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Título: La prosa de contra-resistencia.

Una crítica poscolonial del pasado indígena en el Noroeste


Argentino.

Autor: Manuel Fontenla

Resumen:

Los estudios de Ranajit Guha constituyen una fuente obligada de la crítica poscolonial y
fueron pioneros en la construcción de la historiografía de la subalternidad. Su análisis de las
rebeliones campesinas en la India abrió la puerta a una larga lista de críticas a las historiografías del
nacionalismo y el colonialismo que hasta el día de hoy siguen vigentes. A partir de sus aportes, el
objetivo central de este artículo será el análisis de la Historia del Noroeste Argentino (la obra
historiográfica por excelencia de la región) de Armando Raúl Bazán, trazando allí algunas
operaciones críticas que nos permitan dar cuenta del carácter colonial de esta historiografía en el
tratamiento de las historias y las resistencias indígenas, específicamente en las Guerras Calchaquíes
(S. XVI y S.XVII), teniendo presente los cuidados correspondientes a las diferencias en la historia
colonial de la India y de nuestra América.

Palabras clave: Historiografía regional – critica poscolonial - Historia Indígena – Noroeste


Argentino.

Abstract:
The studies of Ranajit Guha constitute an obligatory source of postcolonial criticism and
they were pioneers in the construction of a historiography of the critical subaltern of colonialism.
His analysis of the peasant rebellions in India opened the door to a long list of criticisms of the
historiographies of nationalism and colonialism that continue to this day. From his contributions, the
central objective of this article will be the analysis of the History of the Argentine Northwest (the
historiographic work par excellence of the region) of Armando Raúl Bazán, tracing there some
critical operations that allow us to account for the colonial character of this historiography in the
treatment of the histories and the indigenous resistances, specifically in the Calchaquíes Wars (S.
XVI and S.XVII), bearing in mind the care corresponding to the differences in the colonial history
of India and our America.

Key words: Regional historiography - postcolonial criticism - Indigenous history- Northwest


Argentina.
La prosa de contra-resistencia.
Una crítica poscolonial del pasado indígena en el Noroeste Argentino.

I. Introducción

Los estudios de Ranajit Guha constituyen una fuente obligada de la crítica poscolonial y fueron
pioneros en la construcción de la historiografía de la subalternidad. Su análisis de las rebeliones
campesinas en la India abrió la puerta a una larga lista de críticas a las historiografías del
nacionalismo y el colonialismo que hasta el día de hoy siguen vigentes. Entre sus obras más
relevantes se encuentran Aspectos elementales de la insurgencia campesina en la India colonial,
Las voces de la historia, Sobre algunos aspectos elementales de la historiografía de la India
colonial y La prosa de contra-insurgencia. Me detendré en estos dos últimos en busca de elementos
que nos permitan realizar algunas operaciones críticas sobre la obra de Armando Raúl Bazán
Historia del Noroeste Argentino como un tipo de historiografía colonial.
Las diferencias en la historia colonial de la India y de nuestra América son un punto de partida
obligado. El nacionalismo argentino del nacionalismo indio se encuentran separados por poco más
de un siglo de historia y una inmensidad de diferencias históricas, políticas y culturales, lo cual hace
imposible pensar sus procesos en términos comparativos. No obstante, en la perspectiva de la
historiografía regional del NOA, sucede que el pasado indígena es introducido como parte de la
matriz étnico-social que será base de los mestizos y criollos que formaran la nueva nación
argentina; en razón de esta particularidad mostraré que se pueden pensar algunos de los elementos
de lo que Guha ve en la relación entre la elite nativa india y el gobierno colonial británico para el
caso del gobierno colonial español con las sociedades indígenas primero y con la elite-criolla luego.
En nuestro caso sería una relación entre las castas españolas y mestizas herederas del sistema
colonial del XVII y XVIII y la formación de una elite criolla-nacional en el siglo XIX.

II. Aspectos críticos en la historiografía de la subalternidad

Comenzamos recorriendo Sobre algunos aspectos elementales de la historiografía de la India


colonial. En esta obra de 1982 publicada en el primer volumen de “Subaltern Studies. Writings on
South Asian History and Society”, Ranajit Guha definía como rasgo esencial de la historiografía
colonial su carácter elitista. Para el caso de la historiografía India, Guha distinguía un elitismo
colonial y uno burgués nacionalista, pero en ambos casos era ese carácter elitista el que había
dominado siempre la historiografía; en ambas, la constante era que el proceso histórico, su
desarrollo y conciencia, eran fruto y logro exclusivo de la elite:

En las historiografías colonialista y neo-colonialista se atribuyen a los dirigentes, los administradores,


la política, las instituciones y la cultura colonial británica; mientras que la literatura nacionalista y neo-
nacionalista los atribuye a las personalidades, las instituciones, las actividades y las ideas de la élite
india” (Guha, 1997A: 25)

En nuestro caso, veremos cómo la historiografía regional del NOA 1 representa el primer tipo, es
decir, un elitismo colonial, que a su vez se inscribe dentro de la corriente de la historiografía liberal
mitrista como un tipo de elitismo burgués-nacional. Es decir, en nuestro caso, a manera de muñecas
rusas, los dos tipos de historiografías se presentan de manera conjunta.
Continuemos con las definiciones que presenta el historiador indio. La primera de las dos
historiografías define, ante todo, el nacionalismo indio como una función de estímulo y respuesta,

1 Si bien esta historiografía se ocupa en su mayoría del periodo de formación nacional, tiene la particularidad de hacer
extensivo el relato histórico hasta el siglo XVII lo cual la hace más valiosa y la convierte en parte de nuestros objeto de
análisis.
Basada en una limitada perspectiva conductista, representa el nacionalismo como la suma de
las actividades e ideas con las que la élite india respondió a las instituciones, las oportunidades,
los recursos, etc., generados por el colonialismo. Existen diferentes versiones de esta
historiografía, pero su denominador común consiste en describir el nacionalismo indio como
una especie de «proceso de aprendizaje» a través del cual la élite nativa llegó a implicarse en
política al tratar de negociar el intrincado sistema institucional y el correspondiente complejo
cultural introducidos por las autoridades coloniales para gobernar el país” (Guha, 1997A:26)

El segundo tipo de historiografía es definido por Guha de la siguiente manera:

La orientación general del otro tipo de historiográfica elitista consiste en representar al


nacionalismo indio como una empresa fundamentalmente idealista, en que la élite indígena
habría guiado al pueblo de la subyugación a la libertad (…) la modalidad común a todas ellas es
la defensa del nacionalismo indio como una expresión fenoménica de la bondad de la élite
nativa, magnificando, contra toda evidencia, el aspecto antagónico con el régimen colonial en
relación a su aspecto colaboracionista (Guha, 1997A: 26)

Para ambos tipos de historiografía Guha encuentra la misma utilidad y el mismo problema. En lo
primero estas historias nos ayudan a comprender mejor la estructura del estado colonial, el
funcionamiento de sus diversos órganos en determinadas circunstancias históricas, la naturaleza de
la alianza de clases que lo sostenía, algunos aspectos de la ideología de la élite como ideología
dominante del período (entre otras), y, más importante aún, ayudaban a entender el carácter
ideológico de la propia historiografía.
En lo segundo, el problema es claro, lo que “no puede hacer una escritura de este tipo, es
explicarnos el nacionalismo indio, ya que no reconoce y menos interpreta, la contribución del
pueblo por sí mismo, es decir, independientemente de la élite, a la formación y desarrollo de este
nacionalismo” (Guha, 1997A: 27).
De la misma manera que la historiografía colonial-nacional de la India no podía dar cuenta de la
participación del pueblo en la formación del nacionalismo, veremos cómo la historiografía regional
del NOA, repite este error y lo duplica al no poder dar cuenta tampoco de la participación de la
sociedad indígena en la historia de la resistencia a la Colonia, cómo de su participación en la
construcción del nacionalismo.
En apartados siguientes veremos el impacto de estas críticas en nuestra historiografía
regional, pero antes de eso, avancemos en los aspectos críticos del trabajo de Guha. Una de las
razones de la incapacidad de esa historiografía colonial para dar cuenta del nacionalismo (ligado a
su carácter elitista) fue su perspectiva de clase y junto a ella su concepción de la política. En toda
la literatura que analiza Guha, los parámetros de la política india “se supone que son —o se
enuncian como si fuesen— exclusiva o principalmente los de las instituciones introducidas por los
británicos para el gobierno del país y el correspondiente conjunto de leyes, políticas, actitudes y
otros elementos de la superestructura” (Guha, 1997A: 28). Como correlato, el foco sobre los
acontecimientos y los sujetos queda paralizado por una definición que no puede hacer más:

que equiparar la política con la suma de actividades e ideas de aquellos que estaban directamente
implicados en la gestión de estas instituciones, es decir, de los gobernantes coloniales y sus
alumnos —los grupos dominantes de la sociedad nativa— hasta el punto de que sus
transacciones mutuas se suponía que eran todo lo que había en el nacionalismo indio y el ámbito
de éste se consideraba como coincidente con el de la política” (Guha, 1997A: 28).

Esta comprensión restringida de una concepción moderna de la política 2, tenía como consecuencia
directa la anulación de cualquier otro registro político en la historia, especialmente el que le

2 Este carácter restringido de la política moderna, ha sido uno de los grandes ejes de los Subaltern Studies, abriendo una
fuerte crítica epistemológica a las concepciones occidentales y eurocéntricas del conocimiento y su correlato en las
grandes narrativas históricas de la modernidad: el imperialismo, el colonialismo y el nacionalismo.
interesaba a Guha, el del campesinado y todos aquellos sectores subalternos a la hegemonía de la
elite. Guha se propone contra esta historiografía “anti-histórica” analizar y probar la existencia de
un ámbito autónomo de la política: “existió a lo largo del período colonial, otra esfera de la
política india en la que los actores principales no eran los grupos dominantes de la sociedad
indígena ni las autoridades coloniales, sino las clases y grupos subalternos que constituían la masa
de la población trabajadora, y los estratos intermedios en la ciudad y el campo, en suma, el pueblo”
(Guha, 1997A: 28). Y este ámbito autónomo, respondía a una política cuyas “raíces arrancaban del
periodo pre-colonial, pero de ninguna manera era arcaica en el sentido de superada” (Guha, 1997A:
28)
Este ámbito autónomo3, señalaba Guha, tenía además formas propias de la política distintas a la
política de elite que importaba estudiar y dar cuenta. Una organización más horizontal que vertical,
una temporalidad distinta, una experiencia de la explotación y del trabajo que dotaba a esa política
de muchas expresiones, normas y valores que la situaban en una categoría aparte de la política de la
élite, entre otras. Todos estos rasgos, aclara el historiador indio, no se dan siempre ni de forma pura,
pero marcaban una diferencia importante, una forma valida y propia en que la política de los
subalternos se expresaba y daba sentido a su propia historia. Estos rasgos, y este dominio autónomo
“tan moderno como la política indígena de elite, se distinguía por su relativa mayor profundidad,
tanto temporal como estructural”. Aquí, llegamos al punto clave para Guha, estas diferencias
mostraban una dicotomía estructural en la historia del nacionalismo indio:

La coexistencia de estas dos esferas o vertientes -que puede ser percibida intuitivamente, pero
también comprobada mediante demostración-, era el incide de una verdad histórica importante:
el fracaso de la burguesía india en su intento por hablar a nombre de la nación (Guha, 1997A:
29).

