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Tipos de enunciados
Todos los monos que realizaron viajes espaciales entre 1948 y 1949 murieron
durante el vuelo.
Se trata de un enunciado muestral. Si bien tiene la forma de un enunciado universal,
se refiere en realidad a 4 monos, poco originalmente llamados: Albert I, II, III y IV. De
modo que evaluar la verdad de ese enunciado no conlleva las dificultades que
habíamos mencionado a propósito de los enunciados universales.
De modo que el primer tipo de enunciados que estudiaremos son los enunciados
empíricos básicos, esto es, enunciados singulares o muestrales que se formulan
utilizando términos no lógicos de carácter observacional. Ejemplos de este tipo de
enunciados son:
Los cerebros de los monos son más grandes que los de las ratas.
Los metales se dilatan al ser sometidos al calor.
Las cebras poseen líneas blancas y negras en su pelaje.
Muchas de las hipótesis científicas que tomaremos como ejemplos tienen esta
forma. Ahora bien ¿es posible determinar de modo directo la verdad de las
generalizaciones empíricas? Si bien todos sus términos no lógicos se refieren a
entidades observables, las generalizaciones empíricas de este tipo requieren de
una evaluación indirecta. Como ya indicamos en la lección nº2, no es posible
abarcar la totalidad de los objetos a los que se refieren para probar su verdad, es
decir, para verificar el enunciado. Sin embargo, si atendemos a su forma, bastaría
encontrar un contraejemplo para establecer su falsedad.
Asimismo, las generalizaciones empíricas también pueden tomar la forma de
enunciados generales de otro tipo. También podemos referirnos a cierto porcentaje
de una población o asignar cierta probabilidad a la ocurrencia de un fenómeno en
una población infinita o inaccesible, como en los
enunciados estadísticos o probabilísticos, por ejemplo:
Como vimos también, en este caso se observa una asimetría tal como ocurría con
los enunciados universales, pero inversa: las complicaciones se generan al tratar
de probar su falsedad –y no su verdad-, pues ello implica recorrer un conjunto
demasiado extenso como para poder ser inspeccionado.
Enunciados teóricos
Los enunciados teóricos se caracterizan por la presencia de vocabulario teórico.
Estos contienen al menos un término teórico. Más allá de esto, pueden ser
singulares, muestrales o generales (universales o probabilísticos).
Suele distinguirse a los enunciados teóricos en puros y mixtos. Como seguramente
sospeche nuestra lectora o lector, los enunciados teóricos puros son aquellos que
sólo contienen términos teóricos como vocabulario no lógico, mientras que los
mixtos son aquellos que contienen al menos un término teórico y al menos uno
observacional. Ejemplos de enunciados teóricos puros son los siguientes:
Por referirse a entidades que no son accesibles de modo directo (átomo, electrón,
quark, partícula sub-atómica, alelo, gen, locus),[1] estos enunciados sólo pueden
evaluarse indirectamente, mediante un proceso de contrastación empírica. Ahora
bien, para que puede llevarse adelante este proceso es necesario conectar de algún
modo estos enunciados que incluyen únicamente vocabulario no teórico con el
ámbito de lo observacional. Esta función la desempeñan los enunciados teóricos
mixtos o, como se los suele llamar también, reglas de correspondencia. Los
enunciados teóricos mixtos son aquellos que vinculan lo puramente teórico con lo
puramente observacional. Ejemplos de este tipo de enunciados son los siguientes:
Como veremos en lo que sigue, las hipótesis que integran las teorías científicas son
hipótesis de carácter general, tanto empíricas como teóricas. Y es precisamente el
carácter general y, en ciertos casos, el carácter teórico, lo que demanda un proceso
de testeo indirecto: la contrastación. Para llevar adelante este proceso, resultaran
imprescindibles enunciados de la forma de los enunciados empíricos básicos.
La asimetría de la contrastación
Como ya vimos en lecciones anteriores, la lógica es la disciplina que nos permite
discernir entre razonamientos válidos –es decir, los que transmiten la verdad de las
premisas a la conclusión- y aquellos que no lo son. Es por eso que, desde los
inicios mismos de la filosofía de la ciencia, se consideró que el mejor camino para
entender el proceso de puesta a prueba o contrastación de hipótesis consiste en
detectar la forma de los razonamientos involucrados y tratar de descubrir con
ayuda de la lógica si estamos ante deducciones válidas o inválidas.
Tomemos primero la puesta a prueba de la primera hipótesis que mencionamos. La
vamos a llamar H1 para evitar confusiones con las siguientes hipótesis que
veremos a lo largo dela lección.
H1: Todos los cerebros de mamíferos comparten la misma estructura.
Dijimos que la manera de contrastar o poner a prueba la hipótesis era a partir de
consecuencias observaciones, que llamaremos CO1. En este caso, lo que había
pensado la Dra. Herculano-Houzel era que si todos los cerebros de los mamíferos
eran esencialmente iguales, entonces animales con cerebros de igual tamaño,
como los chimpancés y las vacas, debían exhibir las mismas capacidades
cognitivas. Esto puede ser formulado así:
CO1: Los chimpancés y vacas analizados por el equipo de la doctora Herculano-
Houzel tendrán las mismas habilidades cognitivas.
