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sucede tenuemente en filosofía

Pero esto, que sucede tenuemente en filosofía, no pasa a la vida práctica. No es un azar que
Descartes tuviera miedo a publicar su defensa de las pasiones en vida. De hecho, la ética del
siglo XIX sigue fustigando las pasiones, conforme al esquema clásico. Ése es el contexto de la
obra de Freud, el que explica toda su obra. Freud fue el gran develador de la patología generada
por la negación y represión de la vida emocional. Si los estoicos habían caracterizado las
pasiones como patológicas, Freud va a desenmascarar toda la patología que hay en la negación
y represión de la vida emocional.
Laín Entralgo, como historiador de la cultura y de la medicina, y como filósofo y antropólogo,
vio muy tempranamente la importancia de esta hazaña, que Freud expresa mediante
el concepto de «libido». Uno de los puntos que destaca en su escrito de 1943 La obra de
Segismundo Freud es la nueva importancia concedida a las emociones en la lógica propia de la
vida humana. Con Freud se produce, afirma años después, «la estimación diagnóstica y
terapéutica del componente instintivo de la vida humana [ ... ] Cualquiera que haya sido la
ulterior interpretación psicológica, física y metafísica de la libido freudiana, Freud supo hacer
ver que ese 'lazo' [de la vida psíquica] se halla constituido, vivencial y operativamente, por los
sentimientos, impulsos e instintos vitales»
Pero hay un segundo factor en la obra freudiana que Laín Entralgo considera fundamental. Es
el valor terapéutico de la palabra. Freud es en ese sentido la antítesis de la medicina positivista.
En la clínica positivista de la segunda mitad del siglo XIX, la palabra no jugó ningún papel
importante. Su punto de partida era que durante la fase verbal de la relación clínica o
anámnesis, el médico sólo podía acceder al conocimiento de las sensaciones subjetivas del
paciente, lo que la medicina del siglo XIX dio en llamar «síntomas», que por definición son
subjetivos, lo cual en el argot positivista significa tanto como no fiables. De ahí que el médico
debiera pasar cuanto antes a la segunda y más importante parte del acto clínico, la exploración,
que es muda, y en la que el médico accede, bien directamente, bien a través de instrumentos, al
conocimiento objetivo de la enfermedad del paciente. El diagnóstico, el pronóstico y el
tratamiento debían basarse en signos objetivos, que eran los verdaderamente científicos. De ahí
que, conforme a la sentencia que acuñó Virgilio y que recuerda Laín Entralgo al comienzo de su
gran libro La curación por la palabra en la Antigüedad clásica, la clínica del siglo XIX fuera
muta ars, arte muda. Con Freud esto cambia radicalmente. Hay una reivindicación de la
importancia del síntoma, y con ello también de la palabra como vehículo de expresión de
emociones, deseos, esperanzas, creencias, valores, etc. Eso es la vida humana, y eso es también
la enfermedad. No verlo así es cerrar los ojos a la evidencia. Esa ceguera es, sin duda, una de las
características más significativas de la cultura occidental a todo lo largo de su historia. Con
Freud se produce, dice Laín,

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