Así como la burguesía india no basta como sujeto histórico para explicar las formas de la política
del nacionalismo indio, tampoco alcanzara la política de corregidores y encomenderos para explicar
el colonialismo americano, ni alcanzara la elite-criolla para explicar la formación del nacionalismo
argentino.
Finalmente, dos conclusiones señala Guha, en primer lugar, “la dicotomía estructural que surgió
de este hecho es un dato de la historia india del período colonial, que nadie que quiera interpretarlo
puede ignorar sin caer en un error”, y en segundo lugar, que “No existe, sin embargo, un método de
investigación establecido para el estudio de esta problemática” (Guha, 1997A: 30). Luego de esta
sentencia, y a partir de sus propios textos, Guha daba inicio, sino al método, por lo menos al campo
para el estudio de esa problemática: Los Estudios de la Subalternidad.
De estos aspectos de la historiografía colonial, me interesa retener algunos elementos que se
reproducen en la obra de Armando Raúl Bazán y su historiografía regional: su sesgo ideológico-
elitista, el concepto restringido de política que las orienta, sus perspectiva de clase, su funcionalidad
y dependencia con una historiografía estatal-oficial, la negación de un ámbito autónomo de la
política de los subalternos con sus propias formas de vida y sentidos históricos y la posibilidad
de comprender una diferencia tanto temporal como de estructura (una dicotomía estructural)
explicita en la coexistencia de dos ámbitos autónomos e interrelacionados. Todos estos elementos
serán sumamente productivos al analizar la historiografía regional del NOA.

Además de estas características -más bien estructurales y generales- Ranajit Guha se ocupó del
estudio del campesinado y sus rebeliones en relación a esta historiografía colonial. Su libro

3 Si bien aquí nos ocupamos de la historiografía del NOA, un caso paradigmático en nuestra historiografía nacional de
este tipo de concepción política anti-histórica, y de negación de ámbitos autónomos puede encontrarse en las alianzas y
acuerdos políticos y militares que se dieron entre las sociedades indígenas de Pampa y Patagonia con el Estado
argentino en su periodo de formación (1853-1880). Hoy contamos con fuentes documentales ampliamente investigadas
que dan cuenta de estos ámbitos autónomos de política entre las confederaciones de indios del sur patagónico y las
articulaciones que realizaban con las elites criollas de la época.
“Aspectos elementales...” abordo sistemáticamente y en profundidad un análisis como no se había
hecho antes. Algunos de sus puntos centrales quedaron resumidos y plasmados en el clásico La
prosa de la contra-insurgencia, sobre el cual me detendré en busca de más elementos para nuestra
lectura a contrapelo de la historia regional del NOA y su comprensión del pasado indígena.
La prosa de contra-insurgencia es un texto breve y llano, sin rodeos, con preguntas
concretas y explicaciones elaboradas y minuciosas. Dos preguntas, podríamos decir que orientan su
análisis ¿Cómo es comprendido el campesino y cómo son comprendidas sus rebeliones en la
historiografía india?
La historiografía india tradicional había respondía a estas preguntas de una manera que Guha
resume en los siguientes puntos:
1) Las insurrecciones campesinas eran pensada como puramente espontáneas e impremeditadas. A
pesar de que nada en las fuentes primarias de evidencia histórica lo sugiriera.
2) La historiografía se ha contentado con ocuparse del rebelde campesino simplemente como un
ente empírico o un miembro de una clase, pero no como una entidad cuya voluntad y razón
constituían la praxis llamada rebelión.
3) Las revueltas campesinas eran asimiladas en términos metafóricos a fenómenos naturales: se
manifiestan “súbita y violentamente como una tempestad”, “lo remueven todo como terremotos”,
“se propagan como fuegos en el bosque”, “infectan como epidemias”. En otras palabras, la cuestión
se explica en términos de historia natural.
4) Acompañando al punto anterior, algunas explicaciones se dan asumiendo una identidad de
naturaleza y cultura que es signo característico presumiblemente de un estado de civilización muy
bajo, y que se ejemplifica en «aquellas explosiones periódicas de crimen y anarquía a las cuales
todas las tribus salvajes están sometidas”...
5) En conclusión: la rebelión es entendida como una especie de acción refleja, es decir, como una
respuesta instintiva y casi inconsciente al sufrimiento físico de una clase u otra (por ejemplo
hambre, tortura, trabajo coercitivo, etc.) o como una reacción pasiva a una iniciativa de su enemigo
de condición social superior. En cualquiera de los casos, la insurgencia es considerada como algo
externo a la conciencia campesina y la Causa se erige como sustituto fantasma de la Razón, la
lógica de esta conciencia. (Guha, 1997B: 34-35)

Para dar cuenta de estos problemas y de cómo los mismos se plasman en la historiografía
Guha propone estudiar los elementos constitutivos de su discurso y examinar sus “cortes, costuras y
puntadas -esas huellas de remiendo- que nos indican de que material están hechos y la manera en
que se los absorbe en la tela de la escritura” (Guha, 1997B: 35). Para ello distingue dentro de la
literatura histórica tres tipos de discursos. Me interesa desarrollar brevemente en que consiste el
análisis de esos tres tipos de discurso, que retomaremos al ingresar al análisis de la obra del
historiador norteño Armando Raúl Bazán con todo los elementos necesarios.
Los tres tipos de discursos estudiados por el historiador indio son identificados como
primario, secundario y terciario. Los dos primeros representan el tipo de historiografía que veremos
en la obra de Bazán. Lo que distingue a los tres tipos de discursos es:
1- el orden de aparición en el tiempo y su filiación; 2- el grado de identificación formal y/o
reconocida (como opuesta a real y/o tácita) con un punto de vista oficial; 3- el tiempo trascurrido
desde el acontecimiento al que se refiere y; 4- la proporción de componentes distributivos e
integradores en su narrativa. (Guha, 1997B: 36)

Detengámonos en las características del discurso primario y secundario. En primer lugar el discurso
primario es casi sin excepción de carácter oficial —oficial en un amplio sentido del término. Es
decir, proviene no sólo de burócratas, soldados, agentes y otros, directamente empleados por el
gobierno, sino también de aquellos que no pertenecían al sector oficial pero estaban
simbióticamente relacionados con el Raj, tanto entre los blancos como entre los nativos. Era
también oficial en tanto que su función estaba destinada principalmente al uso administrativo —a la
información del gobierno, a su propia acción y a la determinación de su política. Además del
carácter oficial, otro de los aspectos distintivos del discurso primario es su inmediatez. Esto
derivaba de dos condiciones: en primer lugar, las manifestaciones de este tipo se escribían
simultánea o inmediatamente después de que tuviese lugar el acontecimiento, y en segundo lugar, lo
hacían los mismos participantes, definiendo para este propósito «participante» en el amplio sentido
de un contemporáneo implicado en el acontecimiento, ya sea como actor o, de forma indirecta,
como observador. Este discurso, se corresponde por lo general con la documentación, llamada en el
oficio “fuentes primarias”. En nuestra historiografía del NOA estos discursos primarios serían las
cartas de los corregidores a las Audiencias, los testimonios recopilados por sacerdotes y
evangelizadores, los informes militares de las “entradas”, los documentos de fundaciones, o los
autos de los Oidores de las Audiencias como el famoso de Francisco de Alfaro en nuestra región.
Fuentes ligadas a la producción de la elite colonial de aquella época: Corregidores, Encomenderos,
Capitanes, Gobernadores y funcionarios de la Iglesia.
El discurso secundario, se inspira en el discurso primario como una fuente pero, al mismo tiempo,
lo transforma. Contrastando los dos tipos se podría juzgar “el primero como historiografía en estado
bruto, primordial, o como un embrión que ha de articularse en un organismo con otros miembros, y
el segundo como el producto procesado, aunque sea con una elaboración elemental, un discurso-
niño, debidamente constituido. La diferencia es obviamente una función del tiempo” (Guha, 1997B:
39). Contra la inmediatez del discurso primario, ahora nos encontramos una clara ausencia de
contemporaneidad, por lo cual el discurso se recupera como un elemento del pasado y se clasifica
como historia. Sobre este discurso secundario, Guha comprende un aspecto fundamental:
Este cambio, a la vez formal y categorial, lo ubica en la intersección precisa entre el
colonialismo e historiografía, otorgándole un doble carácter a partir de su vínculo simultaneo
con un sistema de poder y con la forma de su representación” (Guha, 1997B: 39) (subrayado
propio)
Nos encontramos aquí con el primer salto del revisionismo a la crítica poscolonial del colonialismo,
salto de la simple revisión de la historia a su crítica epistemológica, es decir, su escritura a
contrapelo. Sistema de poder y representación son claves fundamentales para comprender cuales
fueron los límites de estas historiografías y su función para el colonialismo.
En relación a estas, Guha señala como uno de los puntos fundamentales del discurso secundario,
que el mismo:
Goza de mucha autoridad entre los estudiosos del tema y apenas hay ninguna historiografía en
el siguiente nivel de discurso, o sea en el terciario, que no se base en ella. El prestigio de este
género se debe en gran medida al aura de imparcialidad que lo rodea. Al mantener su relato más
allá de la relación personal, estos autores consiguieron, aunque fuese sólo por implicación,
conferirle un aspecto de verosimilitud (Guha, 1997B: 41).

En otras palabras, el discurso secundario logra instalarse como una representación científica de la
historia, es decir, objetiva, distante y por tanto, con un carácter de verdad indiscutible: “como
observadores clínicamente apartados del sitio y del asunto bajo diagnóstico, se supone que han
encontrado para su discurso un nicho en ese reino de la neutralidad perfecta —el reino de la Historia
— sobre el cual presiden el pasado simple (Aoristo) y la tercera persona” (Guha, 1997B: 41).
Sobre esta obviedad de un sesgo camuflado y esta “falacia positivista” es que el historiador indio
recomienda trabajar enfáticamente, “precisamente por negarse a demostrar lo que se presenta como
obvio es que los historiadores de la insurgencia campesina quedan atrapados en lo obvio”. Por lo
tanto, para Guha la crítica no debe empezar denunciando ese sesgo, sino “examinando los
componentes del discurso, vehículo de toda ideología, e identificar la forma cómo podrían haberse
combinado para describir cualquier figura particular del pasado” (Guha, 1997B: 41). Este pasaje nos
lleva al estudio de los aspectos estructurales del discurso, lo que señalamos párrafos atrás como uno
de los elementos distintivos de estos discursos “la proporción de componentes distributivos e
integradores en su narrativa”.
Para este tipo de análisis Guha se nutre de la obra de Roland Barthes, especialmente de “Structural
Analysis of Narratives” (1977), “The Struggle with the Angel” (1977) e “Historical Discourse”
(1970), y en menor medida del trabajo de Emile Benveniste “Problemes de linguistique generale”
(1966).
La cuestión entonces para la historiografía de la subalternidad, es analizar los componentes
estructurales del discurso. Estos componentes son denominados segmentos. Confeccionados con el
mismo material lingüístico, es decir, conjuntos de palabras de extensión variable, son de dos clases
que pueden designarse, según su función, como indicativos e interpretativos. Esta diferenciación
implica asignarles, dentro de un texto, el papel respectivamente de informar y de explicar. Los
segmentos indicativos informan, los segmentos interpretativos explican. Sin embargo, esto no
conlleva su segregación mutua. Al contrario a menudo se encuentran asociadas no sólo de hecho
sino por necesidad; “los segmentos individuales de un discurso no nos pueden informar por
separado acerca de lo que este significa. En cada instancia el significado es producto de un proceso
de integración que complementa a la articulación secuencial” (Guha, 1997B: 44). Esta distinción
tiene su correlato en el discurso histórico como señala Barthes, en la distinción entre funciones e
indicios. Al proponer este tipo de análisis secuencial y de segmentos Guha intenta mostrar que entre
la función indicativa y la interpretativa no hay una linealidad “natural”, “objetiva”, no hay una
“causalidad”, sino que en su concatenación interviene el sesgo del historiador, no solo en la manera
de ordenar los segmentos informativos, sino también, en los sentidos y significados con los cuales
los enmarca para construir el sentido histórico.
Con estas herramientas del análisis estructural, Guha se propone una relectura de ciertos textos
claves de la historiografía de la insurgencia campesina mostrando cómo la intervención de los
historiadores en las secuencias de segmentos indicativos e interpretativos les permitía construir un
código con significados propios que se replicaban a lo largo de todo el discurso histórico, estos
códigos componían lo que Guha llamo, justamente, la prosa de la contra-insurgencia. En la obra de
Bazán replicaremos este análisis y veremos algunos detalles más.

