tipo de actividades . Se tramita
a la revista Hoy durante tres meses antes de permitir su aparición.

Agosto, 1977. Pinochet anuncia que a partir de enero próximo, la Universidad


de Chile impartirá cursos sobre "democracia autoritaria". En una carta al gobierno
un grupo de cineastas afirma que el "cine está destinado a morir en el corto
plazo, quedando el país sin ningún tipo de expresión cultural y sin imagen." Les
preocupa que Chile-Films haya sido transferido a Radio Nacional sin mediar
pago.

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Septiembre, 1977. Pinochet afirma que no le temblará la mano, que está mi
llegue el mo--randoc quiestonarégmeyqucndo
mento les caerá encima.

Aunque de esta cronología hemos excluido lo que todo el mundo conoce (los
meses que siguen a la caída del gobierno de Salvador Allende, con sus fusila-
^ mientos masivos, bombardeos a radios, despidos arbitrarios, piras inquisitoriales
y el clima que acompaña esta violencia), sirve como ilustración elocuente de
una represión dedicada y feroz a lo largo de cuatro años.
Pero más que eso, hemos querido revelar cómo, detrás de las acciones mons-
truosas del fascismo en Chile, se puede atestiguar otra cronología, más extendida
y esperanzadora y aún más persistente, la de una respuesta, la de una resistencia
del pueblo que se diversifica, cambia de índole, amplía su contenido y medios y
proyectos, y que exige de la dictadura un terror que también va modificándose,
que altera su estrategia. Digámoslo claramente: si se sigue reprimiendo es porque
el miedo, la cesantía, el hambre, la expulsión, no bastan para silenciar a un
pueblo. Es posible observar, por las sombras que arrojan los decretos fascistas, el
sol que quisieran apagar, la luz que no logran extinguir. Estas reacciones de los
militares en el poder -sin que esa sea su intención- anuncian las etapas de
crecimiento de lo que podemos denominar cultura de la resistencia o de la opo-
sición o de germen democrático o del nombre que sea, pero cuya esencia consiste
en la búsqueda de multifacéticos niveles de expresión de parte del pueblo y de
los productores de cultura, el encuentro de un territorio solidario en medio de tantos
pantanos que ahogan garganta y ojos.
Lo primero que resalta de esta inadvertida radiografía es la coexistencia y su-
perposición de diferentes tipos de lucha cultural contra la dictadura, la inmensa
variedad de vertientes y aperturas halladas. Durante un largo periodo, lo funda-
mental es la creación de un país invisible, de un Chile verdadero donde se conti-
núe tocando el pasado que se prohibe recordar y el futuro que no se permite
soñar. Es una cultura por lo general clandestina, que se realiza al margen de la
vida cotidiana, en los resguardos que ésta ofrece. Puede florecer -es el caso del
primer periodo después del golpe, aunque todavía hoy existe- en forma espon-
tánea: circular chistes, rumores, algunos escritos, comienzan a aparecer palabras
en las murallas, en los billetes, en los wáteres. O puede tratarse de un esfuerzo
más bien colectivo, que anda a la par con el acrecentamiento de la organización
partidaria y que se regulariza según sea más serio y estable el trabajo militante:
surgen los periódicos ilegales, algunos rayados murales, campañas de panfleteo,
ciertos libros y revistas íntegramente impresos en Chile, talleres clandestinos de
poesía y de pintura. La dictadura trata de imponer la dispersión, la incomuni-
cación, la desconfianza: se responde con el contacto mínimo, el reconocimiento
de fueguitos comunes, el hallazgo de un idioma que guiña el ojo, la posibilidad de
una contrainformación. Es una tendencia que se palpa también afuera del país,
en la cultura que marcha masivamente al exilio: hay que preservar en algún
lugar la identidad nacional, hay que seguir habitando la conciencia y los colores,

