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Marcela Ferrari “Los políticos en la republica radical”

El personal político en la democracia ampliada


En un régimen presidencialista como el argentino, los parlamentarios delineaban las soluciones ofrecidas a
los principales problemas de la política nacional.
La sanción de la Ley Sáenz Peña, no cambio, las funciones de los representantes; lo que se modifico a
partir de la aplicación de la norma, que torno más transparente el juego político electoral al permitir la
incorporación de las primeras minorías a la Cámara de Diputados. La nueva normativa resulto efectiva a la
hora de provocar un recambio en el personal político. Poco a poco a los viejos actores se fueron sumando
otros nuevos, la representatividad fue mayor.
Como y cuáles fueron los resultados provocados por esa situación de mayor competencia en el interior del
parlamento y de los colegios electorales son las preguntas que articulan este capítulo. Y la hipótesis que lo
sostiene es que la dirigencia, enriquecida por la incorporación de nuevos elementos sociales y políticos, no
puedo superar las instancias del enfrentamiento intra e Inter partidarios para acordar lineamientos básicos
de gobierno.
Electores y parlamentarios en la constitución nacional
El colegio electoral era un cuerpo constitucional formado por aquellos ciudadanos que, habiendo sido
elegidos por voto directo de la ciudadanía, tenían la responsabilidad cívica de elegir la fórmula
presidencial.
Estas juntas electorales funcionaban como un filtro, y eran a la vez vehículo y freno del voto en primer
grado. Los electores de segundo grado eran elegidos por los ciudadanos y designados a simple pluralidad
de sufragios. En cada distrito, integraban una junta electoral, cuyas funciones se restringían a un solo día.
La proclamación dependía del Congreso de la Nación, ya fuera consagrando en asamblea a los
candidatos designados por mayoría en los colegios electorales, o si no hubiera sido alcanzada la mayoría
en instancia anterior, eligiendo la fórmula presidencial.
Se elegía a un diputado cada 33.000 habitantes, de modo que la cantidad de diputados variaba a medida
que crecía la población en los distritos.
Dado que la cantidad de diputados era calculada proporcionalmente al numero de habitantes, los distritos
mas poblados designaban mayor cantidad de representantes.
En líneas generales, se podría afirmar que el sistema de representación elegido, junto a la necesidad de
que ambas cámaras acordaran la sanción de leyes, procuraba reparar desde lo político lo que la dotación
de factores y recursos naturales desequilibraba. En efecto, en el senado, las provincias mas pobres y
tradicionales del país tenían la misma representación que aquellas mas ricas, con mayor concentración
demográfica en las ciudades que habían crecido al calor de la afluencia migratoria.
La Ley Sáenz Peña y la elección de los representantes
Los debates centrales giraron en torno al sistema de representación, que era el modo de traducir votos en
cargos, esto es: la distribución del poder entre los elencos político – partidarios. La lista incompleta triunfo
ajustadamente sobre otras alternativas como la continuidad de la lista completa o el voto uninominal por
circunscripciones. Los aires de reforma iban en contra de un sistema asociado a épocas caducas y al
poder de las “maquinas” provinciales que lo sustentaban.
Este sistema, vitalizaba al cuerpo electoral y volvía innecesaria la obligatoriedad del sufragio, debido a que
el contacto directo entre el elector y el elegido combatía la indiferencia ciudadana. Combinaba, además,
dos condiciones fundamentales, aparentemente contradictoria: era más democrático que el sistema de
lista completa y favorecía a la consolidación de los notables.
La lista incompleta aba participación a la primera minoría en la Cámara de Diputados y en las juntas
electorales, a la vez que estimulaba la formación de grandes partidos. Dar la representación a la minorías,
expresaban sus defensores, eximiría al parlamento argentino de la acusación de actuar a contrapelo de
una sociedad cuyos guías intelectuales ya habían propiciado otras reformas en materia de salud publica,
vivienda, trabajo, etc.