El discurso terciario en su mayoría es producto de escritores no-oficiales o de quienes no tienen


ninguna limitación u obligación profesional de representar el punto de vista del gobierno. Hay
lenguajes muy diversos dentro de este género que van desde el polo liberal hasta el de izquierda,
aunque, señala Guha:

Este último tiene especial importancia debido a que quizás constituya la más influyente y
prolífica de todas las variedades del discurso terciario. A esta corriente le debemos algunos de
los mejores estudios sobre la insurgencia campesina india y su caudal es cada vez mayor, como
evidencia tanto su creciente interés académico por el tema, como de la relevancia que poseen
los movimientos subalternos del pasado tienen para comprender las tensiones contemporáneas
en nuestro rincón del mundo. Esta literatura se distingue por su esfuerzo de romper con el
código de la contrainsurgencia. Asume el punto de vista del insurgente y considera, con él,
como "bueno" lo que la otra parte llama "terrible", y viceversa (Guha, 1997B: 59)

No obstante esta diferencia esencial, estos dos tipos de discurso contrapuestos en orientación
ideológica, tienen otras muchas cosas que les son comunes. Guha es insistente a este respecto, la
distinción entre discurso primario, secundario y terciario no debe volverse una metodología
clasificatoria rígida, sino un instrumento para comprender mejor los discursos históricos. De allí,
que incluso en algunos discursos terciarios podamos encontrar lógicas del código de contra-
insurgencia. Este punto se vuelve fundamental cuando Guha analiza cómo es entendido el sujeto
campesino en los discursos terciarios, es decir, en las historias de la rebelión campesina que se
volcaban a su favor. En estos casos, señalaba el historiador indio,

el propósito de este discurso terciario es claramente el de recuperar la historia de la insurgencia


de ese continuum que está diseñado para asimilar cada revuelta a "la Obra de Inglaterra en la
India" con el fin de situarlo en el eje alternativo de una campaña pertinaz por la libertad y el
socialismo. Sin embargo, como sucede con la historiografía colonialista, esto implica también
un acto de apropiación que excluye al rebelde como sujeto consciente de su propia historia y lo
incorpora como un elemento contingente en otra historia con otro protagonista. Así como no es
el rebelde sino el Raj el protagonista real del discurso secundario y la burguesía india lo es del
discurso terciario del género de la Historia-de-la-lucha-por-la-libertad, del mismo modo es una
abstracción llamada Obrero y Campesino, un ideal más que la personalidad histórica real del
insurgente, la que viene a reemplazarlo en el tipo de literatura que hemos discutido ahora”
(Guha, 1997B: 64).

Es decir, el discurso terciario incluye al campesino en la historia, pero al precio de transfórmalo en


una abstracción irreal primero, y vaciarlo de su conciencia revolucionaria luego, al poner su agencia
al servicio de otra, en este caso, el de una “lucha por la libertad”.
Pero además de estas distorsiones, la historiografía colonial encuentra un límite mayor aun,
incluidos muchos discursos terciarios, a saber, el tema de la religiosidad. El lenguaje que se usó
para describir el fenómeno religioso, apunta Guha, resultaba típico de “la respuesta sobresaltada y
culturalmente arrogante del colonialismo decimonónico ante cualquier movimiento radical
inspirado en una doctrina no-cristiana por parte de una población sometida”. Cuando la conciencia
política de las masas campesinas esta mediada por la religiosidad, el discurso terciario de la
variedad radical exhibe el mismo desdén que los demás:

Incapaz de asumir la religiosidad como una modalidad central de la conciencia campesina en la


india colonial” estos historiadores no se atrevieron a reconocer su capacidad mediadora para el
concepto campesino de poder y para todas las contradicciones que de ello resultan. Por ende, se
ve obligado a racionalizar las ambigüedades de la política rebelde atribuyendo una conciencia
secular a los líderes y una conciencia sobrenatural a sus seguidores y haciendo de estos víctimas
inocentes en manos de hombres astutos mundos de todos los trucos de un político indio
moderno a la caza de votos rurales” (Guha, 1997B: 68)

En los intentos por dar cuenta del pasado indígena, las historiografías nacionalistas argentinas
mostraron este mismo límite de manera incluso más profunda. No solo por el desdén a los aspectos
religiosos de las sociedades indígenas sino por la total incomprensión de sus formas de vida
culturales, económicas, políticas y sociales diferentes. La “secularización de los líderes” y la
“conciencia sobrenatural de sus seguidores” es una clave notoriamente replicada en la historia, por
caso, de la incursión de Pedro Bohórquez en las Guerras Calchaquíes, como veremos en breves.
Ante estas afirmaciones tan contundentes sobre los límites de estos discursos, Guha no se
contenta con el señalamiento de su obviedad, sino con la insistencia en la pregunta: “¿por qué el
discurso terciario, hasta en su variedad radical es tan reticente a comprender el elemento religioso
de la conciencia campesina?” Porque más allá de los intentos de ciertas historia de “ponerse del
lado campesino”, sus discursos siguen inspirados y delimitados por el paradigma del discurso
colonialista, el cual, se afirma en primera instancia en el “rechazo a reconocer en el insurgente al
sujeto de su propia historia”.
En el mejor de los casos para Guha, algunos discursos terciarios,
Dieron con una suerte de Conciencia Ideal del campesino, negando, como hemos señalado
recién, sus especificidades propias. Una historiografía dedicada a perseguir tal Conciencia
(incluso cuando lo hace, lamentablemente, en nombre del marxismo), se halla mal preparada
para manejar las contradicciones que en realidad son la materia de la que está hecha la historia”.
Es decir, esta historiografía no fracasaba únicamente en su comprensión del elemento religioso
en la conciencia rebelde, sino en poder dar cuenta de la especificidad de una insurrección rural
que se expresaba también en términos de muchas otras contradicciones, igualmente omitidas.
(Guha, 1997B: 69-70).
Encerrado en abstracciones vacías, el discurso terciario, incluso el que se ponía “a favor de los
campesinos”, concluía Guha, solo se diferenciaba de los otros tipos de discursos en algunas
“declaraciones emocionales”. De forma tal, que a fin de cuentas, todos estos tipos de discursos
históricos, no solo que no lograban dar cuenta que el campesino insurgente podía “apoyarse en
su propia actuación para recuperar su lugar en la historia”, sino que además, mostraban como
la historiografía revelaba su carácter como una forma de conocimiento colonialista.

III. Una crítica poscolonial de La Historia del Noroeste Argentino.

A partir de los elementos críticos recuperados en la obra de Ranajit Guha, me adentraré en el


objetivo central de este artículo, pero antes de comenzar con el análisis de Historia del Noroeste
Argentino de Armando Raúl Bazán de 1985, libro emblema de la historiografía regional, conviene
sentar algunas referencias y características del devenir de esta corriente histórica. Existe una amplia
bibliografía académica sobre la Historia Regional como disciplina autónoma, donde se han tratado
largamente discusiones en torno al concepto de región, a las dimensiones micro y macro, a su
relación con la historia nacional, a sus recortes espaciales y temporales, sus autores y metodologías,
etc. No es objeto de este estudio adentrarse en estas discusiones, me interesa más bien, comprender
la autopercepción de estos historiadores sobre su labor y la visión de la historia que les interesaba
disputar. Por eso, a modo de introducción, revisaré algunas afirmaciones del propio Armando
Bazán, en un capítulo dedicado a la historiografía regional del NOA, publicado en uno de sus más
recientes trabajos, La cultura del noroeste argentino del año 2000. En esta compilación
encontramos un interesante capitulo, titulado “Las ciencias del hombre”, donde se revisa la historia
provincial de Catamarca y la historiografía regional. Allí se aborda “la obra de quienes cultivaron en
nuestra región las ciencias del pasado que tienen al hombre como protagonista. Ese quehacer tiene
importancia primordial en la región fundadora de la nacionalidad, a la que hemos llamado la
“matriz político-social de la argentina” (Bazán, 2000: 71). Esta afirmación revela uno de los
sentidos principales de toda la historiografía regional del siglo XX, la falta de reconocimiento del
aporte de las provincias a la historia nacional, este es su leí motiv.
En el primer apartado, titulado “Los fundadores de la historiografía regional”, se recupera la
obra de Joaquín Carrillo iniciador de la historia provincial de Jujuy, la obra de Groussac para la
prov. de Tucumán, la de Bernardo Frías para la historia de Salta, los estudios de Baltazar Olaechea y
Alcorta para Santiago del Estero, y por supuesto de Samuel Lafone Quevedo para Catamarca. Si
bien alguno de estos autores trabaja el periodo colonial (Lafone Quevedo destacadamente), lo que
guía estas historias es el leí motiv recién mencionado, “Frías propone una original versión de la
historia nacional desde la perspectiva norteña y haciendo eje en la personalidad de un héroe, Martín
Güemes” (Bazán, 2000: 73), para Olaechea y Alcorta “ninguna obra de Historia Argentina hacía
mención del rol que a su provincia le cupo en el desarrollo progresivo del país” (Bazán, 2000: 74), y
contra ello apunta su Crónica y Geografía de Santiago del Estero. Con estos ejemplos, intento
señalar que la historiografía regional del NOA busco principalmente reposicionar la participación y
“el aporte” de las provincias en la historia nacional, y no una búsqueda de las formas propias en que
se podía pensar la historicidad de la región.
Vuelvo al punto de este apartado para comenzar por el más clásico y canónico de los
estudios de Armando Raúl Bazán Historia del Noroeste Argentino de 1985. Este texto de 434
páginas, es el texto de referencia para el estudio de la historia en la provincia de Catamarca 4. El
mismo cuanta con dieciocho capítulos que recorren desde el afianzamiento de la conquista española
en el Tucumán, hasta la sanción de la Constitución Nacional de 1853. De esos dieciocho capítulos,
solo dos están dedicados al periodo de los siglos XVI-XVII, uno especialmente a las Guerras
Calchaquíes; y los otros dieciséis al periodo que abarca únicamente el siglo XIX, desde los
momentos previos a la Revolución de Mayo hasta la conformación de la Constitución Nacional de
1853. En este apartado, analizaré en detalle esos dos primeros capítulos para ver allí cómo es
narrada, histórica y epistémicamente, la historia de los pueblos indígenas y las Guerras Calchaquíes.
4 Se puede cotejar el lugar central que ocupa en los programas de las asignaturas “Historia del NOA” e “Historia de
Catamarca, en la carrera de Profesorado en Historia de la Universidad Nacional de Catamarca.
Para analizar este texto, he construido el siguiente sistema de preguntas, con el fin de elaborar
una mirada compleja y crítica sobre la posible comprensión o incomprensión de la historicidad de
los pueblos indígenas en el marco de esta historiografía regional: ¿Cómo son comprendidas y
caracterizadas las sociedades indígenas? ¿Qué tipo de temporalidad sustenta la narración? ¿Qué tipo
de cronología? ¿Qué aspectos complejiza/simplifica el autor? ¿Cuáles son los sujetos que
protagonizan la trama narrativa? ¿Cuál es la dimensión política que hace de eje de la narración en
cada periodo?5 ¿Cuál es la dimensión histórica que hace eje de la narración?

Comencemos entonces con el análisis. El primer capítulo, se titula “La región y provincia del
Tucumán” y cuenta con once apartados, allí se inicia narrando la procedencia del nombre de la
región:
El P. Lozano explica la etimología de la palabra que, derivada de “Tucma”, nombre de un
cacique seguramente anterior a la conquista española que dio origen a la voz “tucmanahaho”, o
sea “Pueblo de tucma” en lengua cacana. Dos siglos antes que Lozano, utilizaron la voz
“Tucumán” Garcilaso de la Vega y Juan de Matienzo, oidor de Charcas (Bazán, 1995: 15)

Y luego, se caracteriza la región geográficamente:

Cuando los caminos de la civilización venían del Perú se decía que Tucumán comenzaba en
Jujuy, abarcaba el país de los diaguitas, juríes y comechingones y confinaba con el alto, pero por
el norte, con el gran chaco por el este, con el río de la plata por el sur y con la cordillera de
Almagro o nevada por el oeste” (Bazán, 1995: 15).