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hay que sembrar raíces en maceteros que algún día sabrán ser tierra común. No
es éste el lugar para referirse a los éxitos y limitaciones de esta cultura del destierro,
pero es evidente que tiene en común con la cultura clandestina una prolongación
literaria -por otros medios- de las experiencias, de las formalizaciones, no sólo
de lo que se vivió bajo la Unidad Popular, sino de toda la tradición democrática
contra la cual el golpe se gesta y se desata.
Pero si reexaminamos con cuidado la cronología de la represión del principio,
veremos que van brotando lentamente otras formas de movilización artística que
nada tienen de clandestinas, que son una experiencia bastante novedosa en Chile.
Se trata de una cultura que se desarrolla y respira en los espacios abiertos, en los
huecos y vacíos, en los sitios baldíos que la política fascista deja en Chile. Es una
cultura que se genera a la luz pública, que copa la superficie, que verifica su
aparición en aquellas riberas donde la autoridad no puede darse el lujo de una
represión ininterrumpida. Es una cultura de pretensiones más bien masivas, que
sobrenada en el borde de lo insolente permisible, que se arroga el derecho de
nacer tímidamente, que flota un tiempo acelerado entre la legalidad y la semi-
legalidad, que explora en mil direcciones y se nutre en cuarenta grietas y semillas,
que sobreviviente afirma su propia impúdica identidad mientras va morosamente
empujando la frontera de lo que la junta no se aventura a admitir como peli-
groso -no es más que literatura, música, artesanía, teatro- y que sin embargo
tampoco puede tolerar.
El mensaje de esta cultura no es abiertamente político, no se hace evidente en
una primera lectura. Como en cualquier régimen fascista inestable (los últimos
años de España son una buena muestra) existen lazos subterráneos entre creador
y público, un código que los censores comprenden pero que es inconfesable expli-
citar: ahí está el doble sentido, una cierta ambigüedad, alguna ironía, zonas de
silencio en que nada se dice, en que todo se sobre-sub-lado-entiende. Para eva-
luarlo de otro modo: el significado político de esta cultura no está tanto en su
mensaje, en su capacidad educativa, en su discurso racional, como en su atrevi-
miento a erguirse como alternativa a las proposiciones y actos de la dictadura, a
desenvolverse en los márgenes de la espectacularidad del fascismo. Porque pese
a su vacilación en el límite, su prudencia, se trata de una cultura absolutamente
reconocible, se la identifica de inmediato como una opción no-oficial, no fascista.
De las producciones clandestinas es fácil hablar. La junta no sabe quiénes las
producen, y nosotros tampoco podemos ofrecer nombre y apellido. En cambio,
esta otra cultura es pública, y eso hace más incómodo su análisis o ejemplificación.
Podría pensarse incluso que explicitar su existencia, mencionarla siquiera, es
cometer una infidencia, una traición, soplarle datos a la policía secreta. Sin em-
bargo, es necesario hablar de ella hoy. Por dos motivos. En primer lugar porque
callar su especificidad es falsear todo lo que pasa en Chile, es presentar una
imagen incorrecta, seudoromántica, elitista en el fondo, de lo que es la lucha
de un pueblo entero. No dudamos de que hay héroes y redes clandestinas, y que
estos cimentan todo trabajo legal y ayudan a dirigirlo. Pero hay que enfatizar
que lo que más importa en Chile 1977 son las acciones masivas y que la cultura

