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Filosofía Medieval

Pablo Rafael Sotelo González.


Matrícula: 1100143.

La Ciudad de Dios
LIBRO XIX
“Fines de las dos ciudades.”

Encuentro en San Agustín, que las dos ciudades que se viven en una misma realidad, aunque una trasciende a la
temporal, la temporal está al servicio de la eterna para mostrar los caminos y dar oportunidad al hombre de ordenar
su vida al bien supremo que no se alcanza en la ciudad terrena pero que pueden brindarnos una breve oportunidad de
degustar una pequeña porción de la celeste a aquellos que se empeñen en peregrinar hacia ella, haciendo el bien por
medio del servicio que se traduce en amar a Dios y al prójimo, y que implica un amor a uno mismo. La paz que busca
todo hombre es un vestigio de Dios en el alma, que sabiamente imprimió Dios para que todo hombre la anhelara. La
paz terrestre es un indicio de la bondad suprema de un Dios misericordioso que al ver la corrupción del género
humano por el pecado original, ha perdido toda esperanza. Esperanza que recobra por la promesa de redención
ofrecida a todo hombre sin importar raza, condición social o situación política, pero redención como camino de
conversión que implica vivir conforme a los designios amorosos de Dios expresados en la ley divina. El paso del
peregrino cristiano en esta patria ajena no le limita a desobedecer las leyes naturales e incluso humanas para una sana
convivencia, al contrario, el peregrino buscará perfeccionar en el servicio las realidades temporales para mostrar que
el Reino de Dios ya está entre nosotros. El peregrino que se inclina, no ya por las pasiones de la carne sino por los
gozos celestiales encontrará una paz ya aquí en la ciudad terrestre pero sabrá soportar con paciencia las estructuras
caducas de la sociedad que sufre las condiciones del pecado. El peregrino será justo en cuanto el ejercicio de sus
virtudes esté encaminado al bien supremo, a la búsqueda e imitación de Cristo. La sabiduría del peregrino no será ya
frágil frente a las filosofías torcidas y engañosas por que la suma Verdad estará de su lado, y no encontrará una paz tan
certera, inmensa y eterna como la ha encontrado en la esperanza de la ciudad a la que camina. El peregrino cristiano
estará atento a las insidias y tentaciones del maligno y sus demonios, porque no está exento del pecado, pero con la
ayuda misericordiosa de Dios podrá volver a empeñar su camino cuando caiga por su fragilidad. El peregrino que ama
a Dios sabe que aún en el pecado hay gracia, porque Dios saca bondad de la maldad del hombre, y confía en que Dios
no le dejará incluso si sus seres amados y cercanos le dan la espalda en la infidelidad, el rencor y el odio. El peregrino
cristiano sabe finalmente que un día llegará el día de su muerte, y será juzgado en el amor. El peregrino cristiano
encuentra en Cristo el camino de perfección que lo llevará al bien supremo, a la vida del bienaventurado en la paz
eterna que ofrece la ciudad celeste, no así la condena que viven los impíos en este mundo con desgracias constantes y
en la muerte eterna.

A continuación se ofrece una síntesis de cada capítulo de este libro.


CAPÍTULO I
En la controversia filosófica sobre los supremos bienes y males, Varrón llegó a distinguir hasta doscientas ochenta y
ocho sectas posibles

Expone San Agustín los argumentos que han elaborado aquellos mortales infelices para el logro de su aparente
felicidad, que al empeñarse por encontrar la fuente de la felicidad humana han entrado los filósofos a discutir sobre
los supremos bienes y males.
Para San Agustín el último bien es “es aquello por lo que deben desearse todos los demás bienes, y él por sí mismo. Y el
último mal es aquello por lo que deben evitarse todos los demás males, y él por sí mismo. Llamamos ahora bien final o
supremo no a algo que se va consumiendo hasta desaparecer, sino algo que se va perfeccionando hasta su plenitud.
Asimismo, por mal final o supremo entendemos no algo por lo que el mal desaparece, sino aquello por lo que consuma
su daño. He aquí, pues, el sumo bien y el sumo mal.” (Hipponensis, 1958, p.1362)

Aquellos que profesan la sabiduría vana de este mundo han buscado este bien y evitar el mal, y a pesar de sus errores
naturales no se han apartado totalmente del camino de la verdad. Pero si son diversas las divisiones que han causado
en la filosofía, que Marco Varrón enumera hasta doscientas ochenta y ocho sectas, pero ninguna de ellas contiene en
sí el bien supremo y “No existe, en realidad, razón alguna para filosofar más que ésta: lograr el hombre su felicidad. Lo
que le hace feliz, eso es el bien último. De ahí que la filosofía que no sistematice, para su logro, la supremacía del bien
no la podemos llamar sistema.”