En estas primeras páginas, nos encontramos con una introducción escueta, pero que cuenta con
algunos párrafos específicos sobre la Cultura de la Aguada, de significativa importancia para el
NOA, y con una caracterización mínima de las culturas indígenas del periodo prehispánico.
Sobresale una primera identificación de la agencia del pueblo diaguita en estas páginas, que
rápidamente desaparecerá para ocupar una posición de espectadores en el eje del resto de la
narración: “Sin haber logrado la unidad política, los diaguitas tenían estrechas vinculaciones entre
las diversas parcialidades o behetrías, recurriendo a las confederaciones o alianzas cuando se trataba
de enfrentar a un enemigo común. Y esto es autoconciencia de unidad como sucedió con los aqueos
de la época homérica” (Bazán, 1995: 16).
Si bien, en este inicio, Bazán afirma, respecto de la conquista que “no podríamos asegurar si ella fue
fruto de una guerra donde los diaguitas fueron vencidos o bien de un vasallaje voluntario en forma
de protectorado”; lo cierto es que el texto se ira inclinando claramente por la segunda opción,
haciendo la menor referencia posible a la violencia y el genocidio cometido por los españoles, como
a las resistencias indígenas, y focalizándose por el contrario en el rol de la iglesia y su papel en este
supuesto “vasallaje voluntario en forma de protectorado”.
La cronología histórica parte de 1480, como fecha aceptada de la presencia del Tahuantinsuyo en
el Tucumán. Y se mencionan para dar cuenta de este periodo las investigaciones de Alberto Rex
Gonzales y de Ana María Lorandi. Esta última referencia llama mucho la atención, ya que sus
investigaciones han dado cuenta de las complejidades de las alianzas, relaciones e interacciones
entre los pueblos indígenas que resistieron también a la anexión del Estado Inca; y en especial, de la
presencia de los Mitimaes y el papel fundamental que tendrían en las alianzas y acuerdos con los
españoles en las incursiones a los Valles Calchaquíes. Y si bien Bazán menciona explícitamente su
trabajo, en el resto de su Historia desaparece esta problemática y se privilegia la típica construcción
historiográfica de los “indios amigos” o los “indios sometidos” que pelean para el español;
claramente uno de los movimientos típicos de borramiento de las complejas agencias de los sujetos
indígenas en estos periodos.
Un párrafo más, el último de este primer apartado, es dedicado al pueblo diaguita:

5 El Estado Incaico, Los virreinatos, las gobernaciones, las audiencias, las encomiendas, los fundadores, los
“pacificadores”, los caciques, los pueblos en rebelión o resistencia.
Los diaguitas conservaron su lengua y su organización política particularista. La dominación
incaica fue muy corta y no tuvo tiempo de producir la revolución urbana, estadio cultural al que
los quechuas habían accedido en el Perú. Y entonces llegaron los españoles. (Bazán, 1995:18). 6

Este párrafo muestra con claridad cuál será el eje de la Historia del NOA de Bazán, unas mínimas
menciones introductorias a los pueblos indígenas, y entonces “llegaron los españoles”, y desde allí
en adelante el resto de la narración tendrá como eje las fundaciones españolas en suelo americano,
el poblamiento del Tucumán, la importancia de su colonización para el afianzamiento de Buenos
Aires y la necesidad constante de su “pacificación”.
Al mencionar las distintas fundaciones y fechas, Bazán se detiene incluso en elogios para la
fundación en 1653 de la Gobernación del Tucumán, la cual “dio consistencia a una verdadera
política fundacional que sobrepuso las ideas a los hechos consumados, la previsión inteligente a la
improvisación de los conquistadores” (Bazán, 1995: 19). Incluso en las dificultades de los
conquistadores de imponerse en este nuevo territorio, la agencia y la acción se focalizan y corre por
cuenta de los españoles, como se ve en la siguiente cita:

Porque si bien es cierto que hubo resistencia y hostilidad de los indígenas, esto fue causa coadyuvante
del fracaso de muchas fundaciones. Mayormente ellas se perdieron por falta de adecuación de los
medios a los fines y debido a la artera y envidiosa emulación de los propios españoles (Bazán,
1995: 19). (Subrayado propio)

Es interesante notar, más allá del extremo de restar importancia a la resistencia y ubicar hasta en
estos casos la agencia en los errores e incapacidades españolas, que además, en este tipo de
afirmaciones y descripciones, siempre las críticas al accionar de la conquista se enuncian a nivel
individual, como la avaricia o codicia de “algunos”, y no como parte del proyecto estructural-
histórico de explotación que supuso la conquista y que justifico y legitimo la Corona Española y la
Iglesia Católica. Este es un aspecto epistémico de la historiografía regional, incluida esta de Bazán,
la cual descuida los aspectos estructurales, las temporalidades de larga duración, las interacciones
en distintos niveles: tribus/etnias, cacicazgos, liderazgos supraetnicos, naciones, etc. La
historiografía no se preocupa por problematizar la construcción de estas categorías/sujetos, ni de
realizar un estudio crítico en las fuentes de estas clasificaciones, en suma, no se encuentran en ellas
una solo referencia a la problematización de la etnicidad.

Nos encontramos entonces, que este primer capítulo de Historia del NOA que debía dar cuenta
del pasado indígena de la región se dedica centralmente a reconstruir la fundación del Tucumán
como proyecto colonial de los españoles. El objetivo de Bazán es dar un minucioso registro
histórico de la actuación de los españoles, no solo con el registro detallado de la fundación de
las ciudades, sino explorando incluso la ideología de la conquista, como lo demuestra su
recuperación de las ideas de Roberto Levellier7. Según este:

la ideología colonizadora cuyos exponentes más insignes fueron Juan Matienzo, oidor de
charcas y Francisco de Toledo, virrey del Perú (1569-1581). El primero en su libro Gobierno del
Perú, desarrolla un pensamiento muy claro sobre los objetivos que debían proponerse la
conquista de Tucumán, las ciudades que debían ser fundadas y sus respectivas conveniencias.
Matienzo fue un verdadero estadista por la claridad de sus ideas y su profética visión. Esto hace
necesario analizar dichas ideas. (Bazán, 1995: 20)

Como señalaba Guha, aquí también el resultado histórico de la conquista esta signado por el
desarrollo de esta elite-colonial-de-la-conquista, Capitanes, Gobernadores y Corregidores. Atado a
este carácter elitista queda la concepción de política que guía el resto del relato. De hecho, en estos
6 Esta afirmación de Bazán se ha demostrado errónea hace tiempo. Las investigaciones sobre el Shinkal de Quimivil,
dan pruebas sobradas del despliegue “urbanístico” que los Incas realizaron a lo largo de buena parte del territorio del
NOA. Véase: Fiestas y Ritos Incas en el Shinkal de Quimivil, Marco Giovanetti,
7 Levellier, Roberto (1932) Nueva Crónica de la conquista del Tucumana, Madrid.
dos apartados iniciales nos encontramos solo con una mínima afirmación respecto de la resistencia
de los diaguitas a los intentos de conquista llevados adelante en esta época de las fundaciones. En la
página 23 se señala a propósito de las acciones de Gonzalo de Abreu: “La feroz resistencia de los
indios lo obligo a desamparar dicha ciudad cuando otras urgencias lo solicitaron”. El resto de los
apartados siguen su eje entorno a las fundaciones como lo muestran sus respectivos títulos:
“3. Afianzamiento de la colonización tucumana; 4. Anexión de jurisdicciones: opiniones y
peticiones; 5. Importancia de Tucumán para el nacimiento de Buenos Aires”.
Este último, apuntala la “inteligencia” de los conquistadores y el deslinde de responsabilidades de
las violencias coloniales:

La conquista y colonización de la provincia de Tucumán fue decisiva para la configuración


geopolítica de argentina. La dinámica de dicho proceso, sustentada en una política
inteligentemente concebida por Matienzo y Toledo, creo un sistema integrado por ciudades
estratégicamente ubicadas que aferraron el territorio y utilizaron sus recursos materiales y
humanos. El objetivo se había logrado a través de una organización económica-social, si no la
más justa y conveniente -hubo flagrante contradicción entre legislación y costumbre-, la única
que los conquistadores creyeron posible. La corona y la iglesia bregaron constantemente para
corregir los abusos del sistema que relegaban los principios religiosos y humanitarios en aras del
interés y la codicia de los colonizadores (Bazán, 1995: 26)

Como se ve, “los abusos del sistema”, se separan de la violencia del sistema colonial, para ubicarla
en el terreno de los excesos individuales producto de la codicia.
Es necesario detenerse en dos apartados particulares, el sexto cuyo título es “Tucumán, matriz
político-social de la Argentina”, nos brinda interesantes datos, como esta primera mención al
territorio nacional, cuando todavía se ocupa de los siglos XVII y XVIII. Allí da la siguiente
caracterización:

Tucumán fue la parte más importante del país rioplatense. Era la tierra mejor colonizada (…) El
indio estaba sometido a la autoridad del Rey y de sus representantes, en una obediencia que no
siempre se consiguió fácilmente, como lo prueban las guerras calchaquíes, de singular ferocidad
(1630-1665) donde el remedio fue el exterminio o la expatriación y repartición por piezas de los
vencidos (…)
La amenaza solo persistió desde la parte del chaco: tobas, matacos, mocovíes y abipones, contra
quienes fue menester asegurar la frontera desde Salta hasta Santa Fe pasando por Santiago y
Córdoba. Todo el resto de la provincia se hallaba en paz regida por gobernadores (…) En esa
sociedad colonial función muy importante le cupo a la iglesia. Los curas doctrineros y
misioneros evangelizaron al indio en la doctrina cristiana y con sus amonestaciones trataron de
moderar la avaricia y crueldad de los encomenderos para quienes los indios eran la riqueza más
codiciada de las Indias (Bazán, 1995: 27)

Al preguntarse por los problemas de evangelización y la ignorancia de la doctrina cristiana,


aparecen las palabras del obispo Sarricolea al Rey, en carta fechada en Córdoba en 1729, se
menciona que:

[los encomenderos] los ocupaban [a los indios], según los casos, como arrieros y troperos para
comerciar en otras ciudades, dentro y fuera de la provincia. Algunos se ausentaban
definitivamente y la mayoría lo estaba la mayor parte del año. Conocemos un caso patético, el
del indio José Guambicha, de Pipanaco, casado y con 3 hijos que declara su nostalgia por volver
a vivir en su pueblo nativo (Bazán, 1995: 27)

Este tipo de testimonios y datos, abundan en los Archivos del Tucumán y han sido utilizados en
numerosas investigaciones actuales para dar cuenta de las migraciones internas de los pueblos
indígenas. Bazán reafirma constantemente a lo largo de su historia la tendencia general de los indios
a ser dominados y a no resistir, a mostrar desapego de su tierra y costumbres. Muy por el contrario
estas líneas nos demuestran que la añoranza y el arraigo nunca desaparecieron, y fueron fuerzas
históricas de vital importancia para la conformación de las actuales sociedades indígenas. Las
brutales políticas de “extrañamiento” y “desnaturalización”, que fueron el arma más letal de los
conquistadores, señalan hasta qué punto el arraigo a la tierra y la pertenencia cultural eran
articuladores y bastiones de la resistencia indígena. Esta imposibilidad de ver el retorno a la tierra y
la añoranza como agencias propias de los sujetos indígenas, nos permite señalar el tercer y más
importante aspecto de la historiografía colonial que señalaba Guha, a saber, la negación de un
registro autónomo de la política de los subalternos, plasmada en este caso en la añoranza a la tierra,
en la diáspora y el retorno como formas de supervivencia y lucha, donde lo político y lo cultural se
presentan de manera inseparable.8
Tal como hemos caracterizado a la historiografía colonial, podemos empezar a identificar algunos
de esos elementos. El carácter elitista, fuertemente marcado en el eje de las Fundaciones llevadas
adelante por los capitanes españoles, una concepción de la política que solo podía dar cuenta
reducidamente de una serie de acontecimientos-de-la-conquista: incursiones a los Valles,
fundaciones, “descubrimientos”, “sometimientos”, y del otro lado, “hostilidades” y “resistencias”,
estas últimas más como parte del anecdotario y no de una dimensión central de estos procesos
históricos. Además, en la línea de los discursos secundarios de Guha, se privilegiaba cierto
positivismo de los documentos como lo afirma el mismo Bazán en esta obra: “Las fuentes editas
son de insoslayable consulta. En ellas los papeles de época hablan por sí mismos, sin las
interferencias que los juicios subjetivos introducen en la visualización de los hechos” (Bazán, 1995:
362). Además de esta concepción positivista, resulta claro que los pueblos indígenas, sus
especificidades y acciones, no eran tema de la historia, sino de otras disciplinas (la arqueología y la
antropología). Los documentos y fuentes sirven y son utilizados para comprender la gesta
española, las diferencias y singularidades de sus actores, las ideas y sentimientos que los motivaron
como la elite responsable del desarrollo del proceso histórico.

