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Algunas observaciones sobre la infancia. ¿Una categoría problemática?

Noemí Allidière
La infancia: ¿Una categoría psicosociológica problemática?
Resumen: La tesis que se sostiene en este trabajo es que la infancia como categoría psicosociológica está deslizándose, en las últimas
décadas, hacia un vacío de sentidos. Se rastrean, en primer lugar, las modalidades de crianza privilegiadas (sacrificio ritual, infanticidio,
abandono concreto del niño y abandono por delegación de su atención en una nodriza) en los diferentes períodos históricos. Se
señala que el “uso” sexual con el niño coexistió siempre con estas formas de crianza. Se ubica luego, el surgimiento de la idea de niño
como ser diferenciado del adulto y con necesidades específicas a partir del desarrollo de la familia moderna hacia el siglo XVIII. Se cita
el aporte del psicoanálisis al reconocer la sexualidad infantil y la importancia fundamental de los vínculos tempranos en la
estructuración del psiquismo. Se considera, luego, la situación de la infancia en la actualidad, observándose que, tanto por el extremo
de la pobreza como por el extremo del bienestar económico, está perturbada la función social y familiar de sostenimiento (material
y/o afectivo) de la infancia. Se concluye que históricamente existió un predominio de las modalidades vinculares de descarga de la
agresión del adulto sobre el niño y que, en la actualidad (aunque haya un reconocimiento de la importancia de los primeros años)
subsiste dicho estilo vincular (“proyección” agresiva) junto con la tendencia a la inversión del vínculo con el niño (modalidad que se
describe como paradigmática del posmodernismo). Se señala que en esta modalidad de inversión, el niño pasa a sostener
afectivamente al adulto, dando lugar a la emergencia de patologías psicológicas relacionadas con la pseudomadurez y la
sobreadaptación. Se concluye reflexionando acerca del peligro de “extinción” del concepto de infancia en el futuro

LA INFANCIA: ¿Una categoría problemática?


Al indagar sobre el lugar histórico y social que el niño ha ocupado en las diferentes épocas y culturas, los historiadores
dan cuenta acerca de la modernidad del concepto de infancia. En las sociedades antiguas y medievales el niño carecía de
un status propio, siendo sólo considerado en tanto posesión de un adulto; como objeto del que se podía disponer sin
miramientos. A lo largo de los siglos, si bien se alcanza a reconocer en diferentes períodos históricos el predominio de
estilos de crianza diferenciados, la humanidad se ha visto sistemáticamente signada por la vigencia de sistemas de
crianza y prácticas educativas cuyo común denominador ha sido, en primer lugar, la descarga de la agresión del adulto
sobre el niño y, en segundo lugar, la inversión del vínculo adulto-niño, modalidad de relación en la que el niño pasa a
“sostener” emocional y/o materialmente al adulto. Las modalidades de crianza históricamente predominantes.
Intentando un brevísimo recorrido en la descripción de las prácticas de crianza predominantes en los diferentes
períodos históricos, descubrimos, en primer término, los sacrificios rituales de niños destinados al aplacamiento de los
dioses. Estos sacrificios, realizados desde la prehistoria, continuaron posteriormante vigentes entre las prácticas de
numerosos pueblos (egipcios, fenicios, moabitas, mayas, celtas, galos, escandinavos, etc.). Aplacados los dioses, el
sacrificio expiatorio cedió su supremacía al infanticidio como forma habitual de relación con los niños. Bajo el mandato
de la necesidad económica, en sociedades cuyos recursos eran, sin duda, insuficientes, el infanticidio se constituyó en un
método sistemático de regulación demográfica. En la antigüedad, en Grecia y Roma, por ejemplo, culturas que tanta
influencia tuvieron en el desarrollo de la sociedad occidental, el infanticidio fue una práctica común. Mientras que en
Atenas el ciudadano era dueño absoluto de su hijo, en Esparta, la Asamblea de Ancianos se encargaba de resolver acerca
de la “utilidad” de conservar o no la vida del recién nacido. En caso negativo, las laderas del monte Taijeto resultaba el
destino final del niño. En Roma, el asesinato de un niño comenzó a sancionarse como delito en el año 374, pero la
práctica del infanticidio (en particular de los recién nacidos enfermos o malformados) continuó ejerciéndose, siendo
avalada incluso por pensadores y filósofos. Séneca, quién refleja en su obra la moral de la época, dice al respecto: “A los
perros locos les damos un golpe en la cabeza; al buey fiero y salvaje lo sacrificamos; a la oveja enferma la degollamos
para que no contagie al rebaño; matamos a los engendros; ahogamos a los niños que nacen débiles y anormales. Pero
no es la ira, sino la razón la que separa lo malo de los bueno”. La práctica del infanticidio, cuyo origen se pierde en la
prehistoria de la humanidad, persistió todavía en forma abierta, durante el período medieval. No obstante, la tendencia
predominante de la época fue la de su presención en forma disfrazada (bajo la fachada de “accidentes” o “descuidos”).
