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No puedo decir que la cocaína cumpla una función en mí, o tal vez cumple
la función no funcional de aislarme del mundo, de protegerme de una
ciudad (Buenos Aires) que adoro, pero que es capaz de matar a una
persona como yo. Creo que para vivir en una ciudad como la mía, si no se
es un cínico o un perverso, hay que estar colocado o borracho.
Pero más allá de ese desconecte (un desconecte que después me deja
peor que nunca y que solo sirve como un circunstancial paliativo), no hay
hoy, al menos, ningún placer más allá de la primera dosis.
Muchas veces pienso en quedarme en esa hermosa primera dosis, pero
nuca logro hacerlo y hace tiempo que ya, cada vez, “primera dosis” es solo
una metáfora, porque la cantidad ingerida o inhalada de movida es enorme.
La cocaína no me deja pensar, no me deja escribir, no me deja comer, no
me deja dormir, no me deja coger, no me da tregua ni respiro. El alcohol en
cambio, no me deja (no me suelta) hasta que quedo tirado.
¿Por qué sigo entonces?: no lo sé, es una especie de locura que intento
dilucidar hace rato.
Las drogas me hicieron perder mucho o casi todo muchas veces. Las
drogas me derrotaron en los mejores y en los peores momentos de mi vida.
Pero en los peores no me importa, porque entre que me derrote la vida y
me derrote la droga, avanti con la droga.
Lo que me importa es que las drogas me derrotaron, una y otra vez, cada
vez que estuve para campeón del mundo. Y en el huracán en el que se
convierte mi alma, se vuelan y se destruyen las buenas y cotidianas cosas
que harían mi vida al menos un poco feliz. Muchas veces pensé que soy un
hombre profundamente lastimado debido al consumo compulsivo de
alcohol y cocaína.
Muchas buenas parejas se fueron de mi vida por culpa de mi nariz, muchos
buenos amigos se han sentido cansados de mí cada vez que mis
borracheras insoportables involucraban sus vidas.
Creo que soy un adicto, y no sé qué digo cuando digo esto. No creo que
sea una enfermedad, más bien creo que es una condición del alma.
Y si soy un adicto es mejor que busque la manera de controlarlo, aunque
tan vez deba buscar la manera de aceptarlo.
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EPISODIO 1
Sentado en Av. Belgrano
Estuve sentado en Av. Belgrano alternando una semana de cocaína
con otra de ambición. La extraordinaria fuerza de mis dedos se
ocupaba en moler piedras. La precisión de mis pupilas se encargaba
de que nada se derrame, de que la dosis sea exacta a pesar de mis
temblores y el zumbido en mis orejas. Las peculiares dimensiones de
mi cráneo son nadas: nadas ociosas y relucientes que se curvan como
un resbaladero, un tobogán donde las violencias lógicas desfallecen y
caen. Estuve sentado en Av. Belgrano mirando pasar sobre el asfalto
las ruedas sucias de los autos.
Estuve sentado en Av. Belgrano, en mi sillón es tres cuerpos. Estaba
desnudo. Tenía la verga más dulce de la Creación. Mi verga estaba
dormida y no conseguía despertarla. Lo intentaba viendo películas
porno y nada. Lo intentaba sacudiéndola bajo un chorro de agua fría y
nada. Lo intentaba pensando en vos y nada: nadas ociosas y
relucientes como un gramo en un pedazo de papel. Tenía una verga
dulce, inútil, un relámpago de carne que se apaga. Y si al menos
pudiéramos amarnos esta noche. Pero mientras, alcánzame el espejito
que está sobre la mesa.
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