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Cuadernos de Lengua y Literatura: Volúmenes V, VI y VII
Cuadernos de Lengua y Literatura: Volúmenes V, VI y VII
Cuadernos de Lengua y Literatura: Volúmenes V, VI y VII
Ebook299 pages3 hours

Cuadernos de Lengua y Literatura: Volúmenes V, VI y VII

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Una pupila girando en torno a un alfabeto genera un relato, y mirando con insistencia un objeto indiferente o una simple planta se descubre una función. Transformarse en objeto para volver a ser sujeto, dice Ortiz. Ver qué hacemos con el lenguaje y qué hace este con nosotros.
Al pie de la letra, Crítica de la imaginación pura y Tratado de fitolingüística: tres libros tan fascinantes como inclasificables, de una poética absolutamente conmovedora, en los que cosas olvidadas o averiadas y protagonistas de tristes historias de naufragios encuentran “una posibilidad imaginaria de sobrevida”. “Cuadernos” que reúnen para Ortiz los ejercicios de un alumno, pero que sin dudas establecen su inventiva y maestría literaria.
LanguageEspañol
Release dateMar 1, 2013
ISBN9789877120158
Cuadernos de Lengua y Literatura: Volúmenes V, VI y VII

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    Cuadernos de Lengua y Literatura - Mario Ortiz

    MARIO ORTIZ

    Cuadernos de lengua

    Un librito de tipografías, unos yuyos en una esquina, objetos arrumbados en un galpón son algunas de las cosas alrededor de las que orbita, como un satélite ensimismado, la mirada de Ortiz. Una pupila girando en torno a un alfabeto genera un relato, y mirando con insistencia un objeto indiferente o una simple planta se descubre una función. Transformarse en objeto para volver a ser sujeto, dice Ortiz. Ver qué hacemos con el lenguaje y qué hace este con nosotros, liberar las historias y momentos que encierran las cosas y las palabras para entonces volver a aprender.

    Al pie de la letra, Crítica de la imaginación pura y Tratado de fitolingüística: tres libros tan fascinantes como inclasificables, de una poética absolutamente conmovedora, en los que cosas olvidadas o averiadas y protagonistas de tristes historias de naufragios encuentran una posibilidad imaginaria de sobrevida. Cuadernos que reúnen para Ortiz los ejercicios de un alumno, pero que sin dudas establecen su inventiva y maestría literaria.

    Índice

    Cubierta

    Sobre este libro

    Portada

    Al pie de la letra. Cuadernos de Lengua y Literatura V

    Primera parte. La maestra. Las primeras letras (El yo)

    Segunda parte. Los maestros tipógrafos (Los otros)

    Tercera parte. El neón

    Crítica de la imaginación pura. Cuadernos de Lengua y Literatura VI

    Estudio Nº 1. Primeros principios Campo de observación. Funciones

    Estudio Nº 2. La cafetera

    Estudio Nº 3. La radio

    Estudio Nº 4. Una lata se proyecta. Problemas dimensionales

    Estudio Nº 5. El motor

    Estudio Nº 6. Desplazamiento de partículas sobre las superficies

    Estudio Nº 7. Otra lata

    Estudio Nº 8. Estereoscopía del motor

    Comentario Nº 1

    Comentario Nº 8

    Estudio Nº 9. La máquina de escribir (motor 27) comienza a generar nuevas funciones

    Estudio Nº 10. El motor 27 en pleno funcionamiento arroja las siguientes incógnitas

    Estudio Nº 11. Algunas consecuencias del salto dimensional operado por el motor 27. Intersección de planos (literal y metafórico)

    Estudio Nº 12. Intersección de superficies y escrituras. La salvación por la luz

    Estudio Nº 13. Corolario

    Estudio Nº 14. El motor 27 funciona a toda velocidad

    Estudio Nº 15. Crítica de la imaginación pura

    Balance provisorio

    Anexo A

    Anexo B

    Anexo C

    Tratado de fitolingüística. Cuadernos de Lengua y Literatura VII

    Primera parte. Nelson (Camina rumbo a la entropía, pero no es una pava ni un molinito)

    Segunda parte. Tratado de fitolingüística

    Consideraciones finales. Hipótesis de avance

    Posfacio

    Sobre el autor

    Página de legales

    Créditos

    Otros títulos de esta colección

    A Julia, Matías, Julieta y Celina

    AL PIE DE LA LETRA

    Cuadernos de Lengua

    y Literatura V

    En la primera clase de Latín II en la universidad, no bien entró al aula, el viejo Camarero se paró sobre la tarima y, sin saludar, buscó una tiza. Casi todos ya lo habíamos tenido en Cultura Clásica. Era un español de Gerona, o sea, un catalán que pronunciaba las eses bastante pastosas; medía casi dos metros, usaba unos enormes anteojos recetados de cristales ahumados, y el pelo blanco de sus sienes rodeaba una cabeza pelada y brillosa que a mí siempre me pareció una especie de recipiente elástico sometido a altísima presión interna y a punto de estallar.