CAPÍTULO II
Método seguido por Varrón para eliminar simples diferencias doctrinales que no constituyen sectas, y llegar a una
triple definición del bien supremo para quedarse con una de las tres

Menciona que hay 3 géneros de vida: uno de ocio; otro agitado por quehaceres humanos y un tercero que es
combinación de ambos. Pero los tres géneros no llegan a la felicidad.
Pasa por una serie de discernimientos eliminando las sectas que se remiten a puntos en concreto, quedando
finalmente 3 sectas: cuando se buscan los principios de la naturaleza por la virtud; la virtud por estos principios, y
entrambos, virtud y principios, por sí mismos.

CAPÍTULO III
Qué sistema filosófico elegir de los tres que buscan el bien supremo del hombre, según la doctrina de los viejos
académicos, de la mano de su autor, Antíoco

El método que propone Varrón es investigar al hombre y saber que es el hombre mismo. En su opinión la naturaleza
humana está integrada por 2 elementos, el cuerpo y el alma.
El bien supremo que le hace feliz al hombre, debe constar de los bienes respectivos del cuerpo y del alma, no por
separado. Entre los bienes del alma, el más excelente es la virtud como arte de gobernar la vida, ya que no hay bien
alguno ni del alma ni del cuerpo que la virtud anteponga a sí misma.
Menciona también que no toda vida es virtud, sino solamente la vida sabiamente llevada, mientras que la vida pueda
existir sin virtud alguna, la virtud no puede darse sin vida alguna. Además, menciona que “la presente vida feliz es
también vida en sociedad cuando se busca el bien de los amigos por el bien mismo”. Y entre los 3 tipos de vida, prefiere Commented [AGB1]: Anotar la página de la cita.
el mixto.

CAPÍTULO IV
Opinión de los cristianos acerca del sumo bien y del sumo mal, en contra de los filósofos que afirmaron estar en
posesión del sumo bien en sí mismo

La respuesta al sumo bien que obtenemos de la Ciudad de Dios, es que es la vida eterna, mientras que la muerte
eterna es el sumo mal. Pero para los filósofos los bienes y males últimos se hallan en esta vida, situando el sumo bien
en el cuerpo o en el alma y otros lo ubican en las dos partes; cuerpo y alma. Quieren ser felices en esta tierra y
alcanzar por sí mismos la felicidad, como el equilibrio corporal y la inteligencia, cosa que no logran por su existencia
limitada embruteciendo la razón. No están en lucha contra los vicios y las pasiones, mientras que San Agustín
menciona que no debemos dejarnos llevar por las apetencias de la carne, donde sabemos que no hemos alcanzado la
felicidad hasta que la guerra haya cesado. Los filósofos hablan de prudencia pero no pueden discernir lo bueno de lo
malo porque están sumergidos en el error. No hablar de la justicia por que no dan a cada quien lo suyo, pues no
conocen lo que le corresponde al hombre. La fortaleza también carece de sentido porque la paciencia que lleva la
guerra por ser esclavos de sus pasiones obliga a tolerar el error. Viven en constante desgracia y anhelan la muerte. Esa
jamás podrá considerarse una vida feliz. Pero los cristianos tienen la esperanza del siglo futuro que se aguarda por la
paciencia, una salvación eterna como suprema felicidad, cosa que los filósofos no ven y se niegan a creerla.

CAPÍTULO V
La vida en sociedad, aunque parece necesaria, está llena de dificultades.