Otro apartado interesante que encontramos en este primer capítulo, aborda el tema del mestizaje.
Los primeros párrafos de ese apartado titulado “Estructura étnica y mestizaje”, resumen a todas
luces el sentido ideológico del texto:

Cuando los españoles emprendieron la conquista del Tucumán el primer dato que se nos
imponen es la tremenda desigualdad numérica entre la población indígena y los reducidos
contingentes de blancos que llegaban para someterla. Ese desequilibrio demográfico y étnico
creaba un serio problema para producir una efectiva colonización, esto es para formar una nueva
sociedad incorporada a la cultura europea. La conquista de los pueblos autóctonos pudo
producirse merced a la superior organización militar y al armamento más moderno: mosquetes y
arcabuces contra flechas y piedras. En verdad, el desafío más serio era la colonización, pues de
no resolverse este problema la minoría invasora hubiese tenido que vivir velando armas contra
una mayoría hostil. Un factor sin duda poderoso para llamar a los indios a la obediencia y
predisponerlos a colaborar con los conquistadores fue la iglesia con su labor de evangelización.
Salvo casos límites, como la indómita rebeldía de las tribus Calchaquí y del Chaco, bien puede
decirse que la cruz de los misioneros fue instrumento más eficaz de colonización que la espada
de los guerreros. El otro instrumento fue el mestizaje. (Bazán, 1995: 32-33)

Lo primero que llama la atención es el señalamiento de una “efectiva” colonización, que marca la
diferencia entre conquista y colonización. Es decir, que más allá de la ocupación territorial
(conquista), la colonización debía avanzar en la dirección cultural para formar una nueva sociedad
“incorporada” a la cultura europea. Esta es la comprensión del mestizaje que guía y define toda la
historiografía nacional argentina, la idea de una mezcla donde lo indio se incorpora a lo blanco-
8 Para dimensionar la importancia de estos conceptos como propios de la lucha y la resistencia indígena se pueden
recorrer muchas fuentes, desde las investigaciones de la misma Ana María Lorandi, hasta textos recientes como
Zaffaroni, A. (2011). Kakanchic. Pájaro de las tormentas: la resistencia del pueblo Quilmes, libro co-escrito junto al
Comunero diaguita y Cacique de la Comunidad India Quilmes Francisco Chaile y Gerardo Choque Co-fundador del
Colectivo Rescoldo y Militante de la resistencia cultural indígena en el NOA.
criollo, para desaparecer en la nueva cultura. Una segunda cuestión, es nuevamente, el papel
evangelizador de la iglesia como el instrumento más efectivo de la colonización cultural.
Del mestizaje en concreto se dice poco, que la mayoría de los colonos “tuvo descendencia con las
mujeres del país y así comenzó el proceso del mestizaje que dio nacimiento a una nueva sociedad”
(Bazán, 1995:34), y refiriéndose al exterminio del indio, tanto por el trabajo excesivo como por la
guerra: “por uno y otro motivo, los indios para repartir se fueron acabando y las encomiendas se
tornaron menos lucrativas. Y como el sistema económico se basaba en el trabajo del indio fue
necesario introducir negros que llegaban por el Río de la Plata” (Bazán, 1995: 34)
Las apreciaciones de Bazán sobre la incorporación de los “negros” a la sociedad colonial, van en la
línea de la peor historiografía eurocéntrica y colonialistas, con consideraciones del siguiente tipo:
“sus amos se preocupaban de alimentarlos y vestirlos bien, siendo la convivencia entre ambos más
fácil dada la docilidad del negro y su genio festivo propenso a agradar a su patrón” (Bazán, 1995:
34).9

Este primer capítulo del clásico Historia del Noroeste Argentino de Armando Raúl Bazán, que
reconstruye la historia del Tucumán colonial, finaliza entrando a los primeros años de la creación
del Virreinato del Río de la Plata. La situación que se describe para el Tucumán colonial en la
segunda mitad del siglo XVII, es la siguiente:

Los pueblos indios fueron disminuyendo en número y en habitantes: en la paz, porque fue inveterado
el abuso de los encomenderos de sacar a los aborígenes de sus tierras para hacerlos trabajar en sus
estancias; en la guerra, porque la profunda conmoción que significo las guerras calchaquíes produjo la
extinción o el extrañamiento de muchos pueblos (Bazán, 1995: 35)

Y finalmente se nos da un resumen del cuadro étnico, posterior al padrón de 1778

El cuadro étnico es ahora más complejo y diverso. Hay españoles europeos y criollos, indios y
mestizos, negros, mulatos y zambos. El dato relevante es la irrupción masiva del negro y de sus
formas mestizas que se constituye en el grupo racial mayoritario: 39.800 individuos, el 45% de la
población de las seis ciudades (…) seguía en importancia la población indígena con 31.234
individuos (Bazán, 1995: 37)

A pesar de la abrumadora mayoría de negros e indios, este primer capítulo finaliza en coherencia
con su carácter historiográfico colonial, con un recorrido por la economía de las ciudades más
importantes como Córdoba y Salta, y por una caracterización de las sociedades “criollas”, y las
familias más importantes -de la elite- que van poblando y “dando vida a las ciudades que se van
consolidando” en palabras de Bazán.

IV. La prosa de contra-resistencia en la Historiografía del NOA

Tanto por el tono de la narración, como por el estilo de la prosa, el segundo capítulo de Historia
del Noroeste Argentino, dedicado a las Guerras Calchaquíes, se construye más como una suerte de
novela que como un registro histórico disciplinar. Hasta en el estilo y en la forma, se desvaloriza el
accionar indígena como meros sucesos ficcionales (opuestos a una verdad histórica digna de ser
recogida por el conocimiento historiográfico) y no como parte de los hechos históricos importantes
para el presente de la Región. Así nos presenta Bazán el capítulo sobre las guerras calchaquíes:

(Texto 1)
Se ha dicho en el capítulo anterior que no siempre la relación del conquistador con los indígenas del
Tucumán se resolvió con el mestizaje. El español también extermino al indio agotándolo con los

9 Sobre la función del mestizaje como categoría en los imaginarios raciales e historiográficos en Argentinas hay
sobrados estudios y sería imposible detenerse en este artículo. Para desarrollar la temática puede verse: Catelli, L.
(2010). Arqueología del mestizaje: colonialismo y racialización en Iberoamérica. University of Pennsylvania.
trabajos excesivos de la encomienda movido por la fiebre del lucro. Estas es una parte de la realidad.
¿Qué sucedió con los pueblos aborígenes que rechazaron el sistema del invasor negándose al
servicio personal que les imponía la encomienda indiana? La solución fue draconiana como sucedió
tantas veces en la historia: si el sometimiento no era pacifico la ley del invasor fue la guerra y el
exterminio de los rebeldes. Esto fue lo que demostraron las Guerras Calchaquíes (1630-1665)
sustanciadas durante 35 años, que significaron el gran desafío de los americanos a los españoles en
el Tucumán. La provincia entera fue conmovida en sus cimientos políticos, sociales y económicos. Y
como los recursos militares de la gobernación no bastaron para sofocar el incendio, los
funcionarios reales vieronse precisados a requerir auxilios a Chile y el Perú.
Sin dudas las Guerras Calchaquíes constituyen el capítulo más apasionante de la historia del
Tucumán. Hubo derroche de bravura y de crueldad por ambos bandos. Fue una guerra a muerte, sin
treguas ni concesiones piadosas. Y de modo semejante a lo que ocurriera en las guerras de la
antigüedad clásicas surgieron campeones que sostuvieron bien alto los estandartes de ambos bandos.
Finalmente, la civilización europea del hierro y de la pólvora sometió a la cultura americana del
bronce y de la flecha. Esto había sucedido anteriormente en México y el Perú con los aztecas y los
incas pese a su más evolucionada organización que los diaguitas del Tucumán. (Bazán, 1995: 49)

Como a lo largo de todo el primer capítulo, el eje de la narración es la acción de los españoles, tanto
en cuanto a sus logros como a sus errores. El primer apartado, apuntala esta mirada, iniciando con el
“Fracaso del poblamiento español en Calchaquí”, no la resistencia de los Calchaquíes, no las
victorias de los Calchaquíes, sino el fracaso español. Este capítulo comienza con un repaso de la
bibliografía disponible para el estudio del periodo histórico en cuestión. Las fuentes que menciona
Bazán, siguen siendo en buena medida acertadas10, la relación de Pedro Lozano, la obra de Aníbal
Montes (1959), los documentos y trabajos de Antonio Larrouy y un agregado que llama la atención,
a saber, la obra del P. Cayetano Bruno de 1968 sobre el falso Inca Pedro Bohórquez publicado en la
Historia de la Iglesia en Argentina, tomo III (Como se puede apreciar a lo largo del texto, no es
casual la elección de esta fuente). Siguiendo estas fuentes, el relato de Bazán se ajusta a lo conocido
en la época respecto del inicio de la guerra de 1630, llamada el Gran Alzamiento. Ya que no es el fin
analizar aquí la descripción de los sucesos históricos, sino más bien, la estructura que sustenta dicha
narración histórica, me detendré en los puntos de interés para las preguntas que he señalado al
inicio.
La caracterización de los calchaquíes que brinda Bazán es bastante escasa en cuanto a su papel en la
lucha. Su reconstrucción se focaliza en la descripción de las “entradas” españolas, del accionar de
los encomenderos y de los distintos gobernadores y capitanes españoles. Pocas son las líneas donde
Bazán se refiere a la conquista en términos generales, más bien focaliza siempre el conflicto en la
cuestión del maltrato de los encomenderos y en ningún momento aparecen palabras como
resistencia o liberación, solo en unas pocas ocasiones se habla de rebelión y explotación como en
este apartado inicial

(Texto 2)
Los calchaquíes no solo no tenían disposición de reducirse “con mucha facilidad” sino que
tampoco estaban solos. En muchos pueblos la chispa de la rebelión estaba madura para su
propagación por los agravios que tenían contra sus encomenderos a quienes servían por la
fuerza y padeciendo malos tratos y una verdadera explotación (Bazán, 1995: 51).

Por otro lado, al referirse a las parcialidades no hay un criterio claro, en algún momento se los llama
“indios de la Rioja, de San Juan, de Catamarca” (Bazán, 1985: 54), en otros casos se habla de las
parcialidades “andalgalas, fatimas, capayanes y guandacoles”; también se intercambian
clasificaciones para los indios que por diversas razones participaron de las “entradas” junto a los
españoles, se habla indistintamente de indios auxiliares: “Albornoz organizo una entrada al Valle
Calchaquí con 220 españoles y 300 indios auxiliares”; y en otros casos se las llama indios amigos.

