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Chile posee una larga historia en la minería, siendo la Gran Minería del Cobre el principal
sector económico del país, metal del cual es el mayor productor del mundo. El yacimiento
de la mina San José posee más de 100 años de antigüedad y previo al derrumbe de agosto
de 2010 bajo la actual administración ya había registrado accidentes, por lo cual estuvo
clausurada desde marzo de 2007 hasta su reapertura autorizada por Sernageomin el 30
de mayo de 2008. Los accidentes previos con consecuencias más graves corresponden al
ocurrido el día 3 de julio de 2010, sufrido por el minero Gino Cortés, quien perdió una de
sus piernas tras quedar debajo de un desprendimiento de varias toneladas. Durante el 2006,
en la mina San Antonio (propiedad de los mismos dueños de la mina San José y separada
de ésta por sólo metros), otro minero falleció, y en un accidente similar otro minero perdió
una de sus extremidades.89
Todos sabían que se jugaban la vida en la mina San José. En 2004 murió allí mismo Pedro
González. Y en 2007, Manuel Villagrán. Los sindicalistas forzaron su cierre durante 2008,
pero los dos propietarios de la mina se las ingeniaron para volverla a abrir. El Gobierno
autorizó la reapertura, y el reclamo de los dueños para explotarla fueron los buenos salarios.
La compañía San Esteban pagaba hasta un 20% más que cualquier otra de su tamaño y
sector.
En el yacimiento de San José se podía cobrar el equivalente a unos mil euros, un sueldo que
no está al alcance en Chile de todos los abogados, ni periodistas, ni profesores de
universidad. Pero tal vez el dinero que les daban por un lado se lo estaban quitando por otro
al no instalar, por ejemplo, medidas de seguridad tan sencillas y obligatorias como una
escalera dentro de una vía de escape. Cuando la montaña se les vino abajo, los mineros
intentaron subir por una chimenea. Pero no había escalera alguna dentro de ella.
Si hubiesen muerto, tal vez todo seguiría igual. La noticia apenas habría llamado la
atención, como no la llamaron las otras muertes de mineros chilenos en años recientes.
Serían una cifra más que sumar a las anteriores. Al cabo de 17 días, de un mes o de dos, las
familias tendrían que haberse vuelto de la mina a sus casas. Ahora, a través de sus cartas, de
sus apariciones en vídeo y de los comentarios de sus seres más próximos, han cobrado
estatura humana. La sociedad puede apreciar los anhelos, las frustraciones, los problemas,
las cualidades que había en cada uno de ellos. La parte medio llena de la botella consiste en
pensar que el drama por el que atraviesan tal vez sirva para que nunca más en Chile se
vuelva a abrir una mina en semejantes condiciones.
El director, Carlos Pinilla, no hace otra cosa que lo que los dueños siempre le han dicho:
mantener la mina en marcha. En caso de accidente, confía en que la dura diorita de la
rampa aguante y permita escapar a los mineros. Si cierra la mina, ordena salir a todos y la
mina no cede, su empleo peligra. Y ahí, cree él, quedan al menos otros veinte años de
producción.
El derrumbamiento
Sepultados
La rampa está bloqueada de arriba abajo y de lado a lado por un muro de piedra. A Luis
Urzúa se le antoja “la losa del sepulcro de Jesús”. Los mineros se quedan paralizados como
quien se ve al pie de un acantilado de granito: la losa que tienen ante ellos mide más de
180 metros de alto y pesa 700 millones de kilos. Algunos de los mineros perciben ya la
enorme desgracia. “La hemos cagado”, dice un minero.
El asalto a la despensa
Se supone que el armario de la despensa guarda suficiente comida para 25 hombres durante
48 horas en caso de emergencia. [Mientras un grupo busca alguna ruta para salir a la
superficie, otro se amotina]. Víctor Zamora coge una cizalla para abrir el candado. Otro
minero, Franklin Lobos, le dice: “Un momento, yo tengo la llave”. Lobos piensa que no
hay más remedio que ceder ante esos hombres hambrientos. “Era absurdo pelearse”.
Los saqueadores comían a oscuras, con los frontales apagados, como avergonzados de su
hambre
Abre el armario y aparece el principal objeto de deseo de los amotinados: paquetes de
galletas. Son galletas para niños, de crema con sabor a limón. Se reparten varios paquetes
sin control, aunque algunos no los aceptan. Zamora diría más tarde que no pensó en lo que
hacía. “Tenía hambre. Era la hora del almuerzo. Casi no le di importancia”. Más tarde,
uno de los mineros recordaría oír a los saqueadores de la caja comiendo sentados a
oscuras con los frontales apagados, como avergonzados de su hambre, pero sin dejar de
romper y estrujar envases de plástico, entre chasquidos crujientes al masticar y sin poder
evitar que los que no comían los oyeran.
