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Perspectivas feministas sobre las relaciones internacionales por
Laura Sjobergand J. Ann Tickner
INTRODUCCIÓN
En los veinte años transcurridos desde
que la teoría feminista entró en el campo
de las relaciones internacionales (RI), la
erudición feminista ha proliferado de
manera mensurable. Durante la primera
década de este siglo, las presentaciones de
paneles para la Sección de Teoría
Feminista y Estudios de Género de la
Asociación de Estudios Internacionales
han aumentado en un 400%; las
publicaciones de revistas, libros y otros
productos académicos reflejan tanto una
mayor participación de las mujeres en la
disciplina como un mayor interés en las
cuestiones de género. En 1999, la primera
revista feminista de IR, The International
Feminist Journal of Politics, comenzó a
publicarse. Los indicadores de que la
disciplina ha llegado a tomar en serio el
feminismo se pueden encontrar en el
creciente reconocimiento de la erudición
feminista como un enfoque paradigmático
de las relaciones internacionales
(Maliniak, Oakes, Peterson y Tierney,
2009), aumentando la inclusión de la
erudición feminista en los textos
introductorios de las relaciones
internacionales (Goldstein y Pevehouse,
2010); Steans, Pettiford y Diez, 2005;
Baylis, Smith y Owens, 2007; Weber,
2009; Dunne, Kurki y Smith, 2010), y en
la publicación de un número especial
feminista de la revista.
Estudios de Seguridad
poder editar este documento.
El desarrollo de teorías feministas en la
disciplina es paralelo a la creciente
preocupación por las cuestiones de género
en la política y la economía mundiales.
Los responsables de la formulación de
políticas hablan cada vez más de las
cuestiones de género, y lo hacen con
mayor sofisticación (Hafner- Consejo de
Seguridad de las Naciones Unidas (véase
Basu, 2009), el Instituto Internacional
para la Democracia y la Asistencia
Electoral (IDEA) (véase Tremblay, 2008)
y Human Rights Watch (véase hrw.org,
2009)), todos ellos se han embarcado en
proyectos sustanciales que promueven la
equidad de género. El mensaje colectivo
de estas organizaciones internacionales,
en los ámbitos de la seguridad, la
democracia, la economía política y los
derechos humanos, es cada vez más claro:
la igualdad de género debe ser una
prioridad política no sólo porque es un fin
importante en sí mismo, sino también
porque mejorará las posibilidades de
alcanzar otros objetivos políticos y
económicos importantes.
A pesar de todos estos avances positivos,
las mujeres siguen estando
infrarrepresentadas en la disciplina de RI,
una disciplina que todavía está
determinada por los hombres y las
normas asociadas con la masculinidad
(Sjoberg, 2008), especialmente en los
niveles superiores (Maliniak, Oakes,
Peterson y Tierney, 2008). Las
académicas feministas (Sylvester, 2007;
Zalewski, 2007; Sjoberg, 2009; Tickner,
2005) continúan desconcertando sobre la
marginalidad de su trabajo hasta el
"núcleo" percibido de la disciplina. Y, a
medida que comienza la segunda década
del nuevo milenio, persisten los
indicadores de la gran desigualdad de
género en la vida social y política
mundial. Las mujeres siguen siendo la
mayoría de los pobres y mal pagados del
mundo en comparación con los hombres
(UNIFEM, 2009); la mayoría de las
víctimas civiles de la guerra son mujeres,
y las mujeres suelen ser objeto de
violencia sexual (Al-Ali y Pratt, 2009).
Menos del 20% de los líderes políticos
elegidos en el mundo son mujeres (Unión
Interparlamentaria, 2009). La teoría
feminista de las IR se ha preocupado por
sacar a la luz estas inequidades,
ayudarnos a entender qué las causa y
pensar en formas de ponerles fin.
Con el fin de introducir los fundamentos
intelectuales de las perspectivas
feministas de la IR, comenzamos este
capítulo con una breve discusión de la
teoría feminista y el significado del
género. A continuación, presentamos una
breve historia del desarrollo de la
investigación feminista en la disciplina,
seguida de una visión general de las ideas
feministas sobre la epistemología y la
metodología para el estudio de la política
global. A continuación, esbozamos
algunas de las preguntas que las
feministas de las IR hacen en sus
investigaciones, preguntas que a menudo
amplían los límites tradicionales de la
disciplina.
Para ilustrar cómo las feministas están
respondiendo a las preguntas que
plantean, concluimos centrándonos en la
seguridad y la economía global, dos áreas
temáticas de las que se ha ocupado
centralmente la investigación feminista
reciente y que también son importantes
para las preocupaciones de política
internacional.
TEORÍAS FEMINISTAS Y
EL SIGNIFICADO DE GÉNERO
Las teorías feministas son
multidisciplinarias; se basan en las
ciencias sociales y naturales, así como en
las humanidades y la filosofía. Incluyen
una amplia variedad de enfoques
epistemológicos y metodológicos. La
preocupación clave de la teoría feminista
es explicar la subordinación de la mujer o
la injustificada asimetría entre la posición
social y económica de la mujer y el
hombre y buscar recetas para ponerle fin.
Sin embargo, las feministas no están de
acuerdo en lo que creen que constituye la
subordinación de las mujeres, ni en cómo
explicarla y superarla.
Las teorías feministas han sido descritas
de diversas maneras como liberales,
marxistas, radicales, socialistas,
psicoanalíticas, de punto de vista,
postcoloniales y postmodernas (Tong,
2008). Generalmente comprometidas con
una epistemología positivista, las
feministas liberales creen que la
eliminación de los obstáculos legales
puede superar la subordinación de las
mujeres. Sin embargo, los enfoques post-
liberales, a los que se adhieren la mayoría
de las feministas de las IR, ven
estructuras de patriarcado profundamente
arraigadas,
que no pueden ser superadas sólo con
Commented [s1]: Mapeo
recursos legales. Mientras que las
tradiciones psicoanalíticas buscan las
causas de la subordinación de la mujer en
las prácticas de socialización de la
primera infancia, los radicales, marxistas
y socialistas buscan explicaciones en las
estructuras del patriarcado que
"naturalizan" la subordinación de la
mujer, o en el mercado laboral con sus
discriminaciones de género y divisiones
entre el trabajo público (remunerado) y el
privado (no remunerado/doméstico).
Más recientemente, los feminismos
postcoloniales y postmodernos han
enfatizado la necesidad de tomar en
cuenta una variedad de estructuras de
opresión asociadas con la raza y la clase,
así como el género. Subrayan la
necesidad de ser conscientes de que no es
posible generalizar sobre las diversas
subordinaciones de las mujeres. Todos
estos enfoques feministas post-liberales
cuestionan la afirmación de que las
mujeres pueden simplemente añadirse a
los marcos teóricos existentes que han
excluido históricamente el conocimiento
sobre y por las mujeres, y buscan
construir cuerpos de conocimiento que no
descansen sobre bases androcéntricas.
Mientras que muchos teóricos de las
Relaciones Internacionales piensan que el
"género" es una categoría descriptiva,
para la mayoría de las feministas es una
herramienta analítica. Si se percibe el
término"sexo" en las categorías
biológicas"masculino","femenino"
u"otro", el género es la característica
esperada asociada con la percepción de
pertenencia a esas categorías, entendidas
como"masculinidades" y"feminidades".
Las feministas definen el género como un
conjunto de características variables pero
social y culturalmente construidas;
aquellas tales como el poder, la
autonomía, la racionalidad, la actividad y
lo público se asocian estereotipadamente
con las masculinidades. Sus opuestos -
debilidad, dependencia/conexión,
emocionalidad, pasividad y privacidad -
están asociados con las feminidades.
"El género, entonces, es un sistema de
significados simbólicos, donde el
"simbolismo de género" describe la forma
en que lo masculino/femenino se asigna a
las diversas dicotomías que organizan el
pensamiento occidental" (Wilcox, 2007:
8). Diferentes feministas tienen diferentes
interpretaciones de la operación del
simbolismo de género en la política
global - como una construcción social
(Locher y Prugl, 2001), un mecanismo
performativo (Butler, 2006),
sociobiológico (Fausto-Sterling, 2005), o
sistémico (Sjoberg, 2012), pero las
académicas feministas generalmente están
de acuerdo en que el género es esencial
desde el punto de vista conceptual,
empírico y normativo para estudiar la
política global.
La jerarquía social de género es, en
términos feministas, un "rasgo estructural
de la vida política y social que configura
profundamente nuestro lugar y nuestra
visión del mundo" (Wilcox, 2007: 8). Sin
embargo, sería poco representativo
caracterizar una "experiencia de género"
como si hubiera "algo mensurable que
todos los hombres o todas las mujeres
compartieran en la experiencia de vida"
(Sjoberg y Gentry, 2007: 16). En cambio,
las características asociadas con el género
varían a través del tiempo y la cultura,
pero sirven para apoyar el poder
masculino y la subordinación femenina en
la mayoría de las sociedades (Connell,
1995; Hooper, 2001; Zalewski y Parpart,
1998, 2008). Spike Peterson y Anne
Sisson Runyan (2010: 76) han asociado la
subordinación de los grupos minoritarios
con el enfoque de género de la política
global, explicando que los grupos
dominantes utilizan la feminización para
devaluar a los grupos marginales.
Es importante destacar que las
definiciones de masculinidad y feminidad
son relacionales y dependen unas de otras
para su significado; las masculinidades no
existen excepto en contraste con las
feminidades. Mientras que las
definiciones de masculinidad y feminidad
varían en el tiempo y el espacio, casi
siempre son desiguales; por lo tanto, el
género es una forma primaria de
significar las relaciones de poder (Scott,
1986: 1069; Chowdhry y Nair, 2002;
Youngs, 2004).
Relaciones internacionales feministas,
el fin de la Guerra Fría, y el
"Tercer debate"
Los intentos feministas de hacer visibles
las cuestiones de género y de género en
las relaciones internacionales comenzaron
a finales de los años ochenta y principios
de los noventa, en el contexto de un
cambio mayor en la disciplina. Tras el
final de la Guerra Fría, hubo un momento
en la RI en el que el enfoque de la
disciplina cambió. Este llamado "tercer
debate" proclamó el comienzo de una "era
pospositivista" en las relaciones
internacionales; a partir de trabajos
interdisciplinarios de sociología, historia
y filosofía política, los pospositivistas
comenzaron a cuestionar la búsqueda de
explicaciones objetivas y universales
(Lapid, 1989; Wendt, 1999: 47; Walker,
1993).
