O.E. Wilson, in “Consilience: The Unity of Knowledge”,
Wilson, en Consilience: The Unity of Knowledge, 1995
1995, Chapter 3 (of 12) The Enlightenment, p. 43-48
[… the Enlightenment, then Romanticism, Modernism…]
ALL MOVEMENTS TEND to extremes, which is
approximately where we are today. The exuberant self-
realization that ran from romanticism to modernism has
given rise now to philosophical postmodernism (often
called poststructuralism, especially in its more political
and sociological expressions). Postmodernism is the
ultimate polar antithesis of the Enlightenment. The
difference between the two extremes can be expressed
roughly as follows: Enlightenment thinkers believe we
can know everything, and radical postmodernists
believe we can know nothing.
The philosophical postmodernists, a rebel crew milling
beneath the black flag of anarchy, challenge the very
foundations of science and traditional philosophy.
Reality, they propose, is a state constructed by the
mind, not perceived by it. In the most extravagant
version of this constructivism, there is no "real" reality,
no objective truths external to mental activity, only
prevailing versions disseminated by ruling social groups.
Nor can ethics be firmly grounded, given that each
society creates its own codes for the benefit of the
same oppressive forces.
If these premises are correct, it follows that one culture
is as good as any other in the expression of truth and
morality, each in its own special way. Political
multiculturalism is justified; each ethnic group and
sexual preference in the community has equal validity.
And, more than mere tolerance, it deserves communal
support and mandated representation in educational
agendas, not because it has general importance to the
society but because it exists. That is—again—if the
premises are correct. And they must be correct, say
their promoters, because to suggest otherwise is
bigotry, which is a cardinal sin. Cardinal, that is, if we
agree to waive in this one instance the postmodernist
prohibition against universal truth, and all agree to
agree for the common good. Thus, Rousseau redivivus.
Postmodernism is expressed more explicitly still in
deconstruction, a technique of literary criticism. Each
author's meaning is unique to himself, goes the
underlying premise; nothing of his true intention or
anything else connected to objective reality can be
O.E.
(Consiliencia: La Unidad del Conocimiento, sin traducción),
Capítulo 3 (de 12): La Ilustración, p. 43-48 (traducido por Sebastian
Wasserzug)
[… la Ilustración, después el Romanticismo, Modernismo…]
TODOS LOS MOVIMIENTOS TIENDEN a los extremos, que es más o
menos donde nos encontramos hoy en día. La exuberante
autorrealización que tornó del romanticismo al modernismo ahora
ha dado lugar al posmodernismo filosófico (a menudo llamado
posestructuralismo, especialmente en sus expresiones más
políticas y sociológicas). El posmodernismo es la novísima y
completa antítesis de la Ilustración (a veces también llamado el
Siglo de las Luces). La diferencia entre estos dos extremos se
podría expresar de la siguiente manera: los pensadores de la
Ilustración creían que podíamos saberlo todo y los posmodernistas
radicales creen que no podemos saber nada.
Los posmodernistas filosóficos, un grupo rebelde más o menos
colectivizado bajo la lóbrega bandera de la anarquía, desafían los
fundamentos mismos de la ciencia y la filosofía tradicional. La
realidad, proponen, es un estado construido por la mente y no
uno que la mente perciba. En la versión más extravagante de este
constructivismo, no hay una realidad "real", no hay verdades
objetivas externas a la actividad mental; solo versiones
prevalecientes difundidas por los grupos sociales dominantes. La
ética tampoco puede fundamentarse firmemente, dado que cada
sociedad crea sus propios códigos para beneficio de esas mismas
fuerzas opresivas.
Si estas premisas son correctas, se deduce que una cultura expresa
la verdad y la moralidad tan válidamente cualquier otra, cada
cultura a su manera. El multiculturalismo político está justificado;
cada grupo étnico y preferencia sexual en la comunidad tiene igual
validez. Pero más que la mera tolerancia, esto merece el apoyo
comunitario y la representación obligatoria en los programas
educativos; no porque tengan una importancia general para la
sociedad sino porque existen. Es decir, lo repito: si las premisas
son correctas. Y deben ser correctas, dicen sus promotores, ya que
sugerir lo contrario es fanatismo, lo cual es un pecado capital. Pero
nótese que es un pecado solo si estamos dispuestos a renunciar —
solamente en este caso puntual— a la prohibición posmoderna a
aceptar una verdad universal y si estamos de acuerdo en estar de
acuerdo que existe un bien común. Por ende, Rousseau renace de
sus cenizas.
