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Pepe Portillo
2ª edición
6
INTRODUCCIÓN
12
CAPÍTULO I
DR. HANS ASPERGER
18
CAPÍTULO II
TEORÍA
22
CAPÍTULO III
LÍDER
32
CAPÍTULO IV
LIBERACIÓN
PRINT “HOLA”
y la computadora respondió
HOLA.
39
intencionalmente en blanco
CAPÍTULO V
LIBERTAD
48
CAPÍTULO VI
AUTONOMÍA
59
intencionalmente en blanco
CAPÍTULO VII
INAUTENTICIDAD
68
CAPÍTULO VIII
POLÍTICA
76
CAPÍTULO IX
INDEPENDENCIA
81
intencionalmente en blanco
CAPÍTULO X
ACADEMIA
94
CAPÍTULO XI
SECRETARIO
99
intencionalmente en blanco
CAPÍTULO XII
AUTOBUSES, HOTELES Y MEDALLAS
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Pepe Portillo
namos el ataque Trompowsky y también lo estuvimos practi-
cando, esta vez siguiendo las variantes de un libro. Pronto llegó
el tiempo de la olimpiada estatal 2014, celebrada en Ciudad
Cuauhtémoc. Los cuatro ya sentíamos una identidad y espe-
rábamos ir todos a la fase estatal, ellos como deportistas y yo
como delegado. Las cosas no se dieron con tanta facilidad.
Manuel Peraza no participó en la fase municipal y con eso no
cumplió el requisito para ir a la siguiente fase. Mientras tanto,
Wilber y Servando cumplieron y formaron parte de la selec-
ción. Esa fue la primera vez que Wilber Rascón obtuvo una
medalla en la fase estatal, fue de bronce, en blitz.
Un tiempo relativamente corto después del regreso de esa
olimpiada estatal fundé la escuela de ajedrez Luis Ramírez de
Lucena. Elegir el nombre fue un problema de identidad. Tenía
que asignarle el que mejor reflejara mi personalidad propia,
mis ideales. El campeón mundial que mejor los representa es
José Raúl Capablanca. Siempre he admirado la sencillez de su
juego, su elegancia sublime. En mi vida, he reproducido por
lo menos una vez cada una de sus poco más de 600 partidas
registradas. Un ejercicio que me he propuesto repetir antes de
que pase mucho tiempo. El nombre de este campeón mundial
parecería apropiado para mi escuela, sin importar que ya hu-
biera un club con ese mismo nombre en Ciudad Chihuahua
y que, por nuestra estrecha relación con ese club, se creara la
falsa impresión de que éramos una filial de aquel. La razón
de que lo desechara rápidamente fue más profunda. Mi visión
de lo que es ser un gran ajedrecista no coincide con la de ser
un gran deportista del ajedrez. Concibo la existencia de gran-
des ajedrecistas sin medallas. Para mí, la grandeza está en la
prudencia, en saber armonizar nuestras facultades, nuestras
tendencias anímicas naturalmente en pugna. En pocas pala-
bras, la sublimación de nuestros demonios interiores. En ese
sentido, Reuben Fine me ha parecido el gran maestro de élite
que mejor representa esa visión. Jugador de una técnica ex-
quisita, segundo lugar en el legendario torneo AVRO de 1938,
alcanzó la cima más alta del ajedrez deportivo en la década
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Tramar un déjà vu
del cuarenta del siglo pasado, número uno del ranking mun-
dial entre octubre de 1940 y marzo de 1941, a la edad de 26
años, según el matemático Jeff Sonas. Además, poseedor de
una amplísima cultura, doctor en psicología y autor. Renunció
a su carrera ajedrecística para no descuidar su carrera clínica
y académica. Un hombre prudente y erudito, un gran ejemplo
de armonización de las facultades anímicas. Estuve a punto de
elegir su nombre para mi escuela. Cambié de parecer solo por
una consideración extra. El nombre de un jugador de élite, un
campeón sin corona, sin importar cuán sabio había sido, se-
guiría transmitiendo el mensaje equivocado, que lo deportivo
es lo primordial.
En lugar de un gran deportista, tendría que elegir a un
gran teórico. El ramillete de opciones era minúsculo. Yuri
Averbach, el gurú histórico de los finales de partida; Mark
Dvoretsky, entrenador legendario; Ludek Pachman, científica-
mente no tan importante como los primeros, pero sí un gran
divulgador; y aquellos que tuvieron una importancia históri-
ca en los comienzos del ajedrez tal como lo conocemos: Ruy
López, Gioachino Greco o Luis Ramírez de Lucena. Lucena,
nombre corto de este último, fue la elección porque él tuvo
una ventaja histórica imposible de pasar por alto. Fue el pri-
mer científico del ajedrez moderno. Su Repetición de amores y
arte de ajedrez, de 1497, fue el primer tratado teórico del aje-
drez tal como se juega actualmente. Hay que recordar que la
última regla del ajedrez actual, la que se refiere al movimiento
de la reina, fue introducida en Valencia muy poco antes de que
Lucena escribiera su libro. Consiguientemente, el nombre que
elegí para mi escuela transmitiría un doble mensaje, (1) en el
ajedrez el conocimiento es lo verdaderamente importante, (2)
en nuestra escuela lo tenemos, para muestra, conocemos la
historia.
El local de la Casa de la Cultura Ex-Estación del Ferroca-
rril me fue proporcionado. El Prof. Manuel Vicente Guzmán,
director de esa institución, me brindó una autonomía perma-
nente y un trato amable que supe agradecer. Retribuí volunta-
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Pepe Portillo
riamente, porque me gusta ayudar a quien me ayuda, dando
mantenimiento a las computadoras que allí había. El día que la
escuela abrió, el único que acudió a inscribirse fue Wilber Ras-
cón; en el transcurso de esa primera semana se inscribieron
Manuel Peraza y Servando Torres. Fruto de una entrevista en
radio, a las dos semanas se inscribieron los hijos de Rafael Gar-
cía. Era un grupito que me permitía trabajar con comodidad.