Algunos de estos estudiosos han
perseguido explícitamente objetivos
emancipadores normativos (Booth, 2007;
Cox, 1986). No es casualidad que la
teoría feminista llegara a las IR al mismo
tiempo que un cuestionamiento
fundamental de los fundamentos
epistemológicos de la disciplina. Aunque
los académicos de ambos lados de este
debate han tardado en introducir el género
en sus análisis, el trabajo de los
académicos en el lado crítico del tercer
debate abrió un espacio para las
perspectivas feministas de una manera
que no lo hicieron los anteriores debates
de las IR. A partir de metodologías
hermenéuticas, históricas y humanísticas,
los teóricos feministas, al igual que los
estudiosos críticos, se basan en
tradiciones filosóficas ajenas a las
ciencias sociales. Al hacer diferentes
preguntas sobre los RI convencionales y
motivadas por diferentes preocupaciones
normativas, las feministas generalmente
miran la política global a través de"lentes
de género" (Peterson y Runyan, 2010).
Dado que la RI feminista se aparta tanto
de la corriente principal de la disciplina
como del lado crítico del tercer debate,
"silencios incómodos y falta de
comunicación" han plagado las
interacciones feministas con la RI en
general, y "los teóricos feministas rara
vez han logrado el compromiso serio con
otros estudiosos de la RI por los que han
sido llamados con frecuencia" (Tickner,
1997: 628). A pesar de estas luchas con la
comunicación, las feministas de IR han
desarrollado, durante los últimos veinte
años, un próspero programa de
investigación que extiende los límites de
la disciplina, hace diferentes preguntas y
escucha voces desconocidas desde los
márgenes. Además de arrojar nueva luz
sobre temas tradicionales como el
conflicto y la seguridad, estas
investigaciones están alejando a las
feministas de las IR de la disciplina
convencional, tanto en términos de temas
como de formas de comprensión.
Metodologías y métodos feministas en
las relaciones internacionales
El objetivo de la investigación feminista
es "hacer visible lo invisible, llevar la
vida de las mujeres al centro, dar
importancia a lo trivial, centrar la
atención en las mujeres como actores
competentes y entenderlas como sujetos y
no como objetos" (Reinharz, 1992: 248).
En la búsqueda de preguntas de
investigación feminista, las académicas
han utilizado metodologías
hermenéuticas, históricamente
contingentes, sociológicas, etnográficas,
narrativas e interculturales (Tickner,
1997, 2005). Las feministas estudian los
discursos de la política global (Mohanty,
2003; Nápoles, 2003); los silencios en
estos discursos políticos globales
(Kronsell, 2006; Charlesworth, 1999);
material de entrevistas del trabajo de
campo (Kleinman, 2007); y arte y otras
representaciones de la política (Sylvester,
2009; Heeg, 2010).
Las feministas afirman que no existe una
norma única de corrección metodológica
para la propia investigación (Reinharz,
1992: 243), y que no consideran deseable
construir una. Muchos describen su
investigación como un viaje, o
excavación arqueológica, que se basa en
diferentes métodos apropiados para los
objetivos que se persiguen y no en un
compromiso metodológico previo más
típico de las ciencias sociales de las IR
(Jayaratne y Stewart, 1991: 102;
Reinharz, 1992: 211). Brooke Ackerly y
Jacqui True conciben las metodologías
feministas como una reflexión
autoconsciente sobre el propósito de la
propia investigación, los marcos
conceptuales, las responsabilidades éticas,
las elecciones de métodos y las
suposiciones sobre lo que significa saber
en lugar de creer en algo (Ackerlyand
True, 2010: 6). Independientemente de
los métodos y perspectivas metodológicas
que elijan, las académicas feministas
están de acuerdo en que el género importa
en lo que estudiamos, por qué estudiamos
y cómo estudiamos la política global
(Ackerly, Stern y True, 2006). Un
objetivo importante de la investigación
feminista es desafiar y repensar lo que
entendemos por "conocimiento". El
conocimiento construido en términos de
distinciones binarias tales como
racional/emocional, objetivo/subjetivo,
global/local, y público/privado, donde el
primer término es privilegiado y asociado
con las masculinidades, devalúa
automáticamente ciertos tipos de
conocimiento, a menudo asociado con las
feminidades. Afirmando que el sesgo de
las RI hacia los hombres y los valores
asociados con la masculinidad socava
seriamente las afirmaciones de
objetividad y universalidad, las feministas
son profundamente escépticas sobre las
afirmaciones de universalidad del
conocimiento que, en realidad, se basan
en gran medida en la vida de ciertos
hombres y en las experiencias de los
hombres, Cuestionando la búsqueda
científica social de la "objetividad", las
feministas investigan en función de los
intereses de quienes se han construido las
teorías existentes.
Las metodologías feministas buscan
descubrir las limitaciones de los enfoques
que no tienen en cuenta el género al hacer
afirmaciones de objetividad. Afirmando
que todo el conocimiento está situado y,
por lo tanto, es político, muchas
feministas creen que la búsqueda de la
objetividad tiene consecuencias
importantes y a menudo negativas para la
investigación.
A diferencia de "la visión de la nada" a la
que aspiran las ciencias sociales
empíricas, la mayoría de las feministas
insisten en que el investigador sea
colocado en el mismo plano crítico que el
tema en cuestión.
La mayoría de las feministas de las IR
están de acuerdo en que, como científicas
sociales, somos parte del mundo que
estamos tratando de entender y que ese
mundo siempre está cambiando y
afectado por la forma en que lo
estudiamos (Ackerly and True, 2010: 3).
Gran parte de la investigación feminista
es reflexiva. La reflexividad tiene una
larga historia en las ciencias sociales en
general. La capacidad del ser humano
para reflexionar sobre su propia situación
ha servido de base para separar las
ciencias sociales de las naturales. Los
seres humanos, a diferencia de los objetos
inanimados, tienen culturas e identidades,
y voliciones y, por lo tanto, no pueden ser
estudiados de la misma manera que los
objetos inanimados.
El sujeto conocedor está ubicado en una
variedad de estructuras sociales
jerárquicas, tales como raza, clase y
género, y el conocimiento del mundo
comienza con el yo socialmente situado,
no con un mundo que puede ser
independiente del investigador. El
conocimiento del mundo social comienza,
por lo tanto, no con el mundo sino con
uno mismo (Jackson, 2011: 157-60).
Uno de los objetivos del conocimiento
reflexivo es la emancipación: por lo tanto,
una de las medidas del éxito de las
feministas en esta tradición sería que sus
reivindicaciones de conocimiento
contribuyan de alguna manera a
transformar las condiciones sociales,
como las jerarquías de género,
que ellos destacan. Por estas razones, los
enfoques feministas tienen diferentes
orientaciones epistemológicas y Una pregunta con la que las feministas a
metodológicas que las IR convencionales.
En lugar de buscar hipótesis
comprobables, explicaciones causales
para el comportamiento del estado o el
desarrollo de programas de investigación
progresistas lakatosianos, muchas
feministas sostienen que el conocimiento
es político y debe reflejar la relación entre
el conocedor y lo conocido. Estas
académicas sostienen que la diferencia
entre las feministas y otras investigadoras
de Relaciones Internacionales es que las
feministas son explícitas sobre los
compromisos políticos de su beca
(Brown, 1988; Tickner, 2001). Estos
compromisos políticos incluyen la
emancipación de género, la
transformación de relaciones de poder
desiguales y la comprensión del mundo
desde la perspectiva de los márgenes
políticos (véase Whitworth, 1994;
Tickner, 2001).
Varios estudiosos feministas han sugerido
que la crítica feminista de las fronteras
epistemológicas disciplinarias debe ir
acompañada de una reformulación
conceptual y metodológica (Steans, 1998;
Sjoberg, 2006a; Tickner, 2005). Estos
eruditos piensan en teorizar como un
verbo más que como un sustantivo;
teorizar es algo que la gente hace a
medida que resuelve problemas prácticos
de la vida diaria (Zalewski, 1996: 346-7).
Mientras que diferentes feministas
investigan temas diferentes y lo hacen
usando métodos diferentes, "lo que hace a
la erudición... feminista es la cuestión de
la investigación y la metodología teórica
y no la herramienta o método particular
utilizado" (Ackerly, Stern, y True, 2006:
5).
Revisión de las preguntas de IR
menudo comienzan su investigación es,
"¿dónde están las mujeres?" Para
Preguntar esto es cuestionar si hemos
dado por sentado qué actividades en el
ámbito internacional se consideran
importantes para entender las RI.
Reconociendo que necesitamos buscar en
lugares no convencionales, normalmente
no considerados dentro de los límites de
las RI, para responder a esta pregunta,
Cynthia Enloe ha preguntado si los roles
de las mujeres, como secretarias,
oficinistas, empleadas domésticas y
esposas de diplomáticos, son relevantes
para el negocio de la política
internacional (Enloe, 1989: 8; ver
también Enloe, 2000). Las feministas han
buscado a las mujeres, no sólo en los
pasillos del poder estatal y en temas
relacionados con la "alta política", sino
también en los movimientos sociales
(Nápoles, 2009), las políticas de
migración, las negociaciones de paz
(Confortini, 2009), las políticas
ambientales (Sapra, 2009; Detraz, 2009),
la tecnología de la información, los temas
de salud global y las organizaciones
terroristas (Alison, 2009; Sylvester y
Parashar, 2009; Sjoberg, 2009a; Sjoberg y
Gentry, 2007), por nombrar algunas.