El posmodernismo se expresa aún más explícitamente en el
deconstruccionismo, una técnica para la crítica literaria. El
significado de cada autor es único a sí mismo, dice la premisa
subyacente; no podemos confiar en ser capaces de asignarle nada
en relación a sus intenciones verdaderas o cualquier otra cosa
reliably assigned to it. His text is therefore open to fresh
analysis and commentary issuing from the equally
solipsistic world in the head of the reviewer. But then
the reviewer is in turn subject to deconstruction, as well
as the reviewer of the reviewer, and so on in infinite
regress. That is what Jacques Derrida, the creator of
deconstruction, meant when he stated the formula Il
n'y a pas de hors-texte (There is nothing outside the
text). At least, that is what I think he meant, after
reading him, his defenders, and his critics with some
care. If the radical postmodernist premise is correct, we
can never be sure that is what he meant. Conversely, if
that IS what he meant, it is not certain we are obliged
to consider his arguments further. This puzzle, which I
am inclined to set aside as the "Derrida paradox," is
similar to the Cretan paradox (a Cretan says "all Cretans
are liars"). It awaits solution, though one need not feel
any great sense of urgency in the matter.
Nor is it certain from Derrida's ornately obscurantist
prose that he himself knows what he means. Some
observers think his writing is meant as a jeu d'esprit, a
kind of joke. His new "science" of grammatology is the
opposite of science, rendered in fragments with the
incoherence of a dream, at once banal and fantastical.
It is innocent of the science of mind and language
developed elsewhere in the civilized world, rather like
the pronouncements of a faith healer unaware of the
location of the pancreas. He seems, in the end, to be
conscious of this omission, but contents himself with
the stance of Rousseau, self-professed enemy of books
and writing, whose work Émile he quotes:
". . . the dreams of a bad night are given to us as
philosophy. You will say I too am a dreamer; I admit it,
but I do what others fail to do, I give my dreams as
dreams, and leave the reader to discover whether there
is anything in them which may prove useful to those
who are awake."
Scientists, awake and held responsible for what they
say while awake, have not found postmodernism
useful. The postmodernist posture toward science in
return is one of subversion. There appears to be a
provisional acceptance of gravity, the periodic table,
astrophysics, and similar stanchions of the external
world, but in general the scientific culture is viewed as
just another way of knowing, and, moreover, contrived
mostly by European and American white males.
relacionada con la realidad objetiva. Por lo tanto, sus textos están
siempre abiertos a nuevos análisis y comentarios originados en el
mundo igualmente solipsista del crítico que analiza el texto. Pero
luego el crítico está a su vez sujeto a la deconstrucción, igual que
el crítico del crítico y así sucesivamente en regresión infinita. Eso
es lo que Jacques Derrida, el creador del deconstruccionismo,
quiso decir cuando declaró la fórmula Il n'y a pas de hors-texte (no
hay nada fuera del texto). Al menos eso es lo que creo que quiso
decir, después de leerlo a él, a sus defensores y a sus críticos
cuidadosamente. Si la premisa posmoderna radical es correcta,
nunca podremos estar muy seguros si eso fue lo que Derrida
realmente quiso decir. Y a la inversa, si eso es lo que quiso decir,
no queda muy claro por qué estaríamos obligados a considerar sus
argumentos más a fondo. Este acertijo, al que me inclinaría a dejar
de lado como “la paradoja de Derrida," es similar a la paradoja de
Epiménides (el cretense que dijo "todos los cretenses son
mentirosos"). Es una paradoja que aún espera solución, aunque en
realidad no deberíamos sentir ninguna urgencia en solucionarla.
Tampoco resulta claro en la recargada prosa oscurantista de
Derrida si él mismo sabe lo que quiere decir. Algunos
observadores piensan que sus escritos son como un jeu d'esprit,
una humorada ingeniosa. Su nueva "ciencia", la gramatología, es
lo opuesto a la ciencia, y se presenta en fragmentos que tienen la
incoherencia de un sueño que es a la vez trivial y fantasioso. Se
trata de escritos que ignoran las ciencias de la mente y el lenguaje
desarrolladas en otras disciplinas, y son más bien como los
pronunciamientos de un curandero que desconoce dónde está el
páncreas. En última instancia, Derrida parece ser consciente de
esta omisión, pero se contenta con tomar la postura de Rousseau,
un enemigo auto declarado de los libros y la escritura, a quien cita
a través de su Émile:
“… y se nos presenta gravemente como filosofía los sueños de
alguna mala noche. Se me dirá que yo también sueño, a lo que he
de convenir, pero al menos procuro lo que los otros no hacen: yo
doy mis sueños como sueños, permitiéndole al lector investigar si
mis sueños contienen alguna cosa útil para la gente que está
despierta."