10 Sobre el estudio de las fuentes indígenas pueden consultarse el dossier coordinado por Guillermo Wilde para la
revista Corpus: Archivos de la Alteridad Americana, y en particular su trabajo, Wilde, G. L. (2013). “Fuentes indígenas
en la Sudamérica colonial y republicana: Escritura, poder y memoria”.
De los dieciséis apartados que componen este capítulo (30 páginas), hay dos que (en principio) se
focalizarían sobre las acciones de los calchaquíes. El primero titulado “Chalimín derrota a Luis de
Cabrera en Londres”. En este apartado de tan solo una página, se dice que los indios “hicieron
porfiada resistencia” (porfiar es un término que se usa siempre con matiz peyorativo), mientras que
respecto a los españoles en su retirada de Londres se dice: “la marcha se hizo con “tan buen orden y
tanto valor”, que la caravana pudo llegar a La Rioja sin pérdida de ninguna persona”. El otro
apartado titulado “Sitio de la Rioja”, cuenta los asaltos a la ciudad de La Rioja llevados adelante por
Chalimín.
Allí nuevamente se repiten los epítetos y las designaciones, para el accionar de los indígenas
se habla de que “los indios destruyeron”, “asaltaron con furor”, “incendiaron y arrasaron”, mientras
que los españoles se defienden con “valor y bravura”, con “inteligencia”, atrincherados “de la
barbarie”. Las descripciones de las acciones de guerra, siempre detallan las distintas decisiones de
los capitanes españoles, mientras que, por contrapartida, la única acción estratégica de los indios es
“escapar y ocultarse” (vale contrastar estas afirmaciones, una vez más, con las tesis de Lorandi
sobre las formas de lucha de los Calchaquíes11)
En esta línea transcurren los sucesos, con especial énfasis en el aporte de los misioneros, y en la
reafirmación constante y harto contradictoria en la propia narración de la “disposición del indio” a
ser pacificado:

(Texto 3)
Paso luego cabrera al Valle de Famatina donde tuvo mejor fortuna. Sus malocas represivas le
permitieron pacificar momentáneamente a los indios de ese valle que vinieron a ofrecer la paz y
a manifestar su disposición de servir a los españoles como antes de la rebelión. Pero no todo se
consiguió por acción de las armas. Favoreció ese resultado la asistencia del misionero P.
Francisco Hurtado, a quien el indio respetaba y de cuya intercesión se valieron para ser tratados
con indulgencia (Bazán, 1995: 56).

A esta altura se vuelve una obviedad insistir en la direccionalidad del texto. Si tener “mejor fortuna”
es lograr la represión para “pacificar”, poco queda a la interpretación. No obstante, si es interesante
señalar, por su actualidad y vigencia, cómo las narraciones históricas logran incluso en tiempos de
conquista instalar la idea de una “paz” temporal, momentánea, como objetivo loable. Bajo estas
invocaciones retoricas de una “vuelta a la paz” y al “orden”, se justifica una estructura en la cual la
injusticia y la guerra son inevitables en la historia. Por lo tanto, el problema no es el proceso
histórico de la conquista como un genocidio planificado, sino los pequeños momentos de guerra que
alteran la paz, deseada y conseguida. Cuando se habla de las actuales luchas indígenas se suelen
invocar estructuras históricas de este tipo, por ejemplo entonces, el problema no es el extractivismo
capitalista como modelo económico-global, sino el exabrupto y los excesos individuales de algunos
empresarios capitalistas; igual que el problema no fue de la civilización europea como cultura de la
conquista, la muerte y el saqueo, sino el exceso de algunos encomenderos codiciosos y avaros.
Quedan algunos elementos más para destacar en este capítulo de Bazán sobre las Guerras
Calchaquíes. Como no podría ser de otra manera, los halagos y los reconocimientos son siempre
para los capitanes españoles, la elite de la conquista, pues, al fin y al cabo, son los que defienden
las ciudades de los salvajes ataques:

(Texto 4).
Actuando con resolución y valor llevo ataques parciales a los indios de Sabuil -Saujil-,
Mutquin, Colana, Pisapanaco y Colpes, siempre exitosos. Posteriormente desalojo a los indios
que se habían apoderado de la estancia de Pomán, de propiedad de Francisco de Nieva, y con
la colaboración de los vecinos feudatarios del Valle de Catamarca, que trajo especialmente por
su orden del capitán Gregorio de Luna, fundo un fuerte en el dicho sitio de Pomán ((Bazán,

11 Lorandi, A. M. (2017). La resistencia y rebeliones de los diaguito-calchaquí en los siglos XVI y XVII. Cuadernos de
Historia, (8), 99-122; y Lorandi, A. M. (2000). Las rebeliones indígenas. Nueva Historia Argentina, La sociedad
Colonial. Buenos Aires: Sudamericana, 2, 285-330.
1995: 58)

Es de notar, la fuerza que ha tenido en el imaginario actual esta visión de la historia. En las actuales
ciudades de Pomán y Andalgalá, por mencionar algunas, se siguen celebrando oficialmente y
enseñando las fundaciones de estos Fuertes y se cuenta la historia de cómo estos fueron bastiones de
resistencia fundamentales para la existencia de estas mismas ciudades. Hay una fuerte ligazón entre
ese pasado y la existencia de nuestro presente todavía tan colonial.
Luego de las mínimas menciones a las acciones de Chalimín, siguen cuatro apartados que se
focalizan en el accionar de Albornoz y las distintas acciones realizadas por las ciudades para
reorganizar las incursiones al Valle Calchaquí, los títulos mismos muestran este enfoque
“Refundación de la ciudad de Londres”, “Llegan auxilios desde chile”, “El gobernador albornoz es
relevado del mando”, “Prolongación del mandato de Albornoz y continuación de la guerra”. En este
último encontramos dos párrafos interesantes, que vuelven a retomar la retórica heroica y novelesca,
allí encontramos los pocos “halagos” al Cacique Chalimín:

(Texto 5)
Mientras eso ocurría se les adelanto Chalimín. Este cacique, “indio cojo, de gran valor, aridez y
crueldad” como lo pinto el obispo Maldonado en un documento, tuvo la audacia de correrse 50 leguas
al sur y cayó sorpresivamente en Famatina, donde asalto la reducción de indios asentada en el lugar.
Ahí mato al maestre Román de Vega Sarmiento, a otro español y muchos indios amigos de los
españoles y traidores de su raza. De La Rioja salió en persecución el Cap. Juan Núñez de Ávila, pero
el enemigo se retiró hacia el norte de Tinogasta donde presento Batalla al pie del cerro encantado –
actual San José- derrotando a los españoles (Bazán, 1995: 60)

(Texto 6)
Se reunieron en Guatungasta y desde allí se dirigieron al valle de Hualfin para atacar a Chalimín en
su propio reducto. Ahí encontraron prevenido al enemigo en el pucara de Asampay y como les fue
imposible expugnar el fuerte se conformaron con talar sementeras y quitar comida a los naturales de
que (sic) habían hecho acopio para la guerra. Optaron por la retirada, ocasión en que la indiadia los
hostigo en la retaguardia hasta el paraje de Los Tombillos. Ahí hicieron noche instalando su
campamento y a la madrugada fueron atacados por las huestes de Chalimín. Se combatió con bravura
por ambos bandos, pero los españoles fueron obligados a retirarse nuevamente. Estaban frente a frente
el maestre de campo Pedro Ramírez de Contreras y el cacique Chalimín, dos guerreros valientes y
activos, resueltos mutuamente a aniquilar al adversario. Ya no habría tregua ni descanso hasta la
muerte de uno de ellos” (Bazán, 1995: 60).

El primer párrafo de esta cita son dos fragmentos de Larrouy y Montes citados por Bazán, pero
en el segundo párrafo es el mismo Bazán quien escribe. En ese extenso párrafo se encuentran
varios elementos que hacen al accionar indígena en la guerra: la construcción de los pucaraes, la
planificación de los ataques sorpresa que le valieron gran parte de sus victorias, la persecución de
los españoles en los terrenos que dominaban y conocían, y el acopio de recursos para la espera
del momento indicado de ataque, no obstante, como hace Bazán en todo el texto, su narración se
encuadra y asienta más en el motivo de la gesta épica española y no en la relevancia histórica de
estos sucesos para comprender la historia de los pueblos diaguitas como parte de la historia de la
región.
Luego de la muerte de Chalimín y el fin del Gran Alzamiento (1637), se da cuenta en las páginas
siguientes de la situación de resistencia de algunas comunidades. Esta reconstrucción que hace
Bazán a partir del texto de Aníbal Montes, muestra las contradicciones que venimos señalando. Se
afirma, por un lado, que

(Texto 7)
Los hualfines se conservaban en su rebeldía originaria como amenaza permanente sobre Londres
donde el remitente era teniente de gobernador. Sus vecinos los calchaquíes, suponía, eran tierra
fértil para la rebelión apenas se manifestará la primera semilla (Bazán, 1995: 64)
Y acto seguido:

(Texto 8)
Los indios de Hualfin, quizá convencidos de la inutilidad de su resistencia, mandaran por cuatro
veces a ofrecer la paz (Bazán, 1995: 65).

Las palabras para el final del Gran Alzamiento, son escuetas:

Por orden del gobernador Acosta y Padilla, los indios hualfines y abaucanes, en número de
cuatrocientos, fueron desarraigados de su solar nativo y asentados en la ciudad de Córdoba. (Bazán,
1995: 65)

Esto, afirma Bazán, “fue el comienzo de una política de tierra arrasada impuesta por los vencedores
para doblegar rebeldías futuras y repartirse los despojos”, esa política de “tierra arrasada”, fue el
gran eufemismo historiográfico de lo que hoy llamamos genocidio fundacional, el genocidio sobre
el cual se erigió la nación argentina12.
Finalizado entonces el Gran Alzamiento Calchaquí, Bazán empieza la narración de este significativo
momento, recurriendo al texto del P. Bruno de la Historia de la Iglesia Argentina, para quien:

Todo parecía indicar un estado de paz provisorio conseguido a sangre y fuego. Incluso las
comunidades indias del Valle Calchaquí –tolombones, solalaos, pacciocas, quilmes, yocaviles e
ingamanas- se mantenían en paz desde la última entrada de Felipe de Albornoz y desde 1644 acogían
con benevolencia la gestión evangelizadora de dos misiones jesuitas situadas en Santa María y San
Carlos, al sur y norte de dicho valle. Los indios mandaban a sus hijos a la doctrina y a recibir los
sacramentos y ellos mismos se manifestaban dispuestos a ser bautizados, aunque sin seguridad de
mayor perseverancia (Bazán, 1995: 65)

Con esta apertura, el resto del apartado gira, en primer lugar, en torno al papel de los jesuitas en
relación a la aparición del falso inca Bohórquez, y en segundo lugar a las acciones bélicas de este
junto a los indígenas. Para el breve tratamiento de esta “segunda guerra Calchaquí”, Bazán recurre
en su mayoría a las fuentes del P. Bruno e incluye los estudios de Piossek Prebisch (imprescindibles
para el tema). Pero más allá de algunas menciones hacia el accionar indígena y su ímpetu de
barbarie: “Su natural bravura hizo que prefirieran morir peleando antes de acogerse a los indultos
que se les ofrecían”; el capítulo finaliza con dos apartados de difícil lectura.
Uno de ellos, titulado “Donde hicieron el desierto dicen que establecieron la paz”, nos brinda la
primera crítica explicita de Bazán a la conquista, que, si bien se afirma en un tono moral, al menos
atisba una crítica de los documentos. Dice allí:

El allanamiento y pacificación de Calchaquí, como eufemísticamente dicen los documentos españoles,


estaba planteado en términos tales que ello significaba el exterminio de una raza. (…) Como se ha
dicho, quedaban todavía para culminar esa campaña los pechos valientes de las tribus que vivían al Sur
de Calchaquí” (Bazán, 1995: 72).