Localizar a las mujeres en estos diversos
lugares incluye colocarlas dentro de
estructuras de género. Típicamente, las
preguntas de la investigación feminista
tienen que ver con la investigación de
cómo el sistema internacional y la
economía global contribuyen a la
subordinación de las mujeres y otros
grupos subyugados. Esto puede implicar
repensar conceptos tradicionales como la
seguridad; investigar cómo las estructuras
y procesos globales limitan la seguridad y
las oportunidades económicas de las
mujeres requiere preguntarse qué
diferencia hace el género en nuestra
comprensión y prácticas de los RI. ¿Qué
tipo de evidencia podría promover la
afirmación de que las prácticas de la
política internacional son de género? ¿A
través de qué mecanismos se perpetúan
los tipos de poder necesarios para
mantener las estructuras desiguales de
género? ¿Hace alguna diferencia en el
comportamiento de los estados el que sus
políticas exteriores y de seguridad sean a
menudo legitimadas a través de
apelaciones a varios tipos de
masculinidad hegemónica? Estas son
preguntas empíricas que sólo pueden ser
respondidas con referencia a instancias
históricas concretas, teniendo en cuenta
que las mujeres están ubicadas de manera
diferente en términos de raza, clase y
nacionalidad. Dirigirse a ellos puede
permitir a los estudiosos ver que lo que
tan a menudo se da por sentado en la
forma en que se organiza el mundo es, de
hecho, la legitimación de ciertos arreglos
sociales que contribuyen a la
subordinación de la mujer y de otros
grupos desfavorecidos.
Cuestionar la forma en que hemos llegado
a entender el mundo, así como las formas
de poder necesarias para sostener las
formas dominantes de interpretación,
exige metodologías muy diferentes de las
que se utilizan generalmente en los IR
convencionales. Con el fin de responder
al tipo de preguntas esbozadas
anteriormente, la investigación feminista
mira hacia arriba y hacia abajo; mirar
hacia arriba permite investigar cómo se
crean, sostienen y legitiman las
estructuras de poder político y
económico, así como las formas
dominantes de conocimiento. Mirar hacia
abajo implica investigaciones basadas en
la vida de aquellos que normalmente no
son considerados como portadores de
conocimiento; este tipo de investigación
puede implicar buscar en lugares extraños
a las personas y a los datos o "por debajo
de la baja política" (Sylvester, 1996: 264).
Investigar la legitimación del poder
estructural y recuperar las experiencias de
las personas subyugadas exige métodos
más típicos de la historia, la antropología
y la sociología que de la ciencia política.
Dados estos tipos de preguntas y
objetivos de investigación, las
perspectivas feministas sobre la seguridad
y la economía global van a ser muy
diferentes de los estudios convencionales
sobre seguridad nacional y economía
política internacional (IPE).
SEGURIDAD DE GÉNERO
Al cuestionar el papel de los estados
como proveedores de seguridad
adecuados, muchas feministas han
adoptado un enfoque multidimensional y
multinivel de la seguridad. El
compromiso de las feministas con el
objetivo emancipador de acabar con la
subordinación de las mujeres es
consistente con una definición amplia de
seguridad que toma como punto de
partida al individuo, situado en
estructuras sociales más amplias. Las
feministas buscan entender cómo la
seguridad de individuos y grupos se ve
comprometida por la violencia, tanto
física como estructural, a todos los
niveles. Adoptando el género como una
categoría de análisis, las feministas
investigan cómo las estructuras sociales
desiguales impactan negativamente la
seguridad de individuos y grupos.
Afirmando que el comportamiento de los
Estados en la búsqueda de seguridad se
describe en términos de género, las
feministas han señalado la masculinidad
del discurso estratégico y cómo esto
puede afectar la comprensión de la
seguridad y las prescripciones para ella.
Las feministas han examinado la
valorización de la guerra a través de su
identificación con un tipo heroico de
masculinidad que depende de una noción
feminizada y devaluada de la paz
considerada inalcanzable y poco realista.
Adoptando un enfoque de abajo hacia
arriba y analizando el impacto de la
guerra a nivel microeconómico, la
erudición feminista ha estado
particularmente preocupada por lo que
sucede durante las guerras, especialmente
su impacto sobre las mujeres y los civiles
en general. Las feministas buscan
entender la interrelación entre todas las
formas de violencia y la medida en que
las relaciones sociales injustas,
incluyendo las jerarquías de género,
contribuyen a la inseguridad ampliamente
definida.
Al repensar la naturaleza de la seguridad,
las feministas han analizado conceptos y
teorías tradicionales y han "demostrado el
sesgo de género en los conceptos
centrales de la seguridad, como el Estado,
la violencia, la guerra, la paz e incluso la
propia seguridad, instando a una
redefinición a la luz de ese sesgo"
(Sjoberg, 2009b: 892, citando a Tickner,
2001; Peterson, 1992; Pettman, 1996).
Las académicas feministas también han
introducido nuevas percepciones
empíricas y teóricas en el campo
mediante el análisis de los diversos
papeles de la mujer y el género en los
conflictos y en los procesos de resolución
de conflictos.
La investigación feminista en el área de
la seguridad ha abordado temas como la
integración de la perspectiva de género, el
mantenimiento de la paz, el movimiento
de personas, la inmunidad de los no
combatientes, el terrorismo, la violencia
de las mujeres, la seguridad humana, la
seguridad ambiental, el genocidio, la
justicia transicional y la resolución de
conflictos, la defensa de la paz, los
militares y el militarismo, y la teoría y la
práctica de la seguridad de manera más
general.6 En la siguiente sección,
discutiremos brevemente dos de estos
temas de investigación: el desafío que las
feministas plantean al mito de la
protección y el carácter de género de la
guerra y la paz.
Desafiando el mito de la protección
Desafiando el mito de que las guerras se
libran para proteger a las mujeres, los
niños y otros, estereotipados como
"vulnerables", las feministas señalan el
alto nivel de víctimas civiles en las
guerras contemporáneas. A pesar del mito
generalizado de que las guerras son
libradas, en su mayoría por hombres, para
proteger a las personas "vulnerables", una
categoría a la que generalmente se
asignan las mujeres y los niños, las
mujeres y los niños constituyen una
proporción significativa de las víctimas
de las guerras recientes. Durante el siglo
XX se produjo un fuerte aumento de la
proporción de víctimas civiles de la
guerra -de alrededor del 10% a principios
de siglo al 90% a mediados de los años
noventa (Naciones Unidas, 1995: 45)-
una cifra que no ha cambiado mucho
desde entonces. Las mujeres y los niños
constituyen alrededor del 80% del total de
la población refugiada, una población
cuyo número aumentó de 3 millones a 27
millones entre 1970 y 1994,
principalmente debido a conflictos
militares, particularmente conflictos
étnicos (Naciones Unidas, 1995:14).
Cuando las mujeres son obligadas a entrar
en los campos de refugiados, su
vulnerabilidad aumenta. La distribución
de los recursos en los campamentos se
lleva a cabo en consulta con los dirigentes
masculinos, de modo que las mujeres
suelen quedar excluidas del proceso de
distribución. Estos procesos con
prejuicios de género se basan en la
suposición liberal de que los hombres
refugiados son a la vez los únicos
asalariados de las familias y los actores de
la esfera pública (Baines, 1999: 249).
Las feministas han observado que el
principio de inmunidad civil de género es
a menudo evocado como una parte clave
de la estructura moral utilizada para
legitimar la guerra. Como explica Iris
Young (2003: 2), "el papel del protector
masculino coloca a los protegidos,
paradigmáticamente mujeres y niños, en
una posición subordinada de disciplina y
obediencia". Al mismo tiempo, la
"protección" que se da a estas mujeres
civiles (percibidas) se asume en las
definiciones de la creación y la lucha de
las guerras, y a menudo no se garantiza en
la práctica (Sjoberg, 2006b).
Como han observado muchas feministas,
muchas de las formas en que la
protección es insuficiente en la práctica
son de género. Por ejemplo, las feministas
nos llaman la atención sobre los temas de
la violación en la guerra. Se estima que
entre 20.000 y 35.000 mujeres fueron
violadas durante la guerra en Bosnia y
Herzegovina (Pettman, 1996: 101). Hay
alrededor de 200.000 sobrevivientes de
violación en Ruanda después del
genocidio, y se desconoce cuántas
víctimas de violación murieron en el
conflicto.
(Newbury y Baldwin, 2000: 4). Se han
documentado violaciones sistemáticas en
conflictos recientes en Darfur, Chechenia,
Sierra Leona, Kosovo y Timor Oriental.
En estos y otros conflictos, la violación
no es sólo un accidente de guerra, sino
que a menudo es una estrategia militar
sistemática y un arma de guerra (véase
Card, 1996).
Cynthia Enloe ha descrito las estructuras
sociales existentes alrededor de la
mayoría de las bases del ejército donde
las mujeres son secuestradas y vendidas
para la prostitución; este sistema de
relaciones sexuales militarizadas ha
requerido la formulación explícita de
políticas estadounidenses (Enloe, 1993:
19-20). Katherine Moon es un ejemplo
del papel de las relaciones sexuales en la
formulación de políticas de seguridad. En
su estudio sobre la prostitución alrededor
de las bases militares estadounidenses en
Corea del Sur en la década de 1970,
Moon ha demostrado que estas relaciones
entre personas eran en realidad cuestiones
de seguridad a nivel internacional. La
limpieza de los campos de prostitución
por parte del gobierno surcoreano a través
de la vigilancia de la salud sexual y la
conducta laboral de las prostitutas fue
parte de su intento de evitar la retirada de
las tropas estadounidenses que había
comenzado bajo la Doctrina Nixon de
1969.
Así, la prostitución militar interactuaba
con la política de seguridad de Corea del
Norte al más alto nivel político. Cruzando
los niveles de análisis, Moon demuestra
cómo la debilidad del Estado coreano, en
términos de influir en el gobierno de
EE.UU., resultó en un control sexista
autoritario a nivel nacional. En otras
palabras, la seguridad nacional se traduce
en inseguridad social 160). Las historias
de Moon ubican a las mujeres en lugares
que normalmente no se consideran
relevantes para los RI y vinculan sus
experiencias con procesos y estructuras
más amplios y cruciales para la seguridad
nacional.
La investigación feminista ha demostrado
que el mito de la protección no sólo es
problemático en su capacidad de narrativa
justificativa de la guerra o en el hecho de
que los beligerantes no ofrezcan
realmente protección a las mujeres
mientras hacen y luchan en las guerras.
También ha demostrado que las mujeres
no deben ser vistas sólo como víctimas,
sino también como agentes.