Los filósofos coinciden en que el sabio debe vivir en sociedad, pero al ser una sociedad corrupta llena de guerra no se
puede alcanzar el bien que se anhela. La tranquilidad no se alcanza en un lugar de conflictos, incluso es inalcanzable en
el propio hogar dónde si no se ofrece seguridad en este refugio universal que es el hogar, entonces nada se puede
esperar de la sociedad estatal.

CAPÍTULO VI
Error de los juicios humanos cuando la verdad permanece oculta

Es lamentable, comenta San Agustín, los veredictos que se pronuncian por aquellos que no alcanzan a ver la conciencia
de los sometidos a juicio. Donde “con frecuencia la ignorancia del juez es la desgracia del inocente”. Tiene la obligación Commented [AGB2]: Anotar la cita
de dar sentencia a pesar de su ignorancia. Finalmente en la ciudad terrena no hay justicia.

CAPÍTULO VII
La diversidad de lenguas, fuente de división social. Miseria de las guerras, incluso de las llamadas justas

Dentro de la sociedad humana existen 3 grados: el hogar, la urbe y el orbe, y cuanto más abundantes más peligroso se
torna la división social debido a la diversidad de lenguas y al distanciamiento, dónde no sirve de nada el ser tan
semejantes por naturaleza. El Estado toma medidas para que someter y dominar imponiendo su propia lengua a las
naciones que somete, que por aparentes tratados de paz siempre se sigue en guerra y que solo destroza a la
humanidad, y lejos de unirla la segrega. Pero se excusan en que el hombre sabio sólo declara guerras justas, pero en el
error quién puede discernir que es una guerra justa si sus corazones están corruptos enviciados en poder que ni el
sufrimiento ajeno o propio se ha perdido.

CAPÍTULO VIII
Inseguridad de la amistad entre los buenos, dados los temibles e inevitables peligros de esta vida.

En esta vida terrena, se corre peligro por nuestra deplorable condición humana, donde se cae en infidelidad con el
amigo, y la malicia y perversión por el pecado reina en el hombre. Incluso cuando se encuentra la bondad en alguna
persona, nos es triste su partida porque, menciona San Agustín, “¿cómo no nos va a ser amarga la muerte de quien
nos es dulce la vida?”. Triste es la perdida de aquellos que brindan un gran servicio a la sociedad y lo es más cuando se Commented [AGB3]: Cita
trata de alguien que amamos con afecto, pero sería preferente “verlos o saberlos muertos antes que caídos en la
infidelidad o en la corrupción de sus costumbres; en otras palabras, antes que muertos en el alma”. La Tierra está llena Commented [AGB4]: Referencia
de un cúmulo de constantes desgracias.

CAPÍTULO IX Commented [AGB5]: Es conveniente no separar el título del


texto.
La amistad con los santos ángeles no le puede ser manifiesta al hombre en este mundo. La razón es la astucia de los
demonios, que han hecho caer a gran número de hombres que se creían obligados a dar culto a los dioses.
Otra miseria de esta vida, menciona, es que los ángeles santos no viven en alegre comunión con nosotros por el influjo
de los demonios e incluso el mismo Satanás se disfraza de luz para tentarnos en el engaño del pecado. Sumergida la
humanidad en ignorancia, cae en las trampas del maligno donde incluso proclaman dioses a aquellos engañadores que
someten las ciudades y al hombre, desconociendo que sufrirán compartiendo con ellos el eterno suplicio.

CAPÍTULO X
Recompensa que aguarda a los santos por la superación de las pruebas de esta vida.

En esta ciudad incluso están en peligro aquellos devotos adoradores del único, verdadero y supremo Dios, pero en su
lucha constante brillan sus virtudes y empeñándose en ellas, obtendrán la recompensa de una paz eterna, que ningún
adversario logrará turbar. Serán bienaventurados por perfección suprema, no se extinguirá su felicidad. En la ciudad
terrena somos felices ya al disfrutar de una parte mínima de la paz en una vida honrada que comparada con la
felicidad eterna, es sólo un soplo. Hay esperanza en los que se esfuerzan por tener ese soplo en la terrena, dónde la
virtud se sirve incluso de los males del hombre, encaminándolo al fin eterno, que le generará paz que anhela.