Antes de cumplirse el primer mes se suscitó un incidente
cuya resolución, a pesar de haber sido dolorosa, le dio más co-
hesión al grupo. Los tres mayores se interesaron en el torneo
del Festival de las Tres Culturas, que se celebraría un fin de
semana en Ciudad Cuauhtémoc. Me ofrecí a gestionar la logís-
tica para que fuéramos los cuatro. Participaría también yo. El
problema mayor era el transporte. Mi vehículo, una camioneta
compacta Nissan, no estaba en condiciones para viajes de más
de una docena de kilómetros. Iba muy avanzado en resolver
ese problema, ya estaba en diálogo con mi hermano Antonio
para que nos llevara, cuando ellos mismos interrumpieron mi
esfuerzo. Me dijeron que ya no querían ir, que no les alcanzaba
el dinero. Dos días después me enteré que era una mentira. Los
tres habían ido al torneo. En redes sociales, vi las fotos y la tabla
del torneo. En cuanto a resultados, terminaron más o menos a
media tabla de la clasificación. El lunes fui a la sesión regular
de la escuela con la intención de confrontarlos. Se presentaron
como si nada, entonces saqué de mi portafolios impresiones de
las fotografías y de la tabla del torneo. En silencio las coloqué
una por una, en abanico, sobre la mesa, enfrente de ellos. Noté
el miedo en su mirada y en la voz con la que se pusieron a dar-
me explicaciones. Es que ellos habían conseguido transporte
propio, pero con cupo solo para tres. Supongo que con gastos
menos gravosos de lo que les significaría ir en el transporte que
yo conseguí. Decían que no quisieron desilusionarme porque
me vieron con muchas intenciones de ir. Los escuché y luego
les di mi opinión.
Estaba claro que la de ellos era una ética basada en conse-
cuencias. Para ellos, un acto era correcto si no acarreaba san-
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Tramar un déjà vu
ción o castigo. Muy lejos de mi propia concepción de la ética.
La mía es una basada en principios. Uno de tales principios es
esforzarse por mantener y fortalecer los círculos de confianza.
Una cuestión de honor y dignidad. En la escala del desarro-
llo moral de Kohlberg, yo había alcanzado el último estadio, a
ellos les faltaban algunos por recorrer. Con esos argumentos,
aunque, sin ponerme teórico, nada de mencionar a Kohlberg,
obviamente, rechacé sus motivaciones. Dejé claro que no se
trataba de pedirme autorización para ir a torneos, que yo res-
petaba su autonomía y hasta me sentía orgulloso de que hubie-
ran participado en ese torneo. De lo que se trataba era de haber
vulnerado un círculo de confianza. Se pusieron a la defensiva.
Al ver que no cedían, siguiendo mis principios di por termina-
da allí nuestra relación. Declaré clausurada la escuela Lucena
y me retiré.
—Venimos a pedirle que usted nos entrené porque tuvi-
mos problemas con Pepe.
Habían ideado una estrategia para salirse con la suya. Visi-
taron al Prof. Arturo Solís, entrenador de la Secundaria Estatal
Guadalupe Victoria, No. 3029. Obviamente, no les interesaba
su entrenamiento. Sabían que Arturo no podía ayudarlos téc-
nicamente, el nivel al que habían avanzado conmigo requería
un entrenador con más conocimiento. Lo que les interesaba
era tener quién los representara para asegurarse seguir partici-
pando en olimpiadas.
—No. Yo no los puedo entrenar. Yo no sé nada. ¿Que no
saben quién es el maestro Pepe Portillo? —Arturo los repren-
dió—. Vayan y pídanle disculpas a él. No los quiero ver otra
vez por aquí.
Mucho he agradecido que el Prof. Solís me contara de
esa conversación hasta que habían pasado años del incidente,
cuando ya solo era una impresión en la memoria, sin carta de
vigencia. La ficción de que entraron en razón por ellos mis-
mos ayudó más a la reconstrucción que el haberme enterado
de inmediato de su necedad. Simplemente, eran jóvenes acos-
tumbrados a la moral burocrática, a la suavidad con la que las
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Pepe Portillo
escuelas y las familias siempre tratan de resolver los proble-
mas con miras a las relaciones públicas, evitar el escándalo, ser
políticamente correctos, una moral que malcría y maleduca.
Habían topado por primera vez en su vida con el practicante
de una moral filosófica, esto es, una ética. Alguien que no le
hacía concesiones a las relaciones públicas. No tuvieron más
opción que entrar en razón y buscarme para pedir disculpas.
La escuela Lucena continuó. Después hubo más torneos a los
que fueron solos, a los que no los pude acompañar, y otros a los
que fuimos juntos, pero ya no me volvieron a mentir.
Los siguientes en inscribirse fueron los hermanos Enrique
y Estrella Erives, hijos mayores del Ing. Edgar Erives. Estrella
desertó muy pronto. Por supuesto, el ajedrez no es para to-
dos. La participación de su hijo renovó la dedicación de Edgar
Erives en la organización. Fue posible convencerlo de ir como
entrenador a la olimpiada estatal 2015. Ese año logramos que-
dar en tercero en la clasificación por delegaciones, gracias a
las medallas obtenidas en blitz, dos de oro de Wilber Rascón,
dos de plata de Servando Torres. Los mayores de la delegación,
Wilber, Servando y Manuel Peraza trabaron gran amistad con
Rubén Gutiérrez, entrenador de Parral, hombre joven y agra-
dable que nunca se negaba a jugar blitzes y balas con los ado-
lescentes.
De vuelta a Madera las felicitaciones llovieron. Habíamos
llegado de regreso a últimas horas del domingo 18 de enero. El
lunes 19 lo dediqué a descansar, lo necesitaba; me había des-
velado todos los días que duró la olimpiada. Ese día no salí de
casa, recibí muchas felicitaciones por medio de redes socia-
les. El martes 20, con la energía recargada, mi primera pre-
ocupación fue contratar un artesano para que me diseñara y
construyera un exhibidor para la medalla de bronce que como
delegación obtuvimos. Aproveché que ese día no era de entre-
namientos; los reanudaríamos hasta el día siguiente. A las diez
de la noche estaba leyendo recostado y me interrumpieron to-
quidos a mi puerta. Abrí. Era mi hermano Antonio.
—¿Qué andas haciendo tan noche? —pregunté.
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Tramar un déjà vu
—Malas noticias. Falleció Ezequiel.
Ezequiel era nuestro hermano mayor. Quizá porque nun-
ca fuimos muy unidos o porque yo primero aprehendo los
acontecimientos intelectualmente y solo después dejo aflorar
las emociones o por ambas causas, mi primera reacción fue
buscarle sentido a esas palabras. En una fracción de segundo
me convencí de que había sido un infarto. No podía ser otra
cosa. Ezequiel era saludable, no corría riesgos laborales, para
él no había causa más lógica de muerte que una de esas fallas
cardiacas fulminantes.