Los nombres de los 33 mineros fueron escritos sobre una roca por los familiares cuando todavía
no se tenía noticia de ellos. El día 17 llegó a la superficie la nota de la esperanza. Estaban vivos
Racionar la comida
A las 12.00 del segundo día están dentro del refugio los 33 hombres cuando Mario
Sepúlveda reparte las porciones de la comida diaria. Forman varias filas con 33 vasos de
plástico y echa una cucharada, o cucharadita, de atún en conserva en cada uno de
ellos, añadiendo un poco de agua a modo de caldo. Les entrega dos galletas y les dice:
“Que aproveche. Es delicioso. Que os dure”. Esa única comida, a mediodía, contendrá unas
300 calorías y tiene que sostenerlos hasta las 12.00 del día siguiente. [Beben el agua de la
refrigeración de las máquinas, turbia de aceite de motor].
Un día normal de trabajo, los hombres se toman el pelo unos a otros sin piedad, y el recurso
de Víctor Zamora para intentar tranquilizar a sus compañeros es burlarse de Yonni. A
Yonni le trae sin cuidado que sus hermanos mineros se burlen de él. Quiere verlos reír
porque, por la noche, los ve serios y desvalidos. Yonni observa que a uno de sus
compañeros le tiembla la mano y que otro sufre temblores en el tronco. Conoce algo de la
vida de esos hombres, y para él es evidente que les afecta la abstinencia de alcohol. Su
ansia de nicotina la han podido satisfacer a base de colillas de la basura, pero no hay restos
de bebida fuerte.
El pastor
A José Henríquez, evangélico devoto, sus compañeros le llamarán el Pastor porque cuando
comienza a hablar queda claro que sabe hablar de Dios y a Dios. Tiene 54 años y es minero
desde la década de 1970. Ha sobrevivido a cinco accidentes de mina, incluidos dos en el sur
de Chile, en el que perecieron casi todos los compañeros de su turno. Henríquez se pone de
rodillas e invita a los mineros a hacer lo propio. “No somos lo mejor de los hombres, Señor,
pero ten piedad de nosotros”, comienza Henríquez, y con esta simple afirmación
impresiona a algunos. Víctor Segovia es consciente de que bebe demasiado; Víctor Zamora
se encoleriza fácilmente; Pedro Cortez piensa en lo mal padre que ha sido con su hija…
“¡Levántate! Si sigues ahí tumbado en el suelo vas a morirte y te comeremos”. Y esas palabras
cobran sentido inviable en otras circunstancias. Claudio se pone de pie. Le tiemblan las
piernas
Frente al horror
Mario Sepúlveda se mantiene lo bastante entero y espabilado para apreciar cómo prospera
la degradación entre los hombres del refugio. Se fija en el frágil Claudio Yáñez, que apenas
se mueve y se encuentra en un estado lamentable. “¡Eh, concha de tu madre, incorpórate!
Levántate porque, si sigues ahí tumbado en el suelo, vas a morirte y te comeremos”. Dichas
por alguien que hace tantos días que no come, esas palabras de “te comeremos” cobran un
sentido inviable en otras circunstancias. “Más vale que te levantes porque, si no, vamos a
obligarte a patadas”. Sobresaltado, Claudio se pone en pie y todos pueden ver lo flaco que
está. Se ha levantado con gran esfuerzo sobre sus piernas temblorosas. “Era como ver a un
potrillo recién nacido que intenta caminar”, diría Omar Raygadas. Finalmente, el potrillo
endereza las piernas y da un paso.
La mano de metal
Emerge el último tubo de la perforación cubierto de barro. Los operarios echan agua y
aparece en el metal una marca roja que los mineros habían pintado.” ¿Estaba eso ahí
antes?” , pregunta el ministro. “¡No!” , contestan emocionados. Por fin tienen la
confirmación de que hay al menos un hombre vivo allá abajo. El ministro ve que hay algo
envuelto en la punta y lo coge. Son trozos de goma, debajo hay trozos de papel. [Los
mineros han pegado una docena de mensajes al tubo, pero solo llegan tres]. El ministro saca
con cuidado un papel húmedo. Lee en voz alta. “El trépano abrió brecha en el nivel 94…” .
Empieza a leer otra nota. “Querida Lilia. Estoy bien”. Mientras lee, un peón ha desplazado
con el pie los trozos de goma que el ministro ha tirado al suelo. Hay algo dentro. “Es otra
nota”, advierte alguien. El ministro la abre. “Estamos bien en el refugio. Los 33”.
“Vivos”. Aquellos 33 cabezas huecas siguen con vida. “¡Todos los huevones!”. De pronto,
todo son vítores y abrazos, y uno de los perforadores cae de rodillas. Algunos sollozan.