La contratación o puesta a prueba de esta hipótesis, entonces, se orienta a
averiguar si es correcta la hipótesis, si es correcto que todos los cerebros de
mamíferos comparten la misma estructura (H1). Para ello se obtiene
deductivamente a partir de la hipótesis una consecuencia observacional: los
chimpancés y vacas que se estudien tendrán las mismas habilidades cognitivas
(CO1)[1]. Dado que la consecuencia observacional se ha deducido de la hipótesis
podemos formular el siguiente condicional:
Si H1 entonces CO1
En donde la hipótesis ocupa el lugar de antecedente y la consecuencia
observacional funciona como el consecuente. Dado que el razonamiento es
deductivo, ese condicional ha de ser verdadero.[2]
La observación de la conducta de chimpancés y vacas, nos lleva a entender que
efectivamente sus capacidades cognitivas no son idénticas, lo que conduce a negar
la consecuencia observacional:
No es cierto que CO1
Si recordamos las reglas de inferencia que estuvimos analizando en lecciones
pasadas, podemos reconocer que estamos en presencia de una forma que ya
estudiamos, el Modus Tollens. Obtuvimos deductivamente a partir de la hipótesis
una consecuencia observacional, lo que nos condujo a formular un condicional que
tenía a la primera como antecedente y a la segunda como consecuente . Y como
descubrimos que el consecuente (es decir, la consecuencia observacional) no es
verdadero, podemos por aplicación del Modus Tollens afirmar que la hipótesis
tampoco lo es. Cuando se demuestra que una hipótesis no es verdadera, los
científicos dicen que queda refutada.
Si pensamos a todo el proceso de refutación de una hipótesis como un
razonamiento, su forma sería esta:
Si H1 entonces CO1
No es cierto que CO1
Por lo tanto, no es cierto que H1
Así, queda claro que la forma del razonamiento es un Modus Tollens:
Si A entonces B
No es cierto que B
Por lo tanto, no es cierto que A
Como vimos en las lecciones anteriores sobre lógica, se trata de una forma de
razonamiento válida, esto es, una forma tal que si parte de premisas verdaderas
alcanza necesariamente una conclusión verdadera. Así, en la refutación tenemos
absoluta certeza de que si las premisas son verdaderas, su conclusión también lo
es.
La contrastación de hipótesis a partir de la deducción de consecuencias
observacionales y el ulterior testeo de estas con la experiencia es lo que se llama
“método hipotético deductivo” ya que, como acaba de quedar claro, en ella reside
un razonamiento deductivo.
Una buena manera de confirmar que no todos los cerebros de los mamíferos son
iguales es entonces mostrando que la relación entre el tamaño del cerebro y la
cantidad de neuronas no es proporcional. La Dra. Herculano-Houzel creyó que el
mejor modo de hacerlo era comparar lo que sucedía con pares de cerebros de
distintos tamaños pero de la misma familia de animales entre sí. Ella sostuvo que
nos íbamos a encontrar con distribuciones muy distintas de neuronas. El
inconveniente con el que se topó era que no existía un método fiable para contar
las neuronas y saber con exactitud cuántas hay. Así que la neurocientífica brasileña
y su equipo debieron formular uno. El método que desarrolló el Laboratorio de
Neuroanatomía comparada consiste en disolver el cerebro en detergente hasta
conseguir una suerte de líquido -que llamaron “sopa”, por su parecido con la
comida que odiaba Mafalda- en la que se habían destruido las membranas que
dividían las neuronas pero se mantenían los núcleos celulares intactos. Entonces,
esta sopa podía ser agitada para que su contenido se distribuya uniformemente y
luego se podía tomar una pequeña muestra de ella, contar cuántos núcleos
contiene y a partir de allí calcular cuántos hay en el contenido total de la sopa
original, que no es otra cosa sino un cerebro completo descompuesto. Es un
método simple, directo y rápido.
Ahora que sabían cómo contar neuronas, los integrantes del equipo del laboratorio
compararon el cerebro de un roedor con el de un primate. En el caso del primero,
descubrieron que los cerebros de roedores grandes tienen un promedio bajo de
neuronas, lo que indica una densidad de neuronas por centímetro cúbico pequeña.
Cuanto más chico el roedor, más pequeño será su cerebro y menor la cantidad de
neuronas, lo que implica menos habilidades para desarrollar. En los primates, en
cambio, encontraron cerebros con una densidad altísima de neuronas, ya que éstas
tienen un tamaño menor que las de las ratas. Así, dieron por tierra con cualquier
tipo de vínculo fijo que podamos hacer entre tamaño de cerebro y cantidad de
neuronas: no se necesita un cerebro gigante para tener muchas más neuronas
la hipótesis a poner a prueba era que, efectivamente, los cerebros de los
mamíferos no eran iguales, tal como se creía hasta entonces, sino que presentaban
una distribución particular de neuronas. Llamaremos a esta hipótesis H2, para
evitar confusiones con la hipótesis anterior:
H2: Los cerebros de mamíferos no tienen la misma distribución de neuronas.