—¿Qué le pasó?
—No sabemos. La ministerial tiene acordonada su casa.
No dejan entrar.
Nos fuimos a su casa a esperar que salieran los peritos.
¿Suicidio? Imposible, nadie más preocupado y responsable por
el bienestar de sus hijas; no las abandonaría. ¿Accidente? Im-
probable, no con tanta sangre. ¿Homicidio? Lo más probable.
Solo hasta el día siguiente después de la necropsia se confirmó
la sospecha.
—Hallaremos a los culpables —le dijo el forense a mi pa-
dre.
Después del funeral, un agente del Ministerio Público me
confirmó el homicidio como causa de muerte. No podíamos
conjeturar quién o quiénes fueron los homicidas, tampoco si
hubo un autor intelectual. Mi hermano no tenía enemigos. Al
contrario, era ampliamente reconocido como ícono del de-
porte. Entrenador de equipos deportivos infantiles. Su equipo
femenil de futbol 7, integrado por estudiantes de la primaria
Niños Héroes, ganó el torneo estatal Futbolito Bimbo, un hue-
so duro de roer; se competía contra colegios privados que ha-
cen grandes inversiones en sus equipos deportivos y poseen
todo el personal y todas las facilidades. La hazaña de Ezequiel
fue un guion hollywoodense puesto en escena en la realidad,
una historia de underdogs triunfantes. El suyo sigue siendo un
crimen sin resolver. Las sospechas abundan, pero, en quien
sea que recaigan, se debe presumir inocente mientras no haya
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Pepe Portillo
pruebas de lo contrario. Así es como he actuado respecto a mis
propias sospechas y así seguiré haciéndolo.
Todo el 2015 estuvimos entrenando. Casi todo ese año
tuve solamente cinco discípulos, Wilber Rascón, Servando
Torres, Manuel Peraza, Enrique Erives y, un niño que se nos
unió poco antes del auge que la participación en la olimpia-
da estatal le había dado a la escuela Lucena. El niño es hijo
de mi amiga Nisme Romero y se llama Ricardo. El otro niño,
Sebastián García, había desertado. No pudo soportar el ritmo
trepidante que terminamos dándole a la escuela. La habíamos
convertido en una competencia permanente y atroz de todos
contra todos. Demasiada testosterona en el ambiente, no apta
para cualquiera.
En retrospectiva, el juicio moral que sobre ese estilo pe-
dagógico tengo que hacer tiene que ser negativo. Tengo que
informar que fue mi experimento fallido. Sin una teoría que le
diera cuerpo racional, las cosas que sucedieron hubieran sido
simplemente algo que no se pudo prever y se salió de las ma-
nos. Pero, el caso es que yo sabía exactamente lo que estaba
haciendo. Estaba aplicando modelos psicoanalíticos a la en-
señanza del ajedrez. Por consiguiente, sí, era un experimento,
aunque, en absoluto, controlado, conmigo en un doble papel
de experimentador y sujeto de pruebas.
Gracias al estudio de Reuben Fine, Ernest Jones y, la fuen-
te de la que se nutrieron, el mismo Sigmund Freud, de quien
leí sus obras completas, 23 tomos, más de 7,500 páginas, ha-
cía ya tiempo que había entendido que el ajedrez es una subli-
mación del complejo de castración. Pero, antes de continuar
la dilucidación psicoanalítica, he de justificarla, dados los
ataques positivistas en su contra. Que el psicoanálisis es una
pseudociencia hay que concedérselo a quienes lo dicen; que el
psicoanálisis no es falsable es totalmente cierto. No puede ser
de otra manera porque es el único cuerpo de conocimiento
organizado, científico o no, que se ha dado la tarea de estudiar
una entidad por demás compleja, el inconsciente. Al igual que
otros problemas de conocimiento tan generales y complejos,
116
Tramar un déjà vu
como el de la realidad, el del bien y el mal, el del conocimiento
mismo, el del análisis crítico de la moral y de la sociedad, el de
las mejores formas de vivir en comunidad, el de la belleza, el
de la verdad, el de la justicia, el de la forma correcta de pensar,
problemas que solo parcialmente se abordan científicamente,
el del inconsciente comparte esa generalidad y complejidad,
incluso porque se imbrica con todos y cada uno. Por tanto, el
problema del inconsciente sigue siendo uno mucho más filo-
sófico que científico.
Lo que hay que cuestionar no es, entonces, la cientificidad
del psicoanálisis, sino la exigencia misma de que sea científico.
¿Es necesario que lo sea? Las miles de personas beneficiadas
por más de cien años de psicoanálisis atestiguan lo contrario.
El psicoanálisis es eficaz más que las demás psicoterapias. Lo
es porque es profundo, es la única terapia que va a la causa,
que no trata solo síntomas. El afán de eficiencia capitalista
buscó formas de terapia que fueran más rápidas. Las encon-
tró, pero el resultado ha sido también que son más superfi-
ciales. Las terapias cognitivo-comportamentales, por poner
un ejemplo, son muy rápidas y aparentemente eficientes. Sin
embargo, por ser, en realidad, de menos profundidad que el
psicoanálisis, casi lo único que logran es ajustar a las personas,
no transformarlas, y causan mayor propensión a las recaídas.
En el aspecto puramente clínico, el psicoanálisis es una ma-
ravilla para quienes pueden invertir lo que se necesita, que es
un tiempo muy largo, para quienes quieren vivir y no simple-
mente ajustarse y están dispuestos a pagar el precio, que es alto,
como el de todo lo bueno. He tenido experiencia clínica con el
psicoanálisis. Lo he practicado. He tenido pacientes. Ha sido
asombroso comprobar que las entidades y fenómenos que los
libros describen existen en la realidad, que el psicoanálisis es
un modelo bastante exacto de la realidad psíquica y que los
analizados se transforman positivamente.
Por lo demás, la naturaleza filosófica del psicoanálisis lo
ha hecho especialmente útil para el análisis político de la so-
ciedad. La escuela de Frankfurt halla uno de sus pilares en el
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Pepe Portillo
psicoanálisis. Pero, no es la única. Mi sistema filosófico favori-
to, el de Cornelius Castoriadis, es también de inspiración psi-
coanalítica.
