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Departamento de Ciencias Históricas

Historia Europea del siglo XIX


Profesor: Marco Feeley
Alumno: Andrés Petric Tobar

FRANCOIS FURET – PENSAR LA REVOLUCIÓN FRANCESA


Ficha de lectura

RESUMEN

La Revolución Francesa de 1789 tiende a comprenderse como una ruptura que sitúa los
orígenes de un mundo nuevo fundado en la igualdad. Pasamos de una legitimidad política en base a la
divinidad (monarquía) a una otorgada por el pueblo (democracia). Este relato de los orígenes, que
marca a su vez el fin de la Modernidad y el comienzo de lo contemporáneo, es en donde se enmarca y
se explica la Revolución, otorgándole un nacimiento pero no un final.
El autor hace un hincapié en relación a la consolidación de la Revolución: luego de casi un
siglo, cuando se logra instaurar, definitivamente, la república en Francia podríamos decir que la
revolución propiamente tal ha triunfado, pero no por ello debiésemos canonizarla ni otorgarle un valor
unánime fuera de discusión. Rescata que uno de los principales conflictos es que, al no delimitar un
final concreto en este proceso histórico, sus elementos se solapan y acumulan con las representaciones
del porvenir.
Un ejemplo de esta problemática está dada por las interpretaciones socialistas de la Revolución
Francesa, concibiéndola como una condición previa (democracia política) de su fin liberador
(socialismo), estableciendo una relación causal y lineal de la emancipación humana la cual enfrenta y
contamina los discursos historiográficos entre ambas revoluciones (francesa y rusa). En otras palabras,
el interpretar la Revolución Francesa como origen, antecedente y parte de fenómenos históricos
posteriores (como la Tercera República y el marxismo), provoca su resignificación en marcos de dichos
fenómenos, interpretándolos bajos los mismos sistemas de sentido que a la Revolución. Así, se asimilan
los matices y perspectivas de los procesos históricos anteriores o posteriores como parte de ésta debido
al carácter de “punto de origen” que se le otorga, cayendo, prácticamente, en una mitologización de la
Revolución que muchas veces homogeneiza y descontextualiza otros movimientos y/o fenómenos
socio-políticos.
El autor explica que este fenómeno se da, en gran parte, porque la Revolución pasó a constituir
un terreno de identidad: la identificación de sus actores y compatriotas, el concebirla como un
patrimonio nacional de estudio, la celebración de sus fundadores o la execración de los disidentes ha
provocado que se le atribuyan caracteres mitificantes más que críticos. Para desvelar esto, el autor
propone dos perspectivas para renovar la historia revolucionaria y evitar estos vicios teórico-históricos
que han obstruido su comprensión.
La primera de ellas hace referencia a las contradicciones entre el mito revolucionario y las
sociedades revolucionarias (o post – revolucionarias), en donde apunta a la necesidad de que la propia
izquierda se cuestione la erudición de sus proyectos políticos y sus sistemas de creencias, evitando así
esencialismos mitificantes. El aparato ideológico del comunismo soviético se ve forzado a adentrarse
en una crítica respecto a su ideas, valores y praxis, surgiendo así la necesidad de tomar distancia de los
hechos históricos y la revolución propiamente tal para concluir que la historia no se debe incluir por
completo en las promesas de la Revolución.
En base a esto, si se mantiene la perspectiva de concebir ambas revoluciones como un doble –
origen de la democracia y la libertad, respectivamente, sus ideas y prácticas no solamente estarán
intrínsecamente relacionadas, sino que además destinadas a cometer errores similares, como lo plantea
el autor en relación al jacobisimo/stalinismo. Así, no podemos rescatar la Revolución Francesa desde
una esfera intelectual “purista” y decir que el gran problema fue el de la “adaptación rusa” de los
preceptos revolucionarios, justificando las circunstancias como método para no contaminar una
Revolución ya canonizada. Por el contrario, reconocer que ambas revoluciones fueron sistemas de
coacción meticulosa sobre los cuerpos y los espíritus.
En cuanto a lo que denomina “vulgata marxista” de la Revolución Francesa, critica el
desplazamiento del problema de la Revolución a lo económico y social, extendiendo su mito a
dicotomías causa-efecto tales como [feudalismo → capitalismo] o [nobleza → burguesía],
yuxtaponiendo un análisis de causas, realizado a partir de lo económico y social, al relato de los
acontecimientos escrito a raíz de lo político e ideológico. Furet rescata la metodología de Tocqueville,
ya que escribe otra historia de la Revolución que se fundamenta en en una crítica a la ideología
revolucionaria, cuestionando el carácter de ruptura histórica atribuido a la Revolución, escapando a la
tiranía de la vivencia histórica de los actores y al mito de los orígenes. Uno de sus principales
postulados es rescatar que la Revolución es la aceleración de la evolución política y social del Antiguo
Régimen, ya que el modelo de la supresión de la legitimidad de la resistencia social pasó de un
monarca al estado central.
Finalmente, contrapone las visiones de Michelet y Tocqueville, señalando que la del primero
revive la Revolución desde el interior del discurso: celebra la coincidencia memorable entre los
valores, el pueblo y la acción de los hombres, mientras que el segundo investiga la distancia entre los
actores y el papel histórico que cumplen: existe un abismo entre la Revolución Francesa y las
intenciones de los revolucionarios. Plantea la necesidad de un cuestionamiento acerca de los preceptos
otorgados y asumidos a la Revolución, muchos de ellos míticamente enaltecidos (por ejemplo, creer
que la Revolución destruyó a la nobleza cuando solamente negó su principio), aludiendo incluso al
carácter ilusorio de cambio depositado en la concepción de la Revolución como una ruptura
homogénea, universal y total.