Lo significativo de estos accidentes es la recurrencia con que acontecían, lo que permite presuponer intenciones de
eliminación del niño. Ya con anterioridad a la Edad Media, en el período romano, el cristianismo primitivo al absorber
sobre el sacrificio de la cruz, parte de la proyección hostil que previamente estaba dirigida hacia los desposeídos, las
mujeres y los niños, había introducido en la historia de la humanidad (y de la infancia) una corriente de aire refrescante.
La palabra evangélica propiciadora de la igualdad entre las personas incluía también a los niños (“Dejad que los niños
vengan a mi”) . Sin embargo, el alivio duró poco, ya que los padres y teólogos de la Iglesia, a partir del siglo III,
abandonan esta filosofía y enfatizan, en cambio, la idea de pecado, culpa y necesidad de expiación como instrumento
privilegiado de dominación de los pueblos. Específicamente en relación a la infancia, el pecado original, la culpa
primigenia o, al decir de San Agustín “el pecado de la infancia”, ocupó un lugar fundamental en la puericultura y
pedagogía de varios siglos y fundamentó además, ideológicamente, la justificción y permisividad del castigo (“la
expiación”) como sistema correctivo (“para su salvación”).. La idea de “culpabilidad moral” del niño generó la necesidad
de educarlo (palabra que etimológicamente significa “enderezar lo que está torcido”. La siguiente práctica que
reemplazó al infanticidio directo o al infanticidio disimulado como forma privilegiada de crianza fue el abandono del
niño. Bajo las opciones de abandono real o de abandono “moral” signó la vida y frecuentemente la muerte de muchas
generaciones de infantes. Si bien, desde el punto de vista psicológico, implicó cierto “adelanto” en relación a las
prácticas del infanticidio directo y los significativos descuidos y “accidentes”, el abandono solía culminar, también, con
harto frecuencia, con la muerte del pequeño. Por un lado, el abandono real y concreto del niño, y en particular de los
bebés de pocos días, se volvió un hecho tan cotidiano que, a partir del siglo XVII y como un intento de paliarlo, se hizo
necesaria la fundación de asilos para huérfanos. El abandono real resultó característico de las familias de las clases más
paupérrimas y era realizado por mujeres en situaciones de riesgo (pobreza, exceso de hijos, enfermedad) o, en las otras
clases sociales, por presiones sociales (soltería, “deshonra”). El abando moral constituyó, en cambio, un fenómeno
sumamente extendido en el tiempo y en los diversos estratos sociales. Según las diferentes fuentes históricas se infiere
que comenzó en el siglo XIII y, a diferencia del abandono real, alcanzó (con excepción de a los hijos de obreras) a todas
las clases sociales. Este abandono moral estuvo asentado en una situación que, con el transcurso del tiempo, se
constituyó en una práctica de crianza habitual de la sociedad medieval, deslizándose luego hacia la modernidad. Esta
práctica consistía en la delegación del cuidado del hijo en otra mujer: la nodriza.