Tratándose el ajedrez de la muerte del rey y siendo éste
tan central, pero tan desvalido, el descubrimiento de que es
un símbolo fálico es predecible. Jugamos ajedrez para repetir
el drama edípico, especialmente respecto al componente que
hace referencia al temor de ser castrados por el padre. Luego, el
ajedrez también es parricidio. El complejo de Edipo es lo que
alimenta las pasiones de los ajedrecistas. Personas sin fijacio-
nes edípicas difícilmente se sentirán atraídas por el ajedrez. En
mi experimento yo sabía eso y casualmente me había encon-
trado tres sujetos de prueba que tenían intensas fijaciones edí-
picas. Dos de ellos con la figura paterna físicamente ausente.
Anímicamente, Wilber Rascón es un caso patológico de
falta de atención, lo que lo vuelve indisciplinado y, peor aún,
cínico y soberbio. Es que para tener alguna prudencia en este
mundo es necesario ser capaz de poner atención mínimamen-
te. Lo sobrecompensa dedicándose obsesivamente a un núme-
ro limitado de actividades, una de ellas el ajedrez y otra, que
yo sepa, el fitness. Fuera de eso es una total nulidad, reprobado
en la escuela, inadaptado en casa. Lo que en él confundimos
alguna vez con disciplina era solo pasión obsesiva.
Servando Torres es un caso de voluntad débil. Con en-
vidias proyectivas, busca compensación en las pequeñas in-
trigas. También es un gran apasionado; su ventaja es no ser
obsesivo. Ya que neuralmente no está tan desequilibrado como
su compañero, es más susceptible de superación. Una inter-
vención psicoanalítica quizá logre limitar su superyó materno,
destrabar las fijaciones imaginarias especulares, reducir su yo-
ideal pernicioso, y acabar de instaurar la función paterna, cuyo
desarrollo en él ha quedado inconcluso.
Manuel Peraza es un caso de manual de fijación oral. Con-
sume mucho y da poco. Su compulsión de repetición oscila
entre esos extremos, el de recibir y el de tratar de corresponder.
Personas así son postergadores natos, como lo es Manuel.
118
Tramar un déjà vu
Para poder ilustrar correctamente el experimento, tengo
que plasmar también mi propio análisis, la objetivación de la
objetivación, como la llamó Pierre Bourdieu. Así se verá cómo
se desenvolvieron las energías anímicas en la escuela Lucena.
Yo soy ante todo un caso de perversión de origen genético. He-
redé el síndrome de Asperger de la rama Armendáriz, la fami-
lia de mi abuela paterna; y la testosterona, tendencias un tanto
sádicas, de la rama Portillo, la familia de mi abuelo paterno.
Por parte de mi madre, los genes fueron más bien recesivos;
pocos rasgos tengo de esa rama de mi árbol genealógico. El
mecanismo de defensa predominante en la estructura perversa
es la desmentida, una capacidad de poder afirmar y negar si-
multáneamente dos juicios contradictorios, característica muy
enervante de los perversos. Somos manipuladores natos por-
que podemos torcer la lógica a voluntad ya que no nos limita el
principio de contradicción, ni el del tercero excluido.
Entre los cuatro conformábamos un núcleo psicosocial
con complementariedades anímicas. Por una parte, tres jóve-
nes con intensas energías inconscientes que los impulsaban al
parricidio, al ajuste de cuentas edípico; por la otra, un entre-
nador sádico, también con un fuerte componente edípico, solo
que acompañado de un mecanismo de desmentida proyectiva
para el que el ajuste de cuentas edípico bien puede consistir en
matar a los hijos, un Cronos cuidándose de no ser derrocado
por su prole.
La codependencia se estableció de inmediato, con mayor
razón si se toma en cuenta que habíamos iniciado como club,
un lugar de competencia. Los muchachos mostraban poco in-
terés en la teoría y mucha en tratar de derrotarme. Era difícil
transmitirles teoría ajedrecística. Wilber Rascón, un díscolo
displicente, hacía señas con una mano sobre la boca de que
la teoría era aburrida y le daba sueño; Manuel Peraza atendía
más, pero, como postergador empedernido, su concentración
era siempre variable. Los únicos con mayor capacidad teóri-
ca eran Servando Torres y Enrique Erives, pero a Servando lo
sonsacaban los otros adolescentes y para Enrique Erives la teo-
119
Pepe Portillo
ría parecía todavía algo muy avanzado, apenas estaba apren-
diendo cuestiones básicas, como el mate con torre o con dos
alfiles, por poner un ejemplo.
Consideré un deber la transmisión de la teoría. Siempre
seguí intentándolo, persistí sin arredrarme ante la rebeldía
irracional que lideraba Wilber Rascón y contagiaba a los de-
más. Pero, las horas de práctica eran las que más ocupaban el
entrenamiento, con ellos siempre tratando de ganarme. Nomi-
nalmente, los entrenamientos duraban dos horas, pero en los
hechos duraban de tres a cuatro. Siempre nos extendíamos en
el juego de “retas” a 10 segundos para toda la partida más un
segundo de incremento por jugada, consistentes en que mu-
chos jugadores juegan en un solo tablero por turnos, el gana-
dor se queda y el que resto se turnan tratando de sacarlo, esto
es, de ganarle. Invariablemente, salía agotado de esas prácticas,
pero feliz. Como yo entendía la economía y la dinámica in-
consciente detrás de sus afanes y, además, éstas correspondían
a lo que consideré era la naturaleza del ajedrez, no dejaba que
la situación me alarmara demasiado. Los resultados que se es-
taban obteniendo en cuanto a progreso en la calidad de juego
fueron un indicador de que mi práctica como entrenador era
correcta. En retrospectiva, me doy cuenta que fue un indica-
dor engañoso, uno que dio lecturas equívocas.
Para la olimpiada 2016 todavía tuve el control político del
ajedrez organizado. Eran las mismas autoridades municipales
y la dinámica ya estaba establecida desde los dos años ante-
riores. Llegado el momento de organizar la etapa municipal
decidí que no era conveniente organizar torneo. La razón es
que había categorías en las que en la escuela no había ni un
solo inscrito. Entonces, realizar un torneo sería confirmar que
los de la escuela Lucena eran los dignos de participar, puesto
que derrotarían con facilidad al resto. Hasta allí todo bien. El
problema se presentaría al producirse ganadores ajenos a la es-
cuela Lucena en categorías en que no teníamos representantes.