Finalmente, la lista incompleta fue aprobada con 58 votos a favor y 13 en contra en la Cámara de
diputados. En el Senado, luego de una votación nominal muy reñida, se impuso por 10 votos contra 9. Se
sancionaba así un sistema de voto limitado mediante el cual el sufragante podía tanto votar una lista como
armar la suya con candidatos inscriptos ante la junta electoral. Aun en 1928, un día antes del comicios que
consagro por segunda vez Yrigoyen como presidente, el prestigioso diario La Nación recordaba a sus
lectores esa posibilidad.
En el marco de esa legislación electoral, hasta 1930 el radicalismo logro controlar los colegios electorales
e imponer tres formulas presidenciales consecutivas.
Los colegios Electorales
Aunque los electorales no estaban sujetos a mandato imperativo, en la práctica actuaban en
representación de alguna fuerza política. Duramente la republica restrictiva el rol de las juntas de electores
era traducir decisiones previamente negociadas y pactadas por los notables de los distintos electorales. En
1916, 1922 y 1928, la situación fue más compleja, en virtud de la consolidación o el fraccionamiento de los
partidos políticos y de la incorporación de las primeras minorías de cada distrito electoral.
Las formulas votadas por los electores de segundo grado siempre fueron las mismas que había votado la
ciudadanía en el caso de los radicales, pero solían diferir en el caso de los partidos de tendencia
conservadora, que no tenían un referente nacional común y negociaban candidatos en pocos meses en
vistas de hacer oposición y con la esperanza de triunfar en la segunda instancia electoral o en la asamblea
parlamentaria.
Cada una de esas convocatorias tuvo una impronta bien diferenciad. La de 1916 puso en evidencia el
modo en que una maquina partidaria de alcance nacional, se imponía sobre las viejas prácticas de
negociación del régimen oligárquico. El binomio Hipólito Irigoyen- Pelagio B. Luna había perdido en ocho
distritos y ganado en siete, incluida la Capital Federal donde sorprendió la derrota del socialismo.
Las elecciones en primer grado de 1922 fueron calificadas como un plebiscito. Irigoyen había consolidado
todo el poder necesario para que los candidatos del partido marcharan hacia la victoria sin incertidumbre.
De los 376 electorales, 197 confirmaron a Marcelo T. de Alvear y a Elpidio González frente a la fórmula de
la oposición, integrada por el conservador bonaerense Norberto Piñero y por el demócrata cordobés
Rafael Núñez. La UCR no tuvo nada que temer. Conocido el triunfo con anterioridad a la reunión del
colegio electoral, algunos electores de tendencias conservadoras recurrieron a la abstención.
Esta practica se profundizo en la elección del 1928, 376 electores debían integrar el colegio electoral. De
ellos, 249 representarían los 791.000 sufragios favorables a los candidatos del radicalismo y 127, a los
402.670 que se inclinaron por la fórmula de Frente Único.
La abstención de los opositores al radicalismo en los colegios electorales supero ampliamente la
registrada en las elecciones de primer grado, y a partir de esta situación se podía apreciar la baja
aceptación de las reglas democráticas por parte de los representantes de las tendencias conservadoras en
la Argentina. A esta situación, se sumo la muerte del vicepresidente electo, Beiro, en julio de 1928, que,
además de producir consternación, genero un delicado problema; la constitución Nacional no preveía ni la
forma de remplazar al vicepresidente ni al candidato electo que aún no hubiera sido consagrado en su
cargo. El debate generado en la opinión publica giro en torno a dos posturas. La primera sostenía que las
juntas electorales debían subsistir mientras no hubiera sido elegida la formula completa y debían proceder
a una nueva designación. La segunda posición consideraba que no procedía volver a reunir al colegio
electoral, cuya función ya había caducado. El congreso debía dictar una ley que reglara el caso, y
convocar a una nueva elección para designa vicepresidente.
El tiempo apremiaba y la solución debía ser dada en breve. Triunfo la primera de las posturas enunciadas
y, con ella, el personalismo. El 6 de agosto volvió a reunirse el colegio electoral. Enrique Martínez fue el
candidato a vicepresidente de Yrigoyen.