Como astronautas
Un animal en cautividad
Así se siente un animal en cautividad [Les anuncian que no podrán sacarlos hasta
Navidad, faltan casi dos meses]. Víctor Segovia escribe en su diario: “Los ánimos de todos
están muy bajos. Antes de que llegara la ayuda, había paz, rezábamos todos los días. [… ]
Ahora que ha llegado ayuda, en vez de estar más unidos, no hacemos más que pelearnos y
discutir”. Cada dos días, Víctor constata nuevos estruendos provenientes de las entrañas del
cerro, un recordatorio del desprendimiento de roca que los atrapó allí dentro. Por el
momento, lo único que puede hacer es esperar a que los rescaten y a que les den
comida… “Ahora sé cómo se siente un animal en cautividad, siempre dependiendo de una
mano humana que lo alimente”.
‘Gran hermano’
Las llamadas telefónicas son muy breves, de quince segundos al principio. Déjennos hablar
con nuestras esposas y nuestros críos, piden los mineros. [Y se quejan del paternalismo de
los psicólogos, que restringen las comunicaciones para evitarles ansiedad. En cambio, les
han puesto una línea de fibra óptica. Tienen señal de televisión]: Partido de fútbol de la
selección de Chile. El equipo chileno lleva camisetas con la leyenda “Fuerza,
mineros”. Uno de ellos graba a sus compañeros mientras ven el fútbol y el vídeo es
distribuido por el Gobierno. Los hombres sonríen y saludan a cámara. Víctor Segovia opta
por no sumarse a sus colegas porque no quiere que la gente del exterior piense que todo va
bien dentro de su prisión-caverna, cuando en realidad no es así. Con el tiempo, otros
mineros se rebelan también contra la idea de ser pececitos en un acuario para que todo el
mundo los contemple: durante unas horas tapan la cámara, que emite una señal de vídeo
continua hacia la superficie.
“¡Nos vamos a la playa!”
Estudiar para el examen de conducir mientras la vida de uno pende de un hilo es demencial.
Es uno de los delirios de la fiebre del dinero que Carlos Bugueño considera que se está
apoderando de él y de sus compañeros. “La plata [el dinero] estaba empezando a nublarnos
el juicio” , afirma. Los detalles de la vida fácil que les aguarda en el exterior vienen de
todas partes. El enlace por fibra óptica les trae la señal de un programa de televisión donde
anuncian que el Gobierno de la República Dominicana ha ofrecido llevar a los 33 mineros y
a sus familiares a un complejo turístico del Caribe. “¡Nos vamos a la playa!” , grita uno de
los soterrados. Los hombres llevan un mes sin ver la luz del sol y la mayoría no ha puesto
nunca el pie fuera de Chile.
Sea como sea que se cuente la historia de aquellos hombres, quedará por determinar quién
se beneficiará de contarla. Tengamos cabeza, dicen varios de los mineros, y no
permitamos que otros ganen dinero con nuestro sufrimiento, como hacen siempre.
[Hacen un pacto de silencio, a propuesta de Juan Illanes, que se ha convertido en una
especie de asesor jurídico allí abajo]. Mario Sepúlveda se acerca a consultarle. Sepúlveda
no dice que tenga un contrato para dar una entrevista, pero el simple hecho de que le esté
preguntando de qué puede hablar despierta las sospechas de Illanes. “Mira, compadre -le
dice Illanes-, ándate con mucho cuidado. Porque entre lo que es tuyo y lo que es propiedad
del grupo hay una línea muy fina de separación. Si vos la cagáis, yo te meto preso. Dejemos
eso claro. No hay nada aquí abajo que sea solo tuyo. Nada. ¿Vas a decirme que si te
hubiéramos dejado encerrado aquí durante semanas sin compañía de nadie, completamente
solo, y luego viniéramos a rescatarte, te encontraríamos tan lúcido y en forma como ahora?
¿Has conseguido estar así tú solo, por tu cuenta? No, compadre. Vos llegasteis tan lejos
porque detrás de vos estábamos otros 32”.
El rescate
La cápsula entra en la caverna del nivel 135. Yonni Barrios, desnudo de cintura para
arriba, es el primero en acudir y saludar a González -el rescatador-, quien sale de ella con
su mono naranja inmaculado. A Yonni se le saltan las lágrimas y ambos hombres se funden
en un abrazo. “¡Ahí arriba hay la leche de gente esperándolos, muchachos!” , los anima
González. A González, el aspecto de los 33 hombres le recuerda el de un grupo de hombres
primitivos. Varios están desnudos de cintura para arriba, llevan pantalones cortos recogidos
por encima de los muslos que más bien parecen unos pañales y calzan unas botas que están
hechas trizas. “Era como si fueran una panda de cavernícolas”.
Primer derrumbe[editar]
El derrumbe en la mina ocurrió aproximadamente a las 14:51 (GMT-4) del jueves 5 de
agosto, pero la empresa San Esteban Primera S.A., propietaria del yacimiento, recién
informó del mismo a las 19:30, demorando el inicio de las tareas de rescate hasta las 22
horas.10 Ese mismo día se hicieron presentes los familiares de los mineros accidentados,
quienes se instalaron en carpas del otro lado del cerco de la mina formando un
asentamiento que sería conocido como Campamento Esperanza, que llegó a albergar a más
de tres mil personas.11
Primeras operaciones de rescate[editar]