Por ejemplo, durante las guerras, las
responsabilidades de las mujeres a
menudo aumentan. Las mujeres tienen
más control sobre sus hogares, tienen más
probabilidades de trabajar fuera del hogar
y a veces participan en conflictos
militares. En situaciones de conflicto, las
mujeres a menudo adquieren nuevos
papeles y un mayor grado de
independencia que, con frecuencia, deben
abandonar cuando termina la guerra.
Algunos de los nuevos roles que
adquieren las mujeres durante la guerra y
los conflictos son los de soldado,
insurgente, terrorista o criminal de guerra
-participantes en la violencia. A veces, las
mujeres no son los civiles que necesitan
protección, sino los militantes de los que
deberían protegerse los civiles o los
soldados a los que se considera
responsables de la protección de los
civiles (véase Parashar, 2009; Lobasz,
2008). Sin embargo, estas mujeres no
participan en organizaciones militares ni
en grupos insurgentes que repentinamente
han perdido su concepción de género de
la estrategia, la seguridad y la vida
política (Enloe, 1993). En cambio, las
mujeres son incluidas en grupos de lucha
que mantienen sus prejuicios hacia las
características de comportamiento y los
estándares asociados con la masculinidad
(Enloe, 2000). Cuando las mujeres
rompen con la comprensión tradicional de
su paz, el público tiende a cuestionar
tanto si las "mujeres" son capaces de
decidir si son capaces de cometer actos de
violencia como si las "mujeres" violentas
son realmente mujeres (Sjoberg y Gentry,
2007). Los estudios feministas sobre la
complejidad de los roles de las mujeres en
la guerra y los impactos de la guerra en
las mujeres ayudan a iluminar la
interdependencia conceptual y práctica de
los conceptos de guerra y género. La
revelación de prácticas sociales que
apoyan la guerra, y que son variables en
todas las sociedades, sugiere que la guerra
es una construcción cultural que depende
del mito de género de la protección y no
de la inevitabilidad. Las pruebas sobre las
mujeres en situaciones de conflicto tensan
gravemente el mito de la protección; sin
embargo, tales mitos han sido importantes
para mantener la legitimidad de la guerra
y la imposibilidad de la paz. Un análisis
más profundo de estas construcciones de
género puede ayudarnos a comprender no
sólo algunas de las causas de la guerra,
sino también cómo se han legitimado
ciertas formas de pensar sobre la
seguridad a expensas de otras, tanto en la
disciplina de las RI como en la práctica
política.
La naturaleza de género de la guerra y
la paz
Las feministas argumentan que el género
puede vincular la erudición sobre el
significado, las causas y las
consecuencias de la guerra que enfatiza
diferentes factores causales, diferentes
niveles de análisis y diferentes épocas de
la historia, mostrando la continuidad del
género como una variable, una fuerza
constitutiva y una categoría analítica. La
asociación entre masculinidad y guerra ha
sido fundamental en las investigaciones
feministas.
En su crítica de género de la disciplina,
las feministas de IR han examinado las
historias en las que el realismo y el
neorrealismo basan sus explicaciones y
prescripciones sobre el comportamiento
de seguridad nacional de los estados. Han
argumentado que estas explicaciones se
basan en interpretaciones masculinas de
cómo funcionan los individuos en la
sociedad. Si las nociones realistas de
cómo funciona la guerra se derivan del
estado natural hobbesiano, las feministas
(por ejemplo, Grant, 1991) han
argumentado que si la vida continuara en
el estado natural durante más de una
generación, la "guerra de todo hombre
contra todo hombre" tendría que dejar
espacio no sólo para las mujeres, sino
también para el parto y la crianza de los
hijos.
La ausencia conceptual y empírica de las
mujeres en las historias fundamentales de
los análisis de guerra de los RI crea una
fuente de sesgo de género que se extiende
a la teoría de los RI (Grant, 1991: 9-17).
Por ejemplo, las feministas han
argumentado que el hecho de que las
políticas de seguridad nacional de los
estados se legitimen a menudo apelando a
características masculinas, como el poder
y la autoayuda, significa que ciertos tipos
de conductas de política exterior -que se
mantienen firmes en lugar de debilitarse-
se consideran más legítimas que otras
(Tickner, 2001; Cohn, 1993).
Aunque rara vez se niega la virilidad de la
guerra, los militares deben trabajar duro
para convertir a los hombres en soldados
a través del entrenamiento misógino que
se considera necesario para enseñar a los
hombres a luchar (véase Goldstein, 2001).
Es importante destacar que tal
entrenamiento depende de la denigración
de cualquier cosa que pueda ser
considerada femenina; actuar como un
soldado no es ser "femenino".
"La"hombría militar", o un tipo de
masculinidad heroica que se remonta a
los antiguos griegos, atrae reclutas y
mantiene la autoestima en instituciones
donde la sumisión y la obediencia son la
norma (Segal, 1987: 187; Enloe, 2007;
Eichler, 2006).
No es sólo en la cuestión de quién está
luchando en una guerra que las feministas
encuentran el género de la guerra; las
feministas ven muchos componentes de la
guerra, tanto conceptual como en la
práctica, como de género. Las
definiciones de la guerra como acción del
Estado omiten muchas cuestiones que
conciernen a las mujeres y a otros
miembros feminizados del Estado.
(Sylvester, 2002: 116). Las feministas
llaman la atención sobre el sufrimiento
que el análisis de seguridad normalmente
ignora, incluyendo los impactos de la
guerra en la vida de las mujeres y los
hombres. Mientras que las
interpretaciones convencionales de la
seguridad la ven como una suma cero, la
erudición feminista sobre la seguridad
argumenta que hay otros caminos hacia la
seguridad además del uso competitivo de
la fuerza. Como resultado, ven una
relación entre el tipo de violencia
tradicionalmente entendida como guerra y
condiciones de trabajo inseguras,
desempleo, deuda externa, violencia
estructural, violencia étnica, pobreza y
violencia familiar (Tickner, 2001).
Si bien las mujeres han sido excluidas en
gran medida de los ejércitos del mundo,
han estado bien representadas en una
variedad de movimientos de paz.
Los grupos de paz integrados
exclusivamente por mujeres han recurrido
con frecuencia a imágenes maternalistas
para transmitir su mensaje (El-Bushra,
2007). Basándose en características
femeninas como el cuidado y la conexión,
muchas mujeres en estos movimientos se
ven a sí mismas como diferentes de los
hombres (Cockburn, 2007; Hunt y Posa,
2001).
Estos movimientos han ido desde la
protesta contra la confrontación nuclear
entre las grandes potencias durante la
Guerra Fría hasta la organización contra
las actividades represivas de los Estados
sobre sus propias poblaciones.
Movimientos como la Huelga de Mujeres
por la Paz (Swerdlow, 1990), el
Campamento de Mujeres por la Paz en
Greenham Common (Kirk, 1989), Madres
de Plaza de Mayo (Hernández, 2002), el
Comité de Madres de Soldados en Rusia
(Gerber y Mendelson, 2008) y Otra
Madre por la Paz en Estados Unidos
(Gibbons, 2007) han recurrido
explícitamente a la imaginería materna o
feminista para elaborar sus estrategias. La
investigadora feminista Betty Reardon ha
defendido la necesidad de valores
"femeninos" que ella considera
moralmente superiores en un mundo
nuclear (Reardon, 1985). Basándose en la
teoría de las relaciones entre objetos
psicoanalíticos e influenciada por el
trabajo de Carol Gilligan (1982), Sara
Ruddick ha defendido la afinidad de una
política de paz con el pensamiento
materno. Aunque Ruddick tiene cuidado
de no decir que las mujeres son más
pacíficas que los hombres, sí afirma que
existe una contradicción entre la
maternidad y la guerra (Ruddick, 1989:
chs. 4 y 5).
Aunque estas imágenes maternas a
menudo han sido bastante exitosas para
motivar los movimientos de paz de las
mujeres, han hecho que muchas
feministas, incluyendo muchas feministas
de IR, se sientan incómodas. La
asociación de los hombres con la guerra y
las mujeres con la paz refuerza las
jerarquías de género y las falsas
dicotomías que contribuyen a la
devaluación tanto de las mujeres como de
la paz; esto permite que los hombres
permanezcan en el control y continúen
dominando la agenda de la política
mundial, mientras que las voces de las
mujeres a menudo son vistas como
inauténticas en asuntos de formulación de
políticas exteriores.
La asociación esencialista de las mujeres
con la paz ha llevado a excluir a las
mujeres de la política (véase Fukuyama,
1998), a negarles el protagonismo en la
violencia política (Sjoberg y Gentry,
2007), a restringir las herramientas
disponibles para los movimientos de
mujeres y a cuestionar la capacidad de las
mujeres para servir como líderes políticas
(Sjoberg, 2009c; Bennis, 1999).
La investigación feminista sobre la paz ha
tendido a alejarse de una posición
esencialista que asume el potencial de la
paz de las mujeres, para estudiar las
formas en que las características
tradicionalmente asociadas con la
feminidad pueden ser utilizadas (tanto por
mujeres como por hombres), para reducir
los conflictos en la política global. Los
estudios han encontrado que aunque las
características asociadas con la
masculinidad son valoradas en la arena
política, las características asociadas con
la feminidad pueden ser opciones útiles
para aquellos interesados en disminuir o
terminar conflictos (particularmente
intransigentes) (McEvoy, 2009; Hudson,
2009). Las feministas también han
analizado las formas en que los
movimientos de mujeres por la paz han
utilizado valores tradicionalmente
asociados con la feminidad para obtener
influencia política (Confortini, 2009;
Yablon, 2009).
Estudios feministas sobre la paz, la
construcción de la paz,
y el mantenimiento de la paz han
considerado la inclusión de las mujeres en
los procesos de paz (Hudson, 2009;
Youngs, 2008; McEvoy, 2009), la
aplicación de la Resolución 1325 del
Consejo de Seguridad de las Naciones
Unidas sobre la mujer, la paz y la
seguridad (Basu, 2009; Cohn, Kinsella y
Gibbings, 2004), la Liga Internacional de
Mujeres por la Paz y la Libertad
(Confortini, 2009), los movimientos de
mujeres por la paz, la cuestión del
carácter de género de los efectos
persistentes de los conflictos después de
la paz (Walsh, 2009), el género en la
justicia de transición (Campbell, 2007;
Bell y O'Rourke, 2007) y las dimensiones
de género de la reconstrucción después de
los conflictos (MacKenzie, 2009). Las
percepciones de estas feministas sobre la
amplia naturaleza de la guerra y las
dificultades particularmente de género
con el concepto de paz han llevado a las
feministas a repensar y reteorizar el
significado de la seguridad.