    Lo primero que nos dijo fue que esa clase era una suerte de prólogo a la materia, y anotó esa palabra en el pizarrón en el ángulo superior a la izquierda. Pro-logos, comenzó a explicarnos, literalmente significa lo que está antes del discurso, del texto. Después nos pidió que le dijésemos otros términos que tuviesen más o menos el mismo significado. Introducción dijo alguno; el viejo lo anotó y explicó su etimología. Prefacio, dijo otro después de un rato; la palabra, obediente, se sumó a la lista y al análisis.

    ¿Cuál otra?, preguntó. El silencio entre los bancos se prolongaba más de la cuenta; entonces el viejo continuó solo el ejercicio: proemio - prefacio - liminar - preliminar - preámbulo…

    Preliminar viene de praeliminaris; allí está la raíz liminaris que se origina en el sustantivo limen, liminis y significa en primer término el umbral de la puerta, y por extensión casa, morada. Entonces pre-liminar es algo o alguien que está a las puertas del texto. El Apocalipsis, comúnmente asociado a los horrores de los últimos días, tiene sin embargo una de las imágenes poéticas más conmovedoras por la humildad y esperanza, puestas en boca de Maestro: Yo estoy junto a la puerta y llamo: si alguien oye mi voz y me abre, entraré a su casa y cenaremos juntos (Apoc. 3, 20).

    Limen da también la palabra eliminar (ex-liminare), que implica la idea primaria de echar a alguien de la casa, y luego da a nuestro idioma suprimir, exterminar. El umbral es ciertamente un límite entre el adentro y el afuera, pero no debe confundirse aquella palabra con limes, limitis (límite), cuyo primer sentido es el de un camino o senda que atraviesa de una parte a otra. Sin embargo, es interesante observar que limen y limes provendrían, según algunos filólogos, de una misma raíz que se encuentra en el adjetivo limus, a, um e implica la idea de algo que está torcido, atravesado. Por ello la expresión limi oculi, o bien limis oculis spectare es mirar a alguien con ojos torcidos, envidiarlo; los paisanos en el campo dirían que está ojeado.

    Cuando terminó, había pasado la mitad de la clase, y sobre el pizarrón estaban escritas más de veinticinco o treinta palabras en una letra inclinada y de trazo rápido. Para muchos de mi generación, escribir en Bahía Blanca supone todo esto.

    El capitalismo puro y crudo ordenó salvajes represiones en el Puerto de Ingeniero White. Los pescadores artesanales aparecieron tirados en medio de la calle boca abajo, rodeados por agentes de la policía y la prefectura apuntándoles la cabeza; un charco de sangre que quedó al pie del Crucifijo luego de que fueran a detener a los refugiados en Exaltación de la Santa Cruz: estas imágenes quedan impresas a fuego en la retina. Y esto ocurrió en la Nochebuena del año 2009.

    Lo mismo que en la dictadura.

    Lo mismo que en 1907.

    Y entonces, la necesidad de la filología.

    Precisamente.

    Filo-logos: amor a las palabras, lo que equivale a decir también pasión por las letras.

    Pro-logos.

    ¿Existe algo antes del logos?

    Primera parte

    La maestra • Las primeras letras

    (El yo)

    Hay un libro sobre el escritorio. No es gran cosa: más bien delgado, de papel amarillento y le faltan las tapas. Un cuadernillo alargado a lo ancho, del tamaño de un Patoruzito.

    Su contenido no es complicado. No exige un esfuerzo de análisis o deducción lógica a partir de períodos concatenados para la exposición de un argumento.

    Nada más alejado de lo abstruso.

    El librito es un muestrario de tipografías: un alfabeto completo en mayúsculas y minúsculas por cada página, y en cada página un estilo distinto.

    Nada más cercano a la simplicidad de una sola idea, sostenida desde la primera página hasta la última, exactamente como el cartel de la CASA IUALE.

    El libro está sobre el escritorio; a su lado hay una cantidad de hojas amarillentas con anotaciones.

    Quien se dedica al estudio toma un objeto en sus manos y lo coloca a prudente distancia de su vista y de su cerebro; desde ese momento, es su objeto de estudio.

    El estudiante abre las compuertas de sus ideas y ofrece a su objeto un espacio abstracto durante todo el tiempo que ocupa su atención; se ha consagrado a él, y la prueba es que lo deja suspendido en medio de un vacío celeste como la manzana del cuadro de Magritte, pura presencia que se impone y no remite a nada más que a sí misma, como si dijéramos que antes de posarse de nuevo en el estante de la verdulería la manzana piensa en la manzana.