La dinámica de los colegios electorales sucesivos y, particularmente, de las fuerzas opositoras al
radicalismo y al personalismo, en 1928, fue variando. Mientras creyeron factible imponer una candidatura
de coalición, actuaron intensamente. A medida que esa posibilidad desaparecía, recurrieron a la practica
abstencionista en el colegio electoral, a tal punto que las inasistencias de 1928 podrían llegar a ser
interpretadas no solo como denegación de legitimidad al adversario sino también como n indicio
anticipatorio del golpe al régimen democrático de 1930, en plena efervescencia plebiscitaria.
En el Parlamento: practicas, representaciones y autorepresentaciones.
Es conocida la inoperancia del parlamento entre 1916 y 1930. Esta situación, durante los gobiernos
yrigoyenistas, ha sido atribuida en parte a la falta de cordialidad, e incluso a la inexistencia de dialogo,
entre los poderes Ejecutivo y Legislativo. Desde su concepción plebiscitaria, Yrigoyen interpretaba que el
poder le había sido delegado por mandato popular en elecciones legitimas e intentaba reducir la
representatividad del parlamento.
En un comienzo, la tensión entre los poderes Ejecutivo y Legislativo respondía a la negativa de la
oposición parlamentaria a tratar los temas que urgían al presidente de la republica y que sus partidarios no
podían hacer triunfar a causa de su debilidad numérica.
En esa relación tensa, Yrigoyen acentuó su displicencia hacia el Congreso. Después de asumir la
presidencia de la república no volvió al recinto. En forma personal o a través de sus amigos político,
demoro todo lo que pudo la apertura de los periodos de sesiones. Sus ministros no asistían a las
interpelaciones. Pero donde mas se evidenciaron las tensiones entre el parlamento y el presidente fue en
el modo en que el segundo llevo a cabo la mayoría de las intervenciones federales a las provincias: por
decreto, en el momento del receso de las cámaras.
El argumento que explica la ineficacia del parlamento por la mala relación con el ejecutivo no se puede
sostener cuando se analiza la presidencia de Marcelo T. de Alvear, quien, a diferencia de su predecesor,
demostró gran consideración hacia el congreso. Inauguro la asamblea legislativa cada uno de los años de
su mandato.
Su política de intervenciones, mas cauta que la de Yrigoyen, también poni de manifiesto que Alvear
pretendía gobernar con el parlamento. Pese a las intenciones de Alvear, durante su presidencia la
actividad parlamentaria fue insignificante.
La inactividad parlamentaria se profundizo con el regreso de Yrigoyen al poder en 1928, luego de un
triunfo abrumador en primer grado. En el parlamento, la mayoría personalista actuaba como el brazo
legislativo del presidente de la república. Según los opositores se vivía n la máxima sumisión: “todo se
hacia en una atmosfera pesada de corrupción, en medio de la adulonería mas insincera hacia el viejo
caudillo.
Las interpretaciones historiográficas explican esa parálisis parlamentaria a partir de las características del
espacio político. Pete Smith dice que la intensidad de los enfrentamientos intra e Inter partidarios hizo del
parlamento un órgano incapaz de instrumentar la legislación necesaria para conducir el país, mientras que,
para Dario Canton las elites políticas pusieron os intereses partidarios por encima de las necesidades del
conjunto de la nación. De ese modo el Poder Legislativo desempeño un papel mas relevante para articular
problemas que para resolverlos. Otras interpretaciones coinciden en señalar que el parlamento fue la caja
de resonancia de los problemas que preocupaban a la opinión pública, que se manifestaban en tres
dimensiones: la relación entre gobernantes y gobernados, o sea, el problema de la representación política;
las reglas de vinculación de esos poderes y el problema de la relación entre partido y gobierno. A todos
estos argumentos validos pretendemos sumar algunos que derivan del comportamiento de las elites
políticas parlamentarias desde la perspectiva de los contemporáneos.
Algunos testigos de la época atribuían la ineficiencia legislativa a la falta de compromiso en el
cumplimiento de la función. El legado francés en la Argentina se sorprendía ante el descuido de la
actividad parlamentaria y adjudicaba esta situación a las urgencias del tiempo de los políticos por lograr
apoyo electoral.
