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Desarrollado y subdesarrollado:

Países poco desarrollados, o en vías de desarrollo, países pobres, países no-industrializados, de producción
primaria, países atrasados y dependientes, etc. Términos imprecisos y vagos, si se quiere, desde un punto de vista
estrictamente académico, ya que tienen connotaciones diferentes; pero transparentes en realidad, para el buen
entendedor, sobre el tipo de país aludido.

La problemática del subdesarrollo económico consiste precisamente en ese conjunto complejo e


interrelacionado de fenómenos que se traducen y expresan en desigualdades flagrantes de riqueza y de pobreza, en
estancamiento, en retraso respecto de otros países, en potencialidades productivas desaprovechadas, en dependencia
económica, cultural, política y tecnológica.

Subdesarrollo como un proceso estructural

Muchos países de América Latina vienen realizando desde hace varias décadas esfuerzos importantes de mejoramiento económico y
social; se avanzó considerablemente en materia de industrialización, así como también en la realización de inversiones de infraestructura. Se
hicieron progresos importantes en materia de planificación, y se llevaron a cabo amplias actividades de racionalización y de modernización en la
administración pública, en el sector empresarial, en ciertas áreas rurales, en los servicios sociales. Además fueron considerables las inversiones
para la expansión de los servicios educativos, de salud y vivienda. N o obstante, es de todos conocido que en estos países no se llegó todavía a un
proceso de crecimiento acumulativo y acelerado; además siguen prevaleciendo muchas de las características que en la discusión inicial de la
problemática del desarrollo se consideraron com o aspectos esenciales del subdesarrollo, tales como la dependencia externa, la desigualdad
económica, social y cultural, la falta de participación social de grupos significativos, la inseguridad y desigualdad de oportunidades, etc. Aparte de
esta realidad, y no obstante los esfuerzos realizados, también se viene observando en la últim a década una tendencia hacia el estancamiento del
proceso de industrialización y crecimiento de los países latinoamericanos.

Concretamente se ha señalado que los esfuerzos de inversión y de industrialización, por ejemplo, no lograrán los efectos esperados, o deseados, cuando
prevalecen en algunos sectores de la economía, como en la agricultura, estructuras e instituciones que dificultan el avance tecnológico, el mejoramiento de la
productividad y la utilización eficiente de los recursos, y que tienden a agudizar la concentración del ingreso y la desigualdad de oportunidades. Se ha observado
igualmente que los sistemas educacionales no están orientados hacia la formación de mano de obra calificada que pueda participar adecuadamente en el proceso
productivo. Por otro lado, también se ha insistido sobre el hecho de que la forma característica que ha tomado el sistema tributario de nuestros países no permite
que se haga, a través de la política fiscal, una contribución sustancial al mejoramiento de la distribución del ingreso. Ante el éxito relativamente escaso de los
esfuerzos realizados desde el punto de vista del cambio estructural y el mejor conocimiento que se tiene sobre estos y otros aspectos de la estructura económica e
institucional de nuestras economías y sociedades, se ha venido insistiendo cada vez más en la necesidad de transformaciones profundas, de reformas estructurales,
que permitan que el funcionam iento y expansión del sistema económico produzca como resultado un proceso más dinámico y más justo.

A través de la obra realizada principalmente por la c e p a l y por diversos autores individuales vinculados en
una u otra forma a esta institución, se ha llegado a identificar así en los últimos años una corriente de pensamiento
latinoamericano sobre estos asuntos, denominada “estructuralista”. Ésta pone el acento de la política de desarrollo
sobre un conjunto de reformas estructurales, en la función del Estado como orientador, promotor y planificador, y en
una reforma y ampliación sustancial de las modalidades de financiamiento externo y del comercio internacional. Esta
corriente de ideas tuvo probablemente su culminación política en 1961, en la Carta de Punta del Este y en la
concepción in icial —y nunca realizada— de la Alianza para el Progreso.

