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INTRODUCCIÓN
La comunicación que presentamos nace de los resultados obtenidos en la investigación
realizada por el Grupo HUM-310 de la Junta de Andalucía, denominada “La Formación
Ocupacional: hacia la inserción laboral de la juventud de Córdoba” (Pérez Ferrando et al.,
2004). Dicho trabajo se centra en analizar la situación de la formación ocupacional que recibe
la juventud cordobesa y, de manera especial, aquellos jóvenes que abandonaron la escuela
obligatoria a edades tempranas sin completar la etapa de Educación Secundaria Obligatoria.
De este análisis se desprende, en primer lugar, la escasez de oferta formativa para este perfil
de jóvenes con bajos niveles de cualificación. En concreto, y básicamente, los programas
formativos a los que accede esta población -en la ciudad de Córdoba- son Escuelas Taller,
Casas de Oficios y Experiencias Mixtas de Formación y Empleo.
Igualmente, y centrándonos en el objeto de esta ponencia, entre las conclusiones extraídas de
esta investigación se ponen en evidencia notables carencias en la formación psicopedagógica
de los monitores y monitoras que participan en estos programas formativos. En este sentido,
consideramos que la formación inicial de estos técnicos está excesivamente vinculada a su
cualificación profesional en un determinado oficio y no se repara en la formación que han de
adquirir como educadores para abarcar otros ámbitos de formación necesarios que favorezcan
no sólo la transición de esta población al trabajo sino su inserción social.
LA FIGURA DEL FORMADOR OCUPACIONAL
Si nos atenemos a las competencias profesionales descritas en el Real Decreto 7646/1997 de
31 de octubre, por el que se establece el certificado de profesionalidad de la ocupación de
formador ocupacional, las funciones que ha de desempeñar este profesional giran
fundamentalmente en torno a labores de planificación, enseñanza, coordinación, gestión y
evaluación del proceso de formación profesional de los destinatarios. Sin embargo, nosotros
partimos de una concepción más amplia de la figura del formador ocupacional.
Compartimos el enfoque planteado por Ferrández Arenaz et al. (2000), en el que considera al
formador ocupacional como un educador de personas adultas puesto que los destinatarios
forman parte de la población activa desempleada. Ciertamente, la principal consecuencia que
se deriva de este enfoque, es la ampliación de tareas a desarrollar por este profesional y, por
ende, nuevas necesidades formativas de naturaleza psicopedagógica.
CARACTERÍSTICAS QUE DEFINEN EL PERFIL DEL FORMADOR OCUPACIONAL
Ya hemos citado previamente dos de las características que mejor definen en la actualidad al
formador ocupacional: por un lado, al estar su formación inicial ligada a una determinada
carrera y experiencia profesional, se produce una gran heterogeneidad y diversidad de
preparación previa en estos profesionales (Marzo y Figueras, 1990). Y, por otro lado, la ya
comentada deficiente formación para el desempeño de la función docente (Seisdedos y Maciá,
1995). Estos mismos autores citan otros rasgos que ayudan a definir el perfil de este
profesional:
a. Normalmente, poseen una cualificación ajustada a la materia que han de impartir.
b. Carecen de conocimientos psicopedagógicos.
c. No poseen estrategias sistematizadas de evaluación y reflexión sobre su propia
práctica.
1
IV Congreso de formación para el trabajo. Zaragoza, 9-11 de Noviembre 2005
2
Hacia una mejora de la formación de formadores ocupacionales
3
IV Congreso de formación para el trabajo. Zaragoza, 9-11 de Noviembre 2005
BIBLIOGRAFÍA
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