    En un momento determinado de sus existencias, multitud de cosas y seres humanos de los más variados orígenes entran, sin saberlo, en cierto estado de suspensión, y flotan sin darse cuenta porque tienen a un estudiante aplicado a ellos, y emiten reflejos como partículas de polvo en medio de la luz.

    El sujeto y el objeto guardan equidistancia.

    El sujeto orbita alrededor del objeto; mis pupilas, alrededor de este libro de letras.

    El estudiante es un satélite que produce mareas a intervalos regulares.

    La letra es el fruto ensimismado que atrae como causa final.

    Los filósofos de la Antigüedad creían que el desplazamiento de los planetas y estrellas sobre sus órbitas cristalinas producían una vibración que, al tomar contacto con el éter, emitía un sonido determinado de la escala tonal, dependiendo del tamaño del cuerpo celeste y de la mayor o menor distancia con respecto a la tierra: esa era la música de las esferas. Hoy sabemos que también algunos objetos de este mundo, al ser sometidos a ese movimiento, producen sonidos y narraciones. En la playa de Monte Hermoso, el niño Heródoto aplicaba el oído a la boca de un caracol y registraba historias de naufragios.

    Una pupila girando en torno a un alfabeto genera un relato. Si cada rotación supone una vuelta al punto de partida, acaso podría verse de nuevo el origen de las letras; no de las primitivas inscripciones sobre piedra o barro cocido, sino algo más próximo. Y sí: la topografía de las obsesiones se confunde con la de lo entrañable, y cuando el ojo llega a ese punto exacto luego de incesantes circunvoluciones, imagina. En ese momento tiene la capacidad de crear imágenes porque el trazo caligráfico lo ha abducido al mundo de la interioridad. Topografía-tipografía.

    Entonces, el sujeto comienza a escribir en primera persona un relato posible.

    Mi mirada se desprende de las hojas secas y se dirige a los otros juegos, al borde de la plaza, a la calle.

    Un camión repartidor se sacude sobre las cuarteaduras del asfalto. Está cargado hasta el límite de cajones de cerveza. No hace mucho tiempo, durante el verano era difícil conseguir al menos una botella porque se daba prioridad a los autoservicios y bares de los balnearios. Pero ahora es un lunes a fines de abril, y el camión pasa de nuevo repleto, reponiendo lo que se bebió el fin de semana.

    Digamos que el cielo está despejado. No solamente es posible: para nuestros fines es conveniente, y ahora el cielo ilumina las palmeras con una luz que parece no venir de ningún lado; la mañana está fresca, aunque no tanto como para ponerse campera. El otoño es la época climática más estable. Durante la primavera, a los primeros calores de octubre o noviembre les pueden suceder tormentas repentinas, y luego un brusco descenso del termómetro, cuya línea de mercurio puede llegar a niveles próximos a la helada. El otoño, en cambio, deja atrás esos cambios de humor casi adolescentes y, ya reposado, se siente maduro para una lenta marcha hacia el invierno.

    Los últimos racimos de uva que hayan quedado en el parral de la casa de mi padre deben estar fermentados o convertidos en pasas apenas aferradas a un cabo marrón apenas aferrado a la rama. Tenés que venir a juntarlas, me dice el viejo cada vez que le hablo por teléfono. Sí, viejo, ya voy a ir; aguantame porque estoy medio atorado de cosas. Las abejas dieron cuenta de las últimas buenas que quedaban.

    ¿Venís mañana a la tarde? Sabés que no me puedo subir a la escalera.

    Sí, viejo, mañana podría ser.

    Sentado abajo del parral, en esta época, uno toma aire y siente olor a vino fuerte, casi vinagre.

    Bueno, te espero; yo ya compré bolsas de consorcio para sacar todo a la calle.

    Pasan otros repartidores. El camión frigorífico baja dos medias reses en la carnicería. A veces dejo a los chicos hamacándose y cruzo a comprar carne picada o bola de lomo. Pero en este momento estoy solo. Los chicos están en la escuela. Yo también debería estar en la mía trabajando, pero falté porque anoche recibí un llamado.

    Te espero a las 10 en los bancos contra la calle Washington, me decía. No me vas a fallar, ¿no?

    No, señora, no se preocupe.

    Sentado en una hamaca, me balanceo lentamente, mientras trazo unos garabatos con las zapatillas sobre la tierra. Cuando levanto la vista, ya está parada al lado mío. Tiene los mismos lentes; el pelo entrecano y recogido hacia atrás con un rodete y un portafolios de cuero. Está exactamente igual que en la foto de primer grado. La veía vieja en ese momento; la veo vieja ahora. La llamábamos señorita Sarita.

    ¿Cómo andás, hormiguita? Así te había bautizado por lo inquieto. Siempre moviéndote; no podías estar un minuto sentado. Parecía que tenías hormigas en el culo.