A tales ganadores tendría que darles un entrenamiento gratui-
to por un tiempo, cosa de un mes, antes de la celebración de la
120
Tramar un déjà vu
olimpiada estatal, aún así con casi nulas posibilidades de que
tuvieran una participación decorosa. Luego, se olvidarían otro
año completo del ajedrez. Preví que los ganadores en esas cate-
gorías serían adolescentes que habían calificado en años ante-
riores, antes de que fundara la escuela, a los que había llevado
a olimpiadas estatales en ediciones anteriores. Yo no tenía el
menor interés de lidiar con ellos por un par de razones. (1) en
cuanto fundé la escuela Lucena los invité a inscribirse y sus
padres fueron desde directos y, hasta cierto punto honrados,
para decir que la cuota era alta, hasta cínicos y cobardes al in-
ventar excusas, que les preocupaba lo académico, que sus hijos
descuidarían las calificaciones de la escuela, puras pamplinas;
(2) hubo algunos que tuvieron mala conducta en los hoteles,
desde uno que gritaba por la noche bromas insulsas que po-
dían oírse desde otras habitaciones vecinas, hasta un par que
batieron su habitación con todo propósito; antes de entregarla
el último día que estuvieron en ella, regaron pañuelos desecha-
bles por todos lados, bajaron los colchones de la base.
Le transmití mi decisión a mis discípulos y a las autori-
dades municipales. Hubo apoyo de ambos y se consensó la
decisión. Para la olimpiada estatal 2016 el municipio de Ma-
dera tendría solo tres representantes en ajedrez, solo aquellos
que habían entrenado durante todo el año, los inscritos en la
escuela Lucena. Los menores, Enrique y Ricardo no eran ele-
gibles por cuestión de edad. Todo fue mucho más sencillo, la
logística del transporte, el hospedaje y la alimentación. Las co-
sas se facilitaron incluso para la comida del domingo, el últi-
mo día de la olimpiada, comida que no nos la proporcionó el
gobierno del estado, sino el gobierno municipal. El jefe de la
coordinación municipal del deporte, Prof. Maurilio Leal, nos
mandó a comer a un restaurante de cadena, no precisamente
económico, a tres cuadras del hotel, un Applebee’s.
—¿Se imagina, Pepe, si hubiera traído a todos los chavali-
tos? —me preguntaba Servando.
Aludía a aquellos muchachitos cuyos padres no quisieron
que entrenaran en la escuela Lucena, que no tenían sentido de
121
Pepe Portillo
pertenencia, que habrían ido solo de paseo, que habrían per-
dido irremediablemente y que eran unos malcriados. No quise
imaginarlo. Se habría llenado toda un ala del restaurante y yo
habría sufrido la tensión de ver con qué ocurrencia vergonzan-
te irían a salir en esa ocasión.
Durante esa olimpiada estatal las cosas para mí fueron
agridulces. Wilber Rascón se convirtió en campeón estatal,
pero durante la estadía se había comportado conmigo como
un patán. No son de enumerarse todas sus faltas porque no
hay dignidad en ello. Pero, el lector interesado podría reclamar
un hecho concreto, una sola muestra que justifique mi juicio
de valor. En tal sentido, he de narrarlo aquí. Una ocasión él y
yo llegamos juntos al comedor para la cena, hicimos juntos fila
para que nos sirvieran y nos fuimos juntos a consumirlo en la
misma mesa. Apenas nos habíamos sentado cuando él alcanzó
a ver que en el otro extremo del comedor acababa de sentarse
a comer el entrenador de Parral Rubén Gutiérrez, un joven de
unos veinte años, fuerte ajedrecista, de primera fuerza, inde-
pendientemente de si oficialmente posee o no la puntuación
Elo para probarlo. Agradable y bien parecido, Gutiérrez era el
héroe de los adolescentes de ambos géneros que competían en
la olimpiada, siempre rodeado de un séquito de admiradores.
Admiración bien merecida, he de decir, pues el joven es respe-
tuoso y formal y tiene sentido del humor, un humor elemental,
infantil, precisamente del que gustan los adolescentes. Wilber,
no bien había asentado sus reales, lo divisó, y como poseedor
de glúteos de resorte, se levantó a toda prisa, recogió su cha-
rola, volvió a acomodar los platos y me dejó solo para irse a la
mesa de Rubén Gutiérrez. Ninguna palabra pronunció, ni si-
quiera volteó a mirarme. Una disculpa cortés era la deferencia
mínima que debió haber pronunciado antes de ese arranque.
No la hubo. Esa es solo una muestra, pero hubo muchas más.
Eran los primeros indicadores del fracaso de mi experi-
mento. Había creado monstruos y amenazaban con devorar-
me. Como el doctor Frankenstein, ¿me vería obligado a perse-
guirlos hasta el Ártico? o, como ese otro doctor Albieri, tributo
122
Tramar un déjà vu
del primero, ¿tendría que desaparecer en el desierto del Sahara
junto con mi criatura? Había jugado con fuerzas elementales,
las de las fijaciones inconscientes imaginarias, cegado por el
espejismo del éxito deportivo de mis discípulos. Los demonios
invocados se me habían salido de control. Con riesgo de abu-
sar, una analogía literaria más me llega a la conciencia. Era
como sufrir el destino de los invocadores de los dioses pri-
mordiales de la mitología lovecratfiana. Del mismo modo que
sucede con toda acción impulsada por las identificaciones es-
peculares, aquello tenía un solo fin previsible, la alienación y la
agresión, la dinámica del Yo-ideal, el tú o yo. Tardé meses para
comprender que era necesaria otra visión del entrenamiento
ajedrecístico, una visión en la que lo que predominara fuera el
conocimiento. Si describo las circunstancias en categorías la-
canianas, no obstante detestar a Lacan, es porque en ese nivel,
el de las descripciones y diagnósticos, son muy útiles, no así en
el de la cura.
De vuelta a Madera, intenté entrenar a Wilber y sus com-
pañeros. Pero Wilber era una manzana podrida. Boicoteó mis
esfuerzos y sonsacó a los demás. Con excepción de los niños
Enrique y Ricardo, los tres mayores, los olímpicos, faltaban a
los entrenamientos cada vez que les venía en gana. Cuando Ri-
cardo y Manuel abandonaron la escuela por tener que cambiar
de residencia, me llevé la escuela Lucena a mi casa con un solo
discípulo. Antes de ese cambio, Edgar Erives me había com-
prometido, con muchos meses de anticipación, a participar en
la Copa Independencia 2016. Me ofreció patrocinio, el cual
rehusé. Le dije que ya estaba retirado del ajedrez de competi-
ción, que mi trabajo no me iba a permitir entrenar, que iba a
ir fuera de forma. Cada premisa de mi argumentación la puso
en duda, de modo que me dejé convencer. Terminé aceptando
su oferta de patrocinio cuando todavía faltaban cinco meses
para ese torneo.