CAPÍTULO XI
Beatitud de la paz eterna, en la que los santos encuentran su fin, la verdadera perfección.

El bien supremo, consiste en la paz que sólo se alcanza en la vida eterna, pero que no debe confundirse con la paz
efímera que se encuentra en la tierra. Respecto a la vida eterna, menciona que, no es cómo los filósofos plantean la
inmortalidad del alma, ya que nuestra fe entiende el castigo interminable que tendrán los impíos. Es tan atrayente la
vida eterna en paz que todo hombre sin necesidad de que se lo digan, puede intuirlo. El estado de paz una exigencia
que “lo pide el fin de esta ciudad de la que estamos tratando; lo pide aquello mismo que a todos nos es tan grato: la
propia dulcedumbre de la paz”. Commented [AGB6]: La referencia

CAPÍTULO XII
Las mismas crueldades de la guerra y todas las preocupaciones humanas desean vivamente llegar a la paz final.
Todo ser la apetece por naturaleza.

Explica San Agustín que, no existe persona que no ame la alegría, ni quien se niegue a querer vivir en paz. Incluso
quienes promueven la guerra saben que al final vencer es obtener una paz cubierta de gloria tan deseado por ambos
bandos en conflicto. Se observa este aspecto también en el hogar, que buscando sea pacífico se establece un orden
sometido a la cabeza de la familia que promueve la paz entre sus integrantes. Incluso los dictadores que buscan
imponer su voluntad, buscan la paz, aunque errónea. En cualquier condición social y humana, por más desventurado-
desgraciado o agraciado y rico, el hombre busca la paz. No hay vicio, incluso la soberbia que pueda borrar los vestigios
que hay de Dios en el alma, así lo expresa San Agustín: “No existe vicio tan contrario a la naturaleza que borre incluso
sus últimos vestigios”. Commented [AGB7]: Cita
Hay que diferenciar que la paz que obtienen los malvados no será plena si no la viven como la obtienen los justos, por
que “Nada hay que pueda sustraerse de las leyes del supremo Creador y ordenador, que regula la paz del universo”. Commented [AGB8]: Cita

CAPÍTULO XIII
La paz universal: no puede sustraerse a la ley de la naturaleza en medio de cualesquiera perturbaciones; bajo el
justo juez se llega siempre a lograr, en virtud del orden natural, lo que se ha merecido por la voluntad.

San Agustín nos brinda las siguientes consideraciones sobre la paz:


* La paz del cuerpo es el orden armonioso de sus partes.
* La paz del alma irracional es la ordenada quietud de sus apetencias.
* La paz del alma racional es el acuerdo ordenado entre pensamiento y acción.
* La paz entre el alma y el cuerpo es el orden de la vida y la salud en el ser viviente.
* La paz del hombre mortal con Dios es la obediencia bien ordenada según la fe bajo la ley eterna.
* La paz entre los hombres es la concordia bien ordenada.
* La paz doméstica es la concordia bien ordenada en el mandar y en el obedecer de los que conviven juntos.
* La paz de una ciudad es la concordia bien ordenada en el gobierno y en la obediencia de sus ciudadanos.
* La paz de la ciudad celeste es la sociedad perfectamente ordenada y perfectamente armoniosa en el gozar de Dios y
en el mutuo gozo en Dios.
* La paz de todas las cosas es la tranquilidad del orden.
* Y el orden es la distribución de los seres iguales y diversos, asignándole a cada uno su lugar.

Aquellos que no estén en paz con la ley que regula el orden natural, serán desgraciados, pero pueden luchar por
conseguirla y de hecho la vida continúa siendo una batalla, porque “así como se da una vida sin dolor, y el dolor no
puede darse sin vida alguna, de idéntica forma puede existir una paz sin guerra, pero jamás una guerra sin alguna
paz”. Pero el Señor es Misericordioso con todos, y se compadece de la corrupción que hay en el género humano por el Commented [AGB9]: Cita
pecado, por ello “ha otorgado al hombre determinados bienes apropiados para esta vida: la paz temporal a la medida
de la vida mortal en su mismo bienestar y seguridad” que si empeña en hacer uso de tales bienes con el objetivo Commented [AGB10]: Cita
eterno, recibirá bienes más abundantes en esta vida y en la eterna, mientras que el que abuse de tales bienes nada
recibirá e incluso perderá éstos.

