2017 : WHAT SCIENTIFIC TERM OR CONCEPT OUGHT TO BE
MORE WIDELY KNOWN?
Helena Cronin
Co-director of LSE's Centre for Philosophy of Natural and
Social Science; Author, The Ant and the Peacock: Altruism
and Sexual Selection from Darwin to Today
Sex
The poet Philip Larkin famously proclaimed that sex began
in 1963. He was inaccurate by 800 million years. Moreover,
what began in the 1960s was instead a campaign to oust
sex—in particular, sex differences—in favor of gender.
Why? Because biological differences were thought to spell
genetic determinism, immutability, anti-feminism and,
most egregiously, women's oppression. Gender, however,
was the realm of societal forces; "male" and "female" were
social constructs, the stuff of political struggle; so gender
was safe sex.
The campaign triumphed. Sex now struggles to be heard
over a clamor of misconceptions, fabrications and
denunciations. And gender is ubiquitous, dominating
thinking far beyond popular culture and spreading even to
science—such that a respected neuroscience journal
recently felt the need to devote an entire issue to urging
that sex should be treated as a biological variable.
And, most profoundly, gender has distorted social policy.
This is because the campaign has undergone baleful
mission-creep. Its aim has morphed from ending
discrimination against women into a deeply misguided
quest for sameness of outcome for males and females in
all fields—above all, 50:50 across the entire workplace.
This stems from a fundamental error: the conflation of
equality and sameness. And it's an error all too easily made
if your starting point is that the sexes are "really" the same
and that apparent differences are mere artifacts of sexist
socialization.
Consider that 50:50 gender-equal workplace. A stirring call.
But what will it look like? (These figures are UK; but ratios
are almost identical in all advanced economies.) Nursing,
for example, is currently 90% female. So 256,000 female
nurses will have to move elsewhere. Fortunately, thanks to
a concomitant male exodus, 570,000 more women will be
needed in the construction and building trades. Fifteen
thousand women window-cleaners. One hundred twenty-
seven thousand women electricians. One hundred forty-
Helena Cronin, Co-Directora del Centro de Filosofía de las
Ciencias Naturales y Sociales del London School of Economics,
contesta la pregunta del año 2017 de la publicación Edge:
¿QUÉ TÉRMINO O CONCEPTO CIENTÍFICO DEBERÍA SER MÁS
CONOCIDO?
https://www.edge.org/response-detail/27191
(traducido por Sebastian Wasserzug)
El sexo
El poeta Philip Larkin proclamó la famosa sentencia que decía
que el sexo comenzó en 1963. Le erró por 800 millones de años.
Lo que en realidad comenzó en la década de los 60 fue una
campaña para destituir al sexo, en particular las diferencias
sexuales, y remplazarlo con el género.
¿Por qué? Porque las diferencias biológicas eran concebidas
como justificaciones del determinismo genético, la
inmutabilidad, el antifeminismo y, más notablemente, la
opresión de las mujeres. El género, por otro lado, se inscribía
dentro del reino de las fuerzas sociales; "masculino" y
"femenino" eran constructos sociales, el material contra el cual
ejercer la lucha política. El género era sexo seguro.
La campaña triunfó. Hoy en día el sexo lucha por ser escuchado
por sobre un clamor de conceptos erróneos, fabricaciones y
denuncias. Y el género domina omnipresentemente el
pensamiento mucho más allá de la “cultura popular” y se
extiende incluso a la ciencia; al punto que recientemente una
respetada revista académica de neurociencia se vio en la
necesidad de dedicar una edición entera a instar a que el sexo
sea tratado como una variable biológica.
Y, más profundamente, el género ha distorsionado las políticas
sociales. Esto es así a raíz de que la campaña ha sufrido una
funesta expansión de sus objetivos. Su objetivo inicial de
terminar con la discriminación de las mujeres se ha
metamorfoseado hacia la misión profundamente equivocada de
lograr que los hombres y las mujeres experimenten uniformidad
en todos los campos; y especialmente en que haya una
proporción 50:50 en todo lugar de trabajo. Esto se deriva de un
error fundamental: la confusión entre igualdad y uniformidad. Y
es un error demasiado fácil de cometer cuando se parte de la
base de que los sexos son "realmente" iguales y que las
aparentes diferencias son meros artefactos de la socialización
sexista.
Consideremos la proporción 50:50 en igualdad de género en el
lugar de trabajo. Un llamamiento provocador pero, ¿cómo
funcionaría? (las cifras a continuación pertenecen al Reino
Unido, aunque las proporciones son casi idénticas en todas las
economías avanzadas). Por ejemplo, en la actualidad las mujeres
representan el 90% de los puestos de trabajo en enfermería. Así
que 256.000 enfermeras deberán cambiar de empleo.
Afortunadamente y gracias a un éxodo masculino concomitante,
se necesitarán 570.000 mujeres más en el oficio de la
three thousand women vehicle-mechanics. One hundred
thirty-one thousand women metal-machinists. And 32,000
women telecom-engineers.
