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LA VIDA Y LA MUERTE:

MITO Y PULSION

Ensayo de Laura Bensasson

Cuernavaca, Morelos a 1 de Febrero de 1997

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“ENTRE LA MUERTE Y EL VIVIR

SIENTO UNA BATALLA ESQUIVA

LA MUERTE QUIERE QUE YO VIVA

LA VIDA QUIERE MORIR”

preso en Lecumberri

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Paul Westheim se sorprende de la “familiaridad” con la muerte manifestada

por las antiguas culturas mesoamericanas, y presente aún en los rituales que le

conciernen. El autor explica esta “inquietante actitud”, incomprensible para las

culturas occidentales, por una concepción trágica de la existencia, en virtud de la

cual el temor a la muerte es superado por la angustia ante el dolor y la incertidumbre

que la vida acarrea; y para abundar, menciona como la hora del parto era llamada

“la hora de la muerte”, y al recién nacido se le decía “prisionero de la vida”.

Las culturas prehispánicas concebían el mundo y sus fenómenos como una

complementariedad y alternancia de elementos, como el día y la noche, la luz y las

tinieblas y, naturalmente, la vida y la muerte: ambas formaban parte de un ciclo

constante, de una unidad indisoluble en la que la muerte era germen de vida, así

como la vegetación brota de la tierra a partir de la muerte de la semilla en cuanto


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tal; es por ello que Eduardo Matos Moctezuma nos habla de “un culto a la vida a

través de la muerte”, e interpreta los rituales sangrientos como una retribución a los

dioses, cuya muerte o sacrificio permitió que la vida surgiera. Recordemos al

respecto el mito antropogénico que relata como Quetzalcoatl baja al Mictlán, el


mundo de los muertos, y saca los huesos de los antepasados para formar una nueva

humanidad, restituyéndolos a la vida con su propia sangre.


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La dualidad vida-muerte está representada por infinidad de mascarillas, la

mitad de las cuales muestra un rostro sonriente, y la otra, la mueca de una calavera;

pero el ejemplo más impactante lo constituye quizás la imagen de Coatlicue, la

diosa de la tierra y de la vida, adornada de calaveras y con una calavera por rostro.

Citaremos también la lámina 73 del códice Borgia, en la que vemos unidos

Mictlantecuhtli y Ehecatl-Quetzalcoatl -los dioses de la muerte y de la vida-, así

como las imágenes de parejas que, tomadas de la mano, comparten con la boca un

cuchillo de pedernal, símbolo también de vida y de muerte, pues se le usaba tanto

en los sacrificios como para encender el fuego.

Matos recalca el hecho de que en el México precolombino lo que determinaba

el destino de los difuntos no era su vida, sino su muerte: el sol, para los guerreros

muertos en batalla y las mujeres que morían de parto, Tlalocan para los ahogados

y los que padecían enfermedades relacionadas con el agua; en cuanto a los más

pequeños, serían amamantados por un árbol nodriza en Chihihuacuauhco, hasta

una nueva encarnación. Pero el destino de las mayorías era el Mictlán, para llegar

al cual debían enfrentarse a un largo viaje, una especie de nostálgico retorno al

seno materno, durante el cual recorrían a la inversa los nueve meses de gestación,

simbolizados por los nueve niveles del inframundo. La existencia proseguía así bajo

otras circunstancias, lo cual explica las numerosas ofrendas que acompañan los

restos humanos, y que incluyen alimentos y objetos de uso personal y simbólicos.

Otro elemento sugerente citado por este autor, es la simbología relativa a las

cuevas, lugares frecuentes de culto, sobre las cuales se llegaron a construir


verdaderos templos. La cueva simboliza el inframundo, pero es también el lugar

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donde están guardados los gérmenes que brotarán, de manera que representa el

origen y el destino final, la vida y la muerte.

Pero volviendo al mundo occidental, ¿ es que realmente el amor a la vida y el

temor a la muerte se encuentran en una oposición irreconciliable ? Sigmund Freud,

padre del psicoanálisis, niega la existencia de una verdadera angustia ante la

muerte, y la considera como una manifestación disfrazada de la angustia de

castración, que marca la asunción de la identidad sexual, despues de las paulatinas

separaciones del cuerpo de la madre, necesarias para el proceso de individuación

del infante: el alumbramiento, el destete, y la deambulación. Tales separaciones

implican una reducción del yo , y la angustia que las acompaña se reactiva en las

separaciones ulteriores, de manera que, paradójicamente, la muerte suscita la

ilusión de la completud.