El trabajo al que aludí era un hecho de veracidad absoluta.
En septiembre de 2015 firmé un contrato para el proyecto de
desarrollo de software más ambicioso de toda mi vida. Con-
123
Pepe Portillo
sistió en el desarrollo de un tándem de aplicaciones para el
registro de marqueo forestal. El contratante bautizó el siste-
ma como Simarfor. Una cláusula le daba el derecho a elegir
el nombre. La aplicación principal sería para la web, un sitio
web centrado en una base de datos (database-driven). La otra
aplicación sería móvil, para dispositivos Android, con el pro-
pósito de ser utilizada en campo, esto es, en medio del bosque.
Simarfor Android generaría los archivos para subir al Simar-
for Web y tendría la opción de hacer las cargas directamente
mediante una conexión a Internet. Según cláusulas del con-
trato, me comprometía a entregar las aplicaciones, junto con
su código fuente, en un plazo que vencía 240 días naturales
después de firmarlo. En la práctica, cambios de decisiones de
los accionistas del proyecto, por las que optaron por incluir un
módulo que no previeron al principio y quitar otro, causaron
una recalendarización, tendría más meses para entregarlo. Un
año entero trabajé en ese proyecto.
Entre la adquisición del compromiso de participar en la
Copa Independencia y su realización, se desató el caos político
respecto a la irregularidad de la mesa directiva de la Asocia-
ción Estatal de Ajedrez de Chihuahua, que ya había excedido
su vigencia estatutaria por varios años. Se conformaron dos
planillas. Tenía amigos en las dos y sentía como si tuviera que
partirme por la mitad para poder cumplir con todos ellos. Al
final, una planilla me ofreció un cargo. Lo consulté con los im-
plicados en el ajedrez en Madera, el Ing. Erives, Dante Estrada,
incluso con Wilber Rascón y Servando Torres. Poniendo siem-
pre primero al ajedrez maderense, la preocupación de que no
se viera perjudicado y se beneficiara hasta donde fuera posible,
decidimos que lo mejor era aceptar el ofrecimiento. La planilla
no llegó a registrarse porque justo entonces la Federación Na-
cional desconoció el proceso de elección y hasta ahora no ha
dado un veredicto sobre las acciones a tomar.
Un mes antes de la Copa Independencia se organizó un
torneo muy importante en Ciudad Chihuahua. Me alegró
tener la oportunidad de usarlo como entrenamiento para la
124
Tramar un déjà vu
Copa Independencia y participé en él. Pude entrar un poco
en forma y a la Copa Independencia fui con una poca más de
fuerza de la esperada, pero de todos modos me faltó algo de
preparación. A pesar de eso, fue una magnífica experiencia.
Hacía treinta años que no volvía a visitar la Ciudad de México,
lugar que admiro por su cultura. Cuando acudimos a la Copa
Independencia ya había roto relaciones como entrenador con
Wilber y Servando. No obstante, la escuela Lucena hizo un es-
fuerzo sobrehumano para que el viaje se realizara porque era
un compromiso adquirido tiempo atrás, cuando la relación con
los representantes olímpicos todavía no se rompía. El califica-
tivo ‘sobrehumano’ no es exagerado. El organizador del viaje
desde Ciudad Chihuahua, Ing. Gabriel Tomás García Ramírez,
había tomado malas decisiones. Boicoteó su propio viaje. Por
razones desconocidas, intentó por todos los medios reducir los
participantes por él representados, entre los que nos hallába-
mos nosotros. A todos nos dijo que no había condiciones para
ir a la Copa Independencia, que cambiaran su participación al
torneo Carlos Torre Repetto in Memoriam. Convenció a mu-
chos y lo intentó con la escuela Lucena. Pero no admitimos su
sugerencia, básicamente por cuestión de principios. La agen-
cia de viajes, por haberse reducido drásticamente el número
de viajantes gracias a su autoboicot, aumentó las tarifas. Entre
el Ing. Erives, su esposa Edith Nevárez y yo sostuvimos una
negociación-batalla con García hasta que lo forzamos a cum-
plir su compromiso. Lo cumplió a medias, porque todavía fue
necesario que yo hiciera el esfuerzo de conseguir, literalmente
de un día para otro, una cantidad nada despreciable con pa-
trocinadores, para cubrir la diferencia en el precio de tres bo-
letos de avión, precio que, por tratarse de compras de último
momento, se había disparado considerablemente. El costo de
otros tres vuelos no los cubrió y los cambió por boletos de au-
tobús. En fin, con la mitad viajando en avión y la otra mitad
en autobús, la escuela Lucena cumplió su último compromiso
con los discípulos rebeldes, el de participar en la Copa Inde-
pendencia.
125
intencionalmente en blanco
CAPÍTULO XIII
EL AÑO DEL GALLO
Objetivo general
Incremento de la calidad ajedrecística de los deportistas del muni-
cipio de Madera, Chihuahua en el mediano plazo.
Objetivos específicos
1. Brindar entrenamiento constante a los jugadores de élite del mu-
nicipio (objetivo de calidad).
2. Más continuidad del funcionamiento de la escuela de ajedrez.
3. Ampliar la base, enseñando a la mayor cantidad de niños de pri-
maria las reglas básicas del ajedrez (objetivo de cantidad).
4. Celebrar un torneo abierto en Ciudad Madera con participación
de ajedrecistas del interior del estado y de otros estados del país.
Actividades
1. Conseguir subsidios para la Escuela de Ajedrez Luis Ramírez de
Lucena. En detalle, que la o las instituciones patrocinadoras subsi-
dien la inscripción de los jugadores, para, de ese modo, cobrarles
menos y que la escuela no se vea obligada al funcionamiento inter-
mitente que ha presentado, según el cual ha permanecido abier-
ta sólo en temporadas. Eso lograría una profesionalización de los
entrenadores y la autosuperación permanente de los estudiantes.
2. Hacer alcanzar el subsidio para que, aparte de los entrenadores
de planta de la escuela, haya entrenadores itinerantes que visiten
las escuelas primarias con lecciones lo más económicamente po-
128
Tramar un déjà vu
sibles.
3 Organizar un torneo abierto con premios lo suficientemente
atractivos como para convencer a jugadores de calidad de otros
municipios del estado y de otros estados a venir a participar en él.