Dada esta hipótesis, lo que cabía esperar era que la relación entre el tamaño del
cerebro y la cantidad de neuronas no fuera proporcional como se creía. De modo
más específico, en relación con los primates y roedores, cabía esperar que la
relación entre el tamaño de sus cerebros y la cantidad de neuronas allí presentes
no fuera proporcional, ni la misma, en uno y otro caso. Así, de H2 era posible
deducir:
CO2: La cantidad de neuronas en los mamíferos analizados por el equipo de
investigadores no será proporcional al tamaño del cerebro.
Para eso, decidió comparar los cerebros de roedores y primates con su método de
la “sopa”. Como anticipamos, luego de realizar los experimentos correspondientes,
las investigadoras e investigadores descubrieron que, si bien los cerebros de los
roedores aumentaban la cantidad de neuronas a medida que aumenta el tamaño del
cerebro; el aumento de tamaño es mayor que el incremento en la cantidad de
neuronas, pues a medida que aumenta el tamaño del cerebro, aumenta también el
tamaño de las neuronas. Por su parte, las neuronas de los primates mantenían su
tamaño al incrementarse su número. Esto indicaba que la cantidad proporcional de
neuronas es diferente es uno y otro caso (tal como era de esperar de acuerdo con
CO2). Por lo tanto, parece razonable admitir que la distribución de las neuronas
cambia en ambas órdenes de mamíferos, tal como H2 sugiere.
Si pensamos esta contrastación en los términos lógicos que mencionamos hace un
momento, su formulación sería:
Si H2 entonces CO2[3]
CO2 es verdadera
H2
¡La hipótesis 2 no queda refutada! Al contrario, se cumple la consecuencia
observacional –que la cantidad de neuronas en relación con el tamaño de sus
cerebros de roedores y primates es muy diferente- y por lo tanto nuestra hipótesis
queda a salvo. Ahora bien, ¿esto quiere decir que la hipótesis es verdadera, que ha
sido verificada? Aquí debemos ser cautos, porque necesitamos de la lógica como
herramienta para entender si la verdad de la conclusión de este razonamiento está
garantizada.
Cuando vemos la forma del razonamiento descubrimos que es una falacia de
afirmación de consecuente:
Si A entonces B
B
------
A
Al tratarse de un argumento inválido, no tenemos garantías de que H2 sea
verdadera. Tal como su forma indica, si la hipótesis implica la consecuencia
observacional y ésta se cumple, no podemos inferir válidamente que la hipótesis
sea verdadera. Si atendemos a la estructura de la contrastación de hipótesis, vemos
que la falsedad de la consecuencia observacional nos permite inferir válidamente la
falsedad de la hipótesis de la cual se dedujo. Sin embargo, la constatación de la CO
no nos permite inferir válidamente la verdad de la hipótesis.
Esto es lo que se conoce como la asimetría de la contrastación: es lógicamente
posible afirmar la falsedad de una hipótesis a partir de una consecuencia
observacional gracias al Modus Tollens pero es imposible decir que es verdadera a
partir de la verificación de su consecuencia observacional, Se suele llamar
“refutación” al rechazo de una hipótesis como falsa y “verificación” a la prueba de
su verdad. En estos términos, lo que la asimetría establece es que, desde un punto
de vista lógico, no se puede verificar pero sí refutar.
La asimetría de la contrastación tiene consecuencias muy importantes para la
ciencia, que siempre deben ser tenidas en cuenta: no contamos con certezas sobre
ninguna hipótesis científica. Podremos estar convencidos de su utilidad o de la
función que cumplen en un esquema o modelo mayor, pero nunca podremos
asegurar con absoluta seguridad que una hipótesis es verdadera. Aunque una
teoría científica parezca robusta y poderosa, esconde una increíble fragilidad: en
cualquier momento puede caer. Es por este motivo que mencionábamos algunos
párrafos más arriba que todo enunciado científico es, en el fondo, un enunciado
que aceptamos como verdadero hasta que se demuestre lo contrario.
Condiciones Iniciales
En el caso de la Dra. Herculano-Houzel y su pregunta por si todos los cerebros de
los mamíferos eran esencialmente iguales, por ejemplo, el punto de partida de la
puesta a prueba fue que se habían realizado mediciones que mostraban que
chimpancés y vacas tenían el cerebro del mismo tamaño.
CI1: Se mide el tamaño del cerebro de los chimpancés y de las vacas dando por
resultado que tienen igual tamaño.
La contrastación o puesta a prueba de la hipótesis quedaría así: si todos los
cerebros de mamíferos comparten la misma estructura y distribución de neuronas,
y si los chimpancés y vacas que son estudiados tienen un cerebro de igual tamaño,
entonces chimpancés y vacas tendrán las mismas habilidades cognitivas. Puesto
en términos más claros:
Si (H1 y CI1) entonces CO1.