Las primeras nodrizas fueron contratadas sólo por familias ricas. La mujer elegida se mudaba a la casa del niño para
darle su leche (abandonando, en la mayoría de los casos a su propio hijo aún lactante). Con el correr del tiempo la
institución de la nodriza se extiende, primero, a las clases medias (la burguesía) y luego, al resto de la sociedad, pero
adquiriendo además, una característica que terminó siendo paradigmática del abandono moral al que sucumbió la
crianza de los niños durante este período de la historia. Esta característica consistió en que a partir de la costumbre de
delegar la lactancia y el cuidado del niño en un ama de leche, se invierte el desplazamiento geográfico: ahora son los
propios niños los que resultan desplazados, lejos de su familia biológica, a la casa de nodriza, la que frecuentemente vive
en comarcas alejadas y en condiciones socioeconómicas inferiores. La recopilación de historiales de la época da cuenta
de una suerte de “cadenas de crianza” en las que cada madre delegaba en una nodriza, a cambio de un pago, el cuidado
de su hijo; mientras la nodriza elegida delegaba en otra mujer, por un pago algo inferior, a su propio bebé y así
sucesivamente. La escasa diferencia de dinero significaba, en muchos casos, la posibilidad de supervivencia de una
familia. Sin embargo no parece ser el económico el determinante más importante de esta costumbre. Prueba de ésto es
que las familias adineradas fueron las primeras en desembarazarse de sus hijos (o de algunos de ellos) por este método;
y prueba de esto, también, es que las mujeres campesinas y más modernamente las obreras recurrieron menos a este
método de crianza. El dificultoso viaje de los bebés (a veces de sólo pocos días de vida) a comarcas lejanas; la escasa o
nula conexión con sus padres biológicos a partir de ese momento; el hacinamiento (ya que muchas veces, una nodriza se
hacía cargo de varios niños), junto con las epidemias y enfermedades asociadas al nulo desarrollo de la medicina infantil,
hicieron que la mortalidad de los primeros años se mantuviera altísima. Pensamos, a la luz de todas estas razones, que la
institución de la nodriza puede inscribirse también, entre las prácticas del “infanticidio disimulado”. Cuando, y a pesar
de las condiciones de existencia deplorables, los niños lograban sobrevivir, eran buscados por sus padres biológicos,
varios años más tarde, para ser incorporados como mano de obra al trabajo familiar, pasando a constituirse al decir de
Brown en “patrimonios económicos”. Cichercia da un claro ejemplo de reinserción del niño en su familia biológica. En
relación al período 1776-1850 en el Río de la Plata expresa: “El abandono de menores aparece como un mecanismo para
derivar niños de familias pobres hacia otras de mayores recursos que les garantizaran un mejor nivel de vida”; y luego
agrega que la cesión de menores fue una institución tan habitual como el reclamo para recuperarlos cuando la familia
biológica estaba en mejores condiciones o los hijos reclamados podían ser usados como fuente de recursos económicos.
Para Cichercia esta última opción explica el hecho de que por cada varón reclamado había tres niñas, las que
inmediatamente eran ubicadas en el servicio doméstico. Asociada sistemáticamente con las formas de relación entre
adultos y niños anteriormente descriptas, la “familiaridad sexual” con los chicos y púberes se mantuvo a lo largo de los
siglos. Tal costumbre sólo muy tardíamente comenzó a categorizarse como abuso y, por ende, a percibirse entre las
conductas connotadas como prohibidas. Resultado de considerar al niño como un objeto, el “uso” de su cuerpo fue una
actitud habitual y constante a lo largo de toda la historia de la humanidad. Las prácticas sexuales directas (como el
incesto, la violación y la sodomía) y las prácticas incriminatorias y ejemplificadoras (como las mutilaciones genitales:
infibulación, clirectomía, circuncisión y, en ocasiones, castración) signaron la vida de muchos niños desde la antigüedad,
subsistiendo actualmente, de modo alarmante, entre diversos grupos culturales.