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decisiva es la que se dilata y habla en sordina en la superficie. La segunda razón
es que todo lo que vamos a decir acá ya lo sabe el aparato represivo de la junta.
Esta cultura no pertenece a los partidos de la izquierda chilena. Sin duda hay
militantes que la impulsan , que la celebran , que participan en su programación.
Sin duda los partidos tienen interés en que ella se fortalezca . Pero no es patrimonio
exclusivamente nuestro , no es una parcela para los activistas políticos. Es la ma-
nera primordial, cotidiana, en que gigantescos sectores de nuestro pueblo no sólo
se organizan sino que buscan respuesta a sus necesidades diarias, en que tratan de
sobrevivir como conciencia autónoma. Algo similar ocurre cuando se explica la
actividad sindical en Chile hoy. De todas maneras, si mi exposición sobre este
punto Linda en la vaguedad, es evidente que cuando se informa sobre estos asuntos
uno debe volverse inevitablemente bordeante, tendemos a vernos contagiados por
el lenguaje neblinoso pero preciso del interior.
Cinco rasgos nos comprueban que esa cultura abierta es inmediatamente reco-
nocible como oposición a la dictadura.
Antes que nada, por su carácter organizativo, por constituirse en alternativa
de masas a las iniciativas del gobierno de Pinochet. En torno a actividades
culturales convergen sectores que -no siendo militantes, no queriendo necesa-
riamente acarrear los riesgos de un compromiso político clandestino- sienten
que esta dictadura los asfixia y los violenta. El mero hecho de tener un lugar
donde acudir, donde expresarse. donde animarse, donde fraternizar, el mero hecho
de sentirse protegidos y parte de una ola que los sobrepasa, es una experiencia
emotiva trascendental. En condiciones particularmente penosas, se trata de apren-
der a unir, a materializar, a dialogar. Se colabora desde aquello que uno tiene
a ruano, desde la concrecién y aspiración que cada uno es. Hacerse dueño de
nuevo de algo que es vital, que no es un adorno: el derecho a expresarse, a sentir
a los demás hablando por uno. Organizar desde la cultura es organizar desde las
urgencias populares, es entrenarse en la participación.
Segundo, este tipo de arte se autoconfiesa por su contenido democrático y uni-
tario. Crece a la sombra o en la fuente de aquellos movimientos masivos que están
claramente marcados por su oposición al régimen: nos tropezamos con ella en las
parroquias, en los sindicatos, en los beneficios a favor de los desaparecidos, en los
centros vecinales, en torno a grupos de estudios o asociaciones de alumnos, a
raíz de una exposición o el lanzamiento de un libro. No se trata de que la
cultura sea un pretexto para organizar actos de otra naturaleza. No es que se
disimule un interés en la voz que canta. Esas manifestaciones se incrementan en
la medida de que aumentan simultáneamente otras acciones del pueblo que se
defiende y avanza. Son el correlato de una lucha que se expande y se afirma.
Tercero, su lenguaje, motivo, tradición. Existe, a partir de septiembre de
1973, una ruptura inevitable con el pasado. Pero es notorio que no toda esa
herencia se pierde, que se mantienen zonas, desiguales oor cierto, donde se pro-
longa y reconstituye la sensibilidad mayoritaria. En un primer momento se pros-
rribe en Chile el charango, la quena y toda la música de raíz andina. Hoy ha
vuelto a ser dominante en el folklore, aun el comercializado. Nombres corno Ne-

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ruda, Violeta Parra, pueden ser reivindicados, junto a todo un arte que la junta
persigue pero que no puede enterrar definitivamente sin pagar un precio que le
es políticamente insoportable. Y no se trata sólo de tantear los bolsillos de Chile,
sino de zambullirse en una traducción global democrática, reclamando para nos-
otros todo lo que pudiera desde otras civilizaciones, interpretar la situación y
arrojo actual, lo que Pinochet niega por su mera existencia. Es muy amplio el
espectro de esta cultura, muy espacioso el público al que se dirige, muy iluminado
y progresista lo que va descubriendo en los rincones más inusitados de la huma-
nidad. San Francisco de Asís, Delacroix, Walt Whitman, \loliére, la Biblia, pue-
den convertirse en estandartes de esta búsqueda de comunicación, pueden ser los
exploradores de un mensaje que no sabe todavía qué se puede decir ni cómo
decirlo. Se los hace glosar el ahora chileno y el universo se convierte en aliado
contra la enajenación. Vale la pena anotar que con esto se intenta sobrepasar los
límites de un arte politizado, un arte que define previamente su público por el
efecto concientizador que le va a producir. Es decir, se excede el círculo de los
convencidos de siempre. Es una lección que nos resultó de difícil digestión du-
rante los años del gobierno popular: ser capaces de contactar las vivencias y
problemas del hombre cotidiano más allá del mensaje explícito. Es bueno poner
un ejemplo de quienes lograrori este tipo de circuito durante el tiempo de Allende:
Los Inti-Illimani. Y no lo digo yo, sino que un breve poema clandestino que me
ha llegado desde Chile, firmado con el seudónimo de Rafael Navarra, un demo-
cratacristiano, cuyo título es JuLentud, y dice así:

Te veo en las manos


de los Inti-Illimani
modelando una arcilla
fresca y áspera.