En esta reconstrucción, el uso de paréntesis nos sirve para entender que el
antecedente del condicional consiste en la conjunción de H1 y CI1, mientras que su
consecuente es CO1. Esto es de gran importancia y es relevante no perderlo de
vista: la estructura de la que estamos hablando es un condicional que tiene como
antecedente una conjunción.
La observación de la conducta de chimpancés y vacas nos lleva a entender que
efectivamente sus capacidades cognitivas no son idénticas. La consecuencia
observacional resulta ser falsa:
No es cierto que CO1
Esto llevó a la Dra. Herculano-Houzel a refutar H1, pero en realidad la situación es
un poco más compleja. El proceso de refutación de una hipótesis con condiciones
iniciales podría verse así:
Si (H1 y CI1) entonces CO1.
No es cierto que CO1.
Por lo tanto, no es cierto que (H1 y CI1)
En sentido estricto, aquello que queda refutado es un conjunto de enunciados
formado por: la hipótesis principal y las condiciones iniciales, ambas puntos de
partida para la derivación de las consecuencias observacionales. Más aún, como
veremos en el siguiente apartado, la situación es aún más compleja.
Ejercicio 12
Ejercicio 12
Ya contamos con toda la información relevante para acompañar al equipo de la Dra.
Herculano-Houzel en su investigación. Tratemos de ayudarla.
a. Piense en los datos disponibles y formule una hipótesis de cómo obtenemos la
cantidad de calorías necesarias para mantener en funcionamiento nuestro cerebro.
Sabemos que es un gasto energético mayúsculo y que no pasamos mucho tiempo
del día comiendo, sino que nos alimentamos en ocasiones puntuales a lo largo de
una jornada. A la hora de postular la hipótesis respete el tipo de enunciado
adecuado.
b. A partir de la hipótesis planteada, ahora piense en un experimento en el que se la
ponga a prueba. Formule entonces una condición inicial, una consecuencia
observacional que se derive de ella y una hipótesis auxiliar acorde al experimento.
Una vez más: para hacerlo respete el tipo de enunciado que debe corresponder a
cada elemento.
A modo de conclusión
La Dra. Herculano-Houzel y su equipo formularon una hipótesis para explicar cómo
es que nuestro cerebro consume tanta energía pero los seres humanos no pasamos
horas y horas de nuestro día comiendo para poder obtenerla. La clave está en la
dieta: el resto de los primates consume hojas y frutas crudas en su ambiente
natural, mientras que nosotros contamos una herramienta increíble: la cocina.
Cocinar los alimentos permite que podamos sacar más energía de ellos. El fuego
consigue que nos alimentemos con productos que ya han sido pre-digeridos fuera
de nuestro cuerpo, son más suaves y fáciles de masticar, maximizando su digestión
y eliminando sustancias nocivas. Cocinar nos permite ahorrar tiempo y obtener una
cantidad mucho mayor de energía de los mismos alimentos que tienen al alcance
los animales.
Investigaciones provenientes de la antropología brindaron más apoyo a la
hipótesis: se cree que la cocción de alimentos nació hace un millón y medio de
años, un momento a partir del cual nuestros antepasados biológicos comenzaron a
separarse de los otros primates. Gracias a la cocina, nuestro cerebro
peligrosamente cargado de neuronas que lo volvían tan demandante de energías
pudo volverse nuestro aliado.
Justificación y demarcación
El problema de la justificación de las teorías resulta crucial para la filosofía de la
ciencia, ya que todo cambio de creencias científicas supone un proceso crítico en
el que las teorías son evaluadas para determinar cuáles de ellas serán aceptadas y
cuáles rechazadas. Como hemos visto, esa evaluación recibe el nombre de puesta a
prueba o contrastación, y consiste en la confrontación de las hipótesis investigadas
con los elementos de juicio empíricos.
Pero además de ser sometidos a contrastación, los enunciados que componen las
teorías deben ser examinados –de acuerdo con distintos criterios– para establecer
si efectivamente pertenecen al ámbito de la ciencia o si son enunciados que
corresponden a otras formas de conocimiento o expresión humanas.
Esta circunstancia nos enfrenta al problema de la demarcación, que consiste en la
estipulación de un criterio que permita determinar si un enunciado pertenece al
ámbito científico o no. Al igual que el problema de la justificación, la cuestión de la
demarcación de las teorías ha recibido diferentes abordajes filosóficos.
El papel de la inducción
Todos estos pensadores adoptaron una posición empirista de acuerdo con la cual
el conocimiento solo es legítimo cuando se apoya en la experiencia perceptiva, es
decir, en lo dado inmediatamente a los sentidos. Los datos observacionales eran
considerados como la base para confirmar inductivamente las hipótesis generales.
