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Se estima que los océanos son ahora el 30% más ácidos de lo que fueron antes de
la Revolución Industrial. Las consecuencias de este fenómeno se han hecho sentir
ya, en particular con el deterioro de amplias zonas de arrecifes de coral.
Los científicos piensan que esta acidificación podría reducir las reservas de
carbonatos de calcio presentes en las aguas marinas, en particular el aragonito, una
sustancia muy importante al ser utilizada por numerosos organismos para construir
el caparazón.
Según un reciente informe de las Naciones Unidas, los océanos sanos constituyen,
por el contrario, el sistema de captura y de almacenamiento del carbono más eficaz
y rentable del planeta. Gran parte de las emisiones, por ejemplo, es interpolada y
conservada por ecosistemas marinos como los manglares, los pantanos y las
praderas submarinas. Si se moderara la deforestación terrestre, y a su vez se
restableciera el equilibrio de estos ecosistemas marinos, se reducirían en un 25%
las emisiones, conjurando de esta forma peligrosos cambios climáticos .
Los principales impactos del cambio climático en nuestro medio ambiente marino
son:
Decoloración de los corales: Esta pérdida de coloración de las colonias ocurre,
como resultado de la muerte de las microalgas que habitan el interior de los tejidos
coralinos y que mantienen una relación benéfica mutua en la que eliminan desechos
nitrogenados del coral y le proporcionan nutrientes.
El aumento del nivel del mar: El nivel
del mar podría aumentar en más de 60
centímetros durante los próximos 100
años debido al derretimiento de los
glaciares y el hielo polar, y la expansión
térmica de las aguas más cálidas. El
aumento del nivel del agua tendrá un
serio impacto sobre los ecosistemas
marinos. La cantidad de luz que llega a
las plantas en alta mar y las algas
depende de la fotosíntesis puede ser
reducido, mientras que los hábitats costeros sufrirán inundaciones.
En Marte: la atmósfera
tiene una presión de sólo
seis hectopascales y aunque está compuesta
en un 96 % de CO2, el efecto invernadero es
escaso y no puede impedir ni una oscilación
diurna del orden de 55 °C en la temperatura,
ni las bajas temperaturas superficiales que
alcanzan mínimas de -86 °C en latitudes
medias. Pero parece ser que en el pasado
gozó de mejores condiciones, llegando a
correr el agua por su superficie como
demuestran la multitud de canales y valles de erosión.