ANÁLISIS CRÍTICO
La metaforización e idealización de los fenómenos históricos debe ser uno de los principales
riesgos que corremos quienes nos embarcamos en sus estudios. Partiendo por la base de que en las
interpretaciones que realicemos siempre estará presente (no soy partidario de la existencia de una
objetividad histórica) el factor de la subjetividad, el extrapolarla a un abstracto poco riguroso que
manipule, obvie o subentienda factores que dan origen a un determinado fenómeno histórico es donde
se ubica el conflicto.
Si nos adentramos en una teoría crítica acerca de la Revolución Francesa, debemos comprender
que sus factores están interrelacionados con una gran variedad de elementos, imaginarios y procesos
que nos permiten situarnos en un universo de sentido (el cual también es una construcción humana) que
hace coherente una determinada concepción, y posterior posicionamiento, respecto al fenómeno
revolucionario propiamente tal y su impacto dentro de una enorme cantidad de procesos enmarcados en
la construcción historiográfica.
En este contexto, la discusión acerca de su duración, impacto y término es imposible llevarla a
un plano objetivado que nos indique, como un manual, lo que fue y lo que no. Pero si es pertinente,
para tener una mayor claridad del fenómeno, explicitar la posición que nos lleva a adoptar una
perspectiva de interpretación, la cual está lejos de ser unánime.
La Revolución Francesa ha adquirido una serie de interpretaciones a medida que se
complejizan sus estudios historiográficos: ¿revolución burguesa?, ¿una ruptura universal?, ¿un
fenómeno aun latente? Reducir la Revolución a un acontecimiento burgués, como lo explica la teoría
marxista, puede caer en un simplismo, ya que si bien es innegable que los fenómenos acontecidos a raíz
de su impacto fueron consolidando un modelo político y económico que apuntaba tanto a una
democracia representativa como a la cimentación del capitalismo y que ambos elementos consolidaron
el poder y las dinámicas de la burguesía, el aporte fundamental de la Revolución (a mi juicio) radica en
el cambio político hacia la democracia y la deslegitimación del régimen monárquico. No es una ruptura
homogénea ni universal, tampoco un fenómeno impulsado únicamente por la burguesía, es un cambio
que trajo consigo una reconfiguración de las relaciones sociales en torno al poder político con un
precepto fundamental: los individuos libres e iguales en derechos, afirmación no exenta de excepciones
y fraudes (como la exclusión de las mujeres, democracia representativa controlada por una élite) los
cuales provocarán tensiones y contradicciones por resolver, necesariamente, fuera de los marcos de
propuesta y análisis que nos entrega el estudio de la Revolución Francesa, ya que no los contempla a
cabalidad.
Siguiendo esta perspectiva analítica, el concepto de ruptura y la conformación de una “nueva
realidad” lo considero válido en tanto comprendamos el cambio político monarquía – democracia, que
si bien fue sustancial y operó como el principal arquetipo de la política contemporánea occidental,
existe una deficiencia en relación a la promesa, muchas veces esencialista, acerca de la libertad de los
individuos. El sistema político cambió y con él las relaciones, prácticas y fenómenos socio-económicos
, pero considerar estos nuevos modelos una “liberación” es apresurado, y creo que aquí radica el
conflicto acerca de este “nuevo mundo” que devino del fenómeno revolucionario: se trata de un
reajuste en cuanto a las relaciones de poder y un nivel mayor de libertad del individuo, aunque ésta
sigue estando delimitada por las esferas políticas, sociales y económicas que se consolidaron durante y
después del período revolucionario.
En cuanto a su duración, esta discusión está muy relacionada con su impacto, ya que ha sido
uno de los principales factores que ha desdibujado sus límites temporales. Cuando el autor asevera que
la Revolución ha concluido, no sólo la delimita temporalmente, sino que la contextualiza para evitar
aquellas múltiples y confusas interpretaciones que se solapan con el porvenir. Mencionamos que la
Revolución funda la sociedad democrática (con todas las falencias que arrastra desde imaginarios
políticos anteriormente practicados), y que para superar las contradicciones que esta conlleva, es
necesario romper con la causalidad hermética que relaciona, inevitablemente, cualquier fenómeno
revolucionario con la Revolución Francesa. Si bien cimienta directrices importantes a considerar (como
la consolidación del consenso democrático en Occidente), existen elementos que no abarca tanto en la
teoría como en la erudición de sus preceptos.
La lucha por la libertad y la dignidad de los individuos es una tensión que se intersecciona
constantemente con las esferas políticas, económicas y culturales de una sociedad, las cuales están
mutando constantemente y experimentando crisis que exigen nuevos cambios y/o rearticulaciones, a los
cuales el insumo ideológico/político (tanto de la Revolución Francesa, como de la Rusa) se encuentra
cada vez más distante (tanto temporal como contextualmente) de bastar por sí mismo para explicar los
orígenes y elementos que inciden en el desarrollo de dichos conflictos.

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