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DIEGO FIGUEROA
diegofigueroa.masonologia@gmail.com
(Buenos Aires, Editorial Fiat Lux, 2011)
INTRODUCCIÓN
Usualmente, la Masonería se define como “un sistema de moral ilustrado
por símbolos y velado por alegorías”. A lo largo de sus grados, y decorando
las Logias en las que los masones se reúnen y practican sus rituales, es
posible observar un simbolismo muy variado. Pero los símbolos y rituales
masónicos no sólo poseen un significado moral o filosófico, sino que
también, principalmente, contienen un proceso iniciático y cosmogónico,
expresando conocimientos que pueden hallarse en las más diversas y
remotas culturas de la humanidad, teniendo un carácter auténticamente
Universal.
El umbral que separa los dos espacios indica la distancia entre dos modos
de ser: profano y sagrado. El umbral es la frontera que distingue y opone
dos mundos, al mismo tiempo que es el lugar donde se comunican y se
efectúa el tránsito del uno al otro. En el interior del recinto sagrado queda
trascendido el mundo profano, y es ahí donde se hace posible la
comunicación con los dioses, por lo que “debe existir una “puerta” hacia lo
alto por la que puedan los dioses descender a la Tierra y subir el hombre
simbólicamente al Cielo. El templo constituye, propiamente hablando, una
“abertura” hacia lo alto y asegura la comunicación con el mundo de los dioses”
[Eliade, Mircea. Lo Sagrado y lo Profano, pág. 29. Madrid, Guadarrama,
1967].
Todo Espacio sagrado, entonces, implica una irrupción de lo sagrado que
destaca un territorio del medio cósmico circundante y lo hace
cualitativamente diferente. Las técnicas de orientación, por lo tanto, son
técnicas de construcción del Espacio sagrado, pero esto no se trata de un
trabajo humano, sino que el ritual por el cual se construye el mismo es
eficiente en la medida en que reproduce la obra de los dioses. El “Caos”
deviene “Cosmos” por una repetición ritual de la cosmogonía, es decir, el
acto divino de la Creación. Es en estos Espacios sagrados, que
representan el Universo, donde tienen lugar las iniciaciones:
Su techo simboliza la bóveda celeste, el suelo representa la Tierra, las cuatro
paredes las cuatro direcciones del espacio cósmico. (…) Se trata, en suma, de una
idea arcaica y muy difundida: a partir de un Centro se proyectan los cuatro
horizontes en las cuatro direcciones cardinales [Ibídem, pág. 46].
Por otro lado, al igual que el espacio, el Tiempo no es homogéneo y
continuo. Existen, por un lado, los intervalos de Tiempo sagrado
correspondientes a las fiestas y, por otro, el tiempo profano, la duración
temporal ordinaria. Por medio de los ritos, es posible pasar de la duración
temporal ordinaria al Tiempo sagrado, el cual es un Tiempo mítico
primordial hecho presente. Toda fiesta sagrada, entonces, consiste en la
reactualización de un acontecimiento que tuvo lugar en un pasado mítico,
“al comienzo”, por lo que participar de las mismas implica salir de la
duración temporal “ordinaria” para reintegrar el Tiempo mítico
reactualizado por la misma fiesta.
Al igual que un recinto sagrado constituye una ruptura de nivel dentro del
espacio profano, la actividad sagrada que se celebra en su interior señala
una ruptura en la duración temporal profana, ya que se desarrolla en un
Tiempo sagrado. El Cosmos, además, es homologable al Tiempo cósmico,
es decir, el “Año”, ya que ambos son realidades sagradas y creaciones
divinas. Esta “solidaridad” cósmico-temporal se revela en la estructura
misma de los edificios sagrados, ya que el Templo, que es la imagen del
Mundo, también comporta un simbolismo temporal debido a que simboliza
a la vez al Año, el cual se concibe como un recorrido a lo largo de las
cuatro direcciones cardinales. Esto significa que toda construcción
sagrada no sólo rehace el mundo, sino que también “construye el año”, es
decir, se regenera el Tiempo creándole de nuevo, con el propósito de
santificar el mundo por medio de su intersección en un Tiempo sagrado:
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La Logia y el Cosmos
La Logia masónica se considera como un símbolo del Mundo o del
“Cosmos”. También se considera un Templo, es decir, un recinto sagrado,
cuyo interior es propiamente, por oposición a las “tinieblas exteriores” que
corresponden al mundo profano, “el lugar iluminado y regular”, donde todo
se hace según el rito, o sea, conforme al “orden”.
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