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BERTOLDINO.– Oid.

(Se hace un gran y de tal guisa atinaron,


silencio y recita enfáticamente.)
que por el suelo rodaron
Los cuatro hermanos Quiñones
corceles y caballeros. (Murmullos de
a la lucha se aprestaron, aprobación.)

y al correr de sus bridones, Y según los cronicones

como a cuatro exhalaciones, aquí termina la historia

hasta el castillo llegaron. 4 de doña Aldonza Briones,

¡Ah del castillo! -Dijeron-. cuñada de los Quiñones

¡Bajad presto ese rastrillo! y prima de los Hontoria. (Nuevos


murmullos.)
Callaron y nada oyeron,

sordos sin duda se hicieron


SIETE Y MEDIA
los infantes del castillo.
MENDO.– (Declamando tristemente.)
¡Tended el puente!... ¡Tendedlo! ¡Magdalena!
Pues de no hacello, ¡pardiez!, Hoy no vengo a tu lado
antes del primer destello cual otras noches, loco, apasionado...
domaremos la altivez porque hoy traigo una pena
de esa torre, habéis de vello... que a mi pecho destroza, Magdalena.
Entonces los infanzones

contestaron: ¡Pobres locos!... MAGDALENA.– ¿Tú triste? ¿Tú apenado?


Para asaltar torreones, ¿Tú sufriendo?

cuatro Quiñones son pocos. ¿Pero qué estoy oyendo?

¡Hacen falta más Quiñones! Relátame tus cuitas, ¡oh, don Mendo!
(Ofreciéndole una dura banqueta, bastante
Cesad en vuestra aventura, incómoda.)

porque aventura es aquesta Acomódate aquí.

que dura, porque perdura

el bodoque en mi ballesta... MENDO.– Preferiría

Y a una señal, dispararon aquél, de cuero, blando catrecillo,

los certeros ballesteros, pues del arzón, sin duda, vida mía,
tengo no sé si un grano o un barrillo. que pone fin a la alberca

de los predios de Albornoz,

MAGDALENA.– ¡Y has venido sufriendo! me llamó en alto una voz,

una voz que insistió terca.

MENDO.– ¡Mucho!... ¡Mucho! Hice en seco una parada,

volví el rostro, y la voz era

MAGDALENA.– ¿Cómo no quieres, di, que del Marqués de Moncada,


te idolatre?
que con otro camarada
Apóyate en mi brazo, ocupa el catre
estaba al pie de una higuera.
y cuéntame tu mal, que ya te escucho.
(Ocupa don Mendo un catrecillo de cuero y
Magdalena se arrodilla a su lado. MAGDALENA.– ¿Quién era el otro?
Pausa.) 11

Ha un rato que te espero, Mendo amado, MENDO.– El Barón


¿por qué restas callado? de Vedia, un aragonés

antipático y zumbón
MENDO.– No resto, no; es que lucho, que está en casa del Marqués
pero ya ya mi mutismo ha terminado; de huésped o de gorrón.
vine a desembuchar y desembucho. Hablamos... ¿Y vos qué haceis?
Voy a contarte, amor mío, Aburrirme... Y el de Vedia
la historia de una velada dijo: No os aburriréis;
en el castillo sombrío os propongo, si queréis,
del Marqués de Moncada. jugar a las siete y media.
Ayer... ¡triste día el de ayer!...

Antes del anochecer MAGDALENA.– ¿Y por qué marcó esa hora


y en mi alazán caballero tan rara? Pudo ser luego...
iba yo con mi escudero 12
por el parque de Alcover, MENDO.– Es que tu inocencia ignora
cuando cerca de la cerca
que a más de una hora, señora, pidió carta... y se pasó.

las siete media es un juego. El Barón dijo «plantado»;

el corazón me dio un brinco;

MAGDALENA.– ¿Un juego? descubrió el naipe tapado

y era un seis, el mío era un cinco;

MENDO.– Y un juego vil el Barón había ganado.

que no hay que jugarlo a ciegas, Otra y otra vez jugué,

pues juegas cien veces, mil, pero nada conseguí,

y de las mil, ves febril quince veces me pasé,

que o te pasas o no llegas. y una vez que me planté

Y el no llegar da dolor, volví mi naipe... y perdí.

pues indica que mal tasas Ya mi peculio en un brete

y eres del otro deudor. al fin me da Vedia un siete;

Mas ¡ay de ti si te pasas! le pido naipe al de Vedia,

¡Si te pasas es peor! y Vedia me pone una media

sobre el mugriento tapete.