What's more, the most dangerous and dirty occupations
are currently almost entirely 100% male—at least half a
million jobs. So that will require a mass exodus of a quarter
of a million women from further "unbalanced"
occupations. Perhaps women teachers could become
tomorrow's gender-equal refuse-collectors, quarry
workers, roofers, water-and-sewage plant operators,
scaffolders, stagers and riggers?
And perhaps gender-balanced pigs could fly? At this point,
the question becomes: If that's the solution, what on earth
was the problem? Gender proponents seem to be blithely
unaware that, thanks to their conflation of equality and
sameness, they are now answering an entirely different set
of concerns—such as "diversity," "under-representation,"
"imbalance"—without asking what on earth they have to
do with the original problem: discrimination.
And the confusions ramify. Bear in mind that equality is not
sameness. Equality is about fair treatment, not about
people or outcomes being identical; so fairness does not
and should not require sameness. However, when
sameness gets confused with equality—and equality is of
course to do with fairness—then sameness ends up
undeservedly sharing their moral high ground. And
male/female discrepancies become a moral crusade. Why
so few women CEOs or engineers? It becomes socially
suspect to explain this as the result not of discrimination
but of differential choice.
Well, it shouldn’t be suspect. Because the sexes do differ—
and in ways that, on average, make a notable difference to
their distribution in today's workplace.
So we need to talk about sex.
Here's why the sexes differ. A sexual organism must divide
its total reproductive investment into two—competing for
mates and caring for offspring. Almost from the dawn of
sexual reproduction, one sex specialized slightly more in
competing for mates and the other slightly more in caring
for offspring. This was because only one sex was able to
inherit the mitochondria (the powerhouse of cells); so that
sex started out with sex cells larger and more resource-rich
than the other sex. And thus began the great divide into
fat, resource-laden eggs, already investing in "caring"—
providing for offspring—and slim, streamlined sperm,
already competing for that vital investment. Over
evolutionary time, this divergence widened, proliferating
and amplifying, in every sexually reproducing species that
has ever existed. So the differences go far beyond
construcción. Además de otras 15.000 mujeres limpiadoras de
ventanas; 127.000 mujeres electricistas; 143.000 mecánicas;
131.000 metalúrgicas; y 32.000 más en ingeniería de las
comunicaciones.
Aún más: las ocupaciones más peligrosas y sucias son hoy día
casi en su totalidad patrimonio de los hombres, con por lo
menos medio millón de empleos. Así que esto requerirá un
éxodo masivo de un cuarto de millón de mujeres desde otras
ocupaciones "desequilibradas". ¿Quizás las docentes podrían
convertirse en recolectoras de basura, trabajadoras de canteras,
techadoras, operadoras de plantas de agua y alcantarillado,
peones de andamiajes y aparejadoras?
¿Y quizás las vacas emancipadas vuelan? Este es el punto en el
cual uno se pregunta: si esa es la solución, ¿cuál demonios habrá
sido el problema? Los partidarios del género parecieran pasar
alegremente por alto el hecho de que, gracias al error de
conflagrar igualdad con uniformidad, ahora están encarando un
conjunto de problemas completamente distintos —tales como
"diversidad", "subrepresentación", "desequilibrio"— sin
preguntarse qué demonios tienen que ver con el problema
original: la discriminación.
Y las confusiones se ramifican. Téngase en cuenta que igualdad
no es uniformidad. Igualdad hace referencia al trato justo, no a
consecuencias idénticas; por lo tanto lo justo no requiere ni
exige uniformidad. Sin embargo, cuando la igualdad se confunde
con la uniformidad —y por supuesto que la igualdad sí tiene que
ver con la imparcialidad— entonces la uniformidad termina
compartiendo, inmerecidamente, la virtud moral de todos los
anteriores. Y la discrepancia hombres-mujeres se convierte en
una cruzada moral. ¿Por qué hay tan pocas mujeres gerentes o
ingenieras? No explicar esto como resultado de la discriminación
sino de diferentes elecciones de vida se vuelve algo socialmente
sospechoso.
En realidad no debería serlo. Porque los sexos sí son diferentes;
y lo son de tal forma que en promedio crean notables diferencias
en sus distribuciones en el lugar de trabajo hoy en día.
Es imperativo entonces que hablemos de sexo.
A continuación, la razón por la cual los sexos difieren. Un
organismo sexual debe dividir en dos su inversión reproductiva
total: competir para encontrar una pareja sexual y cuidar de su
descendencia. Casi desde el amanecer de la reproducción sexual,
un sexo se especializó un poco más en competir en encontrar
parejas sexuales y el otro un poco más en el cuidado de sus
descendientes. Esto fue así ya que sólo un sexo podía heredar las
mitocondrias (el motor de las células); es así que la sexualidad
comenzó con células sexuales más grandes y más ricas en
recursos en uno de los sexos en comparación con el otro. Y así
empezó la gran división entre óvulos cargados de grasas y
recursos que ya invertían en el "cuidado" —para la
descendencia— y espermas delgados y aerodinámicos que ya
competían por esa inversión vital. Durante el tiempo evolutivo,
esta divergencia se amplió, proliferándose y extendiéndose en
reproductive plumbing. They are distinctive adaptations for
the different life-strategies of competers and carers.