    Sigo igual, señorita. A veces siento un cosquilleo, algo recorre mi columna, especialmente cuando estoy nervioso. Esas hormiguitas que invaden la mesada suben por mis manos cuando estoy cocinando; sus patitas me producen la misma sensación. Hasta en la heladera las encuentro. Pero usted no lleva guardapolvo. Nunca la había imaginado sin guardapolvo.

    Me jubilé, ¿qué te creés? En algún momento te llega.

    Pasaron muchos años desde que estuve en primer grado, seño, más de treinta.

    Treinta y ocho, exactamente, me dice.

    Sí, en 1972.

    La maestra Sarita tiene para mí solamente ese nombre, y en diminutivo; nunca supe su apellido. Esta es una buena ocasión para preguntárselo, pero prefiero no hacerlo, como tampoco preguntarle si todavía sigue viva. Sería una indiscreción innecesaria.

    Vos vivís cerca, ¿no es cierto?

    A una cuadra y media, le digo. Me mudé hace dos años.

    Entonces no teníamos por qué ir más lejos. Para lo que tengo que enseñarte hoy, este barrio es apropiado. Aparte, esta plaza siempre me gustó. Vamos a sentarnos en un banco. No; ese a la sombra me va a dar un poco de frío.

    Nos sentamos cerca de las hamacas.

    Leí tus libros, hormiguita. Bueno, no es el tipo de poesía a la que estoy acostumbrada. Sin embargo, algunos fragmentos me gustaron; el título, por ejemplo: Cuadernos de Lengua y Literatura. Parece el nombre de un manual de secundario.

    Y sin embargo, seño, es más bien al revés: son ejercicios de un alumno: no el poema como algo acabado, sino un momento provisorio del lenguaje. Algo de eso puse al principio del volumen II.

    Es cierto.

    Ella arquea la espalda hacia atrás. Estira brazos y piernas e inspira profundo, como si quisiese hacer circular por su interior entumecido ese aire mezclado con luminosidad.

    Durante muchos años trabajé en primer grado. Para esta época, después de la Pascua, ya empezaba de firme a enseñar el abecedario. Claro, todo el mundo piensa que son solamente las 29 letras, si contamos la CH y la LL, pero en realidad para el nene son 116: la imprenta mayúscula, la imprenta minúscula, la manuscrita mayúscula y la manuscrita minúscula. Quizá ahora no te acordás demasiado, pero eso lleva su tiempo. Al principio escriben palabras omitiendo letras, o bien las escriben al revés. Eso se llama espejo. Con los números pasa lo mismo. Recién a fines de año están en condiciones de escribir de corrido.

    ¿Y las botellitas, seño? Tengo una vaga memoria de que nos enseñaba a sumar pasando de un lado y de otro botellitas de vidrio de Coca Cola.

    ¡Ah, sí! Esas cosas las inventaban las practicantes… en fin. Te estarás preguntando por qué te cité aquí. Te estarás preguntando eso y otras cosas. Vamos por partes.

    Ella pone su portafolios sobre sus piernas: para esta escena le doy el que usaba mi hermana, y después yo mismo durante buena parte de la escuela primaria. Le va bien. Es enorme, de cuero marrón oscuro. Tiene dos correas ajustables con hebillas y al medio una presilla de metal donde se abre una pequeña cerradura. Nunca tuve la llavecita que la trabase, si es que alguna vez existió. Ahí deben caber casi todos los cuadernos de un curso. Y no, ese portafolios tampoco existe más.

    Busca un momento entre los compartimentos, y saca un recorte de revista. Lo pliega cuidadosamente, de modo que solo pueda verse el extremo superior de la página.

    A ver, empecemos con esto, dice cuando repasa con el pulgar y el índice el último doblez. Decime, hormiguita, ¿qué leés en ese título?

    Un fruto mágico: el limón, digo en voz alta.

    Muy bien. Aunque, por cierto, considero bastante discutible que el limón sea la panacea para todas las enfermedades. Pero ¿no leés nada más?, pregunta remarcando estas últimas palabras.

    No sé, seño. No veo nada particular en estas frases, por otra parte bastante sencillas; ni siquiera ironía o doble sentido.

    Es lo que me suponía, ¿y vos sos profesor de letras, como dice la solapa de tu libro? Mirá bien ahora –insiste–, no lo que dice, sino mediante qué lo dice. Esas letras, ¿cómo son?

    Son letras de imprenta minúsculas.

    Ajá, bien, ¿algo que te llame la atención en su diseño?

    Es bastante peculiar. Yo diría que se basa en una desproporción bien calculada: cada letra tiene un cuerpo demasiado grueso y compacto con relación a determinadas líneas de sus remates, sumamente finos.

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