4. Llevar un equipo de élite a participar por lo menos una vez al
año a alguno de los grandes torneos abiertos que se celebran en
el interior del país (Copa Independencia, Carlos Torre Repetto in
memoriam, Torneo Nacional Abierto).
Costos
El subsidio mínimo para el sostenimiento de la escuela es de $ 2,000
pesos mensuales. Eso permitirá que, según el número de inscritos,
se les pueda cobrar una cuota de $100 o $150 pesos mensuales por
persona, esto es, la tercera parte o la mitad del costo total actual de
$300 pesos mensuales.
El subsidio mínimo para el o los entrenadores itinerantes es la mi-
tad del anterior: $1,000 pesos mensuales.
Para hacer atractivo el torneo abierto se necesitan dar por lo me-
nos $10,000 pesos en premios. La organización de un torneo suele
implicar algunos gastos adicionales a los premios: renta de local,
hospedaje a maestros internacionales cuando expresan el interés
en participar y piden esa clase de apoyo, refrigerios.
La participación de un equipo de élite implica gastos de alrededor
de $6,000 pesos por persona. Se pueden conformar equipos alta-
mente representativos con un mínimo de cuatro integrantes.
Conclusiones
Los objetivos planteados son del todo realistas, dado que todas las
actividades que se plantean ya han sido realizadas por los directi-
vos de la Escuela Luis Ramírez de Lucena, algunas en varias oca-
siones. Se pueden mencionar como antecedentes el Torneo Madera
en 2010, que tuvo participación de cuatro países, incluyendo un
gran maestro internacional, un maestro internacional, y una gran
maestra femenil. En 2016 hubo participación de maderenses en el
Torneo Nacional Abierto, en Oaxtepec, Morelos, en la Copa Inde-
pendencia, en la ciudad de México y en el Torneo Internacional
Chihuahua, además de un sinfín de torneos de menor importancia
en Chihuahua, Cuauhtémoc y Ciudad Juárez. La escuela de ajedrez
en su apogeo entrenó a 10 jugadores inscritos.
El proyecto actual sólo está buscando incrementar los logros y me-
jorar la estabilidad. Eso sólo lo podemos lograr con la unión y par-
129
Pepe Portillo
ticipación de todos los paisanos del municipio.
(Lic. José Portillo Parra, presidente; Ing. Edgar Enrique Erives
Chacón, secretario; 8 de noviembre de 2016).
130
Tramar un déjà vu
David Montes sin merecerlo, solo por ser el “responsable” del
proyecto. Como se trata de una persona de conocida baja mo-
ral, es altamente probable que la sospecha sea realidad. David
Montes ha tenido escuelitas privadas de ajedrez que “atiende”
irresponsablemente. Es puntual para cobrar, no así para aten-
der a sus inscritos. Se le acusa de haber solicitado en préstamo
16 equipos de ajedrez, tablero, piezas y bolsa, de la escuela pri-
maria Abraham González, No. 2228 y de no haberlos devuelto
cuando se le solicitó. Además de que es deudor malapaga de
una cantidad de establecimientos comerciales.
No le creo a los políticos. Por eso no creí la promesa del
presidente municipal. Que pasara un mes sin llamarme a reci-
bir el subsidio prometido solo confirmó que nunca me lo da-
ría. Dejé de esperarlo. No me preocupé. Con un solo alumno
de élite a quien entrenar me consideré activo y vigente. Estaba
muy lejos de estar retirado como entrenador.
Con el aprendizaje que la mala experiencia con Wilber
Rascón me había dejado. A fines de 2016 reformulé toda mi
pedagogía y didáctica del ajedrez. Mi nueva metodología
privilegia el conocimiento sobre el deporte. No volveré a de-
jar que el espejismo de los resultados deportivos empañe la
comprensión de lo que el ajedrez es y debe ser en realidad, un
modelo de la vida. Con esa nueva metodología entrené a mi
único discípulo, Enrique Erives, y logré que llegara a ser un
gran ajedrecista, en el buen sentido de progresar intelectual y
moralmente usando el ajedrez. Por añadidura, deportivamente
también se convirtió en el mejor del estado en su categoría.
Febrero de 2017 significó un duro golpe, el último que
permitiría que los renegados me asestaran. Se llegó la fecha de
la olimpiada municipal. La organizaron entre David Montes y
mis renegados. Enrique Erives era elegible, cumplía el requi-
sito de edad, pero nadie lo invitó, ni a través de mí, ni directa-
mente. Fue su madre la que movió a las autoridades para que lo
incluyeran. Participó en la olimpiada municipal, gracias a esas
gestiones, y la ganó. En un par de días viajaría la delegación a
la olimpiada estatal. Ya que yo no iría con esa delegación como
131
Pepe Portillo
entrenador, menos como delegado, tenía que adelantarme a
una posible difamación. Cuando a David Montes, quien iría
como delegado, inevitablemente le preguntaran por mí, por-
que soy quien en las olimpiadas estatales es reconocido como
el representante moral y natural del municipio de Madera, no
tenía la menor confianza de que dijera la verdad. Era muy ca-
paz de decir que yo había perdido el interés en el ajedrez, que
mi desplazamiento había sido voluntario y quién sabe cuántas
cosas más. Tenía que adelantarme y el tiempo apremiaba. Pu-
bliqué una carta abierta denunciando las traiciones que desde
hacía tiempo venían cometiendo en mi contra mis exdiscípu-
los renegados. Me refiero a las indisciplinas porque toda in-
disciplina es una forma de traición, traición mediocre, banal,
como diría Hannah Arendt, pero al fin traición. Denuncié
también el manejo oscuro de los ingresos de la escuela Mentes
Brillantes. Por último, denuncié la falta de invitación a Enrique
Erives a la olimpiada municipal..
¿Si un acto inmoral puede ser previsto por la víctima y
ésta deja de hacer lo necesario para evitarlo antes de que su-
ceda, la víctima se suma a la lista de los victimarios? La pre-
gunta es válida si y solo si la víctima, además del conocimiento
del acto inmoral en potencia, estaba en poder de evitarlo. Son
cuestiones de amplia generalidad y grado de abstracción que
desvelan a los filósofos morales. Pero, aquí hay un hecho con-
creto que conviene aprehender como tal, ¿puse yo en manos
de mis discípulos el arma con que me apuñalaron? Mejor aún,
con independencia del origen del arma, ¿podía evitar que la
tuvieran primero y luego que la usaran después en mi contra?