Muy simple. Para este poeta -opositor del gobierno de Allende- los Inti
también le pertenecen a él, cantan más allá de la izquierda. Con esto no desme-
rezco la literatura de propaganda, de movilización, de análisis, que también
tiene su lugar. Lo que pasa es que en Chile hoy casi toda la cultura legal ele
resistencia democrática ha logrado romper los compartimentos estancos en que
la burguesía nos ha querido encerrar.
La cuarta característica también tiene que ver con el lenguaje. No sólo se
distingue por una cierta sabiduría en apreciar el límite exacto donde la obra se
haría reprimible, sino por combinar a su lado una gran simplicidad, una sencillez
desgarradora. Es un arte que se ha depurado, que yo diría que se ha desintelectua-
lizado. Es paradójico que cuando había absoluta libertad para escribir, pintar,
hacer cine o teatro, el resultado era muchas veces enrevesado, laberíntico, inson-
dable. Y ahora -y esto vale para el exterior copio para el interior- que estamos
muy restringidos, se crean obras donde, si la complejidad no ha desaparecido, lo
concluyente es que -por mucho que la boca esté torcida y las alusiones sean
indirectas-- la forma de expresión se ha vuelto más inmediata, clara, escueta, la
conexión con el público es eléctrica e indesnientible. Al parecer lo que ha ocurrido

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es que, al perder todo manejo de los medios masivos de comunicación, se vive
un fenómeno de popularización de los medios artísticos pre-industriales, notán-
dose su extensión a otros públicos y géneros y usos. Las consecuencias que esto
pueda tener sobre las relaciones de los trabajadores de la cultura con sus diversas
audiencias está por verse, pero es posible que sean duraderas y fértiles.
Por último, este arte es pobre, germina con escasos recursos. Se ha tenido que
comenzar de menos de cero. La gran institución protectora de las artes y letras en
Chile, la Universidad, pasa. a manos (¿a las garras?) de los interventores militares,
en quienes no sabemos qué prima más, si la ignorancia o la tecnocracia. Ejemplos
aburuian, pero bastará recordar dos, ambos de la Universidad Católica de San-
tiago. Fernando Rosa y su orquesta de música antigua son expulsados de la
Universidad y deben fundar la muy exitosa Asociación Beethoven para promover
la música selecta. Se echa a los profesores de ajedrez de esa casa de estudios porque
tal ejercicio no era deportivo y reblandecía los cuerpos, pero eso no impide la
celebración de simultáneas gigantescas para el primero de mayo bajo el patrocinio
de las federaciones sindicales y en plena vía pública. Pero lo esencial de estos
incidentes es que para extenderse hasta la audiencia, hay que hacerlo sin casas
de cultura, sin televisión, sin apoyo ministerial, sin grandes empresas, casi sin
ayuda, de nadie. Se han tenido que reanudar lazos con los consumidores de
cultura, con los receptores en tanto practicantes. Este retorno a los niveles más
primitivos puede significar el retroceso o inanición de una civilización. Pero puede
significar igualmente una realimentación al sacudir los orígenes más profundos,
reorientar nuestras cabezas y tripas y corazones. Estimularse desde los medios pro-
pios, desde los intereses verdaderos, desde los recursos posibles, educarse en la
prescindencia de las formas oficiales, mercantiles, dominantes, importadas, depen-
dientes, arraiga esa práctica en la nacionalidad, lleva a un registro de las verda-
deras opciones de un arte legítimo en las condiciones del subdesarrollo, clarifica
las direcciones a largo plazo de nuestro mundo marginal y pobre.