¡De que se ocupaban entonces los parlamentarios? Mientras los radicales fueron minoría se concentraron
en la definición de su identidad política. Tal como señalo Ana Virginia Persello, esto fue particularmente
notorio en el momento de debatir las intervenciones nacionales o la pertinencia del juicio político al
presidente. Las autorrepresentaciones de los radicales eran panegíricos que hacían alusión reiterada a la
historia de la UCR, desde su desprendimiento de la Unión Cívica hasta llegar al momento de asumir el
gobierno con un criterio nacionalista para realizar una obra de reconstrucción sin odios y sin pasiones, sin
criterios personalistas, con continuidad, afrontando luchas y llevando a su frente a los mas dignos y
capaces.
Se autorepresentaban como portavoces de un partido nacional, frente a ellos caracterizaban a los
conservadores como apenas los restos de un naufragio. También los parlamentarios de tendencia
conservadora definían su identidad en las cámaras. Se reconocían como la encarnación de la reconquista
institucional.
En suma, a fines de la década de 1910, la mutua descalificación del adversario permitía a los miembros de
los elencos políticos definirse por defecto frente a las carencias de los opositores. Diez años mas tarde, la
situación había cambiado, y esto se vinculaba estrechamente con el cisma partidario en el que desemboco
la situación de la siempre heterogenias UCR. Los personalistas habían alcanzado mayoría en la propia
cámara de diputados y ya no precisaban afirmar su identidad partidaria.
En el parlamento se exacerbo el uso de una lógica ofensivo/ defensiva, traducida en prolongados debates
referidos a la probación de las elecciones parlamentarias del mes de marzo de 1930 y de los diplomas de
los diputados electos.
En síntesis, los radicales fueron mas eficaces para hacer política electoral de base que para asumir la
tarea parlamentaria. Y los opositores, interesados en convencer a los radicales, expusieron con mayor o
menos desesperación la situación de crisis aguda o buscaron salidas que condujeran a lo que llamaban la
reinstitucionalización del país y la movilización para conseguir una democracia genuina; nadie podía evitar
el deterioro institucional. Mientras tanto algunos buscaban otras salidas que, a la vez salvaguardaba sus
posibilidades de continuar una carrera política.
El personal político de gobierno
Pese a cumplir funciones muy diferentes, los parlamentario y electores argentinos del periodo 1916-1930
formaban parte del personal político, ese universo de personas elegidas para ocupar cargos en el gobierno
luego de haber competido por el ejercicio del poder en instancias electorales que las legitimaban como
representantes de la ciudadanía y, de hecho, de los partidos políticos. Todos ellos habían resultado electos
por aplicación de la Ley Sáenz Peña para desempeñar las funciones establecidas por la Constitución
Nacional.
En el caso de los electores que actuaban como mandatarios de decisiones adoptadas con anterioridad,
fuera del recinto donde durante un día funcionaban las juntas electorales. Así como durante la republica
restrictiva estos actores políticos habían sido los canales de expresión de la voluntad de los notables del
régimen, con posterioridad a la ampliación democrática fueron instrumentos de las maquinas partidarias o
de fracciones de un partido. La canalización de la voluntad del partido es menos obvia entre los de
tendencia conservadora.
La figura de los parlamentarios cambio con respecto al régimen oligárquico. Desde 1880, el parlamento
había sido el escenario privilegiado de los grandes debates nacionales relativos a la inclusión de los
inmigrantes, a la educación patriótica, al papel del estado. A comienzos del siglo XX, la profusa actividad
de ese congreso se reflejaba en la sanción de leyes tales como la del servicio militar obligatorio, La
legislación laboral, la ley de residencia de 1902, la ley de defensa social de 1910, la de enrolamiento militar
y la de empadronamiento universal. Una vez que en virtud de la Ley Sáenz Peña la representación
parlamentaria se amplió, el rol de los parlamentarios quedo desdibujado a la luz de la exigua obra que
llevaron a cabo. Mas que representantes de los habitantes de la nación o de los estados provinciales,
fueron voceros de los partidos políticos en competencia, que utilizaron el espacio parlamentario para
dirimir enfrentamientos con los opositores o las internas partidarias. Si los electores se convirtieron en
instrumento de las maquinas partidarias, los parlamentarios de los partidos mayoritarios se transformaron
en los defensores de estas.

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