MAGDALENA.– ¿Y tú... don Mendo? Mas otro siete él tenía

y también naipe pidió...

MENDO.– ¡Serena y negra suerte la mía,

escúchame, Magdalena, que siete y media cantó

porque no fui yo... no fui! y me ganó en la porfía...

Fue el maldito cariñena Mil dineros se llevó,

que se apoderó de mí. ¡por vida de Satanás!

Entre un vaso y otro vaso Y más tarde... ¡qué sé yo!

el Barón las cartas dio; de boquilla se jugó,

yo vi un cinco, y dije «paso», y se ganó diez mil más.

el Marqués creyó otro el caso, ¿Te haces cargo, di, amor mío?
¿Te haces cargo de mis males? ¡Juro a Dios que he de miralla

¿Ves ya por qué no sonrío? y escuchalla sin vendella!

¿Comprendes por qué este río Mas si juré no perdella

brota de mis lagrimales? (Se seca una también vengarme juré


lágrima de cada ojo.)
en la infausta noche aquella.
Yo mal no quedo, ¡no quedo!
Y he de vengarme; sí, a fe.
¡Quién diga que yo un borrón
¿Mas qué haré, qué intentaré?
eché a mi grey que alce el dedo!...
¿Cómo vengarme podré
Y como pagar no puedo
si lo que juré, sé que
los dineros al Barón,
lacra mi boca y la sella?
para acabar de sufrir
¡Cómo, ¡ay Dios!, compaginallo
he decidido... partir
si este desengaño, ¡ah!,
a otras tierras, a otro abrigo.
no puede dejarme ya

ni tiempo para pensallo?... (Saca el puñal,


PUÑAL lo besa y lo contempla con arrobo.)

MENDO.– Primero me arranco la vida. (Se ¡Puñal de puño de aluño!...


van Moncada y Clodulfo. Don Mendo
queda alicaidísimo.) ¡Puñal de bruñido acero,

orgullo del puñalero


¡Voy a verla! Sí. ¿Qué incoa

mi espíritu? Lo que incoe que te forjó y te dio bruño!...

Puñal que en mi mano empuño,


ya mi cerebro corroe.

¿Mas qué importa que corroa? en cuyos finos estríes

hay escritas con rubíes


¡Aspid que en mi pecho roe,

prosigue tu insana roa dos frases a cual más bella:

«Si hay que luchar, no te enfríes.


que aunque soy digno de loa

no he de ser yo quien se loe! Si hay que matar... descabella.»

Tú con tu lengua me llamas


¡Fuerzas, cielos, porque al vella

querré matalla y mordella y deshaces mi congoja,

pues teniendo yo tu hoja


y eso sería delatalla!
no he de andarme por las ramas.

Penetra, puñal, en mí, A TREINTA LEGUAS DE PINTO Y QUINCE DE MARMOLEJO


Propuesto por Marejada el Viernes, 02 octubre 2009 09:10:56

llega pronto al corazón Os dejo este poema, un poco largo, pero no tiene desperdicio.
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A treinta leguas de Pinto
y a quien pregunte, di y quince de Marmolejo,
existió un castillo viejo,
que edificó Chindasvinto.
que a pesar de su traición Lo habitaba un gran señor,
algo feudal, y algo bruto,
se llamaba Sisebuto,
adorándola morí. (Ocultando el puñal al ver y su esposa Leonor.
Y su hermana Berenguela,
que se abre la puerta.) y su tía, Rosalía,
y una tía de su abuela,
que atendía por Mariana.
¡Mas ya llegan: maldición! Y su cuñado Vitelio,
y su hijo mayor, Rogelio.