Algunos ejemplos de la cultura abierta y legal en Chile hoy

Ya mencionamos las tapicerías quemadas en la galería . Allá se expresan los pro-


blemas más apremiantes que el pueblo chileno vive hoy y se hace con una
capacidad expresiva, plástica, una dignidad estética, que muchos profesionales en-
vidiarían . Es una vieja tradición chilena, renovada con Violeta Parra y las bor-
dadoras de Isla Negra. Al gobierno le resulta embarazoso prohibirle a miles de
mujeres miserables que borden, que en sus telas relaten que sus hijos tienen acci-
dentes porque las madres salen a buscar trabajo y el papá está preso, que sin la
olla común los pobres no subsistirían , que vamos todos a cantar al Caupolicán,
que el empleo mínimo no alcanza ni para la micro , que Chile antes era un jardín
recuerdas, que si no fuera por los comedores los chiquillos ya estarían muertos,
que dónde está mi marido , que dónde está mi hija, y en vez de un retrato en la
pared un gran signo interrogante.

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Otro ejemplo. Ha comenzado a aparecer en Chile todo un florilegio de escritos,
canciones, etcétera, sobre las guerras de la Independencia. Se enaltece a los héroes
y se vitupera a los tiranos y traidores. Nadie puede acusar a estos autores de estar
comentando la actualidad. Cuando Guillermo Blanco, por caso, en su libro Con-
tando a Chile, recuerda la corrupción, crueldad y aislamiento de Marcó del Pont
durante la Reconquista, esa época en que los españoles habían retomado el país
a sangre y fuego, no está haciendo otra cosa que recordar la historia patria.
Una última muestra. Nicanor Parra no se ha caracterizado por su apego a las
causas populares. Desde un anarquismo ácido y desesperado, destilando humor
negro, iconoclasta y destructor, las ha embestido muchas veces contra las expe-
riencias revolucionarias, incluyendo al parecer un periodo temprano de romance
con la dictadura pinochetista. La obra que Vadell y Salcedo estrenaron en base
a sus poemas dedica muchos palos a la izquierda, como era de esperarse, pero
sin embargo reserva sus municiones principales para la dictadura. La carpa de
circo donde se hace la representación se va llenando de cruces de un cementerio
vecino que terminan por cubrir todo el escenario. En una ocasión se proclama
candidato a presidente de la república a un señor Nadie, diciendo que Nadie va
defender a los derechos humanos, que Nadie bajará los arriendos, que Nadie
pintará de rojo los copihues. Los mismos autores están a punto de estrenar en
estos días una obra sobre la vida del Padre Hurtado, inspirador de la actual
doctrina social de la Iglesia Católica chilena y que tantos ataques ha merecido
de parte de las Fuerzas Armadas.
¿A qué se debe la aparición de este tipo de lucha cultural abierta?, ¿por qué
es factible en Chile hoy? Las razones son múltiples y profundas. Bastará con enu-
merar algunas de las más pertinentes. Ante todo, por el desgaste de la junta
Militar. La historia de estos cuatro años es la historia de su aislamiento interno e
internacional cada vez mayores. No es que Pinochet no desee masacrar a quienes
se burlan de él o a quienes se reúnen para cantar o a quienes muestran obras
teatrales en las poblaciones. Lo hizo antes. Ahora no puede. La huelga de hambre
en la ONU hace unos meses de 26 familiares de los desaparecidos así lo patentiza.
O la carta de 122 federaciones sindicales exigiendo solución, en un lenguaje
audaz y desprovisto de retórica, a los problemas de los trabajadores. Cada acto de
represión se vuelve contra el gobierno, lo arrincona más. Cada vez que no se
reprime, el gobierno también pierde apoyo. Por otra parte, los valores democráticos
están vastamente arraigados en el pueblo chileno y en su clase obrera en particular.
Esto se expresa en hábitos, vivencias, formalizaciones, sensibilidad, que si bien
alcanzaron su máxima magnitud durante el periodo 1970-1973, obedecen a toda
una trayectoria histórica que es casi imposible extirpar. Las actividades culturales
disponen de un horizonte masivo que las hace difícilmente reprimibles y menos
vigilables.
A esto se debe agregar la madurez de nuestro pueblo, y las opciones estratégicas
de los partidos de la Unidad Popular en el interior. Uno de los problemas centrales
para llevar a cabo el frente antifascista es superar algunas de las divisiones del
pasado, romper los diques de la desconfianza entre quienes deben ser aliados hoy