En esa ocasión, en efecto, los gobiernos latinoamericanos, dentro de un nuevo esquema de cooperación
internacional multilateral con Estados Unidos, expresaron su decisión deimpulsar y realizar ese conjunto de políticas,
utilizando la planificación como instrumento para plasmarlas en la realidad. Se ha hecho evidente en los últimos años
que los propósitos, tanto internos como internacionales, planteados en esa ocasión ni siquiera han sido emprendidos, lo
fueron en forma muy superficial y tímida, o cuando se llevaron adelante no brindaron resultados satisfactorios. Muchos
países, incluso, han abandonado explícitam ente su adhesión formal a los postulados entonces afirmados, y parece cada
vez más notorio que las políticas de reforma estructural, así como los esfuerzos de planificación que habían estado
vigentes en América Latina en años recientes pierden impulso y no logran traducirse en realidades políticas concretas y
eficaces. medidas fueron esbozadas a partir de modelos demasiado simplistas y unilaterales. Por ejemplo, no había una
concepción de estrategia política que tomara debidamente en cuenta las fuerzas con las cuales se podía contar para
llevarlas a cabo, así como los grupos que presumiblemente se opondrían a ellas; tampoco se percibía claramente la
naturaleza estratégica de las vinculaciones económicas sociales, políticas y culturales externas.
Comclusion: Se comprendió que el estructuralismo no examinaba la realidad latinoamericana como una
totalidad que se explica a sí misma como producto de su evolución histórica, sino que la contrastaba con los supuestos
de los modelos de crecimiento o de las teorías parciales del subdesarrollo. De hecho, en el análisis que sustentaba la
planificación, la integración económica, las reformas estructurales y las demás proposiciones de la política de desarrollo,
se recaía en el empleo del propio método analítico que, por otro lado, se criticaba en sus supuestos fundamentales. Lo
anterior plantea la tarea de definir un m étodo satisfactorio para exam inar la realidad del desarrollo latinoamericano,
cuyas exigencias deben consistir en enfocarla desde un punto de vista estructural, histórico y totalizante. U n esquema
analítico adecuado para el estudio del desarrollo y del subdesarrollo debe reposar por consiguiente, sobre las nociones
de proceso, de estructura, y de sistema

N o se admite que el subdesarrollo sea un “momento” en la evolución continua (enfoque del desarrollo como
crecimiento) o discontinua (enfoque del desarrollo como sucesión de etapas) de una sociedad económica, política y
culturalmente aislada y autónoma; por el contrario, se postula basándose sobre la observación histórica sistemática,19
que el subdesarrollo es parte del proceso histórico global de desarrollo, que tanto el subdesarrollo como el desarrollo
son dos caras de un mismo proceso histórico universal; que ambos procesos son históricamente simultáneos; que están
vinculados funcionalmente, es decir, que interactúan y se condicionan mutuamente y que su expresión geográfica
concreta se observa en dos grandes dualismos: por una parte, la división del mundo entre los estados nacionales
industriales, avanzados, desarrollados, “centros”, y los estados nacionales subdesarrollados, atrasados, pobres,
periféricos, dependientes; y por la otra, la división dentro de los estados nacionales en áreas, grupos sociales y
actividades avanzadas y modernas y en áreas, grupos y actividades atrasadas, primitivas y dependientes. El problema
fundamental del desarrollo de una estructura subdesarrollada aparece así como la necesidad de superar su estado de
dependencia, transformar su estructura para obtener una mayor capacidad autónoma de crecimiento y una
reorientación de su sistema económico que permita satisfacer los objetivos de la respectiva sociedad. En otros
términos, el desarrollo de una unidad política y geográfica nacional significa lograr una creciente eficacia en la m
anipulación creadora de su m edio ambiente natural, tecnológico, cultural y social, así como de sus relaciones con
otras unidades políticas y geográficas.

Capitalismo:

Sistema económico y social basado en la propiedad privada de los medios de producción, en la importancia
del capital como generador de riqueza y en la asignación de los recursos a través del mecanismo del
mercado. Cuando en El Capital Karl Marx develó el carácter transitorio del modo de producción capitalista, a partir de
identificar las contradicciones materiales que se desarrollan en su propio seno, no hizo más que dar un sustento
científico a su concepción dialéctica de la realidad social. Como señaló en el epílogo (1873) de dicha obra, el núcleo
racional de la dialéctica consiste en comprender que “la intelección positiva de lo existente incluye también, al propio
tiempo, la inteligencia de su negación, de su propia ruina”. Esta forma del pensamiento que entiende a su objeto de
estudio en su génesis, desarrollo y caducidad, es decir, que revela su transitoriedad, intentando develar la conexiones
inter‐ nas que condicionan su desarrollo, su historia, es nodal a la hora de comprender la inevitable tendencia al colapso
que transita la sociedad burguesa. El pensamiento dia‐ léctico, sin embargo, recién adquiere este carácter crítico de todo
lo existente a partir de la fundamentación materialista que le imprime Marx, en oposición a las mistificaciones idealistas
de la dialéctica hegeliana