Recapitulando entonces: El asesinato ritual, el infanticidio directo o disfrazado de accidente, el abandono real o disimulado a través
de la entrega del niño a una nodriza y el uso sexual del cuerpo del niño fueron históricamente, las principales formas de regulación
familiar y de vinculación entre los padres y sus hijos.
El reconocimiento de la infancia. Es muy lenta y gradualmente que la idea de niño, como alguien diferente del adulto,
como un ser inmaduro, más vulnerable y dependiente, con particularidades evolutivas propias y con necesidades
específicas, va a ir surgiendo en la historia de la humanidad. El concepto de infancia como categoría psicosociológica
reconocida comienza a esbozarse promediando el siglo XVI, pero cobra fuerza recién a mediados del siglo XVIII, cuando
se logra establecer una relación de causalidad entre la posibilidad de supervivencia del niño y los cuidados que se le
prodigan. Este reconocimiento de la infancia está íntimamente ligado a la instauración de la familia moderna; institución
basada, en términos generales, en la idea del amor conyugal; en el reconocimiento discriminado de los roles parentales
y filiales; en la exaltación de un supuesto “instinto materno”; en la instauración del derecho sucesorio como garantía de
transmisión de los bienes personales y en la preocupación por la salud y educación de sus miembros. El pasaje desde la
indiferencia y el desapego afectivo por los niños, al apego afectivo y preocupación por su suerte, más propio de la vida
moderna, se apoyó en otro cambio social significativo: el de la separación de la vida privada de la vida pública. En la
medida en que las relaciones familiares pasaron a desarrollarse en la intimidad y privacidad de la casa, cambió la
relación entre los miembros de la familia y, por ende, entre los padres y los hijos; quedaron excluidas de la crianza de los
niños las personas extrañas al hogar y se inauguró una nueva forma de relación parental que si bien presentó la
ambivalencia afectiva característica de las relaciones humanas, comenzó a modelarse bajo el predominio del amor sobre
la agresión. Posteriormente, hacia fines del siglo XIX, rescatando a la sexualidad de la idea de pecado, Freud reconoce,
describe y jerarquiza la organización sexual infantil y al poner además en evidencia la importancia del vínculo temprano
en la constitución del psiquismo, inaugura un capítulo fundamental en la comprensión de la infancia. Ha nacido
finalmente “su majestad el bebé”.
Las actuales consideraciones hacia el niño. El deslizamiento hacia el vacío de sentidos de la categoría psicosociológica
infancia. Teniendo en cuenta las observaciones precedentes, pasaremos ahora a considerar la tesis central de este
trabajo que puede enunciarse como sigue: Si bien la infancia como categoría psicosociológica, ha sido reconocida desde
hace aproximadamente tres siglos, en las últimas décadas se está deslizando hacia un vaciamiento de sentidos. Este
deslizamiento hacia el vacío semántico, que es resultado de la conjunción de múltiples factores, está enmarcado dentro
de la modalidad dicotómica extrema adoptada, en la actualidad, por la distribución de la riqueza (14) y se está
produciendo, a mi entender, por dos extremos. Por uno de ellos (y de modo harto dramático en los sectores económica
y socialmente marginados) por lo que sintéticamente podemos denominar el “infanticidio de la pobreza”; y por otro,
(aunque de modo mucho más sutil, en los sectores de medianos y altos recursos socioeconómicos), por la dificultad que
se observa, por parte de los adultos de sostener, durante el tiempo necesario, las demandas de dependencia afectiva de
los niños. A pesar de los esfuerzos de los organismos internacionales, de la Declaración de los Derechos del Niño; de la
aprobación de la Convención por los Derechos del Niño y de otros intentos importantes, la infancia, como un período de
la vida particularmente vulnerable, merecedor de protecciones especiales por parte de los adultos y de los Estados, está
siendo dramáticamente ignorada.

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