Era una noche de invierno,


¡Qué lindo tiempo perdí! (Entran en noche fría, noche oscura,
escena, primero dos frailes cistercianos, noche llena de amargura,
noche atroz, noche de infierno.
caladas las capuchas, luego don Nuño, En un egregio salón,
dormitaba Sisebuto,
y un perro seco y enjuto
roncaba en el portalón.
don Pero, doña Ramírez, el Abad con su
Cabalgando en un corcel
gran mitra, don Juan, don Tirso y don de color verde botella,
raudo como una centella,
Crespo, tres nobles de Pravia, frailes, llega al castillo un doncel.
Empapadas trae las ropas,
por efecto de las aguas,
soldados, etc. Por último entra Magdalena, y como no trae paraguas,
viene el pobre hecho una sopa.
con el traje de boda, apoyada en doña
Salta el foso, llega al muro:
Ninón.) la poterna está cerrada
- ¡Me ha dado mico mi amada! -exclama-
-¡Vaya un apuro!
Un fraile... dos frailes... Mi mente no sueña. De pronto, algo que resbala
siente sobre su cabeza,
alza la mano y tropieza
El conde don Nuño... Don Pero, la dueña... con la cuerda de una escala.
- ¡Ah! - dice con fiero acento
- ¡Ah! - repite victorioso
El Abad mitrado, los nobles pravianos, - ¡Ah! - vuelve a decir gozoso
- ¡Ah! - y así hasta ciento.

Sube, que sube, que sube


que son los tres primos porque son Trepa, que trepa, que trepa
En brazos cae de un querube,
hermanos... la hija del Conde, ¡la Pepa!
En lujoso camarín,
introdujo a su adorado,
¿Pero y ella?... ¿Y ella?... ¿Do está, vive y al notar que está mojado,
le secó bien con serrín
Cristo?... (Entra Magdalena, don Mendo se
- Lisardo, mi bien, mi anhelo,
estremece.) único ser que yo adoro,
el de la nariz de cielo
el de los pelitos de oro,
¡Ah! ¡Por fin la he visto! ¡La he visto!... ¡La ¿Qué sientes, dí, dueño mío?,
¿No sientes nada a mi lado?
he visto! (Pausa. Todos ¿qué sientes, Lisardo amado?
- Siento frío
- ¿Frío has dicho? eso me inquieta
¿Frío has dicho? eso me espanta
No llevarás camiseta, ¿verdad?
¡Pues toma esta manta!

Y ahora hablemos del cariño


que nuestras almas disloca
Yo te amo como una loca
- Yo te adoro como un niño
- Mi pasión raya en locura
- La mía es un arrebato
- Si no me quieres, me mato
- Si me olvidas, me hago cura.
- ¿Cura tú??!?!?!?!?! ¡¡Por Dios Bendito!!
marmolejo No repitas esa frase en jamás de los jamases
¡Pues estaría bonito!
Hija soy de Sisebuto,
desde mi más tierna infancia
y aunque es un padre muy bruto
y aunque temo sus furores,
y aunque sé a lo que me expongo...
¡¡huyamos!! Vamos al Congo
a ocultar nuestros amores
- Bien has dicho, bien has hablado,
huyamos, aunque se enojen,
y si algún día nos cogen,
que nos quiten lo bailado.

En esto, un ladrido retumba potente y fiero


- ¿Oyes? -dice el caballero-
es el perro, que me ha olido.
Se abre una puerta excusada,
y, cual horrible huracán,
entra un hombre,
luego un can.
Luego nadie.
Luego nada.

- ¡HIJA INFAME! -ruge el Conde-


¿Qué haces con este señor?
¿Donde has dejado mi honor?
¿Donde? ¿Donde? ¿Donde?
Y tú, cobarde, villano,
¡antipático! repara
como señalo tu cara
con los dedos de mi mano.
Y sacando un puñal
introdujo el cortante acero
junto a la espina dorsal.

El joven, naturalmente,
la diñó como un conejo,
ella frunció el entrecejo
y enloqueció de repente.
También quedó el conde loco,
de resultas del espanto,
y el can no llegó a tanto,
pero le faltó bien poco.

Y aquí acaba la historia


verídica, interesante,
romántica y apasionante,
estremecedora y horrenda,
que de aquel Castillo viejo
entenebrece el recinto,
a treinta leguas de Pinto
y quince de Marmolejo

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