Pasado colonial:

En el modelo español se destacan los núcleos centrales de la sociedad colonial (M éxico y Perú), que aparecen como una
superposición sobre sociedades precolombinas relativamente avanzadas, de. agricultura excedentaria, y donde se
trabajaba el oro y la plata. Esa sociedad se proyecta también, aunque en forma más restringida, sobre los grupos
humanos del segundo tipo, las economías de subsistencia; y en forma más lim itada aún, a las áreas vacías. Para las
sociedades cuyos centros se encuentran en el Imperio incaico y en el Imperio azteca, la llegada del conquistador significa
desde un punto de vista político y social, remplazar los grupos dirigentes nativos por una burocracia civil, m ilitar y
religiosa española. En cuanto a la estructura productiva, significa la expansión de una nueva actividad, la minería; para
ello es preciso crear una situación de amplia disponibilidad de hombres y, por consiguiente, se requiere un excedente de
producción agrícola para alimentar esa fuerza de trabajo. De ahí se deriva una transformación importante en la
agricultura existente, ya que no sólo hace falta abastecer la fuerza de trabajo minera sino también la nueva población
urbana. Esta nueva población, de origen ibérico, trae un patrón de consumo distinto al prevaleciente, lo que impulsa a
introducir una serie de nuevos cultivos (trigo, arroz, centeno, avena, caña de azúcar, café, algodón, numerosas frutas y
hortalizas), así como ganadería (vacunos, ovinos, porcinos, aves, caprinos). Desde el punto de vista de las necesidades de
liquidez de la econom ía metropolitana, de las entradas fiscales de la Corona y del propio dinamismo del m odelo
mercantilista, el sector más importante y estratégico era, desde luego, la producción minera. La producción de oro y
plata significaba la creación de un flujo monetario correspondiente al “quinto real” que se paga al gobierno y que se
envía a la metrópoli. Significa además el gasto de una parte de la riqueza minera producida, en las compras de alimentos
al sector agrícola y en otras adquisiciones hechas al comercio. Estas transacciones se refieren por supuesto a las
compras que realizan los propietarios y encomenderos de los bienes que no se producen dentro del complejo minero-
agropecuario de la encomienda o comunidad indígena. Además del trueque, surgen así flujos monetarios hacia el sector
agrícola no tradicional y hacia el sector comercial; complementados éstos por otra corriente directa a la m etrópoli
constituida por las transferencias que enviaba a España, ya sea a sus familiares o para la adquisición de propiedades,
títulos, etc., los encomenderos y los españoles que trabajaban en las minas.

Como síntesis, convendría examinar rápidamente las características esenciales, o los resultados y síntomas del
funcionam einto de la sociedad colonial. Esto llevaría a incorporar por lo menos los siguientes elementos:

1) dependencia total de la metrópoli tanto en el sentido económ ico y m ilitar como en el cultural y político;

2) especialización muy grande en la producción y exportación de minerales preciosos y de algunos productos agrícolas
tropicales, particularmente en los países del tipo C y SP; los tipos S y V desarrollaron una estructura productiva más
diversificada como consecuencia de su comercio con los centros coloniales;

3) extrema desigualdad en términos de ingreso, prestigio y poder, en la sociedad colonial, con una gran diferenciación
entre los distintos grupos y estamentos de esa sociedad y con un elem ento importante de discriminación racial entre el
blanco — español y criollo— por una parte, y el mestizo, el indígena, el negro y todas sus combinaciones, por la otra;

4) extraordinaria expansión de la demanda de fuerza de trabajo, lo que llevó a su máxima explotación y, entre otras
causas, a una verdadera catástrofe demográfica y a la importación de m ano de obra esclava, y

5) extremada burocratización caracterizada por una gran rigidez jurídica y ! administrativa, con un poder centralista y
burocrático casi absoluto.

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