Esta fue la estrategia propuesta por el inductivismo crítico de Hempel y de
Carnap.[1]
Como hemos estudiado, el resultado favorable de una contrastación no permite
inferir con certeza deductiva la verdad de la hipótesis, y ello por dos razones: en
primer lugar, porque cada contrastación favorable se reconstruye con la estructura
de una falacia de afirmación del consecuente –que es una forma inválida de
argumento–, y en segundo lugar –y estrechamente vinculado con la razón anterior–
porque nunca pueden revisarse todos los casos mencionados por una hipótesis
universal, y por lo mismo, siempre existirá la posibilidad de que aparezca un caso
refutatorio.
Hempel y Carnap consideraron, sin embargo, que aunque las hipótesis empíricas
no puedan ser probadas concluyentemente, sí es posible confirmarlas; es decir, es
posible asignarles un grado de probabilidad o apoyo inductivo a partir de cada uno
de los casos favorables hallados en sucesivas contrastaciones.
A esta posición se la denominó inductivismo crítico, porque se reconoce que la
inducción desempeña un papel crucial en la justificación de las teorías, pero se
admite que los argumentos inductivos no permiten arribar con certeza a las
conclusiones que ofrecen. Por eso propusieron una estrategia para estimar un
grado de probabilidad de acuerdo con la cantidad de casos particulares favorables
hallados para las hipótesis bajo investigación.
Pese a reconocer el papel de la inducción en la justificación de las hipótesis, los
inductivistas críticos –también llamados confirmacionistas– se pronunciaron en
contra de una creencia muy extendida: la que sostenía que los argumentos
inductivos también se empleaban en la generación de hipótesis, es decir, en la
instancia en que se busca producir una respuesta para el problema científico que
se investiga (instancia que se conoce como contexto de descubrimiento). De
acuerdo con esta idea –que corresponde a un inductivismo más estrecho–, la
investigación comienza con la observación de casos particulares que se registran
en enunciados singulares observacionales; luego, a partir de ellos y mediante la
generalización inductiva, se infiere la hipótesis.[2]
Pero de acuerdo con el inductivismo crítico, esta versión acerca de la investigación
científica que propone que se parta de la observación y la generalización inductiva
para generar hipótesis, no es sostenible por dos razones.
La primera es que para hacer observaciones es necesario contar con un criterio que
nos determine qué es lo que será relevante observar; de otro modo, deberíamos
registrar infinitos hechos, la mayoría de los cuales serían inútiles para la
investigación. Ese criterio indispensable para determinar qué debe observarse
presupone que ya tengamos una hipótesis propuesta. Por lo tanto, las hipótesis no
se derivan de las observaciones, sino que estas dependen de aquellas.
La segunda razón es que si las hipótesis se derivaran inductivamente a partir de
enunciados observacionales que dan cuenta de casos particulares constatados, no
existirían hipótesis con términos teóricos. Pero la ciencia contiene muchísimas
teorías cuyas hipótesis refieren a entidades inobservables.
Entonces, ¿de dónde provienen esos conceptos que no refieren a nada percibido?
La respuesta del inductivismo crítico es que las hipótesis teóricas se generan por
medio de la imaginación creativa de las científicas. En otras palabras: en lo relativo
al contexto de descubrimiento, las hipótesis se inventan para dar cuenta de los
hechos, sin ninguna intervención de la lógica inductiva ni de la deductiva.
En cambio, en lo relativo al contexto de justificación, el inductivismo crítico señala
que la inducción sí desempeña un papel decisivo: determinar el grado de
probabilidad o apoyo empírico que cada nuevo caso particular favorable permite
asignarle a la hipótesis de la investigación. Así, cada nueva confirmación
incrementará (en ausencia de refutaciones) el grado de probabilidad de la hipótesis
puesta a prueba.
Su respuesta :
a. Las hipótesis confirmadas son verdaderas en virtud de las observaciones de
casos particulares favorables. = Falso
b. Las hipótesis confirmadas son falsas, ya que la confirmación emplea la forma de
la falacia de afirmación del consecuente. = Falso
c. Las hipótesis confirmadas son consideradas conocimiento científico y su verdad
es solo probable. = Verdadero
d. La probabilidad de las hipótesis confirmadas depende de la cantidad de casos
favorables hallados en la contrastación. = Verdadero
e. La probabilidad de las hipótesis confirmadas se establece por medio de la
deducción. = Falso
Todas tus selecciones son correctas. En efecto, que las hipótesis sean
confirmadas no significa que sean verdaderas (razón por la cual el enunciado a es
falso ), ni que sean falsas (haciendo también falso el enunciado b); que una
hipótesis resulte confirmada solo la vuelve probable y nos garantiza que es
científica (de modo que c es verdadero). La confirmación se apoya sobre un tipo de
razonamiento inductivo (no deductivo, como afirmaba falsamente e) y depende de
la cantidad de casos favorables que resulten de la contrastación (tal como
sugiere d), así, a mayor cantidad de casos, mayor será la evidencia disponible a
favor de la hipótesis y mayor su probabilidad.