En los milenios que llevan estudiándose los problemas de res-
ponsabilidad moral, el control es el significante por antono-
masia. La responsabilidad moral es sinónimo de control sobre
los actos. Yo no tuve ese grado de control sobre los actos de
mis discípulos. Además, sería indeseable tenerlo. Es preferi-
ble ser traicionado mil veces que controlar a un ser humano.
Aun así, si inicio este capítulo con esas preguntas no es solo
para responderlas con un rotundo no, ni es para descargar
132
Tramar un déjà vu
mi conciencia. La inquietud que me mueve es la de la com-
prensión. Mientras que la explicación puede conformarse, y
lo hace, con tonalidades discretas, el blanco y negro, el sí o el
no, la comprensión se solaza en los semitonos y las fusiones.
La fenomenología del comprender acaba postulando la fusión
de horizontes como meta superlativa. La explicación produce
la máquina de vapor, la bomba atómica y las computadoras,
apoteosis de la opción binaria, de la separación más tajante e
irreconciliable de opuestos. La comprensión nos acerca. Es que
no somos máquinas —disculpen el truismo.
Yo no sabía que sería traicionado, pero algo sabía. Dilu-
cidar el qué de ese algo va más allá de un asunto en esencia
adverso pero pasajero, va hacia el aprendizaje y el perfeccio-
namiento de la práctica, cosas que resultan ser permanentes
y dignas de cultivarse. Para saber se debe tener una creencia,
lo que uno cree debe ser cierto y uno debe tener justificación
suficiente para sostener la creencia que uno sostiene. Con esas
tres condiciones, era mucho lo que yo sabía de mis discípulos.
En sus inicios compitiendo en torneos, Wilber Rascón
Chacón sobre todo tenía ganas de jugar correctamente. Hasta
las jugadas más evidentes las verificaba una y otra vez. Eso lo
hacía jugar lento, pero le daba una precisión que le ayudó a
ganarles a competidores impulsivos. Su juego casi se limitaba a
evitar cometer errores. Carecía de todo lo necesario para saber
qué buscar en una posición. Se puede comparar al jugador de
entonces al de hoy y se verá qué cambió. La distancia temporal
es de cinco años. En ese período, la facultad que en él se desa-
rrolló más fue la intuición. Es capaz de formular combinacio-
nes y, lo que es aún más importante, sacrificios posicionales
correctos, en cuestión de segundos, basado en pura intuición,
lo que lo vuelve especialmente peligroso en blitz y bala. Pero,
apenas en ese aspecto fue en lo único que mejoró. Aparte de
movimientos que aumenten la actividad de sus piezas de ma-
nera evidente, sigue sin saber qué buscar en una posición. Es
incapaz de formular planes. Su capacidad de juego se limita al
corto alcance, por lo que sigue siendo lento. Cuando por puro
133
Pepe Portillo
cálculo es incapaz de hallar una ventaja, pierde la compostura
y, en lugar de percatarse que más le valdría formular un plan
con principios posicionales, sigue perdiendo el tiempo calcu-
lando variantes inútiles. Es incapaz de orientarse en posicio-
nes tranquilas, con poca tensión. Por eso prefiere posiciones
agudas.
En ese mismo período, Servando Torres tuvo un desarro-
llo diferente. Mientras su compañero Wilber pasó de no tener
nada ajedrecísticamente valioso a detentar y ostentar una gran
intuición, Servando al principio fue una nulidad y solo últi-
mamente había comenzado a desarrollar algo importante, una
buena técnica. Era un jugador tímido que solo sabía esperar
sin hacer nada. Después de pasar cinco años jugando en tor-
neos logró tener una mejor técnica al final.
De seguir así, y de hecho lo harán porque no se vislumbra
un cambio en el mediano plazo, ambos tienen poco futuro en
el ajedrez. Al llegar al tope de su intuición, Wilber llegó al tope
de su fuerza ajedrecística. Superarse como ajedrecista requiere
inteligencia y disciplina. Carente de ambas cosas, no tardan en
hacerse presentes las decepciones en su vida. Servando Torres
es más inteligente y disciplinado, pero los problemas emocio-
nales son un lastre para él. En relación a la repetición edípica
conmigo como blanco, hace muchos años que mi fuerza aje-
drecística llegó a su tope, pero, con todo, es más alta que la que
ellos han alcanzado y más alta de lo que pronostico alcanzarán.
Se les acabó la fase en que se progresa con facilidad. He ahí la
causa de la gratuita conflictividad de mis discípulos.
Con esos elementos, pude haber predicho la traición que
se avecinaba, pero solo a grandes rasgos y con poca certeza.
El ajedrez en sí es un juego perverso, se trata de matar al pa-
dre. Yo notaba en mis discípulos esa expresión edípica tan os-
tensible. La aproveché para su beneficio. Mientras intentaran
matarme y no lo lograran, progresarían. El progreso fue veloz,
un viaje en cohete. De la noche a la mañana, la escuela Lucena
figuraba como una de las más fuertes en Chihuahua. El error
que acaso cometí fue creer que ellos podían ver la puesta en es-
134
Tramar un déjà vu
cena edípica del mismo modo que yo, como un juego simbóli-
co de fuerzas, un mecanismo de defensa, algo menos real de lo
que parece. Di demasiado por sentado. No me percaté de que
mientras yo tengo muchos mecanismos de defensa, estrategias
para disipar la angustia, grandes sublimaciones, para ellos el
ajedrez era casi el único. Me mataban o sentían morirse. Por
eso Mihail Tal dijo que solo las personas con maldad pueden
llegar a ser grandes ajedrecistas. Según él, Marcel Sisniega no
pudo llegar más alto porque era “un tipo muy bueno” que to-
davía no había peleado con lobos.
Especulo que de haber predicho la traición de todos mo-
dos habría dejado que sucediera. La razón de ello estriba en que
la única manera de evitarla habría sido renunciar un año atrás,
justo después de la Olimpiada Estatal 2016. Otras estrategias
no habrían servido. No estaba, ni está en mi poder, corregir
trastornos del desarrollo del sistema nervioso o emocional de
mis discípulos. De haber renunciado, me habría perdido de la
gratificante experiencia de entrenar a otro discípulo con un
presente y un futuro más brillante que el de ellos y también
habría perdido la oportunidad de poner en práctica las correc-
ciones metodológicas que la experiencia me ayudó a formular.
135
intencionalmente en blanco
CAPÍTULO XIV
CONVERSACIÓN FILOSÓFICA
151
intencionalmente en blanco
EPÍLOGO