Redefiniciones feministas de la
seguridad
Las feministas sospechan de las
ontologías estatistas que definen la
seguridad en términos de suma cero
asociados con distinciones binarias entre
anarquía y orden. Muchas feministas
definen ampliamente la seguridad en
términos multidimensionales y
multiniveles - como la disminución de
todas las formas de violencia, incluyendo
la violencia física, estructural y ecológica
(Peterson y Runyan, 1999; Pettman,
1996; Sharoni, 1993; Tickner, 1992).
Dado que las mujeres han sido marginales
en las estructuras de poder de la mayoría
de los Estados, y dado que las
perspectivas feministas sobre la seguridad
toman la seguridad humana como su
preocupación central, la mayoría de estas
definiciones comienzan, en el fondo, con
el individuo o la comunidad y no con el
Estado o el sistema internacional. Según
Christine Sylvester (1994: 183), la
seguridad es esquiva y parcial e implica
lucha y contención; es un proceso más
que un ideal en el que las mujeres deben
actuar como agentes en la provisión de su
propia seguridad. Es importante enfatizar
que las mujeres deben estar (y están)
involucradas en proveer su propia
seguridad; como se discutió
anteriormente, las nociones de seguridad
que dependen de la protección refuerzan
las jerarquías de género que, a su vez,
disminuyen la seguridad real de las
mujeres (y de ciertos hombres).
Aunque las feministas abordan la
seguridad desde diferentes perspectivas,
se puede considerar que la erudición
feminista sobre la seguridad tiene una
serie de principios comunes (Sjoberg,
2009b). En primer lugar, las feministas
tienen un amplio conocimiento tanto de lo
que se considera una cuestión de
seguridad como de a quién debe aplicarse
el concepto de seguridad. En segundo
lugar, las feministas comparten la
comprensión de la naturaleza de género
de los valores que se valoran en el ámbito
de la seguridad internacional. En tercer
lugar, los académicos feministas
consideran que el género desempeña un
papel amplio y diverso en la teoría y la
práctica de la seguridad internacional,
como una variable causal y un factor
constitutivo en la creación y la
perpetuación de la seguridad
internacional.
Finalmente, las feministas argumentan
que la omisión del género en la
investigación convencional sobre
seguridad internacional no significa que
este trabajo sea neutral en cuanto al
género; significa que está descuidando las
dinámicas de género existentes.
Empezando por el nivel micro y
escuchando las experiencias de las
mujeres, las feministas basan su
comprensión de la seguridad en el
conocimiento situado en lugar de en el
conocimiento descontextualizado
universal. Hablando de las experiencias
de los que están al margen de la seguridad
nacional, las feministas son sensibles a las
diversas formas en que se construyen las
jerarquías sociales de manera variable.
Luchar por la seguridad implica exponer
estas diferentes jerarquías sociales,
comprender cómo se construyen y son
construidas por el orden internacional, y
trabajar para desnaturalizarlas y
desmantelarlas. Las jerarquías de género
y otras jerarquías sociales tienen efectos,
no sólo en las cuestiones de seguridad
nacional, sino también en el
funcionamiento de la economía mundial y
en la distribución desigual de las
recompensas económicas que también
afectan a la seguridad individual, en
particular la seguridad de quienes se
encuentran al margen de la política
mundial.
EL GÉNERO EN EL MUNDO
ECONOMÍA POLÍTICA
Si bien es obvio que existen enormes
diferencias en el estatus socioeconómico
de las mujeres según su raza, clase,
nacionalidad y ubicación geográfica, las
mujeres comparten ciertos puntos en
común, ya que se encuentran
desproporcionadamente ubicadas en la
parte inferior de la escala socioeconómica
de todas las sociedades. Aunque las cifras
varían de un estado a otro, en promedio,
las mujeres ganan tres cuartas partes de
los ingresos de los hombres a pesar de
que trabajan más horas, muchas de las
cuales se gastan en tareas reproductivas y
de cuidado no remuneradas. De los 1.300
millones de personas que se estima que
hoy en día se encuentran en situación de
pobreza, el 70% son mujeres: el número
de mujeres rurales que viven en la
pobreza absoluta aumentó en casi un 50%
desde mediados del decenio de 1970
y hasta mediados del decenio de 1990
(UNIFEM, 2009).
Las perspectivas feministas sobre la
economía política internacional (EIP)
están investigando hasta qué punto estas
inquietantes cifras son atribuibles a los
efectos de género de las recientes
tendencias de la economía mundial. Las
mujeres que trabajan en el sector
asalariado son, por lo general, las más
mal pagadas, y constituyen un número
desproporcionado de las que trabajan en
el sector informal o en la agricultura de
subsistencia, áreas de la economía que a
menudo son ignoradas por el análisis
económico convencional (Beneria, 2003).
Las mujeres no han sido dejadas fuera de
la reestructuración global; están
participando mientras permanecen
invisibles (Marchand, 1996a: 585). Las
feministas están investigando las razones
de esta invisibilidad que existe, no sólo en
la propia economía global, sino también
en el campo que la estudia.7 El silencio
sobre el género ocurre porque es invisible
en los conceptos utilizados para el
análisis, las preguntas que se hacen y la
preferencia por los niveles de análisis
estatales típicos de la EIP convencional
(Marchand, 1996b: 257). En lugar de
tratar de comprender en qué condiciones
es más o menos probable la cooperación
económica entre los Estados, las
feministas están tratando de explicar las
causas de las diversas inseguridades
económicas de las mujeres y otros grupos
marginados e investigando las
condiciones bajo las cuales podrían ser
aliviadas. En lugar de tomar al estado
como un hecho, las feministas buscan
entender cómo las políticas y estructuras
del estado en sus interacciones con la
economía global tienen efectos
diferenciales sobre los individuos; hacer
visibles las relaciones de poder basadas
en el género puede ayudarnos a entender
cómo las mujeres y los hombres pueden
ser recompensados de manera
diferenciada a medida que el estado
persigue los beneficios de la economía
global.
Las feministas han examinado cómo las
estructuras jerárquicas de clase, raza y
género se cruzan e intersectan con las
fronteras nacionales, así como los efectos
interactivos de estas jerarquías en el
funcionamiento de la economía global
(Krause, 1996; Peterson, 1996). A
menudo comenzando a nivel local, han
investigado cuestiones como la
importación de empleados domésticos en
el extranjero y las actividades de los
trabajadores a domicilio, la mayoría de
los cuales son mujeres, en el contexto de
las estructuras locales, nacionales y
mundiales (Chin, 1998; Prugl, 1999).
Para ello, se basan en el análisis
sociológico y no en metodologías
racionalistas basadas en la
microeconomía. La erudición feminista
en economía política ha trazado la
naturaleza de género del desarrollo, ha
analizado la división global del trabajo en
función del género y ha intentado
reformular la comprensión de la
globalización basada en los principios de
la teoría feminista.
Desarrollo con enfoque de género
Las cuestiones relacionadas con el género
en el desarrollo comenzaron a ser
reconocidas en el mundo de las políticas
internacionales en la década de 1970.
Bajo la presión de las ONG de mujeres, y
con el objetivo de centrar la atención en la
situación de la mujer, tanto dentro de las
Naciones Unidas como en sus Estados
miembros, la Asamblea General de las
Naciones Unidas declaró 1975 como Año
Internacional de la Mujer, el año que
marcó el inicio del Decenio de las
Naciones Unidas para la Mujer (Pietila,
2007: 38). Durante el Decenio se
celebraron tres Conferencias de las
Naciones Unidas sobre la Mujer (en 1975,
1980 y 1985). Con el fin de obtener una
mejor imagen de la desigualdad y la
discriminación contra la mujer, las
Naciones Unidas pidieron a los gobiernos
que proporcionaran datos desglosados por
sexo (Pietila, 2007: 43). Las
organizaciones internacionales
comenzaron a elaborar proyectos para
integrar mejor a las mujeres en el proceso
de desarrollo. Inicialmente, los temas de
género aparecieron en la agenda política
bajo la etiqueta "Mujeres en el
Desarrollo", o WID. WID clasificó los
proyectos de desarrollo bajo tres
enfoques: el enfoque de bienestar, que fue
diseñado para ayudar a las mujeres en su
papel de madres y amas de casa; el
enfoque antipobreza, que apuntaba a
reducir la pobreza de las mujeres
centrándose en las necesidades básicas; y
el enfoque de eficiencia, que buscaba
integrar más plenamente a las mujeres en
la economía como trabajadoras (Tickner,
2001: 90). El enfoque de las feministas en
la eficiencia fue una opción estratégica
para persuadir a quienes buscaban
perseguir objetivos de desarrollo
"normales" de que incluir a las mujeres y
las cuestiones de la mujer aumentaría la
probabilidad de que estos objetivos se
cumplieran. Si bien esta estrategia dio
lugar a que se destinara una cantidad
considerable de recursos para el
desarrollo de la mujer, los argumentos en
favor de la igualdad entre los géneros
eran secundarios y dependían del éxito de
los objetivos de desarrollo más generales.
El marco de la WID estaba asociado con
el feminismo liberal; afirmaba que la
desigualdad de género podía atribuirse en
gran medida a la exclusión de las mujeres
de los procesos de desarrollo y de la
economía de mercado. En otras palabras,
el "problema" fue visto como una
participación insuficiente de las mujeres
en un proceso de desarrollo benigno y
neutro desde el punto de vista del género.
Los críticos del enfoque de la Mujer y el
Desarrollo se mostraron preocupados por
la importancia del papel instrumental de
la mujer; también argumentaron que el
proceso de desarrollo en sí no era neutral
desde el punto de vista del género.