CAPÍTULO XIV
El orden y la ley, tanto celeste como terrestre. Ésta, incluso cuando alguien domina,
vela por la sociedad humana y, al hacerlo, a ella se obedece.

Menciona que mientras que “Toda utilización de las realidades temporales es con vistas al logro de la paz terrena en la
ciudad terrena. En la celeste, en cambio, mira al logro de la paz eterna”. El hombre dotado de un alma racional somete Commented [AGB11]: Cita
lo común que tiene a los animales y con su inteligencia haya un orden armónico entre su pensamiento y su acción,
pero es limitada su capacidad intelectual de discernimiento, entonces necesita de la ayuda divina que una vez puesta
en práctica su enseñanza, acertará y será libre. En este camino, el hombre es guiado por la fe que busca estar en paz
con Dios, ordenando su obediencia según la fe bajo la ley divina. El camino de enseñanza para la perfección que Dios le
ha dado al hombre ha sido el amar a Dios y al prójimo, incluyéndose a sí mismo., amor que va y viene de Dios, que
infunde en su alma para amarse a sí y salir al encuentro del amor al prójimo. Una primer responsabilidad tiene el
hombre para con los suyos, a quienes le es más fácil cuidar y amar, de aquí nacerá la paz del hogar, que es la armonía
de mandar y obedecer de los que viven juntos. Es siempre un servicio desinteresado, una obediencia amorosa que se
deben los unos a los otros.

CAPÍTULO XV
La libertad natural y la esclavitud. Ésta tiene como primera causa el pecado.
Él hace que un hombre de mala voluntad, aunque no pertenezca a otro hombre,
sea esclavo de sus propias pasiones.

El hombre, creado como ser racional le ha otorgado el dominio de los seres irracionales, pero no de sí mismo. Incluso
aquellos primeros justos eran pastores no dueños de hombres. Por este medio, Dios nos insinuaba las exigencias del
orden natural y la sanción del pecado original. La esclavitud es consecuencia del pecado, donde el hombre buscará
someter a su igual incluso con vínculos de condición social. Pero este deseo de dominio está regulado por leyes
naturales que conservan el orden social, Dios fue sabio y no dejo del todo al hombre, pero cesará este dominio y
sometimiento tanto por hombres como por sus pasiones “hasta que pase la injusticia y se aniquile toda soberanía y
todo humano poder, y Dios lo sea todo para todos.” Commented [AGB12]: Cita

CAPÍTULO XVI: El justo derecho de dominio. Commented [AGB13]: Unir el texto con su título.
En la historia de los patriarcas se constata el uso de esclavos, donde el pater familias establecía la diferencia entre
hijos y esclavos para mantener un orden y la paz. Pero los “auténticos padres de familia cuidan de que todos los de su
casa, como si se tratara de hijos, honren y estén a bien con Dios, vivamente anhelantes de llegar a la casa celestial,
donde ya no habrá necesidad de mandar a los mortales, puesto que no será necesario cuidar de ellos, felices ya en
aquella inmortalidad.” En orden a la paz doméstica, se corrige en la obediencia, se impide el pecado y se busca que la Commented [AGB14]: Cita
familia sea principio y parte mínima de la ciudad, como sostén de ésta. La paz doméstica ordena en un primer escalón
a la paz ciudadana, ya que “la bien ordenada armonía de quienes conviven juntos en el mandar y en el obedecer mira a
la bien ordenada armonía de los ciudadanos en el mandar y obedecer”. Commented [AGB15]: Cita

CAPÍTULO XVII
Origen de la paz y de la discordia entre la sociedad celestial y la ciudad terrena.