El Progreso de la ciencia
Volvamos ahora a nuestra caracterización general del positivismo lógico y al
proceso de confirmación de hipótesis. Una vez contrastadas, las hipótesis
altamente confirmadas podían ser empleadas como leyes para explicar y predecir
fenómenos, dado su alto grado de confiabilidad en virtud del apoyo inductivo
proveniente de las sucesivas confirmaciones. El concepto de confirmación
inductiva desempeñaba una función clave en la concepción del positivismo lógico
acerca del progreso científico. En efecto, el desarrollo científico era considerado
como un proceso acumulativo donde las teorías más firmes (es decir, aquellas que
contaban con alto grado de probabilidad aportado por los numerosos casos
confirmatorios en la confrontación empírica, entre otros factores) eran
reemplazadas por otras que las corregían, enriquecían o ampliaban, pero siempre
conservando el contenido presuntamente verdadero de las anteriores, las que
seguían teniendo aplicación dentro de un rango más restringido.
Siendo así, bajo esta perspectiva, la teoría de la relatividad especial, por ejemplo,
no reemplaza a la mecánica newtoniana, sino que es complementaria con ella y la
conserva como aplicable para aquellos casos en que aún puede considerarse
vigente: en condiciones especiales, como cuando las velocidades son muy bajas si
se comparan con la velocidad de la luz, resulta más conveniente aplicar la mecánica
newtoniana que la teoría de la relatividad.
El criterio de demarcación
Otro de los rasgos preponderantes del positivismo lógico fue su posición de
rechazo con respecto a los contenidos de la metafísica, considerados centrales
para la filosofía tradicional.[1]
Los positivistas lógicos tenían la convicción de que los problemas metafísicos no
eran más que pseudoproblemas originados en usos inadecuados del lenguaje. Para
mostrarlo, analizaron el lenguaje y la estructura de las teorías científicas aplicando
los recientes avances en lógica y matemática.[2] Ello cristalizó en la formulación –y
en sucesivas reformulaciones– de un criterio de demarcación: el requisito de
traducibilidad a un lenguaje observacional.
El análisis lógico permitía determinar con precisión si un enunciado pertenecía a la
ciencia formal (es decir, si era un enunciado lógicamente verdadero y sin contenido
empírico[3]) o si pertenecía a la ciencia fáctica (en cuyo caso debía poseer contenido
descriptivo acerca del mundo). La filosofía debía dedicarse, de acuerdo con esta
perspectiva, al análisis lógico del lenguaje científico para dictaminar si las
afirmaciones que se formulaban con pretensión cognoscitiva pertenecían al
primero o al segundo tipo de ciencia, y a descartar como metafísica a cualquier otra
expresión que se propusiera.
Consideraron que las afirmaciones metafísicas –que refieren a entidades ubicadas
más allá de la experiencia posible y que no pueden conectarse con ella a través de
deducciones– debían ser eliminadas del ámbito de la ciencia puesto que ellas no
expresaban auténticas proposiciones –susceptibles de ser consideradas
verdaderas o falsas–, sino que constituían expresiones carentes de sentido debido
a que no podían ser clasificadas como empíricas ni como formales. Así lo
estipularon en un documento colectivo fundacional denominado La concepción
científica del mundo: el Círculo de Viena, en el que enunciaron los principios
fundamentales que animaban el positivismo lógico:
Este método del análisis lógico es lo que distingue a los nuevos empirismos y
positivismos de los anteriores, que estaban más orientados biológico-
psicológicamente. Si alguien afirma “no hay un Dios”, “el fundamento primario del
mundo es lo inconsciente”, “hay una entelequia como principio rector en el
organismo vivo”, no le decimos “lo que Ud. dice es falso”, sino que le
preguntamos: “¿qué quieres decir con tus enunciados?”. Y entonces se muestra
que hay una demarcación precisa entre dos tipos de enunciados. A uno de estos
tipos pertenecen los enunciados que son hechos por las ciencias empíricas, su
sentido se determina mediante el análisis lógico, más precisamente: mediante una
reducción a los enunciados más simples sobre lo dado empíricamente. Los otros
enunciados, a los cuales pertenecen aquellos mencionados anteriormente, se
revelan a sí mismos como completamente vacíos de significado si uno los toma de
la manera como los piensa el metafísico (Hans Hahn, Otto Neurath y Rudolf Carnap;
1929).
El criterio de demarcación del positivismo lógico cumplía una doble función: servía
para determinar si una afirmación pertenecía a la ciencia o no, pero a la vez se
aplicaba para indicar si dicha afirmación tenía sentido o carecía de él (y en ese caso
debía ser relegada al ámbito de la metafísica).
En consecuencia, para que un enunciado tuviera significado (o lo que es lo mismo:
tuviera contenido empírico), debía ser traducible al lenguaje
observacional.[4] Todos los enunciados de las teorías empíricas debían ser
susceptibles de reducción a proposiciones denominadas protocolares, que son
enunciados empíricos básicos constituidos exclusivamente con términos lógicos y
observacionales.