Bajo el peso de estas críticas, las
estrategias de WID, a finales de los años
setenta y ochenta, dieron paso a
estrategias denominadas "Género y
Desarrollo" (GAD). Surgida de las ideas
feministas socialistas de los años setenta,
la GAD se desarrolló a partir de críticas a
la teoría del desarrollo liberal dominante
y a su ramificación feminista WID
(Waylen, 2006: 155). Los enfoques de la
GAD se centraron tanto en las mujeres
como en los hombres y en la forma en
que deben modificarse las relaciones de
género jerárquicamente estructuradas
entre ellos si se quiere empoderar a las
mujeres (Tickner, 2001: 90). Los
enfoques GAD buscaron considerar el
género en todos los niveles del análisis
del desarrollo. Algunos de los objetivos
que los académicos y profesionales de la
GAD articularon incluyeron el
reconocimiento de la igualdad de género
y el empoderamiento de la mujer como
derechos humanos, el énfasis en la
participación de la mujer en la
gobernabilidad democrática, la reducción
de la pobreza de la mujer tanto en general
como en relación con la del hombre, la
creación de entornos seguros en los que
las mujeres pudieran vivir y trabajar y la
prestación de una atención de la salud
razonable y específica para cada una de
sus necesidades. En lugar de adaptar a las
mujeres a las estructuras existentes, el
logro de estos objetivos requería
encontrar formas de reducir las
estructuras jerárquicas de género que los
académicos de la GAD consideraban
responsables de las privaciones relativas
de las mujeres.
A partir de la década de 1980, las
perspectivas feministas sobre el
desarrollo también enfatizaron la
importancia del conocimiento que emana
del Sur Global. Basándose en las críticas
posmodernas de la modernización,
algunos estudiosos cuestionaron la
representación del Sur como atrasado y
necesitado de salvación del Norte
desarrollado. Esto, según ellos, reforzó la
autoridad de las agencias de desarrollo del
Norte y proporcionó la base para las
políticas de desarrollo diseñadas para
incorporar al Sur en un mundo dominado
por el Norte (Parpart, 1995: 222).
Una importante crítica feminista de los
modelos de desarrollo occidentales
también ha tenido lugar dentro de DAWN
(Development Alternatives with Women
for a New Era). Fundada en 1984,
DAWN es una red que vincula a
investigadoras feministas del Sur para
proporcionar directrices de acción
basadas en la investigación y el análisis
que surgen de las experiencias de las
mujeres del Sur. Las feministas del Sur
reconocen que las mujeres del Sur
enfrentan múltiples subordinaciones
basadas en el sexo, la raza y la clase; para
aliviar estas subordinaciones, DAWN ha
promovido la autosuficiencia y el
empoderamiento de las mujeres (Tickner,
2001: 92).
La mayoría de las feministas preocupadas
por el desarrollo ven un arma de doble
filo: la pobreza que afecta
desproporcionadamente a las mujeres
exacerba la desigualdad, y la desigualdad
de género inhibe el desarrollo. Por lo
tanto, han afirmado que ignorar el género
tiene un gran costo, no sólo para las
mujeres, sino también para los hombres y
para el proyecto de desarrollo en general.
En 1997, en respuesta a esta
preocupación, el Consejo Económico y
Social de las Naciones Unidas
(ECOSOC) articuló su Conclusión
Acordada sobre la Incorporación de la
Perspectiva de Género, una estrategia
para "hacer que las preocupaciones y
experiencias tanto de las mujeres como de
los hombres sean una dimensión integral
del diseño, la implementación, el
monitoreo y la evaluación de todas las
políticas y programas[de las Naciones
Unidas]" (Pietila, 2007: 89). Si bien, en
muchos aspectos, la incorporación de la
perspectiva de género ha sido deficiente
en su aplicación, todos los organismos de
las Naciones Unidas están obligados, al
menos en teoría, a actuar en el marco de
su mandato. En consonancia con los
objetivos de incorporación de la
perspectiva de género y las estrategias de
la División de Género y Desarrollo, los
ejemplos de políticas destinadas a
empoderar a la mujer han incluido los
préstamos de microcrédito para mujeres,
la inversión en la educación de las niñas,
la concentración en las necesidades
económicas que antes se entendía como
basadas en el hogar o en la esfera privada,
y el retitulado de tierras a nombre de las
mujeres y de sus maridos.
A pesar de los ejemplos de progreso,
muchas feministas han señalado que
existen numerosas dificultades para
aplicar políticas sensibles al género. Si
bien los efectos de la pobreza sobre las
mujeres son claros, los efectos de las
estrategias de desarrollo sobre las mujeres
(estén o no directamente destinadas a
ayudarlas) están plagados de
contradicciones. La ayuda suele corregir
los problemas de pobreza de las mujeres,
pero también complica las relaciones
domésticas, choca con las costumbres y
leyes locales y perturba el equilibrio de
poder de la familia. La noción que
avanzaba,
el capitalismo industrial al estilo
occidental es el objetivo apropiado de la
economía del desarrollo, y que las
sociedades"desarrolladas" deberían
parecer que los Estados Unidos o Europa
Occidental no están bien sentadas con una
serie de feministas postcoloniales, que
expresan su preocupación por el hecho de
que las personas que se"desarrollan"
contra su voluntad, o hacia objetivos con
los que no están de acuerdo, perpetúan y
reflejan la subordinación de género
(Marchand y Parpart, 1995).
Una división del trabajo globalizada y
con perspectiva de género
Al tratar de explicar la representación
desproporcionada de las mujeres en la
parte inferior de la escala socioeconómica
de todas las sociedades, las feministas han
llamado la atención sobre una división del
trabajo basada en el género que tuvo su
origen en la Europa del siglo XVII,
cuando las definiciones de hombre y
mujer se polarizaron de manera que se
adaptaban a la creciente división entre
trabajo y hogar que exigía el capitalismo
temprano (Beneria, 2003). La noción de
"ama de casa" comenzó a situar el trabajo
de la mujer en la esfera doméstica privada
frente al mundo público del mercado
habitado por el hombre económico
racional (Peterson, 2009; Beneria, 2007).
Los conceptos de género, como "sostén
de la familia" y "ama de casa" han sido
fundamentales para las definiciones
occidentales modernas de masculinidad,
feminidad y capitalismo, y se han
evocado en diversas ocasiones para
apoyar los intereses del Estado y de la
economía (mayo de 1988; Fraser, 2008).
Aunque muchas mujeres trabajan fuera
del hogar, la asociación de mujeres con
roles de género, como ama de casa,
cuidadora y madre, se ha
institucionalizado e incluso naturalizado,
disminuyendo así la seguridad económica
y la autonomía de las mujeres (Pande,
2007; Bergeron, 2009).
Mientras que las feministas
postcoloniales han advertido contra la
imposición de categorías occidentales a
las mujeres en el Sur (Mohanty, 2003),
las formas occidentales de patriarcado se
extendieron a gran parte del resto del
mundo a través del imperialismo, donde
el comportamiento "civilizado" a menudo
se equiparaba con el comportamiento de
los hombres y mujeres occidentales,
particularmente el comportamiento
basado en roles de género apropiados
(Connell y Messerschmidt, 2005).
Cuando las mujeres ingresan a la fuerza
laboral, están desproporcionadamente
representadas en las profesiones de
cuidado o en las industrias
manufactureras "ligeras", en las
vocaciones u ocupaciones que se eligen,
no sólo sobre la base de la racionalidad
del mercado y la maximización de los
beneficios, como supone la teoría
económica liberal, sino también debido a
los valores y las expectativas que a
menudo se ponen de relieve en la
socialización femenina (Browne y Braun,
2008). Las expectativas sobre los roles
apropiados para las mujeres ayudan a
explicar por qué las mujeres están
desproporcionadamente representadas en
las profesiones de cuidado, como la
educación, la enfermería y el trabajo
social. Cynthia Enloe ha afirmado que
una economía global "moderna" requiere
ideas tradicionales sobre la mujer, ideas
que dependen de ciertas construcciones
sociales de lo que se entiende por
feminidad y masculinidad (Enloe, 1989:
174; véase también Elias, 2008).
Sin embargo, a pesar de estos supuestos
sobre los roles de género apropiados, que
caracterizan a las mujeres como
asalariadas suplementarias, las
estimaciones sugieren que entre un tercio
y la mitad de todos los hogares están
encabezados por mujeres,
aproximadamente la mitad de las cuales
están en el Sur, un hecho que a menudo
se ve oscurecido por las expectativas de
los roles basadas en la noción de hombre
como sostén de la familia (Moghadam,
2003).
Las feministas socialistas han hecho
especial hincapié en cómo las ideologías
y estructuras de género, así como las
fuerzas del mercado, conducen a salarios
bajos y dobles cargas. En las zonas
francas industriales (ZFI) de Asia, África
y América Latina en la década de 1980,
más del 70% de la fuerza laboral era
femenina (Enloe, 1989: 162; Runyan,
1996: 240). Algunas feministas afirman
que las mujeres proporcionan una mano
de obra óptima para el capitalismo
contemporáneo porque, puesto que se las
define como amas de casa y no como
trabajadoras, se les puede pagar salarios
más bajos suponiendo que sus salarios
son suplementarios a los ingresos de su
familia. La mano de obra barata de las
mujeres se remonta a la primera
Revolución Industrial en Gran Bretaña y
es particularmente predominante en los
textiles y la electrónica y en lo que se
denomina industrias "ligeras" (Burnette,
2008). Las empresas favorecen la
contratación de mujeres jóvenes solteras
que puedan alcanzar un alto nivel de
productividad con un salario más bajo;
estas mujeres son despedidas con
frecuencia si se casan o quedan
embarazadas. Debido a las expectativas
asociadas con los roles tradicionales de
género, existe la creencia de que las
mujeres poseen "dedos ágiles", tienen
paciencia para los trabajos tediosos y
cosen "naturalmente"; por lo tanto, este
tipo de trabajo no es visto como
especializado y es remunerado en
consecuencia.
Además, la actividad política no va de la
mano con la respetabilidad femenina; los
empleadores contratan a las mujeres bajo
el supuesto de que éstas proporcionarán
una mano de obra "dócil" que
probablemente no se organizará para
obtener mejores condiciones.