Comienza San Agustín comentando que “La familia humana que no vive de la fe busca la paz terrena en los bienes y
ventajas de esta vida temporal. En cambio, aquella cuya vida está regulada por la fe está a la espera de los bienes
eternos prometidos para el futuro.” Quienes conocen y buscan la ciudad celeste, saben que están en una patria ajena. Commented [AGB16]: Cita
Pero quienes no viven según la fe, sólo aspiran a una paz terrena y a la armonía de la ciudad que es frágil por la
voluntad corruptible del hombre. Quien espera la ciudad celeste, con paciencia soporta las realidades caducas de la
terrena, caminando como en cautiverio, no contentándose con lo que ofrece lo terreno, pero no por ello deja de
obedecer las leyes humanas, sino que el justo incluso busca asemejarlas a la celeste y mostrar así la esperanza que
tiene la humanidad por la promesa de la redención que ha recibido. Hubo sabios que han negado y rechazado toda
revelación y enseñanza divina, reduciendo al Dios verdadero a unos cuantos dioses-ídolos humanos y dando paso a un
conflicto inevitable entre quienes si buscan servir y llevar una vida de acuerdo a la ley divina.

La ciudad celeste, convoca a todos de cualquier raza o lengua, incluyendo la diversidad de costumbres, leyes o
estructuras que tenga cualquier pueblo con tal de conquistar sus corazones para conducirlos a la paz eterna. No hay
impedimentos, sólo pide sea respeta y enseñada la verdadera religión. La ciudad celestial se sirve temporalmente de la
paz terrena, protegiendo los lugares que fermentan comunidades que se dirigen a la eternidad vital y absoluta paz. El
que como peregrino pone la vista y el propósito en la ciudad celestial, “En su caminar según la fe por país extranjero
tiene ya esta paz, y guiada por la fe vive la justicia cuando todas sus acciones para con Dios y el prójimo las ordena al
logro de aquella paz, ya que la vida ciudadana es, por supuesto, una vida social”. Commented [AGB17]: Cita

CAPÍTULO XVIII
Incertidumbre de la Nueva Academia.
Su enorme diferencia con la firmeza de la fe cristiana.

Varrón señala que los neo académicos son escépticos, situación que la ciudad de Dios repudia por la falta de sentido
que ocasiona. Acepta que es limitado nuestro saber, pero da crédito a los sentidos. La ciudad celeste cree en las
sagradas Escrituras porque constituyen el origen de la fe misma y cree en las promesas de Dios.

CAPÍTULO XIX
Maneras de ser y de obrar del pueblo cristiano.

Explica San Agustín que el cristiano puede adoptar cualquier género de vida (contemplativo, activo y mixto), siempre y
cuando se sirva a Dios y al prójimo, y no sea una vida contraria a los preceptos divinos.
La vida contemplativa no es la vacía inacción lo que uno debe amar, sino más bien la investigación o el hallazgo de la
verdad. Mientras que en la acción no hay que apegarse al cargo honorífico porque es vanidad, hay que ser activos en
el marco de la rectitud, la humildad y la utilidad, en servicio como Dios quiere.

CAPÍTULO XX Los ciudadanos que forman parte de los santos son bienaventurados
en esperanza durante la vida temporal.
Así lo comenta San Agustín: “ uno vive esta vida ordenándola a aquella otra que ama ardientemente y espera con
plena fidelidad, no sin razón se le puede llamar ahora ya feliz, más bien por la esperanza aquélla que por la realidad
ésta.” Commented [AGB18]: Cita

CAPÍTULO XXI
Según las definiciones que Escipión da en el diálogo de Cicerón,
¿ha existido alguna vez el Estado romano?

Jamás ha existido el Estado romano porque nunca ha sido una empresa del pueblo como res publica, y si no hay
pueblo relacionado con la aceptación de un Derecho, y no hay Derecho donde no existe justicia alguna, donde no hay
justicia no hay Estado. Se sabe que la justicia humana esta corrompida y sirve sólo a unos cuantos, por lo tanto no
habrá Estado que incluya a todos por el pecado ambicioso de envidia del hombre.

CAPÍTULO XXII
¿Es el Dios a quien veneran los cristianos el verdadero, el único digno de sacrificios?

Contra la réplica de cómo saber si es el verdadero Dios, podemos afirmar que sí por la interpretación de las escrituras
y su cumplimiento. Por los profetas y el desarrollo de la fe cristiana, por su coherencia y verdad suprema.

CAPÍTULO XXIII
Respuesta que los oráculos de los dioses han dado sobre Cristo según Porfirio.