Pero los científicos, que están despiertos y son responsables de lo
que dicen cuando están despiertos, no han encontrado útil a la
posmodernidad. A su vez, la postura posmoderna hacia la ciencia
es una de subversión. Parece aceptar provisionalmente la teoría
de la gravedad, la tabla periódica, la astrofísica y otros pilares del
mundo externo, pero en general ve la cultura científica como tan
solo una más entre muchas otras formas de conocimiento y,
además, la concibe como mayormente ideada por hombres
blancos europeos y estadounidenses.
It is tempting to relegate postmodernism to history's
curiosity cabinet alongside theosophy and
transcendental idealism, but it has seeped by now into
the mainstream of the social sciences and humanities. It
is viewed there as a technique of metatheory (theory
about theories), by which scholars analyze not so much
the subject matter of the scientific discipline as the
cultural and psychological reasons particular scientists
think the way they do. The analyst places emphasis on
"root metaphors," those ruling images in the thinker's
mind by which he designs theory and experiments.
[…]
Their adherents fret upon the field of play, sometimes
brilliantly, usually not, jargon-prone and elusive. Each in
his own way seems to be drifting toward that
mysterium tremendum abandoned in the seventeenth
century by the Enlightenment. And not without the
expression of considerable personal anguish. Of the late
Michel Foucault, the great interpreter of political power
in the history of ideas, poised "at the summit of
Western intellectual life," George Scialabba has
perceptively written,
“Foucault was grappling with the deepest, most
intractable dilemmas of modern identity […] For those
who believe that neither God nor natural law nor
transcendent Reason exists, and who recognize the
varied and subtle ways in which material interest—
power—has corrupted, even constituted, every
previous morality, how is one to live, to what values can
one hold fast?”
How and what indeed? To solve these disturbing
problems, let us begin by simply walking away from
Foucault, and existentialist despair. Consider this rule of
thumb: To the extent that philosophical positions both
confuse and close doors to further inquiry, they are
likely to be wrong.
To Foucault I would say, if I could (and without meaning
to sound patronizing), it's not so bad. Once we get over
the shock of discovering that the universe was not
made with us in mind, all the meaning the brain can
master, and all the emotions it can bear, and all the
shared adventure we might wish to enjoy, can be found
by deciphering the hereditary orderliness that has
borne our species through geological time and stamped
it with the residues of deep history. Reason will be
Es tentador relegar el posmodernismo al gabinete de esas
curiosidades históricas como la teosofía y el idealismo
trascendental, pero se ha incorporado a las principales corrientes
dentro de las ciencias sociales y las humanidades. Y en esos
campos se la ve como una técnica para desarrollar metateorías
(teorías sobre teorías), mediante la cual los académicos analizan
no tanto los temas principales de la disciplina científica sino las
razones culturales y psicológicas por las cuales los científicos
piensan de la manera en que lo hacen. El analista pone el énfasis
en las "metáforas fundacionales", aquellas imágenes dominantes
en la mente del pensador mediante las cuales diseña teorías y
experimentos.
[…]
Los partidarios del posmodernismo inclinan sus sesudas cejas —a
veces de forma brillante, pero en general no— sobre este campo
intelectual huidizo y tan propenso a excesiva jerga. Cada uno a su
manera parece desplazarse hacia ese misterium tremendum que la
Ilustración abandonó en el siglo XVII. Y lo hacen no sin expresar
una considerable angustia personal. De Michel Foucault, el gran
intérprete del poder político en la historia de las ideas, parado "en
la cima de la vida intelectual occidental", George Scialabba
escribió, muy perceptivamente:
"Foucault estaba lidiando con los dilemas más profundos e
intricados de la identidad moderna [...] Para aquellos que creen
que ni Dios ni la Ley Natural ni la Razón Trascendente existen, y
que reconocen las variadas y sutiles formas en que el interés
material —el poder— ha corrompido e incluso constituido todas
las moralidades del pasado, ¿cómo debemos vivir, a qué valores
puede uno aferrase?”
Cómo y a qué, realmente… Para resolver estos problemas
inquietantes, comencemos sencillamente alejándonos de Foucault
y de la desesperación existencialista. Considérese esta regla de
oro: en la medida en que las posiciones filosóficas confundan y
cierren las puertas a investigaciones más profundas, lo más
probable que estén equivocadas.
A Foucault yo le diría (sin querer sonar condescendiente): todo
esto no es tan malo. Una vez superada la conmoción de descubrir
que el universo no fue creado con nosotros en mente, todo el
resto de significados que el cerebro sí pueda discernir, y todas las
emociones que pueda contener, y toda esta aventura compartida
que bien podríamos desear disfrutar, pueden hallarse al descifrar
el orden hereditario que nuestra especie ha cargado a lo largo del
tiempo geológico y que está estampado en los residuos de nuestra
historia profunda. La razón avanzará a nuevos estratos y las
advanced to new levels, and emotions played in
potentially infinite patterns. The true will be sorted
from the false, and we will understand one another
very well, the more quickly because we are all of the
same species and possess biologically similar brains.
