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Cabe escuchar a Edgar Morin (1986), quien nos propone aventurarnos a un reordenamiento

intelectual que no habilite para pensar la complejidad. “Un acto de conocimiento que es a la vez
biológico, cerebral, espiritual social, histórico y que no puede ser disociado de la vida humana, ni
de la relación social”. Consideremos estas formulaciones para definir el estatus disciplinario de la
gerontología.

La gerontología, el espacio de conocimiento que se ocupa en forma genérica del envejecimiento


humano, ha sido definida, en sus formulaciones originales, como un interdisciplina. Esto significa,
en una primera aproximación, que lo biológico, lo psicológico y lo social están comprometidos en
el desarrollo humano. Sin embargo, no es posible ignorar el peso de los factores culturales ni el
contexto histórico, que construyen la trama sobre la que se entretejen las vías humanas, y que
trasciende largamente esta perspectiva.

La interacción entre la persona y el entorno resulta crucial, pero esto implica un enfoque que vaya
más allá de la evaluación y de la incidencia, significativa sin duda de variables como el género, la
educación, el grupo social o la pertenencia a una cohorte. La psicología nos señala hoy que el
sujeto no es un receptor pasivo, sino proactivo, es decir que posee capacidad para transformar su
entorno.

Se trata de identificar la relación con el contexto y evaluar las condiciones del cambio social, pero
siguiendo un modelo del desarrollo individual sujeto a las transformaciones históricas y culturales.
Esto implica conocer la trama donde se entretejen las vías humanas, mediante un análisis que, por
un lado, considere a un sujeto sometido a las expectativas y los valores de una época, a las normas
del entorno humano y social así como también las oportunidades que le permitan hacer uso de sus
recursos y capacidades. Por otro lado, es preciso tomar en cuenta las expectativas y las
necesidades del sujeto individual que se construye dentro de la realidad que le toca vivir. La
relación entre el individuo y el entorno es dialéctica.

La gerontología requiere un nuevo paradigma, se trata de una transdisciplina o podríamos hablar


también de una metadisciplina. Como observó Edgard Morin (1986) los efectos de influencias
metacognitivas “obligan a navegar permanentemente entre el riesgo de una clausura asfixiante y
el de una disolución en problemas más generales y en los problemas más diversos”

Esta formulación resulta clave para abordar, por un lado, la complejidad del área de problemas
que aborda la gerontología y requiere diferentes miradas para su comprensión. Al mismo tiempo,
es fundamental para reconocer la especificidad del problema sobre el que se debe operar. De allí
la importancia del trabajo en equipo.

Por otro lado, las nuevas perspectivas en el campo de la psicología del desarrollo consideran los
cambios en la cultura y el hecho de que los seres humanos están sujetos a los cambios históricos y
sociales. No se trata simplemente de modificar actitudes sociales, de cambiar la imagen de la
vejez. La propuesta implica a la vez resignificar la vejez, presentar sobre la escena social un nuevo
personaje en sí mismo, aunque cada individua aunque cada individuo posea su propio y diferente
guion; se trata de la reconstrucción social de la vejez.

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