Incluso en los casos en que las mujeres se
benefician del ingreso a la fuerza laboral,
siguen sufriendo en todas las sociedades
la imposición de una carga doble o
incluso triple. Además de su trabajo
remunerado, las mujeres siguen
asumiendo la mayor parte de la
responsabilidad del trabajo doméstico y
del trabajo comunitario no remunerado,
que se considera una extensión del papel
doméstico de la mujer. A menudo pasa
desapercibido que estas tareas
reproductivas pueden limitar las
oportunidades de trabajo remunerado de
las mujeres. La estrecha definición de
trabajo como trabajo en la economía
asalariada tiende a hacer invisibles
muchas de las contribuciones que las
mujeres hacen a la economía mundial.
La mayoría de las feministas creen que
las mujeres siguen estando en desventaja
en relación con los hombres debido a esta
división global del trabajo que las relega
desproporcionadamente a tareas
domésticas y de subsistencia no
remuneradas o a trabajos mal
remunerados, roles que responden a
nuevas demandas de trabajo flexible, pero
que en realidad están subsidiando el
capitalismo global.
Si bien estos papeles cambian en
respuesta a la competencia internacional y
a las necesidades de los Estados que
tratan de competir frente a las fuerzas de
la globalización económica, no
necesariamente están contribuyendo a la
seguridad económica de las personas, en
particular de las mujeres. Las feministas
están particularmente interesadas en la
dinámica local/global. Utilizando un
análisis que parte del nivel local, han
examinado hasta qué punto las fuerzas
económicas globales penetran hasta el
hogar y cómo las actividades en el ámbito
local sostienen y apoyan el capitalismo
global, a menudo a expensas de aquellos
que se encuentran en los márgenes.
Sospechando de los argumentos
universales sobre la racionalización
económica, las feministas afirman que los
efectos negativos de la división del
trabajo en función del género sobre las
mujeres no pueden entenderse sin un
análisis de las complejas relaciones
sociales en las que están arraigadas las
vidas de todos los individuos; muchas
feministas creen que la subordinación de
las mujeres no se debe únicamente a las
fuerzas impersonales del mercado, sino a
los procesos que resultan de las
decisiones políticas, económicas y
sociales conscientes, decisiones que a
menudo se basan en suposiciones sobre el
género.
Las feministas que escriben sobre la
economía global contemporánea afirman,
por lo tanto, que sólo cuando estos
procesos son revelados y entendidos a
través de formas de conocimiento que
provienen, no de aquellos que están en el
centro del sistema, sino de las vidas y
experiencias de aquellos que están en los
márgenes, se puede avanzar hacia la
reducción sustancial de estos límites de
desigualdad e inseguridad basados en el
género.
Reinterpretaciones feministas de la
globalización
La erudición feminista ha hecho una serie
de observaciones críticas y empíricas que
contribuyen a reformular la comprensión
convencional de la globalización. Las
feministas han ofrecido una imagen
alternativa de la globalización que
describen como "reestructuración global",
un proceso que está rompiendo
(parcialmente) un viejo orden e
intentando construir uno nuevo
(Marchand y Runyan, 2000). Marchand y
Runyan sugieren que es necesario
considerar los aspectos culturales e
ideológicos de la globalización, así como
los económicos. Creen que la RI
feminista está en una posición ideal para
cerrar la brecha entre lo materialista y lo
ideacional, produciendo así un análisis
más inclusivo de la globalización.
Sin embargo, la adición de factores
culturales y materiales no es suficiente;
también es imperativo demostrar que el
género es fundamentalmente constitutivo
de los procesos de globalización
(Marchand y Runyan citados en Waylen,
2006: 157).
Varias académicas feministas han
utilizado estas observaciones de la
globalización basadas en el género como
base para nuevas teorías sobre la
economía política. Proponiendo marcos
más amplios que incluyen tanto factores
conceptuales como materiales y que
abarcan esferas distintas a las que
típicamente se describen como
"productivas", Peterson (2003) ha
dividido la economía política global en
economías productivas, virtuales y
reproductivas que están intrínsecamente
interrelacionadas. En los términos de
Peterson, la economía "productiva" es lo
que normalmente pensamos que es la
globalización: las interacciones
corporativas, la producción de bienes y
servicios para el intercambio de mercados
y el comercio internacional. La
"economía virtual" -mercados financieros
y ciberespacio- "está constituida por el
intercambio de símbolos: en primer lugar,
el dinero .... pero también la
información... y los "signos" (Peterson,
2003: 113).
La "economía reproductiva" es el lugar
donde "se genera la vida humana, se
mantiene la vida cotidiana y se produce la
socialización" (Peterson, 2003: 79).
Como nos dice Peterson, aunque estas
tres economías son analíticamente
distinguibles, deben entenderse no sólo
como superpuestas sino también como
mutuamente constitutivas y siempre
dinámicas (Peterson, 2002: 5). Como
explica Angela McCracken, "tomadas en
conjunto, las tres caras de la globalización
capturan más profundidad y amplitud que
un enfoque exclusivamente económico,
social o cultural" (McCracken, 2011).
En relación con la economía reproductiva,
Isabella Bakker y Stephen Gill (2003: 5-
7) se centran en las formas en que la
economía reproductiva -la "reproducción
biológica, la reproducción de la fuerza de
trabajo y las prácticas sociales se
conectan con el cuidado, la socialización
y la satisfacción de las necesidades
humanas"- influye en la política mundial.
Específicamente, Bakker y Gill estudian
la gobernanza de la economía
reproductiva, las crisis y contradicciones
en la reproducción social y económica, y
la relación entre la inseguridad humana y
la economía política global, concluyendo
que es imposible entender la economía
global sin verla como una economía del
trabajo reproductivo.
Las feministas también han argumentado
que, además de descuidar a las mujeres en
general, la economía política
convencional ha subestimado las
diferencias entre las mujeres y la agencia
de la mujer en la globalización
(McCracken, 2011; Gibson-Graham,
2006; Bergeron, 2001).
Se han realizado varios análisis de la
organización económica de las mujeres en
el lugar de trabajo, así como estudios de
la organización de las mujeres pobres a
nivel comunitario frente a las dificultades
económicas resultantes de los Procesos de
Ajuste Estructural (PAE) (Waylen, 2006:
161). Facilitada por el desarrollo de
nuevas tecnologías, la organización de las
mujeres tiene lugar cada vez más a nivel
internacional. Grupos como Women's
Eyes on the Bank han ejercido presión
sobre organizaciones internacionales
como el Banco Mundial y las
conferencias de la ONU sobre la mujer,
discutidas anteriormente, y han actuado
como un motivador importante para la
organización transnacional a nivel
mundial (Waylen, 2006: 161).
Estas reinterpretaciones de la economía
política mundial han llevado a las
académicas feministas a buscar en lugares
no convencionales conocimientos sobre la
economía mundial, incluidos, entre otros,
los hogares individuales, las corrientes de
migración y trata de personas y el
comercio sexual (Pettman, 1996; Beeks y
Amir, 2006). Las feministas han
combinado análisis ascendentes (por
ejemplo, Bakker y Gill, 2003) con teorías
estructurales (por ejemplo, Peterson,
2003) para argumentar que el análisis de
género e incluso intersectorial es crucial
para obtener una comprensión adecuada
de la economía y la política de la
globalización.
LOS MUCHOS FEMINISMOS EN IR Y
LOS RETOS DE LA INVESTIGACIÓN DE
CARA AL FUTURO
Hasta este punto, este capítulo ha hablado
de las direcciones generales del programa
de investigación feminista en IR,
señalando sus divergencias pero
centrándose en sus puntos en común. Este
tratamiento no ha sido incidental, sino
intencional, siguiendo el entendimiento
de John Hoffman (2001: 9) de que los
feminismos divergentes en las relaciones
internacionales no son mejor vistos como
en tensión o en conflicto, sino como un
"concepto de impulso" - diferentes
corrientes del mismo río que fluyen en la
misma dirección, buscando terminar con
la jerarquía de género en la disciplina de
las relaciones internacionales y en la
política global en general. Esta sección,
aunque mantiene ese espíritu, discute
algunas de las áreas de divergencia entre
los teóricos feministas de las RI y los
desafíos de la investigación en el futuro.
Como mencionamos al principio de este
capítulo, no hay un solo "feminismo" sino
muchos "feminismos" en IR. En lugar de
ser una alternativa paradigmática a
muchos de los otros "ismos" de los RI que
aparecen en este manual, los feminismos
cruzan esas divisiones. Así como hay
realismos, liberalismos, constructivismos,
teorías críticas, postestructuralismos,
postcolonialismos, y
postmodernismos en las relaciones
internacionales, hay críticas feministas,
reformulaciones, reinterpretaciones y
compromisos de y con cada uno de estos
enfoques. Mientras que la dirección
general del trabajo feminista es crítica con
la subordinación de género, estos muchos
feminismos diferentes hacen esa crítica de
maneras muy diferentes, lo que a veces
produce tensiones entre las propias teorías
feministas. Por ejemplo, los feministas
liberales a menudo buscan corregir la
subordinación de género a través del
activismo o la legislación sobre los
derechos de la mujer, y a menudo buscan
definiciones occidentales y liberales de
las necesidades de la mujer para lograr
esos objetivos (por ejemplo, Caprioli y
Boyer, 2001; Inglehart y Norris, 2003).
Las feministas postcoloniales (por
ejemplo, Chowdhry y Nair, 2002)
sostienen que ésta no es sólo una forma
estrecha y problemática de entender la
subordinación de género, sino que en
última instancia es una forma de violencia
contra las mujeres fuera de Occidente, a
las que a menudo se les imponen valores
occidentales sin diálogo ni discusión.
Los feminismos constructivistas,
posestructuralistas y críticos a menudo
son conscientes de la falta de
representatividad de las nociones
dicotómicas de género y de las diferencias
entre sexo y género (por ejemplo, Steans,
1998; Shepherd, 2008; Sylvester, 2002).
Por lo tanto, a menudo critican el uso
frecuente de la palabra "género" por parte
de las feministas liberales para referirse al
"sexo", y la representación dicotómica de
hombres y mujeres (por ejemplo, Hudson
et al., 2009). Hay debates entre feministas
postestructuralistas y constructivistas
sobre la naturaleza del género; por
ejemplo, ¿es una construcción social, una
performance, discursiva, "real" o socio
biológica? Si bien creemos (y esperamos)
que las RI feministas se dirigen en la
dirección de tomar en cuenta las
complejidades de los sexos, los géneros y
sus partes constituyentes, seguimos
preocupados por el hecho de que la
corriente principal de las disciplinas
continuará seleccionando nociones de
género teóricamente problemáticas y
empíricamente inexactas.