Los oráculos que son demonios disfrazados de falsos dioses desacreditan a Cristo pero reconocen que no podrán
derribar esa religión, engañan pero no pueden negar su poder absoluto. Pero a nosotros nos conviene y es justo
adorarlo y hacer de nuestra vida una plegaria hacia El buscándolo e imitándolo. Y concluye así San Agustín: “cuando
falta la justicia de que hemos hablado, en virtud de la cual el único y supremo Dios, según la ley de su gracia, da
órdenes a la ciudad que le obedece de no ofrecer sacrificios más que a Él solo, y como consecuencia que en todos los
hombres, miembros de esta ciudad y obedientes a Dios, el alma sea fiel dueña del cuerpo, y la razón de los vicios, según
un orden legítimo; y que lo mismo que un solo justo, así también una comunidad y un pueblo de justos vivan de la fe, fe
que se pone en práctica por el amor, un amor por el que el hombre ama a Dios, como debe ser amado, y al prójimo
como a sí mismo; cuando, pues, falta esta justicia no hay una comunidad de hombres asociados por la adopción en
común acuerdo de un derecho y una comunión de intereses. Si esto falta -dando como verdadera la anterior definición
de pueblo-, ciertamente no existe un pueblo. Y, por tanto, ni tampoco Estado (res publica), ya que no hay empresa co-
mún del pueblo donde no hay pueblo.” Commented [AGB19]: Cita

CAPÍTULO XXIV
Siguiendo otra definición, pueden con todo derecho llamarse pueblo y Estado no sólo Roma, sino también otros
reinos.

Si se define pueblo como «el conjunto multitudinario de seres racionales asociados en virtud de una participación
concorde en unos intereses comunes», entonces habrá una multitud de pueblos impíos reconocidos como Estados,
incluso los reinos injustos, pero son rebeldes a la autoridad humana y divina, y corruptos de alma y cuerpo que caen
en vicios y esclavitudes.

CAPÍTULO XXV
No pueden existir virtudes verdaderas donde falta la verdadera religión.

El hombre por sí puede obtener cierto dominio del alma sobre el cuerpo, pero será en vano si él mismo no se somete a
Dios y si no se encamina al fin eterno caerá en soberbia disfrazando a los vicios como virtudes. Lo único que lo hará
salir de eso y ser feliz será Dios.
CAPÍTULO XXVI
La paz de los pueblos alejados de Dios. De ella se sirve el pueblo de Dios durante su exilio en este mundo para
fomentar la religión.

Dios es la única vida bienaventurada del hombre pero incluso aquellos pueblos que no han recibido la palabra de Dios
ni el contacto con el cristianismo, pueden obtener la paz que se le donó a todo hombre, y de ésta se sirve la Religión
para explicar y convencer a aquellos que se dan cuenta del anhelo insaciable de una paz eterna que les apetece por la
paz temporal que encuentran.

CAPÍTULO XXVII
La paz de los servidores de Dios, cuya perfecta tranquilidad no es posible lograr en esta vida temporal.

Los justos que se esfuerzan en el servicio y la vida según la ley divina de la ciudad celeste que anhelan, logran cierta
tranquilidad después de la batalla constante que tienen en la ciudad terrena, pero entienden que su naturaleza
combativa legará a la beatitud tranquila que la paz eterna ofrece a quienes se empeñan en conseguirla porque “La paz
de esta felicidad, o la felicidad de esta paz, constituirá el supremo bien”. Commented [AGB20]: Cita

CAPÍTULO XXVIII
Destino final de los impíos después de su muerte

A los impíos les aguarda la eterna desgracia que pueden evitar si se convierten y cambian su vida a una según los
designios de Dios, pero tanto los impíos como los que se empeñan en conseguir la paz eterna de la ciudad celeste
serán puestos al final de sus días en juicio, del cual hablará en su siguiente libro.

CONCLUSIÓN

Bibliografía
Hipponensis, A. (1958). Obras de San Agustín (Bilingüe ed., Vol. XVI y XVII). (J. Moran, Ed.) Madrid:
Biblioteca de Autores Cristianos.

Bien, nada más falta una colusión como cierre de tus comentarios y tus impresiones.

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