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pero que no lo fueron ayer. Esta no es una tarea abstracta. Se trata de inventar
y descubrir los senderos que posibilitan esa experiencia. Hay que hacer el apren-
dizaje: aprender a encontrarse, aprender a tolerar las diferencias, aprender a no
tener miedo a decir lo que uno es, aprender a no dialogar en base a disfraces,
aprender a no autoengañarse, aprender a escuchar, aprender, en una palabra, a
dialogar. La cultura abierta y legal de oposición en Chile hoy es un territorio
donde la gente puede, a través de su práctica cotidiana, definir un lenguaje de
consenso , un lenguaje de disentimiento leal, un lenguaje de frente amplio y conver-
gencias diarias, donde la imagen y la conciencia se hagan comunidad y materia,
donde podamos unirnos en torno a concordantes y aguantar nuestros desacuerdos.
Ambas tendencias de nuestra cultura, la clandestina y la abierta, coexisten hoy
en Chile, viven lado a lado sin tocarse en público, quizás nutriéndose mutuamente.
Que forman, sin embargo, una unidad, puede acreditarse si miramos el único lugar
donde se han encontrado y fundido, el único lugar donde la cultura ha pasado a
ser simultáneamente legal e ilegal, abierta y escondida. Se trata de los campos de
detenidos. La dictadura reúne a los prisioneros con el objeto de castigar y ace-
charlos, de rebajarlos en lo que tienen de humano, de aislarlos por contaminantes,
de roturarlos , pero a la vez les reconoce paradójicamente su condición de políticos, de
hombres y mujeres que no caben en el Chile de los generales, que son reme-
moranza de otros tienipos y de playas venideras. Al concentrar a sus opositores (por
algo se llaman campos de concentración), la dictadura los fuerza a organizar su
identidad o a sucumbir. Los presos responden con una cultura propia que amal-
gama ¡as características de lo que se hace a escondidas y de lo que se admite a
la luz del día. Se puede certificar que los presos políticos resuelven en su convi-
vencia cotidiana, en la escasa libertad que arrancan a sus guardianes, muchos
de los problemas que simultáneamente y más tarde el pueblo trata de superar
en la inmensa cárcel que es Chile entero. Ahí se experimentan y potencializan
caminos que después serán ejercidos y conocidos en forma más extensa. No es
éste el lugar para demostrar esta aseveración ni la manera en que la cultura
de los cautivos transforma lo que debería haber sido prueba de la omnipotencia
de Pinochet en evidencia de su derrota y de su incapacidad para sojuzgar a lo
mejor del ser humano.
Lo que debemos retener es el mensaje de esos prisioneros. Nos señalan cuál es
la labor primordial de nuestra cultura en este momento tremendo. Es algo muy
sencillo y muy duro. Lo he anunciado en otra oportunidad. Se trata de no acos-
tumbrarse a Pinochet. Que Pinochet no se convierta en un hábito. Que Pinochet
sea nuestra pesadilla y no la norma con que medimos la realidad. Que sigamos
ciertos de que es anormal, de que es aberrante que se torture, que haya explo-
tación , que la estupidez se entronice y dicte cátedra.
Nuestra tarea fundamental es soñar, tener el coraje minuto a minuto a anti-
cipar, a preparar, a esperar un mundo diferente, donde Pinochet sea un mal
recuerdo , un desvarío de la imaginación , una inverosimilitud.
Ese mundo se está construyendo en Chile hoy, en cada persona que se opone
-con el más pequeño gesto- a la dictadura.

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Nuestra cultura, en sus múltiples formas, es una marea que afirma desde aquí
otra alternativa, un futuro donde despertaremos en la noche tranquila y pacífica
de Santiago, y no estén cuatro asesinos golpeando a la puerta, en que despertemos
y nos demos cuenta con alivio de que estamos en un Chile libre, en una América
Latina nueva, y que podamos respirar mejor, los pulmones funcionando como
una maravilla y tantos hermanos cerca, porque habrá desaparecido semejante
monstruo del oxígeno de este planeta.
Septiembre, 197 7

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