Sin embargo, la cuestión de qué "son" los
feminismos y cómo estudiar el género
seguirá siendo un reto de investigación
para las feministas.
IR a medida que se desarrolla en los
próximos años. En relación con esto, la
RI feminista se enfrenta al desafío de la
investigación de, si, y cómo
comprometerse con la disciplina de la RI.
Las feministas de las IR generalmente
han buscado contribuir al campo
(generalmente ciego al género) de las IR.
Sin embargo, recientemente, las
feministas han comenzado a preguntarse
qué tan cómoda (o incómoda) es la RI
como hogar para la investigación
feminista sobre la política global.
Las feministas han señalado que las IR a
menudo excluyen e interpretan
erróneamente el trabajo feminista (ver
Tickner y Sjoberg, 2011) y con
demasiada frecuencia, las afirmaciones de
neutralidad de género enmascaran
supuestos masculinistas profundamente
arraigados" (Tickner, 1997: 614). Los
estudiosos feministas de las Relaciones
Internacionales no sólo se basan en las
ciencias políticas/IR, sino también en la
antropología, la sociología, la geografía,
la biología, la filosofía y la historia (véase
Tickner, 2005). Mientras que la RI
feminista es cada vez más internacional,
ese internacionalismo no es el sistema a
nivel macro-político "internacional"
familiar a la RI, sino un globalismo "de
abajo hacia arriba" tan interesado en los
márgenes de la política global como en
sus lugares de poder. Hacer que la
política global tenga sentido feminista
(Enloe, 2010) a menudo implica hacer
preguntas muy diferentes de las que
normalmente hacen los RI, y responderlas
con metodologías muy diferentes a las
que se utilizan normalmente en los RI.
Esto a menudo lleva a que los RI ignoren,
marginen o malinterpreten el trabajo
feminista. Algunas feministas (por
ejemplo, Zaleski, 2007) se preguntan cada
vez más si comprometerse con los RI
(especialmente en sus términos) frena la
investigación feminista, mientras que
otras siguen comprometidas con la
afirmación de que no se puede pensar en
los RI sin pensar en el género y sin
reconocer el potencial transformador de
los RI feministas para la disciplina
(Tickner y Sjoberg, 2011).
Incluso dejando de lado las diferencias
entre
feminismos y la incómoda relación de la
RI feminista con la RI como disciplina,
persisten una serie de desafíos de
investigación para el trabajo feminista
que mira hacia adelante. Discutiremos
brevemente dos: donde los hombres y la
masculinidad encajan en el análisis
feminista y el pensamiento sobre la
interseccionalidad, la erudición feminista
ha pensado durante mucho tiempo sobre
el papel de las masculinidades en la
política global (ver Zalewski y Parpart,
1998; Hooper, 2001), señalando que una
masculinidad hegemónica-típica ideal en
cualquier contexto sociopolítico dado a
menudo establece la norma a la que deben
aspirar todos los hombres (y las mujeres,
que por definición se quedarán cortas), y
que da forma a las jerarquías de género
que se esconden debajo de ella. Sin
embargo, algunos de los que estudian las
masculinidades (por ejemplo, Jones,
2009) insisten en observar lo que les
sucede a los hombres, ignorando el
contexto de la jerarquía de género en la
política global en general. Otros
(inadvertidamente o no) usan "feminidad"
como sinónimo de "bien" y
"masculinidad" como sinónimo de
maldad (ver discusión en Sjoberg y
Gentry, 2007), tergiversando y
simplificando excesivamente los
complejos análisis feministas de la
subordinación de género, y sus impactos
en hombres y mujeres por igual. En el
mejor de los casos, los feministas están
atentos a las vulnerabilidades y
variaciones de las masculinidades
(Eichler, 2011), a las complejas
relaciones entre las masculinidades y las
feminidades dentro de las jerarquías de
género y entre ellas (Zalewski y Parpart,
2008), y a las formas en que las personas
se ven afectadas por las jerarquías de
género (y son cómplices con ellas) en la
política mundial.
Aunque gran parte del trabajo feminista
de las Relaciones Internacionales está
siguiendo estas direcciones interesantes e
importantes, es probable que continúe el
desafío de no recurrir a interpretaciones
reduccionistas de las masculinidades (o
de los géneros en general).
Otro reto de investigación para las IR
feministas es pensar en, y a través de, la
interseccionalidad. 8 Aunque algunos
trabajos feministas son hostiles a la
diversidad entre mujeres/feministas, otras
feministas consideraron que las
Relaciones Internacionales feministas
eran interseccionales desde el principio;
miraban la política global desde los
márgenes (Tickner, 1988) o identificaban
la desigualdad social dondequiera que se
encontrara (Brown, 1988). Aún así, se ha
acusado a las feministas de "privilegiar el
género" por encima de las dinámicas y
contextos raciales, de clase, religiosos,
culturales y temporales en la política
global (Mohanty, 2003; Chowdhry y
Nair, 2002).
La investigación feminista (por ejemplo,
Peterson y Runyan, 2010: 45) ha señalado
que los marcadores de identidad de
género, raza y clase interactúan, en lugar
de ser "simplemente aditivos, meramente
descriptivos, o política y socialmente
neutrales". De manera similar, aunque las
jerarquías de género han sido una
característica constante de las
organizaciones sociales y políticas a lo
largo de la historia, las masculinidades y
feminidades particulares dentro de esas
jerarquías, y las relaciones entre ellas,
varían de una cultura a otra y cambian
con el tiempo. Las feministas han
comenzado, cada vez más, a leer, pensar,
investigar y escribir de manera
intersectorial
A través de lentes de género.
De esta manera, las feministas han podido
leer la "feminización" en la política global
sobre la base de la raza, la cultura, la
nacionalidad y/o la religión, subordinando
personas, entidades políticas o ideas
asociándolas con valores percibidos como
femeninos (Peterson, 2010). Entender
cómo el género se relaciona con otros ejes
de jerarquía y discriminación a través de
los niveles de análisis en la política global
en un escenario internacional cada vez
más complejo y diverso será otro desafío
para la investigación feminista de las
Relaciones Internacionales en el futuro.
CONCLUSIÓN
Hay muchos feminismos en la RI, con un
número de diferentes preocupaciones
ontológicas y epistemológicas, y se
enfrentan a una serie de desafíos a medida
que la RI feminista continúa
desarrollándose como un programa de
investigación. Utilizando ejemplos de
investigación feminista en las áreas de
seguridad e IPE, hemos demostrado que
las feministas de IR están reformulando
las preguntas que se plantean y las están
respondiendo de diferentes maneras.
También están motivados por
preocupaciones normativas diferentes a
las de los investigadores tradicionales de
IR. Por estas razones, su trabajo a
menudo parece desconectado de una
disciplina, basada en la ciencia política y
las metodologías racionalistas, que puede
parecer un terreno inhóspito para el
análisis de género. Las perspectivas
feministas difieren tanto de las IR
convencionales como de gran parte de las
IR críticas en el sentido de que consideran
el género como una categoría central de
análisis. A medida que pasan de revelar y
criticar los fundamentos de género de la
disciplina a establecer sus propios
programas de investigación, las
feministas de las IR están utilizando
herramientas como el análisis del discurso
y la etnografía, más típicas de la historia,
la sociología y la antropología que de la
ciencia política. A menudo, su
investigación comienza a nivel local y se
basa en las experiencias de la vida
cotidiana de las personas. Trabajar dentro
de una ontología de relaciones sociales y
hacer conexiones entre lo local y lo
internacional implica metodologías que
no son típicas de los RI tal como se
definen convencionalmente.
Las académicas feministas han
argumentado que, de esta manera, la
teorización feminista de la IR es
necesariamente una transformación de la
disciplina y del mundo; cualquier otra
cosa muestra "una lectura limitada de la
IR feminista y la contribución del
feminismo a la IR" (Steans, 2003: 437).
Marysia Zalewski (2007: 302) ha
identificado al feminismo como una
fuerza desestabilizadora para las RI.
Sarah Brown (1988: 472) explica que esto
se debe a que la IR feminista busca
desarrollar una comprensión que amenaza
la división del conocimiento que
actualmente define la disciplina. La
implicación de esta afirmación es que, si
las IR feministas fueran aceptadas como
transformadoras para las IR, la disciplina
necesitaría reexaminar sus supuestos
ontológicos, epistemológicos y contribuyan a la construcción de un
metodológicos fundamentales para los
genderings ocultos y deconstruir la
dinámica de poder entre sus campos
teóricos. Otros sostienen que el
feminismo no debería lamentar su
incapacidad para transformar las RI,
porque su trabajo debería estar dirigido a
entender la política global independiente
de y en torno a las RI como una disciplina
(Zalewski, 2007: 207-8; Squires y
Weldes, 2007).
A pesar de estas considerables diferencias
de opinión, seguimos creyendo que es
importante que las feministas de
Relaciones Internacionales permanezcan
conectadas a la disciplina,
particularmente en un momento en que,
como dijimos en la introducción, hay una
creciente preocupación por los temas de
género en el mundo de la política global,
Aunque no acepten el potencial
transformador de la erudición feminista
para el campo, las feministas de
Relaciones Internacionales proveen a las
eruditas de Relaciones Internacionales
una lente a través de la cual pueden ver
los nuevos temas de nuevas maneras, así
como también reconsiderar cómo vemos
los temas tradicionales.
Escuchar las voces de los marginados ha
permitido a las feministas descubrir
mundos diferentes y comenzar a construir
el tipo de conocimiento práctico necesario
para construir una política global más
democrática. Avanzar hacia una política
global construida sobre cimientos en los
que el género ya no es un sistema de
opresión es una meta a la que puede
contribuir dicho conocimiento. El
cuestionamiento crítico de los supuestos
fundacionales de los RI y el
planteamiento de los tipos de cuestiones
que se discuten en este capítulo son
cruciales si se quiere que los RI
mundo más pacífico y justo, objetivos que
han motivado la disciplina desde su
fundación.