Para los positivistas lógicos, incluso las proposiciones teóricas puras debían poder
ser traducidas –en conjunción con enunciados teóricos mixtos, a través de cadenas
de sucesivas definiciones– a afirmaciones empíricas que expresaran las
propiedades y relaciones observables entre los objetos materiales. Esto permitía
reconocer las genuinas hipótesis empíricas que contuvieran términos teóricos,
como gen o electrón, y distinguirlas de las afirmaciones que contuvieran conceptos
metafísicos como el Ser, las esencias o la nada, que debían ser excluidas del
ámbito del conocimiento.
Si una proposición contenía un término referido a alguna entidad inobservable, ese
término debía ser definido empleando solo términos observacionales. En el caso de
que se tratase de términos teóricos –por ejemplo, positrón–, esta tarea podría
realizarse especificando en la definición qué fenómenos observables se consideran
señales de su presencia (como por ejemplo, la estela de la partícula visible en la
nube de vapor de la cámara de niebla). Esto no sería factible en el caso de términos
metafísicos, como Dios, el Ser, la esencia, etcétera. De este modo, el criterio
permitiría expurgar el conocimiento de cualquier contenido metafísico.
Puede verse aquí la importancia crucial de los enunciados observacionales: todo
enunciado que pretendiera ser empírico debía ser expresable en términos de
afirmaciones empíricas. Entonces era posible formular enunciados empíricos
básicos que serían empleados para la puesta a prueba de las hipótesis,
garantizando así la contrastabilidad de los enunciados científicos y, con ello, su
conexión con la experiencia.
El recurso a los enunciados empíricos básicos garantizaba la objetividad del
conocimiento científico, ya que referían directamente a las determinaciones físicas
de los objetos observables
Como hemos anticipado, la contrastación requería que se dedujeran a partir de las
hipótesis enunciados empíricos básicos denominados consecuencias
observacionales. Estos eran verificados o refutados a partir de las observaciones y
funcionaban así como el tribunal que decidía si la hipótesis iba a transformarse en
conocimiento científico o no. Si las consecuencias observacionales se verificaban,
la hipótesis de la que se deducían resultaba confirmada, pero si las consecuencias
observacionales resultaban falsas, la hipótesis debía rechazarse, pues había sido
refutada.
Por esa razón, al conjunto de afirmaciones empíricas básicas se lo denominó base
empírica[5] de las teorías.
El criterio de demarcación estaba íntimamente ligado a la posición del Círculo de
Viena acerca de la justificación de las teorías: que un enunciado fuera traducible a
enunciados empíricos era lo que garantizaba que las hipótesis fueran, si no
inductivamente verificables –como inicialmente pretendieron algunos de los
miembros; M. Schlick, por ejemplo– al menos inductivamente confirmables a partir
de la experiencia, como luego propusieron Carnap, Hempel y Reichenbach, entre
otros.
La crítica del Círculo de Viena se dirigía a las teorías filosóficas metafísicas
tradicionales que mencionaban entidades trascendentes, pero también contra
concepciones filosóficas de la época, como la de M. Heidegger, a quien se le
criticaba la referencia a conceptos metafísicos como el de el ser-ahí, la nada,
etcétera.
La meta de la ciencia
Uno de los principales rasgos del Círculo de Viena fue su objetivo: alcanzar la
construcción de una ciencia unificada, tarea que podría llevarse adelante mediante
la constitución de ese lenguaje observacional autónomo al que pudieran ser
traducidas las teorías de todas las disciplinas, incluidas las de las ciencias
sociales.
La aspiración del trabajo científico radica en alcanzar el objetivo de la ciencia
unificada por medio de la aplicación de ese análisis lógico al material empírico.
Debido a que el significado de todo enunciado científico debe ser establecido por la
reducción a un enunciado sobre lo dado, de igual modo, el significado de todo
concepto, sin importar a qué rama de la ciencia pertenezca, debe ser determinado
por una reducción paso a paso a otros conceptos, hasta llegar a los conceptos de
nivel más bajo que se refieren a lo dado (Hans Hahn, Otto Neurath y Rudolf Carnap;
1929).
En la década de 1930, el recrudecimiento de la persecución política que sufrieron
varios de los integrantes del Círculo de Viena en virtud de su filiación religiosa judía
o de sus ideas políticas de izquierda, condujo a la disolución del grupo y a la
emigración de gran parte de sus miembros a los Estados Unidos, donde
prosiguieron sus respectivos trabajos.
Se inicia allí la fase del positivismo lógico que ha sido bautizada como la
concepción heredada,[1] en la que manteniendo la perspectiva fundamental
instalada por el Círculo de Viena, se revisaron y modificaron algunas de sus tesis
para hacerlas más sofisticadas e intentar superar múltiples dificultades detectadas
por los propios pensadores a partir de sus discusiones críticas.