Luego de este atisbo de crítica, el apartado cierra con una descripción de los sucesos finales de la
guerra contra los calchaquíes y con una anécdota a partir de la cual se intenta dar cuenta cómo
algunos integrantes de la Iglesia también objetaron la conquista. Tanto desde el punto de vista de
la incoherencia histórica como desde el punto de vista ideológico, este apartado es uno de los
más forzados e incoherentes de esta Historia del Noroeste Argentino. Vale la pena leerlo
completo:

12 Para un estudio completo del tema sobre Genocidio y Pueblos Originarios puede encontrarse una exhaustiva
bibliografía para el caso de Pampa y Patagonia en la obra de Diana Lento, Walter Delrio, Florencia Roulet, Diego
Escolar, Liliana Tamagno, Julio Vezub, María Teresa Garrido, entre otros.
Don Lucas no peleo durante su gobernación pero sugirió a sus superiores la filosofía práctica de la
guerra contra lo que quedaba de Calchaquí. Así se hizo cuando nuevamente Mercado y Villacorta
volvió al gobierno de Tucumán del que se recibió en diciembre de 1664. Se puso en campaña al año
siguiente con 528 españoles y 450 indios yanaconas. Sus resultados fueron espectaculares. Rindió
primero a los Quilmes, “el más numeroso y belicosos de los rebeldes”. Paso luego a Anguinaho
cuyos habitantes, con su cacique Pablo Ochoa a la cabeza se rindieron a discreción del imponente
ejercito del gobernador. Todos fueron enterrados y entregados por piezas a los capitanes y soldados.
Hubo otras correrías en los años siguientes, 1666 y 1667, consiguiéndose hacer prisioneros a once
mil almas. Trescientas cincuenta familias fueron distribuidas en La Rioja y Valle de Catamarca; 150
se redujeron justo a Esteco. Los Quilmes, en número de doscientas sesenta familias, fueron
extrañados al puerto de Buenos Aires donde se formó con ellos la reducción de Quilmes, origen de la
ciudad actual del mismo nombre. Nada quedo en el Valle que pudiera engendrar recelo para futuro.
Una vez más se cumplía la sentencia de Tácito sobre el comportamiento de las legiones romanas con
los pueblos vencidos: “Donde hicieron el desierto, dicen que establecieron la paz”. Pero esta vez
fueron las compañas españolas del católico monarca e España e Indias. La contradicción fue
advertida por algunos espíritus esclarecidos y valientes como el padre franciscano Gonzalo de
Medina. EL día miércoles de cuaresma de 1668, 14 de marzo, predicando ante el propio gobernador
mercado formulo su juicio condenatorio sobre la guerra y el destino impuesto a los vencidos. Sus
palabras seguramente quemaron el ánimo de los asistentes y fueron martillazos para la mente del
gobernador. “¿Qué culpa tenían los indios para hacerles la guerra si se les mando que tuvieran por
Inca a don Pedro Bohórquez?” Esto significaba proclamar como injusta la guerra contra los
calchaquíes. También flagelo la esclavitud a que se había reducido a los prisioneros para premiar a
las capitanas y soldados. En su sentir, “vender indios para los gastos de armas era pagar como
Sansón con capas ajenas”. El gobernador monto en cólera. Prohibió que el Cabildo asistiera a los de
San Francisco y recrimino al guardián del convento Fr. Manuel Riveras no haber cumplido con sus
deberes de “prelado y vasallo” al no hacer bajar del púlpito al predicador que había faltado el respeto
al gobierno. Fr. Riveros quien por lo visto no le había disgustado el sermón, al hacer su descargo dijo
que por hallarse en el coro, no había oído bien lo que el predicador decía. Mercado y Villacorta llevo
su queja al provincial. Este, contemporizador, desautorizo a Fr. Gonzalo de Medina prohibiéndole la
predicación y ordenándole para recluso al convento de Buenos Aires. La verdad tiene su precio, pero
el sermón de Fr. Medina, valiente y veraz, redime a la Iglesia católica del silencio cómplice y del
beneficio activo de muchos otros (Bazán, 1995: 73)

El texto no deja salir del asombro. Por un lado, se insiste hasta de manera ridícula en el borramiento
de la agencia de las comunidades calchaquíes en resistencia, al señalar como causante de la guerra
la presencia (individual y foránea) de Pedro Bohórquez y no las terribles condiciones que imponía
la conquista y la nueva legislación de los Borbones para las indias en el sistema de encomienda y
tributo. Y se remata ese gesto, afirmando que un testimonio, el del Fr. Medina, en un acto mágico
redime a la Iglesia Católica del “silencio cómplice y del beneficio activo de muchos otros”.
Como a lo largo de todo el texto, la historia analizada y reconstruida por Bazán, es la historia de los
hombres españoles, no de las naciones indígenas en resistencia y de los imperios españoles en
conquista, la historia de los hombres (masculinos, blancos) y sus acciones históricas de conquista,
guerra y fundación.
El último apartado que compone este segundo capítulo sobre las Guerras Calchaquíes se
titula “Padrón de familias calchaquíes destinadas a La Rioja”, y el mismo se focaliza en la situación
de los indios repartidos en las encomiendas de La Rioja. Nada sabemos del resto de las
comunidades de los Valles Calchaquíes, pasada la guerra los indios que quedan son únicamente los
indios desnaturalizados, y tal es la historia que continua, una historia sin indios, una historia de
desierto geográfico. Lo que sigue, en la Historia del Noroeste Argentino, es la fundación del
Virreinato del Río de la Plata, y luego, el devenir histórico de una sociedad criolla donde las
sociedades indígenas no figuran como parte del proceso histórico que dará forma a la historia de las
provincias del NOA y el nacionalismo argentino.

Teniendo este análisis general de todo el capítulo dedicado a las Guerras Calchaquíes,
retomemos el análisis que proponía Guha sobre el código de contra-insurgencia. Habíamos dicho
que para Guha, la crítica de la historiografía no debía solo denunciar el sesgo colonial, sino
examinar los aspectos estructurales de su discurso, y para ello se apoyaba en las distinciones de
Barthes y Benveniste, analizando segmentos de discurso y en ellos, los conjuntos de funciones e
índices, es decir, los segmentos explicativos y los segmentos interpretativos. Esta diferenciación
implicaba asignarles dentro de un texto, el papel respectivamente de informar y de explicar. Al
analizar estos segmentos, Guha se proponía identificar las funciones que pueden caracterizarse
como segmentos que componen la secuencia lineal de la narrativa y son contiguos, pues operan una
relación de solidaridad al implicarse mutuamente y sumarse en series cada vez más largas que se
unen para producir un enunciado agregativo (Guha, 1997B: 42), una sucesión de segmentos
informativos que se encadenan para construir un enunciado, ya que los segmentos individuales de
un discurso no nos pueden informar por separado acerca de lo que éste significa. Esos enunciados
agregativos pueden ser visto como una suma de micro-secuencias, a cada una de las cuales sean o
no importantes, debería ser posible asignarles nombres a través de una operación metalingüística 13.
Siguiendo este procedimiento, Guha intenta analizar los textos sobre las rebeliones campesinas y
ver como se construyen esos nombres metalingüísticos, y a partir de ellos tener una pauta para
definir una exposición histórica como discurso con un nombre, en el cual se subsume un número
dado de secuencias nombradas. Lo interesante para Guha de este análisis, es que cada una de estas
secuencias o micro-secuencias, puede concatenarse con segmentos de distintos niveles que se
imbrican mutuamente pero que construyen una estructura de corte burdo y desigual. Esto tiene una
consecuencia importante, a saber:

que en la medida en que las unidades funcionales del nivel más bajo son las que una narrativa
tiene como sus relatas sintagmáticos, su curso nunca será regular. El hiato entre segmentos
unidos de este modo desigual esta necesariamente cargado de incertidumbre y de “momentos de
riesgo”, de modo que cada micro-secuencia termina por abrir rutas alternativas de las que solo
una será seguida en la próxima secuencia para continuar el relato (Guha, 1997A: 43)

Aquí encuentra Guha el argumento que hace implosión la causalidad “natural” de la historiografía
colonial. En cada relato, para decirlo con palabras de Barthes, existe la posibilidad de una
bifurcación. En la unión de cada segmento, en el ordenamiento y el armado de cada estructura
discursiva hay un elemento de incertidumbre, la posibilidad de una bifurcación, la irrupción de una
interpretación que no estaba determinada causalmente en la sucesión de segmentos informativos.
Bajo esta clave, la historiografía para Guha, “nunca deja de ser fascinante, precisamente porque
siendo la representación verbal del hombre sobre su propio pasado, está por su misma naturaleza
plagada de peligros, repleta de la verosimilitud de este tipo de disyuntivas tan agudamente
diferenciadas” (Guha, 1997B: 44).
Corresponde preguntarse acto seguido, como se dan esas bifurcaciones, y allí, es donde intervienen
los índices, es decir, la función interpretativa. Los índices son justamente los que dan sentido a las
funciones, “lo mismo puede decirse del lenguaje de la Historia. En su discurso, la operación
integrativa es realizada por el otro tipo de unidades narrativas básicas, es decir, los índices” (Guha,
1997B: 45). Las interpretaciones provenientes de los índices (funciones semánticas verdaderas,
relatas metafóricos) convierten un simple comunicado en más que un mero registro de
acontecimientos. En el caso de las rebeliones campesinas, Guha analiza en cada texto las grietas por
las que se ha deslizaba el “comentario”, la interpretación, penetrando la férrea armadura de los
“hechos”, mostrando como la rebelión podía convertirse a través de estos índices (interpretativos)
en una rebelión no de campesinos sino de “fanáticos”, no de “insurgentes”, sino de “perturbadores
del orden”.
A lo largo de este apartado he enumerado cada uno de los textos y dentro de ellos he distinguido los
segmentos descriptivos (que explican) de los índices (que interpretan). Todos han sido tomados del
capítulo sobre las Guerras Calchaquíes y en ellos he señalado en cursiva los índices y en tipografía
13 Por ejemplo, “las funciones de un cuento folclórico han sido llamadas por Bremond, siguiendo a Propp: fraude,
traición, lucha, contrato, etc. y las de una trivialidad como el ofrecimiento de un cigarrillo en un cuento de James Bond,
han sido clasificadas por Barthes en ofrecer, aceptar, encender y fumar” (Guha, 1997B: 42).
normal los segmentos descriptivos. Para cada uno de ellos podemos nombrar las siguientes formulas
metalingüísticas:

Texto 1: Exterminio-encomienda-conflictos generales-auxilios-sometimiento.


Texto 2: Resistencia-rebelión a la encomienda y la explotación.
Texto 3: Represión – pacificación – intermediación.
Texto 4: Ataques – desalojo – ayuda – fundación.
Texto 5: Ataque sorpresivo – asalto – muerte – persecución – retirada – guerra – derrota.
Texto 6: Ataque – resistencia en pucara – retirada – persecución y ataque – retirada –
enfrentamiento.

El análisis de estas funciones-informativas, en base tanto a fuentes primarias como a la voz del
propio historiador Bazán, nos habla de una historia de enfrentamientos, de abusos y explotaciones,
pero ante todo lo que resaltan estas fórmulas una y otra vez, es la resistencia y lucha de los
diaguitas. Las persecuciones, los asaltos, las huidas de los españoles y sus constantes retiradas de
territorio Diaguita pueden apreciarse fácilmente ocupando un lugar central en los segmentos
descriptivos. No obstante, la interpretación del historiador, rellena la estructura del discurso y
compone una narrativa que nos presenta en primera línea el accionar español y su superioridad.
Abundan los índices compuestos de halagos a la política de guerra de los conquistadores y su
“inteligencia”, dejando unos breves segmentos informativos para la lucha indígena, y pasando por
alto el significado intrínseco que tuvo y tiene para la historia del NOA la dimensión especifica de la
resistencia indígena. Como señalamos anteriormente, los segmentos y las micro-secuencias no
pueden por si mismas dar cuenta del significado de un acontecimiento, por ello, la intervención del
sesgo historiográfico es imposible. Para Guha, esta dimensión del trabajo historiográfico es clara,
existe una brecha entre el tiempo-acontecimiento y el tiempo-discurso y “no hay nada que la
historiografía pueda hacer para eliminar completamente esta distorsión, porque es inherente a su
óptica” (Guha, 1997B: 64)
En el texto 6, uno de los pocos donde la secuencia de segmentos descriptivos supera a los
interpretativos se puede apreciar que solo al final de las guerras Calchaquíes los españoles pudieron
lograr sus objetivos de conquista sobre el territorio diaguita. Y que las resistencias y rebeliones no
cejaron ni menguaron, sino que fueron una política sostenida en el largo tiempo.
En los textos 7 y 8 se puede mostrar un grosero ejemplo de esas grietas que buscaba Guha y como
en ellas se pone de manifiesto la intervención de los segmentos interpretativos y del código de
contra-resistencia. Para esos dos textos podríamos construir las siguientes simples secuencias:

Texto 7: Resistencia – espera – rebelión.


Texto 8: Resistencia – ofrecimiento de paz.