Afirma SigmundFreud que tanto el sueño como el mito son manifestaciones

del inconsciente, cuyo discurso se caracteriza por la condensación de elementos y

la coexistencia de los opuestos, contrariamente al lenguaje de la conciencia,

dominada por el pensamiento lógico y por la antítesis; es por ello que recurre

frecuentemente al mito para explicar los fenómenos de la psique.

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En “Un recuerdo infantil de Leonardo da Vinci” , por ejemplo, describe Freud

una diosa egipcia, bisexual y bipolar a la vez: madre nutricia y mortífera, Mut incluye

en su aspecto los símbolos de la generación (pechos de mujer y pene erguido), y el

rostro de la descomposición: el buitre que se alimenta de cadáveres. A continuación

menciona otras divinidades bisexuales, entre las cuales sobresalen las del culto de
Dionisos, relacionadas con los ritos de fertilidad y de la reencarnación del alma.

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La dualidad masculino-femenino está en estrecha relación con la dualidad

vida-muerte, y en efecto, la muerte empieza en la mitología griega con la creación

de la humanidad sexuada, simbolizado por la separación-castración infringida como

castigo al andrógino, ser doble y hasta entonces inmortal, dotado en compensación

de órganos de la generación, para que pudiera concebir y prolongar su vida en los

hijos.

Freud recurre nuevamente al mito al desarrollar su segunda teoría de las

pulsiones:. Entendemos por “pulsión” “la representación psíquica de los estímulos

procedentes del interior del cuerpo, que impulsa a la acción”, en busca de


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satisfacción. La primera teoría de las pulsiones , de tipo biologista, opone las

pulsiones sexuales (de conservación de la especie) a las de autoconservación del

Yo , entendido éste como ser social. Posteriormente, la conceptualización sobre la

libido y la agresión en relación con los estados depresivos conducirá a Freud a

formular una segunda teoría de las pulsiones, que llamará Eros y Tánatos: la vida y
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la muerte . Eros incluye los elementos de la primera antítesis y mantiene la cohesión

y la conservación de todo lo existente; Tánatos promueve en cambio la destrucción

y la disolución de las conexiones, devolviendo lo viviente a la inorganicidad. Estas

dos fuerzas se mantienen en un equilibrio relativo mientras duran los procesos

vitales, pero finalmente, no hay que olvidar que “la meta de toda vida es la muerte”.

Por lo tanto, Freud afirma que la pulsión de muerte ejerce una atracción constante

hacia la no-vida, que sólo puede ser contrarrestada por el deseo: Eros. Es por ello
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que en “El tema de la elección del cofrecillo” , Freud explica como en los relatos en

los que un hombre debe elegir entre tres mujeres, que simbolizan las tres

modalidades de relación con la figura femenina (la madre, la amante y la muerte),


la más codiciada es siempre la muerte, que toma sin embargo los atributos del amor,

la bondad y la belleza, trasformando la fatalidad en realización de deseo.


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Pero si el temor, como dice Freud, es la manifestación en negativo de un deseo

inconsciente, podríamos quizás concluir que la nostalgia de la muerte en el ser

humano es en su esencia universal y permanente, y sólo cambian sus

manifestaciones a través de la historia y la cultura.

BIBLIOGRAFÍA

Freud, S., “El tema de la elección del cofrecillo” OBRAS COMPLETAS, T2, Editorial
Biblioteca Nueva, Madrid 1973.
Freud, S., “Los instintos y sus destinos” OBRAS COMPLETAS, T2, Editorial Biblioteca
Nueva, Madrid 1973.
Freud, S., “Más allá del principio del placer” OBRAS COMPLETAS, T3, Editorial
Biblioteca Nueva, Madrid 1973.
Freud, S., “Un recuerdo infantil de Leonardo da Vinci”, OBRAS COMPLETAS, T2,
Editorial Biblioteca Nueva, Madrid 1973.
Matos Moctezuma, E., MUERTE A FILO DE OBSIDIANA, SEP México 1991.
Westheim, Paul, LA CALAVERA, FCE-SEP, México 1985.

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