Para concluir nuestra breve mención de los principales rasgos del positivismo
lógico, queremos resaltar la posición de esta corriente acerca del cambio y el
progreso de la ciencia. El desarrollo científico fue visto como un proceso
acumulativo en el que las teorías reciben justificación inductiva confirmatoria que
les confiere un alto grado de probabilidad. Las teorías así confirmadas se van
complejizando y se va extendiendo su ámbito de aplicación, ya que logran cubrir
más y más fenómenos observables. Las nuevas teorías, más amplias y generales,
incluyen los logros de las anteriores en tanto que conservan el contenido no
refutado de estas. Esta noción de progreso lineal y acumulativo suponía que en el
pasaje desde una teoría hacia otra más inclusiva, los términos presentes en los
enunciados componentes conservarían inalterado su significado o podían ser
traducibles recurriendo al lenguaje observacional neutral.
Pero la cuestión de la estabilidad del significado de los términos y la distinción
entre términos teóricos y observacionales generó dificultades cruciales que fueron
detectadas en el interior mismo del positivismo lógico, ya en la fase de la
denominada concepción heredada. Los esfuerzos tendientes a la identificación y
superación de esos problemas trajeron consigo un análisis más profundo y
sofisticado acerca del lenguaje, y abonaron el terreno conceptual para el avance de
la que, posteriormente, fuera denominada la nueva filosofía de la ciencia, a la que
nos dedicaremos más adelante.
El falsacionismo
La segunda de las corrientes que abordaremos es la
denominada falsacionismo o racionalismo crítico. Esta posición se origina en el
trabajo del filósofo Karl Popper, contemporáneo con el auge del Círculo de Viena.
En agudo contraste con los pensadores positivistas allí agrupados, Popper tomó
como punto de partida la negación de cualquier aplicación de las inferencias
inductivas a la investigación científica. Como luego veremos, esa posición lo
condujo a rechazar el criterio positivista de demarcación y a proponer uno propio –
la falsabilidad–, y también a conceptualizar el proceso de contrastación de
hipótesis con el empleo de inferencias exclusivamente deductivas.
El problema de la inducción puede formularse, asimismo, como la cuestión sobre
cómo establecer la verdad de los enunciados universales basados en la experiencia
–como son las hipótesis y los sistemas teóricos de las ciencias empíricas–. Pues
muchos creen que la verdad de estos enunciados se “sabe por experiencia”; sin
embargo, es claro que todo informe en que se da cuenta de una experiencia –o de
una observación, o del resultado de un experimento– no puede ser originariamente
un enunciado universal, sino sólo un enunciado singular. Por lo tanto, quien dice
que sabemos por experiencia la verdad de un enunciado universal suele querer
decir que la verdad de dicho enunciado puede reducirse, de cierta forma, a la
verdad de otros enunciados –estos singulares– que son verdaderos según
sabemos por experiencia; lo cual equivale a decir que los enunciados universales
están basados en inferencias inductivas. Así pues, la pregunta acerca de si hay
leyes naturales cuya verdad nos conste viene a ser otro modo de preguntar si las
inferencias inductivas están justificadas lógicamente.[1]
Como ya vimos, los argumentos inductivos no logran establecer la conclusión de
modo concluyente. ¿Cuántas premisas, por ejemplo, acerca de cuervos negros
particulares observados serían necesarias para probar con certeza que todos los
cuervos son negros? La respuesta es que ninguna cantidad sería suficiente puesto
que se trata de una clase potencialmente infinita.
Sin embargo, y tal como señalamos antes, los partidarios del positivismo lógico
asignaron a los argumentos inductivos un papel central en la investigación; y por
esta razón se dedicaron a hallar un modo de legitimar el empleo de la inducción en
las investigaciones científicas.
En su tarea de revisión crítica, Popper analizó la estrategia de los inductivistas de
postular un principio de inducción. El principio de inducción sería un enunciado
especial que se agregaría a toda inferencia inductiva y justificaría el pasaje desde
las premisas hacia la conclusión. Ese enunciado general sostendría que los casos
futuros siempre son como los ya observados, que la naturaleza es constante,
etcétera. Es decir que este principio sería una especie de garantía para legitimar
toda inferencia inductiva.
Pero dado que ningún enunciado puede adoptarse dogmáticamente, tal principio de
inducción debería justificarse, y de acuerdo con Popper, esto no es posible porque
ni la lógica ni la experiencia nos ofrecen recursos para ello.
La lógica solo nos permitiría justificarlo atendiendo a su forma lógica, pero ocurre
que no se trata de un enunciado tautológico y, por lo tanto, no podemos justificarlo
como verdadero. Y tampoco puede justificarse por la experiencia, pues al ser un
enunciado universal, solo podría justificarse a partir de premisas que describieran
casos particulares favorables que lo verificaran (o al menos le asignaran un grado
de probabilidad confirmatoria); pero tal estrategia supondría el empleo de la misma
inferencia que se intenta justificar: la inducción, y por ello resulta inviable.
Popper concluye, entonces, que la inducción no puede ser justificada, y desestima
además la pretensión de fundar el principio en el hecho de que la inducción es
utilizada tanto en la ciencia como en la vida corriente con mucha frecuencia.
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