Tanto en los documentos y archivos de la época, como en las investigaciones de las últimas décadas
se ha mostrado que los pueblos indígenas buscaron en distintos momentos acuerdos de paz, lo
hicieron con el Estado Inca, con otros pueblos de la región, con los españoles y también con el
naciente estado argentino en el caso de los pueblos de Pampa y Patagonia. Difícil de comprender
para la óptica occidental, las cosmovisiones de los pueblos andinos tuvieron siempre como eje de
sus creencias las ideas de armonía, equilibrio y complementariedad (entre otras). Historiadores e
intelectuales indígenas actuales siguen señalando estos aspectos como esenciales en sus estrategias
políticas y sus formas de comprender la sociedad 14. Por lo tanto, no habría ninguna razón, ningún

14 Véase: Zapata Silva, C. (2007), “Desplazamientos teóricos y proyectos políticos en la emergente historiografía
mapuche y aymara”, en Arpini A - Maíz, C – Montaruli, S (coord.), Hilar Ideas. Las travesías del pensamiento en
América Latina, Ed. CETYL, Guaymallèn, Qellqasqa, pp. 177-184. Y de la misma autora: (2013) Intelectuales
indígenas en Ecuador, Bolivia y Chile. Diferencia, colonialismo y anticolonialismo, Ediciones Abya Yala, Ecuador. Y
los clásicos: Rivera Cusicanqui, S. THOA (1991) ‘El potencial epistemológico de la historia oral: de la lógica
instrumental a la descolonización de la historia’, Temas Sociales (Revista de Sociología UMSA), 11, 15-38; y Mamani,
Carlos, (1986) "Historia y prehistoria: ¿dónde nos encontramos los indios?” Ponencia al Congreso Mundial de
documento que justificara la intervención del segmento interpretativo de Bazán cuando afirma en
ese mismo segmento “quizá convencidos de la inutilidad”. Como han mostrado nuestras
construcciones metalingüísticas, encontramos una y otra vez, como una constante del periodo
histórico la resistencia y la rebelión más allá de las derrotas parciales.

Al recorrer varios textos sobre la historia de las rebeliones campesinas Guha daba cuenta de
cómo estos índices en el discurso nos introducen en un código particular, constituido de tal manera
que para cada uno de sus signos tenemos un antónimo, un contra-mensaje, un otro código. En el
caso de las rebeliones campesinas de la india, ese código se componía de la siguiente manera bajo
una matriz de lo TERRIBLE y otra de lo BIEN:

TERRIBLE BIEN
insurgentes campesinos
fanáticos puritanos islámicos
atrocidades contra los pobladores resistencia a la opresión
desafío a la autoridad del estado rebelión contra zamindari
turbación de la tranquilidad publica lucha por un orden mejor
intención de asaltar intención de castigar a los opresores

Lo que surge de la interacción de estas matrices opuestas pero mutuamente implicadas es que los
textos historiográficos no son un registro de observaciones incontaminadas por el sesgo, el juicio o
la opinión, sino que, por el contrario, nos muestran una complicidad total. De allí, que para Guha,
“si las expresiones de un lado representan a la insurgencia, o sea, el código que contiene todos los
significantes de la practica subalterna de “poner el mundo al revés” y la conciencia que la alimenta,
entonces la otra columna tiene que representar su opuesto, es decir, la contra-insurgencia” (Guha,
1997: 47). Los discursos históricos que se narraban bajo ese código de contra-insurgencia se volvían
inservibles a la hora de entender las insurgencias campesinas y caían bajo el tipo de discurso
primario, secundario y terciario de la historiografía colonial que hemos caracterizado.
En los mismos textos analizados en la obra de Bazán podemos rastrear esta matriz para el código de
la contra-resistencia. En el caso de nuestra historiografía no podría ser otra que la de civilización-
barbarie, la gran dicotomía organizadora del imaginario histórico y social de nuestro país. A partir
de los textos marcados podemos ver que la matriz se configura de la siguiente manera:

CIVILIZACIÓN BARBARIE
saqueadores y destructores de las ciudades Lucha en respuesta a la conquista
Seres salvajes y bárbaros indios portadores de culturas y valores diferentes
ataques desorganizados y rebeliones espontáneas experiencia de resistencia sostenido a lo largo de
tres siglos
manipulación, sometimiento y utilización alianzas regionales y liderazgos supra-étnicos
Malones furiosos y descontrolados Estrategias de lucha meticulosa y efectiva.
Vasallaje voluntario en forma de protectorado Lucha por la autonomía y la expulsión de los
conquistadores
Pacificación Exterminio y desnaturalizaciones.
Vagancia y escape al trabajo Nostalgia y añoranza por la tierra
Evangelización y mestizaje Superposiciones culturales en conflicto

Arqueología. Londres, 1-7 septiembre.


Avaricia individual y fiebre del lucro Explotación estructural y sistemática.
Tribus y hordas salvajes Pueblos y Naciones autónomas.

Esta matriz nos permite apreciar cómo de un lado tenemos el código que muestra al mundo
occidental y civilizado asediado por los indígenas y la imposibilidad de construir “una civilización
de paz y progreso para el futuro de América”, y del otro lado, al “poner el mundo al revés”, para
usar la maravillosa expresión de Guha, tenemos el código de la resistencia, los valores y la
conciencia de los pueblos indígenas que lucharon contra la opresión, la conquista, la explotación y
la usurpación de sus tierras frente a un sistema estructural de colonización y destrucción.
Como se plasma en el código de contra-resistencia, la forma de referirse a los pueblos indígenas
cuando se trata de sus luchas, es como “tribus”, “hordas”, etc. y no como “pueblos” o “naciones”. A
lo largo de todo el texto se van dando estas asociaciones en las formas de referirse a las sociedades
indígenas. Como pueblos, cuando hay que mencionarlos en su calidad de “extintos” y
“desaparecidos”, como tribus y hordas cuando se habla de sus acciones bélicas; y, lo más
paradójico, la propia mención de Bazán a los diaguitas como una nación, sólo cuando debe
referirse a ella en aspectos numéricos:

Las estimaciones más autorizadas apoyadas en las fuentes dicen que los indios del Tucumán, en la
segunda mitad del siglo XVI eran alrededor de 200 mil de los cuales los diaguitas eran la nación
más importante con 50 mil almas (Bazán, 1995: 33).15 (Subrayado propio)

Así como la mención a las naciones indígenas desaparece, también lo hace la idea de las resistencias
indígenas como dimensión histórica y eje narrativo central, y aparecen más bien como un dato
secundario, un escollo de la historia que se superó con el “remedio” del exterminio, la expatriación
y la repartición. Y si por un lado se reconoce la “amenaza” persistente, no la lucha, la resistencia,
la organización y la autonomía, sino “la amenaza”, la narración se organiza siempre bajo la visión
de que el indio “estaba sometido”; afirmación que busca siempre la oportunidad de imponerse,
incluso en casos paradójicos de ceguera histórica, como lo muestran las propias citas de Bazán que
hemos analizado en este apartado.

V. Un campo de estudios en inicio

Vuelvo a las preguntas iniciales para insistir en algunos puntos que podrían ser guía para
futuros análisis sobre un campo en plena constitución16. ¿Cómo son comprendidas y caracterizadas
las sociedades indígenas? Dos cosas se pueden decir con certeza, una, que no había en estos
discursos históricos, una preocupación por el tipo de categoría utilizada para referirse a las
poblaciones indígenas, para ello se alternan términos más o menos cargados de significados
morales. Se utilizan indistintamente los términos de “etnia y parcialidad” pero sin tratamiento
alguno. La categoría de mestizaje corre la misma suerte y aparece como categorías universal y
natural de la descripción histórica. Este es un problema que atraviesa todas las obras sobre la región

15 Hoy en día contamos con estudios y archivos, que dan cuenta del carácter de “naciones” que se les reconocía a
algunos pueblos indígenas, en un concepto casi moderno del término, es decir, con autonomía y soberanía política y
territorial.
16 Me refiero al campo de los estudios críticos sobre la historia regional focalizando sobre la historia indígena. Si bien
contamos actualmente con muchas investigaciones sobre el pasado indígena, estas se encuentran atravesadas por una
brutal fractura disciplinar. Contamos con investigaciones de gran trayectoria sobre asentamientos arqueológicos pero
escasean las relaciones con los programas de enseñanza de historia o la formación en universidades y profesorados. A su
vez, muchas de esas investigaciones arqueológicas u antropológicas no han logrado impactar en las producciones
historiográficas recientes. Por lo tanto, sin desconocer las importantes trayectorias de investigación en la región, es
notoria la necesidad de abrevar en un campo de estudios críticos del colonialismo que tenga como uno de sus ejes
central las historias y resistencias indígenas como parte constitutiva de la historia regional del NOA, en una sociedad
actual donde pujan por ampliarse, reinventarse y retornar al presente en plena protagonismo las luchas de las naciones,
pueblos y comunidades indígenas.
y que se amplifica en una marcada falta de colaboración interdisciplinar. O bien algunas obras
históricas se apegan a terminología de la antropología, o bien de la arqueología, pero rara vez se dan
casos de trabajo interdisciplinario para dar cuenta de una comprensión compleja de estos tiempos
históricos. Conocer la historia de la región desde una perspectiva crítica de los marcos epistémicos
del colonialismo, implicará un prolongado y sostenido intercambio entre historiador/as, filosofo/as,
arqueóloga/os, antropóloga/os, etc.
Respecto a la temporalidad y la cronología, el libro responde a las características típicas de
una historiografía moderna: etapismo, progreso, linealidad y homogeneidad. Ello, reforzado como
se ha mostrado en la cronología de acontecimientos de significancia para los
conquistadores/colonizadores, como las fundaciones de las ciudades y las acciones individuales de
los conquistadores, corregidores, encomenderos, etc. En esta misma línea, se ha señalado la agencia
de los sujetos que dan vida y protagonizan la trama narrativa. También aparecen como ordenadores
de la narración categorías bélicas que hacen de eje, paz y orden se alternan para ir tramando la
visión reduccionista de los acontecimientos históricos y su concepción reducida de una política de
elite.

Finalmente, los estudios de la subalternidad han ido más allá de la obra de Guha e incluso
han presentado importantes críticas a sus trabajos. Por lo tanto, así como sostenemos la importancia
de una revisión crítica de nuestras historiografías vigentes, también es fundamental el trabajo sobre
nuevas formas de historiar y narrar el pasado que se construyen tanto en la academia como en
espacio sociales de lucha, militancia, trabajo colectivo, rituales y tantos otros, donde los
protagonistas son los integrantes de las propias sociedades indígenas.
De la obra de Armando Bazán, diremos más allá de las valoraciones ético-políticas, que el objetivo
ha sido analizar que conocimientos nos brinda su Historia del Noroeste Argentino sobre el pasado
indígena. Con ese objetivo en mente, podemos afirmar que es poco lo que nos aporta Bazán,
indistintamente de las limitaciones en los documentos y las fuentes, el sesgo del historiador
catamarqueño es claro en sus intenciones de construir una visión-versión de la historia donde el
accionar de las sociedades indígenas es absolutamente irrelevante, tanto para la época como para el
presente. Más aún, los indígenas representan un obstáculo en el avance de la historia, en la
posibilidad de su “evolución” a una sociedad mejor. Si bien podemos reconocer que al momento de
su publicación no se contaban con historiografías regionales o provinciales que incluyeran la
conquista del Tucumán y las Guerras Calchaquíes, estas “inclusiones” no abren la posibilidad a una
pluralidad de miradas historiográficas, sino que refuerza las consagradas historiografías
nacionalistas que buscan, incluso a finales del siglo XX, insistir en el reforzamiento de una
identidad nacional criolla, mestiza (blanqueada) y de origen europeo.
Pero más allá del sesgo ideológico del autor, como hemos mostrado en este análisis de crítica
poscolonial, Historia del Noroeste Argentino, se nos presenta como una historiografía que más que
explicar los procesos históricos, se limita a repetir una estructura narrativa que, camuflada tras un
positivismo “objetivo”, hunde sus raíces epistémicas en los modos y formas de la historiografía
colonial y en un contundente código de contra-resistencia como eje de su discurso histórico.

FIN
Bibliografía:

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