And to others concerned about the growing dissolution
and irrelevance of the intelligentsia, which is indeed
alarming, I suggest there have always been two kinds of
original thinkers, those who upon viewing disorder try
to create order, and those who upon encountering
order try to protest it by creating disorder. The tension
between the two is what drives learning forward. It lifts
us upward through a zigzagging trajectory of progress.
And in the Darwinian contest of ideas, order always
wins, because—simply—that is the way the real world
works.
Nevertheless, here is a salute to the postmodernists. As
today's celebrants of corybantic Romanticism, they
enrich culture. They say to the rest of us: Maybe, just
maybe, you are wrong. Their ideas are like sparks from
firework explosions that travel away in all directions,
devoid of following energy, soon to wink out in the
dimensionless dark. Yet a few will endure long enough
to cast light on unexpected subjects. That is one reason
to think well of postmodernism, even as it menaces
rational thought. Another is the relief it affords those
who have chosen not to encumber themselves with a
scientific education. Another is the small industry it has
created within philosophy and literary studies. Still
another, the one that counts the most, is the unyielding
critique of traditional scholarship it provides. We will
always need postmodernists or their rebellious
equivalents. For what better way to strengthen
organized knowledge than continually to defend it from
hostile forces? John Stuart Mill correctly noted that
teacher and learner alike fall asleep at their posts when
there is no enemy in the field. And if somehow, against
all the evidence, against all reason, the linchpin falls out
and everything is reduced to epistemological confusion,
we will find the courage to admit that the
postmodernists were right, and in the best spirit of the
Enlightenment, we will start over again. Because, as the
great mathematician David Hilbert once said, capturing
so well that part of the human spirit expressed through
the Enlightenment, Wir müssen wissen. Wir werden
wissen. We must know, we will know.
emociones se expresarán en patrones potencialmente infinitos.
Discerniremos la verdad de la falsedad y nos comprenderemos
muy bien los unos a los otros y hasta rápidamente, ya que todos
somos de la misma especie y poseemos cerebros biológicamente
equivalentes.
Y a los otros que estén preocupados por la creciente disolución e
irrelevancia de “la inteliguentsia”, lo cual es realmente alarmante,
les diría que siempre ha habido dos tipos de pensadores
originales: los que al ver el desorden tratan de crear orden y los
que al encontrar orden intentan protestar creando desorden. La
tensión entre estos dos es lo que impulsa y hace avanzar nuestro
aprendizaje. Nos eleva gracias a una zigzagueante trayectoria de
progreso. Y en el certamen darwiniano de las ideas el orden
siempre gana, sencillamente porque así es como funciona el
mundo real.
Aun así, aquí va mi homenaje a los posmodernos. Siendo esos
actuales alabadores del romanticismo, nos enriquecen la cultura.
Nos dicen al resto de nosotros: tal vez, solo tal vez, ustedes estén
equivocados. Las ideas de los posmodernos son como chispas de
explosiones de fuegos artificiales que se alejan en todas
direcciones, pero sin energía tras ellas y que luego desaparecen en
una oscuridad sin extensiones. Sin embargo, unas pocas durarán lo
suficiente como para arrojar luz sobre temas inesperados. Esa es
una de las razones para pensar bien del posmodernismo, incluso
cuando esté amenazando el pensamiento racional. Otra es el alivio
que ofrece a aquellos que hayan optado por no comprometerse
con una educación científica. Otra es la pequeña industria que ha
creado dentro de la filosofía y los estudios literarios. Otra más, y la
que más importa, es su inflexible crítica al mundo académico
tradicional. Siempre necesitaremos a los posmodernos u otros
rebeldes. Porque, ¿de qué otra mejor forma podríamos fortalecer
el conocimiento organizado que al defenderlo continuamente de
fuerzas hostiles? John Stuart Mill observó correctamente que
tanto el profesor como el alumno se quedan dormidos en sus
tareas cuando no hay ningún enemigo a la vista. Y, si de alguna
manera y contra toda evidencia y todo raciocinio, nuestro pilar
central termina derrumbándose y todo se reduce a una confusión
epistemológica, ya hallaremos nosotros la valentía necesaria para
admitir que los posmodernos tenían razón y —en el mejor espíritu
de la Ilustración— sencillamente empezar de nuevo. Como dijo el
gran matemático David Hilbert, capturando tan bien esa parte del
espíritu humano que encontró expresión en la Ilustración:
“Debemos saber. Y sabremos.”