Wherever ancestral males and females faced different
adaptive problems, we should expect sex differences—
encompassing bodies, brains and behaviour. And we
should expect that, reflecting those differences, competers
and carers will have correspondingly different life-
priorities. And that's why, from that initial asymmetry, the
same characteristic differences between males and
females have evolved across all sexually-reproducing
animals, differences that pervade what constitutes being
male or female.
As for different outcomes in the workplace, the causes are
above all different interests and temperaments (and not
women being "less clever" than men). Women on average
have a strong preference for working with people—hence
the nurses and teachers; and, compared to men, they care
more about family and relationships and have broader
interests and priorities—hence little appeal in becoming
CEOs. Men have far more interest in "things"—hence the
engineers; and they are vastly more competitive: more
risk-taking, ambitious, status-seeking, single-minded,
opportunistic—hence the CEOs. So men and women have,
on average, different conceptions of what constitutes
success (despite the gender quest to impose the same—
male—conception on all).
And here's some intriguing evidence. "Gender" predicts
that, as discrimination diminishes, males and females will
increasingly converge. But a study of 55 nations found that
it was in the most liberal, democratic, equality-driven
countries that divergence was greatest. The less the
sexism, the greater the sex differences. Difference, this
suggests, is evidence not of oppression but of choice; not
socialization, not patriarchy, not false consciousness, not
even pink t-shirts or personal pronouns … but female
choice.
An evolutionary understanding shows that you can't have
sex without sex differences. It is only within that powerful
scientific framework—in which ideological questions
become empirical answers—that gender can be properly
understood. And, as the fluidity of "sexualities" enters
public awareness, sex is again crucial for informed,
enlightened discussion.
So for the sake of science, society and sense, bring back
sex.
todas y cada una de las especies sexualmente reproductivas que
han existido. Es así que las diferencias van mucho más allá de la
plomería reproductiva. Son adaptaciones distintivas para las
diferentes estrategias de vida de competidores y de cuidadoras.
Dondequiera que los machos y las hembras ancestrales se hayan
enfrentado con diferentes problemas de adaptación, debemos
esperar ver diferencias sexuales: abarcan cuerpos, cerebros y
comportamientos. Y debemos esperar que, reflejando esas
diferencias, competidores y cuidadoras tengan prioridades de
vida correspondientemente diferentes. Y es por eso que, a partir
de esa asimetría inicial, las mismas típicas diferencias entre
machos y hembras han ido evolucionado en todos los animales
que se reproducen sexualmente, diferencias que están bien
presentes en lo que constituye ser hombre o ser mujer.
En cuanto a las diferentes consecuencias en el lugar de trabajo,
las causas principales son las diferencias en intereses y
temperamentos (y no que las mujeres sean "menos
inteligentes"). Las mujeres, en promedio, tienen una clara
preferencia en trabajar con gente; de ahí las enfermeras y las
docentes. Y en comparación con los hombres se preocupan más
por la familia y las relaciones y cuentan con intereses y
prioridades más amplias. Por eso no se ven muy atraídas en ser
gerentes. Los hombres están muchísimo más interesados en las
"cosas" y de ahí los ingenieros. Y son mucho más competitivos:
toman más y mayores riesgos, son más ambiciosos,
obsesionados con el estatus y con metas únicas y estrechas, y
son oportunistas; de ahí los gerentes. Es así que los hombres y
las mujeres, en promedio, tienen concepciones distintas sobre
qué constituye el éxito (a pesar de la cruzada de género que
busca imponer una misma y única concepción —la masculina—
por sobre el resto de las personas).
Y a continuación algunas pruebas intrigantes. El “género”
predice que, a medida que la discriminación disminuya, los
varones y las mujeres convergerán en sus elecciones cada vez
más. Pero un estudio de 55 naciones halló que en donde existe
la mayor divergencia es en aquellos países que son los más
progresistas, más democráticos y tienen mayor respeto hacia la
igualdad. Cuanto menos sexismo hay, más diferencias sexuales
hay. Esto sugiere que esta diferencia es evidencia no de
opresión, sino de elección; no de socialización, ni patriarcado, ni
conciencia falsa y ni siquiera de ropitas rosadas o pronombres
personales... sino de lo que las mujeres elijen.
Una comprensión evolutiva demuestra que no puede haber
especies sexuales sin diferencias sexuales. Es sólo dentro de este
sólido marco científico —a través del cual interrogantes
ideológicos reciben respuestas empíricas— que los temas de
género se pueden comprender adecuadamente. Y, a medida que
la fluidez de las "sexualidades" entra en la conciencia pública, el
sexo resulta una vez más crucial para estar en condiciones de
tener debates más informados e ilustrados.
Así que, por el bien de la ciencia, de la sociedad y del sentido
común, debemos volver a hablar de sexo.